Apenas recuerdo nada del viaje. Supongo que los incidentes debieron de ser tan numerosos como en la mayoría de los viajes, pero, después de las penalidades sufridas, todo me parecía trivial. Tenía que atender a los niños. Había niños por todas partes y todos necesitaban atención constante. Un barco en alta mar no es un cuarto infantil muy apropiado que digamos. Los pasajeros de cierta edad estaban nerviosos. Muchas mujeres habían dejado a sus maridos y otros parientes en la India y se preguntaban incesantemente qué les habría ocurrido.
No teníamos ninguna noticia; éramos un pequeño grupo de refugiados procedentes de una tierra extraña.
Los niños se distraían con cualquier cosa y los tripulantes se alegraban de su presencia. Vi a Louise en cubierta con otros niños de su edad. Los marineros les indicaban los delfines y los peces voladores y recuerdo la conmoción que se produjo cuando avistamos una ballena.
Hubo las inevitables tormentas que nos obligaron a permanecer en los camarotes; los niños se partieron de risa al ver que no podían sostenerse en pie y que los objetos rodaban por el suelo. Todo era nuevo y emocionante para ellos. Además, sabían que, al final del viaje, les esperaba un lugar maravilloso llamado «casa».
Yo no acertaba a imaginar qué esperaban. Confiaba en que no sufrieran una decepción.
Llegamos a Suez. No me apetecía nada la travesía del desierto. En cambio, a los niños les encantó. No notaron la incomodidad de los carromatos ni la fogosidad de los caballos que los tiraban. Se divertían muchísimo durante las paradas en las caravasares. En determinado momento, oí que Louise le daba explicaciones a Alan mientras el niño brincaba arriba y abajo tal como solía hacer para expresar su alegría.
¡Con cuánta claridad lo recordaba todo! El viaje con Alice, nuestra amistad con monsieur Lasseur, la aparición de Tom Keeping y el misterioso final del presunto francés. Me estremecí al pensar en lo que hubiera podido ocurrir de no haber sido por la intervención de Tom, por orden de Fabian.
Al final, arribamos a Southamton.
—¿Ya estamos en casa? —preguntó Louise.
—Sí —contesté emocionada—. Estamos en casa.
Qué extraña se me antojó Inglaterra tras mi estancia en aquellos lugares de sol radiante, calor a menudo sofocante, flores de loto, banianos y gentes morenas de sigilosos andares y suaves voces melodiosas.
Llegamos en abril. Una época encantadora para regresar a Inglaterra, con sus árboles a punto de florecer, la lluvia suave y el sol tibio que nunca quema porque a menudo se oculta tras las nubes. Los niños lo contemplaban todo, emocionados. Debían de pensar que lo que llamábamos «casa» era algo así como La Meca o la tierra prometida y que todo en ella sería maravilloso.
Nos acompañaron a una posada para que, desde allí, tomáramos las disposiciones necesarias para regresar junto a quienes nos aguardaban.
Inmediatamente envié un mensaje a Framling, anunciando a lady Harriet mi llegada con los niños.
Allí nos enteramos de la noticia. Sir Colin Campbell había liberado Lucknow.
Hubo grandes muestras de júbilo y todo el mundo pensó que el motín estaba a punto de ser dominado.
En la posada éramos la máxima atracción y nos consideraban héroes por haber sobrevivido al terrible motín. Todos nos colmaban de atenciones.
Yo pensé en quienes habían quedado en la India. ¿Cómo estaría Fabian? ¿La liberación de Lucknow habría llegado a tiempo para salvar a Alice, Tom y Dougal? No podía soportar la idea de que el amor que Alice proyectaba compartir con Tom le hubiera sido arrebatado.
Lady Harriet no era de las que pierden el tiempo. En cuanto recibió mi nota, envió un carruaje para que nos condujera a Framling. Inmediatamente nos pusimos en marcha. Recorrimos los caminos de la campiña inglesa, con sus verdes pastos, sus bosques, sus corrientes y sus ríos. Los niños lo contemplaban todo fascinados. Louise guardaba silencio y Alan no podía reprimir su impulso de brincar arriba y abajo.
Al final, llegamos a la aldea en la que había transcurrido mi infancia, con su prado, su rectoría y la Casa.
¿Cómo estaría Colin Brady?, me pregunté. Seguramente seguiría siendo el humilde servidor de lady Harriet.
Observé a los niños mientras nos dirigíamos a Framling. La mansión aparecía espléndida bajo el sol pálido; arrogante, formidable y sobrecogedoramente hermosa.
—¿Esto es casa? —preguntó Louise.
—Sí —contesté—. Pronto veréis a vuestra abuela. Tuve que sujetar a Alan para evitar que saltara del carruaje.
Mientras subíamos por la calzada, los recuerdos se agolparon en mi mente. Lavinia…, oh, no. No podía soportar el recuerdo de la última vez que la vi. Tampoco me atrevía a pensar en Fabian. Tal vez mis sueños fueron descabellados. Ahora que me encontraba en presencia de aquel soberbio montón de ladrillos y estaba a punto de ver a lady Harriet, comprendía cuán absurdos habían sido mis sueños.
Cuando Fabian volviera, todo seguiría como siempre, y yo, la vulgar chica de la rectoría, tendría un buen trabajo como institutriz de los nietos de lady Framling y sería una muchacha juiciosa que no olvidaría el lugar que ocupaba en la casa. Eso era lo que quería y esperaba de mí lady Harriet; y lady Harriet siempre se salía con la suya. El carruaje se detuvo y apareció una de las criadas. ¿Jane? ¿Dolly? ¿Bet? No me acordaba, pero yo la conocía y ella me conocía a mí.
—Oh, señorita Delany. Lady Harriet dijo que usted y los niños fueran a verla en cuanto llegaran.
Los niños estaban deseando descender del coche.
Entré en el vestíbulo que tan bien conocía, con su alto techo abovedado y sus muros ostentando las armas con que multitud de Framling de otras épocas protegieron la Casa contra todos los ataques. Subí por la escalinata para dirigirme al salón donde lady Harriet estaría esperando.
—Ya están aquí, lady Harriet.
La aristócrata se levantó con su majestuoso porte de siempre. Tenía las mejillas ligeramente arreboladas y sus ojos se posaron inmediatamente en los niños.
Sentí que éstos me comprimían las manos.
—Ésta es vuestra abuela, niños —dije.
Los chiquillos la miraron y ella los miró. Me pareció que lady Harriet se conmovía profundamente, sin duda acordándose de Lavinia. Me alegré de que ignorara la clase de muerte que sufrió. Fabian jamás se lo diría, y yo tampoco. Muchas personas perdieron la vida en el motín y todo el mundo lo aceptaba como obra del destino.
—Buenos días, Drusilla —me dijo—. Bien venida a casa. Acércate. Conque ésta es Louise.
Louise asintió.
—Yo soy Alan —dijo el niño—. Esto es Casa, ¿verdad?
¿No me pareció ver parpadear los ojos de lady Harriet como si temiera que las lágrimas la traicionaran?
Creo que sí. Noté que la voz se le quebraba levemente cuando dijo:
—Sí, mi querido niño, has llegado a casa —después volvió a ser la lady Harriet de siempre—. ¿Cómo estás, Drusilla? Te veo muy bien. Sir Fabian me escribió sobre ti. Sé que fuiste muy juiciosa. Siempre has sido una chica juiciosa. Tu habitación está junto a la de los niños. Provisionalmente tal vez… pero, al principio… ellos lo preferirán. Algún día me contarás tus aventuras. Ahora, Louise, acércate, querida.
Louise soltó a regañadientes mi mano.
—Mi querida niña —dijo lady Harriet—. ¡Pero qué alta eres! Todos los Framling son altos. Ésta será tu casa ahora. Yo soy tu abuela y en adelante cuidaré de ti.
Louise se volvió a mirarme con inquietud.
—La señorita Delany…. Drusilla…, también estará aquí. Todos estaremos juntos. Y después tendrás una niñera… inglesa, como la señorita Philwright.
Una expresión de leve reproche apareció en sus ojos. ¡Cómo se atrevió la niñera Philwright a olvidarse de sus deberes, abandonando a los niños Framling para casarse! Seguía siendo la misma lady Harriet de siempre y no había cambiado ni un ápice. No obstante, me pareció ver en ella una ligera emoción, que se limitaba naturalmente a la familia Framling y no se extendía a los de fuera.
Ambos niños la miraron con cierto asombro. Creo que ella se conmovió profundamente al verlos, aunque trató de disimular sus sentimientos con la brusquedad de sus modales.
—Supongo que a los niños les apetecerá comer algo —dijo—. ¿Qué tal un poco de caldo…, leche, pan y mantequilla? ¿Qué te parece, Drusilla?
Pensé que el hecho de que pidiera mi opinión era una muestra de la intensa emoción que la embargaba.
—Pronto almorzarán —contesté.
—Pues entonces creo que lo mejor será un poco de leche y una rebanada de pan con mantequilla. ¿Os apetece? —preguntó, dirigiéndose a los niños.
Louise contestó que sí, por favor, y Alan asintió solemnemente con la cabeza.
—Muy bien —dijo lady Harriet—. Os lo enviaré a vuestras habitaciones. Ya mandé preparar el antiguo cuarto infantil. Y más tarde, Drusilla, tendré que hablar contigo. De momento, ocuparás la habitación contigua al cuarto de los niños. Más adelante tendremos una niñera, pero al principio…
Dije que la medida me parecía excelente.
Subimos a los antiguos aposentos infantiles y, por el camino, lady Harriet ordenó a una criada que fuera por el refrigerio.
Las estancias eran claras y ventiladas. Recordé los viejos tiempos, cuando jugaba allí con Lavinia e inmediatamente evoqué su aspecto la última vez que la vi. Una terrible sensación de angustia me envolvió por todas partes. Se decía que, en aquellas estancias, Fabian imponía su ley, incluso a su madre.
Era el niño mimado, cuyo más leve capricho tenía que ser satisfecho, aunque ello significara alejar a una niña de los suyos.
