Asesinato en Fiddler's Green

Me llevé una desagradable sorpresa al ver el deterioro físico de mi padre. Ahora caminaba con bastón, aunque según él se las arreglaba muy bien.

En la aldea tenía colaboradores que le prestaban una ayuda inestimable.

Me pidió que le hablara de Lindenstein; el Schloss, el castillo, debía de ser muy antiguo, probablemente gótico.

¿Había en aquella región algún vestigio de presencia goda?

—Debió de resultarte fascinante, querida. Una gran oportunidad. Hiciste bien en no perderla.

Contesté como pude a las preguntas sobre aquel país y decidí buscar un libro donde pudiera averiguar algo más.

Me reprendí a mí misma por no haberlo hecho antes aunque, en realidad, tenía muchas otras cosas en que pensar.

La señora Janson me dijo que mi padre lo había pasado muy mal en invierno y que estaba muy preocupada por lo que pudiera ocurrir en el siguiente. Se alegraba de mi vuelta a casa.

—Hubieras tenido que estar aquí —añadió con intención—. Me inquieté un poco cuando supe que no venías directamente a casa sino que te ibas por ahí con princesas extranjeras.

—Sólo había una princesa, señora Janson —le recordé.

—Una es más que suficiente. Hubieras debido volver directamente a casa. Y no tengo reparo en decirte que me alegro de que hayas terminado tu estancia en aquella escuela. ¿Cómo estaba Polly?

—Muy bien.

—Debió de alegrarse mucho de verte.

Contesté que sí.

O sea que había terminado mis estudios en la escuela y me habían refinado. No estaba muy segura de la diferencia que eso supondría en mi vida; sólo sabía que ya no era la inocente muchacha que había viajado a Francia.

Aquella noche, en mi cama, tuve sueños muy agitados. Los rostros aparecían y desaparecían de mi mente. La duquesa, el científico, el viejo incendiario…, todos aguardando la muerte…, y las mujeres que esperaban el comienzo de una nueva vida. Evoqué la alegre sonrisa de Agatha, la triste mirada de Emmeline y el torturado rostro de Miriam. Vi la misteriosa sonrisa de tía Emily, mirándome como si quisiera decirme: «Nunca podrás escapar de aquí…, te quedarás conmigo para siempre en esta casa tan cómoda…».

Me desperté gritando:

—¡No, no!

Lavinia me visitó al día siguiente.

—Demos un paseo a caballo —me dijo, y ambas salimos sin ningún mozo acompañante porque ya éramos señoritas pulidas y refinadas y podíamos ir solas, siempre y cuando lo hiciéramos en pareja—. Es la única manera de poder hablar con tranquilidad —añadió Lavinia—. Por aquí hay mucha gente y temo que alguien nos oiga. Mi madre quiere que pase una temporada en Londres.

—¿No sospecha nada?

—Por supuesto que no. ¿Por qué iba a sospechar

—Mi padre me hace preguntas muy raras sobre Lindenstein.

—Está demasiado lejos y nadie sabe nada de ese país. ¡Imagínate, una temporada en Londres!

—¿Te apetece?

—Pues claro. Quiero casarme con un hombre rico para poder pagarle la cuenta a tía Emily. Esa mujer es un buitre.

—No opinabas así cuando recurriste a ella.

—No pensé que fuera a resultar tan caro.

—¿Cuánto tiempo te llevará pagar la deuda?

—Más de un año…, a no ser que mamá me suba la asignación.

—¿Por qué no le pides un préstamo a Fabian?

—No podría decirle para qué es y él exigiría saberlo.

—¿Y si le dijeras que es un secreto?

—No conoces a Fabian. Quiere saberlo todo. Siempre fue así. No. Tendré que pagar la cuenta con mi asignación hasta que encuentre un marido rico.

Me sorprendió oírle hablar de aquella manera. ¿Acaso no pensaba nunca en la pequeña Fleur? ¿No sentía deseos de ver a su hijita?

Decidí preguntárselo.

—Pues, claro —contestó—, pero no puedo, ¿no lo comprendes? Aquellas dos la cuidarán. Ya se han encariñado con ella.

—Muy pronto iré a verlas. También quiero ver a Fleur.

—¡Estupendo! Así podrás contarme cómo está.

Me asombró la rapidez con la que Lavinia recuperaba su habitual arrogancia. Su talante sumiso y temeroso desaparecía a ojos vista.

Tras haber superado su desgracia, ya estaba dispuesta a iniciar una nueva aventura.

Sólo pensaba en la temporada. Qué bien lo iba a pasar. Ya había recuperado su saludable aspecto de siempre y se disponía a ser la estrella de la alta sociedad.

Fui una o dos veces a Framling y vi a lady Harriet, que se mostró más bien distante conmigo. Ahora ya no le servía para nada. Había cumplido mi misión de acompañar a Lavinia en la escuela y volvía a ser simplemente la hija del párroco.

Lavinia estaba contentísima. Lady Harriet había forjado grandes proyectos para ella y pronto la llevaría a su residencia de Londres para que aprendiera a hacer reverencias, bailar las danzas de moda y comportarse debidamente en todas las circunstancias.

Visitaría, además, a las modistas de la corte pues planeaba presentarla en sociedad por Pascua.

Durante todo el invierno apenas vi a Lavinia. Le escribí varias cartas a Polly y me contestó que Fleur estaba muy bien y era la niña más bonita del barrio. Ella y Eff la sacaban a pasear por turnos y a veces la dejaban en el jardín trasero, sentada en su cochecito.

¡Ya las conocía y armaba tremendos alborotos cuando quería que la tomaran en brazos!

Pensé que debían tomarla muy a menudo en brazos y me alegré una vez más de la buena suerte que tuve cuando Polly entró en mi vida.

Llegó la Navidad, un período de mucho ajetreo en la parroquia, donde se celebraría la misa de Nochebuena, la sesión de villancicos y el adorno de la iglesia a cargo de los colaboradores, parroquiales, aunque mi padre tendría que estar presente, naturalmente.

El día de Navidad tendríamos invitados: el médico y su familia, y el abogado y su mujer.

En Framling se celebraron numerosas fiestas. Fabian estaba en casa. Le vi una o dos veces y él me saludó con su enigmática sonrisa de costumbre.

—Hola, Drusilla —dijo un día—. ¿Has terminado los estudios?

—Sí —contesté.

—Pues ahora ya eres toda una señorita.

¿Qué podía decirle? Sonrió como si el hecho de que yo hubiera crecido fuera algo muy divertido.

No permaneció mucho tiempo en Framling. Supe por la señora Janson, a quien se lo dijo la cocinera de Framling, que Fabian se iría muy pronto a la India y que pasaba mucho tiempo en las oficinas de Londres aprendiendo todo lo relativo a la Compañía de las Indias Orientales, en la que la familia Framling tenía intereses desde su fundación.

Le escribí a Polly y les envié regalos de Navidad, entre ellos, una chaqueta para Fleur. Polly contestó contándome cómo estaba la niña, lo simpática que era y cómo le había dedicado a ella su primera sonrisa, aunque Eff lo negara. En febrero, Lavinia y lady Harriet se trasladaron a Londres. Hacía mucho frío y mi padre pilló un resfriado que se transformó en bronquitis. Estaba muy enfermo y yo pasaba casi todo el tiempo cuidándole.

Enviaron un coadjutor para que le ayudara. Era un joven de rostro lozano llamado Colin Brady que en seguida se ganó el aprecio de todo el mundo.

La señora Janson le mimaba constantemente y todos le querían muchísimo.

Me alegré de su presencia porque inmediatamente se hizo cargo de las tareas más pesadas de la parroquia. Muy Pronto se convirtió en parte de nuestra familia.

Me llevaba muy bien con él. Ambos éramos aficionados a la lectura y analizábamos juntos el contenido de los libros. Su inocencia era para mí una fuente de consuelo. Discutía sus sermones conmigo y siempre escuchaba mis ideas, por lo que yo empecé a intervenir en los asuntos de la parroquia más asiduamente que cuando mi padre la dirigía.

Poco a poco, la salud de mi padre mejoró, si bien la señora Janson le aconsejó que tuviera cuidado. Nunca le dejábamos salir cuando soplaba el viento, y era conmovedor ver a Colin Brady siempre dispuesto a echar una mano cuando mi padre no podía hacer algo.

Le estaba muy agradecida y me alegraba de su presencia, hasta que un día empecé a notar las miradas furtivas que nos dirigían no sólo la señora Janson y los criados, sino también algunos feligreses.

Al parecer, todos habían llegado a la conclusión de que lo mejor sería que yo me casara con Colin para resolver el futuro de mi padre, el de Colin y el mío.

De este modo, estropearon la agradable relación que yo mantenía con el coadjutor.

Aunque le apreciaba bastante, los planes que la gente había forjado para nosotros me hacían sentir incómoda a su lado.

Al llegar la primavera, mi padre ya estaba casi totalmente recuperado.

—Qué maravilla —exclamó la señora Janson—. Dicen que las puertas viejas son las que más duran.

Fabian regresó a Framling en compañía de Dougal Carruthers. Lady Harriet y Lavinia estaban todavía en Londres. Yo escribía regularmente a Polly y recibía noticias de la niña. Le expliqué a Polly que hubiera deseado ir a verlas, pero que la salud de mi padre lo impidió. Sin embargo, ahora que ya estaba mejor, intentaría ir cuanto antes. Polly contestó que la niña era un encanto y que siempre conseguía salirse con la suya.

No tenía que preocuparme por ella, pero, cuando fuera a verlas, me recibirían con los brazos abiertos.

¡Mi querida Polly! ¿Qué hubiera hecho yo sin ella? ¿Qué hubiera hecho Lavinia?

Imaginé su presentación ante la reina los bailes y las fiestas; seguro que ya habría olvidado por completo al falso conde, tal como olvidó a Jos. Sin embargo, ¿cómo era posible que hubiera olvidado a Fleur? No la creía capaz de semejante cosa.

Decidí viajar a Londres la semana siguiente.

Dougal vino a visitarnos y mi padre se alegró mucho de verle. Comprobé con agrado que parecía tan simpático y cordial como la otra vez.

Cuando se marchaba, le acompañé al recibidor para darle las gracias por su visita.

—Pero si ha sido un placer —dijo.

—A mi padre le ha hecho mucho bien. Ha estado muy enfermo y eso es muy deprimente.

—Espero volver otro día.

—Hágalo, se lo suplico. Mi padre estará encantado.

—Confío en que usted también.

No esperaba verlo tan pronto, pero a la tarde siguiente, se presentó de nuevo en casa. Pasamos un rato muy agradable tomando el té.

—Venga a cenar —dijo mi padre al final—. Tenemos muchas cosas de que hablar.

—Me encantaría —contestó Dougal—, pero soy huésped en Framling y sería incorrecto dejar a mi anfitrión.

—Tráigale también a él —se apresuró a decir mi padre.

—¿De veras? Estoy seguro de que le encantará venir.

A la señora Janson no le hizo mucha gracia. No le gustaba la idea de agasajar a «los de la Casa» y tener como invitado a sir Fabian.

—No se preocupe —le dije—. Olvídese de quién es. Así, pues, Fabian acudió a cenar a nuestra casa. Tomó mis manos y las sostuvo en un cálido apretón.

—Gracias por permitirme venir —dijo con cierta hipocresía, pensé, dado que seguramente no agradecía en absoluto que le hubiéramos invitado a nuestra humilde casa.

—El señor Carruthers nos lo sugirió —contesté.

Fabian arqueó las cejas como si la cosa le hiciera gracia. Yo estaba empezando a sospechar que me consideraba un simple objeto de diversión.

—El párroco tiene unos conocimientos asombrosos sobre la antigua Grecia —dijo Dougal—. Y sus ideas son de lo más originales.

—¡Qué fascinante! —exclamó Fabian sin dejar de mirarme.

Les acompañé al salón donde mi padre les esperaba en compañía de Colin Brady.

—Creo que ya se conocen —dije.

—Me parece que no hemos sido presentados —contestó Fabian, mirando a Colin con interés.

—El señor Brady vino para ayudar a mi padre cuando estaba enfermo y ahora esperamos que se quede con nosotros.

—Será muy conveniente —dijo Fabian.

—Señor Brady…, le presento a sir Fabian Framling.

Colin se sentía un poco cohibido en presencia de Fabian. Sabía que pertenecía a una familia muy influyente en la aldea.

Pronto nos sentamos a la mesa. La señora Janson se esmeró en la preparación de la cena y las criadas recibieron detalladas instrucciones sobre la manera de comportarse.

Dougal inició una conversación con mi padre y Colín Brady. Fabian se dirigió a mí.

—¿Lo pasaste bien en Lamason? —preguntó.

—Fue una experiencia muy interesante —contesté.

—Creo que mi hermana opina lo mismo.

—Seguro que sí.

—Y, ahora que has vuelto, ¿qué piensas hacer?

—Supongo que quedarme a vivir aquí.

Fabian asintió en silencio.

Mi padre estaba hablando de las antiguas civilizaciones que florecieron durante determinado período para luego desaparecer por completo.

—Es una constante histórica —dijo Dougal—. Los imperios nacen y se derrumban. La caída más significativa es sin duda la del Imperio romano. En toda Europa subsisten restos de aquella civilización…, a pesar de que su desaparición fue seguida por el oscurantismo de la Edad Media.

—Drusilla estuvo recientemente en Lindenstein —escuché decir a mi padre.

—Lindenstein —repitió Dougal—. Un lugar muy interesante. Lo recuerdas, ¿verdad, Fabian? Fabian y yo hicimos un recorrido por distintos países —añadió, dirigiéndose a mí—. Visitamos los lugares habituales, ¿no es cierto, Fabian? Pero algunas veces nos desviábamos del camino trillado.

Estuvimos muy cerca de Lindenstein. Me ruboricé levemente.

Siempre me sentía incómoda cuando se hacía alguna referencia al lugar de nuestro engaño. Inmediatamente traté de cambiar de tema.

—Díganos qué opina usted de Florencia, señor Carruthers —dije—. Siempre he pensado que debe de ser la ciudad más fascinante del mundo.

—Muchas personas estarían de acuerdo con usted —replicó Dougal.

—Cuánto me gustaría pasear por las orillas del Arno donde Dante conoció a Beatriz —comentó mi padre.

—¿Qué opinas de Lindenstein, Drusilla? —me preguntó Fabian.

—Pues… me parece un lugar interesante.

—Aquel Schloss medieval…

—Allí estuvo Drusilla, ¿no es cierto, hija mía? —Dijo mi padre—. La princesa estudiaba en la escuela con Drusilla y Lavinia. Las invitó a su casa y fue una experiencia extraordinaria.

—Sí —dije yo—. Verdaderamente extraordinaria.

Mi padre volvió al tema de Dante, y Colin y Dougal le siguieron en una animada conversación.

—Un pequeño país asombroso… Lindenstein —me dijo Fabian en voz baja—. Aquellas montañas tan impresionantes… ¿no te parece?

—Oh, sí.

—Y aquel Schloss de arquitectura tan increíble, con todas aquellas torres.

Asentí con la cabeza.

—Debió ser muy interesante vivir en semejante lugar.

Volví a asentir en silencio.

Fabian me miró inquisitivamente y yo me pregunté si Lavinia le habría revelado algo, enfureciéndome de pronto por tener que compartir aquel secreto.

Dejé a los hombres con su copa de oporto y fui a mi habitación. Fabian Framling siempre me desconcertaba por su forma de mirarme, como queriendo recordarme constantemente cuán vulnerable era yo.

Cuando ya se marchaban, mi padre dijo:

—Ha sido una velada muy agradable. Raras veces me encuentro con personas que compartan mis aficiones. Les ruego que vuelvan.

—Tenéis que venir a cenar a Framling —dijo Fabian.

—Gracias —contesté—, pero a mi padre no le conviene salir de noche. Es mejor que vengan ustedes a nuestra casa —añadí, mirando a Dougal.

—Pienso hacerlo… siempre que me inviten.

—Espero que aún estéis un tiempo más por aquí —dijo mi padre.

—Creo que así será —contestó Fabian—. Dudo que abandonemos el país antes de finales del año próximo.

—La semana que viene…, es la semana que viene, ¿verdad, querida? Drusilla se va a Londres.

—Ah, ¿sí? —dijo Fabian, mirándome.

—Se va a casa de su antigua niñera —explicó mi padre—. Ya sabéis lo fuertes que son estos vínculos.

—Sí —dijo Fabian—. En tal caso, volveremos cuando la señorita Drusilla esté de regreso.

—No hay razón para que no vengan en mi ausencia —repliqué—. La señora Janson se encargará de todo y mi padre disfrutará de vuestra compañía.

—Les invitaré —dijo mi padre.

Después, ambos amigos se marcharon.

Mi padre comentó que había sido una velada deliciosa, y Colin Brady se mostró de acuerdo. La señora Janson no estaba totalmente disgustada y señaló que los Framling eran personas como las demás y que ella no le tenía ningún miedo a Fabian. El otro era un perfecto caballero a quien nadie podía poner el menor reparo.

Pensé que había superado la velada bastante bien aunque pasé ciertos momentos de apuro cuando se habló de Lindenstein.

Estaba muy entusiasmada con mi inminente visita a Londres. La perspectiva de reencontrarme con Polly me alegraba y, además, estaba deseando ver a la niña y a Eff. Bajé a la ciudad, que distaba unos dos kilómetros de nuestra aldea, y compré una chaqueta, un gorro y unas botitas para Fleur y un par de fuelles para Polly y Eff, porque había observado que tenían dificultades para encender el fuego de la cocina.

Al salir de la tienda, vi pasar un carruaje. Sabía que pertenecía a Framling porque había visto que Fabian lo utilizaba.

Lo tiraban dos fogosos caballos grises con los que a él le encantaba circular a gran velocidad.

Vi a Fabian sentado en el pescante; para mi asombro, el vehículo se detuvo.

—Drusilla.

—Ah…, hola —contesté.

—Veo que has ido de compras.

—Pues, sí.

—Te acompaño.

—No es necesario.

—Faltaría más.

Fabian descendió del pescante y tomó la bolsa en la que yo llevaba mis compras.

Al hacerlo, el contenido se cayó, y allí quedaron esparcidos en la acera los fuelles, la chaqueta infantil, el gorro y las botitas.

—Vaya, por Dios —dijo Fabian, agachándose para recogerlos—. Espero no haber estropeado nada.

Me ruboricé como un tomate mientras él me miraba sosteniendo las botitas en la mano.

—Son preciosas —comentó—, y todo está en perfectas condiciones.

—De veras —balbucí—, no es necesario que me acompañes a casa.

—Insisto. Quiero que veas mis caballos, ¿sabes? Son fantásticos. Siéntate a mi lado y así verás mejor el camino. Te gustará.

Fabian colocó cuidadosamente mis compras en el vehículo y me ayudó a subir.

—Bueno, pues, allá vamos —dijo—. No te llevaré directamente a casa.

—Pero es que…

—Insisto otra vez. Volverás a casa a la misma hora que si hubieras ido a pie. Y tendrás el placer de ver a Cástor y Pólux en acción.

—Los celestes gemelos… —murmuré.

—Son como gemelos sólo por su aspecto. Pólux tiene mucho temperamento mientras que Cástor es más holgazán. Pero ambos obedecen a su amo. Los caballos se lanzaron a galope y Fabian rió.

—Agárrate a mí si tienes miedo —dijo.

—Gracias —contesté—, estoy bien.

—Te agradezco el cumplido. Lo merezco porque sé manejar muy bien a mis caballos. Por cierto, no te he visto montar últimamente.

—No lo hago desde mi regreso.

—¿Y eso?

—No tenemos establos en la rectoría.

—Pero tú antes montabas habitualmente.

—Eso era cuando Lavinia estaba en casa.

—Mi querida Drusilla, no tienes por qué pedir permiso para utilizar un caballo de los establos de Framling. Suponía que ya lo sabías.

—Estando aquí Lavinia, era distinto. Entonces salía a pasear con ella.

—Ahora no tiene por qué ser de otro modo. Por favor, toma el caballo que antes usabas, siempre que lo desees.

—Gracias. Eres muy amable.

—En absoluto. Al fin y al cabo, eres la mejor amiga de mi hermana. ¿Envidias la vida que lleva en Londres?

—No creo que me interesara demasiado.

—No, supongo que no. Pero, por favor, monta nuestros caballos cuando quieras.

—Gracias.

Fabian me miró de soslayo, esbozando una sonrisa socarrona.

—Háblame de Lamason —dijo.

—Dicen que es una escuela muy buena.

—Donde convierten a las palurdas en señoritas.

—Más o menos.

—¿Y crees que han desarrollado una labor satisfactoria contigo y Lavinia?

—No puedo hablar por Lavinia. Pregúntaselo a ella.

—¿Y tú?

—Son los demás quienes deben juzgarme.

—¿Quieres saber mi opinión?

—No mucho. No podría ser acertada porque apenas me conoces.

—Pues a mí me parece conocerte muy bien.

—No sé cómo. Raras veces te veo.

—Pero han habido momentos muy significativos. ¿Recuerdas cuando tomaste el abanico de plumas de pavo real?

—Porque tú me lo mandaste, sí. Dime cómo está tu tía Lucille.

—Muy débil. Ha perdido el contacto con este mundo y sólo vive en el suyo.

—¿Conserva todavía los criados indios?

—Sí. Jamás la dejarían. Mi tía se sentiría completamente perdida sin ellos.

—Lo siento —dije.

Tras una breve pausa, Fabian añadió:

—Pronto te irás a Londres.

El carruaje se sacudió y yo caí contra Fabian y me agarré a su chaqueta.

—No pasa nada —dijo Fabian, riéndose—. Te dije que conmigo estarías a salvo.

—Ya debiera estar en casa. Tengo mucho que hacer.

—Tienes que preparar tu viaje a Londres.

—Pues, sí, entre otras cosas.

—¿Cuánto tiempo estarás fuera?

—Aproximadamente una semana.

—Quieres mucho a tu vieja niñera.

—No es vieja. Polly es una de esas personas que nunca lo serán.

—Tu lealtad te honra.

—¿Tiene algún mérito expresar los propios sentimientos?

—No, por supuesto que no. Ya ves que he cumplido mi promesa. Te dejaré en la puerta de la rectoría dentro de tres minutos.

—Gracias.

Fabian detuvo el carruaje bruscamente al llegar a la casa de piedra gris, saltó al suelo y me ayudó a bajar.

Después tornó mis manos entre las suyas y me miró sonriendo.

—Espero que los regalos sean bien recibidos.

—¿Qué regalos?

—Los fuelles y la ropa de niño.

Para mi gran disgusto, volví a ruborizarme.

Tomé la bolsa que me alcanzó, le di las gracias y entré en la casa.

Me sentía turbada. Fabian siempre me turbaba. Lamenté que hubiera visto mis compras.

Me pareció que las miraba con expresión enigmática. No sabía qué habría pensado.

****

Mi padre me preguntó si sería prudente que viajara sola a Londres.

—Querido padre —repliqué—, ¿qué mal puede haber en ello? Subiré al tren bajo la mirada del señor Hanson, el jefe de estación, y del mozo, señor Briggs. Polly me esperará cuando llegue. Ya soy mayor, ¿sabes?

—Aun así… —dijo.

—No te preocupes.

Por lo menos, mi padre convino en que no podría ocurrirme nada malo y yo tomé la maleta en la que llevaba los regalos y unos pocos efectos personales.

Me senté en el vagón junto a la ventanilla y cerré los ojos, saboreando de antemano el placer de reunirme con Polly, Eff y la niña.

