Morir por amor

Mis pensamientos eran un torbellino. Sabía que debía marchar me. Después de hablar con Clare, me convencí de ello con una comprensión más clara de la situación.

Escuchaba a Kendal hablar del nuevo juego de fuga y búsqueda que habían inventado él y William. Era su juego favorito, en aquel momento, y los bosques y campos resultaban el lugar ideal para el mismo.

Kendal me explicaba:

—Figúrate que hay un hombre preso en un calabozo. Sale del calabozo. El barón dijo que, podíamos hacerlo. Sacamos a suertes quién sería el prisionero y quién el perseguidor. Si yo soy el prisionero, voy al calabozo. Me escapo y me escondo. Si soy el perseguidor, William va al calabozo, se escapa y se esconde. Tenemos que dejar pistas y entonces empieza el juego.

—Parece muy interesante —le dije. Y agregué—: Kendal, ya sabes que no podemos quedarnos aquí para siempre.

Su pensamiento estaba tan lejos, en los bosques, imaginando las pistas que dejaría para que William las siguiera, que al principio no pareció advertir lo que quería decirle. De repente, se percató de ello.

—¿Por qué no? —replicó de modo tajante—. Es nuestra casa.

—No, no lo es.

—Pero lo es ahora…

—¿No te gustaría ir a la casa donde yo nací?

—¿Dónde está?

—En Inglaterra. La llaman la casa de los Collison, por el apellido de nuestra familia.

—Tal vez algún día.

—Quiero decir pronto.

—Me gusta aquí. Hay tanto por explorar, y el castillo es tan grande y puedo hacer tantas cosas…

Le dije entonces:

—Es posible que debamos irnos a casa.

—¡Oh, no!… No debemos irnos. Ésta es nuestra casa. El barón no querrá que nos vayamos y el castillo es suyo.

¡Qué difícil era! Cobardemente, soslayé el tema. Más tarde volvería a él. No quería echarle a perder el juego de la tarde en el bosque.

Corrió hacia el calabozo, preparando sus pistas. Necesitaba alejarme para pensar. Me dirigí a las cuadras.

Mi yegua no estaba allí. Uno de los caballerizos se me acercó.

—La yegua que suele montar usted está en la herrería —me dijo—. Pero si quiere un caballo, ahí tenemos al viejo Fidéle.

—¿No es el caballo que monta la princesa?

—Sí, madame; pero hace varios días que no lo ha montado. Necesita ejercicio, y ya verá que es un animal seguro, tranquilo. Puede confiar en él. Algo perezoso… Ya sabe lo que quiero decir, ¿no?

—Bueno —repuse—: deme a Fidéle.

—Voy a ensillarlo en seguida. Fíjese…, se está animando. Adivina que va a salir… ¿Te gusta, verdad, viejo? —agregó, dirigiéndose al caballo.

Monté, pues, a Fidéle, y quedé sorprendida de cómo por sí mismo emprendía el camino. Me di cuenta de que me llevaba al lugar donde debía haber conducido muchas veces a la princesa.

Sí, era cierto. Allí me llevó. El tiempo era agradable y desde tan arriba el paisaje resplandecía. Pronto llegaría el verano. No me sorprendía que Marie-Claude viniera a menudo aquí. Había una especie de paz en el paraje. Una se sentía feliz del todo.

Decidí buscar el punto en que una vez nos sentamos juntas. Até el caballo allí mismo donde lo habíamos hecho antes, cuando fui allí arriba con ella y encontré el lugar protegido, entre las matas, donde nos habíamos sentado.

Me apoyé en ellas y dejé que mis pensamientos vagaran y retrocedieran a mi conversación con Kendal y me pregunté por qué no había mostrado más firmeza con él.

Se desesperaría por tener que marcharse. Ya no era un niño al que se pudiera cargar en brazos para conducirlo adonde fuera sin que protestara. Amaba apasionadamente el castillo. Amaba también al barón. Me daba perfecta cuenta de esto. Estaba pasando por la transición de la primera infancia a la niñez y le gustaba creerse ya un hombre. Desde que nos hallábamos en Centeville, había descubierto en él ciertas similitudes con su padre y comenzaba a pensar que Rollo debió ser como Kendal a la edad de éste.

No obstante tenía que decirle que nos marcharíamos. Por mucho que lo deprimiera, debíamos irnos.

Oí en la distancia el cabalgar de un caballo. Supuse que en un lugar como aquél se debía oír desde mucha distancia. Pero no. Se estaba acercando. Ahora se acababa de detener de repente.

Mis pensamientos volvieron a la busca de la manera de consolar a Kendal. Haciéndolo acaso podría consolarme a mí misma. Sería tonto no reconocer que dejar el castillo constituiría un motivo de desesperación tan grande para mí como para mi hijo, y acaso a mí me llevara más tiempo recobrarme.

Advertí que alguien estaba cerca. Oí pasos subiendo lentamente la pendiente de detrás de las matas, que no sólo me protegían, sino que me ocultaban. Debía de ser el jinete al que había oído.

Me quedé quieta, aguardando, y de repente me asaltó el miedo. Me percaté de lo solitario que era aquel lugar y recordé la ocasión en que estuve allí con Marie-Claude y nos acercamos al borde del precipicio, mirando para abajo, y tuve la extraña sensación de que me hallaba en peligro.

Quienquiera que fuese se encontraba muy cerca ahora. Oí unas ramas que se rompían y pasos, lentos y cautelosos.

Me levanté de repente. Estaba temblando.

Rollo venía hacia mí.

—¡Kate! —exclamó con asombro.

—¿Es usted? —balbucí.

—No esperaba encontrarla a usted aquí. ¿Por qué monta ese caballo?

—Claro…, me dieron a Fidéle.

—Al verlo pensé que…

—Pensó que la princesa estaba aquí.

—Es el caballo que suele montar.

—Mi yegua baya está en la herrería. Me sugirieron que tomara a Fidéle.

Ahora se reía, recobrado de su sorpresa.

—¡Qué buena suerte encontrarla!

—Me sobrecogí cuando oí que alguien se acercaba.

—¿Quién creyó que era? ¿Un ladrón?

No sabía qué pensar. Miré a mi alrededor.

—Se está muy solitario aquí arriba.

—Me gusta —dijo mirándome fijamente—. ¿Estaba usted sentada ahí?

—Sí, sentada pensando.

—¿Cosas tristes?

Hice una pausa.

—Pensando en marcharme —dije—. Debo irme. Ya está decidido.

—Por favor, todavía no, Kate. Me prometió usted que aún no.

—Pronto, ha de ser pronto.

—¿Por qué? Es usted feliz aquí. Tiene trabajo. Puedo encontrar más manuscritos.

—Creo que debemos irnos dentro de una semana. He hablado con Clare.

—¡Ojalá que esta mujer nunca hubiese venido!

—No diga eso. Es una mujer maravillosa. La princesa ya la aprecie mucho. —Continué lentamente—: Habló usted con ella…, con la princesa, ¿verdad?

