EL KAMASUTRA
Reconozcámoslo: mover a una mujer de unos cincuenta o sesenta kilos no es precisamente como mover un palillo del Mikado. Sin embargo, Mr. Grey logra poner a su amada en al menos cincuenta posturas distintas sin que ella se enrede indisolublemente consigo misma. Encima, debajo, a la derecha, a la izquierda, en diagonal, del lado de la ventana, del lado del pasillo, zona fumadores, con vistas al mar, con vistas a las montañas, en la madriguera del conejo, nuestro amante de confianza hace y deshace sin que la gravedad ni las leyes físicas parezcan afectarle.
Nuestro Gregorio, en cambio, no consigue precisamente poner a su Lola en todas las posturas del mundo moviéndola con un dedo como si fuera la flechita del ratón.
Por ejemplo: él está debajo y ella está arriba. Entonces, a Gregorio le entran ganas de ejercer de macho alfa y quiere ponerse encima. Pero ¡ay!, Gregorio y Lola no forman un bloque único y compacto al que pueda dársele la vuelta sin disolver el abrazo. No son precisamente trapecistas que giran en el aire.
Así que Gregorio, firmemente decidido a ponerse arriba, empieza a inclinarse hacia la derecha como una nave que hace aguas, esperando que la Lola comprenda sus intenciones y lo siga en su golpe de timón a estribor. Pero ella, para no perder el equilibrio, compensa desplazando el peso hacia la izquierda. Gregorio se pone nervioso y da un fuerte empujón en la dirección opuesta. Sin tener en cuenta que el perno (por llamarlo de algún modo) sobre el que descansa Lola no está preparado para estos cambios de inclinación y corre el riesgo de desensamblarse limpiamente como la quilla de la nave. Sólo nos falta encontrar un iceberg y ya la tendremos armada.
No obstante, al final, Lola lo entiende y, llena de sentido común, pregunta: «¿Quieres ponerte encima tú?».
«Pues sí», confirma Gregorio, que, sin embargo, quería hacerse entender sin subtítulos.
La vida gris está llena de compromisos.
Otro ejemplo: esta vez Lola está debajo, en posición supina. Gregorio está encima, obviamente en posición prona, de lo contrario sería Houdini y no un Gregorio cualquiera. Bien. A Gregorio se le ocurre ahora que quisiera acceder a los encantos de su amor emulando el coito de los ovinos. Estupendo. Entonces trata de poner a Lola boca abajo, pero la verdad es que se le presenta un problema logístico más bien serio: si el perno está insertado, a la Lola le es imposible volverse. Sería una pena, no lo quiera Dios, que el perno se tronchase.
La situación está ligeramente estancada. ¿Qué haría Mr. Grey?
Gregorio corre a consultar el libro. Luego, mientras corre, se da cuenta de que se ha dejado a Lola en la cama y de que, obviamente, se ha llevado el perno consigo. Por lo tanto, como el perno no representa ya un obstáculo para la nueva posición, Gregorio vuelve con Lola y le dedica un sensual e incitante balido. Ella comprende al vuelo su lenguaje de granja y comienza, festiva, a acariciar el colchón, con gran alegría de Gregorio, que en seguida se aprovecha de ello. Mientras tanto, da mentalmente las gracias a su maestra de primaria, que un lejano día le había dicho: «En los libros están las respuestas a todas las preguntas».
¡Vaya!, ¿sin leerlos siquiera?