Sombra 26

EL USO DEL PRESERVATIVO

El Mr. Grey literario, políticamente correcto hasta los huesos, usa el preservativo en cada ocasión que se presenta.

Como es natural, se pone el preservativo como si fuera una prenda de Armani, y las maniobras con que su amada se lo pone son también muy desenvueltas. Toda la ceremonia de vestir a la real pilila no requiere más de un par de segundos.

Es más: como Grey es un tipito, digamos, previsor, dispone de una caja de preservativos en cada bolsillo. Ni que fuera un canguro…

Gregorio, a quien ponerse todo ese látex le toca los cataplines, es, a todas luces, menos hábil. Además, esconde los preservativos bajo un listón del parquet, costumbre que adquirió en la adolescencia, vivida con una madre muy entrometida. Por ello, cuando en el momento cumbre es necesario echar mano de uno, tarda más en volver en acción que si hubiera bajado a llamar a un locutorio.

Después, una vez controlada la situación, Gregorio trata de abrir el preservativo. El ejemplo ilustre de Mr. Grey le anima a utilizar los dientes para rasgar con viril entusiasmo la bolsita, pero entre el decir y el hacer hay un mar de saliva que, con los nervios, se derrama sobre el envoltorio y lo deja resbaladizo y viscoso como un pez globo.

Pero Gregorio no es de los que se rinden frente a la primera dificultad, así que, en primer lugar, seca la bolsita con el secador de pelo y después la destripa: por fin, el preservativo está listo para usarlo. Lo que está un poco menos listo, a estas alturas, es el pene gregoriesco, que ha aprovechado la espera para echarse un sueñecito.

Despertado por las sabias manos de Lola, nuestro vengador calvo está listo para colocarse en la chaveta desnuda un gorro de pitufo. El problema es que, por cuestiones de espacio, esos gorritos frigios los venden enrollados en forma de rosquilla, y nunca se sabe por qué lado hay que desplegarlos.

Sin embargo, tras un par de intentos cada cosa está en su sitio, y la rosquilla, ejem, tiene su agujero.

Hay que señalar que, a estas alturas, el pene ya está tan sobeteado que ha adquirido una leve tonalidad azulada, lo que le hace parecerse, por el color, a Papá Pitufo. Pero lo consideraremos una garantía de experiencia y liderazgo que lo vuelve todo más excitante.