—He tratado de convencerla. Le he pedido, la he amenazado. Por fin tiene la manera de vengarse de mí, pero encontraré la manera… No tema. Voy a casarme con usted, Kate. Voy a reconocer a mi hijo y vamos a vivir felices aquí el resto de nuestros días. Dígame qué contestaría si pudiese ofrecerle eso.

No respondí y él me tomó en sus brazos y me mantuvo estrechamente contra sí.

Pensé: «Pronto se habrá terminado todo y no volveré a verlo nunca». La idea me resultaba insoportable.

—Usted me quiere, Kate. Dígalo.

—No lo sé.

—No puede sufrir la idea de marcharse, de salir de mi vida. Conteste sinceramente.

—No —dije—. No puedo.

—Ésa es la respuesta a la primera pregunta. Somos dos personas fuertes. Kate. No vamos a dejar que nada se interponga entre nosotros, ¿verdad, Kate?

—Algunas cosas se interponen.

—Pero usted me ama y yo la amo. No es un amor ordinario, ¿verdad? Es poderoso. Sabemos tanto el uno del otro. Hemos vivido la vida el uno del otro. Aquellas semanas en París nos atan. La deseé desde la primera vez que la vi. Todo me agradó en usted, Kate…, su belleza, su manera de trabajar, el modo como trató de engañarme sobre la ceguera de su padre. La deseaba ya entonces. Estaba decidido a tenerla. Lo de Mortemer fue una excusa.

—Pues cuando estaba usted aún libre, podía sugerirme que nos casáramos.

—¿Me habría aceptado?

—Entonces, no.

—Pero ahora, sí. Ahora me aceptaría. ¿No lo ve usted? Teníamos que estar preparados, teníamos que conocernos, que pasar por todo lo que hemos vivido juntos para estar seguros de que esos sentimientos no son pasajeros, no son efímeros, como tantos amores lo son. Esto es diferente. Esto es para toda la vida, y vale todo lo que poseemos.

—¡Qué vehemente es usted!

—He dicho lo mismo de usted. Es lo que nos gusta el uno del otro. Sé lo que deseo y sé cómo conseguirlo.

—No siempre.

—Sí, siempre —repuso firmemente—. Kate, no se vaya todavía. Si lo hace, iré a buscarla.

No dije nada. Nos quedamos sentados, uno al lado del otro, apoyada mi cabeza en su hombro, mientras me estrechaba con fuerza.

Me sentía confortada por su presencia. Por vez primera me enfrentaba con la verdad. Claro que lo amaba. Cuando lo odiaba, este sentimiento se sobreponía a cualquier otro. Del odio había pasado al amor, y como mi odio había sido fiero y poderoso, así era mi amor.

Sin embargo, me marcharía a Inglaterra. Debía irme. Clare me lo había hecho ver con claridad.

Me levanté.

—Tengo que regresar. Clare estará pronto de vuelta del castillo. Me esperarán y preguntarán dónde me encuentro.

Prométame una cosa.

—¿Qué?

—Que no tratará de marcharse sin antes decírmelo.

—Se lo prometo.

—Nos quedamos todavía un momento, mientras me besaba de modo distinto a antes, ahora tierna, suavemente.

Estaba tan embargada por la emoción que no podía hablar.

Me ayudó a montar a Fidéle y cabalgamos hacia el castillo.

*****

—Kendal —dije—, nos vamos a Inglaterra.

Me miró y la expresión de sus labios se endureció. En aquel momento se parecía mucho a su padre.

—Ya sé que detestas la idea de dejar el castillo, pero tenemos que irnos. Ya sabes que éste no es nuestro hogar —continué.

—Es nuestro hogar —repuso con furia en la voz.

—No…, no lo es. Estamos aquí porque no había ningún otro lugar al que ir cuando salimos de París. Pero no podemos permanecer siempre en casa de otras personas.

—Es la casa de mi padre. Quiere que nos quedemos.

—Kendal —le dije—, todavía eres un chiquillo. Debes escuchar lo que te digo y estar convencido de que es por tu bien, el mío y el de todos.

—No es por nuestro bien. No lo es.

Me miraba como nunca lo había hecho en su vida. Siempre hubo un fuerte lazo de ternura entre nosotros, y no pude soportar ver en sus ojos aquella mirada. Diríase que casi me odiaba.

¿Acaso Rollo significaba tanto para él? Le gustaba el castillo, eso ya lo sabía. Era un almacén de maravillas para un chico con imaginación, pero al parecer era más que esto. Se había convencido de que pertenecía al castillo y Rollo hizo todo lo posible por afirmar este convencimiento.

«Me robó mi virtud —pensé—. Cambió completamente mi vida. Y ahora quiere robarme a mi hijo».

De repente me sentí furiosa y dije a Kendal:

—Ya veo que no sirve de nada hablarte.

—No —confirmó Kendal—. No quiero ir a Inglaterra. Quiero quedarme en mi casa.

Vi de nuevo en su rostro aquel aire de testarudez que tanto me recordaba a su padre. «Será como él cuando crezca», me dije, y a mi temor se mezclaba mi orgullo al pensar así. Terminé:

—Luego volveremos a hablar. —No me sentía capaz de agregar nada más.

Aquella tarde, ya anocheciendo, Jeanne se hallaba cocinando —cosa que le gustaba hacer— y Clare acababa de llegar. Había estado en el castillo.

—La señora baronesa está de un humor desafiante —me dijo—. No me gusta cómo van las cosas —agregó.

Me miró con ansiedad.

—Dentro de una semana estaremos camino de Inglaterra —le recordé.

—Es lo mejor —comentó con compasión en la voz.

Era asombrosa su comprensión.

—¿Dónde está Kendal? —preguntó.

—Salió con William a jugar a prisionero y perseguidor. Los vi salir. Llevaban algo parecido a un saco.

—Para dejar pistas, claro. Me alegra que él y William se hayan hecho amigos. Es bueno para ese pobre chico. Me imagino que su vida no debió ser muy divertida antes de vuestra llegada.

—No. Me pregunto qué hará cuando nos hayamos marchado.

Clare frunció el entrecejo.

—Volverá a ser como antes…

—Ha cambiado mucho desde que llegamos.

—Me apena pensar en él. ¿Le ha dicho Kendal que nos vamos?

—No. Kendal no quiere aceptar que nos vayamos. Se enfureció cuando se lo dije. Nunca lo había visto así…

—Ya se repondrá. Los niños se adaptan rápidamente.

—Parece como si estuviera obsesionado por el castillo… y el barón.

—Es una lástima. Pero todo acabará bien.

—Tú crees en los finales felices, Clare.

—Creo que podemos hacer mucho para que así sea —dijo con suavidad—. Siempre lo he creído.

—¡Qué consuelo eres para mí!

—A veces me digo que no hubiese debido venir.

—¿Por qué piensas así?

—Cuando vine te ofrecí una solución. Y a menudo me parece que esto era lo que menos deseabas.

Me quedé silenciosa, pensando. Se fijaba en todo.

—Necesitaba una solución, Clare —dije—. Tú me la proporcionaste. Por favor, pues, no digas que hubiese sido mejor que no vinieras.

