LA MENSTRUACIÓN
Nada puede detener al vigoroso apetito sexual de Mr. Grey. Ni siquiera la menstruación. Tanto es así que lo vemos —o, mejor dicho, lo leemos— mientras tira, desenvuelto, del famoso cordoncito como si fuera la campanilla de una puerta y, sin esperar a que le den permiso, entra en la mansión, ahora casi accesible.
Gregorio, hombre de ciencia, sabe perfectamente que durante la menstruación una mujer no debe tocar las plantas porque si lo hace se secan y mueren entre gritos desgarradores. Por eso, en esos días, su plátano no se lo confía ni en sueños. Es más: la ciencia aplicada a la mayonesa confirma que ésta se vuelve loca al contacto menstruado de toda Lola, y que una mujer con el período es incluso capaz de hacer que se agríe la nata. Bueno, no es que Gregorio eyacule mayonesa ni nata, pero si el ciclo es capaz de deteriorar este tipo de líquidos, es mejor curarse en salud.
Además —lo dice incluso Plinio el Viejo, un Gregorio naturalista de tiempos pasados—, la proximidad de una mujer con la menstruación puede volver opacos los espejos, matar a las abejas y hacer que se oxide el hierro. Los espejos y las abejas a Gregorio lo traen sin cuidado, pero cuando oye lo del hierro se pone rígido. O, mejor dicho, se le pone rígida la chatarra que afirma albergar dentro de los calzoncillos. ¿Hierro? ¿Habéis dicho hierro? «C’est moi!», anuncia orgulloso el miembro honorario de su ropa interior.
Y Gregorio, al pensar que su viejo y querido amigo podría oxidarse, se pone triste y se aleja en seguida, y por si acaso coge el paraguas, porque nunca se sabe.
En pocas palabras, nada de nada: cuando Lola tiene la menstruación, Gregorio y su plátano se mantienen a distancia, blandiendo azada y rastrillo a modo de cruz para defender el dulce fruto amenazado. «Vade retro», declara Gregorio. Y Lola, que en la hora de latín estaba siempre fumando en el váter, piensa que ese cerdo de Gregorio quiere entrarle en el retro porque no puede proceder por otro sitio. Este malentendido, del que Gregorio incluso podría aprovecharse, abre varios escenarios; algunos que pueden acabar muy bien —«Vade, venga»—, otros no tanto.