Se abrió la puerta y Fabian entró en el compartimento.

—Tengo que ir inesperadamente a Londres —me dijo con una sonrisa—. Qué curioso. Viajaremos juntos. No pareces muy contenta de verme.

—Es que no esperaba…

—Las sorpresas son agradables, ¿no crees?

—A veces.

Fabian se sentó frente a mí y cruzó los brazos.

—Estoy seguro de que tu padre se alegraría. Creo que está un poco preocupado porque viajas sola. Las señoritas no suelen hacerlo, ¿verdad?

—Opino que no somos tan frágiles como algunos pretenden.

—¿Y eso por qué?

—Una idea masculina… con la que se quiere demostrar la superioridad de los hombres.

—¿De veras lo crees?

El tren ya estaba saliendo de la estación.

—¿A qué te refieres?

—A eso de la superioridad masculina.

—Por supuesto que no.

—Entonces, ¿los hombres son inferiores?

—No he dicho tal cosa.

—Pero, qué magnánima eres.

—No…, es de simple sentido común. Los sexos están hechos para complementarse el uno al otro.

—¿No dice eso la Biblia? Sin embargo, creo que, en algunos pasajes, se habla del papel subordinado de la mujer. San Pablo…

—¡Ya salió san Pablo! ¿No era de los que decían que las mujeres representaban una tentación y las censuraba por eso?

—Ah, ¿sí? Creo que tus conocimientos bíblicos son muy superiores a los míos. Y todo porque eres una señorita pulida y refinada.

—Gracias.

—¿Cuánto tiempo permanecerás en Londres?

—Una semana, creo. No quiero dejar solo a mi padre muchos días.

—Estuvo muy enfermo este invierno, según me han dicho. Comprendo tu inquietud, pero me parece que el coadjutor es un joven excelente.

—Es servicial y los feligreses le quieren mucho, lo cual es muy importante.

—A todos nos importa que nos quieran.

—Pero, en su caso, con más razón. Por ejemplo, no creo que a ti te importe demasiado que te quieran o no.

—Pues, me importa… en el caso de ciertas personas.

Fabian me dirigió aquella extraña mirada inquisitiva que yo conocían tan bien, y se reclinó en su asiento con una sonrisa en los labios.

—Será un viaje muy agradable. Por regla general, lamento el tiempo que pierdo en los viajes.

—Supongo que tendrás que viajar mucho.

—¿Te refieres a la India, adonde me iré algún día?

—Muy cercano, probablemente.

—A finales de año, creo. Carruthers también irá. Nuestras familias tienen intereses en la Compañía de las Indias Orientales.

—Eso he oído decir.

—Te lo habrá dicho Carruthers, supongo. Visita la rectoría muy a menudo.

—Simpatiza con mi padre. Tienen aficiones comunes.

—Nos han educado en la idea de que algún día tendremos que incorporarnos a la Compañía. Mi tío, el hermano de mi padre, tiene una oficina en Londres. Yo acudo de vez en cuando… para adquirir experiencia, podríamos decir.

—Debe de ser interesante.

—La Compañía…, oh, sí. Forma parte de la historia, claro. Su origen se remonta a muchos años. Como tú sabes, el comercio con la India se inició cuando Vasco de Gama descubrió el paso oriental y fondeó frente a la costa de Cali-cut. Sin embargo, los portugueses no fundaron una compañía comercial; eso nos lo dejaron a nosotros. ¿Sabías que la reina Isabel nos otorgó una concesión para comerciar? Fue precisamente el último día del siglo XVI. Como ves, nuestras raíces se hunden en el pasado y la familia tiene que seguir obligatoriamente la tradición.

—Debes de estar muy orgulloso de tus antepasados.

—También tenemos nuestra cuota de pecadores.

—Todas las familias la tienen.

—Algunas más que otras. La tuya debe de ser muy digna…, con algún que otro pecadillo ocasional.

—Mejor no indagar.

—Tienes razón, pero en una familia como la nuestra todo está registrado. Sabemos que un antepasado fue uno de los fundadores de la Compañía y conocemos en parte las biografías de quienes le siguieron. Las personas son desconcertantes, ¿no crees? Las que parecen virtuosas tienen a menudo sus secretos y las malas suelen tener una pizca de bondad.

—Háblame de las mercancías —dije—. ¿Con qué clase de artículos comerciáis?

—Enviamos a la India piezas de ferretería, lanas, lingotes de oro y plata y cosa por el estilo, y traemos sedas, brillantes, té, porcelanas, pimienta, calicó, drogas medicinales y demás.

—Ya comprendo. Sois comerciantes.

—Exactamente. Pero hemos adquirido un gran poderío, no nos conformamos con comerciar. Queríamos imponer nuestro dominio e intervenimos en las luchas entre los príncipes indios, poniéndonos de parte de unos en contra de otros. Así, adquirimos poder y ahora puede decirse que la Compañía de las Indias Orientales es la que verdaderamente manda en la India.

—¿Y a los indios no les molesta?

—A algunos por supuesto que sí. Otros ven las ventajas que les hemos llevado. Los franceses también tuvieron su Compañía de las Indias Orientales. Ésa es la razón de los conflictos entre ambos países.

—Yo creo que la ambición de poder ocasiona muchos problemas.

—Pero comprendes que es una tradición familiar, ¿no es cierto? —dijo Fabian, asintiendo.

—En una familia como la tuya, por supuesto —contesté.

—Bueno, ya basta de hablar de la Compañía y de mi familia. ¿Qué te propones hacer ahora que estás en casa?

—¿Hacer? ¿Y qué puedo hacer yo?

—Tú dirás.

—De momento, ayudo a llevar la rectoría y cuido de mi padre. La familia de un párroco tiene muchas responsabilidades.

Supongo que eso es lo que seguiré haciendo.

—¿No tienes ningún proyecto…, ninguna aspiración? ¿Viajar tal vez? Ya estuviste en Francia…, en Lindenstein.

—Hay que dejar que los acontecimientos sigan su curso —me apresuré a contestar.

—Algunos de nosotros somos impacientes y espoleamos el destino. ¿Eres una de esas personas?

—Todavía no lo sé. De momento, no he espoleado nada. ¿Tú sí?

—Lo hago constantemente —contestó Fabian, inclinándose hacia mí—. Cuando quiero algo, trato de conseguirlo.

—Eso es consecuencia de la ambición de poder, porque perteneces a la familia de los Framling y a la Compañía de las Indias Orientales.

—No del todo. Es porque tengo temperamento audaz.

Al verme reír, dijo:

—Qué distinta eres cuando ríes. ¿Sabes que por lo general pareces excesivamente seria?

—No me había dado cuenta.

—Quizás es algo que sólo ocurre cuando me ves.

—No comprendo por qué tendría que ponerme seria en tu presencia.

—¿Tal vez porque desapruebas mi comportamiento?

—¿Debería hacerlo?

—Se me ocurren unas cuantas razones.

—Pues las ignoro.

—No te hagas ilusiones. No voy a decírtelas. No soy tan necio como para aumentar tu desaprobación.

—Eso sólo son figuraciones. ¿Cómo puede desaprobarse a alguien a quien no se conoce?

—A través de la mala fama.

—No sé nada de eso.

—¿Ves? Ya has vuelto a ponerte seria. Me parece que, durante este viaje, nos vamos a conocer muy bien.

—¿Cómo podría conseguir un viaje en tren lo que no han conseguido tantos años de vecindad?

—Los trenes poseen una intimidad especial.

—¿De veras?

—¿No lo has notado?

—Probablemente porque hemos hablado más que otras veces.

—Eso es. No puedes alejarte de mí.

—Ni tú de mí.

—Pero es que yo no quiero hacerlo.

—Creo que ya estamos llegando a nuestro destino —dije riéndome.

—Faltan unos cinco minutos —señaló Fabian—. ¡Qué lástima! El viaje se me ha hecho muy corto. Lo he pasado muy bien. Ha sido una suerte que hayamos tenido el compartimento sólo para nosotros. ¿Quieres saber una cosa? No ha sido casualidad. Tuve la previsión de darle una propina al revisor.

—¿Por qué?

—Por razones obvias. Me pareció interesante poder conocernos mejor el uno al otro. La presencia de otras personas hubiera estropeado nuestro tete-a-téte.

—No entiendo por qué te has tomado esa molestia.

—Suelo tomarme muchas molestias para hacer lo que me apetece. Ya te he dicho que tengo por costumbre espolear los acontecimientos.

Al oír sus palabras, me asusté y me alarmé un poco. Temí que pretendiera cortejarme. Debía de pensar que yo era una inocente doncella dispuesta a caer en los brazos del todopoderoso señor del castillo. Si Lavinia no supo aprender de su experiencia, yo, en cambio, había aprendido mucho.

—Repito que no entiendo por qué tantas molestias —dije fríamente.

—Más tarde te lo diré.

—Bueno, pues, ya hemos llegado.

Fabian tomó mi maleta.

—Puedo con ella —dije.

—No permitiré que la lleves.

Me pareció que ya empezaba a adoptar conmigo una actitud posesiva.

Tendría que guardarme de él. Era de los que pensaban que bastaba con hacerle una seña a una chica para que ésta se echara en sus brazos. El era el rico y poderoso sir Fabian; y su madre le había hecho sentir un pequeño César, tal como suele decirse.

Traté de recuperar mi maleta, pero él lo impidió, sonriendo.

Avanzamos por el andén, e inmediatamente vi a Polly, esperándome.

Al verme con un hombre, Polly se sorprendió. Pero su asombro se transformó en consternación cuando le reconoció.

Corrí hacia ella y nos abrazamos.

—Oh, Polly —exclamé—, cuánto me alegra verte.

—Bueno, a mí no me disgusta del todo —contestó Polly, un poco cohibida ante la presencia de Fabian.

—Es sir Fabian, Polly. Ha tenido la amabilidad de traer mi maleta.

Fabian se inclinó ante Polly.

—La señorita Delany y yo coincidimos en el tren.

—¿De veras? —replicó Polly en un tono ligeramente belicoso.

Nunca le gustaron los Framling. «¿Quiénes son cuando están fuera de allí? —intuí que estaría pensando—. O en un tren, llevándole la maleta a una chica. Seguro que no se propone nada bueno». La conocía tan bien que podía incluso adivinar sus pensamientos.

—Bien, muchas gracias, sir Fabian —dije—. Ha sido usted muy amable.

—Tomaremos un coche y llegaremos a casa en un momento —dijo Polly.

—Las acompaño. Avisaré el coche —anunció Fabian.

—No es necesario… —balbucí.

—Insisto.

Fabian hablaba como si su palabra fuera inapelable. Me irrité un poco y sentí el impulso de arrebatarle la maleta y decirle que no nos hacía falta su ayuda. Pero temía, en caso de hacerlo, revelar algo que deseaba ocultar.

Con gesto autoritario, Fabian detuvo un coche, y en seguida nos pusimos en marcha.

Traté de conversar con Polly como si Fabian no estuviera. Le pregunté por Eff. Estaba muy bien y los negocios marchaban viento en popa.

Quería comprar la casa del número 10 de Maccleston cuando el viejo que la habitaba se fuera a otro sitio. Eff siempre tenía los ojos abiertos.

Ninguna de las dos mencionamos a la niña, pero yo sabía que Polly sentía tantos deseos como yo de hablar de ella.

Suspiré de alivio cuando finalizó el trayecto. Fabian descendió y llevó mi maleta hasta la puerta.

Eff estaba esperándonos y abrió inmediatamente. Lanzó un grito de alegría en cuanto me vio, pero se desconcertó ante Fabian.

Él se quitó el sombrero e inclinó la cabeza.

—Te presento a sir Fabian Framling, mi vecino —expliqué—. Coincidimos en el tren y ha sido muy amable conmigo.

Adiviné que Eff no sabía si invitarle o no a tomar una taza de té y un trozo del pastel especial de pasas que había preparado para la ocasión; sus dudas obedecían al título de Fabian y tal vez a su intimidatoria presencia.

—Ha sido usted muy amable, sir Fabian —dije yo en voz baja—. Muchas gracias.

Después, di media vuelta y él saludó con otra inclinación de cabeza y regresó al coche que lo aguardaba.

Entramos en la casa.

—Menuda sorpresa —dijo Polly—. Por poco me desmayo cuando le reconocí.

Sacudió la cabeza con aire preocupado. En cuanto tuviera ocasión, le diría que no había motivo de alarma.

—Ya sé a quién estás deseando ver —dijo Eff—. Está dormida y no quiero molestarla, no sea que arme un alboroto, ¿verdad, Poll?

—Y que lo digas —contestó Polly.

—Bueno, ¿qué tal si tomamos primero una buena taza de té? Tengo unos bollos muy apetitosos.

Mientras tomábamos el té y los bollos, me contaron que el negocio marchaba muy bien y que la niña estaba cada día más guapa.

Al final, Eff fue a buscarla al piso de arriba y yo la tomé en brazos mientras ella mi miraba asombrada, curvando sus manitas alrededor de mi dedo al tiempo que su sonrosado rostro se iluminaba con una sonrisa de satisfacción. Había cambiado mucho desde el día en que Lavinia y yo la llevamos a aquella casa. Estaba a punto de cumplir nueve meses y era una criatura encantadora. Yo siempre había compadecido a los niños no deseados, pero aquella niña, por lo menos, gracias a Polly y Eff, estaba rodeada de amor.

Fleur tenía ojos intensamente azules y su cabello, casi negro al nacer, se había aclarado y ahora era castaño oscuro con reflejos leonados, herencia sin duda de Lavinia. Parecía muy feliz y yo me alegré mucho por ella.

Mientras la miraba, me pregunté qué habría sido de los otros niños que nacieron aproximadamente por las mismas fechas. ¿Qué le debió ocurrir a Emmeline? Su hijo estaría sin duda en una buena casa. ¿Y la pobre niña violada? ¿Y Agatha? Ésta habría cumplido seguramente con su deber pues era compasiva y por nada del mundo hubiera abandonado a su hijo. Pero yo pensaba sobre todo en Miriam, obligada a desprenderse de su hijo para no destruir su matrimonio.

Era el caso más desdichado de todos cuantos vi en la clínica.

Me alegraba de que Fleur estuviera allí. Nunca echaría de menos a sus padres porque nadie la hubiera cuidado con más cariño que Polly y Eff.

Los fuelles recibieron una entusiasta acogida.

—Este fuego de la cocina nunca tira como es debido —dijo Eff.

Le probaron inmediatamente el gorrito a la niña, y Fleur mostró especial interés por las botitas.

—Le irán bien para la siesta —dijo Polly—. Ya empieza a dar los primeros pasos. Ya debe de estar cansada de andar a gatas.

—¿No te parece un angelito? —dijo Eff.

Contesté que sí.

—Eff la mima demasiado —dijo Polly.

—Mira quién lo dice —replicó Eff.

Todo era tan consolador y reconfortante como yo esperaba. Polly seguía siendo el ancla de mi vida.

Sin embargo, intuí que estaba nerviosa. Aquella noche, cuando Eff se retiró a descansar, acudió a mi habitación para hablar seriamente conmigo.

—He estado muy preocupada por ti, Drusilla —dijo—. No me gustaba que estuvieras en el extranjero.

No sabía cómo estabas. Fleur… es hija de Lavinia. Ahora lo sé. Pero al principio, pensé que era tuya.

—¡Oh, Polly!

—Por eso la aceptamos de tan buen grado. Le dije a Eff:

«Es mi niña y está en dificultades. La ayudaremos en todo lo que podamos, y si eso significa tener a la pequeña aquí, la tendremos».

—Pensé en vosotras, al recordar lo mucho que os gustan los niños.

—Es cierto. Pero tener un hijo es algo que debe meditarse con calma.

—No vacilaste ni por un momento.

—No, porque, tal como te dije, supuse que era tuyo.

—Siempre has sido muy buena conmigo, Polly… siempre.

—Ahora sé que es de Lavinia. Menuda está hecha. Se mete en dificultades y después pretende que los demás le saquen las castañas del fuego.

—Lady Harriet pagó buena parte de mis gastos escolares.

Estuve allí acompañando a Lavinia.

—Lo sé. Se consideran los amos del mundo y de cuantos lo habitan. Ahora este Fabian… o cómo le llamen.

—Todo el mundo le llama Fabian porque es su nombre.

—Sir Fabian, si no te importa.

—Heredó el título de su padre. Es sir desde el día en que murió su padre.

—Vaya manera de echar a andar por la vida… unos chiquillos que ya nacen con humos. No me extraña que, cuando sean mayores, se crean el mismísimo Dios Todopoderoso.

—¿Crees que él también es así?

—Está clarísimo.

—No siempre lo está.

—Tienes razón; ahora quiero hablarte en serio de Fleur.

—Oh, Polly, ¿acaso Lavinia no os ha mandado el dinero?

—No se trata del dinero. Lo que quiero decirte es que Fleur… bueno, pues, en el fondo, es una Framling. Ahora la niña está bien. No sabría distinguir entre el palacio de Buckingham y una vieja casa de vecindad…, mientras nosotras la cuidemos y la rodeemos de amor, estará bien. Pero cuando crezca, ¿será suficiente para ella este lugar?

—Lo será mientras tú y Eff estéis con ella. Os quiere mucho a las dos. Fíjate lo contenta que se pone cuando os ve.

—Es una chiquilla encantadora, no puedo negarlo. Pero algún día tendrán que decirle quién es y darle una educación adecuada.

—De momento no te preocupes por eso, Polly. En cuanto tenga ocasión, hablaré con Lavinia.

—También me preocupas tú.

—¿Yo?

—¿Qué piensas hacer?

—¿A qué te refieres, Polly?

—Ya sabes a qué me refiero. El párroco no anda muy bien de salud, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo podrá seguir trabajando? Supongo que ese Colin Brady ocupará su lugar algún día. ¿Te gusta?

—No estarás haciendo de casamentera, ¿verdad, Polly?

—La gente tiene que plantearse en serio estas cosas. Me gustaría verte casada. Serías feliz con unos cuantos hijos, lo sé. Te he visto con Fleur. Hay mujeres que tienen espíritu maternal por naturaleza, y tú eres una de ellas.

—Corres demasiado, Polly.

—Bueno, te gusta ese Colin Brady, ¿verdad?

—Sí.

—Y apuesto a que debe de ser un buen chico.

—Creo que sí.

—No querrás que ciertas personas te tomen cuando les apetezca y cuando se cansen te dejen.

—¿A quién te refieres?

—Al tal sir Fabian.

—No hay peligro de que se fije en mí. Simplemente coincidimos en el tren.

—Algunas personas se las ingenian para que las cosas ocurran como ellas quieren.

Recordé lo dicho por Fabian sobre el destino y comprendí que había planeado el encuentro.

Me emocionó que se hubiera tomado aquella molestia y, en lugar de irritarme, me alegré.

Poco a poco, Polly me hizo contar la historia del engaño sufrido por Lavinia.

—Es lógico que le ocurriera un percance. Puede que le sirva de lección. Es posible, aunque lo dudo. Esa chica tiene muy malas inclinaciones y, tarde o temprano, volverá a meterse en algún lío. ¡Y pensar que sir Fabian es el tío de Fleur y no lo sabe!

—Ni siquiera conoce su existencia.

—Si lo supiera, menuda sorpresa se llevaría. No me sorprende que Lavinia tratara de ocultarlo por todos los medios. Siempre me he compadecido de las muchachas en apuros, pero por ella jamás sentí la menor compasión.

Mi conversación con Polly fue tan consoladora para mí como las que solíamos mantener en aquella habitación de la rectoría con el cementerio a un lado y los jardines públicos de la aldea al otro.

Polly y yo visitamos varias veces el «Oeste». Allí compré unos guantes para Polly y una bufanda para Eff. Contaba con una asignación procedente del dinero que me había dejado mi madre. No era mucho, pero, por lo menos, no estaba sin blanca.

Le dije a Polly que le mandaría la mitad de lo que tenía para contribuir a la manutención de Fleur, pero a ella le indignó.

—¡Ni se te ocurra! Como lo hagas, te lo devuelvo inmediatamente… Eff y yo nos ofenderíamos muchísimo.

Les encantaba tener a la niña en casa. Era muy importante…, sobre todo, para Eff, que lo pasaba muy bien dirigiendo sus negocios, pero a menudo decía que le faltaba algo.

Tuvo que aguantarle a Él muchas cosas y se lo hubiera perdonado si, por lo menos, le hubiera dado un hijo. Pero, al parecer, Él no servía… ni para eso.

Por su parte, Polly también estaba decepcionada en este sentido.

—Pero ahora tenemos a Fleur —dijo—, y si alguna vez Lavinia pretendiera recuperarla no se la daríamos. Lucharía hasta la muerte por Fleur, y Eff también… Eff siempre gana y consigue lo que se propone. Nuestro padre lo sabía.

A menudo pensaba en Lavinia y me preguntaba si alguna vez se acordaría de la niña. Lo dudaba. Había concebido temerariamente aquella hija para satisfacer sus propias inclinaciones y se había desprendido de ella sin remordimiento alguno y sin darse cuenta de la suerte que había tenido al encontrar unas personas dispuestas a librarla de aquella carga.

Durante aquella semana, varias veces saqué a pasear a la niña en su cochecito. Me sentaba en un banco y pensaba en todo lo que había acontecido en los dos últimos años. Evocaba el pequeño pueblo donde elegía mi pastel y me sentaba a la sombra del parasol, esperando que Charles nos sirviera el café. Recordaba con toda claridad el día en que el presunto y apuesto conde pasó por delante de nosotras y Lavinia le miró provocativamente. Recordaba también su íntima satisfacción. Hubiera debido comprender entonces que el conde era un farsante y sólo quería de ella una fugaz aventura.

Un día en que me hallaba ensimismada en mis recuerdos y Fleur se había dormido en su cochecito, fui súbitamente consciente de que alguien se había sentado a mi lado en el banco. Me volví y vi, con una mezcla de júbilo y consternación, que era Fabian.

—Sir Fabian… —balbucí.

—Por favor —me dijo—, no me hables de usted. Para mis amigos soy simplemente Fabian.

—Pero… ¿qué haces aquí?

—Disfrutar de esta feliz coincidencia. ¿Qué tal te va? Tienes muy buen aspecto. Qué mejillas tan sonrosadas. ¿Es el aire de Londres o el reencuentro con tu querida niñera? —al ver que no contestaba, Fabian añadió—: ¡Qué niña tan bonita! ¿De quien es?

—La ha adoptado Polly.

—Polly es una mujer singular. El gorrito le va muy bien —dijo Fabian, mirándome con picardía—. Fue una buena elección.

—Pues, sí.

—Y las botitas.

—Ésas no resultaron tan buena elección porque ya empieza a andar y necesita zapatos.

—Hubieras tenido que pensar en eso. ¡Qué emprendedoras son esas hermanas! Tienen varias casas en propiedad y, encima, asumen la responsabilidad de adoptar una niña. Muy curioso. Dime una cosa, ¿ya han comprado el edificio del número 10 de Maccleston?

—No, pero lo harán. ¿Estás aquí por asuntos de negocios?

Fabian me miró con una leve sonrisa.

—Piensas que he venido a propósito. Estaba por este barrio y, al cruzar estos jardines, recordé que te alojabas aquí. Cuando te vi me llevé una sorpresa. Al principio, el cochecito de la niña me desconcertó. Pensé que era una joven madre, hasta que comprendí que nadie podía parecerse tanto a ti… y me alegré de verte. ¿Cuándo regresas? Creo recordar que pensabas pasar aquí una semana. El viernes se cumple exactamente la semana.