Permanecimos calladas un rato. Yo pensaba en Clare y en cómo debió ser su vida cuando cuidaba de su madre, hasta la muerte de ésta…, y cuando vino a cuidar de nuestra casa. Ahora parecía que cuidaba de mí. Era de esas personas que se pasan la existencia atendiendo a otras gentes y que no tienen vida propia.

Debía haber transcurrido media hora cuando me hizo notar que Kendal no había regresado todavía.

—Se retrasa —reconocí.

Jeanne entró entonces, preguntando dónde estaba Kendal.

Sí, nos dijimos, ya era tarde, pero no nos alarmamos, hasta que, transcurrida una hora más, no había señales de mi hijo.

—¿A dónde pueden haber ido? —Preguntó Jeanne—. Habría debido regresar hace rato.

—Deben haberse distraído con su juego.

—¿No estará en el castillo? —sugirió Jeanne.

Clare dijo que iría a ver, se puso la capa y salió. Comenzaba a inquietarme.

Clare regresó con una mirada de alarma. Kendal no estaba en el castillo y William tampoco.

—Tal vez estén todavía jugando —dijo Jeanne.

Pero al cabo de dos horas sin que los dos chicos aparecieran me alarmé seriamente. Subí al castillo. Encontré a una de las doncellas, que me miró con ese aire inquisitivo al cual comenzaba ya a acostumbrarme. Pregunté:

—¿Ha regresado ya William?

—No lo sé, madame. Voy a preguntarlo.

Pronto supimos que William no estaba en el castillo. Era evidente que había ocurrido algo.

Rollo entró en el vestíbulo.

—¡Kate! —exclamó, mostrando en la voz su deleite por verme. Le dije precipitadamente:

—Algo pasa con Kendal. Ha salido. Hace dos o tres horas que hubiera debido regresar. William está con él. Salieron esta tarde a jugar en el bosque, como hacen tan a menudo…

—¿Dices que no ha regresado? ¡Pero sí ya está anocheciendo!

—Tenemos que encontrarlos —dije.

—Voy a organizar varios grupos para que salgan a buscarlos. Usted y yo iremos juntos, Kate. Vamos a las cuadras. Llevaré una linterna y pondré en marcha a los demás. No hay luna hoy.

En poco tiempo había formado grupos, que envió en varias direcciones él y yo cabalgamos juntos.

—Hacia el bosque —dijo—. Siempre me preocupa el precipicio. Si se acercan demasiado al borde, puede ocurrir un accidente.

Cabalgamos en silencio. Ahora estaba realmente asustada. En el bosque reinaba la oscuridad y por mi mente pasaban toda clase de imágenes de horror. ¿Qué pudo haber sucedido a los chicos? ¿Un accidente? ¿Ladrones? ¿Qué podían llevar que valiera la pena quitarles? ¡Los gitanos! Había oído decir que raptaban a los niños.

Me sentía angustiada y al mismo tiempo aliviada porque Rollo estaba a mi lado.

Subimos al lugar que Marie-Claude me había enseñado tiempo atrás, y donde más tarde Rollo me encontró. Traté de penetrar con la vista la fantasmal oscuridad. Cabalgamos hasta el borde del precipicio. Rollo desmontó y me entregó las riendas de su caballo, mientras él se inclinaba por encima del filo para mirar.

—No hay nada abajo. No hay signos de pisadas en el suelo. No creo que hayan venido por aquí.

—Tengo la impresión de que deben estar en el bosque —dije—. Van allí a jugar a perseguidos y perseguidores. No podrían hacerlo en campo abierto.

—Kendal, ¿dónde estás? —gritó Rollo. Sólo recibió la respuesta de su eco.

Luego lanzó un agudo silbido, que casi me ensordeció.

—Le enseñé a silbar así —explicó—. ¿Dónde estás? —gritó. Volvió a silbar.

No hubo respuesta.

Seguimos cabalgando hasta que llegamos a una cantera abandonada.

—Nos detendremos —dijo Rollo—. Y volveré a silbar. Es asombroso cómo aquí la voz levanta ecos. Cuando era chico, solía llamar a mis compañeros de juego. El eco regresa. También le enseñé esto a Kendal.

Me pregunté, brevemente, cuán a menudo habían estado juntos. Cuando Kendal iba al bosque, ¿estaba el barón también? ¿Tomaba parte en el juego de perseguidos y perseguidores?

Subimos a lo alto de la cantera y volvimos a gritar.

Hubo unos segundos de silencio…, y luego, claro y lejano, el sonido de un silbido.

—Escuche —advirtió Rollo.

Silbó y le devolvieron el silbido.

—¡Gracias a Dios! —exclamó—. Ya los hemos encontrado.

—¿Dónde están?

—Ya lo veremos.

Volvió a silbar y de nuevo le contestó un silbido.

—Por aquí —indicó.

Lo seguí por entre los árboles.

El silbido sonaba más cerca ahora.

—¡Kendal! —gritó Rollo.

—¡Barón! —fue la respuesta, y no creo que en toda mi vida me haya sentido tan feliz como en aquel momento.

Los encontramos en una hondonada: William, pálido y asustado, y Kendal, desafiante. Se las habían arreglado para levantar una especie de tienda con una sábana tendida por encima de unas matas.

—¿Qué significa esto? —Gritó Rollo—. Nos habéis hecho dar muchas vueltas.

—Estamos acampando —dijo Kendal.

—Podrías haber avisado. Tu madre ha estado muy inquieta, preguntándose qué os podía haber pasado. Creyó que os habíais perdido.

—Yo no me pierdo —dijo Kendal, sin mirarme.

Rollo había desmontado y ahora arrancaba la sábana.

—¿Qué es esto? ¿Un festín o qué?

—Lo tomamos de la cocina del castillo. Había mucha comida…

—¡Vaya! —Comentó Rollo—. ¡Vamos a regresar enseguida, porque hay mucha gente que os está buscando por los campos!

—¿Está usted enojado? —preguntó Kendal.

—Mucho —repuso el barón.

Agarró a Kendal y lo sentó en su caballo.

—¿Voy a regresar montado con usted? —preguntó Kendal.

—No te lo mereces. Debería obligarte a que volvieras andando.

—No voy a dejar el castillo —anunció Kendal.

—¿Qué? —exclamó Rollo.

—Voy a quedarme con usted. Estoy en mi casa y con mi padre. Usted dijo que era mi padre.

Rollo se había vuelto hacia mí y me daba cuenta de su aire triunfante. Adivinaba que se sentía muy feliz en aquel momento.

William estaba de pie, mirando en torno suyo, desconcertado. Rollo lo levantó y lo subió en el caballo, delante de mí.

—Ahora llevaremos a casa a esos vagabundos —anunció. Al acercarnos al castillo, varios de los criados nos vieron y gritaron de alegría porque los chicos estaban sanos y salvos.

Desmonté y ayudé a bajar a William del caballo.

—No fue culpa de William —dijo Kendal con hosquedad cuando sus pies tocaron tierra—. Yo lo obligué a venir conmigo.

—Ya lo sabemos —dijo Rollo, severo pero orgulloso.

Jeanne y Clare se acercaron corriendo.

—¡Ah, los encontraron! —jadeó Jeanne.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Clare—. ¿Están bien?