Aquellas aposentos me traerían muchos recuerdos, pero, aun así, hubiera deseado marcharme pues nunca sería más que una forastera en aquella casa, la hija del párroco, cuya posición social no era lo suficientemente encumbrada como para mezclarse con los Framling, a no ser que pudiera servirles en algo.
—Ahora os dejo para que os instaléis —dijo lady Harriet.
Me pareció que deseaba retirarse porque no podía soportar la contemplación de aquella estancia donde su hija muerta vivió y jugó de niña, tal como harían ahora sus nietos. ¿Cómo era posible que se dejara arrastrar por la emoción? Se trataba de algo que ella jamás hubiera querido reconocer.
Al final, se fue y me dejó sola con los niños.
—¿Es la reina? —preguntó Louise.
*****
Fue un día muy extraño. Más tarde, acompañé a los niños en un recorrido por la casa y el jardín. Todo les pareció maravilloso.
Nos tropezamos con algunos criados que no pudieron disimular su alegría ante la perspectiva de tener niños en casa.
Con el tiempo aquí serán felices, pensé. Los pequeños se aferraban a mí con mayor intensidad que antes, lo cual significaba que estaban un poco inquietos por el cambio producido en sus vidas y por el impresionante aspecto de su abuela.
Enviaron la comida en una bandeja.
Lady Harriet me había dicho que deseaba hablar conmigo aquella noche, por lo que me invitó a su salón después de la cena.
—Siéntate, Drusilla —dijo—. Hay tantas cosas que quiero decirte. Sé que has sufrido muchas penalidades. Sir Fabian me contó cómo cuidaste de los niños y les mantuviste a salvo durante aquel terrible período. Ambos te estamos profundamente agradecidos. Sir Fabian dice que te quedarás con los niños, por lo menos hasta que él regrese, cosa que espera poder hacer dentro de no mucho tiempo. Cree que habrá cambios en la India a causa de ese terrible motín. Louise y Alan están fuera de peligro, pero también está la otra niña. Lo sé todo, y sé el papel que desempeñaste en ello. Fue una desgracia, pero no vamos a hablar de eso ahora. Sir Fabian me contó la historia y yo fui a ver a las personas que custodian a la niña. ¡Qué lugar tan horrible! Les pedí que vinieran aquí, pero ellas hicieron caso omiso de mi petición… y tuve que ir a su casa. Es una lástima que ellas se encargaran de la niña.
—Debo decirle, lady Harriet, que fueron muy buenas con nosotras. No sé qué hubiéramos hecho sin ellas.
—No te reprocho nada, Drusilla. Tu comportamiento en todo aquel asunto fue… encomiable. Esa antigua niñera tuya… es una mujer muy honrada y enérgica —añadió lady Harriet, admirando a regañadientes a una persona de carácter muy semejante al suyo—. Supongo que lo que hicieron en aquellos momentos fue… admirable. Pero ahora tenemos que pensar en la niña. Por desdichadas que fueran las circunstancias de su nacimiento, es mi nieta y debe ser educada aquí, en Framling.
—Lady Harriet, ellas la han cuidado desde que era pequeña. La quieren como a una hija propia. Jamás querrán separarse de ella.
—Eso ya lo veremos —dijo lady Harriet con firmeza—. Sir Fabian piensa que la niña debería estar aquí con su hermanastra y su hermanastro.
—Ellas nunca querrán separarse de la niña.
—Es una Framling y yo soy su abuela. Tengo mis derechos.
—No seria bueno para la niña arrancarla de golpe de allí.
—Con el tiempo conseguiremos que sean sensatas.
—Pero, lady Harriet, lo que es sensato para usted puede que no lo sea para ellas.
Me miró, asombrada de que pudiera hacerle semejante comentario. Sostuve su mirada sin parpadear. Tal como ya hiciera con Lavinia, había tomado la firme determinación de no dejarme dominar. Si mi comportamiento no le gustaba, tendría que hacerle comprender que estaba allí simplemente porque no quería dejar a los niños. En aquellos momentos, yo le era a lady Harriet más útil que ella a mí, lo cual me daba cierta ventaja. Mi situación no era la de una institutriz cualquiera.
—Ya veremos —dijo lady Harriet con expresión sombría—. Quiero que vayas a ver a esa gente —añadió.
—Pensaba hacerlo. Le tengo mucho cariño a Polly, y también a su hermana y a Fleur.
—En tal caso, deseo que vayas cuanto antes.
—Esa es mi intención.
—Explícales las ventajas de que la niña esté aquí —dijo lady Harriet, insistiendo—. A pesar de su nacimiento irregular, es mi nieta. Hay que hacerles comprender lo que eso significa.
—Creo que ellas harán lo que sea mejor para la niña.
—Veo que podrás hacerlas entrar en razón.
—No estoy muy segura de cuál será su reacción, lady Harriet.
—Confío en ti, Drusilla —lady Harriet me dedicó una sonrisa que fue como una recompensa anticipada por la recuperación de su nieta ilegítima. Sin embargo, la cosa no iba a ser fácil. Conocía muy bien a Polly y Eff y sabía que eran tan obstinadas como la propia lady Harriet—. Bueno, pues —prosiguió diciendo la noble dama—. Ahora que Louise y Alan están aquí, su futuro está asegurado.
—¿Y su padre? —pregunté—. Es posible que tenga planes para ellos cuando regrese.
—Oh, no —exclamó lady Harriet, echándose a reír—. No hará nada. Comprenderá que, a mi lado, estarán mejor. _ ¿Hay alguna noticia…?
—Muy pocas. Estaba en Lucknow con aquella niñera y su marido —contestó lady Harriet, haciendo una mueca despectiva—. Todos estaban a salvo. Eso nos dijeron. Pero, como es natural, los terribles acontecimientos aún no han terminado. Aquella horrible gente, matando a las personas que tanto bien les hicieron. Hombres, mujeres y niños ingleses… ¡asesinados por unos nativos! Tendrán su merecido.
—Me alegra saber que están a salvo —dije.
—Bien, Drusilla —dijo lady Harriet, asintiendo—, ha sido un día muy largo para ti… y también para mí. Voy a retirarme. Los niños ya están durmiendo, supongo.
—Oh, sí, estaban muy cansados.
—Lo imagino. Lamento tener que encomendarte los deberes de una niñera, pero ellos están acostumbrados a ti y, de momento, me parece lo mejor. Creo que demasiados cambios no serían buenos para ellos. Pero ya tengo en proyecto contratar a una buena niñera.
—Yo también creo que, por ahora, están mejor conmigo. Les cuidé durante todo el viaje… y antes también. Echan mucho de menos a su niñera india.
Una expresión de reproche se dibujó en su rostro.
—Bueno, ahora tendremos una niñera inglesa… y todo eso se acabará. Buenas noches, Drusilla.
—Buenas noches, lady Harriet.
Qué extraño me pareció encontrarme de nuevo en aquella casa… ¡y vivir bajo su techo!
Me dirigí a mi habitación. Las sábanas blancas estaban muy frías y el dormitorio era muy ventilado y un poco austero. Cuántos recuerdos…, más allá de los jardines… el prado, la vieja iglesia…, la rectoría…, los escenarios de mi infancia.
Pensé en mi padre. Le recordé saliendo de la rectoría para dirigirse a la iglesia con su devocionario bajo el brazo y el caballo despeinado por el viento, evocando acontecimientos lejanos…, probablemente de la antigua Grecia.
Cuántas cosas habían ocurrido desde que yo me fuera.
No me sentía cansada y, sin embargo, tan pronto como me acosté entre aquellas crujientes y frías sábanas, me quedé profundamente dormida a causa del agotamiento físico y emocional. El día siguiente lo pasé con los niños. Les llevé a dar un paseo por el antiguo cementerio y vi a Colin Brady y su mujer. Tenían un hijo.
Ellen Brady, la hija del médico que se había casado con Colin, se empeñó en invitarme a la rectoría, donde me sirvió un vaso de vino de saúco. Poco después entró Colin y se unió a nosotras. Los niños se quedaron sentados muy quietos.
Pensé que yo hubiera podido estar allí, sirviendo vino de saúco a mis invitados. No. Jamás me hubiera conformado con aquella vida, pese a constarme que lady Harriet me seguía considerando una insensata por no haberla aceptado.
—Pensamos en ti cuando nos enteramos de la noticia, ¿no es cierto, Ellen?
Ellen contestó que sí.
—Qué cosas tan terribles. ¿Cómo se atrevieron? Debió de ser espantoso.
Una criada acompañó a los niños al jardín para que los mayores pudiéramos hablar libremente.
—Y la señorita Lavinia…, la condesa. Qué horror morir de esa manera… y tan joven…
Convine con ellos, pensando: «No tenéis ni idea de cómo murió. No os lo podéis ni imaginar».
En la aldea, la gente se paraba para hablar conmigo y los tenderos salían de sus establecimientos al verme pasar.
—Me alegro de que haya vuelto, señorita Drusilla. Debió de ser horrible…
Todo el mundo mostraba mucho interés por los niños.
—Será bonito que haya niños en Framling. Lady Harriet estará contenta.
De eso no cabía la menor duda. Yo sabía que lloraba la muerte de Lavinia. Consideraba una afrenta que los nativos atacaran a los ingleses, pero el hecho de que hubieran asesinado a su hija le parecía algo totalmente inconcebible. Pensé que tal vez nunca la había entendido del todo. Lo que más le interesaba eran sus hijos… y ahora sus nietos. La batalla por la custodia de Fleur sería tremenda.
Lo estuve pensado mucho y, tan pronto como los niños se hubieron aclimatado lo bastante como para prescindir de mí unos días, decidí ir a ver a Polly, anunciándole previamente por carta mi llegada.
Lady Harriet visitaba a menudo a los niños en el cuarto infantil.
Pese a que yo les instaba a que hablaran con ella, en presencia de su abuela no querían apartarse de mi estilo, no les forzaba porque no era su estilo, pero cuando Louise le dirigía la palabra se ponía muy contenta. Alan apartaba los ojos cuando la veía.
