Sombra 46

LOS COMPAÑEROS DE CORRERÍAS SEXUALES

Existen individuos a los que el concepto de pareja estable les produce alergia, ya se trate de compromiso o, aún peor, de matrimonio. Mr. Grey, huelga decirlo, no forma parte de ese grupo de personajes enfermizos.

Tras poquísimos días, él se declara oficialmente a su chica y no tiene ni un ataque de asma, ni una pápula de urticaria, ni una placa de eccema, ni comienza a rascarse convulsivamente bajo las axilas presa de la angustia.

El sistema inmunitario de Gregorio, en cambio, es un pelín hipersensible. Es decir, mientras los genitales se apareen sin que ello implique a sus propietarios, no tiene ni problemas ni eccemas, e incluso alienta la naciente amistad con todos los medios a su alcance. Es a él, por ejemplo, a quien se debe la invención del llamado «follamigo».

El follamigo, en la práctica, es un novio que no quiere comprometerse. Gregorio reivindica el concepto de una manera distinta, lógicamente, pero en realidad es tan sólo una estratagema con la que trata de inventar fórmulas socialmente aceptables para defenderse de su alergia al polen de la pareja.

Tomemos a un Gregorio y a una Lola unos segundos después de su primer beso. Gregorio tiene todas las neuronas ocupadas en localizar lo antes posible un lugar apartado donde hacer que el amigo que está mordiendo el freno dentro de sus pantalones se divierta también. Ningún otro pensamiento cruza su materia gris. Es la supervivencia de la especie lo que lo mueve.

Lola tiene todas las neuronas ocupadas en comprender si este Gregorio al que acaba de besar será un buen padre para sus hijos o si, por lo menos, sabrá arreglar persianas cuando se rompa una en casa. Es la supervivencia de la especie (y la de las persianas) lo que la mueve también a ella.

Bueno, imaginemos que los dos han encontrado un lugar apartado y que le han sacado el mayor provecho. La materia gris de Gregorio se ve recorrida por descargas eléctricas a causa de las neuronas que parlotean convulsivamente:

«Oye —pregunta una de las neuronas—, y no será que ahora esta Lola espera que seamos novios, ¿verdad?».

«Nooo —responde otra—, ya puede quitárselo de la cabeza, sabe perfectamente que somos follamigos».

«¿Follamicos? Perdona, pero ¿desde cuándo nos follamos a los micos?».

«Cállate, venga. Y, en lugar de decir gilipolleces, piensa en cómo establecer con Lola una relación sin ataduras, que después te llenas de pápulas y comienzas a rascarte que ni que tuvieras pulgas».

Entretanto, las neuronas de Lola están desplegando una sutil estrategia antipulgas para colocar un collar bien apretado en torno al cuello de su follamico. ¿Lo conseguirá? ¿No lo conseguirá?

Quién sabe. Si tuviéramos a mano una trilogía, quizá lo descubriríamos.