—No les ha ocurrido nada —les informé.

—¿Hay comida caliente para ellos? —Preguntó Rollo—. Aunque no se la merecen.

—Tengo hambre —dijo Kendal.

—Y yo también —agregó William.

—Venid al pabellón —les dijo Jeanne—. Prepararé algo en un momento. ¿Por qué lo hicisteis?

Kendal miró firmemente a Rollo.

—Íbamos a acampar en el bosque hasta que mamá se hubiera ido —dijo—. Usted no les permitirá que me hagan marchar, ¿verdad?

Hubo un silencio y Kendal corrió hacia Rollo y le rodeó las piernas con los brazos.

—Aquí es donde quiero vivir.

Rollo lo levantó.

—No te preocupes —dijo—. No voy a dejarte.

—Entonces, todo va bien —exclamó Kendal.

Se agitó, para que lo soltara, y Rollo lo dejó en el suelo. Me miraba y me percaté del brillo de triunfo en sus ojos.

Los dos chicos recibieron un tazón de caldo, y una vez terminaron, William regresó al castillo con el barón.

Éste no riñó a William. Sus reproches se habían dirigido a Kendal, pero no eran realmente reproches. Kendal lo dejó todo muy claro. Había huido y convencido a William para que fuese con él, y lo hizo con el fin de demostrar que no abandonarla voluntariamente el castillo.

Por un instante me pregunté si Rollo no habría sugerido la aventura. Kendal había contestado tan aprisa a su silbido. Tal vez lo tenían todo planeado.

No, no podía ser. Kendal era demasiado niño para participar en esa clase de maniobras. Pero con Rollo nunca podía estar segura de hasta dónde llegaría.

Kendal se hallaba agotado y, después de que se acostó, me senté a hablar con Clare.

—¡Qué chico más decidido! —Comentó—. Huir de ese modo sólo para demostrar que no le gusta que se lo lleven del castillo. ¿De qué creyó que podía servir su actitud?

—Su intención era acampar en el bosque hasta que nos hubiésemos marchado y luego reaparecer y quedarse en el castillo.

—¡Cielo santo! ¡Qué plan!

—Es muy niño todavía.

—Ese hombre lo ha embrujado —dijo Clare en voz baja.

—Es que le ha confesado que es su padre. Kendal siempre quiso un padre.

—Todos los niños lo desean —dijo Clare, sin añadir nada más.

*****

Aquel día quedará grabado para siempre en mi memoria. Comenzó como uno cualquiera. Fui al castillo a trabajar en los manuscritos. Kendal había ido ya allí con Jeanne, para las clases. Por la tarde me ocupé en ordenar algunas cosas, con vistas a nuestra inminente marcha.

Estaba pensando en Kendal. No había hablado más de nuestra ida, pero podía ver, por el gesto de su boca y su actitud hacia mí, que surgirían más problemas.

«Tal vez —me dije— tendríamos que quedarnos». Quizá podría encontrar alguna excusa para tranquilizar a Clare. Podía decirle que quería acabar los manuscritos y que la seguiríamos más adelante. Sabía que si hacía esto, capitularía, pues no podría resistir mucho más a Rollo.

Recordaba la manera como me miró cuando dijo: «Kendal, no te preocupes. No voy a dejarte».

Lo dijo en serio. Debía de tener algún plan. En el fondo de mi corazón, deseaba que sus planes tuvieran éxito. Deseaba que me llevara a alguna parte, como aquella otra vez, y que me dijera:

«Te quedas conmigo para siempre».

Pero seguía preparando el viaje, como en un sueño. La tarde se iba acabando. Jeanne estaba en la cocina aderezando la cena. Kendal había regresado y estaba también en la cocina, con Jeanne. Clare se hallaba en su cuarto, sin duda descansando, pues estuvo fuera toda la tarde.

Nos sentamos a la mesa a la hora acostumbrada y, mientras comíamos, tuvimos una visita. Era el ama de llaves del castillo.

Había en su rostro ansiedad y excitación.

—Madame —dijo—, ¿puedo preguntarle si madame Collison ha visto a la señora baronesa?

Se dirigía a Clare.

—¿Si la ha visto? —dije, sin comprender.

—No está en el castillo. No acostumbra salir sin avisar. Me pregunté si no estaría aquí, o si tendrían ustedes idea de adónde fue y cuándo volverá.

—No —repuso Clare—. La vi ayer. No me dijo que pensara ir a alguna parte hoy.

—Tal vez esté ya de regreso. Lamento haberlas molestado. Só1o que es una cosa tan rara, y pensé que ustedes podían tener idea de dónde estaba.

—Supongo que salió a montar —dije.

—Sí, madame, pero ha pasado mucho tiempo desde que salió.

—Probablemente ya habrá vuelto cuando esté usted de nuevo en el castillo.

—Sí, madame, y siento haberlas interrumpido, pero…

—Comprendemos que se preocupara usted —dijo Clare.

Se marchó. Clare parecía algo inquieta, pero ninguna de las dos dijimos nada, debido a la presencia de Kendal. Cuando terminamos la cena, fui a la habitación de Clare.

—¿Estás preocupada por la princesa? —inquirí.

Se quedó un momento pensativa.

—No sé… Se ha mostrado algo extraña últimamente. Desde que el barón le pidió el divorcio.

—Extraña, ¿en qué sentido?

—No sé. Más desafiadora, por decirlo así. Me imaginé que ocultaba algo. Nunca ha sabido disimular bien. Tal vez la trastornó algo que le pidiera el divorcio…, algo muy en contra de sus principios. El barón debía saber de antemano que ella nunca le daría el divorcio. En vista de la situación, habrían necesitado una dispensa especial…

—Espero que no le haya ocurrido nada —dijo con inquietud.

—Yo también. Me alegro de que nos marchemos. Te alejará de todo esto. Te instalarás en Inglaterra, Kate. Estaremos juntas. Haré todo lo posible para ayudarte.

—¿Y Kendal?

—Se adaptará. Ha vivido momentos muy extraños, que han de haber influido en él. Pero todo acabará bien. Dentro de un año nos sentiremos muy felices juntos. Y todo esto nos parecerá como un sueño olvidado… Prometí a tu padre que te cuidaría.

—Querida Clare, no sabes cuán agradecida estoy. Me acerqué a la ventana.

—¡Qué nos digan que Marie-Claude ha regresado sana y sal va! Puede haber tenido un accidente. No creo que sea una buena amazona.

—Con el viejo Fidéle no hay riesgo. Nunca se pone violento.

Mientras miraba afuera, oí ruido. Voces, gritos.

—Algo sucede en el castillo —dije—. Voy a ver qué pasa.

—Iré contigo —dijo Clare.

*****

En el castillo había signos de una gran consternación. El barón daba órdenes. Me enteré de que Fidéle había regresado desmontado a la cuadra y que nadie encontraba a la princesa. Habían hallado a Fidéle esperando pacientemente, nadie sabía por cuánto tiempo.

Uno de los caballerizos dijo que ensilló el caballo para la princesa a media tarde y que ella se alejó cabalgando.

De esto hacía varias horas.