—Los niños están muy apagados —me comentó una noche, cuando los pequeños ya se habían ido a dormir.
—Tienen que acostumbrarse al ambiente —dije—. Han vivido muchos cambios. A su debido tiempo, lo superarán.
—Tendrán que aprender a montar.
Contesté que me parecía una buena idea.
—Aún tardaré un poco en buscarles una niñera.
—Es mejor que primero se acostumbren a los nuevos rostros —señalé.
Lady Harriet asintió en gesto de aprobación.
—Las noticias ya son mejores —dijo—. El general Roberts está obrando maravillas. Le está enseñando a esos salvajes quiénes son los amos, y parece que sir John Lawrence recibe muchos elogios por su labor. Dicen que las cosas pronto volverán a la normalidad… toda la normalidad que pueda haber en semejante sitio. Es muy posible que sir Fabian y el padre de los niños vuelvan a casa antes de lo que yo esperaba.
—Sería un gran alivio para usted, lady Harriet.
—Por supuesto. Entonces podrán repicar las campanas de boda. Lady Geraldine ya ha esperado bastante.
No quise mirarla por temor a que leyera algo en mis ojos.
—Ya no habrá más demoras en cuanto sir Fabian regrese a casa —añadió lady Harriet—. El no lo querría por nada del mundo —sonrió con indulgencia—. Me parece que está muy impaciente. Es su carácter. Cuando quiere una cosa, la quiere en seguida. Por consiguiente, estoy segura de que pronto tendremos una boda.
Allí en casa todo me parecía razonable y distinto. Cuando estábamos en la India, viajando de Delhi a Bombay, tal vez tuve sueños imposibles.
Allí me daba cuenta de lo insensata que había sido.
*****
Recibí una cariñosa respuesta de Polly:
Me paso el día cantando de alegría. Eff dice que la vuelvo loca, pero es que no sabes lo contenta que estoy de que hayas vuelto a casa sana y salva. Te estamos esperando, ven en seguida.
Los periódicos anunciaron la buena noticia. El motín estaba a punto de ser dominando y grandes titulares en letras negras proclamaban la victoria.
El general Roberts y sir John Lawrence eran saludados como héroes. Se habló mucho sobre la lealtad de los sijs y la traición de los cipayos. Pero todo se había arreglado. A los malvados se les había dado una lección y los buenos habían salido triunfantes.
Los ancianos sentados junto al estanque comentaban la liberación de Lucknow. Nombres como Bundelkhund y Jhansi se repetían sin cesar.
Todos habían derrotado al perverso Nana Sahib y habían vencido a Tantia Topee, obligando a los amotinados a ocupar el lugar que les correspondía.
En el aire se respiraba una atmósfera de paz. La primavera estaba con nosotros; el leve zumbido de los insectos se mezclaba con el sonido de las tijeras de los jardineros recortando los setos.
Ya estábamos en casa y yo ardía en deseos de ver a Polly. Le dije a los niños que estaría fuera unos días. Se habían encariñado mucho con Molly, una de las doncellas, y yo sabía que se sentirían a gusto con ella. Molly les acompañaba todas las tardes al salón para que pasaran una hora con su abuela, y, poco a poco, los chiquillos habían aceptado aquel ritual y ya no le tenían tanto miedo a lady Harriet. Comprendí que podría dejarles tranquilamente. Me moría de ganas de hablar con Polly.
Me esperaba en la estación y al verme se le llenaron los ojos de lágrimas. Por un instante, permanecimos fuertemente abrazadas en silencio.
Después Polly volvió a ser la mujer práctica de siempre.
—Eff se ha quedado en casa y ya tendrá la tetera a punto cuando lleguemos. ¡No sabes qué contenta estoy de verte! Deja que te vea. No está mal. Qué preocupada estuve, sabiendo que estabas allí. Se me erizaban los pelos de sólo pensarlo. Cuando nos enteramos de que volvías, hubieras tenido que vernos…, Eff y Fleur… la niña te recuerda perfectamente. Si quieres que te diga la verdad, Eff a veces está un poco celosa. Ella es así. Pero cuánto me alegro de verte. Ya te dije que me pasaba el día cantando y que Eff estaba medio loca de tanto oírme. Bueno, pues, ya estás aquí.
En el coche que nos condujo a casa apenas hablamos. Al final, llegamos a nuestro destino.
Se abrió la puerta de par en par y aparecieron Eff y Fleur. Eff como siempre y Fleur más crecida de lo que yo imaginaba: una preciosa niña morena que me arrojó los brazos al cuello y me besó con cariño.
—Pero, bueno, ¿es que vamos a pasarnos aquí toda la noche? —Dijo Eff—. Tengo la tetera hirviendo y unos bollos riquísimos para el té. Tengo que tostarlos, pero no quise hacerlo hasta que vinierais. No queremos que se resequen, ¿verdad?
Nos sentamos todas en la cocina, pero estábamos tan emocionadas que, al principio, no supimos qué decir. Querían presentarme a la institutriz.
—La señora Childers es una auténtica dama —me dijeron.
—Una persona venida a menos —añadió Polly—. Es muy meticulosa y le encanta estar aquí. No se da humos, quiere mucho a Fleur y ésta le tiene un cariño enorme. No sabes lo lista que es. La historia, la geografía y el francés se le dan de maravilla. Fleur tiene una facilidad innata para esas cosas. Tendrías que oírlas, hablando en franchute. Eff y yo nos partimos de risa, ¿verdad, Eff?
—Eso, tú —contestó Eff—. A mí el francés me encanta y no es cosa de risa. Está bien que Fleur sepa hablar en francés.
Casi todas las damas lo dominan, y ella será una dama.
La señora Childers resultó una persona muy agradable. Debía de rondar los cuarenta años, era viuda y le gustaban mucho los niños.
Eff me explicó que no era engreída a pesar de sus orígenes y que tomaba las cosas tal como venían. Aunque ellas no fueran damas de alto copete, me dijo Polly, la trataban como a una igual y, si no le gustaba, peor para ella. La propia señora Childers me dijo más tarde que se encontraba muy a gusto en la casa y que apreciaba mucho a Fleur. Por consiguiente, todo marchaba a las mil maravillas.
Cada mañana, la señora Childers se iba al parque con Fleur para enseñarle las flores y otras cosas por el estilo, me explicó Eff. Se trataba de algo llamado botánica.
Eff iba a comprar a menudo al mercado, lo cual me permitía hablar a solas con Polly.
Polly me comentó en seguida la visita de lady Harriet.
—Quiso que fuera a verla. «Por favor, venga a Framling sin demora». Pero ¿quién se habrá creído que es? «Váyase usted a paseo», le dije, no a ella… sino a Eff. Entonces se presentó aquí. Hubieras tenido que verla. Yo quería recibirla en la cocina, pero Eff prefirió el salón. Nos anunció que se iba a llevar a Fleur.
—Que se cree usted eso —le dije—. Ésta es la casa de Fleur y la niña se queda aquí. «Entonces nos explicó las cosas que podría hacer por la niña».
—Nosotras también —le dije—. ¿Sabe usted que ahora somos propietarias de esta casa? Sí, la compramos y pensamos adquirir también la de al lado.
Eff dice a veces que podríamos irnos a vivir al campo.
—¡Al campo! ¿Tú, Polly? Pero si Londres te encanta.
—Bueno, pero cuando llevas mucho tiempo aquí, es distinto. A Eff siempre le gustó un poco de verde. De todos modos, eso sería más adelante. Lo que digo es que podemos cuidar de Fleur sin la ayuda de su señoría. Bueno, y tú, ¿qué? Ahora vives allí… con esa mujer.
—Los niños están allí, Polly… Louise y Alan. Te encantarán.
—Si son la mitad de simpáticos que su hermana, seguro que sí. Estarán contentos de tenerte allí, pero no creo que lo paséis muy bien en aquella casa con su señoría.
—Me las apaño. Quiere mucho a los niños y comprende que ellos me necesitan. Recuerda que estuve con ellos durante todo el terrible período en la India.
—Ya sabes que, si no puedes aguantarla, aquí tendrás siempre tu casa —dijo Polly—. Tal y como nos van las cosas, creo que nos las arreglaríamos. Los alquileres son muy rentables, y ahora que la casa es nuestra, el negocio nos va muy bien. Claro que tuvimos que trabajar mucho y al principio no fue fácil. Ah, ahora que recuerdo. Tenía que habértelo dicho antes. En fin, tuve que hacerlo. Sé que tú lo comprenderás.
—Así lo espero, Polly. ¿De qué se trata?
—Fleur estuvo enferma.
—No me dijiste nada.
—No quise preocuparte, estando tan lejos. Tampoco hubieras podido hacer nada. Estuvo en peligro de muerte.
—¡Oh, Polly! ¿Lo dices en serio?
—Y tan en serio. Si su abuela hubiera estado aquí en aquellos momentos, se la hubiera llevado.
Tenía una cosa en la garganta. De no ser por la operación, se hubiera muerto.
—Es terrible, Polly. Y yo sin saber nada.
—Había un hombre…, un cirujano muy bueno o algo así. El doctor Clement nos lo recomendó. Nos dijo que era el único que podía salvarla. Ten en cuenta que estaba en Harley Street, en una zona muy elegante…, y cobraba unos precios que no veas. Tuvimos que reunir el dinero porque acabábamos de comprar la casa. Si hubiera ocurrido antes, hubiéramos echado mano del dinero para curarla. El caso es que estábamos sin un penique. Teníamos la casa, pero maldita la gracia que nos hubiera hecho si hubiéramos perdido a Fleur.
La miré horrorizada, pero ella sacudió la cabeza sonriendo.
—Ahora ya pasó todo. El hombre hizo su trabajo y la curó por completo. Ahora te diré lo que hicimos. ¿Recuerdas aquel abanico que tenías…, el que te dio la señorita?
Asentí en silencio.
—Tenía una joya incrustada.
—Sí, Polly, sí.
