LA HABITACIÓN ROJA
La habitación roja, en casa de Mr. Grey, es un suntuoso salón maravillosamente amueblado donde, imaginamos, preciosos candelabros de plata sostienen falos de cera, donde las cortinas de seda están recogidas con látigos de cuero, donde cada gato tiene nueve lujosísimas colas. En la habitación roja, el pérfido y adorable Grey vuelve loca a su amada al son de devotos cachetes y otras amenidades inspiradas en el marqués de Sade.
Pero ¿tiene Gregorio una habitación roja?
Claro que sí. En esa habitación, tortura a su amor de mil diabólicas maneras hasta hacerla gritar y perder la chaveta. Ya quisiera Mr. Grey conseguir algo así…
La estancia en cuestión está llena de objetos para martirizar a quien la comparte con él. Veamos algunos, y os rogamos que nos disculpéis si la cruda descripción os causa un comprensible malestar o una excitación sexual excesiva.
La pastilla de jabón puercoespín
Instrumento de tortura que está cayendo en desuso tras la llegada del jabón líquido. Sin embargo, es un clásico del sadismo, así que no podemos dejar de mencionarlo. La creación, absolutamente artesana, es obra de Gregorio en persona, quien, cuando se afeita, hinca uno a uno sus pelos en la pastilla de jabón hasta que ésta acaba convertida en una especie de erizo o acerico. Cuando Lola la ve, chilla y se flagela los muslos.
El cepillo de dientes zombi
Aterrador artefacto gregoriesco que, como los muertos vivientes, lleva incrustaciones orgánicas e inorgánicas de diverso origen. Capas y capas de dentífrico constituyen terreno abonado para un escuadrón de bacterias y alguna que otra hoja de rúcula escapada de un incisivo. Cuando Lola ve el cepillo de dientes zombi, cae al suelo entre espasmos presa de rabia y de dolor.
La tapa abierta
El clásico de los clásicos, un eterno favorito, como un abrigo Loden. Gregorio, que sabe cómo excitar a su chica, se acuerda siempre de dejar levantada la tapa del váter, y se cuida mucho de no cerrarla jamás. Como en una tumba profanada, la lápida se yergue blanca y espectral, dejando entrever a veces la momia de algún gilipollas.
El gas de la risa
Los manuales de erotismo aconsejan pulverizar aceite de ylang-ylang, un potente afrodisíaco, en el lugar que visitará la amada. Se dice que también el marisco tiene este mismo efecto, aunque el spray de ostra para pulverizar en el ambiente no se encuentra en el mercado por razones que no alcanzamos a comprender. Pero Gregorio, hombre de mil y refinados recursos eróticos, a falta de ylang-ylang o de marisco, libera un gas de producción propia cuyos efectos son igualmente embriagadores. Al entrar en la habitación, a Lola le da un ataque de histeria —«histeria» deriva de hysteron, «útero», así que no nos desviamos del tema— y, mientras se dirige contoneándose hacia la ventana, se desploma en el suelo riendo como una hiena.