—Sí. Supongo que será entonces.

—Espero que lo estés pasando bien.

—Lo estoy pasando estupendamente.

Fleur se despertó y, tras mirarnos un instante, estimó que hacía rato que nadie le prestaba atención y empezó a gimotear. La saqué del cochecito e inmediatamente esbozó una sonrisa. Después la hice saltar un poco sobre mi regazo mientras ella miraba a Fabian y se inclinaba hacía él para asirle un botón de la chaqueta, sin apartar los ojos de su rostro.

—¿Es una expresión de reproche? —preguntó Fabian.

—No estoy muy segura, pero de interés, por descontado.

Fleur rió como si Fabian le hiciera gracia.

—Pronto empezará a hablar —dije—. Quiere decirte algo, pero le faltan las palabras.

—Es una criatura muy simpática.

—Sí, y Polly y Eff también.

—¿Eff?

—Es el diminutivo de Effie.

Al oír mencionar a Eff, Fleur empezó a balbucir:

—Eff…, Eff… Eff.

—¿Lo ves? —dije—. Ya está empezando.

—Pues no me lo ha parecido.

—Hay que prestar atención. Dice Eff.

—Effeff…, Eff —repitió Fleur.

—¿Cómo se llama? —preguntó Fabian.

—Fleur.

—Una florecita francesa. ¿Acaso es francesa?

—Polly no me lo ha dicho.

—Pero le han puesto un nombre francés.

—Quizá se lo pusieran antes de que ellas la adoptaran.

Intenté convencer a la niña de que soltara el botón, pero no quiso. Cuando finalmente se cansó del botón, agarró la oreja de Fabian.

—Se nota que le gustas —dije.

—Me gustaría que buscara otro medio de expresar su cariño.

—Vamos, Fleur, ya es hora de irnos a casa —le dije a la niña—. Polly estará esperándote, y Eff también. Se enfadarán si te quedas en la calle tanto rato.

—Se me ocurre una idea —dijo Fabian—. Lleva a la niña a casa y permite que te invite a almorzar.

—Es muy amable de tu parte —contesté—, pero me queda muy poco tiempo. Tengo que estar con Polly.

—Porque pronto te irás. De acuerdo. Haremos el viaje de vuelta juntos.

No contesté. Puse a Fleur en el cochecito y me volví a mirar a Fabian. Se encontraba de pie, con el sombrero en la mano.

—Adiós —dije.

—Au revoir —replicó él con intención.

No dije a Polly qué lo había encontrado en el jardín comunal. Se hubiera preocupado.

Ocurrió al día siguiente. Polly y yo estábamos desayunando. Eff solía hacerlo más temprano, por lo que Polly y yo podíamos conversar a nuestro antojo. Creo que Eff lo sabía y que por eso procuraba dejarnos solas.

Polly estaba echando un vistazo al periódico y, en cuanto me vio, dijo:

—Fíjate, ¿qué te parece?

Me senté, expectante.

—Ha habido un terrible incendio en un sitio… Los Abetos. Una casa de reposo, la llaman… en New Forest —empezó a leer—: «Casa de reposo Los Abetos. Un terrible incendio provocado, según se cree, por uno de los pacientes. El incendio ya estaba muy avanzado cuando se descubrió. La propietaria, señora Fletcher, perdió la vida. Aún no se sabe el número de muertos, pero el incendio fue muy grave y se teme que se hayan perdido varias vidas. Muchos pacientes sufrían achaques…».

Permanecí inmóvil, con la mirada perdida en el espacio. ¿Figuraría Janine entre las víctimas? Me pregunté cuántas mujeres embarazadas habrían perecido en el incendio. Recordé a la duquesa y al joven quien tía Emily quería casar a Janine.

George debió de prender fuego a algún armario o alhacena, tal como tenía por costumbre.

Le hablé a Polly de George.

—Menos mal que no ocurrió cuando vosotras estabais allí —dijo Polly.

Pasé todo el día sin quitarme de la cabeza Los Abetos y a tía Emily, Janine y todas las personas que había conocido.

Hubiera podido suceder durante nuestra estancia allí.

Leí todos los periódicos del día y los del día siguiente, pero supongo que no debieron considerarlo de suficiente interés como para dedicarle más espacio.

Llegó el día de mi partida.

Una hora antes de la salida del tren, a las tres de la tarde, Fabian se presentó en la puerta con un coche para ir a la estación. Era el único tren que había por la tarde y, por consiguiente, él sabía que forzosamente tenía que tomarlo.

Eff abrió la puerta y se llevó una grata sorpresa al verle.

Le gustaba que visitaran su casa personas distinguidas. Eso le confería importancia a los ojos de los vecinos, decía.

No hubo más remedio que aceptar su ofrecimiento. Polly nos acompañó a la estación, pero la presencia de Fabian impidió que pudiéramos conversar con intimidad.

Fabian estuvo muy amable con ella y, al llegar, insistió en que el coche la acompañara de nuevo a casa, y pagó la carrera al cochero.

—No se moleste —dijo Polly.

Pero él rechazó sus protestas con un gesto de la mano y Polly tuvo que aceptar sus deseos, aunque comprendí que no le hacía ninguna gracia y le preocupaba que yo viajara con él en el tren.

Fabian parecía muy satisfecho.

—Ha sido una visita muy agradable —dijo cuando el tren se puso en marcha alejándose de Londres.

—Siempre lo paso muy bien con ellas.

—Una pareja de lo más insólita y, por si fuera poco, con la niña. Vi lo encariñada que estabas con ella. Es una niña simpatiquísima. Y tiene cara de francesa.

—¿De veras? —conseguí preguntar.

—Por supuesto. Y se llama Fleur. No sé si en Francia es muy corriente, pero desde luego es encantador, ¿no te parece?

—Pues, sí.

—Es extraño que alguien haya podido abandonar a una niña así. Me gustaría conocer la historia de su nacimiento. Una unión en la cual ambos participantes debieron darse cuenta de que habían cometido un error.

—Tal vez.

—Estoy casi seguro. ¿Sabes cómo consiguieron adoptarla esas dos dignísimas hermanas?

—Ni idea —contesté mirando a través de la ventanilla.

—Parece que el paisaje te interesa mucho —dijo Fabian.

—Estos condados son preciosos —comenté.

—Muy cierto. Son prósperos y tranquilos. Aquí todo es suave y placentero.

Hasta los árboles parecen someterse a las normas establecidas. ¡Qué distinto de Lindenstein!

El temor volvió a apoderarse de mí. Fabian había adivinado algo y quería acosarme. Jugaba conmigo como el gato con el ratón antes de descargarle el golpe mortal.

—Ah, sí… Lindenstein —dije, tratando de aparentar indiferencia.

—Me pareció un sitio más bien vulgar. Árido incluso, lo que es bastante sorprendente teniendo en cuenta su situación. No es lo que uno se imagina antes de ir.

Pretendía atraparme. Recordé algunos fragmentos de conversación la vez que había estado en nuestra casa y comentó cuán montañoso era aquel país.

Su interrogatorio estaba poniéndome nerviosa.

Aparté el rostro de la ventanilla y le miré. Vi una leve expresión burlona en sus ojos. ¿Quería decirme que ya sabía que nunca estuve en Lindenstein? Comprendí que había atado cabos. Lavinia y yo dejamos la escuela al terminar el curso; dijimos que visitaríamos a la princesa; estuvimos ausentes dos meses; y había una misteriosa niña —francesa— adoptada por mi querida niñera.

Pensé que había juntado las piezas del rompecabezas y ya tenía la solución. La deducción le resultaría evidente.

Me indigné. Hubiera querido decirle que dejara de acosarme y le pidiera explicaciones a su hermana.

—Supongo que todo nos parece siempre distinto a como lo imaginamos —dije fríamente—. Es mejor no hacer comparaciones.

—Las comparaciones son siempre odiosas, ¿verdad…? ¿O tal vez dolorosas?

—Depende de la fuente que se consulte.

—Muy cierto, pero en ambos casos significa que son más bien detestables.

Fabian no me quitaba los ojos de encima. Debía de pensar que Lavinia tenía algo que ver en el asunto. Conociéndola como la conocía, sabía muy bien que ella no hubiera estado dispuesta a hacer ningún sacrificio por una amiga.

Si yo me hubiera visto obligada a ocultarme, ella no se hubiera tomado ninguna molestia por ayudarme.

Hubiera deseado gritarle. «Vosotros los Framling, que siempre adoptáis esta actitud de superioridad, sois los causantes de todos los problemas».

Al verme tan trastornada, me dijo con cierta dulzura:

—Espero que cuando vuelvas la salud de tu padre haya mejorado.

—Yo también lo espero. Aunque la llegada de Colin Brady ha sido una considerable ayuda.

—Ah, el coadjutor. Me han dicho que tiene mucho éxito.

—Es verdad. Hemos tenido suerte con él. Algunos días mi padre no puede trabajar, y eso le causa mucha pena.

Pero el señor Brady se encarga de todo y asume las tareas más pesadas.

—Supongo que algún día querrá establecerse por su cuenta.

—Sin duda.

—Creo que tú y él tenéis muchas cosas en común. Le miré, arqueando las cejas.

—Los dos estáis en las órdenes sagradas por así decirlo. Tú por nacimiento, y él por libre elección.

—Más o menos.

—Y seguramente sois muy buenos amigos.

—Con el señor Brady es inevitable. Es cordial con todo el mundo.

—Un joven admirable.

Otra vez la sonrisa burlona. Estaba hasta la coronilla de él. Primero, llegó a la conclusión de que en Francia tuve una aventura cuyo resultado fue Fleur, y ahora quería casarme con Colin Brady. Era una impertinencia por su parte asumir el papel de señor del castillo que gobierna a su antojo las vidas de sus súbditos.

Hubiera deseado decirle que yo no había buscado su compañía y que sus insinuaciones me importaban un bledo; pero no lo hice y, a su debido tiempo, Fabian cambió de tema.

Habló acerca de la India y expresó su entusiasmo por aquel lugar y sus gentes.

Aunque nunca estuvo allí, dijo, había aprendido tantas cosas al respecto, que ya empezaba a conocer el país.

Me gustó que hablara de la gente de allí, del sistema de castas, el poderío de la compañía, los mercados y las exóticas mercancías que podían comprarse. Estaba subyugada, pero no conseguía olvidar del todo nuestra anterior conversación y la insinuación de que Fleur era el resultado de un desliz por mi parte. No podía revelarle que no era yo sino su hermana quien se encontraba en el centro de aquella sórdida tragedia.

Al final, el tren llegó a la estación. Uno de los mozos de Framling esperaba con un carruaje y Fabian me acompañó a la rectoría.

Después tomó mi mano y se despidió con una sonrisa.

—Fue una visita muy interesante e ilustrativa —dijo con doble intención.

Yo estaba muy nerviosa y no podía apartar de mi mente el incendio de Los Abetos.

Me preguntaba cuáles, de entre las extrañas personas que allí había conocido, habrían sido sus víctimas. ¿Figuraría Janine entre ellas?

*****

La señora Janson me dijo que, durante mi ausencia, en la rectoría todo se desarrolló según lo previsto. El párroco tuvo un arrechucho, pero ella no consideró necesario interrumpir mis vacaciones. El señor Carruthers visitó un par de veces la casa y su presencia fue muy reconfortante para el párroco. Ambos pasaban el rato estudiando viejos mapas y documentos que el señor Carruthers había traído, y aquellas reuniones fueron como un tónico para mi padre. Además, el señor Brady se hizo cargo de todo y no pasó nada.

Durante la siguiente semana, mi amistad con Dougal Carruthers y Colín Brady adquirió un nuevo sesgo.

Dougal nos visitaba con frecuencia y mi padre insistía en que yo participara en las discusiones.

—Ya verás lo bien que lo pasas —me dijo—. Claro que el fuerte del señor Carruthers son los anglosajones…, un período un poco tardío para mí, aunque me parece interesantísimo. Tiene muy buenos conocimientos de la primitiva historia europea, lo cual es muy útil para encuadrar mejor la época. Su conversación es muy amena.

Descubrí con asombro que era cierto. Me trajo varios libros que me sirvieron de distracción dado que mis encuentros con Fabian me habían trastornado más de lo previsible. No hacía más que pensar en él y en sus insinuaciones. Cuando volviera Lavinia, le pediría que le explicara a su hermano cuál había sido mi papel en aquella aventura. Estaba claro que había atado cabos y creía haber dado con la solución. No quería que pensara, primero, que yo había intervenido en aquel sórdido asunto y, segundo, que fuera capaz de abandonar a mi hija… aun cuando la dejara al cuidado de una niñera de confianza. Lavinia tendría que darle una explicación.

No sabía cómo quitarme de la cabeza a Fabian. Su recuerdo aparecía constantemente en mi mente. Ignoraba qué sentimientos me inspiraba, pero a veces rozaban la antipatía. Temía tropezarme con él, lo cual era muy posible viviendo tan cerca uno del otro; y, sin embargo, ardía en deseos de verle.

Fabian me hacía sentir viva y me obligaba a adoptar una actitud defensiva totalmente insólita en mí. La situación era un tanto alarmante y, no obstante, mis encuentros con él constituían una experiencia placentera.

A menudo pensaba en el incendio de Los Abetos y no conseguía apartar a Janine de mi imaginación. ¿Qué habría sido de ella? Puesto que nuestra amiga sabía dónde estábamos, supuse que tal vez intentaría contactar con nosotras. Su tía había amasado una inmensa fortuna y seguramente la había dejado muy bien provista. Deseé que los periódicos hubiesen dado más detalles.

Mi amistad con Dougal era cada vez más estrecha, al punto de que finalmente pensé que visitaba la rectoría no sólo por mi padre sino también por mí.

El interés por el pasado me embargó durante algún tiempo, probablemente porque deseaba olvidar a Fabian y lo que éste debía pensar sobre mí…, si es que pensaba algo. Quizá fuera una presunción, pero me pareció que Fabian sentía un profundo interés por mí, tal vez a causa de mi relación con su hermana. Tenía constantes pesadillas sobre Los Abetos y me veía de nuevo en aquel submundo, rodeada de personas extrañas. Imaginaba a George, prendiendo fuego un armario en mitad de la noche, y soñaba que me despertaba medio asfixiada por el humo. ¡Qué terrible debió resultar para ellos quedar atrapados en aquel lugar!

La actitud de Colin hacia mí también había experimentado cambios. Los asuntos de la iglesia nos mantenían muy ocupados y él siempre estudiaba conmigo los himnos a elegir para las celebraciones especiales, a quiénes encomendaríamos los distintos tenderetes del bazar anual y cuándo deberíamos pedir autorización a los Framling para utilizar sus terrenos.

Deduje que Colin había forjado ciertos planes, cosa muy natural en su caso. Era un joven coadjutor que aspiraba a más altas responsabilidades. Aquella parroquia le debía de parecer perfecta. Los párrocos tenían que estar casados y los ascensos eran más fáciles cuando la esposa era educada. La hija de un párroco sería aceptable y, una vez casados, lo más seguro era que le asignaran el puesto.

Como la mayoría de los chicas, yo también pensaba en el matrimonio, pero en el jardín de los Framling había aprendido que yo era fea y vulgar, y las chicas feas y vulgares no atraían tan fácilmente a los hombres como las bonitas. Me decía que, si nadie quería casarse conmigo, me daba igual.

Sería dueña de mí misma y no tendría que satisfacer los caprichos de ningún hombre.

Mis posibilidades, caso de tenerlas, serían muy escasas y, tal como hubiera dicho Polly, ninguna chica un poco sensata las hubiera rechazado sin antes considerarlas cuidadosamente, pero yo prefería no casarme antes que aceptar un matrimonio de conveniencia con Colin Brady.

Por otra parte, no podía negar que Dougal Carruthers me inspiraba ciertos sentimientos románticos. La señora Janson se alegraba mucho de tenerle como invitado a almorzar y, aunque apreciaba profundamente a Colin, yo creo que admiraba mucho más a Dougal Carruthers.

Yo me mostraba cada vez más interesada por la historia y discutía con él los libros que me traía. Un día, Dougal me sugirió ir con él al castillo de Grosham, a unos quince kilómetros. Sería una excursión de un día y la señora Janson podría prepararnos un almuerzo para llevar.

Ella se mostró encantada y dijo que lo dejáramos de su cuenta.

Nos pusimos en camino de mañana desde las cuadras de Framling. Era un agradable día estival con una suave brisa.

Dougal quería tomarse las cosas con calma para disfrutar mejor del paisaje. Le interesaba la vida del campo y cabalgamos el uno junto al otro conversando tranquilamente. Me dijo que no le apetecía mucho irse a la India y que hubiera preferido quedarse en casa, matricularse en una universidad y proseguir sus estudios.

Llegamos al castillo hacia el mediodía. El sol calentaba mucho y, puesto que habíamos iniciado el camino muy temprano, decidimos echar un rápido vistazo a las ruinas y comer lo que la señora Janson había preparado. Más tarde exploraríamos el castillo con detenimiento.

Grosham era una especie de cascarón con las murallas intactas. Desde fuera, nadie hubiera adivinado que el interior estaba totalmente derruido.

Pasamos por encima de piedras que eran los restos de un muro interior, por entre columnas rotas y sobre la hierba que cubría lo que antaño debió ser el suelo de una sala.

Dougal estaba indignado porque aquel deterioro no se debía al paso de los años sino a la acción de los soldados de Cromwell.

A la sombra de las murallas del castillo, abrimos el cesto del almuerzo y encontramos muslos de pollo, ensalada, crujiente pan, un tarro de mantequilla, fruta del tiempo y una botella con vino de bayas de saúco elaborado por la propia señora Janson.

Estábamos hambrientos y la comida nos supo a gloria.

Me gustaba hablar con Dougal y ya podía comentar con él los acontecimientos históricos gracias a los numerosos libros que había leído desde que le conocía.

Raras veces le había visto tan furioso.

—Pensar que este castillo estaría actualmente en perfecto estado de no ser por aquel… vándalo.

—Te refieres al santurrón de Oliver Cromwell, claro.

—No soporto la destrucción de las cosas bellas.

—Sin embargo, él las consideraba pecaminosas.

—En tal caso, debía estar loco.

—No creo que generalmente se le tenga por tal.

—Las personas pueden ser juiciosas en algunas cosas e insensatas en otras.

—Muy cierto. Cromwell puso en pie un ejército y enseñó a los campesinos a luchar. Ganó una guerra y gobernó el país durante algún tiempo.

—Pero destruyó cosas hermosas, y eso es imperdonable.

—Hizo la guerra y también destruyó personas, lo cual es todavía peor. Pero creía que le acompañaba la razón y que Dios estaba de su parte. ¿Se puede culpar a la gente de hacer lo que considera justo?

—Es una muestra de arrogancia pensar que uno posee la razón cuando tantos otros tienen opiniones distintas.

—No es fácil establecer si tuvo o no razón. Algunos historiadores lo defienden y otros le atacan. Es difícil juzgar a un hombre como él. Sobre personas como Nerón o Calígula, por ejemplo, no existe ninguna duda. En cambio, las opiniones sobre Oliver Cromwell pueden ser muy dispares.

—Destruyó cosas bellas —repitió Dougal—, y eso es algo que no le perdono. Cuando las personas matan en nombre de Dios me parecen más despreciables que si lo hicieran por pura crueldad. Este castillo no es más que un ejemplo, teniendo en cuenta lo que hizo en todo el país.

—Lo sé. Pero el caso es que él creía tener razón y pensaba que hacía lo mejor para el pueblo.

—Es cierto, pero sucede que amo tanto la belleza que no puedo soportar que la destruyan.

—Veo que las cosas bellas tienen para ti más importancia que para la mayoría de la gente. Cromwell las consideraba pecaminosas porque la gente les rendía más tributo que a Dios.

La discusión había coloreado el pálido y hermoso rostro de Dougal. Creo que podría llegar a quererle mucho, pensé.

Es de las personas que resultan más interesantes a medida que se las conoce mejor. No me sería nada difícil compartir sus intereses, y mi vida a su lado sería enriquecedora y satisfactoria. Gracias a él, mi mente se había abierto a nuevas ideas. Era un intelectual y un enamorado de la humanidad, exceptuando a quienes destruían la belleza. Jamás le había visto tan indignado contra una persona viva como lo estaba contra Oliver Cromwell.

—Ha sido para mí un gran placer conoceros a ti y a tu padre —dijo, como si hubiera adivinado mis pensamientos.

—Y nosotros hemos tenido mucho gusto en conocerte.

—Me parece un poco absurdo tratarte de usted delante de la gente, habiendo tanta amistad entre nosotros. ¿Me permites, de ahora en adelante, llamarte Drusilla?

—Me parece una buena idea —contesté, sonriendo.

—El almuerzo es excelente.

—Le transmitiré a la señora Janson tus cumplidos. Se alegrara.

—Drusilla…

Nunca supe lo que iba a decirme porque, en aquel momento, oímos los cascos de un caballo acercándose y apareció Fabian.

—Hola —gritó—, supe que estabais aquí y he querido reunirme con vosotros. ¡Comida! ¡Qué idea tan excelente! —Añadió, desmontando y atando su caballo junto a los nuestros—. ¿Vais a invitarme?

Me sentí algo molesta. Estaba conversando tranquilamente con Dougal y ahora Fabian destruía mi serenidad y me ponía en estado de alerta.

—Te has invitado tú mismo, Fabian —le dije sin poder evitarlo.

—Pensé que no os importaría que me reuniera con vosotros. ¿Esto es pollo? —Fabian tomó un muslo—. El pan parece delicioso —añadió.

—Lo hizo la señora Janson.

—Una cocinera admirable la señora Janson, tal como pude-comprobar cuando tuve el placer de cenar en la rectoría. Qué bien sabe. Me alegro mucho de haber venido.

—¿Cómo supiste dónde estábamos? —preguntó Dougal.

—Por métodos un poco tortuosos que no pienso revelarte —contestó Fabian—. Puede que alguna vez tenga que volver a usarlos.

Son unas ruinas maravillosas, ¿verdad? No me sorprende que hayan despertado tu interés. Por fuera, perfecto, y por dentro… no es lo que uno se espera.

Es como quienes parecen inocentes ante el mundo, pero albergan secretos en su interior.

Fabian me miró directamente a los ojos.

—Hablábamos sobre Oliver Cromwell —le expliqué.

—Siempre me ha parecido un sujeto muy desagradable.

—Alguien está de acuerdo contigo —dije—: Dougal.

—Drusilla le justifica en parte.

Leí los pensamientos de Fabian. ¿Drusilla? ¿Dougal?

Había observado que nos tuteábamos y estaba empezando a atar cabos. Creí adivinar que estaba un poco irritado.

—O sea que Drusilla… admira a este hombre.

—Él creía obrar rectamente y eso hay que tenerlo en cuenta cuando se juzga a la gente —señalé.

—Tienes un espíritu magnánimo. Yo tengo que estarle naturalmente agradecido porque nos dejó Framling intacto —dijo Fabian.

—Tenía ideas y convicciones muy fuertes.

—Cosas necesarias para un gobernante. ¿Eso es vino? —Preguntó Fabian—. ¿Puedo probarlo?

Le serví en uno de los vasitos que la señora Janson había incluido en el cesto.

—Perdona que sea el mío —dije—, pero la señora Janson pensó que sólo seríamos dos.

—Me encantará compartir tu vaso —contestó Fabian sonriendo. Después tomó un sorbo de vino—. Néctar de los dioses —musitó—. La señora Janson es una verdadera joya.

—Le transmitiré tus cumplidos. Estoy segura de que se alegrará mucho.

