Sombra 12

LOS ZAPATOS

Pocos días antes del primer encuentro con su amada, el sorprendente, generoso y sensible Mr. Grey le llena el armario de vestidos, joyas y accesorios impresionantes, entre los cuales cabe señalar una serie de zapatos (Louboutin, ça va sans dire) que harían caerse de espaldas a cualquier mujer.

Qué casualidad. ¿Sabéis cuál es el mueble que más aterroriza a Gregorio, el que le causa un cortocircuito en las neuronas y le hace aullar, atónito como un dinosaurio ante el meteorito en llamas que provocará su extinción?

El zapatero (el nuestro).

Frente al monolito, que se yergue imponente, él se agacha en un impulso de reverencia primitiva, y después, alzando los ojos con las pupilas dilatadas, pregunta en un soplo: «¿Paraquécojonesquierestodosestoszapatos?».

La diferencia entre hombres y mujeres no está en la cantidad de hormonas o de pelos, o en si hacemos pipí sentados o de pie. Es ante un zapatero donde la diferencia entre ambos sexos estalla en toda su evidencia. Y los matices que distinguen a un Grey de un Gregorio son infinitos.

El pobre hombre no puede comprender que, por ejemplo, si una dice «botas», dice al mismo tiempo «de tacón alto, de tacón bajo, con plataforma, de media caña, por encima de la rodilla, deportivas, elegantes, clásicas, de tendencia», y que también tiene en cuenta al menos una decena de colores y materiales distintos.

Para él, sólo existen dos tipos de botas: las cómodas y las de puta.

¿Y las manoletinas? ¿Quién le explica a Gregorio que hay que tener al menos un par de manoletinas por cada color del arco iris? ¿Y cómo hacerlo partícipe de ese éxtasis artístico que se apodera de nosotras cuando las contemplamos todas juntas, rojo, amarillo, naranja, verde, azul y violeta? Él, el pragmático Gregorucho, al final del arco iris busca la olla llena de oro, mientras que nosotras la olla la hemos convertido en seguida en zapatos.