—La llevé a un joyero y me dijo que valía un montón de dinero —Polly me miró con expresión culpable, y añadió—: Le dije a Eff: «Eso es lo que querría Drusilla si estuviera aquí». A ella le pareció bien. Necesitábamos el dinero en seguida y tuve que tomar una decisión. O las joyas o la pequeña Fleur. Llevé el abanico al joyero y me compró la joya… La sacó con mucho cuidado. Así pudimos salvarle la vida a Fleur.
Como todavía nos sobró un poco de dinero, Eff y yo la llevamos a la costa. Lo pasamos muy bien. Hubieras tenido que ver cómo le volvió el color a la cara. Comprenderás…
—Pues, claro que lo comprendo, Polly. Y me alegro mucho.
—Ya lo sabía yo. Qué es un pedazo de piedra comparado con la vida de una niña, ¿verdad? Eso es lo que le dije a Eff. Y te diré una cosa. El joyero hizo un buen trabajo con el abanico. Está tal cual. Lo tengo muy bien guardado. Espera un momento.
Me puse a temblar mientras ella iba por el abanico. Las plumas de pavo real siempre me recordarían aquel terrible abanico ensangrentado y abierto a los pies de Lavinia. Polly regresó y abrió orgullosamente el abanico. Estaba exactamente igual que antes; el lugar ocupado por las joyas había sido cuidadosamente cubierto.
—¡Mira! —Dijo Polly—. Es precioso. Nunca olvidaré que le salvó al vida a Fleur.
A mi regreso, lady Harriet quiso saber qué había ocurrido.
—Se muestran inflexibles —le dije—. Jamás cederán la custodia de Fleur.
—Pero ¿no les explicaste las ventajas que yo puede ofrecerle?
—Creen que la niña está mejor con ellas. Han contratado a una institutriz, ¿sabe?
—¿De veras? No acierto a comprender qué puede hacer una buena institutriz en semejante sitio.
—Parece una persona muy inteligente y quiere mucho a Fleur.
—¡Tonterías! —Dijo lady Harriet—. Tenemos que hacerles entrar en razón. Podría hacer valer mis derechos, ¿sabes?
—Las circunstancias son más bien extraordinarias.
—¿Qué quieres decir? Fleur es mi nieta.
—Pero hasta ahora no conocía usted su existencia.
—¿Y qué? Sé que es mi nieta. Tengo mis derechos.
—¿Quiere usted decir que pondría un pleito?
—Haré todo lo que sea necesario para recuperar a mi nieta.
—Tendría que sacar a relucir las circunstancias del nacimiento de la niña.
—¿Y bien?
—¿No le importa?
—En caso necesario, se tendrá que hacer.
—Pero, si lleva este asunto ante los tribunales, habrá publicidad. Y eso no sería beneficioso para Fleur.
Lady Harriet vaciló un instante y después dijo:
—Estoy firmemente dispuesta a conseguir la custodia de mi nieta.
Me pareció un poco irónico que Fleur fuera una niña no deseada por su madre y hubiéramos pasado tantos apuros para encontrarle, una casa.
Ahora había dos bandos enfrentados: uno dispuesto a conseguir su custodia y el otro a conservarla.
Me pregunté cuál sería el vencedor.
*****
El tiempo pasaba y Louise y Alan ya se estaban convirtiendo en típicos niños Framling. Les daban lecciones de equitación y cada mañana pasaban media hora en la dehesa con uno de los mozos de cuadra. Lady Harriet los contemplaba satisfecha desde su ventana.
Al final, llegó la niñera. Debía de tener unos cuarenta y tantos años y se había pasado más de veinticinco cuidando niños. A lady Harriet le gustaba mucho porque había trabajado en una familia ducal, no en la de un primogénito sino en la de un segundón, pero eso no importaba.
—Te librará de los trabajos más pesados —me dijo—, y así podrás concentrarte exclusivamente en las clases.
Los niños aceptaron a la niñera Morton, que poseía el don de actuar con mano firme y, al mismo tiempo, transmitir la impresión de que era un ser omnisciente capaz de protegerles contra el mundo. De este modo, en seguida se convirtió en parte de la rutina diaria y les ayudó a adquirir aquello que tanto les interesa a los niños: seguridad. De vez en cuando, los chiquillos recordaban a su madre y al aya, pero cada vez con menos frecuencia. Framling era ahora su hogar.
Les gustaba la grandiosidad de aquella casa tan misteriosa y conocida a la vez; lo pasaban muy bien montando a caballo y, aunque le tenían un cierto miedo a su impresionante abuela, también la querían a su manera y se alegraban de que ella les expresara ocasionalmente su aprobación por lo que hacían; por si fuera poco, nos tenían a la niñera Morton y a mí.
Las semanas encerrados en casa de Salar y la sensación general de inquietud que experimentaron les hacían apreciar más si cabe la paz de Framling, los hermosos jardines, los paseos a caballo y el ambiente de bienestar que les rodeaba.
Lady Harriet me hablaba a menudo de lady Geraldine.
—Tendremos que hacer algunas reformas en el ala oeste —me dijo—. Pero no haré nada porque, quizá, lady Geraldine querrá cambiarlo todo cuando venga. Es una amazona extraordinaria —añadió—. Apuesto a que querrá mejorar las cuadras.
A medida que transcurría el tiempo, lady Geraldine aparecía cada vez con más frecuencia en nuestras conversaciones.
—Ahora ya no debe haber nada que retenga a sir Fabian en la India —dijo lady Harriet—. Estoy segura de que pronto volverá a casa.
Invitaré a lady Geraldine para cuando él venga. Será una bonita sorpresa para sir Fabian.
Más vale que Louise y Alan aprovechen al máximo los aposentos infantiles porque quizá pronto tendrán que compartirlos.
—¿Se refiere a Fleur…?
—Sí. A Fleur y a los hijos de sir Fabian cuando se case —lady Harriet soltó una risita estridente—. La familia de lady Geraldine es famosa por su fertilidad. Todos tienen muchos hijos. Estaba emocionadísima porque no pensaba que su hijo pudiera tardar mucho en volver. Al final, Dougal regresó a casa. Estábamos dando clase en el aula y no hubo previa advertencia.
Lady Harriet se presentó con él, pero, antes de que entrara en la estancia, le oí decir:
—Les está dando clase Drusilla. Te acuerdas de Drusilla…, aquella chica tan juiciosa de la rectoría.
¡Cómo si hiciera falta recordárselo! Fuimos muy buenos amigos. Después nos vimos en la India y él sabía que me encargué del cuidado de sus hijos allí.
Pero lady Harriet nunca estaba muy al corriente de las actividades de los sirvientes.
Dougal entró y me sonrió, antes de posar la mirada en sus hijos. Me levanté.
—Niños —dijo lady Harriet—, ha llegado vuestro padre.
—Hola, papá —dijo Louise.
Alan guardó silencio.
—¿Cómo estáis? —Preguntó Dougal—. ¿Y tú, Drusilla?
—Muy bien, ¿y tú? —contesté.
—Todo ha sido muy largo —dijo Dougal, sin dejar de mirarme.
—Supimos lo de Lucknow. Debió de ser terrible. —Terrible para todos nosotros.
—Creo que será mejor que los niños terminen su clase —dijo lady Harriet—, y, como es una ocasión especial, nos reuniremos todos en mi salón.
Los niños dejaron sus libros y yo me entretuve en cerrarlos y guardarlos en un cajón.
—Os gustará estar con vuestro padre —dijo lady Harriet.
—Sí, abuela —contestó Louise en tono sumiso.
—Más tarde hablaremos —dijo Dougal, mirándome.
Me quedé sola en el aula, recordando que, a pesar de todo lo ocurrido, yo no era más que la institutriz.
*****
Los niños no parecieron alegrarse demasiado de ver a su padre; en cambio, lady Harriet se puso muy contenta porque Dougal le dio la noticia del pronto regreso de Fabian.
—Una buena noticia de la India —me dijo lady Harriet—. Mi hijo emprenderá muy pronto el viaje de vuelta a casa. La boda se celebrará inmediatamente. Ahora ya estarían casados de no haber sido por esos malditos salvajes. Ya estoy empezando a pensar en lo que voy a ponerme. En cuanto madre del novio, tendré un importante papel que desempeñar, y Lizzie Carter es un poco lenta, aunque trabaja muy bien. Louise será una doncellita encantadora y Alan un paje muy marcial. Me encanta organizar bodas. Me acuerdo de Lavinia… —su rostro palideció intensamente—. Pobre Dougal —añadió—. Sin ella es un alma perdida.
Yo nunca había observado que buscara apoyo en Lavinia, pero no dije nada. La mención de Lavinia era tan dolorosa para mí como para lady Harriet.
Dougal se quedaría unos días en Framling y después regresaría a sus posesiones. Aprovechó la primera oportunidad que tuvo para hablar conmigo.
—Es maravilloso volver a verte, Drusilla —dijo—. Algunas veces pensaba que jamás volvería a ver a nadie. Qué experiencia vivimos.
—Las vivimos nosotros y muchos miles de personas más.
—A veces, pienso que nunca volveré a ser el mismo.
—Creo que a todos nos ocurre.
—Voy a dejar la Compañía. Pensaba hacerlo de todos modos. Me parece que habrá muchos cambios. La impresión es que se avecina el fin de la Compañía. Tengo el propósito de cederle los intereses a un primo.
—¿Qué harás?
—Lo que siempre quise. Estudiar.
—¿Y los niños?
Dougal me miró, sorprendido.
—Pues, se quedarán con su abuela.
—Es lo que ella quiere.
—Me parece lo más sensato. Ella tiene una casa muy grande, con aposentos infantiles y todo lo que los niños necesitan y, además…, está firmemente decidida a quedarse con ellos. Le estuve hablando a Louise de algunos de los más recientes hallazgos arqueológicos y le interesó mucho.
—Louise es muy inteligente…, pertenece a esa clase de niños que muestran interés por todo lo que escuchan.
—Sí. Es fascinante estudiar la mente de un niño… y seguir el desarrollo de la inteligencia. Poseen cerebros perfectos, libres de trabas y capaces de aprenderlo todo inmediatamente.