—¡Qué bien lo estamos pasando! Tendríamos que hacerlo más a menudo. ¡Almuerzo al aire libre! Una idea excelente. ¿A quién se le ocurrió? ¿A ti, Dougal…, o a Drusilla?

—La señora Janson preparó un poco de comida porque sabía que no estaríamos en casa a la hora del almuerzo.

—¡Una dama muy considerada! Sí, tendríamos que hacerlo otras veces. Tú y Drusilla me podréis facilitar detalles sobre los monumentos que visitemos. Confieso que en estas cuestiones soy un poco ignorante. Pero estoy dispuesto a aprender.

Desde su llegada, Fabian dominaba la conversación. La agradable intimidad se había esfumado. Cuando recogimos las sobras del almuerzo y exploramos el castillo, todo pareció distinto. Él estaba allí y, de vez en cuando, me ponía nerviosa con su mirada burlona e inquisitiva a un tiempo.

Su comportamiento me irritaba y turbaba a la vez.

La magia de la tarde había desaparecido y Fabian consiguió que nuestros comentarios sobre el castillo sonaran presuntuosos.

Acortamos considerablemente la visita y regresamos a las cuadras de Framling una hora antes de lo previsto.

*****

Dos días más tarde, Dougal se presentó en la rectoría. Mi padre se alegró mucho y la señora Janson sirvió vino y rosquillas.

Estaba tan contenta que casi ronroneaba como un gato. Le gustaba que acudieran a la rectoría visitantes distinguidos, y Dougal lo era sin la menor duda.

Escancié el vino en cuanto ella se retiró.

—He venido para decirles que me marcho mañana —explicó Dougal.

—Espero que vuelva pronto —contestó mi padre.

—Yo también. Ha ocurrido un contratiempo en la familia. Mi primo sufrió una caída de caballo y está gravemente herido. Debo ir a verle.

—¿Está lejos de aquí? —pregunté.

—Unos diez kilómetros. Un lugar llamado Tenleigh.

—He oído hablar de él —dijo mi padre—. Allí cerca, se descubrieron unas ruinas romanas…, en las tierras del conde de Tenleigh, si no me equivoco.

—Así es.

—Muy interesante. Unos baños y unos preciosos mosaicos. Qué raza tan extraordinaria fueron los romanos. Llevaron toda clase de beneficios a las tierras que ocuparon, que es lo que debe hacer todo conquistador que se precie. Su decadencia y caída fue una gran tragedia.

—Es el destino de las civilizaciones —comentó Dougal—. La pauta es casi siempre la misma.

—Puede que algún día se rompa esta pauta —apunté.

—Es posible —convino Dougal.

—Echaremos de menos sus visitas —dijo mi padre.

—Yo también las echaré de menos —replicó Dougal.

Su partida me entristeció un poco. Cuando le acompañé a la puerta para despedirle, él tomó mis manos entre las suyas y las estrechó con fuerza.

—Siento tener que irme ahora —dijo—. Lo pasaba muy bien en estas reuniones. Tenía previsto otras excursiones como la que hicimos al castillo. Hay lugares muy interesantes por toda Inglaterra. Ha sido un placer.

—Bueno, tal vez, cuando hayas visitado a tu primo…

—Volveré. De eso puedes estar segura. Insistiré en que me inviten.

—Creo que a mi padre le gustaría mucho que te alojaras en nuestra casa. Aunque nosotros no podemos ofrecerte la magnificencia de Framling, claro.

—Me encantaría, pero ¿no será una molestia?

—En absoluto. Hay sitio de sobras en la rectoría y la señora Janson tendrá mucho gusto en prepararte platos especiales.

—No vengo aquí por la comida. El alimento de la mente es otra cosa.

—Bueno, pues piénsalo.

—Drusilla… —dijo Dougal, haciendo una pausa mientras yo le miraba inquisitivamente—. Sí, me gustaría mucho alojarme aquí. Resolveré este asunto y después… ya hablaremos.

—Estaré encantada.

Antes de irse, Dougal se inclinó y me besó suavemente en la mejilla.

Me sentí súbitamente alborozada. Nuestras relaciones eran más estrechas que nunca y ello me producía una sensación de gran serenidad.

El futuro de pronto se me antojaba prometedor.

En los días sucesivos pensé mucho en Dougal. Estaba segura de que, a su debido tiempo, me pediría en matrimonio. Dougal era una persona muy considerada. Su seriedad le impedía tomar decisiones precipitadas. Yo sabía que le atraía y, sin embargo, nuestras relaciones eran de simple amistad. Desde que oyera aquel comentario en los jardines de Framling, sabía que era vulgar y anodina y ningún hombre se enamoraría apasionadamente de mi belleza, pues no poseía ninguna.

No obstante, las relaciones podían ser de muchas clases y yo creía que una unión basada en la mutua comprensión podía ser más firme que una ciega pasión despertada por la belleza. Dougal llevaba ausente una semana. Por su parte, Fabian se encontraba en Londres, lo que me alegraba muchísimo. No necesitaba para nada su turbadora presencia. Me obsesionaba el recuerdo de Janine y tenía constantes pesadillas sobre Los Abetos. Se me había metido en la cabeza que tal vez descubriera algo yendo a New Forest, viendo el lugar con mis propios ojos y sonsacando a los habitantes de la zona. Durante aquellos meses Janine estuvo tan cerca de nosotras y se esforzó tanto por ayudarnos que no podía olvidarla.

Me mantenía en constante comunicación con Polly, la cual me informaba de los progresos de Fleur. Un día le escribí que no podía olvidar a Janine ni quitarme de la cabeza el incendio de Los Abetos y la tragedia abatida sobre aquellas personas con quienes habíamos convivido una temporada.

Entonces a Polly se le ocurrió una idea. ¿Y si yo fuera a Londres? Podríamos ir juntas a New Forest y Eff se quedaría de mil amores al cuidado de Fleur.

Dejé la rectoría y esta vez viajé sola a Londres. Polly me recibió en la estación con el mismo cariño de siempre.

Después tuve la inmensa alegría de volver a ver a Fleur y a Eff. La niña había crecido muchísimo y ahora caminaba un poco e incluso decía algo que sonaba a Eff, Poll, sí y no. Esto último con mucha energía. Era preciosa y parecía muy feliz.

Eff y Polly competían por ganarse su afecto y ella lo distribuía con generosidad. Ninguna madre hubiera podido darle más cariño del que ellas le daban.

Polly ya había ultimado los detalles de nuestro viaje. Sugirió que partiéramos al día siguiente y pernoctar en alguna posada de las inmediaciones.

Había averiguado a través de «Tercer Piso Izquierda» de una de las casas —el inquilino conocía casualmente aquella región— que The Feathers era la mejor, por lo que había reservado dos habitaciones. Al día siguiente, Polly y yo emprendimos el viaje.

Llegamos a última hora de la tarde y decidimos visitar el lugar al día siguiente.

Entre tanto, logramos averiguar algunas cosas. Primero hablamos con la criada, que trabajaba en The Feathers desde niña y, más tarde, al crecer sus hijos, siguió trabajando allí sólo por las tardes. Vivía a pocos metros de la posada.

—O sea que usted conoce bien esta zona —dije.

—Como la palma de mi mano, señorita.

—Recordará el incendio.

—¿El de Los Abetos?

—Sí.

—Oh, de eso hace mucho. ¡Dios mío, qué llamas tan impresionantes! Ocurrió de noche.

—Lo leímos en el periódico —terció Polly.

—Era un lugar muy extraño. A mí me daba miedo cada vez que pasaba por allí.

—¿Por qué? —pregunté.

—No lo sé. Aquella señora Fletcher…, en realidad, antes de volver aquí, cuando la menor de mis hijas ya no me necesitaba tanto, trabajé algún tiempo allí.

—Ah —dije con cierta inquietud, temiendo súbitamente que nos hubiera visto a Lavinia y a mí.

—De eso hace más de cinco años —dijo.

Suspiré de alivio.

—¿Por qué le daba miedo? —preguntó Polly.

—Pues, la verdad es que no lo sé muy bien. Había algo raro. Con todos aquellos ancianos que parecían aguardar la muerte. La gente decía que estaban allí porque sus familias no les querían. Todos eran muy extraños.

Siempre había allí alguna mujer que acudía a dar a luz porque era un sitio apartado y discreto, ¿comprenden?

Yo lo comprendía muy bien.

—¿Y el incendio? —insistí.

—Se quemó todo. Yo estaba en la cama y le dije a mi marido:

»—Jacob, no sé lo que ocurre.

»—Tú sigue durmiendo —me contestó, pero entonces notó un olor un poco raro y vio que entraba luz en el cuarto—. Pero ¿qué diantres ocurre? —exclamó, y se levantó de un salto para ayudar en las tareas de extinción.

»Toda la aldea estaba allí. Fue una nochecita que no se imaginan.

—Hubo muchas víctimas, ¿verdad? —pregunté.

—Pues, sí. Es que, verá usted, un viejo chiflado prendió fuego a uno de los armarios. Toda la planta baja ardió y luego el incendio se propagó. Todos murieron abrasados…, la señora Fletcher también.

—¿Todos? —pregunté.

—Todos. No fue posible rescatar a nadie. El fuego pasó inadvertido hasta que estaba muy avanzado.

—Qué tragedia tan terrible.

Aquella noche no conseguí pegar el ojo. Pensaba en Janine y en lo fácil que hubiera sido que Fleur, Lavinia y yo pereciéramos en aquel lugar.

Al día siguiente, Polly yo nos dirigimos a Los Abetos. La verja, con una placa de latón en la que figuraba el nombre de Los Abetos, estaba abierta.

Cuando subí por la calzada me asaltaron los recuerdos. Las paredes se mantenían parcialmente en pie. A través de la ventana vi los restos calcinados.

—Esto le da a una en qué pensar —comentó Polly—. Le diré a Eff que tenga mucho cuidado. Tenemos que comprobar que todas las chimeneas estén bien apagadas antes de irnos a la cama. Y también vigilar las velas. Las lámparas de parafina pueden volcar en un santiamén… y entonces, sabe Dios lo que pasaría.

La casa resultaba irreconocible. Traté de ubicar la habitación que ocupábamos Lavinia y yo, el despacho de la señora Fletcher y la habitación de Janine… y la de Emmeline y los demás residentes.

Me fue imposible. Polly no quiso que subiéramos por los restos de la escalera.

—Eso está a punto de derrumbarse.

Me entristecí recordando el pasado.

—Bueno —dijo Polly—, será mejor que nos vayamos. Ya es suficiente.

Mientras permanecía de pie entre los escombros, oí unas rápidas pisadas subiendo por la calzada y vi acercarse a una mujer antes de que ella se percatara de nuestra presencia. Estaba pálida y tenía una mirada muy triste. Se detuvo un instante, contemplando los sombríos restos. Fue entonces cuando nos vio.

—Buenos días —dije.

—Ah…, buenos días.

La mujer asintió con la cabeza como queriendo ocultar sus emociones.

—¿Tenían ustedes a alguien… desaparecido en el incendio? —preguntó tras una pausa.

—No lo sé —contestó—. Conocía a una chica que estudiaba conmigo. La señora Fletcher era su tía.

—Mi hija estaba aquí —nos explicó la mujer—. Nosotros lo ignorábamos. No me hubiera importado. Nos hubiera podido decir lo que ocurría. Una chica tan inteligente y encantadora… y morir de esta forma.

Adiviné la historia. Era similar a tantas otras. La joven esperaba un hijo y había acudido allí en secreto.

—Qué tragedia —añadió la mujer—. Jamás debió ocurrir.

—De nada nos sirve venir aquí —dije.

—Yo lo necesito —la mujer sacudió la cabeza—. Cuando supe que estaba aquí y había muerto en el incendio… hubiera hecho cualquier cosa…

—Son desgracias inevitables —intervino Polly—. No se sabe por qué. Y una se siente amargada. Lo sé por experiencia.

La mujer la miró inquisitivamente.

—Mi marido murió en el mar —dijo Polly.

Es curioso que las tragedias de los demás pueden aliviar la propia. La mujer pareció consolarse un poco.

—¿Ha estado aquí otras veces? —le pregunté.

—No puedo alejarme —contestó ella, asintiendo—. Necesitaba volver.

—¿Sabe algo de las personas que murieron aquí?

—Sólo lo que me contaron.

—Había una chica que estudió conmigo en la escuela. Tal vez usted podría decirme si se salvó.

—Lo ignoro. Sólo sé que mi hija estaba aquí y que eso le ocurrió… a mi niña.

Le dejamos contemplando las ruinas como si, permaneciendo allí, pudiera recuperar a su hija.

Después regresamos lentamente a The Feathers. Vimos a dos viejos sentados en la hierba de un prado junto a un estanque.

No hablaban…, se limitaban a mirar el espacio.

Polly y yo nos sentamos en el banco y los ancianos nos miraron con curiosidad.

—¿Se alojan aquí? —preguntó uno de ellos, quitándose la pipa de la boca y señalando con ella The Feathers.

—Sí —contesté.

—Bonito lugar, ¿verdad?

—Muy bonito.

—Lo era mucho más antes del incendio.

—Debió de ser terrible.

—Creo que fue una venganza del Señor —dijo el otro anciano—. Menuda gente vivía allí dentro. Sodoma y Gomorra… eso es lo que era. Tuvieron su merecido.

—Tengo entendido que había varios ancianos.

El viejo sacudió enérgicamente la cabeza.

—No hubieran debido estar allí. Era una ofensa contra Dios, en cierta manera. Fue un castigo de Dios, eso es lo que pienso. Ella… era muy rara. Y todas aquellas mujeres… menudas piezas estaban hechas.

Yo no quería enzarzarme en una discusión teológica.

—¿Sabéis si hubo algún superviviente? —pregunté.

Los ancianos se miraron entre sí.

—Todo quedó reducido a cenizas —contestó el fanático religioso con gran satisfacción—. Saborearon el fuego del infierno que les aguardaba.

—Supongo que usted debe de estar destinado a los coros celestes —dijo Polly con ironía.

—En efecto, señora mía. He ido a la iglesia toda la vida. Todos los domingos sin falta…, por la mañana y por la tarde.

—Qué barbaridad —exclamó Polly—. Su historial debe de ser extraordinario. ¿Nunca cometió pecado alguno?

—Crecí a la sombra del Señor.

—Seguramente el ángel guardián miraba hacia otro lado cuando usted cometía alguna travesura.

Advertí que entre ambos se estaba creando un antagonismo y comprendí que, de seguir así, no obtendríamos la menor información.

—O sea que murió todo el mundo —dije.

—Oye —terció el otro—, ¿no se dijo no sé qué sobre una sobrina, Abel?

—Sí, Janine Fletcher —apunté—. ¿Sabéis qué fue de ella?

—Ah, sí, ya me acuerdo —le dijo el otro a Abel—. ¿Sabes aquella chica…?, ¿no dijeron que estaba fuera, de visita no sé dónde? Eso es. Fue la única que no murió.

—Por voluntad de Dios —sentenció Abel.

—¿O sea que no murió? —pregunté emocionada a su compañero.

—Pues, no. Volvió. Hubo algunos problemas con el seguro y esas cosas.

—No tenían ningún seguro —dijo Abel—. Fue como lo de las vírgenes necias de la Biblia, que no estaban preparadas cuando llegó el esposo.

—Pues, a mí no me parece que fuera precisamente una boda —replicó Polly.

—¿Sabe a dónde fue? —pregunté.

—Eso lo ignoro, señorita.

Comprendí que no conseguiríamos más información. Cuando me levanté, Abel me recordó el castigo que aguardaba a los malvados.

—Tenemos que regresar —dije.

—Me parece —comentó Polly mientras regresábamos a la posada— que ese Abel se llevará una sorpresa mayúscula cuando llegue al cielo.

Pensé que nuestro viaje no había sido infructuoso. No habíamos descubierto el paradero de Janine, pero sabíamos que estaba viva.

*****

Había regresado hacía apenas dos días a la rectoría cuando, para mi asombro, nos visitó Fabian.

Me sorprendió verle porque nunca nos había visitado anteriormente, excepto cuando vino con Dougal.

—Supe que has estado en Londres —me dijo— y he venido para cerciorarme de que habías vuelto sana y salva.

—Es muy amable de tu parte —contesté, arqueando las cejas.

—Estaba preocupado. Si me lo hubieras dicho, hubiese hecho coincidir tu visita con la mía.

—El viaje no es muy largo, y me esperaban en la estación.

—Tu queridísima Polly, supongo. ¿Qué tal está su hermana y la encantadora niña adoptada?

—Muy bien.

—Me alegro. Tengo noticias de un amigo tuyo.

—¿De veras?

—Dougal Carruthers.

—¿Qué noticias?

—De la noche a la mañana se ha convertido en un encumbrado caballero.

—¿Qué quieres decir?

—Sabes que su primo sufrió un accidente. Por desgracia, el primo ha muerto a causa de las lesiones.

—¿Eran muy amigos?

—Simplemente parientes —contestó Fabian con una sonrisa irónica—, lo cual es muy distinto. Dicen que uno elige a sus amigos, pero que los parientes se los imponen.

—A menudo, los vínculos son más fuertes con los parientes que con los amigos.

—Porque la sangre es más espesa que el agua, como suele decirse.

—Justamente.

—Bueno, pues, no creo que ese primo… o, para ser más exactos, el conde de Tenleigh, tuviera muchas cosas en común con nuestro amigo Dougal. Era aficionado a la caza y se encontraba más a gusto montando a caballo que utilizando sus propias piernas.

Era atlético, desarrollaba una intensa actividad física y tenía un cerebro que estaba oxidándosele por falta de uso.

Ah, estoy hablando mal de los muertos y quizás escandalice a tu convencional corazón.

—De ninguna manera —dije sonriendo—. Pero ¿a qué se debe que el señor Carruthers se haya convertido en un encumbrado caballero?

—A la muerte de su primo. Verás. El conde era hijo del hermano mayor del padre de Dougal, heredero del título y las propiedades de la familia. El padre de Dougal era el segundón, lo que le alegraba muchísimo, según me contó Dougal una vez. Como su hijo, era un hombre inclinado a los estudios. No sé cuál era su obsesión. El Imperio bizantino tal vez. Dougal se parece a él, con esa afición que tiene por los anglosajones y los normandos. Por desgracia para Dougal, el presente se ha impuesto al pasado. Probablemente tendrá que alejarse de personas tan famosas como los legendarios jefes sajones Hengist y Horsa, o Boadicea, la reina de los tiritones, y pensar un poco más en sus obligaciones actuales.

—Apuesto a que le gustará. Probablemente dispondrá de mucho dinero para proseguir sus investigaciones, tal como quería.

—Las grandes propiedades requieren mucha atención, y puede que no le sea tan fácil. En cualquier caso, pensé que debía advertirte de que, a partir de ahora, sin duda le verás mucho menos que antes. Estas cosas cambian a las personas, ¿sabes?

—No creo que le cambien a él.

—¿Piensas que es demasiado sensato?

—Sí. Nunca será arrogante.

—Tal como lo son algunos —dijo Fabian, mirándome a los ojos con una sonrisa.

—Sí, como algunos.

—En fin, ya veremos. Desde luego, no podrá venir a disfrutar de almuerzos al aire libre en castillos medio derruidos. Quise advertirte.

—Gracias.

—Es una lástima que esos almuerzos no puedan continuar.

—Sólo hubo uno… y tú también participaste.

—Porque me invité yo mismo. Sería agradable no tener que hacerlo. ¿Por qué no organizamos un almuerzo al aire libre… tú y yo?

—Sería de todo punto imposible.

—Cuando oigo esa palabra, siempre me suena a desafío.

—Las ruinas no te interesan.

—Podrías enseñarme a apreciarlas.

—No creo que te guste demasiado la idea de que alguien te enseñe algo —repliqué, riéndome.

—Te equivocas. Estoy ávido de conocimientos…, sobre todo, de los que tú puedas facilitarme.

—No sé exactamente a qué te refieres.

—Ahora pareces una severa maestra… enojada con un niño travieso al que no sabes si obligar a escribir cien líneas o ponerle de cara a la pared con las orejas de burro en la cabeza.

—Yo no he pretendido tal cosa.

—Ya veré si puedo tentarte con alguna ruina que no hayas visto.

—No te molestes. No podría ir contigo.

—Yo nunca pierdo la esperanza —dijo Fabian, y añadió—: señora maestra.

—Si me disculpas, tengo cosas que hacer.

—Permite que te ayude.

—No podrías, de veras. Son asuntos de la parroquia.

—¿Que tú resuelves junto con el señor Brady?

—Oh, no…, él tiene sus propios deberes. No te imaginas el trabajo que hay en una parroquia. Ahora que mi padre no se encuentra bien de salud, estamos muy ocupados.

—En tal caso, no debo entretenerte. Te veré muy pronto. Au revoir.

Cuando Fabian se fue, no pude apartarle de mis pensamientos.

Su presencia me hizo olvidar todo lo que contó sobre la elevación de Dougal a la nobleza y la fortuna, Después me pregunté qué repercusiones tendría todo aquello en nuestras relaciones justo cuando acababan de transformarse en algo mucho más profundo.

*****

—Tenemos que pensar en la fiesta del verano —me dijo Colín Brady.

—Todo el mundo sabe que será el primer sábado de agosto. Siempre se ha hecho así. Casi todos llevan meses trabajando en la preparación de los tenderetes.

—El párroco me ha dicho que es costumbre pedir autorización a los Framling para celebrarla en sus jardines o, en caso de que llueva, en el vestíbulo de la mansión. Supongo que será lo suficientemente grande.

—Desde luego. Es enorme. Que yo recuerde, sólo en contadas ocasiones hemos tenido que celebrar la fiesta dentro. Los Framling ya lo saben. Es una tradición y lady Harriet siempre nos ha concedido el permiso amablemente.

—Sí, pero tu padre dice que hay que pedirlo. Eso también forma parte de la tradición.

—Desde luego.

—Pero, como lady Harriet se encuentra en Londres con su hija, tendremos que solicitar la autorización a sir Fabian.

—No lo considero necesario.

—Pero hay que hacerlo de todos modos.

—Si lady Harriet estuviera aquí, sería distinto. Ella es muy rigurosa.

—Creo que sería prudente pedir la autorización de sir Fabian…, como un simple gesto. Quizá tú podrías pedírsela oficialmente.

—Puedes hacerlo tú en cualquier momento, cuando pases por allí.

—Verás, es que hoy tengo que ir a ver a la señora Brines. Lleva varias semanas en cama y ha pedido verme. Además, hay mucho trabajo atrasado… Si pudieras hacerme este favor…

No había razón alguna por la que no pudiera hacerlo, excepto el que hablar con Fabian me ponía nerviosa. Sin embargo, no podía negarme sin dar una explicación. Por tanto decidí ir a la Casa, formular rápidamente la petición y terminar de una vez con el asunto.

Fabian estaba en casa. Pedí que le comunicaran que había acudido simplemente a solicitar su permiso para celebrar la fiesta en el jardín si hiciera buen tiempo o en el vestíbulo si lloviera. No quería entretenerle.

Esperaba que la doncella volviera con el permiso concedido y marcharme inmediatamente. En su lugar, la criada regresó diciendo que sir Fabian se encontraba en su despacho y tendría mucho gusto en recibirme allí.

Me acompañaron a través del espacioso vestíbulo hasta la escalinata. El despacho estaba en el piso de arriba. Al verme entrar, Fabian se levantó y se acercó sonriendo.

—¡Hola —exclamó, tomando mis manos entre las suyas—. Cuánto me alegro de verte! Me han dicho que vienes por lo la fiesta.

