Sombra 2

LOS MEDIOS DE TRANSPORTE

Sin abandonar el tema de la locomoción, pasamos ahora a identificar los matices que distinguen los medios que utiliza el espécimen Grey y los que usa el espécimen Gregorio.

La literatura nos informa de que Mr. Grey se desplaza en planeador, en yate, en helicóptero. Todos de su estricta propiedad. Y si un día prefiere algo más normal, puede disponer también de un automóvil lujosísimo, con los cristales tintados y, ça va sans dire, un chófer.

Ahora bien, lo bueno de los libros es que se puede inventar cualquier cosa. Incluso una lanzadera, de ser necesaria, costaría tan sólo dos líneas, sin tener que meterle mano a la cuenta corriente.

Pero, en el mundo real, ¿cómo se mueve Gregorio?

El Gregorio clásico tiende a desplazarse en moto. Posiblemente en una de esas con el asiento del pasajero de unos siete por siete centímetros, donde la amada se ve obligada a amarrarse como una mochila al Gregorio de turno, con la constante preocupación de que, a la primera arrancada (con un leve —e irresistible— caballito), acabará en el suelo, abandonada como un bidet viejo en el vertedero. Esto nunca sucede, pero es muy, pero que muy desagradable, pensarlo y le quita muchos puntos al placer del viaje.

Y aún hay más: el espécimen de Gregorio, una vez equipado con una moto, suele utilizarla en toda ocasión, y le coge manía al coche y reniega para siempre de él.

¿Que hay que ir, por ejemplo, a la boda de una amiga? Se va en moto, cómo no. ¿Y quién le hace entender a Gregorio que una hora dentro del casco de la moto no da los mismos resultados que una hora bajo el casco de la peluquería? ¿Quién le dice que, en la ceremonia, todas nuestras amigas llevarán el pelo perfectamente planchado, mientras que nosotras nos bajaremos de la (jodida) moto como si nos hubieran puesto un pulpo en la cabeza? ¿Quién se encarga de informarle de que el ardiente silenciador nos está abrasando las pantorrillas? ¿Quién le revela que un pendiente colgante nos está marcando la cara con mil lenguas de fuego mientras la correa del casco nos lo hinca en la carne? ¿Quién le muestra nuestros ojos de Pierrot después de que todo el rímel se nos ha corrido hasta cubrirnos los dientes, que no paran de rechinar?

Pero las simpáticas excursiones en moto suponen para Gregorio otra irresistible ventaja más: toda conversación está vedada. Salvo un tímido pellizco en el muslo gregoriesco cuando ya no aguantamos más y tenemos que parar a hacer pipí, comunicarnos con nuestro amado es imposible. Y esto lo vuelve aún más entusiasta del medio elegido.

Así, mientras el sujeto literario Grey nos entretiene amablemente pidiéndonos que le contemos lo monas que éramos de pequeñas, o haciéndonos saborear con antelación —ahora que ya no somos pequeñas— los abismos del placer erótico, el Gregorio local se funde con el manillar y, mientras fantasea con horquillas, bujías y carburadores que cambiar, nos conduce sin hacernos caso hacia el punto de destino.