—Claro, porque tienen que captar todo lo necesario para vivir. A menudo pienso que razonan con lógica y claridad. Lo único que les falta es experiencia, y por eso tienen que aprender a enfrentarse con el triunfo y el fracaso.
—Me alegro de estar contigo, Drusilla. Te eché de menos. Pienso con frecuencia en los viejos tiempos en la rectoría. ¿Te acuerdas de ellos?
—Por supuesto.
—Tu padre era un hombre interesante.
Estábamos observando a los niños durante su habitual clase de equitación. En aquel momento pasó Alan sin sujetar las riendas de su montura, acompañado del mozo.
—Mírame, Drusilla —gritó—. Mírame. Sin riendas.
Batí palmas y él rió alegremente.
—Te quieren mucho —dijo Dougal.
—Nos hicimos más amigos durante nuestro encierro. Creo que los dos eran conscientes del peligro que corríamos.
—Fue un milagro que os pudierais salvar.
—Tú estabas con Tom y Alice.
—Sí, ahora ellos se encuentran en Lucknow. Fue un período tremendo. Nunca sabíamos qué iba a ocurrir. No puedo explicarte lo que sentimos cuando las tropas de Campbell tomaron la ciudad. La lucha fue muy dura y se batieron como demonios.
—¿Tom y Alice piensan volver a casa?
—De momento, no creo. Las cosas andan un poco revueltas por allí. Todo el mundo vaticina grandes cambios.
Tom tendrá que quedarse todavía durante algún tiempo.
Pero tiene a Alice y ambos se llevan muy bien. Fabian regresará a casa muy pronto. No sé cómo se va a resolver todo eso.
Tendrá que entrevistarse con la gente de Londres. Todo es incierto. Habrá grandes cambios en la Compañía, y no sé en qué sentido afectarán a Fabian.
—Y a Tom Keeping.
—A Tom le irá todo bien. Es un hombre de suerte. Alice es una persona estupenda. —Dougal me miró con añoranza—. Imagínate…, apenas se conocían…, y ahí los tienes. Parecen hechos el uno para el otro.
—Son cosas que ocurren.
—A los seres afortunados. A los demás, en cambio… —Tras una pausa de silencio, Dougal añadió—: No tiene que haber secretos entre nosotros, ¿no te parece? Nos conocemos muy bien. Lo he estropeado todo, Drusilla.
—Todos pensamos eso alguna vez.
—Confío en que tú no. Yo voy… a la deriva. Un hombre con dos hijos para quienes a veces soy un extraño.
—Eso tiene remedio.
—A ti te quieren mucho, Drusilla.
—Porque he pasado mucho tiempo con ellos. Los tengo a mi cargo desde que llegué a la India. Después pasamos juntos aquel período tan agitado. Aunque no llegaron a comprender del todo la enormidad del peligro que nos amenazaba, no cabe duda de que los acontecimientos les afectaron profundamente. Yo represento para ellos una especie de roca, un refugio seguro.
—Es lógico que así sea. Irradias fortaleza, Drusilla. Pienso mucho en los viejos tiempos. Entonces éramos muy amigos. No sabes con qué ansia esperaba aquellas reuniones contigo y tu padre.
—Sí, lo pasábamos todos muy bien.
—Hablábamos de cosas interesantes e importantes, y el placer compartido hacía más agradables nuestras reuniones. ¿Anhelas alguna vez poder retroceder en el tiempo…, actuar de otra forma… y cambiar las cosas?
—Creo que eso lo hemos pensado todos alguna vez.
—El mío no fue un matrimonio feliz. En realidad… fue más bien desastroso. Lo que ocurrió fue que ella era muy guapa.
—Creo que jamás conocí a mujer más bella que Lavinia.
—Era una belleza deslumbrante. Me parecía algo así como Venus, surgiendo de las aguas del mar.
—Sé que adoras la belleza. He visto tus ojos cuando se posan en ciertas estatuas o pinturas.
—Me parecía la criatura más hermosa que pudiera existir. Pensé que me amaba, y lady Harriet estaba decidida…
—Ah, sí —dije—. Te convertiste en un buen partido de la noche a la mañana.
—No hubiera debido ocurrirme jamás. En fin, ahora ella ha muerto y quedan los niños.
—Serán tu principal preocupación.
—Supongo que crecerán aquí. Se encuentran a gusto y son felices en esta casa. Tengo ciertas dudas sobre la influencia de los Framling y eso me inquieta un poco. Temo que adquieran las ideas de lady Harriet. Pero tú estás aquí con ellos, Drusilla.
—Les quiero mucho.
—Ya lo veo. Pero, cuando Fabian regrese… creo que se casará en seguida. Me parece que ya se ha llegado a un acuerdo con lady Geraldine Fitzbrock. No es todavía un compromiso oficial, pero eso ya vendrá. Lady Harriet quiere que la boda se celebre en seguida y, por consiguiente…
—Sí, eso me dio a entender también a mí.
—Creo que pasará todavía algún tiempo antes de que Fabian tenga hijos, pero entonces los aposentos infantiles serán para ellos y, si sus hijos son como él, muy pronto dominarán a los míos.
El tema de la boda de Fabian me provocó una profunda depresión, que intenté disimular por todos los medios.
—Me gustaría llevármelos —añadió Dougal, tener una casa propia.
—Pero ya la tienes, ¿no?
—Un viejo edificio de construcción irregular más parecido a una fortaleza que a una casa donde puedan vivir unos niños, Drusilla.
—Pero, si quisieras, podrías convertirla en un hogar.
—Con una familia y unos hijos, tal vez…
—Tienes toda la vida por delante.
—Sí. No es demasiado tarde, ¿verdad?
—Dicen que nunca es demasiado tarde.
—Drusilla… —dijo Dougal, mirándome con una sonrisa en los labios.
Me pedirá que me case con él, tal como creyó mi padre que iba a hacer hace años, pensé aterrada. Cree que yo podría ser una solución. Ya he sido una madre sustituta para sus hijos y él sabe que me interesará cualquier cosa que me proponga. No soy guapa, no soy una Venus surgiendo de las aguas del mar…, pero tengo otras cualidades. Tal como diría lady Harriet, soy una chica juiciosa.
Justo en aquel momento, los niños se nos acercaron corriendo. La clase de equitación había terminado. Me alegré de aquella interrupción.
—Drusilla —dijo Louise sin mirar a su padre—, hoy he hecho un salto. ¿Lo has visto?
—Sí —contesté—. Lo has hecho muy bien.
—¿De veras? Jim dice que cada vez saltaré más alto.
—Hasta el mismo cielo —terció Alan—. ¿Y a mí me has visto?
—Sí —le aseguré—. Tu padre y yo os hemos estado observando.
—Lo habéis hecho estupendamente —dijo Dougal. Alan sonrió y empezó a dar brincos.
—Ya basta, Alan —dijo Louise—. Se pasa el día brincando —añadió, mirando con expresión de disculpa a su padre.
—Eso significa que está contento —dije.
—Ya veréis cuando yo empiece a saltar con mi caballo —gritó Alan.
—Lo veremos —le contesté—. ¿No es cierto? —añadí, mirando a Dougal.
—¿Tú también? —Preguntó Alan, mirando con incredulidad a su padre—. ¿Tú y Drusilla?
—Aquí estaremos —repliqué.
Alan se puso de nuevo a brincar y todos nos echamos a reír.
Después regresamos juntos a la casa. Alan se nos adelantó corriendo, pero, de vez en cuando, volvía la cabeza para mirarnos mientras Louise caminaba muy seria entre Dougal y yo.
*****
Fabian estaba a punto de regresar a casa. Ya estaba en camino y, en cuestión de una semana, se encontraría entre nosotros.
Lady Harriet estaba más excitada que nunca y no paraba de comentarme cosas.
—De momento, he decidido no pedirle a lady Geraldine que venga. Fabian le prestaría demasiada atención y, puesto que llevo mucho tiempo sin verlo, le quiero todo para mí. Además, será más romántico que vaya él a verla. Es mejor que la pida en matrimonio en casa de su padre. Todo será distinto cuando él vuelva. Aquellas dos mujeres no nos causarán más problemas con la niña. Fleur será traída a su verdadero hogar.
—Considero que la niña tendrá algo que decir sobre su futuro.
—¡Pero si aún es una chiquilla! ¿En qué estás pensando, Drusilla?
—Pienso que tendría que considerar mi situación.
—¡Tu situación! ¿A qué te refieres?
—Pienso que tal vez lady Geraldine querrá introducir algunos cambios.
—En los aposentos infantiles. Yo soy quien manda en esta casa desde que vine aquí de recién casada, y tengo intención de seguir mandando. Además, tú enseñas muy bien a los niños y yo estoy satisfecha de sus progresos. Louise está muy adelantada. Tienes un don especial para la enseñanza. Mi institutriz estuvo conmigo desde mis primeros días hasta mi presentación en sociedad.
Asunto acabado… para ella. Pero no para mí. No podía quedarme. Tendría que irme cuando Fabian se casara con lady Geraldine. Me daba cuenta de que mis sueños eran ridículos. Aquellos días en la India, que más tarde me parecieron una pesadilla irreal, debieron influir en mí. Una vez en Framling, comprendí lo imposibles que eran mis sueños.
Los Framling eran los Framling, y jamás cambiarían. Los demás mortales eran peones que se movían sobre el tablero según su conveniencia y sólo valíamos por nuestra utilidad. Durante aquella semana en que lady Harriet pareció estar más contenta que nunca, yo me sumí en un estado de profunda depresión. No quería estar allí cuando llegara Fabian. No podría participar del júbilo general por la boda de conveniencia que se avecinaba. Estaba segura de que Fabian se casaría por conveniencia. Era tan consciente de sus obligaciones como su madre. Le habían enseñado a atribuirles la máxima importancia. No me equivoqué cuando pensé que existía una mutua atracción entre nosotros. Siempre la hubo, tanto por su parte como por la mía. Sabía que él quería hacer el amor conmigo, pero el matrimonio estaba excluido. Había oído rumores sobre otros Framling…, sobre sus turbulentas existencias y sus románticas aventuras que no tuvieron nada que ver con el matrimonio. Después se casaban por conveniencia, tal como se esperaba de ellos.