La sirvienta se retiró, cerrando la puerta, y yo me sentí nuevamente dominada por una mezcla de alborozo e inquietud.

—Siéntate, por favor.

—No puedo quedarme —dije—. Es una simple formalidad. Lady Harriet cada año nos da permiso para celebrar la fiesta en el jardín si hace buen tiempo, o en el vestíbulo si llueve.

—Eso lo resuelve siempre mi madre, ¿verdad?

—Bueno, en realidad, no hay nada que resolver pues Framling siempre se ha utilizado para la fiesta. Simplemente quiero que me des el permiso oficial para luego darte las gracias y marcharme.

—Pero es que todavía no te lo he dado.

—En realidad, se da por sentado.

—Nunca debe darse nada por sentado. Me gustaría discutir este asunto contigo.

—Pero si no hay nada que discutir. Hacemos lo mismo todos los años. Por consiguiente, ¿me permites que lo dé por sentado…?

Fabian se levantó y yo hice lo propio mientras él se acercaba.

—Dime una cosa. ¿Por qué me temes? —preguntó.

—¿Temerte? ¿A ti?

—Pareces una gacela asustada que ha oído acercarse un tigre —contestó Fabian, asintiendo.

—En absoluto me siento como una gacela asustada. Y tú no me pareces un tigre.

—Entonces un ave de presa tal vez…, un águila rapaz, dispuesta a abatirse sobre una criatura indefensa. Sabes que no debes temerme. Te aprecio mucho y, cuanto más te veo, tanto más aumenta mi aprecio.

—Muy amable de tu parte —dije con frialdad—, pero ahora tengo que irme.

—No es amabilidad de mi parte sino una emoción involuntaria a la que no logro dar crédito.

Me eché a reír para suavizar la tensión.

—Bueno, pues —dije—, eso significa que podemos seguir adelante con los proyectos de la fiesta.

Fabian apoyó las manos en mis hombros y me atrajo hacia él.

—¡Fabian! —exclamé, apartándome asombrada.

—Sabes lo que siento por ti —dijo—. ¿Todavía no está claro?

—No tengo ni idea.

—¿Y no sientes curiosidad por saberlo?

—En realidad, no me interesa demasiado.

—Pues, nadie lo diría.

—Siento haberte inducido a error.

—En absoluto me has inducido a error. Sé muchas cosas sobre ti, mi querida Drusilla. Al fin y al cabo, nos conocemos de toda la vida.

—A pesar de ello, yo diría que apenas nos conocemos.

—Pues debemos remediar esta situación.

Entonces Fabian me atrajo hacia sí con una fuerza irresistible, y me besó en la boca.

Yo me ruboricé y dije con rabia:

—¿Cómo te atreves?

—Porque soy una persona muy atrevida —contestó y esbozó una sonrisa burlona.

—Pues guárdate las muestras de atrevimiento para los demás.

—Pero es que yo quiero dedicártelas a ti. Quiero que seamos buenos amigos. Estoy seguro de que sería muy agradable para ambos.

—Para mí, no.

—Te aseguro que sí.

—No creo en tus promesas. Adiós.

—Todavía no —dijo Fabian, asiéndome del brazo—. Creo que te gusto un poquito.

—Tal suposición seguramente obedece a la buena opinión que tienes de ti.

—Tal vez. Pero tú no eres indiferente a mi innegable encanto.

—No me gusta que me traten con tanta ligereza.

—No hablo con ligereza sino completamente en serio. Te tengo mucho cariño, Drusilla. Siempre me has interesado. Eres distinta, tan seria, tan entregada al estudio. Me haces sentir humilde y esta nueva experiencia me parece emocionante. Cada vez me resulta más imposible ocultar mis sentimientos.

—Adiós —le dije—. Comunicaré al comité eclesial que el permiso ha sido concedido como de costumbre.

—Quédate un momento —dijo Fabian en tono suplicante.

—No quiero. Me desagrada ser tratada de esta forma.

—Tu modestia virginal es tremendamente eficaz —Fabian hizo una pausa y arqueó las cejas—. Pero…

Me ruboricé muy a mi pesar porque leí en sus ojos lo que quería darme a entender.

Me zafé de su presa y fui hacia la puerta, pero él se adelantó y, de espaldas a la misma, me miró con expresión irónica.

—Podría impedírtelo —dijo.

—No lo harás.

—¿Por qué no? Estoy en mi casa. Has venido voluntariamente. ¿Por qué no puedo retenerte aquí? ¿Quién me lo impediría?

—Te has creído que vives en la Edad Media. ¿Es algo así como el droit de seigneur, el derecho de pernada?

—¡Excelente idea! ¿Por qué no?

—Será mejor que te apartes de mi camino, sir Fabian. Quizá tú y tu familia pensáis que los habitantes de este lugar somos vuestros siervos, pero no es cierto y, si intentas retenerme, yo…

—¿Pedirás la protección de la ley? —Preguntó Fabian—. ¿Te parecería oportuno? Hacen indagaciones, ¿sabes?

—¿Qué quieres decir?

Al ver que me miraba de soslayo, comprendí que lo había planeado de antemano. Sólo estaba esperando una oportunidad y yo se la había proporcionado estúpidamente. Fabian creía haber descubierto un secreto en mi pasado y pensaba utilizarlo contra mí. Hubiera deseado gritarle: «¡Fleur no es mi hija! Es de tu hermana». Estuve a punto de hacerlo, pero ni siquiera en aquel momento tuve el valor de quebrantar la promesa hecha a Lavinia.

Al ver mi turbación, Fabian se dio por satisfecho y me soltó. Yo salí de la estancia, bajé a toda prisa la escalinata, atravesé el vestíbulo y abandoné la casa.

No dejé de correr hasta que llegué a mi habitación del piso de arriba de la rectoría.

Me arrojé en la cama presa de la inquietud, con el corazón latiéndome apresuradamente en el pecho.

Estaba furiosa y le odiaba. Aquello era una especie de chantaje. «He descubierto tu secreto. Puesto que eres la clase de chica capaz de mantener relaciones amorosas antes de salir de la escuela, ¿por qué te indigna tanto que yo te haga ciertas proposiciones?».

Era demasiado humillante.

*****

Me enteré de la noticia a través de la señora Janson. Lavinia y lady Harriet habían vuelto a casa.

Lavinia me envió inmediatamente un recado. «Tienes que venir en seguida. Quiero hablar contigo. Reúnete conmigo en el jardín, allí estaremos lejos de la gente».

Intuí que el mensaje era urgente. Lavinia no hubiera tenido tanto empeño en verme de no haber pretendido algo de mí. Tal vez, me dije, quería simplemente presumir de sus éxitos en Londres. Pero ¿tanto éxito había tenido su temporada? No teníamos noticias de compromisos con un duque o un marqués.

Estaba segura de que lady Harriet apuntaría muy alto.

No me apetecía ir a Framling tras mi encuentro con Fabian y por eso me alegró que Lavinia me citara en el jardín.

Cuando llegué, ya estaba esperándome. Se había operado un cambio en ella, o quizás yo había olvidado lo hermosa que era. Tenía la piel de un blanco lechoso y sus felinos ojos de largas pestañas poseían una belleza singular, pero lo que más destacaba era la soberbia melena recogida hacia arriba y de la que se escapaban unos bucles rebeldes sobre la frente y la nuca. Lucía un vestido verde que realzaba el color de su tez. Lavinia era en verdad la muchacha más guapa que yo jamás hubiera visto.

—Hola, Drusilla —dijo—. Tengo muchas cosas que contarte.

—¿Tuviste mucho éxito en tu temporada?

—Una o dos proposiciones que a mamá no le parecieron suficiente —contestó, haciendo una mueca.

—Lady Harriet se propone sin duda objetivos muy altos. Para su preciosa hija, sólo lo mejorcito del país. ¿Viste a la reina?

—Cuando me presentaron, y después una vez en la ópera y otra en un baile benéfico. Bailó con Alberto. Drusilla, aquel incendio…

—¿Te refieres a Los Abetos?

—No sabes lo que me alegré.

—¡Pero Lavinia! ¡Murieron muchas personas!

—Aquella gente…, no sé, la vida no significaba mucho para ellas, ¿no te parece?

—Puede que lo pensaran, pero es que, además, había mujeres embarazadas, como tú. Conocí a la madre de una de ellas cuando fui.

—¿Fuiste allí?

—Quería ver lo ocurrido. Polly me acompañó.

—Todos aquellos pagos que tenía que hacer.

—Bueno, tenías que pagarle la deuda. ¿Qué hubieras hecho sin ella?

—Lo sé, pero era mucho dinero y yo no sabía de dónde sacarlo.

—Eso era cosa tuya.

—Lo sé, lo sé. Pero se trata de Janine.

—¿Janine? Me dijeron que la noche del incendio no estaba allí.

—Ojalá hubiera estado.

—¡Vamos…. Lavinia!

—Escucha lo que voy a contarte. Es por Janine por quien estoy preocupada. La he visto.

—¿Qué tal está?

—Muy mal. Y yo que pensaba haberme librado de todo eso, y va y aparece Janine.

—¿Fue a verte?

—Por supuesto. En el periódico se habló de las chicas que se presentarían en sociedad y se mencionó mi nombre.

Me llamaron «la bellísima señorita Framling». Cada vez que escribían algo sobre mí, me llamaban así. Ella debió de leerlo. Oh, Drusilla… fue horrible.

—¿A qué te refieres?

—Me pidió dinero.

—¿Por qué?

—Porque dice que es muy pobre y yo tengo que ayudarla, de lo contrario…

—¡Oh, no!

—Pues, sí. Dijo que, si no lo hacía, se encargaría de que los periódicos hablaran de Fleur.

—No podría.

—Vaya si podría. Nunca le tuve simpatía.

—Te sacó las castañas del fuego.

—Simplemente nos llevó a aquel sitio tan horrible…, con aquella tía suya tan antipática, que no hacía más que pedir dinero.

—No puedes librarte de lo que hiciste sin pagar nada a cambio.

—Lo sé. Janine vive en Londres en un sitio espantoso. No puede permitirse nada mejor. Me dijo que yo tenía mucha suerte y que, si le entregaba cincuenta libras, no revelaría nada.

—Es un chantaje.

—Pues, claro que lo es. No hay que someterse a cosas así, pero ¿qué puedo hacer? Mamá se pondría furiosa.

—Creo que tu madre sabría arreglarle bien las cuentas a Janine.

—Ya se las arreglé yo. Le di las cincuenta libras para que mantuviera la boca cerrada. Se las di… y no supe más de ella.

—Es terrible que Janine se haya rebajado a hacer una cosa así.

—Fue tremendo. Tuve que simular que iba a la modista y me fui al horrible lugar donde vive. Es una casita en un lugar llamado Fiddler's Creen. Una hilera de viviendas todas iguales. Tiene alquiladas unas habitaciones allí. Dice que no puede permitirse otra cosa. Me aseguró que no me hubiera pedido nada de no haberse encontrado en una situación tan apurada. El incendio destruyó la casa que pertenecía a su tía con todo lo que había dentro. Su tía no tenía ningún seguro. Había comprado la casa con mucho esfuerzo y lo había invertido todo allí. A Janine no le quedó gran cosa. Dijo que con cincuenta libras podría levantar cabeza. Me costó bastante reunir el dinero, pero al final lo conseguí. Y aquí termina la historia.

—Así lo espero.

—Faltaría más.

—Los chantajistas tienen la costumbre de volver y pedir más.

—No pienso darle ni un penique más.

—Ya no hubieras tenido que dárselo la primera vez. Hubiera sido mejor confesárselo todo a tu madre. Someterse a un chantaje es una imprudencia. Lo he oído decir muchas veces.

—Eso quizá lo digan aquellos que nunca han sufrido un chantaje.

—Tal vez.

—Bueno, yo creo que mereció la pena cerrarle la boca. Dijo que iba a casarse con aquel honorable… como se llame. Y que así hubiera estado situado para toda la vida porque él era muy rico. Pero murió en el incendio. Janine tuvo suerte de no estar allí aquella noche.

—Lavinia —dije—, tendrás que confesarlo.

—¿Confesar? ¿Por qué?

—Porque acabará sabiéndose. Ten en cuenta a Fleur.

—La niña está bien. Es feliz con Polly y Eff.

—De momento. Pero tendrá que ir a la escuela. Habrá que pagarles algo a Polly y Eff por su manutención. ¿Por qué no se lo dices a tu madre?

—¡A mi madre! Me parece que no la conoces bien.

—Te aseguro que aquí todo el mundo conoce a tu madre muy bien.

—No me atrevo a imaginar lo que haría.

—Se horrorizaría, pero después haría algo, porque algo habrá que hacer.

—Jamás podría decírselo.

—Tu hermano ha visto a Fleur.

—¿Cómo?

—Fui a Londres y coincidimos en el tren. Vio dónde me alojaba. Después pasó por allí un día en que yo había sacado a pasear a Fleur en su cochecito —Lavinia palideció—. Sospechó algo. Quiero que le digas la verdad porque sospecha que la niña es mía.

Lavinia trató de disimular el alivio que sintió al oírme.

—Debes decírselo —añadí—. No puede quedarse con esta media verdad.

—¡No le habrás dicho nada!

—Pues, claro que no. Pero no quiero que me lance insinuaciones. Debes decirle inmediatamente la verdad.

—No podría.

—¿Por qué no? No creo que su vida sea intachable.

—En los hombres es distinto. Son las chicas las que tienen que ser puras.

—Está claro que algunas no lo son. Supongo que no eres la única que ha tenido aventuras prematrimoniales.

—Oh, Drusilla, sólo confío en ti.

—Demasiado. No toleraré que tu hermano me insulte.

—Él jamás te insultaría.

—Vaya si lo haría; ya lo hizo y quiero que le digas la verdad.

—Yo… lo pensaré.

—Si no se lo cuentas, yo podría caer en la tentación de hacerlo.

—Oh, Drusilla…, primero Janine, y ahora tú…

—Esto es distinto. Yo no te someto a chantaje. Simplemente te pido que digas la verdad.

—Dame tiempo. Dame un poco de tiempo. Drusilla, siempre fuiste mi mejor amiga. Prométeme que no dirás nada… todavía.

—Jamás diría nada sin avisarte primero, pero no permitiré que tu hermano insinúe… ciertas cosas.

—¡Sin embargo, le dejaste adivinar que había una niña de por medio!

—Ya te dije que me siguió.

—Pero ¿por qué te siguió? Debió hacerlo porque sospechaba algo. Porque no…

—¿Porque no soy la clase de chica a la que siguen los hombres? —Dije, terminando la frase por Lavinia—. Nadie podría sentir el menor interés por mí, claro.

—Bueno, es que…

—No te sientas en la obligación de justificarte —dije—. Ya sé que no soy tan guapa como tú.

—Mamá piensa que el señor Brady sería muy adecuado para ti.

—Dale las gracias por su interés —repliqué.

—Quiere que todo vaya bien en los alrededores.

—Sí, claro. Pero no tengo la menor intención de ser la solución del problema de nadie.

—Oh…, mira quién viene.

Levanté la mirada y vi acercarse a Dougal.

—Mamá le invitó —dijo Lavinia—. Ya sabrás que ahora es conde. Mamá insistió en que viniera.

Me alegré mucho de verle porque mi amistad con él parecía muy prometedora. La estima que me profesaba me había devuelto la confianza en mí misma.

—Oh…, Drusilla…. Lavinia —dijo Dougal, sonriendo.

Lavinia se había apartado un poco y la ligera brisa le agitaba los rizos de la frente.

Cuando levantó la mano para alisarse el cabello, el holgado vestido verde de estilo vagamente griego se le pegó a la figura.

Dougal no le quitaba la mirada de encima. Vi la luz de sus ojos y recordé su afición a los objetos bellos.

Parecía un poco sorprendido, como si acabara de ver algo por vez primera.

Era la nueva Lavinia, con su modelo de estudiada sencillez, los bucles que le enmarcaban el rostro y sus ojos felinos.

Comprendí entonces que Dougal se había enamorado de ella, o estaba a punto de hacerlo.

Luego de ese instante revelador, Dougal me miró con una sonrisa, preguntó cómo estaba mi padre y dijo que pronto iría a visitarnos, con nuestro permiso.

Contesté que mi padre estaría encantado.

—He descubierto dos nuevos libros sobre la conquista normanda —añadió—. Los traeré.

Yo no estaba pensando en la conquista normanda sino más bien en la de Lavinia.

Me excusé y no entré con ellos.

—Tengo mucho que hacer en la rectoría.

—¿Ahora que tenéis a este coadjutor tan simpático? —Dijo Lavinia con picardía—. Tengo entendido que vosotros os lleváis muy bien.

—Es muy eficiente —contesté.

—Me alegro de que hayas venido y de que Dougal sea tan simpático —comentó Lavinia—. Bueno, pues, hasta pronto, Drusilla. Drusilla y yo somos íntimas amigas —le explicó a Dougal. Lo somos de toda la vida —un cierto espíritu perverso pareció apoderarse de ella. Creo que debía conocer los sentimientos que me inspiraba Dougal. Sabía también que éste acababa de extasiarse, ante su belleza. Hacía apenas unos momentos, temía que su secreto se divulgara; ahora, en cambio, había olvidado el pasado y gozaba tan sólo del presente. La admiración de los demás siempre la estimulaba—. Drusilla y yo estudiamos juntas en Francia.

—Lo sé —dijo Dougal.

—Esas cosas unen mucho a las personas —añadió Lavinia—. Nos lo pasamos muy bien, ¿verdad, Drusilla?

Se estaba burlando de mí, aguijoneada por el triunfal hechizo que había arrojado sobre Dougal. Alguien le habría hablado del apego de éste a la rectoría y a sus habitantes, y la victoria recién obtenida le había hecho olvidar su inquietud por Janine.

Me sentía furiosa, humillada y dolida. Regresé, cabizbaja a la rectoría.

La señora Janson estaba comentando con una criada:

—Esta lady Harriet ha puesto los ojos en el señor Carruthers… oh, perdón, quiero decir el conde de Tenleigh. Bueno, se comprende que así sea. La señorita Lavinia se va a Londres y dicen que es la más guapa de todas las chicas que este año se presentan en sociedad. La debutante de la temporada, la llaman.

Todo muy bien, pero ¿dónde está el duque con el que sueña lady Harriet? Se pasan toda la temporada allí y no hay ninguno a la vista.

Supongo que eso no le debió gustar ni un pelo a su señoría. Tendrá que conformarse con un conde y, ¿para qué ir a Londres, teniendo uno en la propia puerta de su casa? Te aseguro que han habido muchas idas y venidas en la Casa. Lady Harriet le invita, insiste…, y él, por muy conde que sea, no puede rechazar la invitación de lady Harriet. Yo creo que de todo esto saldrá algo. Ya se encargará lady Harriet de que así sea.

Eso fue lo que oí. Al verme, la señora Janson calló. Yo estaba segura de que, al principio, me habían emparejado primero con Dougal y después con Colin Brady.

A la señora Janson le gustaba mucho Dougal y le encantaba que nos visitara tan a menudo. Las criadas estaban seguras de que me «hacía la corte». Pero ahora lady Harriet se había encaprichado súbitamente de Dougal y lo quería para su hija. A la señora Janson se lo habían dicho las criadas de la Casa.

—Ahora que tiene título y dinero, ha subido mucho de categoría.

Antes sólo era un amigo de sir Fabian… y le trataban como a un compañero de escuela del hijo de la Casa. Ahora es distinto.

Dougal nos visitó y trajo los libros de que me había hablado. Mi padre se alegró mucho y ambos se enzarzaron en una larga conversación. En determinado momento, entré en la estancia y me pareció que Dougal se mostraba un poco distante conmigo. Ahora tuvo que hacer un esfuerzo para incluirme en la conversación mientras que antes lo hacía con toda naturalidad. Recordé sus comentarios anteriores a su partida, cuando fui lo bastante insensata como para suponer que estaba a punto de hacerme una declaración.

Fue un amargo golpe para mi orgullo más que para mis sentimientos. No estaba muy segura de lo que sentía realmente por Dougal. Le consideraba simplemente un amigo simpático e interesante. Dejé volar la imaginación y soñé con un futuro satisfactorio a su lado. ¡Qué necia fui! Conmigo podía hablar de lo que más le interesaba, cosa que jamás podría hacer con Lavinia. Pero eso no era amor. La gente no se casaba por eso. La belleza de Lavinia le había deslumbrado de repente y no podía evitar sentirse subyugado.

No fui a los establos por no aceptar el ofrecimiento de Fabian. No quería aceptar nada suyo y procuraba no acercarme a Framling para no verle.

Un día estaba yo en el jardín de la rectoría cuando él pasó, montado en su caballo.

—Drusilla —me llamó—. Cuánto tiempo sin verte.

—Buenos días —me limité a contestar, donde media vuelta para entrar en la casa.

—Confío en que estés bien. ¿Y tu padre?

—Él también, gracias.

—Ya sabrás que Dougal está aquí.

—Vino a visitar a mi padre.

—Y a ti también, supongo. Sé lo buenos amigos que sois.

No contesté.

—Espero que no sigas enfadada conmigo. Creo que me dejé arrastrar por los sentimientos y olvidé los buenos modales.

No dije nada.

—Lo siento —añadió Fabian humildemente—. Debes perdonarme.

—No tiene importancia. Olvídalo, por favor.

—Eres muy generosa.

—Ahora debo irme.

—Hay tantas cosas que hacer en la rectoría —dijo Fabian en tono burlón, terminando la frase por mí.

—Es cierto —repliqué fríamente.

—En la Casa hay mucho revuelo —añadió Fabian. Muy a mi pesar, quise saber el motivo.

—Estamos esperando el anuncio de un momento a otro. Sentí que la sangre me subía a la cabeza.

—Lavinia y Dougal —dijo Fabian—. Mi madre está encantada.

Le miré fijamente, arqueando las cejas.

Fabian asintió con la cabeza y me miró con un asomo de perversidad.

—Mi madre dice que no hace falta esperar… demasiado. ¿Por qué hacerlo? Se conocen desde hace tiempo y han comprendido de repente lo que sienten el uno por el otro.

Son cosas que ocurren, ¿sabes? Mi madre es partidaria de que la boda se celebre cuanto antes.

Estoy seguro de que te alegrarás mucho por ellos, conociéndoles tanto como les conoces.

—Me parece muy… acertado.

—Es lo que dice mi madre.

Claro, pensé con amargura, porque Dougal ahora posee un título y una fortuna, y la temporada de Londres no les ofreció nada mejor.

—Supongo que Lavinia vendrá a darte la buena noticia. Puede que Dougal también lo haga. Querrán tu bendición.

Quería apartarme de sus ojos inquisidores. Comprendía lo que me estaba diciendo: has perdido a Dougal, mi madre no lo dejará escapar de sus manos, antes de que alcanzara este rango la situación era distinta.

Levantando la mano en gesto de saludo, Fabian inclinó la cabeza y se alejó, murmurando:

—Au revoir.

Al cabo de un mes de la llegada de Dougal a Framling, se anunció el compromiso entre el conde de Tenleigh y la bella señorita Lavinia Framling, la debutante de la temporada.

*****

No fui a Framling a felicitar a Lavinia. Fue ella quien acudió a verme a casa. Inmediatamente advertí que estaba preocupada.

—¿Qué pasa? —pregunté—. No pareces una novia muy feliz.

—Es Janine. Quiere más dinero.

—Te dije cómo actuaban los chantajistas. Nunca hubieras debido someterte al chantaje.