El barón supuso que debió de haber un accidente y, como hizo cuando Kendal se perdió, recientemente, organizó grupos para salir en busca de la princesa.

Estaba muy sereno, controlando perfectamente la situación, como lo había estado unas noches antes.

Levanté mis ojos llenos de horror hasta los suyos y dije:

—¿Puedo ayudar en algo?

Me devolvió firmemente la mirada y no pude adivinar lo que había en sus ojos. Luego repuso:

—Vuelvan al pabellón. Cuando tengamos noticias, me ocuparé de que las conozca sin demora.

Miró a Clare.

—Llévesela al pabellón —dijo, y agregó—: Y quédese con ella. Clare asintió y pasó su brazo por debajo del mío. Volvimos a casa.

Parecía que el tiempo no transcurría. Me sentía abrumada por un miedo terrible. El rostro de Rollo se me aparecía como en relámpagos. Recordaba lo que había dicho: «Haré algo». No se resignaba a perdernos, a Kendal y a mí.

Y Marie-Claude era un obstáculo en su camino.

Me dije que estaba imaginando cosas imposibles. Pero él siempre ha afirmado que nada es imposible. No tiene escrúpulos, cuando decide conseguir lo que desea. Lo veía como lo había visto en el dormitorio del pabellón de caza. Implacable. Decidido a dominar. ¿Qué sucedía a los que se le oponían? Los barría.

«¡Pobre Marie-Claude! —pensé—. ¿Dónde estás? Tienes que estar viva y sana. Tienes que estarlo. Y yo debo marcharme de este lugar. Olvidar mis sueños. Apartarme de aquí y organizarme otra vida para mí y Kendal. He de olvidar el pasado, la excitación, el amor que había vislumbrado últimamente. Debía volver a una vida regular, monótona, pero con paz. Pero ¿habría jamás paz, de nuevo?».

Kendal se acostó. Me alegré que no se hubiese fijado en que sucedía algo anormal. Obsesionado por su propio problema, no se percataba de nada más.

Jeanne vino a acompañarnos. Hablamos en susurros y aguardamos interminablemente.

Sería casi medianoche cuando llamaron a la puerta. Era el ama de llaves del castillo.

—La han encontrado —anunció.

Nos miraba con los ojos muy abiertos, que expresaban a medias horror y excitación.

—¿Dónde? —susurró Clare.

El ama de llaves se mordió los labios. Noté que evitaba mirarme.

—Buscaron por los bosques. Creían que el caballo la habría desmontado. No podían ver el fondo del precipicio. Era demasiado oscuro. Tuvieron que bajar. Y allí la encontraron. Llevaba varias horas muerta.

Me sentí desfallecer. Clare se me acercó y puso sus manos sobre mis hombros.

—¡Pobrecita! —Murmuró—. Pobre señora…

—Me enviaron a informarles —dijo el ama de llaves.

—Muchas gracias —contestó Clare.

Cuando se fue, Jeanne pasó su mirada de Clare a mí.

—Es terrible… —empezó a decir.

Clare asintió.

—Es una noticia terrible. Debió ser deliberado. Hablaba de hacerlo y ahora lo ha hecho.

Me di cuenta de que Jeanne no nos miraba ya. A ninguna de las dos. Adiviné las ideas que le pasaban por la mente.

—No podemos hacer nada —dijo Clare, anonadada—. Deberíamos tratar de descansar. Ha sido una noche agotadora. Voy a preparar algo de beber. Lo necesitamos. Váyanse a sus cuartos y se lo llevaré.

Creo que nos alegramos de estar cada una a solas. Quería tratar de imaginar cómo había sucedido. No podía apartar de mi mente la imagen de Marie-Claude de pie en aquel lugar, con el precipicio delante de ella. Y en mi mente veía a otra persona a su lado.

Entonces recordé aquella ocasión en que había ido allí con Fidéle, y en que el barón llegó sigilosamente y se sorprendió de encontrarme a mí. No había duda que esperaba encontrar a Marie-Claude.

—No, no es posible —susurré—. Eso no. No podría soportarlo. No, eso sería un crimen.

Sabía que era capaz de acciones drásticas. Sabía que adoptaba decisiones audaces. Pero no un asesinato. Esto nos separaría mucho más que Marie-Claude hubiera podido separarnos.

¡El padre de mi hijo un asesino!

No podía aceptarlo. No quise escuchar las voces de mi mente, las voces de la razón y de la deducción lógica. Si las creía, todo se habría acabado para siempre, y esto tampoco podía soportarlo.

Aquella noche no me trajo ninguna solución. Pero me enseñó el único camino que podía tomar.

Clare vino, removiendo algo en una taza.

—Te hará dormir —me dijo.

Se sentó en la cama y me miró.

—Esto lo cambia todo, ¿verdad? —comentó.

—No lo sé. Es demasiado pronto. No puedo pensar claramente.

—Estás conmovida.

—Clare, ¿crees que él…?

—No —dijo con energía—. ¿Cómo puedes pensar una cosa así? Es evidente que se suicidó, a menos que fuera un accidente. Recuerda que era hipocondríaca. Hablaba a menudo de matarse. Cuanto más piensas en ello, tanto más sencilla parece la respuesta.

—¡Ojalá pudiera sentirme tan segura como tú!

—¿Crees realmente que él mató a su esposa?

Guardé silencio.

—Mi querida Kate, no podría hacerlo. Lo sé. Asesinar para ganar algo, eso es lo que hacen los cobardes. Significa que no puedes luchar por ningún otro medio por lo que deseas…, y que otra persona es demasiado fuerte para ti. No, eso no sería propio del barón. He estado pensando que deberíamos marcharnos… por una temporada. Hasta que todo se calme. Podríamos vivir en paz en la casa de los Collison y dentro de unos meses cuando haya transcurrido un plazo prudente, él puede ir a buscarte y os podéis casar.

—Clare, lo prevés todo con tanta precisión…

—Es que soy una mujer práctica. La pobre princesa ya no existe. Le tenía tanta lástima… ¡Pobrecita! No le quedaba casi nada por lo que vivir, ¿verdad? Creo que fue lo mejor. Tal vez lo vio así y comprendió que facilitaría las cosas para todos. ¿No lo entiendes? Era su felicidad contra la tuya, la de Kendal, del barón y de su propio hijo. ¿Cómo crees que William se hubiese sentido si tú y Kendal os hubierais marchado? Lo habéis transformado, entre tú, Kendal y Jeanne. Habría vuelto a ser un desgraciado muchachito, débil y triste. Tal vez se dio cuenta de esto. Acaso lo sopesó todo y vio que la mejor solución era… dejarnos con un rasgo de nobleza.

—No creo que la princesa hubiese pensado de este modo.

—Querida Kate, ¿cómo es posible saber lo que pasa por la cabeza de otra persona? Bueno: ahora trata de dormir. Cuando hayas descansado verás las cosas más claras. Entonces hablaremos.

—Si pudiese creer que…

—Puedes creerlo. Te digo que puedes. Lo sé. Lo veo claramente. La conocía mejor que nadie aquí. Confiaba en mí, me hablaba. Sabía lo que pensaba y sentía. Se quitó la vida porque pensó que era lo mejor para ella y para los demás. Lo veo claramente.