Sin embargo, aquello no era para mí. Yo era demasiado seria, tal como hubiera dicho lady Harriet, «demasiado juiciosa».
Veía a Dougal muy a menudo. Él no se atrevía a hacerme una proposición directa, por temor a que le rechazara.
Dougal nunca tomaba decisiones precipitadas. Siempre vacilaba y otros tenían que decidir por él.
A poco que le hubiera alentado, me hubiera hecho una proposición. ¿Por qué me quería a mí?, me pregunté. Porque representaba una cierta seguridad no sólo para sus hijos sino también para él. Sería una madre sustituta, tarea en la cual ya había tenido ocasión de demostrar mi valía.
Sería conveniente y acertado. Yo disfrutaría de una vida tranquila y placentera al lado de un marido amable y considerado… y los niños crecerían con nosotros. Estudiaríamos juntos. Yo aprendería muchas cosas y nuestro interés se centraría en las antigüedades del mundo…, los libros…, el arte.
Puede que, al final, me pareciera un poco a él.
Dougal me veía como la antítesis de Lavinia, pero jamás podría olvidar aquella impresionante belleza que tanto le deslumbrara al principio.
Todo el mundo me diría que podía estar contenta de aquella oportunidad. ¿Qué es tu vida?, me dirían todos. ¿Piensas pasártela al servicio de los Framling? ¿Y lady Geraldine? ¿Intuiría los sentimientos de su marido hacía mí? Al final, la situación podría ser explosiva.
Tendría que irme. Pero ¿a dónde? Disponía de un poco de dinero, justo el suficiente para vivir con estrecheces. Qué insensata era al rechazar todo lo que Dougal me ofrecía. Faltaban uno o dos días para la llegada de Fabian. No quería estar allí cuando él llegara.
—Me gustaría ir a ver a Polly —dije a lady Harriet.
—No me parece mala idea —contestó lady Harriet—. Diles que sir Fabian está al llegar y pondrá fin a todas estas idioteces. Quizá nos cedan a Fleur voluntariamente. Diles que no olvidaremos lo que han hecho y que serán debidamente recompensadas.
No contesté que ése sería el mejor medio de reforzar su determinación, caso de que necesitaran reforzarla, lo cual era improbable.
Pero ¿cómo explicar esas cosas a lady Harriet?
*****
Me alegré de estar de nuevo con Polly. Fue como un regreso a mi infancia, cuando ella solía resolver mis pequeños problemas.
No tardó mucho en darse cuenta de que algo me ocurría y en seguida se las arregló para quedarse a solas conmigo.
—Vamos al salón —dijo—. Eff no se enterará. Y, además, tú eres una visita y los salones son para las visitas.
Nos sentamos en los sillones que nunca se utilizaban, con sus fundas para proteger los respaldos, la aspidistra sobre la mesa de mimbre y el reloj que tanto le gustaba.
—Dime qué te ocurre.
—Estoy bien, Polly.
—No me vengas con ésas. Siempre adivino cuándo te pasa algo, y ahora estoy segura de que te pasa algo.
—Sir Fabian vuelve a casa —dije.
—Ya era hora.
No dije nada.
—Vamos, cuéntamelo —instó Polly—. Ya sabes que a tu Polly puedes contárselo todo.
—Me siento una tonta y he sido una estúpida.
—Eso nos ocurre a todos.
—Mira, Polly, es que tú no puedes imaginarte cómo era la vida en la India. Pasábamos de un sobresalto a otro. Y eso acaba por afectarte.
—Cuéntame cómo te afectó.
—Bueno, pues…, él estaba allí y, aunque había otras personas, yo tenía la impresión de estar sola con él. Fabian me salvó la vida, Polly. Le vi disparar contra un hombre que me iba a matar.
—Lo sé —dijo Polly, asintiendo lentamente con la cabeza—. Te parecía algo así como un héroe, ¿verdad? Empezaste a soñar con él. Eso lo habías hecho siempre en realidad.
—Es posible —dije—. Fue una tontería por mi parte.
—Nunca pensé que fuera bueno para ti. Tenías al otro, pero va y se casa con Lavinia. Creo que estarás mejor sin ninguno de los dos. Los hombres son como una lotería. Mejor ninguno que uno malo. Y te aseguro que los buenos no abundan demasiado.
—Tu Tom era bueno.
—Ah, mi Tom. No hay muchos como él en este mundo, y va el muy tonto y se me ahoga. Yo le decía: «Tendrías que buscarte un trabajo en tierra», pero él, ni caso. Los hombres no tienen el menor sentido común, te lo digo yo.
—Polly —dije—, tenía que irme porque, en cuanto vuelva a casa, Fabian se casará.
—¿Cómo?
—Lady Harriet ya está haciendo los preparativos. Ella es una tal lady Geraldine Fitzbrock.
—¡Menudo Nombrecito!
—Pronto se convertirá en lady Geraldine Framling. No puedo quedarme allí. Ella no me querrá.
—En cuanto se dé cuenta de que él está encaprichado contigo, por supuesto que no.
—Fue una fantasía pasajera, Polly. El se olvidará de todo cuando yo no esté.
—Es mejor que te vayas de allí en seguida. Aquí tienes tu casa.
—Aún hay más, Polly. Lady Harriet está empeñada en conseguir la custodia de Fleur.
—¿Cómo?
—Dice que hará valer sus derechos. Es la abuela de la niña, ¿comprendes?
—Que te crees tú eso. Fleur es nuestra. Nosotras la criamos. Ha vivido con nosotras desde que nació. Nadie nos la va a arrebatar. Ya se lo puedes decir.
—Si llevara el asunto ante los tribunales…, con todo el dinero que tienen y sabiendo que Fleur es carne de su carne…
—Que no me vengan con ésas. Eff tampoco estará de acuerdo. No querrán que se aireen las aventuras de doña Lavinia en Francia. Eso, por supuesto.
—Tú tampoco lo querrías, Polly. No querrías que Fleur tuviera que enfrentarse con todo eso.
Polly guardó silencio un instante.
—No llegará la sangre al río —dijo al final.
—Están firmemente dispuestos a conseguirlo, y esa gente siempre se sale con la suya.
—Pues, aquí hay alguien que lo impedirá. Pero estábamos hablando de ti. Quieres quitarte a ese Fabian de la cabeza. El otro no sería mala idea.
—¿Te refieres a Dougal?
—Pues, sí. Es un poco tonto, pero están los niños y tú les quieres mucho.
—En realidad, somos muy amigos. Antes me gustaba bastante. Pero apareció Lavinia y era tan guapa, Polly. Su belleza fue su perdición. Quería que la admiraran. Quería tener a todo el mundo a sus pies, y, al final, eso fue la causa de su muerte.
Le conté a Polly toda la historia que con tanta claridad recordaba. Roshanara… o el Khansamah…, sus reuniones con Lavinia en el tocador… hasta la horrible escena final.
—La encontré tendida en la cama, Polly. Comprendí lo que había ocurrido. Menoscabó la dignidad de aquel hombre y tuvo que pagar por ello. Él le regaló un abanico de plumas de pavo real y Lavinia pensó que era porque estaba arrepentido y enamorado de su belleza. Pero, en realidad, fue un presagio de muerte. Eso era lo que significaba. La vi tendida en la cama, con el abanico ensangrentado a sus pies.
—Nunca lo hubiera imaginado.
—Existe una leyenda sobre los abanicos de plumas de pavo real, Polly. Dicen que traen mala suerte. Ya recuerdas el abanico de la señorita Lucille.
—Vaya si lo recuerdo. Y le estoy muy agradecida porque salvó la vida de nuestra Fleur.
—Sin embargo, la joya que llevaba incrustada le costó la vida a su amante.
—Aquellos individuos lo hubieran matado de todos modos.
—Pero la desgracia ocurrió cuando él llevaba el abanico al joyero. Lucille siempre pensó que el abanico le trajo mala suerte.
—Estaba chiflada.
—Sí, estaba desequilibrada… pero por culpa de lo que le ocurrió.
—Hazme el favor de no pensar más en ésas tonterías de los abanicos.
—Para ellos significa algo, Polly. Son gente muy extraña. No son como nosotros. Lo que aquí nos parece sensato, allí es otra cosa. Dougal averiguó la leyenda sobre los abanicos de plumas de pavo real. El Khansamah debía de creer en ella, pues le regaló el abanico a Lavinia y, cuando la mató, lo depositó a sus pies. Fue una especie de ritual.
—Bueno, pues que piensen lo que quieran. Para mí, un montón de plumas es un montón de plumas, y no veo razón para que te preocupes.
—Polly, yo tengo el abanico. En determinado momento, tanto mi padre como otras personas creyeron que Dougal me pediría en matrimonio. Todos pensaron que eso sería bueno para mí.
—Él hubiera demostrado ser un poco más juicioso si te lo hubiera pedido, pero no estoy muy segura de que hubieras hecho bien en aceptarle. Quizá no era lo que pensabas. Quizá no era un héroe deslumbrador, sino un hombrecillo apocado. Pero la verdad es que no está mal y no se puede tener todo en la vida. A veces, es mejor aceptar lo que a una se le ofrece, siempre y cuando la cosa esté bien en lo esencial.
—Ya no me quiso cuando vio a Lavinia. Fue como un embrujo. A partir de aquel momento, ya no me vio. A mí me interesaban las mismas cosas que a él y que a mi padre. A Dougal le encantaba hablar con nosotros…, pero entonces vio a Lavinia. La había visto otras veces cuando era pequeña, pero ahora la vio en todo su esplendor y se olvidó de mí. Como ves, la maldición se repite.
—Estoy empezando a pensar que estás mal de la cabeza. ¿Qué tiene eso que ver con los abanicos?