—Pero ¿por qué me habrá pasado todo esto?

—Tienes que expiar tus pecados.

—Tan sólo hice lo que hace mucha gente.

Al verla tan disgustada, me dejé llevar por la cólera. Con la de cosas que tenía Lavinia, y encima se había apoderado de Dougal.

Por mi parte, había analizado los sentimientos que él me inspiraba y me sentía profundamente dolida aunque, en el fondo, lo que más me molestaba era mi orgullo herido. Al principio, me costó un poco aceptarlo porque me encantaba su amistad y albergaba la secreta esperanza de casarme algún día con él.

Hubiera sido maravilloso ser amada por un hombre en quien poder confiar.

Pero ¿hubiera podido confiar en él si nuestra estrecha amistad, transformada posteriormente en un compromiso más serio, se hubiera tambaleado ante la presencia de una chica, por el mero hecho de que ésta fuera extremadamente hermosa?

Quería descargar mi cólera contra Lavinia. Los Framling debían pensar que todo el mundo les pertenecía. Lavinia se consideraba con derecho a comportarse como quisiera y tener incluso un hijo, en la certeza de que todos le sacarían las castañas del fuego para que siguiera adelante como si tal cosa. En cuanto a su hermano, pensaba que podía insultarme y después acercarse a mí como si nada.

Estaba harta de los Framling.

—Y no he venido aquí —estaba diciendo Lavinia— para que me cites pasajes de la Biblia. Porque supongo que eso debe decirlo la Biblia. Tú, señorita Sabelotodo, debes saberlo muy bien.

—Perdona, Lavinia. Tendrás que arreglártelas tú sola.

—Oh, Drusilla —exclamó Lavinia, arrojándome los brazos al cuello—. Ayúdame, por favor. Sé que puedes. No quería decirte estas tonterías. Me encuentro en una situación muy apurada. De veras. Si mamá o Dougal se enteraran, me matarían… He pensado incluso tirarme por la ventana.

—Caerías encima de la aulaga y sería muy incómodo.

—Ayúdame, Drusilla, por favor.

—¿Y cómo puedo ayudarte?

—Yendo a verla.

—¿Yo? ¿Y eso de qué serviría?

—Te tiene simpatía. Le pareces interesante. En cierta ocasión me dijo que vales doce veces más que yo. Y sé que tiene razón.

—Gracias. Lo tendré en cuenta. Pero hablar con ella no serviría de nada.

—Si lo hicieras tú… puede que sí.

—¿Qué podría decirle?

—Que hasta ahora he sido muy buena con ella y que aguarde un poco hasta que me case. Entonces seré muy rica y haré algo por ella. Lo prometo.

—Me parece que no se fiaría de tus promesas, Lavinia.

—Prométeselo tú por mí. Dile que eres testigo y que te encargarás de que reciba el dinero. Es sólo cuestión de tiempo.

—Creo que deberías contarles la verdad a tu madre, a tu hermano y a Dougal.

—No puedo. Quizá Dougal se negaría a casarse conmigo.

—Parece un joven muy comprensivo.

—No querría comprenderlo. Se pondría furioso. ÉL quiere que todo sea perfecto.

—Pues cuando se case contigo se llevará una sorpresa.

—Procuraré ser una buena esposa.

¡Qué necio es Dougal!, pensé. Quiere casarse con Lavinia sin conocerla. Hasta el tonto del pueblo se guardaría de semejante cosa; ¡y todos opinan que Dougal es muy listo! Bueno, ya se irá enterando, me dije con cierta satisfacción. Lavinia no era la clase de persona capaz de cambiar por el solo hecho de estar casada con un marido complaciente como el que seguramente sería Dougal.

—Siempre fuimos muy buenas amigas… —añadió Lavinia en tono suplicante—, desde la primera vez que nos conocimos.

—Lo recuerdo muy bien. No fuiste lo que se dice una anfitriona demasiado encantadora. No me parece oportuno que evoques aquella ocasión para subrayar la cordialidad de nuestras relaciones.

—No te pases de lista, Drusilla. Eres demasiado inteligente y siempre presumes de ello. A los hombres no les agrada. Yo nunca lo hago.

—Pues tú presumes (para usar tu misma expresión) constantemente.

—Sí, pero de otra manera. Drusilla, no te andes por las ramas. Dime que me ayudarás. Sé que finalmente lo harás. Sólo quieres hacerme sufrir un rato.

—Pero ¿qué puedo hacer?

—Ya te lo he dicho. Ve a ver a Janine. Explícaselo todo.

—¿Por qué no lo haces tú?

—¿Y cómo quieres que vaya a Londres? Tú podrías…, sin ninguna dificultad. Puedes decir que quieres visitar a Polly.

Vacilé. Siempre me sentía mejor cuando hablaba con Polly. Ella comprendería mis sentimientos con respecto al compromiso de Dougal. A Polly no tenía que darle ninguna explicación. Podía hablar con ella con entera libertad. Y tendría ocasión de ver a Fleur. La niña ya empezaba a conocerme un poco. Incluso sabía pronunciar una versión de mi nombre. «Tendrías que oír lo que dice Eff —me había escrito Polly—. ¿Quién tiene una tita Drusilla que la quiere mucho? ¿A quién vendrá a ver tita Drusilla?. Le habla constantemente de ti». Sí, sería maravilloso ver a Polly, Eff y Fleur. Además, sentía curiosidad por ver a Janine.

Lavinia adivinó mi vacilación.

—Quieres mucho a Fleur —dijo—. Es un encanto de chiquilla.

—¿Cómo lo sabes si nunca vas a verla?

—Pienso hacerlo… cuando se resuelva este asunto. Cuando conozca mejor a Dougal, se lo diré. De veras. Estoy segura de que accederá a que la tengamos en casa.

—Eso no sería muy beneficioso para Fleur. ¿No sabes que los niños no son piezas de ajedrez que uno pueda mover a su antojo y según su conveniencia?

—Ya estás otra vez en plan institutriz.

—Alguien tiene que enseñarte ciertas cosas que ignoras.

—Lo sé. Soy una mala persona. No puedo evitarlo. Intento ser buena, pero no lo consigo. Cuando me case con Dougal, sentaré cabeza. Por favor, Drusilla, te lo suplico.

—¿Dónde vive Janine?

—Lo tengo anotado. Fui allí a llevarle las cincuenta libras. Te diré cómo se llega. No está muy lejos de la casa de Polly. Anoté la dirección.

—Flddler's Green, número 20 —dijo Lavinia—. No tiene pérdida.

—¿Tomaste un coche?

—Sí. El cochero se extrañó de que quisiera ir allí. Le pedí que me esperara para llevarme de regreso a casa. No quería que nadie supiera dónde estaba. Fue horrible…, y si hubieras visto a Janine. Se burló de mí. Constantemente me llamaba condesa. Después me dijo que buscara el dinero porque, de lo contrario, divulgaría mi secreto. Dijo que había abandonado a mi hija y muchas más cosas desagradables. Le contesté que eso no era cierto y que le había encontrado una buena casa.

—Debió de encontrarla Drusilla —me contestó—. Tú probablemente la hubieras dejado en un portal para poder seguir con tu vida.

»Le contesté que estaba equivocada, que yo quería mucho a Fleur y que, cuando me casara, la llevaría conmigo. Sé que todo irá bien cuando me case.

—No asistiré a tu boda, Lavinia. En realidad es una burla. ¿Has pensado que estás engañando a Dougal? Te presentarás allí, virginalmente vestida de blanco…

—Calla, por favor. ¿Me ayudarás, sí o no? ¿No ves cuán desgraciada soy?

—No puedo hacer nada. Yo no tengo dinero.

—No te pido que le des dinero. Sé que si hablaras con ella, atendería a razones.

—No lo creo.

—Pues, yo sí. Siempre te ha admirado. Sé que podrías convencerla. Por favor, Drusilla, ve a Londres.

Sabes lo mucho que te gusta ver a Polly y a Fleur. Por favor, Drusilla.

Comprendí que tendría que ir.

*****

El hecho de reflexionar sobre lo que diría mi padre me distrajo de mis inquietudes. Los planes para la boda ya estaban muy adelantados porque lady Harriet no veía ninguna razón para demorar la ceremonia. Aunque yo no estaba exactamente enamorada de Dougal, no quería oír hablar de ellos.

—Me parece que iré a visitar a Polly.

—Lo sé —dijo mi padre sonriendo—. Quieres ver a la niña que han adoptado. Le tienes mucho cariño, ¿verdad?

—Pues, sí…, y también a Polly.

—Es una buena mujer —comentó mi padre—. Un poco brusca, pero de buen corazón.

Por tanto fui a Londres y, como de costumbre, Polly se alegró mucho de verme. No le dije lo que me proponía hacer porque pensé que trataría de quitármelo de la cabeza. Me diría que no le parecía oportuno que interviniera en los asuntos de Lavinia. Lo hice una vez y, gracias a ello, ambas hermanas gozaban ahora de la compañía de Fleur, de lo cual se alegraban muchísimo, pero, tal como ella hubiera dicho, una vez era más que suficiente.

Tomé un coche para dirigirme a Fiddler's Green. El cochero me miró sorprendido, pero no dijo nada. Le pedí que me esperara, no delante mismo de la casa sino un poco más lejos.

El hombre me miró como pensando que yo iba a cumplir alguna tarea degradante. Me pregunté si Lavinia habría pasado por la misma experiencia.

Me dirigí al número 20 de Fiddler's Green. Era un edificio alto que conservaba huellas de su pasada grandeza, pero ahora el estuco estaba desconchado y lo que había sido blanco era de un sucio color gris. Cuatro de los peldaños de la entrada principal estaban rotos; dos leones sarnosos montaban guardia a ambos lados. Lavinia me dijo que llamara tres veces para indicar que quería ver a Janine, que vivía en el tercer piso.

Así lo hice, y esperé, Janine tardó una eternidad en abrir. Al verme, se llevó una sorpresa.

—¡Drusilla! —exclamó—. ¿Qué te trae por aquí? Será mejor que entres —añadió, encogiéndose de hombros.

Nos encontrábamos en un oscuro pasillo del que nacía una escalera con una alfombra no sólo raída sino incluso agujereada en varios puntos.

Subimos tres tramos de escalera y, al final, Janine abrió una puerta. Me mostró una estancia bastante espaciosa, pero casi sin muebles.

—Ahora ya ves cómo viven los pobres indigentes —dijo, haciendo una mueca.

—Oh, Janine —contesté—, cuánto lo siento.

—Suerte que tiene una. Todo me falló.

—Cuando me enteré del incendio, quise saber lo ocurrido.

—Todo perdido. Tía Emily murió… y con ella todos los pacientes que estaban allí. El muy estúpido de George. Fue culpa suya, ¿sabes? Yo le había dicho a mi tía que era muy peligroso y que cualquier noche moriríamos abrasados en nuestras camas.

—Desde luego, era muy peligroso.

—Mucho más que peligroso. Destruyó todo lo de tía Emily… y también lo mío. Iba a casarme con Clarence… Sí, ya sé que era un bobalicón, pero me adoraba. Me lo hubiera dado todo…, cualquier cosa que le hubiera pedido. Pero murió… por culpa del imbécil de George.

—El no supo lo que hacía. Oh, Janine, qué suerte que aquella noche no estuvieras allí.

—A veces pienso que ojalá hubiera estado.

—No digas eso.

—Pues lo digo. ¿Te gustaría vivir en un sitio como éste?

—¿No tienes más remedio?

—¿Qué quieres decir? ¿Piensas que permanecería aquí si pudiera estar en otro sitio?

—Pero algo podrás hacer, supongo. Las personas instruidas suelen trabajar como institutrices.

—Pues yo no pienso hacerlo.

—¿Qué harás entonces?

—Tengo planes. Me enfureció ver el revuelo que se armaba por Lavinia Framling. Ella, que hizo todo lo que sabes y tuvo una hija, reina ahora sobre el mundo como una emperatriz. No es justo.

—Hay que aceptar que la vida nunca es justa.

—Pues, yo pienso sacar algo de ello.

—Lavinia me contó que le pediste dinero.

—Lo suponía. Pero está obligada hacia mí. La ayudé. ¿Qué hubiera hecho sin mí? Me parece que el noble conde no estaría tan dispuesto a casarse con ella si supiera que es una mercancía averiada.

—No hables con tanta amargura, Janine.

—No es amargura sino realismo. Ella lo tiene todo. Yo, nada. Pues bien, creo que ya es hora de que reciba mi parte.

—Lo lamentarás, Janine.

—Seguro que no. Quiero poner un negocio. Estoy segura de poder hacerlo. Haría sombreros. Eso se me da muy bien. Conozco a una chica que tiene una pequeña tienda. Si tuviera un poco de dinero, podría trabajar con ella. Necesito ese dinero y no veo por qué razón la señorita Lavinia Framling no puede dármelo.

—Necesitarás algo más que cincuenta libras.

—Lo conseguiré —contestó Janine, mirándome con astucia.

—Es chantaje, ¿sabes? Y el chantaje está penado por la ley.

—¿Crees que me llevaría a juicio? Sería muy bonito, ¿no te parece? La señorita Lavinia Framling se querella con alguien que sabe que tuvo una hija ilegítima, cuya existencia mantenía en secreto. No la imagino haciendo semejante cosa. ¿Tú sí?

—Janine, ése no es el mejor medio.

—Pues, dime otro.

—Creo que podrías trabajar… y ahorrar. Serías más feliz de esa manera.

—Por supuesto que no. Eres un poco ingenua, Drusilla. Te has esforzado tanto por guardar en secreto este asunto…, y todo por ella. Lavinia es una egoísta. ¿Crees que te hubiera ayudado como tú a ella?

—No.

—Pues entonces, ¿por qué te tomas tantas molestias? Que pague o que cargue con las consecuencias.

Janine estaba muy enfadada y comprendí que no podría disuadirla.

Miré a mi alrededor y ella se dio cuenta.

—Cuánta miseria, ¿verdad? —dijo—. Por eso quiero irme de aquí.

—Lo comprendo y lo siento mucho. ¿Dónde estabas aquella noche?

—¿Recuerdas a la duquesa?

—Sí.

—Su familia decidió llevarla otra vez a casa. Quizá se avergonzaron de tenerla abandonada de aquel modo en casa de tía Emily…, aunque más bien creo que debió ser por algo relacionado con el dinero. Querían tenerla controlada para que no testara en favor de otra persona. No se fiaban de tía Emily, y en eso se equivocaban. Tuve que acompañarla a su casa porque no había nadie más. El viaje era demasiado largo para hacerlo en un día y me quedé a pasar la noche en la lujosa residencia de la familia. Era un sitio bastante distinto de esto que ves aquí. Eso fue lo que ocurrió. Todo se perdió en el incendio. La casa hubiera sido mía. Su valor era considerablemente, elevado. Hubiera podido montar algún negocio, aunque no me hubiese hecho falta si me hubiera casado con Clarence. Tenía la vida resuelta y ahora… me he quedado sin nada. La casa no estaba asegurada. ¿Cómo pudo tía Emily ser tan insensata con un loco como George?

—Pero tuviste la suerte de no estar allí.

—Si a eso le llamas suerte.

—He venido para pedirte que recapacites.

—No —dijo Janine—, Lavinia debe pagar. Debe darme parte de lo que a ella le sobra.

—No tiene una asignación muy alta.

—Pues entonces quiero una parte de lo que tiene y, cuando se case con el noble caballero…

—¿Pretendes decir que siempre le pedirás dinero? Le dijiste que te conformabas con las cincuenta libras.

—Pues no me conformo, Drusilla. Estoy desesperada. No pienso perder una oportunidad como ésta.

—No lo harás, Janine, sé que no lo harás. Lo dejarás. Por muy dolida que estés (y comprendo muy bien tu amargura), no es justo obrar de esta manera.

—Para mí, lo es. Ya es hora de que alguien le dé una lección a Lavinia Framling. Siempre se ha considerado superior al resto de nosotras porque tiene una preciosa melena pelirroja.

—Janine, por favor, escúchame. Vendré otra vez a verte. Podría llevarte conmigo a la rectoría. Pasarías unas vacaciones con nosotros y, quizá, te encontraríamos un trabajo. Conocemos bastante gente y con la recomendación del párroco tendrías muchas oportunidades. Podrías quedarte con nosotros hasta encontrar un medio de vida. Abandona este lugar…

—Eres muy buena, Drusilla —dijo Janine, sacudiendo la cabeza—. Vales más que veinte Lavinias juntas.

—He subido de valor —comenté sonriendo—. A Lavinia le dijiste que valía doce.

—La sobrevaloré. En realidad, no vale nada en absoluto. Me compadezco de ese conde. Lo pasará muy mal porque Lavinia es de las que persiguen constantemente a los hombres. Conozco a más de una como ella.

—Tal vez siente cabeza cuando se case.

—Sé que eras la mejor de la clase, Drusilla, pero en los asuntos de la vida pareces una criatura inocente.

—Escúchame.

—Te escucho.

—¿Piensas seguir con este… chantaje?

—Pienso seguir pidiendo dinero hasta que logre montar un negocio.

—No será un negocio limpio.

—Eso debo juzgarlo yo. ¿Tienes un coche esperando?

—Sí.

—Pues será mejor que te vayas. Igual no te espera. Creerá que, siendo de este barrio, te has largado sin pagar.

—No pareció pensar tal cosa cuando me dijo que esperaría.

—Te agradezco lo que has hecho.

—Si me entero de algo, vendré para comunicártelo. Janine sacudió la cabeza sonriendo.

Eso fue todo lo que pude conseguir de momento de Janine Fellows, pero no perdía la esperanza.

*****

No quise decirle a Polly dónde había estado. Sabía que no lo hubiera aprobado y me hubiera aconsejado que permaneciera al margen de aquel asunto. Pero yo me compadecía de Janine y creo que, en cierto modo, siempre sentí lástima de ella. Su vida fue muy extraña y probablemente no recibió demasiado cariño de tía Emily. La enviaron a una escuela cara porque tía Emily quería casarla con un hombre rico, seleccionado entre sus clientes. El joven Clarence hubiera sido un candidato ideal. No se enteraba de nada de lo que ocurría a su alrededor, era cariñoso con cualquier persona que se mostrara amable con él, y, además, tenía un montón de dinero. Era una marioneta que tía Emily hubiera manejado a su antojo. Y ahora… en lugar de hacer una buena boda, la pobre Janine había quedado sola y sin un penique, de ahí que recurriera al más despreciable de los crímenes: el chantaje.

Le escribí a Lavinia que Janine se mostraba inflexible y no había logrado convencerla.

Ya imaginaba la consternación de Lavinia cuando leyera la carta. Se pondría furiosa con Janine y tal vez conmigo por haber fracasado en mi misión.

Pero era mejor que supiera la verdad.

—¿Te ocurre algo, cariño? —preguntó Polly.

—No. ¿Por qué?

—Te veo muy… pensativa. A mí puedes decírmelo, ¿sabes? Ese Dougal… me parece un poco tonto. Mira que haberse encaprichado así de Lavinia. Yo prefiero los hombres recios que saben lo que quieren y no se dejan engañar por las apariencias. Creo que le tenías cierto afecto.

—Es un hombre encantador, Polly, y muy inteligente.

—Pues, si quieres saber la verdad, yo lo veo bastante tarambana.

—Muchos hombres se enamoran de la belleza. Lavinia es verdaderamente fascinante.

La presentación en la corte le ha ido muy bien, y tiene unos vestidos muy elegantes.

—Los hombres no se casan con los vestidos y los caballos…, a poco juicio que tengan.

—Polly, yo no estaba enamorada de Dougal Carruthers y él no me dejó para casarse con Lavinia. Nunca me pidió que me casara con él.

—Yo creía…

—Pues te equivocaste. Lavinia será condesa. ¿Puedes imaginarme convertida en condesa?

—¿Y por qué no? Podrías ser la reina de Inglaterra, si quisieras.

—No creo que el príncipe Alberto estuviera de acuerdo, y él tampoco me gusta demasiado, aunque Su Majestad la reina estuviera dispuesta a abdicar en mi favor.

—¡Qué boba eres! —dijo Polly, sonriendo—. Pero ya sabes que a mí puedes contármelo todo.

Traté de olvidar los apuros de Lavinia y me concentré en Fleur, que estaba más simpática que nunca. Yo solía sentarme por las noches junto a la chimenea de la cocina y no pasaba día sin que Polly y Eff me comentaran lo bien que tiraba la chimenea gracias a los fuelles que les había regalado. Yo las escuchaba hablar mientras calentaban el atizador y lo introducían al rojo vivo en la cerveza de malta. Entonces me invadía una inmensa sensación de paz. En el fondo de mi mente, albergaba la certeza de que siempre tendría un hogar donde amarían y cuidarían. Tenía a Polly, Eff y Fleur.

En mis momentos de mayor desánimo, no debería olvidarlo jamás.

Un día Eff comentó:

—La «Segundo piso32» dice que está emparentada con la honorable señora no sé qué.

—Honorable un cuerno —replicó Polly—. Ésa siempre anda presumiendo de parientes distinguidos.

—Tiene clase —comentó Eff—. Yo lo noto en seguida. En estas cosas, Polly tenía que inclinarse ante los superiores conocimientos de su hermana.

—Bueno, ¿y qué? —dijo Polly, reconociendo implícitamente la verdad de la aseveración.

—Esa prima… o lo que sea, se va al extranjero. Parece que es muy arrogante y sólo se codea con la flor y nata del país; ahora busca un acompañante para el viaje… pero tiene que ser una dama que sepa comportarse como tal.

De repente, yo que estaba medio dormida contemplando las llamas de la chimenea y las sombras que creaban, me desperté de golpe. Una acompañante… para irse inmediatamente con ella de viaje. Janine, dije para mis adentros.

—Parece un buen trabajo —comenté.

—¿Un buen trabajo? —Repitió Eff—. Es una ocasión que sólo se presenta una vez en la vida.

En mis buenos tiempos…, antes de conocerle a Él…, es lo que más me hubiera gustado hacer.

—Pero si a ti nunca te gustaron los extranjeros, Eff —dijo Polly, riéndose.

—En su país, sí, y allí los hubiera visto yo.

Yo seguía pensando en Janine.

—Una de mis compañeras de escuela se encuentra en una situación bastante apurada —dije—. Busca trabajo. Estuve con ella el otro día.

—No me dijiste nada. ¿Tropezaste con ella en alguna parte? —preguntó Polly.

—Sí. Y me consta que necesita trabajar. No sé si…

—Haremos una cosa —dijo Eff—. Primero pregúntale si le gustaría el puesto y yo hablaré con «Segundo piso 32».

Quizá pueda arreglarse algo.

—Lo haré encantada.

—¿Sabes dónde vive?

—Sí, tengo la dirección. Podría escribirle.

—«Segundo piso 32» haría muchos méritos delante de su pariente si resultara que esta joven tan instruida es justo lo que andan buscando.

Hice algunas preguntas sobre «Segundo piso 32», la cual, según Eff, era «toda una señora venida a menos».

Pensé que si le escribiera a Janine ella rompería la carta. En cambio, si le hablaba personalmente, tal vez conseguiría convencerla.

Quizá fuera una presunción, pero creía ejercer cierta influencia sobre ella.

Al día siguiente, tomé un coche e hice lo que la primera vez. Me dejaron en el mismo sitio y me dirigí al número 20 de Fiddler's Green. Por el camino, traté de preparar lo que le diría.

Al llegar a la calle, vi a un grupo de personas frente al número 20.

Al verme acercar, la gente me miró con curiosidad. Subí los peldaños rotos y llamé tres veces a la puerta.