—¡Si yo también lo viera!

—Lo verás…, y cuando todo se haya calmado, serás feliz. Te lo prometo.

—Eres maravillosa, Clare. Me confortas, como confortaste a mi padre.

Torné su bebida. Pude dormir por unas horas, pero me desperté temprano, temblando por lo que el día nos traería.

*****

Aquella mañana hubo muchas idas y venidas en el castillo. No salí del pabellón. No podía soportar la idea de ver a gente. Jeanne se llevó a Kendal a dar un paseo por el bosque.

Rollo vino a media mañana. Estaba muy serio, pero no pude adivinar lo que pensaba.

Clare, que había estado en su cuarto, bajó vestida para salir.

Nos dejó solos.

—Rollo, lo sucedido es terrible —dije—. ¿Cómo pudo suceder?

—Se mató. Saltó al vacío. Ya sabes lo inestable que era. ¿Por qué me miras así?

Se me acercó, pero me aparté.

—Estás pensando que… —comenzó.

No hablé.

—Lo sé —continuó lentamente—: Es lo que alguna gente pensará. No es verdad, Kate. Ayer no la vi en todo el día. Salió sola. Estuve el día entero en el castillo.

—Tú…, tú querías apartarla de tu camino —me oí decir.

—Claro que quería apartarla de mi camino. Nos impedía estar juntos. Sabía que no querrías nada conmigo mientras ella viviera. Y ahora ya no existe.

Hizo una pausa y prosiguió:

—Se mató. Fue un suicidio.

—Pero ¿por qué? ¿Cómo?

—¿Por qué? Siempre se quejaba de su suerte. Decía que no le quedaba nada por lo que vivir. Habló muchas veces de matarse y ahora lo ha hecho.

—Quisiera…

—¿Qué quisiera? ¿Quiere decir que no me cree? Dígalo, Kate. Diga que cree que la maté. Cree que subió a ese lugar, como solía hacer y que yo la seguí…

—Lo hiciste una vez, antes, y me encontraste.

—Sí —reconoció—. Quería alejarme del castillo y hablarle con calma. En el castillo siempre había alguien que nos oía. Quería encontrarla allí, a solas, hablarle, razonar con ella…

—¿Y ayer?

—Ya le dije que no la vi ayer. ¿Por qué me mira así?

Me había sujetado por los hombros.

—Dígame lo que le pasa por la cabeza.

—Creo…, creo que sería mejor, para todos, que me vaya.

—¿Irse ahora que somos libres?

Había en su rostro una expresión que me asustó. Pensé entonces: «La mató. Tenía que salirse con la suya a cualquier precio».

—Será difícil —balbucí—. Habrá preguntas, investigaciones… Saben tanto de nosotros. Susurros, rumores, escándalo. Nunca debí quedarme aquí con Kendal. ¿Qué cree que sentirá él ahora? Pase lo que pase, habrá habladurías. Y sobre él caerá la sombra de la murmuración. Tengo que irme. Me parece más evidente que nunca.

—No, no se irá. Ahora sí que no.

—Siempre hizo suyo cuanto deseaba —le dije—. Pero llega un momento en que no se puede continuar así. No es posible desechar a una persona sólo porque se ha convertido en un obstáculo.

—Me está usted condenando como asesino, Kate.

Me volví y me aparté. No podía soportar mirarle. Estaba furioso. Sujetó de nuevo mis hombros y me sacudió.

—¿Es eso lo que cree que soy, un asesino?

—Sé que es usted implacable.

—Los amo, a usted y al niño, y los quiero conmigo el resto de mi vida.

—Y ella se lo impedía.

—Ella era…

—Siempre estará entre nosotros. ¿No lo comprende? Nunca podré olvidarla, allí en el barranco, muerta…

—Fue su propia voluntad.

Moví tristemente la cabeza.

—Habrá acusaciones.

—La gente siempre está dispuesta a acusar…, incluso a usted, Kate.

—Por favor: júreme que no la mató.

—¡Se lo juro!

Por un instante me dejé atraer por sus brazos y gozar de sus besos.

Pero no lo creía. Todo cuanto había hecho, desde que lo conocía, me demostraba que siempre trataría de salirse con la suya. Nos quería a Kendal y a mí, y la princesa era un obstáculo. Y por eso había muerto.

Dijera lo que dijese, hiciera lo que hiciese, siempre estaría entre nosotros.

—Tal vez haya un juicio —dije.

—¿Un juicio? ¿Con qué acusado? ¿Yo? Querida Kate, se trata de un suicidio. Nadie se atreverá a acusarme oficialmente de asesinato. ¡Aquí, en mis propios dominios y con el país en el caos, intentando organizarse!… No hay cuidado.

—¿Qué es lo que teme, entonces?

—Sólo que me deje usted. No tengo nada más que temer. Ella no quería seguir viviendo y se suicidó, y al hacerlo me dejó libre. Tenía que verla a usted, pero pensé que sería mejor que no viniera al castillo, de momento. Una de las doncellas puede traer a William para las clases. Todo este asunto se calmará pronto. Vendré a verla, Kate. Dígame que me quiere.

—Sí —repuse—, me temo que sí.

—¿Temer qué?

—Tantas cosas…

—Con el tiempo, usted y yo construiremos algo. Tendré lo que siempre he deseado, una persona a la que pueda amar de todo corazón y los hijos que nos vengan.

—¡Si pudiera ser así!

—Será. ¡Puede serlo! Ahora es posible. Se lo prometo.

Deseaba creerle. Traté de creerle. Me dije que viviríamos los días difíciles que nos aguardaban y que luego llegaría la dicha que ambos deseábamos.

Pero la terrible inquietud no me abandonó, y me di cuenta de que siempre estaría ahí, entre los dos, esa sombra de la tercera persona cuya muerte había sido la llave de nuestros deseos.

Clare vino aquella noche a sentarse junto a mi cama. Me dijo:

—Te he oído moverte y agitarte y te preparé otra bebida caliente. Pero no has de acostumbrarte a ella.

—Gracias, Clare.

—¿Qué te dijo hoy?

—Que él no lo hizo.

—Claro que no. Lo hizo ella misma.

—Eso es lo que él afirma. Pero hasta si fuese verdad, él la empujó a hacerlo…, él y yo juntos.

—No. Ella misma se empujó. Ya te he dicho muchas veces que la conocía bien, que confiaba en mí. Comprendió que era lo mejor. Nunca habría sido feliz. Hace ya mucho tiempo que ni siquiera intentaba ser feliz. La atraía la idea de ser una inválida. Tenía un hijo y no se ocupaba de él. Muchas mujeres habrían encontrado la dicha en su hijo. Creo que por fin se dio cuenta del drama en que vivía. Pensó que su vida no tenía valor y que otros ganarían mucho si la abandonaba.

—Yo también la conocí bien, Clare, y no creo que hubiese razonado así. ¿Por qué, si no, negarle a Rollo el divorcio que él le pidió? No, creo que buscaba vengarse de él. ¿Por qué quitarse la vida y facilitarle así las cosas a Rollo? Con un divorcio bastaba para dejarlo libre.