—Polly, siempre seré desgraciada en amores por culpa del abanico. Lo tuve un rato en mi poder. Es lo que creía la señorita Lucille… y parece que…, ya ves.
—No, yo no veo nada —dijo Polly—. Esto no es propio de ti. Siempre me pareciste muy sensata.
—En la India ocurren cosas muy raras.
—Pero ahora no estás allí. Estás en la sencilla y juiciosa Inglaterra, donde los abanicos son simplemente abanicos y nada más.
—Tienes razón, lo sé.
—Pues claro que la tengo. Por consiguiente no hablemos más de esas tonterías de abanicos. Ese abanico a nosotras nos hizo un enorme favor. Cuando veo a Fleur como estaba entonces, me pongo a temblar. ¿O sea que no te casarás con ese Dougal?
—Aún no me lo ha pedido, Polly.
—Está esperando que le des un empujoncito.
—Pues no se lo pienso dar.
—Tendrías un título importante, ¿verdad? A mí nunca me importaron demasiado los títulos, pero hay muchas personas a las que sí.
—Nunca me casaría por eso, Polly.
—Por supuesto que no. Pero parece un buen chico. Necesita que alguien le dirija un poco y eso a ti se te daría muy bien. Además, piensa en los niños. Te quieren mucho y serías como su mamá. Estoy segura de que a ellos les gustaría.
—Probablemente, pero no puede una casarse por ese motivo.
—Sigues pensando en el abanico. Piensas que te traerá mala suerte y que todo te saldrá mal mientras lo tengas en tu poder. Espera un momento. Ve a la cocina. Te enseñaré una cosa. Voy por el abanico.
Me dirigí a la cocina. Allí se estaba muy bien porque tenían la chimenea constantemente encendida para calentar el horno.
En el antehogar siempre había una tetera a punto. A los pocos minutos, entró Polly con el estuche del abanico de plumas de pavo real.
Lo sacó y lo abrió.
—Es precioso —dijo.
Después se acercó a la chimenea y lo arrojó al fuego. Las plumas ardieron inmediatamente, mezclando sus intensos colores azules con el rojo de las llamas.
Contemplé boquiabierta cómo se desintegraba en un instante. No quedó de él más que la estructura ennegrecida.
Miré a Polly consternada y ella me miró a su vez, medio temerosa y medio triunfante. No estaba muy segura de cuál sería mi reacción.
—¡Polly! —balbucí.
—Ya está —dijo—. Ha desaparecido y ya no tienes que preocuparte. Ese abanico te obsesionaba. Cuando una espera que las cosas vayan mal, acaban yendo mal de verdad. Ahora ya no existe el abanico. Nuestras vidas las construimos nosotros, ¿sabes? Y en eso no puede influir un montón de plumas.
*****
Me fui al parque con la señora Childers y Fleur y, al volver a casa, Polly me salió al encuentro, seguida por Eff. Polly estaba nerviosa y Eff parecía excitada.
—Una visita para ti, Drusilla —dijo Eff, añadiendo casi con reverencia—: En el salón.
—¿Quién…? —pregunté.
—Ve a ver —contestó Polly.
Al entrar me lo encontré de pie, mirándome con una sonrisa en los labios. Su presencia hacía que el salón pareciera más pequeño y menos pulcro que de costumbre.
—¡Drusilla! —exclamó, acercándose y tomando mis manos entre las suyas. Me miró un instante en silencio y después me estrechó con fuerza en sus brazos. A los pocos segundos, me soltó, se apartó un poco y me miró—. ¿Por qué te fuiste? —preguntó—. Justo cuando yo estaba a punto de volver a casa.
—Yo… yo pensé que querrías estar con tu familia. Él soltó una alegre sonrisa burlona.
—Sabías que yo quería estar contigo antes que con nadie.
Es maravilloso, pensé en aquel momento. No me importa lo que ocurra después…, lo de ahora es maravilloso.
—No estaba segura… —dije.
—No suponía que fueras tan tonta, Drusilla. Sabías que yo iba a venir, y te vas.
Traté de serenarme.
—¿Has venido aquí por… lo de Fleur? ¿Has venido para llevártela?
—Pero ¿qué demonios te pasa? ¿Acaso lo has olvidado? ¿Recuerdas la última vez que estuvimos juntos…? Con tanta gente alrededor y nosotros sin poder estar solos. Lo primero que dije al llegar a casa fue: «¿Dónde está Drusilla? ¿Por qué no está aquí con los niños?». Entonces mi madre me explicó que estabas aquí. «Pero yo dije que tenías que estar en casa», repliqué. Esperaba encontrarte en Framling a mi regreso.
—No sabía que quisieras verme.
Fabian me miró con incredulidad.
—Drusilla, pero ¿qué te ha pasado? —preguntó.
—He vuelto a casa —contesté muy despacio—. Aquí todo es diferente. Ahora me parece que en la India vivía en un mundo distinto en el que podía suceder cualquier cosa. Aquí, en cambio, todo es… como siempre.
—¿Qué importa dónde estemos? Nosotros somos los que somos, ¿no? Y sabemos lo que queremos. Por lo menos, yo. Te quiero a ti.
—¿Has pensado…?
—No tengo que pensar nada. ¿Por qué te muestras tan distante? No eras así la última vez que estuvimos juntos en la India.
—Ya te he dicho que ahora todo es distinto. ¿Cómo está la India?
—En una situación caótica.
—¿Y Alice y Tom?
—En un estado de dicha completa…, un maravilloso ejemplo de los placeres de la vida matrimonial.
Le miré sonriendo.
—Bueno —dijo Fabian—, ahora ya vuelves a ser la de antes. He venido aquí para casarme contigo y te comportas como si acabaran de presentarnos.
—¡Para casarte conmigo! Pero…
—¿No pondrás reparos, supongo? Ya sabes cómo soy. No haría ni caso.
—¿Y lady Geraldine?
—Creo que muy bien.
—Pero tu madre estaba organizando…
—Organizando, ¿qué?
—La boda.
—Nuestra boda.
—Tu boda con lady Geraldine. Tu madre la está organizando desde hace algún tiempo.
—Mi boda la organizo yo.
—Pero lady Geraldine…
—¿Qué te dijo mi madre?
—Que regresabas a casa para casarte con ella.
—Lleva mucho tiempo con esa idea metida en la cabeza. —Fabian soltó una carcajada—. Olvidó consultarme, eso es todo.
—Pero se pondrá… furiosa.
—Mi madre estará de acuerdo conmigo. Siempre lo está. Creo que soy la única persona cuya opinión tiene en cuenta.
Deja de pensar en mi madre y piensa en mí. Tú no vas a casarte con ella.
—No puedo creerlo.
—Ahora no me vas a decir, «todo eso es tan repentino, señor», tal como tienen que hacer las señoritas de buena crianza.
—Pero, Fabian, reconoce que es repentino…
—Yo pensé que era muy evidente. Nuestra relación en la India… ¿la has olvidado?
—Yo no olvido nada de lo que ocurre aquí.
—Pasamos juntos todas aquellas penalidades, ¿es que no te acuerdas? Me reproché el haberte llevado allí. Pero ahora que estamos aquí, juntos… Aquel período nos enseñó muchas cosas sobre nosotros mismos. Nos enseñó que existía un vínculo muy fuerte entre ambos y que este vínculo es cada vez más profundo y jamás se romperá, Drusilla. Estamos juntos… para siempre.
—Fabian, creo que vas demasiado de prisa.
—Pues, yo creo que he ido imperdonablemente despacio. No me vas a rechazar, ¿verdad? Ya deberías saber que nunca acepto un no por respuesta. Debería secuestrarte inmediatamente y arrastrarte al altar.
—¿De veras quieres casarte conmigo?
—Pero bueno, ¿es qué no hablo claro?
—Te darás cuenta de que no es conveniente, ¿no?
—Si me conviene a mí, tendrá que convenirles a todos.
—Lady Harriet jamás lo permitirá.
—Lady Harriet aceptará lo que yo quiera. Ella lo sabe. Me puse furioso cuando, al volver, descubrí que no estabas. «Voy a casarme con Drusilla inmediatamente», dije.
—Se debió de enojar muchísimo.
—Simplemente se sorprendió un tanto.
Sacudí la cabeza al oír sus palabras.
—Me decepcionas. Drusilla —añadió Fabian—. ¿Acaso lo has olvidado todo? Aquella noche en que fuiste a la casa… —le miré sin decir nada—, aquel terrible momento en que temí errar el disparo y llegar demasiado tarde. No tienes ni idea de lo que pasé. Viví toda una vida en pocos segundos. ¿Has olvidado nuestro largo viaje a Bombay? Me quedé muy triste cuando zarpó tu barco, y me prometí a mí mismo que, en cuanto me librara de todo aquello, estaríamos juntos jamás volveríamos a separarnos. ¿Cómo has podido olvidarlo, Drusilla? ¿Acaso no te elegí cuando eras una niña? «Es mía», dije entonces, y así lo creí desde entonces.
Me sentía tan aturdida por la felicidad, que no podía creerlo. Fabian me abrazó y me sentí a salvo de la furia de lady Harriet, la decepción de lady Geraldine y el terrible temor a despertar y descubrir que todo era un sueño. Fabian, en cambio, no sentía la menor inquietud.
Él jamás dudaba de que podría conseguir cualquier cosa que quisiera.
—Bueno, pues —dijo—, ahora volveremos a casa en seguida. Será la boda más rápida de toda la historia de Framling. Y basta de protestas, por favor.
—Si eso es cierto y si hablas verdaderamente en serio, entonces…
—Entonces, ¿qué?
—Entonces la vida es maravillosa.
*****
Llamamos a Polly y a Eff y les comunicamos la noticia.
—O sea que se casarán —dijo Polly.
Debo reconocer que se mostraba todavía un poco belicosa. Vi el brillo de sus ojos. Aún temía que su ovejita acabara devorada por el gran lobo malo.
Fabian sabía la opinión que le merecía a Polly.
—Muy pronto —le dijo Fabian, mirándola con expresión burlona—, bailará usted en nuestra boda.
