Sombra 17

EL SEXO ACUÁTICO

A nuestro Grey literario, personita morbosa pero muy limpia, le gusta llevar a su amada a la ducha para gozar con resbaladiza destreza de sus encantos. Y lo hace, obviamente, de manera sublime.

Inexplicablemente, su ducha es la más cómoda y estable de las alcobas: los baldosines en los que apoya la espalda de su amor nunca están gélidos, la alcachofa no está nunca atascada por la cal y…, bueno, sexualmente hablando, el Grey enjabonado no patina nunca.

¿Y Gregorio?

Bueno, pues a Gregorio no se le da tan bien. Limpio sí es, pero sus logros acuáticos sólo lo harían quedar como un rey en las termas de Paturnia.

En primer lugar, en la ducha de Gregorio casi nunca caben dos personas, y si, por esas casualidades, Lola tiene un poco de claustrofobia, allá dentro lo va a pasar bastante mal. La ventaja, sin embargo, es que no hay peligro de que nadie se rompa la espalda. Es decir: cuando Gregorio, que se ha enjabonado incluso los pies (ya hemos dicho que es un chico limpio), resbala y tropieza como un pingüino, se da con la cabeza en las paredes de la ducha, eso sí, pero por lo menos no se queda tendido cuan como es, ya que casi no hay espacio para tumbarse. Y hasta aquí, casi, casi, Gregorio 1, Grey 0.

Los problemas comienzan cuando Gregorito decide enjabonar a su Lola. Primero, resbalón gregoriesco: le enjabona también la cara, sin pensar, el muy ingenuo, que eso va a hacer que a ella se le corra el rímel hasta los dedos de los pies, dos regueros negros que no son un bonito espectáculo.

No contento con esto, Gregorio, que ha leído los libros de Mr. Grey, dirige la alcachofa —de la que sale una agua helada— hacia los muslos de Lola, en parte para eliminar los regueros negros, en parte para provocarle un estremecimiento prohibido. Resultado: si antes Lola tenía la carne de gallina, ahora la tiene de ornitorrinco, y además ahora dispone de argumentos de peso para ganar la causa del divorcio.

«Muy bien», se dice Gregorio, y cambia de táctica. Pone el regulador en hot (que en una situación así es lo que corresponde) y apunta el chorro de agua hirviendo hacia Lola.

«¿Quécoñohacesimbécil?», grita su amada, cuya voz retumba tórrida en el hueco de la ducha.

Gregorio, con las orejas (y no sólo las orejas) gachas como las de un cocker, intenta entonces salvar lo salvable. Se dice a sí mismo, astuto: «¿Qué haría en este momento Mr. Grey? Bueno, se apoyaría virilmente en la pared, abrazaría a Lola desde atrás, le cubriría los pechos con las manos en forma de copa (de champán), le susurraría palabras ardientes mientras el agua lame los cuerpos como mil lenguas de pterodáctilos». Bueno, esto del pterodáctilo lo añade Gregorio porque acaba de ver un documental y porque, además, no se le puede copiar todo a Grey, hay que ser mínimamente original.

Al final, concluyen de algún modo la unión acuática. Los dos amantes cruzan indemnes el lago Baikal (31.500 km2 de agua, ahora dulcemente derramados en el suelo del baño) y se miran en el espejo: ella está exhausta; a él, el agua que cae de la cortinilla le gotea sobre la oreja.