—Pero es que el divorcio, para ciertas personas, no se considera como una verdadera terminación del matrimonio. El barón no quería que hubiese ninguna duda sobre el reconocimiento de sus hijos como legítimos.

—Pero su hijo es ilegítimo.

—Cuando os caséis, lo reconocerá. Puede hacerse.

—William ha sido reconocido como su hijo.

—Y no lo es.

—¡Clare!… Todo esto es tan complicado, tan trágicamente complicado. No creo que pueda ser jamás verdaderamente feliz. Siempre la imaginaré tendida en el fondo del barranco. Nunca podré olvidarla, y en lo profundo de mi corazón siempre sospecharé que mi dicha se la debo a un asesinato.

—Creo que te has convencido a ti misma de que el barón la mató.

—Convencido, no, pero…, y no se lo diría a nadie más que a ti…, siempre dudaré. Otros también se harán preguntas. Será una sombra que nos seguirá a todas partes. Nunca estaremos libres de la princesa. Afectará a nuestro amor, nos acosará, Clare, para siempre jamás. Creo que debería marcharme en seguida. Quiero llevarme a Kendal.

—Nunca será feliz lejos de aquí.

—Ya se adaptará, con el tiempo. Al principio tendré que engañarlo. Creo que lo mejor será decirle que nos vamos por unas vacaciones, dejarle creer que regresaremos.

—¿Y regresaréis?

—No. Trataré de comenzar de nuevo. Encontraré algún lugar en Londres que Rollo nunca descubra. No puedo ir a la casa de los Collison contigo. He de ir a algún sitio donde Rollo no logre encontrarme.

—Si te encontrara, te convencería de que lo que haces es un error.

—¿Crees que es un error, Clare?

—Sí, Kate. Tienes derecho a ser feliz. Puedes ser feliz. Lo amas. Sé lo que te hizo, sé el tipo de hombre que es…, pero es el hombre al que amas. Kendal lo adora y, además, es su padre. Nunca se sentirá dichoso lejos de él. Ya está demasiado crecido para olvidarlo. Siempre lo recordará y lo echará de menos.

—Deberá olvidar…, con el tiempo.

—Te digo que nunca olvidará a su propio padre.

—Durante mucho tiempo no supo que lo tenía.

—Estoy convencida de que te propones hacer una cosa equivocada. Debes tomar toda la dicha que se te ofrezca. Tal vez haya una temporada difícil, pero esto se olvidará y estarás tranquila. Ansío verte como la baronesa y ver a Kendal feliz, y el pobrecito William… ¿Te das cuenta de lo contento que estará? Debes ser feliz, Kate. Nos crían para que seamos felices. Prometí a tu padre que, si estaba en mi poder hacerte feliz, haría todo lo posible.

—Lo has hecho, Clare.

—Sí, lo he hecho. Y ahora me dices que quieres rehusar esta oportunidad. Quiero verte feliz antes de irme.

—¡Qué buena eres, querida Clare! Te preocupan los demás y haces tuyos sus problemas. Pero me conozco y creo que sobre este asunto sé lo que debo hacer. Nunca sería feliz con esa sombra entre los dos.

—¿Por qué crees que él la mató?

—No puedo evitarlo. La duda estaría siempre en mí. No con seguiría vivir tranquila con ella. Me he decidido y voy a comenzar de nuevo, empezando por marcharme…

—Nunca te lo permitirá.

—No podrá impedirlo. Quiero que me ayudes. Me marcharé a escondidas. Y una vez en Inglaterra, me perderé entre la gen te…, en algún lugar donde nunca me descubra.

—¿Me dirás dónde estás?

—Cuando haya encontrado un lugar donde vivir, te escribiré a la casa de los Collison, pero has de prometerme que me guardarás el secreto. ¿De acuerdo?

—Ya sabes que haría cualquier cosa por ti, querida Kate.

—Entonces, ¿me ayudarás ahora?

—De todo corazón —dijo solemnemente.

*****

Al despertar por la mañana, me sentí más convencida que nunca de que había adoptado la decisión apropiada, aunque nunca me había sentido tan desgraciada en toda mi vida. Me di cuenta entonces de cuán profundamente habían penetrado mis sentimientos en aquel hombre. No entraría jamás otro en mi vida. Me dedicaría por entero a mi hijo, pero sabía que él nunca olvidaría y que acaso me reprochara que lo apartara del padre al que había comenzado a querer y a admirar más que a cualquier otra persona. Y cuando ya no viera al barón, sabía de antemano que la imagen que conservaría de él iría haciéndose cada día más esplendorosa.

Podía ver los largos años que me esperaban, monótonos y sin alegría. Debía comenzar una nueva vida. Mi plan empezaba a tomar forma. Llegaría a Londres y buscaría cualquier alojamiento, hasta que hallara un estudio en el cual trabajar. La única recomendación era el nombre de mi padre. Era mucho, pero ¿habrían oído hablar en Londres de mis éxitos en París?

Eso es lo que tendría que descubrir. Era imprescindible marcharme en secreto lejos de Centeville. Me preguntaba cómo lograría que Kendal viniese conmigo. No era ya un niño pequeño. En realidad, por su edad era bastante maduro y cabía ya adivinar la influencia de Rollo en él. Pero encontraría la manera de conseguir que viniera conmigo y sin problemas. Clare me ayudaría.

Una cosa era segura. Rollo no tenía que enterarse, pues si no, haría todo lo posible para impedir mi marcha. Pero debía irme; de eso estaba bien segura.

Paseé por la orilla del foso y observé el castillo. Lo recordaría siempre en los años que me aguardaban. Viviría en mi corazón un dolor perpetuo y el ansia de algo que nunca podría ser.

La muerte de Marie-Claude había abierto una profunda sepa ración entre Rollo y yo…, más profunda de lo que hubiese podido hacerlo de estar viva.

Al regresar al pabellón, mis pensamientos eran un torbellino. Parecía silencioso y vacío. Kendal y Jeanne no estaban. Clare tampoco.

Subí a mi cuarto, para quitarme la capa, y vi encima de la cama un sobre dirigido a mí con la letra de Clare.

Sorprendida, lo cogí y lo abrí. Hallé dentro varias hojas de papel.

Leí las primeras palabras. Dieron vueltas ante mis ojos. No podía creer que no estaba soñando. Me parecía hundirme en una pesadilla. Decía así:

«Queridísima Kate: he estado toda la noche despierta tratando de encontrar la manera de hacer lo que debo. Al hablar contigo anoche me percaté de lo que debía hacer. No había más que un camino.

»Marie-Claude no se suicidó. La asesinaron, y yo conozco a quien la mató.

»Deja que te explique. Siempre he sido una persona que apenas tiene vida propia. Siempre he estado, al parecer, al filo de las cosas, mirando hacia ellas desde fuera. Me encantaba escuchar a las gentes contar su vida, compartir con ellas su existencia. Me sentía agradecida porque me admitieran en sus vidas. Las quería. He sentido afecto por muchas personas, pero por nadie tanto como por tu padre y por ti, pues me admitisteis abiertamente en vuestra familia, me hicisteis de los vuestros y me disteis más vida propia de la que tuve jamás.