Abrió un hombre.

—¿Qué desea? —preguntó.

—He venido a ver a mi amiga, la señorita Janine Fellows —contesté.

—Pase —dijo, animándose de repente.

Una mujer abrió otra puerta y me miró con interés.

—Será mejor que espere aquí —me dijo el hombre, subiendo por la escalera.

Me parecía todo muy raro. No comprendía qué pasaba.

—Qué terrible, ¿verdad? —Musitó la mujer—. Una chica tan joven.

—¿Qué ha ocurrido?

—Debía de estar tramando algo. Esto no es bueno para la casa.

Comprendí que algo horrible la había sucedido a Janine, y empecé a preocuparme.

Se oyó el rumor de un carruaje acercándose al portal.

—Son ellos —me explicó la mujer—. Vienen a llevársela.

—No lo entiendo —dije.

Llamaron a la puerta. Cuando la mujer fue a abrir, apareció en la escalera el hombre que me había franqueado la entrada.

Vi en la puerta a dos hombres portando una camilla.

—Muy bien —dijo el de la escalera—. Ya pueden subir.

Los hombres subieron con la camilla. La mujer se retiró a su habitación, pero dejó la puerta abierta. Yo me encontraba todavía en el zaguán.

Oí ruido en el piso de arriba. Los hombres salieron con la camilla, pero esta vez llevando a alguien en ella: un cuerpo cubierto con una sábana. Cuando pasaron por mi lado, vi un mechón de cabello rubio oscuro manchado de sangre.

Comprendí que bajo la sábana yacía Janine.

Un hombre bajó por la escalera, siguiendo a los camilleros. Se acercó a mí y dijo:

—Soy oficial de policía. Estoy investigando la muerte de la señorita Janine Fletcher. ¿Qué hace usted aquí?

—Vine a verla. Pero su apellido es Fellows.

—¿Era amiga suya?

Me sentía mareada y quería borrar de mi mente la idea de que aquello fuera obra de Lavinia. No conseguiría salir bien liberada de la situación.

—Estudiamos juntas —contesté como en sueños.

—¿La visitaba a menudo?

—No. Sólo una vez.

—¿Cuándo?

—Hace tres días.

—¿Y entonces estaba bien? ¿Le pareció asustada o preocupada?

Sacudí la cabeza.

—¿Dónde vive usted?

Le facilité la dirección de la rectoría.

—Ha venido usted de muy lejos para visitar a la señorita Fellows.

—Vine a pasar unos días con mi antigua niñera.

El oficial de policía le dijo a un joven que acaba de acercarse:

—Anote la dirección de la señorita. Debemos hacerle algunas preguntas. Le ruego que permanezca en Londres.

—Pero es que debo regresar…

—Tendrá que quedarse. Podría facilitarnos algún dato, en caso necesario.

—Me quedaré —dije en un susurro.

Las piernas me temblaban y estaba a punto de desmayarme. Hubiera querido huir de aquel escenario macabro.

Quería saber muchas cosas. ¿Cómo ocurrió? ¿Quién lo hizo? ¿De quién sospechaban?

Una y otra vez repetía en mi fuero interno: «Tú nunca te hubieras atrevido a hacer eso, Lavinia. Tú siempre dejaste el trabajo sucio para los demás».

El primer hombre le dijo al segundo:

—Ah, Smithson, acompañe a la señorita al coche que, según dice, la espera —dirigiéndose a mí, el policía añadió—: Uno de nuestros hombres le hará algunas preguntas sobre sus relaciones con la interfecta. Es una simple formalidad.

Me alegré de poder escapar de allí. Observé que el hombre que me acompañaba era joven y parecía un poco nervioso.

—Muy desagradable —comentó mientras nos alejábamos.

—Estoy… temblando.

—Yo también estoy un poco nervioso —reconoció mi acompañante—. Es mi primer asesinato.

¡Asesinato! La palabra me hizo estremecer. No podía creerlo. ¡Janine! Pensar que ambas fuimos a la escuela juntas, y ahora… En un breve lapso de tiempo, Lavinia había sido madre y Janine era un cadáver. Traté de excluir la idea de que ambos hechos estuvieran en cierto modo relacionados.

En aquel momento se nos acercó otro joven, se quitó el sombrero y me saludó con una inclinación de cabeza.

—¿Es usted amiga de la joven? —me preguntó.

—Sí —contesté, creyendo que era otro policía.

—¿Quiere usted decirme su nombre?

Se lo dije y él sacó un cuaderno de notas del bolsillo.

—¿Vive cerca de aquí?

—No, en el campo. Vine por unos días.

—Interesante. ¿Conocía usted bien a la señorita?

—Fuimos juntas a la escuela. Se lo acaba de decir a su compañero.

—Sólo unas preguntas. Tenemos que reunir todos los datos, ¿comprende? ¿Su domicilio en el campo?

Le facilité la dirección de la rectoría.

—¿O sea que usted es la hija del párroco?

Asentí con la cabeza.

—Y fueron a la escuela juntas. ¿Sospecha usted de alguien que tuviera interés en matar a su amiga?

—No —contesté rotundamente.

Mi acompañante me dio un codazo.

—Está usted hablando con la prensa —me dijo en voz baja.

—No se preocupe, señorita —aseguró el otro—. Sólo unas preguntas más.

—Pensé que usted era de la policía —balbucí.

—Todo está relacionado —dijo el desconocido, esbozando una cautivadora sonrisa.

—No quiero decir nada más. No sé nada de todo esto.

El periodista asintió sonriendo y se retiró.

Comprendí que había sido muy indiscreta. El joven me escoltó hasta el coche y me acompañó a casa.

—Nunca hable con la prensa —dijo—. No es conveniente.

Nosotros sólo les facilitamos la información que nos favorece.

—¿Por qué no me lo advirtió antes?

El joven se ruborizó: no quería reconocer que no había captado inmediatamente la identidad del reportero.

Sus palabras de despedida me parecieron un mal presagio.

—Creo que pronto tendrá noticias nuestras —me dijo—. Tendrán que hacerse averiguaciones.

Polly y Eff se encontraban en el zaguán, sin saber qué había ocurrido.

—Pero, bueno, ¿qué significa todo esto? —preguntó Polly—. ¿Quién era ese joven que te acompañaba?

—Un policía —contesté. Polly palideció.

—¿La policía aquí? —Dijo Eff—. ¿Qué quiere la policía de personas respetables como nosotras? ¿Qué pensarán los vecinos?

—Dale un poco de coñac —la interrumpió Polly—. ¿No ves qué alterada está?

*****

Me tendí en la cama y Polly se sentó a mi lado. Acababa de contarle lo ocurrido.

—Dios mío —musitó—. Qué barbaridad. Conque un asesinato, ¿eh? Esa Janine no era una joya que digamos. Mira que andar por ahí chantajeando a la gente.

—Estoy segura de que su muerte tiene alguna relación con eso, Polly.

—No me extrañaría. ¿Piensas que es obra de Lavinia?

—No puedo creerlo —contesté, sacudiendo la cabeza.

—De ésa yo me lo creo todo. En caso de que fuera cierto, daría al traste con sus aspiraciones y su gran idilio. Ni siquiera los poderosos Framling podrían ocultarlo.

—Oh, Polly, es terrible.

—Sólo le pido a Dios que quedes al margen. Lástima que estuvieras allí. Mejor no mezclarse en estas cosas.

—Pues, me temo que estoy metida de lleno, Polly.

—Esa Lavinia siempre te causa problemas. Creo que ha tenido algo que ver en el asunto.

—Me resisto a creerlo, Polly. Mentiría en caso necesario, pero estoy segura de que no cometería un asesinato. No se atrevería. ¿De dónde hubiera sacado el arma?

—En Framling tienen muchas. No le hubiera sido difícil. Ésa es capaz de todo con tal de salvar el pellejo.

A Eff no le diré nada. Se moriría del susto si pensara que va a venir la policía.

—Sería mejor que volviera a la rectoría.

—No, allí aún sería peor. No, quiero que te quedes aquí hasta que se resuelva la situación.

Abracé a Polly, perpleja y asustada. No podía quitarme de la cabeza la imagen de Janine muerta bajo aquella sábana.

Vino la policía y me interrogó. ¿Qué sabía de la vida de Janine? ¿Qué amistades tenía?

Contesté que no sabía nada de sus amistades. La había visto hacía apenas unos días por primera vez desde que dejáramos la escuela.

—Era hija de una tal señorita Fletcher, propietaria de una casa de reposo.

—Ésa era su tía —dije y comprendí que Janine usaba el apellido de su tía Emily.

Ambos policías intercambiaron una mirada.

Lo descubren todo, pensé. Averiguarán quién es Fleur. Será terrible para Lavinia…, precisamente ahora que está a punto de casarse.

Cuando se fueron suspiré de alivio, pero aún me aguardaban cosas peores.

Polly lo leyó en el periódico a la mañana siguiente y comprendió que sería inútil tratar de ocultárselo a Eff.

Me lo leyó con voz temblorosa:

—«¿Quién era Janine Fletcher? ¿Por qué razón alguien le quitó la vida a esta joven? Tuve oportunidad de hablar con una compañera suya de escuela, la señorita Drusilla Delany, que está pasando unos días en casa de su antigua niñera. Le habían facilitado la dirección. Es la hija del párroco de Framling y, cuando fue a visitar a su antigua compañera de estudios, descubrió que la estaban sacando de su casa, tendida en camilla.

»La señorita Delany dijo que no sabía de nadie que tuviera interés en eliminar a su amiga. Janine era hija de la señorita Emily Fletcher, propietaria de una casa de reposo en New Forest. De momento la policía no ha dicho nada, pero corren rumores de que está a punto de producirse una detención».

Al terminar de leer, Polly me miró, asustada.

—Oh, Polly —dije—, es terrible.

—No sé si averiguarán lo de Fleur. La policía lo husmea todo.

—Sería tremendo, precisamente ahora que la boda está tan próxima. Espero que Lavinia no esté mezclada en esto.

Estoy segura de que no, pero podría haber graves repercusiones.

—Es mejor que este conde o lo que sea conozca la verdad sobre la chica con quien se casará, antes de que se celebre la ceremonia. No me extrañaría que más tarde descubriera ciertas cosas.

—Oh, Polly, tengo miedo.

—No tienes por qué. Si algo ocurriera, bastará con que digas la verdad. Deja de encubrir a doña Lavinia. Ya es hora de que se las arregle sola.

Me consolaba estar con Polly, pero quería regresar a la rectoría porque sabía lo preocupada que estaba Eff por la respetabilidad de su casa.

Polly también lo estaba, pero su amor por mí superaba cualquier otra consideración.

Al día siguiente de la publicación del reportaje en el periódico, Fabian se presentó en la casa.

Al oír que llamaban a la puerta, temí que fuera la policía. Abrí y me encontré con Fabian.

—Buenas tardes —dijo, entrando en el recibidor sin que yo le invitara—. Quiero hablar contigo.

—Pero es que… —dije.

—¿Dónde podemos ir? —preguntó.

Le acompañé al salón, aquella pulcra estancia con sillas tapizadas de terciopelo y sofá a juego, la rinconera con sus chucherías —a las que sólo quitaba el polvo Eff—, la chimenea de mármol, la aspidistra en su maceta marrón sobre la mesa junto a la ventana y las flores de papel en un jarrón sobre la repisa de la chimenea.

Era la habitación que nunca se utilizaba, el santuario de la respetabilidad usado sólo para las visitas, para entrevistar a los posibles inquilinos y, a veces, en ocasiones muy especiales, para tomar el té el domingo por la tarde.

—¿Qué te trae por aquí? —pregunté.

—¿Hace falta que lo preguntes? He leído el periódico. Esa chica… Janine… ¿qué tiene que ver contigo?

—Si has leído el periódico, sabrás que fuimos juntas a la escuela.

—La chica fue asesinada y tú estabas allí.

—Llegué cuando ya estaba muerta.

—Cuando ya la habían asesinado —dijo Fabian—. ¡Santo cielo! Y eso, ¿qué quiere decir?

—La policía está intentando averiguarlo.

—Pero a ti se te ha mencionado en relación con el caso.

—Estaba allí casualmente. Y me hicieron preguntas.

—La policía no hace preguntas por simple cumplido, ¿sabes? El hecho de que te interrogaran significa que suponen que sabes algo.

—Yo la conocía. Iba a visitarla.

—¿Con qué objeto?

—¿Con qué objeto? Era una antigua compañera de estudios.

—¿Pretendías renovar la amistad? Quiero saber la verdad, ¿me oyes? No puedes pasarte la vida mintiendo. Será mejor que me lo digas. Insisto en saberlo.

En aquel momento, se abrió la puerta y apareció Polly. Más tarde dijo que oyó entrar a Fabian y estuvo escuchando detrás de la puerta.

—Bueno, señor Todopoderoso Cómo se llame, le voy a decir cuántas son cinco —dijo con los brazos en jarras y el rostro arrebolado por la cólera—. No permitiré que venga usted aquí a disgustar a mi niña. Ella vale mucho más que todos ustedes juntos, y yo no daría por ustedes ni dos peniques.

Fabian se sorprendió un poco, pero, aun así, la miró con expresión burlona.

—¡Polly! —exclamé en tono de reproche.

—No. Déjame hablar. Si no estás harta de todo esto, yo, sí. Les voy a cantar las cuarenta a estos Framling. ¿Qué se habrán creído? Venir aquí, a disgustarte. Le voy a decir la verdad de una vez.

—Nada me complacería más —dijo Fabian.

—Pues no le gustará tanto cuando la sepa, eso se lo aseguro. Y, como venga la policía e intente hacerle decir a Drusilla lo que ellos quieren, se la diré también. ¿De quién cree usted que es hija la niña que tenemos en esta casa? Pues, de su hermana Lavinia. Drusilla intentó ayudarla, y, a cambio, no ha recibido más que insultos. ¿Quién la acompañó a aquella casa de reposo, simulando haber estado en el castillo de una princesa o yo qué sé dónde? ¿Quién me trajo la niña? En cuanto vinieron me di cuenta de que su hermana no sabía distinguir entre una niña y una libra de mantequilla, y que ambas cosas le daban lo mismo. Por consiguiente, no voy a permitir que avasalle a Drusilla. Vuelva a su casa y péguele una bronca a su hermana. Ella es la causa del problema.

—Gracias por la información —dijo Fabian. Y dirigiéndose a mí, preguntó—: ¿Eso es cierto, supongo?

—Pues claro que es cierto —gritó Polly—. ¿Me está llamando mentirosa?

—No, señora, pero me ha parecido oportuna una pequeña confirmación.

—Ahora estamos metidas en este jaleo por culpa de su hermana. Por consiguiente, no acuse a Drusilla de nada porque no lo permitiré.

—Tiene usted mucha razón —dijo Fabian—, y le estoy agradecido. Es una situación muy desagradable y quiero hacer todo lo que esté en mi mano por resolverla.

—Mmm —dijo Polly, un poco ablandada—. Ya era hora.

—Sí. Vuelve usted a tener razón. ¿Me permite hablar un momento con la señorita Delany?

—Eso es ella quien debe decidirlo.

—Desde luego que sí —dije.

Todo el cuerpo me temblaba. Las revelaciones de Polly me habían trastornado un poco, pero, por otra parte, me alegraba de que Fabian supiera la verdad y de que yo no hubiera traicionado a Lavinia.

—Bueno, pues yo me retiro. ¿Estás bien? —me preguntó Polly.

—Sí, Polly, gracias.

Se cerró la puerta.

—Una señora de armas tomar —dijo Fabian—. O sea que ahora ya conozco la verdad. Creo que deberías darme más detalles porque yo también estoy relacionado con el asunto a través de mi hermana. La cosa ocurrió en Francia, ¿verdad? —Sí.

—¿Un francés?

Asentí con la cabeza.

—¿Le conocías?

—Le vi una o dos veces.

—Comprendo. Y la muy insensata de mi hermana te pidió que la ayudaras.

—Janine Fletcher estudiaba con nosotras en la escuela. Vivía con una tía.

—O sea que lo de Lindenstein fue todo mentira. Ya suponía yo que no habíais estado allí.

—Sí. Quisiste tenderme una trampa. Y tenías una vaga idea de lo ocurrido en realidad.

—Cuando vi a la niña…

—Pensaste que yo…

—Me parecía increíble.

—Pero lo creíste.

Fabian no dijo nada. Tras una pausa, añadió:

—Esa chica… Janine… ¿qué supones que ocurrió?

—No lo sé.

—Acudiste a su casa poco después de que la mataran. ¿Por qué?

—Quería hablar con ella.

—Sobre Lavinia. ¿Estaba chantajeando a mi hermana?

Guardé silencio. No quería traicionar a Lavinia, aunque Polly ya lo había hecho por mí.

—¡Dios bendito! —exclamó Fabian muy serio—. Sin embargo, ella no estaba aquí sino en Framling. Tiene que haber sido… otra persona.

—¿Quieres decir que…?

—¿Tenía aquella mujer a otras chicas en la misma situación?

—Algunas.

—¡Qué desastre! Fue una lástima que te vieran allí. Me alegro de saberlo. Me mantendré en contacto. Permaneceré en Londres y te daré mi dirección. Si ocurriera algo, envíame un recado.

Estaba sinceramente preocupado. Debía de pensar en el escándalo que se produciría si se supiera por qué estuvo Lavinia en una casa de reposo.

La prensa lo publicaría en grandes titulares. A mí me habían despachado con un simple párrafo. La reputación de Lavinia quedaría por los suelos.

Comprendí que su hermano intentaría impedirlo a cualquier precio.

Poco después, Fabian se fue. Me tomó las manos entre las suyas y me miró sonriendo, como si quisiera disculparse por su anterior comportamiento. Me alegré de que finalmente Fabian supiera la verdad y de no haber sido yo quien se la revelara.

*****

No hubo más noticias sobre el caso, exceptuando alguna que otra breve referencia.

Fabian visitó la casa. Eff abrió la puerta y se alegró de verle.

—Eff se pirra por los títulos —me explicó Polly—. Ya verás cómo va a «Segundo piso» para hablarle de la visita de sir Fabian. Le parece que eso es bueno para el negocio. Además, él es muy distinguido. Espero que se porte bien contigo.

—Oh, sí, no te preocupes —contesté.

—No dejes que te tome el pelo.

—No te preocupes.

Fabian había venido para hablarme de la niña, dijo. Aquellas dos mujeres la venían cuidando desde que nació, ¿verdad? Contesté que sí.

Comprendí por su actitud que le tenía gran respeto a Polly. Creo que le gustaba su manera de hablarle, a pesar de que lo que ella le dijo no fue muy halagüeño. Le hacía gracia pensar que la hija del párroco había tenido un desliz, pero la idea de que eso le hubiera ocurrido a su hermana ya no le parecía tan graciosa.

—Es una niña muy bonita, ¿verdad?

—Sí. Deberías conocer a tu sobrina. Aparte de aquel encuentro en la calle, no la has visto.

—Quiero conocerla. Polly y Eff la han cuidado, la han alimentado, la han vestido…

—Y también la han querido —dije.

—¡Pobre niña! ¿Qué hubiera hecho sin ellas… y sin ti?

—Lavinia hubiera tenido que buscar otra solución, pero ninguna tan buena para Fleur como Polly y su hermana.

—Quiero recompensarlas por lo que han hecho.

—¿Hablas de dinero?

—Sí. No deben tener tanto como para cuidar de los hijos de otras personas. Eso debe de ser muy caro.

—Están en buena posición, como suele decirse. Alquilan habitaciones, y Eff es muy hábil en los negocios. Polly también. Trabajan mucho y disfrutan del producto de sus esfuerzos. Se ofenderían si les ofrecieras dinero.

—¡Pero mantienen a la niña!

—Lo hacen por mí, porque…

—Porque cometieron el mismo error que yo. Mira, ahora veo que no me comporté tan mal contigo si la propia Polly que tanto te conoce… En fin, son cosas que pueden ocurrirle a cualquiera.

—Tal vez.

—Todos tenemos malos momentos —Fabian esbozó una sonrisa enigmática y después añadió—: Ya buscaré algún medio de recompensar a estas buenas mujeres. ¿Querrás hablar con ellas en mi nombre? Me temo que yo no sabría hacerlo muy bien. A ti, en cambio, es posible que te hagan caso.

Asentí. Ambas se indignaron cuando se lo dije.

—Pero ¿quién se habrá creído que es? —exclamó Polly no queremos su dinero. Tenemos a Fleur desde que era una recién nacida. Es nuestra… Si aceptáramos dinero de ese hombre, empezaría a darnos órdenes y a decirnos lo que tenemos que hacer. No, no queremos nada.

—Fue muy amable de parte de sir Fabian —reconoció Eff, que nunca se olvidaba de mencionar el título cuando hablaba con «Segundo piso 32».

—Mira, Polly —dije yo—, ahora estáis muy bien, pero algún día las cosas os podrían ir mal. Hay que pensar en Fleur, más adelante tendrá que ir a la escuela.

—Por nada del mundo la mandaría a una escuela extranjera. Mira cómo le fue a Lavinia.

Eff tenía un poco más de sentido práctico. Polly se dejaba llevar a veces por las emociones y eso le hacía perder el sentido común.

Había catalogado a Fabian como seductor y se le había metido en la cabeza que iba detrás de mí. Por eso lo miraba con recelo.

No obstante, cuando Fabian sugirió abrir una cuenta de la que pudieran sacar dinero siempre que necesitaran algo para Fleur, ambas hermanas aceptaron.

—No pensamos tocar nada —dijo Polly.

—Pero es bueno saber que el dinero está ahí —añadió Eff, haciendo gala de su habitual sentido práctico.

*****

Durante la siguiente semana, vi a Fabian varias veces. Tuve que reconocer que su ayuda me tranquilizó.

El hecho de que él estuviera allí y supiera la verdad, me había quitado un enorme peso de encima.

La policía no volvió a visitarme. En los periódicos apenas se hablaba del caso. Me tranquilizaba saber que, si surgía alguna dificultad, Fabian estaría a mi lado.

Estaba empezando a conocerle un poco mejor. A menudo visitaba la casa y Eff nos servía orgullosamente el té en el salón que tanto le gustaba exhibir.

En tales ocasiones, ponía fundas limpias en las sillas de terciopelo, lustraba el latón y quitaba cuidadosamente el polvo de los objetos de la rinconera.

—Que sir Fabian no vaya a pensar que no sabemos vivir como Dios manda —decía.

Me divertía en secreto con la idea de que Fabian pudiera examinar las figuras de porcelana de la rinconera o calibrar el brillo de los candelabros de latón y me alegraba de que Eff le recibiera con tanto agrado y de que Polly se preocupara tanto por mi bienestar.

Fabian estaba muy cambiado. Fleur se encariñó con él, lo que me sorprendió bastante dado que él tenía ciertas dificultades para comunicarse con la niña y ni siquiera lo intentaba.

—Dile «hola, sir Fabian» —la instaba Eff; y la pequeña lo hacía con su habitual encanto, apoyando las manos sobre sus rodillas y mirándole embobada. Todo era muy gracioso. Yo veía en ella ciertos rasgos característicos de los Framling.

No había heredado el cabello leonado de Lavinia, pero llegaría a ser sin duda una belleza, tal como su madre.

—Es una niña muy simpática —comentó Fabian.

—Es como si intuyera que está emparentada contigo.

—¿De verdad?

—¿Y por qué no? Al fin y al cabo, eres su tío.