—Mis días de baile ya terminaron —contestó Polly secamente.
—Pero, para una ocasión como ésta, tal vez renacerán —sugirió Fabian.
A Eff se le humedecieron los ojos. Ya me la imaginaba eligiendo el vestido. «Es para una boda muy importante. Sir Fabian Framling. Se casa con una íntima amiga nuestra —les diría a los inquilinos—. Será una boda por todo lo alto. Polly y yo ya hemos recibido las invitaciones. Una amiga muy íntima».
Polly no estaba tan eufórica. No se fiaba de ningún hombre a excepción de su Tom, y el recelo que le inspiraba Fabian se hallaba demasiado enraizado como para que una oferta de matrimonio pudiera disiparlo. Me sentía tan feliz que sus temores me hicieron sonreír.
Fabian pensaba quedarse en Londres unos días y regresar después conmigo a Framling. Había alquilado una habitación en un hotel. Eff suspiró de alivio porque temía tener que «darle acomodo» y no tenía ninguna habitación digna para un representante de la aristocracia, pese al prestigio que le hubiera supuesto poder decir. «Cuando sir Fabian estuvo en mi casa…».
Aquel mismo día Fabian y yo fuimos a una joyería y compramos la sortija. Era una preciosa esmeralda rodeada de brillantes. Cuando me la puse, me sentí la persona más feliz del mundo… porque aquella joya pareció sellar nuestro vínculo y proclamar ante el mundo que yo iba a casarme con Fabian.
Pensé que ya podía ser feliz y olvidar los horrendos espectáculos que presencié durante el motín. Fabian me amaba más profunda y tiernamente de lo que yo jamás hubiera creído posible; y, en el fondo de mi mente, yo establecía un nexo entre mi felicidad y la destrucción del abanico de plumas de pavo real.
Era ridículo, lo sabía muy bien, una pura fantasía. Tal vez porque estuve demasiado tiempo en la India, donde el misticismo florecía mucho más que en el prosaico ambiente de Inglaterra. Ningún daño podía causarme porque yo no lo destruí. Lo hizo Polly en mi lugar, pero como ella jamás fue su dueña el maleficio no podía alcanzarle. Cerré los ojos y contemplé de nuevo aquellas hermosas plumas azules, retorciéndose entre las llamas. Era una fantasía ridícula. Dejé que el abanico se apoderara de mi imaginación y le atribuí inconscientemente unos poderes mágicos, cuya influencia creí descubrir en mi vida.
Pero ya todo había terminado. Me sentía libre y quería vivir por entero todos los momentos que tenía por delante.
Tendría que enfrentarme con dificultades, pero ésas las dejaba para el futuro. Quería vivir aquel maravilloso momento con toda la alegría de amar y de ser amada.
Fabian y yo nos sentamos a conversar en los jardines que había al otro lado de la casa.
—Tenemos que pensar en la cuestión de la niña —me dijo de repente.
—Ellas jamás querrán ceder su custodia.
—No puede quedarse en este lugar.
—Fabian, no puedes servirte de las personas cuando son útiles y arrojarlas a un lado cuando ya han cumplido su misión.
—Se me ocurre una idea. Podrían irse las dos con la niña a Framling.
—¿Polly y Eff?
—¿Por qué no? Hay un par de casas vacías en la finca. Podrían instalarse en una de ellas. De ese modo, la niña estaría allí…, cerca de Framling, y viviría durante algún tiempo entre las dos casas. Más adelante, se irá a un internado. Pero, entretanto, su hogar estaría repartido entre la casa de tus amigas y Framling.
—Ellas ya tienen sus casas. No querrán mudarse al campo.
—Querrán lo que sea mejor para Fleur y estarán cerca de ti. Creo que tú podrías convencerlas.
—No estoy segura de que lo acepten… o de que tan siquiera lo tomen en consideración.
—Tú lo harás. Tú las convencerás.
—Son independientes.
—La casa es suya, ¿no? Podrían venderla y comprar la otra.
—Pero ¿a qué precio?
—Al que más les conviniera. Podrían incluso tenerla a cambio de nada.
—Eso jamás lo aceptarán. Les parecería una limosna.
—Pues, que la compren entonces… al precio que quieran.
—Tú no conoces a Polly y Eff.
—No, pero te conozco a ti y estoy seguro de que podrás conseguirlo.
Primero hablé con Polly.
—¡Nunca! —exclamó—. Dejar esta casa e irnos a vivir a la que ellos tienen vacía. No queremos limosnas.
—No sería una limosna. Seríais absolutamente independientes. Podríais vender esta casa y comprar la otra con el producto de la venta.
—Ni hablar.
—Estaríais cerca de mí, Polly. Sería estupendo.
Polly asintió en silencio.
—Y Fleur gozaría de todas las ventajas que podrían ofrecerle los Framling.
—Lo sé. Eso es lo que a mí me preocupaba a veces. Lo he comentado muchas veces con Eff.
—Le disteis un hogar cuando lo necesitaba. Le disteis amor, y eso fue maravilloso, Polly. Pero tendrá que ir a la escuela más adelante. Framling será un buen ambiente.
—No creas que Eff y yo no lo hemos pensado.
—¿Por qué no hablas con Eff?
Polly pareció sopesar las ventajas. Tanto ella como Eff querían lo mejor para Fleur. Eso era para ellas más importante que cualquier otra cosa.
Además, a Polly le atraía la idea de estar cerca de mí. Debía de pensar que me haría falta algún consejo cuando me casara con Fabian.
Estaba indecisa. Eff había comentado que ya estaba empezando a cansarse de los inquilinos. Tuvo muchos dificultades con «Segundo piso número 28».
—Polly, para mí sería maravilloso —dije.
—Hablaré con Eff —contestó—, pero no querrá saber nada del asunto.
—Tú podrías convencerla.
—Ella quiere lo mejor para Fleur y comprendo que la vida allí sería un poco distinta de la de aquí…
—Piénsalo bien, Polly.
Más tarde le comenté a Fabian:
—Creo que lo conseguiremos.
*****
Fabian y yo regresamos juntos a Framling. Yo temía mi encuentro con lady Harriet.
Para mi asombro, me recibió amablemente. Su actitud había cambiado por completo.
Me fui de la casa siendo la institutriz de sus nietos, y regresé convertida en la futura esposa de su amado hijo.
Me pregunté si, en su fuero interno, pensaría que Fabian desperdiciaba su vida, casándose con la vulgar chica de la rectoría en lugar de hacerlo con la que ella le había elegido. Recordé aquel lejano incidente de nuestra infancia, cuando Fabian me llevó a la Casa, proclamando que yo era su hija. Lady Harriet siempre insistió en satisfacer todos los caprichos de su hijo. Puede que la de aquellos momentos fuera una situación similar.
Más tarde, lady Harriet discutió con nosotros los detalles de la boda.
—No hay razón para demorarla —dijo—. Llevo mucho tiempo pensando que ya es hora de que te cases, Fabian. Tú no puedes casarte estando aquí, Drusilla, eso sería completamente irregular. La novia no debe vivir la víspera de la boda bajo el mismo techo que el novio. Podrías ir a la rectoría. Será lo más adecuado, tratándose de tu antiguo hogar. Lástima que Colin Brady no pueda acompañarte al altar. Hubiera sido la persona más idónea. Pero él tiene que oficiar la ceremonia en la iglesia; por consiguiente, tendrá que ser el médico. Será un excelente padrino, estando su hija en la rectoría. El mejor que puede haber, después de Colin Brady.
A lady Geraldine sólo la mencionó una vez.
—Una buena chica…, aunque excesivamente aficionada a los caballos. Se pasaba casi todo el día en la silla de montar, y eso ensancha la figura y puede significar ausencia de otros intereses.
No parecía decepcionada y yo acababa de descubrir en ella una faceta desconocida. Su amor por su hijo era tan profundo como el que sentía por Lavinia, o tal vez más, porque Fabian era a sus ojos un dechado de perfección. El hecho de que raras veces mencionara a su hija no significaba que la hubiera olvidado. Iba muy a menudo a la antigua habitación de Lavinia y permanecía allí largo rato en silencio. Al salir, se mostraba visiblemente conmovida. En cuanto a Fabian, no podía equivocarse jamás. Era su hijo y, por consiguiente, el hombre perfecto. Puesto que Fabian me había elegido, ella hacía milagrosamente suya la elección. Aquel cambio de actitud me pareció increíble hasta que empecé a comprender a lady Harriet.
Como ella tenía siempre razón, adaptó rápidamente sus puntos de vista a lo inevitable y llegó a pensar que aquello era lo que siempre había querido.
Por mi parte, empecé a cobrarle cariño porque ambas amábamos a la misma persona y ésta era para nosotras más importante que nadie.
Ella lo reconoció también así, e inmediatamente se creó un vínculo entre nosotras.
La historia se repetía. Oí una conversación y no me avergoncé de escucharla, tal como hiciera en otra ocasión.
Fue en aquel mismo jardín donde escuché comentar a lady Harriet que yo era la vulgar chica de la rectoría. Aquellas palabras me afectaron más profundamente de lo que yo pensaba. Lady Harriet se encontraba en el salón en compañía del médico y de su esposa. El médico tenía que recibir instrucciones porque él sería quien me acompañara al altar. Su sonora voz autoritaria llegó hasta mí como flotando en el aire.
—Siempre quise que Drusilla se casara con Fabian y me alegro mucho de que todo se haya desarrollado según mis planes. Es muy buena con los niños… y, además, es una chica muy juiciosa.
El sol iluminaba el estanque y los nenúfares estaban preciosos. Una mariposa blanca se posó un instante en uno de ellos, y después se alejó volando. Me sentía más feliz de lo que nunca hubiera creído posible.
Fabian me amaba. Estaba segura de que Polly y Eff estarían muy pronto a mi lado junto con Fleur. La inquietud que hubiera podido provocarme mi temible suegra ya se había disipado. Sentía por ella una comprensión que pronto se transformaría en cariño. Fabian estaría conmigo y la vida sería una fiesta.