Sombra 32

LA PROTECCIÓN

Un poco como en aquella canción de Battiato que hizo que miles de mujeres se enamoraran de él (La cura), Mr. Grey es un experto a la hora de cuidar de su amada. Y nosotras, si nos lo creemos, somos expertas en ciencia ficción.

La primera vez que la protege, con su amor en parte viril y en parte paternal, es cuando ella, borracha como una cuba, está vomitando hasta la primera papilla en una fiesta. Él, el Grey literario, acude en su ayuda materializándose mágicamente en el lugar preciso y en el momento adecuado.

Y allí, en vez de darse a la fuga ante el horripilante espectáculo de una mujer envuelta en vómitos verdes que escupe marcianitos muertos, le sostiene devotamente la frente, la atiende con dulzura e incluso la lleva a casa, la desnuda (pero no del todo), y la mete en la cama sin que ni siquiera se le pase por la cabeza aprovecharse de su virtud.

Y aún hay más: en otras mil ocasiones, esparcidas como ramos de nomeolvides por toda la trilogía, Mr. Grey aparece sin falta allí donde se necesita a un hombre fuerte, resuelto, decidido y enamorado. Él sí que sabe cómo tranquilizar a su amada diciéndole siempre la cosa más oportuna, más dulce y más sexy.

¿Y Gregorio?

Durante los primeros tiempos del cortejo, Gregorio se luce a menudo en hazañas galantes: por ejemplo, emulando al ilustre modelo literario, se quita la chaqueta y nos la echa sobre los hombros cuando hace mucho frío, para, al cabo de un par de años de convivencia, lanzarnos directo a las cervicales el chorro del aire acondicionado a una temperatura que dejaría fuera de combate a una foca en el Polo Norte.

Digamos que la protección a lo Grey no es precisamente la especialidad de Gregorio.

Si me permitís una anécdota personal, recuerdo (con amor e inmensas carcajadas) una vez, hace tiempo, que me encontraba en el suelo, víctima de un pequeño desmayo por hipotensión. Estaba pálida y tenía sudores fríos. Mi Gregorio entró en la habitación, me cogió la mano y, como sólo un auténtico Mr. Grey sabe hacer, me tranquilizó diciéndome: «Uy, tienes las manos tan frías como mi abuela cuando se murió».

Para muestra, un botón.