EL CONTACTO FÍSICO
Una de las características más inquietantes y preocupantes de Mr. Grey es que no quiere que le toquen jamás en el pecho, en la espalda y en otras partes del cuerpo (bueno, no, ahí sí puedes tocarlo; si no, adiós bestseller). ¿Quizá en la infancia le sucedió algo horrible y por eso tiene semejante trauma?
¿Y Gregorio? ¿Cómo reacciona al contacto físico?
Aquí tenéis una pequeña dramatización doméstica que nos revela, sin hipocresías, que el macho medio también padece el trauma de Grey.
Interiores, de noche. Una luz tenue vela y desvela los cuerpos desnudos de Gregorio y de su Lola.
Ella, que es extremadamente creativa, comienza a trazar con los dedos dulces arabescos sobre el pecho velloso de Gregorio mientras le susurra encantadora:
—Habíase una vez una hormiguita que se aventuraba, con su hermoso culito hacia arriba, en un bosque muy oscuuuro. Camina que caminarás —y aquí Lola desplaza maliciosamente la mano hacia abajo, allí donde el bosquecillo de Gregorio se hace más denso—, la hormiguita, ¡pataplaf!, tropezó con una gruesa raíz.
«Sigue ahí y se volverá aún más gruesa», piensa Gregorio.
—Pero la dulce hormiguita quería ver mundo, así que con sus antenitas —aquí Lola levanta los dedos índice y corazón para imitar las antenas de su emisaria— buscó nuevos territorios que explorar.
«Nooo, joder, quédate ahí, ¿adónde vas? ¿Te has vuelto loca?», dice Gregorio para sus adentros.
—De este modo, Hormy recorrió el bosquecillo y, para ir más de prisa, se calzó un bonito par de patines de ruedas. ¡Brrrum!, se deslizaba la hormiguita por el terreno cubierto de agujas de pino.
«Grrrr, sólo faltaban los patines de ruedas. Coño, Lola, ve al grano y déjate ya de gilipolleces», querría decir Gregorio.
—Camina que caminarás o, mejor dicho, patina que patinarás, el animalito llega a un pequeño cráter, formado tal vez por la caída, ¡buuum!, de un meteorito. «¡Uhhh! Qué sitio tan ideal para esconderse», piensa la hormiga —dice Lola metiendo el meñique en el ombligo de Gregorio, que está empezando a odiarla un poquitín—. Pero un oso hormiguero, grande y cruel, se aproximó al agujerito donde se había escondido la pobre hormiga. «Jo, jo, jo, aquí hay manduca de la buena», dijo el depredador de larga lengua.
Y Lola le introduce la lengua en el ombligo y, ¡slurp!, absorbe a la hormiga imaginaria.
«Chupa la hormiga gorda, Lola, como una buena chica. Y venga ya, que jo, jo, jo lo hace Papá Noel, no el oso hormiguero. Eres imprecisa, además de pesadita», sigue pensando Gregorio.
—Pero la pequeña y valiente hormiguita logró escapar de las fauces del malvado —aquí Gregorio no puede evitar bostezar— y, para recuperarse del susto, se encaminó hacia un maravilloso laguito azul.
«Nooo, la hormiguita en los ojos nooo», piensa Gregorio.
—Lola, detente ahora mismo —la interrumpe—, tengo que confesarte una cosa: de pequeño, una hormiga me apagó cigarrillos en el cuerpo, por todas partes menos en la pilila. Así que tengo un trauma tremendo y sólo puedes tocarme ahí. El resto está todo vedado. Luego, si quieres, escribes una trilogía al respecto, pero ahora, por favor, no divagues.