Eff sirvió el té que yo tomé a solas con Fabian. Adiviné que Polly no andaría muy lejos. No se fiaba ni un pelo y temía que él cometiera alguna incorrección.

Hablamos de la inminente boda de Lavinia. Ella se habría enterado de la muerte de Janine porque el suceso se había comentado ampliamente en la prensa. Me pregunté qué habría pensado. La conocía muy bien y estaba segura de que, por una parte, suspiraría de alivio y, por la otra, se preguntaría sobre las consecuencias. Tal vez no se le ocurrió pensar que, si Janine le había chantajeado a ella, quizá hacía lo mismo con otras personas. No me cabía la menor duda de que estaría muy preocupada.

Fabian tendría que regresar para la boda.

—Creo que esperan tu asistencia —dijo.

—No estoy muy segura de que sea necesario. Se habrá enterado de lo de Janine. No sé qué estará pensando.

—Ella no suele preocuparse demasiado por nada, pero, aun así, habrá tenido momentos de inquietud.

Menos mal que cuando mataron a la chica estaba en Framling y no pueden causarla de nada.

—¿Crees que se lo dirá a Dougal?

—No, no lo creo.

—¿Y crees que debería hacerlo?

—Eso tiene que decidirlo ella.

—¿No tiene él derecho a saberlo?

—Ya veo que eres una moralista.

—¿Tú, no?

—Yo soy partidario del sentido común.

—Y la moralidad no siempre encaja con eso, ¿verdad?

—Yo no diría tanto. Cada situación debe juzgarse por separado. No puede generalizarse en estas cosas.

—¿Tú crees que es justo… o incluso prudente… que una mujer que ha tenido un hijo se case sin decírselo a su marido?

—Si la mujer en cuestión fuera virtuosa, para empezar no hubiera tenido el hijo; por consiguiente, no puede esperarse de ella una conducta ejemplar después de lo ocurrido. Eso tendrá que decidirlo Lavinia.

—¿Y a Dougal… no se le engaña de esa manera?

—Sí. Pero quizás él preferiría no saberlo.

—¿De veras lo crees así? ¿Tú actuarías de ese modo en circunstancias similares?

—Me resulta extremadamente difícil ponerme en el lugar de Dougal. No soy Dougal. Soy yo mismo. Dougal es un hombre digno y honrado. Estoy seguro de que ha llevado una vida ejemplar. No puedo decir lo mismo de mí. Por consiguiente, mi punto de vista tiene que ser forzosamente distinto del suyo. Yo creo que es mejor pasar por la vida con la mayor comodidad posible… y si la ignorancia es más suave que el conocimiento, prefiero la ignorancia.

—¡Qué extraña filosofía!

—Me temo que no la apruebas.

—Estoy segura de que temes muy pocas cosas y de que mi aprobación o desaprobación no figuran precisamente entre ellas.

—Siempre agradezco tu opinión.

Me eché a reír. A su lado me sentía mucho más tranquila. Esperaba con ansia sus visitas y constantemente me recordaba a mí misma que no debía interesarme demasiado en él. Ya había sufrido una decepción con Dougal, pese a que siempre me pareció un perfecto caballero. Aunque Fabian no lo fuera, yo le consideraba más interesante; si cabe, que su amigo. Los temas que me comentaba Dougal me fascinaban, pero era Fabian quien de verdad me atraía.

Estaba pisando un terreno peligroso y Polly lo sabía; por eso me vigilaba.

Era de noche. Fleur ya estaba en la cama y yo me quedé un rato a conversar con Polly y Eff junto a la chimenea de la cocina. Eff acababa de comentarnos lo bien que tiraba la chimenea últimamente, cuando llamaron a la puerta. Eff se levantó un poco molesta. No le gustaba que la sorprendieran usando la cocina como salón.

—Será algún inquilino —dijo levemente irritada—. Apuesto a que «Primer piso izquierda».

Se irguió, adoptando el empaque especial que reservaba para los inquilinos, y se dirigió a la puerta.

No era «Primer piso izquierda», sino otra inquilina, sosteniendo un periódico en la mano.

—Pensé que tal vez no se habían enterado de la última noticia —dijo la mujer, emocionada—. Es sobre el caso de Janine Fletcher.

Pasamos todas al salón. Polly tomó el periódico y lo extendió sobre la mesa. Las demás nos congregamos a su alrededor. La noticia se publicaba en primera plana. «Sorprendente hallazgo en el caso de Janine Fletcher. La policía cree haber dado con la solución».

Nada más.

—Vaya, vaya —dijo Eff—. Ha sido muy amable de su parte, señora Tenby.

—Pensé que les gustaría saberlo. Usted, señorita Delany, tendrá un interés especial porque conocía a la pobrecilla.

—Sí —dije.

—Ahora ya veremos qué ocurre —dijo Polly.

Eff acompañó con mucha dignidad a la señora Tenby al recibidor.

—Bueno, pues gracias por haber venido.

Cuando la inquilina se fue, las tres permanecimos un buen rato sentadas en la cocina, preguntándonos qué podría significar la noticia, y aquella noche nos acostamos más tarde que de costumbre.

Antes me fui a ver a Fleur, tal como solía hacer todas las noches. La niña dormía abrazada a la muñequita que Eff le había comprado y de la que no quería separarse ni un instante. Me incliné para darle un beso; la pequeña murmuró algo en sueños y yo suspiré de alivio porque Fabian conocía su existencia y significaba que su futuro estaba asegurado. Permanecí despierta un buen rato, preguntándome qué otros acontecimientos se habían producido y si vería a Fabian al día siguiente.

*****

Cuando leímos los periódicos de la mañana, experimenté un sobresalto y me sentí más implicada que nunca en el caso.

Los dramas y las tragedias ocurren con frecuencia y muchas veces nos parecen irreales porque los protagonistas son personas vagas a las que apenas podemos imaginar. En cambio, cuando se refieren a personas conocidas, la situación cambia.

Me puse muy triste al leer la noticia, aunque Lavinia debió de lanzar un profundo suspiro de alivio.

Habían identificado a la asesina, no gracias a las investigaciones policiales sino a la confesión de quien mató a Janine.

El reportaje estaba escrito en una prosa muy florida.

LA ASESINA DE JANINE FLETCHER CONFIESA

En una casita de las afueras de Wanstead, cerca de Epping Forest, James Everet Masters yacía moribundo a causa de unas heridas autoinflingidas.

A su lado se encontraba el cuerpo de su esposa Miriam Mary Masters. Llevaba varias horas muerta.

Se les consideraba el matrimonio más feliz del barrio. James era marino y los vecinos cuentan que su esposa solía esperar su regreso y que cada vez que acontecía era como otra luna de miel. ¿Por qué decidió ella quitarse la vida, ingiriendo una sobredosis de láudano? Porque no pudo enfrentarse con las consecuencias de un acto imprudente que tuvo lugar durante una de las ausencias de James.

El siguiente titular rezaba:

DOBLE SUICIDIO

Miriam no podía soportar la situación en la que se encontraba y llegó a la conclusión de que ya no podía vivir. Así pues, escribió dos cartas —una a James y otra al juez—, confesando el asesinato de Janine Fletcher. En la dirigida a su marido, explicaba las razones que la indujeron a cometer el asesinato.

TE QUIERO, JAMES

La carta que le escribió a su marido explicaba lo ocurrido. Una noche en que James estaba embarcado, unos amigos la convencieron de que fuera a una fiesta. Ella no quería ir y, sin comprender que el camino que emprendía la llevaría a la desgracia y, finalmente, a la muerte, bebió demasiado porque no estaba acostumbrada al alcohol y no advirtió lo que sucedía. Alguien se aprovechó del estado de la pobre chica y la sedujo, dejándola embarazada. Miriam se desesperó. ¿Cómo decírselo a James? ¿Lo comprendería? Mucho se temía ella que no. Su felicidad quedaría destruida. Intentó buscar una salida. Alguien le habló de la casa de reposo de la señora Fletcher en New Forest. Era un sitio caro, pero discreto. No tenía otra alternativa que ir allí y entregar el hijo en adopción en cuanto naciera. Janine Fletcher, conocida como la sobrina de la propietaria de la casa de reposo, estaba allí cuando Miriam dio a luz. Miriam regresó a casa, con el deseo de olvidar el pasado. Y así lo hizo hasta que Janine Fletcher apareció de nuevo en su vida.

No es una historia insólita. Janine le exigió dinero a cambio de guardar el secreto. Miriam pagó una o dos veces, pero después no pudo seguir haciéndolo. Temía las consecuencias y no podía decírselo a James. Compró una pistola, se dirigió a casa de Janine y le disparó un tiro en la cabeza. Consiguió salir sin que nadie la viera. Pero comprendió que no podría vivir con aquel secreto, y escribió las dos cartas.

LOS AMANTES DESDICHADOS

Eran Romeo y Julieta. El llegó y la encontró muerta. Leyó su carta. El dolor le destrozó el corazón.

Lo hubiera comprendido. La hubiera perdonado. Tal vez hubiera localizado al niño y se hubiera convertido en un padre para él.

DEMASIADO TARDE

Ella había matado a Janine Fletcher. Debió pensar que hubiera podido soportar el peso del adulterio, pero no el de un asesinato.

Así murieron los amantes desdichados y se resolvió el misterio del asesinato de Janine Fletcher.

Fabian se presentó aquella misma mañana en la casa.

—¿Te has enterado de la noticia? —preguntó.

—Sí —contesté—. Me ha conmovido profundamente. Recuerdo muy bien a Miriam. Recuerdo su misterio y lo cruel que fue la vida con ella.

—Pareces trastornada.

—Es que la conocía. Estaba allí cuando llegamos nosotras. Era muy cariñosa. No me la imagino como una asesina.

—El caso está cerrado. Ahora podemos respirar tranquilos. ¡Menos mal! De lo contrario, se hubiera descubierto el secreto y Lavinia se hubiera visto mezclada en el asunto. Y quizá tú también. Yo cada día esperaba que se descubriera algo. Ahora todo ha terminado.

—Ella quería mucho a su marido —dije—. Y él debía quererla mucho a ella. No pudo soportar vivir sin ella. Me causó una profunda impresión cuando la conocí.

—Debió ser una mujer singular… Mira que tomar una pistola y disparar contra su enemiga.

—Todo fue innecesario. ¡Si se lo hubiera dicho a su marido! ¡Si Janine hubiera intentado trabajar para ganarse la vida en lugar de recurrir al chantaje! ¡Si Lavinia no se hubiera dejado seducir por aquel hombre!

—Si el mundo fuera un lugar distinto en el que todas las personas fueran perfectas, la vida sería mucho más sencilla, ¿no te parece? —dijo Fabian, sonriendo con tristeza—. Tú buscas la perfección —añadió—, pero creo que tendrás que conformarte con mucho menos. Voy a animarte un poco. Te invito a almorzar. Creo que tenemos algo que celebrar. El caso está cerrado. ¡Te aseguro que he pasado momentos muy malos!

—Por Lavinia —dije.

—Y también por ti.

—Yo no tenía nada que temer.

—Nunca es bueno estar relacionado con cosas desagradables. Siempre queda algo. La gente recuerda… vagamente. Olvida los detalles, quién fue quién y qué papel desempeñó. Es una suerte que todo haya terminado.

—No puedo quitarme de la cabeza a Miriam.

—Buscó la que ella creyó la mejor salida.

—Y destruyó su vida y la de su marido.

—Por desgracia, la decisión fue enteramente suya. Es una historia muy triste. Pasaré a recogerte a las doce y media.

Polly se alegró de la noticia.

—Dios mío, me daban escalofríos de sólo pensar en lo que podía ocurrir… y ahora vas a almorzar con él. —Dijo, sacudiendo la cabeza—. Cuídate de él. Yo no me fiaría ni hasta donde llegara una pluma de ganso lanzada al aire.

—Podría llegar muy lejos, Polly.

—Yo más bien creo que caería en seguida al suelo. Ten cuidado.

—Lo tendré, Polly.

*****

Almorzamos en su club, donde le trataron con la máxima deferencia. Fabian estaba de muy buen humor. Puesto que no conocía a Miriam, su tragedia no significaba casi nada para él, como no fuera el término de una situación potencialmente peligrosa.

—¿No te parece extraño? —dijo—. Nos conocemos desde que tenías dos años, pero sólo ahora hemos trabado amistad. Gracias a este desdichado asunto. Siento mucho que pronto tenga que marcharme de Inglaterra.

—¿Te vas a la India?

—Sí, a finales de año o principios del próximo. Es un viaje muy duro.

—¿Lo hiciste alguna otra vez?

—No, pero me han hablado mucho de él. En la Casa siempre hay personas relacionadas con la Compañía de las Indias Orientales, y se comenta constantemente.

—Harás parte del viaje en barco, claro.

—Puede hacerse una larga travesía rodeando el cabo, o bien desembarcar en Alejandría, cruzar el desierto hasta Suez y embarcar allí en un buque de la Compañía.

—Supongo que harás esto último.

—Seguiremos esa ruta, sí. Se ahorra tiempo, aunque la travesía del desierto puede resultar peligrosa.

—Me imagino que será muy interesante.

—Opino lo mismo. Pero, en cierto modo, lamentaré dejar Inglaterra.

Fabian me miró con intención, y yo sentí que me ruborizaba levemente. No podía olvidar la vez en que me había hecho una velada sugerencia.

—No sé cuándo se irá tu amigo Dougal, el novio —añadió—. Tenía que haberlo hecho, pero quizá sus nuevos compromisos le retengan en Inglaterra.

—¿Dónde está su mansión ancestral?

—No muy lejos de Framling. A unos cincuenta o sesenta kilómetros —contestó Fabian—. Supongo que te invitarán y lo pasarás muy bien. Con sus insinuaciones me quería dar a entender que conocía mis sentimientos por Dougal y los interpretaba como aspiraciones y esperanzas. Me indigné, cosa que con él solía ocurrirme muy a menudo.

—Los recién casados querrán vivir solos algún tiempo, pero eso pasará. Entonces estoy seguro de que tendrán mucho gusto en invitarte.

—Lavinia tendrá otros intereses y no creo que pueda dedicarme mucho tiempo.

—Pero a ti y a Dougal os interesaba mucho la Antigüedad. No creo que pierda el entusiasmo por esas cosas cuando supere las primeras delicias del matrimonio.

—Eso se verá.

—Como tantas otras cosas. Eres muy filosófica.

—No lo sabía.

—A veces ignoramos muchas cosas de nosotros mismos.

Después, Fabian me habló de la India y de la Compañía.

Probablemente tendría que quedarse varios años allí.

—Cuando vuelva —dijo—, habrás olvidado quién soy.

—No es probable. Framling y sus habitantes dominan la aldea desde siempre.

—A lo mejor, te habrás casado y vivirás en otro sitio…

—No lo creo.

—Lo que hoy no se cree puede ser inevitable mañana. —Fabian levantó la copa y añadió—: Por el futuro…, el tuyo y el mío.

Su comportamiento me turbaba profundamente. Daba a entender que conocía mis sentimientos por Dougal y sabía que estaba triste porque Lavinia y lady Harriet me lo habían arrebatado. No podía explicarle que, aunque apreciaba a Dougal y ambos fuimos buenos amigos y me ofendió un poco el que me olvidara, subyugado por la belleza de Lavinia, mi corazón no estaba destrozado por la pena.

—¿Sabes que siempre he sentido un interés especial por ti? —dijo Fabian, inclinándose sobre la mesa.

—¿De veras?

—Desde que te secuestré y te llevé a Framling. ¿Te han contado cómo te cuidé durante aquellas dos semanas?

—Algo he oído.

—¿Y no te parece que eso significa algo?

—El significado es que eras un niño consentido. Tuviste un capricho y, como no había nadie más a mano, me retuviste en tu casa…, lejos de la mía.

—Eso demuestra que era muy testarudo —dijo Fabian, riéndose.

—Más bien demuestra que estabas rodeado de personas que complacían todos tus deseos.

—Lo recuerdo. Eras prácticamente una niña de pecho. Me gustó interpretar el papel de padre… y eso es lo que me provocó un interés especial por ti. Es natural.

—Yo creo que tienes un interés natural…, aunque momentáneo…, por casi todas las chicas.

—Por mucho que lo niegues, nuestra pequeña aventura creó un vínculo muy especial entre ambos —dijo Fabian.

—No lo creo —repliqué, sacudiendo la cabeza.

—Me decepcionas. ¿No lo notas?

—No —contesté.

—Drusilla, seamos amigos…, buenos amigos.

—Las amistades no surgen por decreto.

—Pero podemos darnos una oportunidad. Vivimos cerca. Podríamos vernos muy a menudo. Este… incidente… nos ha unido un poco más, ¿no te parece?

—Espero que te haya enseñado algo que desconocías de mí cuando llegaste a ciertas conclusiones.

—Me ha enseñado muchas cosas sobre ti y estoy deseando aprender muchas más.

Creí adivinar lo que se proponía, no con tanta crudeza como la vez en que llegó a conclusiones precipitadas sobre mí… pero exactamente lo mismo que entonces.

Vi con los ojos de la imaginación la expresión de advertencia de Polly. Ella no se fiaba de Fabian. Y yo tampoco.

Empecé a hablar de la India y él contó otras cosas sobre aquel país hasta que, al final, dije que tenía que marcharme.

Me sorprendí un poco. Hubiera deseado que aquel almuerzo no terminara jamás.

Y, sin embargo, sabía que Polly tenía razón. Tendría que guardarme de aquel hombre.

Cuando regresé a casa, Polly me observó con inquietud. Debió de percibir el alborozo que siempre me provocaba la compañía de Fabian.

*****

No podía quedarme indefinidamente con Polly y, a su debido tiempo, regresé a casa. Se acercaba el día de la boda.

Lavinia vivía en medio de un torbellino de preparativos.

Fui a verla y me recibió con gran afecto, hablándome emocionada de la boda y la luna de miel hasta que consiguió quedarse a solas conmigo.

—Oh, Drusilla —exclamó—, si supieras lo que he pasado.

—Otros también lo han pasado mal.

—Claro. Pero es que yo estoy a punto de casarme.

—La pobre Miriam sufrió mucho.

—¡Mira que hacer eso! No podía creerlo.

—Pobre chica. Llegó un momento en que ya no pudo soportarlo más.

—Estuve muy preocupada. Imagínate si la policía hubiera publicado mi nombre en el periódico. Yo ya era conocida… aunque por otra cosa. Ya sabes que me llamaron la debutante más bella del año.

—Lo sé.

—Dougal se puso muy orgulloso. Porque me adora, claro.

—Claro.

—Será muy divertido. Nos iremos a la India.

—O sea que tú y tu hermano estaréis juntos allí.

—Me estuvo dando la lata —dijo Lavinia, haciendo mueca—. Me soltó un sermón sobre Fleur que no veas.

Le dije que ya me había encargado de que la niña estuviera bien atendida. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—Traerla a casa y cuidar de ella.

—No digas tonterías. Eso es imposible.

—Hubieras podido confesarlo todo, pasar la página y convertirte en una madre abnegada. Fleur es un encanto.

—Ah, ¿sí? Puede que algún día vaya a verla.

—Polly no lo querría. Por miedo a que la niña se trastornara.

—¿Por ver a su madre?

—Naturalmente. Porque la madre la dejó al cuidado de otras personas para quitársela de encima.

—Calla, por favor. Hablas como Fabian. Estoy harta de todo eso. Ya todo terminó. Gracias a Miriam.

—Desde luego, fue tu benefactora.

—Curiosa manera de ver las cosas.

—Tú las ves así. ¿No te imaginas las angustias que debió sufrir?

—Tenía que habérselo dicho a su marido.

—¿Se lo has dicho tú a Dougal?

—Esto es distinto.

—Todo lo que ocurre a un Framling es distinto de lo que les ocurre a los demás.

—Ya basta. Quiero hablar contigo sobre la boda. Pasaremos la luna de miel en Italia. Dougal quiere mostrarme los tesoros artísticos —dijo Lavinia, haciendo una mueca de desagrado.

¡Pobre Dougal!, pensé. Después me enfadé interiormente con él. ¡Qué estúpido era al casarse con alguien tan incompatible como Lavinia!

Lavinia era tremendamente egoísta y apenas le dedicó un pensamiento a Miriam como no fuera para agradecerle la eliminación de las amenazas sobre su persona.

Yo solía soñar despierta que Dougal se percataba de su error, regresaba a la rectoría para reanudar nuestra agradable amistad e intensificaba sus relaciones conmigo.

Era curioso que hubiera tres hombres importantes en mi vida. Colín Brady hubiera estado dispuesto a casarse conmigo para conseguir el puesto que mi padre tendría que dejar a causa de sus dolencias; Fabian me había dado a entender claramente que le apetecía iniciar conmigo una relación… irregular, naturalmente. El matrimonio no entraba en sus planes. Estaba segura de que lady Harriet, que tan hábilmente supo adquirir un título para su hija, tendría ambiciones todavía mayores con respecto a su hijo, que sin duda se resistiría porque no era tan maleable como Lavinia. A aquellas alturas lady Harriet ya se habría dado cuenta de que su adorado hijo era tan obstinado como ella. Eso era algo que yo no podía olvidar. En caso de que Fabian me tuviera verdadero cariño, bastaría con que decidiera casarse conmigo. Por muy furiosa que se pusiera y por amarga que fuera su decepción, lady Harriet no tendría más remedio que doblegarse a sus deseos. Pero eso sería imposible. Fabian tal vez sentía por mí una atracción suficiente como para permitirle disfrutar conmigo de una breve aventura amorosa, pero un matrimonio entre el heredero de los Framling y la humilde muchacha de la rectoría estaba totalmente excluido. Y, finalmente, estaba Dougal, con sus modales y su moralidad de caballero intachable. Yo hubiera estado orgullosa de cuidar de él y compartir sus intereses. Pero vio una belleza y sucumbió a sus encantos. De haber sido yo sensata, hubiera convenido con Polly en que había tenido mucha suerte. Peor hubiera sido que la cosa sucediera más tarde, cuando ya estuviera profundamente enamorada de él.

Polly me dijo antes de mi partida:

—Los hombres son muy raros. Los hay buenos y los hay malos, los hay fieles y los hay que no pueden evitar correr tras las mujeres aunque sepan que están sentadas sobre un barril de pólvora. El caso es saber elegir bien.

—Siempre que haya donde elegir —le recordé.

—Siempre se puede elegir hacer una cosa o no hacerla. De eso se trata. Hay algunos que yo no tocaría ni con un remo de barca.

Fabian era uno de ellos; pero Dougal, no. Sin embargo, estaba a punto de unirse en matrimonio con Lavinia aunque ella estuviera sentada, tal como decía Polly, sobre un barril de pólvora. No me cabía duda de que aquel matrimonio terminaría en fracaso.

Llegó el día de la boda y hubo fiesta en la aldea. Mi padre celebró la ceremonia. La iglesia estaba adornada con toda clase de flores enviadas desde los cercanos viveros donde se habían elegido los mejores capullos. Y vinieron dos señoras para hacer los arreglos florales, dando un enorme disgusto a las señoras Gyn y Burrows que siempre se encargaban de adornar la iglesia.

Fue un espectáculo impresionante. Lavinia era una novia arrebatadoramente bella y Dougal un novio muy apuesto. Hubo muchos invitados.

Yo me senté en los bancos del fondo y vi a lady Harriet resplandeciente con sus mejores galas y a su lado Fabian, extremadamente distinguido.

Me sentí un humilde reyezuelo entre pavos reales.

Así se casó Lavinia con Dougal.

Janine había muerto. El futuro de Fleur estaba asegurado. Pensé que el episodio ya había concluido.