»Quiero que me comprendas. Ya sé que crees que me comprendes, pero no conoces realmente la parte esencial de mí, y debes hacerlo si has de comprender cómo sucedió todo. Todos tenemos rincones ocultos. Tal vez yo no poseo más que los otros.

»De joven no tuve vida propiamente mía. Estaba mi madre, y yo con ella todo el tiempo, leyéndole, hablándole, haciendo todo por ella hasta el final de sus días. Muy enferma, sufría grandes dolores. La quería muchísimo. Fue muy duro verla sufrir. Deseaba morir, pero no podía. No le quedaba más remedio que seguir en cama, sufriendo, esperando el final. Es insoportable, Kate, tener que ver sufrir a alguien a quien se quiere. Constantemente buscaba en mi pensamiento cómo aliviar su dolor. Una noche…, le di una dosis más fuerte de lo prescrito del calmante que el doctor le había recetado. Murió sin dolor. No lo lamenté. Sabía que había hecho lo apropiado. Me sentía feliz por haberlo hecho y haberle evitado terribles días y noches de sufrimiento.

»Luego fui a vuestra casa y me recibisteis con tanto calor, y me aceptasteis en el lugar de Evie y me apreciasteis. Era distinto de cuanto había vivido. Sentía afecto por todos los de la aldea, gente afable y buena, especialmente las mellizas. Las aprecié mucho, sobre todo a Faith. La pobre Faith no era feliz. Siempre con su miedo. Supongo que todos tenemos algo de miedo, pero Faith tenía una doble ración, porque cargaba también con el de su hermana. Me daba cuenta de que era muy desgraciada y de que trataba de ocultarlo para no echar a perder la dicha de su hermana. ¿Sabías que Hope estuvo a punto de no casarse porque comprendía que el matrimonio rompería esos lazos tan estrechos que la unían a su melliza? Estaba muy preocupada acerca de cómo se las arreglaría Faith sin ella. Eran como una sola persona. Así pues, Faith no era feliz, Hope no era feliz…, pero si Faith no estuviera, Hope podía ser feliz. Ambas confiaban en mí, me contaban sus cosas…, de modo que vi la situación desde los dos lados.

»Había ese lugar, ¿recuerdas?, parecido al de aquí… Esa peligrosa cresta al lado del barranco. ¿Cómo la llamaban?… Hablé con Faith, paseamos y hablamos y nos encontramos al filo del precipicio, mirando hacia abajo. No lo había planeado. Simplemente me di cuenta de que era lo apropiado. Y lo fue. Hope es muy feliz ahora. Sus hijos son encantadores. Forman una familia dichosa. Visitan a los abuelos y la tragedia se ha olvidado, como tú habrías olvidado a la baronesa.

»Luego, tu padre. Fingía resignarse a su ceguera, pero en realidad nunca la aceptó. Lo conocía bien y me percataba de lo triste que estaba. Una vez no pudo contenerse y me confesó lo que significaba para él la pérdida de la vista. “Soy un artista —me dijo— y me hundo en la oscuridad. No veré nada: ni el cielo, ni los árboles, ni las flores, ni a ti, ni a Kate, ni al niño.” Se le rompía el corazón. Quitarle la vista a un artista es la cosa más cruel que la vida puede cometer. Un día me confesó: “Clare, estaría mejor muerto.” Entonces supe lo que debía hacer. Recordé lo fácil que fue con mi madre.

»Y esto me conduce a la baronesa. No era feliz. No lo habría sido jamás. Siempre miraba hacia dentro, hacia sí misma. No veía a nadie más que a sí misma. Ese pobre William, tan olvidado y desgraciado hasta que tú llegaste con Jeanne y Kendal. ¿Cómo habría crecido? Pero ahora tendrá una oportunidad a tu lado. Y Kendal. Nunca habría sido feliz lejos de su padre. Es un muchacho de carácter fuerte. Necesita un padre. Y el barón, Kate, que te necesita. Te necesita para que lo enseñes a vivir. No lo supo hasta que te conoció. Si lo dejaras, volvería a ser lo que fue, rompiéndolo todo, desperdiciando su vida, en realidad. Te necesita más que nadie. Y además, querida Kate, estás tú. Te considero como si fueras hija mía. Ya sé que no soy mucho mayor que tú, pero me casé con tu padre. Con ello entré en una familia que considero mía. Te quiero mucho, Kate. Creo que lo que más deseo en el mundo, ahora, es que seas feliz con tu familia, con tu trabajo. La vida puede ser espléndida para ti.

»Os pertenecéis el uno al otro, tú y el barón. Debéis permanecer juntos, pues de lo contrario todo habría sido en vano. Esto es lo que deseo este es el motivo de que hiciera lo que hice.

»Subí para encontrarnos allí arriba. Hablamos. Contemplamos el paisaje. Fue fácil. Sólo tuve que tocarla y… se acabó.

»Esto me lleva a mi último homicidio. Cuando hayas leído es tas líneas, todo se habrá consumado.

»Tal vez no debí inmiscuirme. No nos está permitido quitar la vida a nadie, ¿verdad? Pero lo que hice, lo hice por amor. Lo hice para que la vida fuese mejor para los que yo quiero. Éste debe ser un motivo poco habitual: un amor tan profundo y sincero que conduce al homicidio.

»Sé feliz con tu barón. Enséñale a vivir. Estoy segura de que Kendal se convertirá en un hombre fuerte y simpático y de que tú harás lo posible para que la vida del pobre William sea más llevadera.

»Recuerda, Kate, que cuanto hice fue por amor».

Dejé caer la carta y me quedé mirando al vacío.

¡Clare había hecho todo esto! No podía creerlo, pero recordando el pasado, vi que todo encajaba.

Mi pobre Clare, que siempre pareció tan sana, tan cuerda, estaba enferma. Su espíritu se hallaba desequilibrado. Debía estarlo, si se creía con derecho a quitar la vida. Y lo creía. «Fue por su bien y el bien de los demás», habría dicho. Podía ver cómo se convenció a sí misma. Era verdad que quiso mucho y que mató a los que quiso. ¡Qué trágico era todo! Ella, Clare, se había arrogado el poder divino de obrar, y aunque creyera que lo hizo por motivos caritativos, seguía siendo una homicida. ¡Ojalá me hubiese hablado de todo esto! Tal vez habría podido ayudarla, hacerle comprender que no hay circunstancia alguna en que se pueda cometer un asesinato. Pero ahora ya era tarde.

Me dirigí al castillo. Busqué a Rollo y me arrojé en sus brazos.

Le dije:

—Ahora conozco la verdad. Aquí está. Sé exactamente lo que sucedió. Lea esto, en seguida, para que me diga que no estoy soñando.

Tomó la carta y vi cómo el asombro dominaba su rostro a medida que avanzaba en la lectura.

Luego me miró larga y seriamente, y me pregunté cómo pude jamás pensar en dejarlo.

Cabalgamos juntos hasta el precipicio. Clare yacía en el fondo, con una dulce sonrisa en el rostro.