CAPÍTULO 09

Un encuentro en el parque

La señora Hyson me dio la bienvenida a la casa con una alegría genuina. Estaba claro que echaba de menos a Gertie. Quiso saber si había sido agradable mi viaje a Yorkshire, pero no hizo preguntas indiscretas, cosa que me tranquilizó. Sus pensamientos estaban realmente con los recién casados.

A la mañana siguiente fui a casa de los Emmerson. Para mi alegría, Dorothy estaba en ella. Lawrence, tal y como yo había calculado, se había marchado ya a su consulta, cosa que me pareció perfecta porque se hubiera mostrado menos entusiasta que su hermana con respecto a mis planes. Hubiera dicho que tenía la impresión de que no era bueno revolver aquel desagradable pasado, y que lo más sensato era dejar las cosas como estaban.

—¡Carmel! —gritó Dorothy cuando llegué—. Me alegro muchísimo de verte. ¿Cuándo has regresado?

—Anoche.

Manifestó una obvia satisfacción por el hecho de que hubiera ido a verla a la primera oportunidad.

—Lawrence ya se ha marchado. Hace ya alrededor de una hora que salió.

—Sí, ya imaginaba que no estaría.

—Estará encantado de volver a verte. Tienes que venir a cenar con nosotros un día de éstos, lo antes posible.

—Gracias, Dorothy. Tengo muchas cosas que contarte.

—Qué bien. Estoy deseando oídas.

—En primer lugar, no te dije que iba a visitar a mi madre.

Ella me miró con asombro.

—Dijiste que era… una amistad.

—Bueno, también es una amiga. Verás, todo fue muy poco convencional. Mi padre me había dicho quién era mi madre, y yo la había visto una vez durante mi infancia… aunque entonces no sabía que era mi madre.

—Bueno, algo sé del asunto porque, después de todo, Lawrence era muy amigo de tu padre cuando navegaban juntos.

—Sí, claro. Mi madre se dedicaba al mundo del espectáculo, y ahora está casada con un hombre tremendamente interesante. Quieren invitaros a ti y a Lawrence a Yorkshire. Estoy segura de que os gustará su compañía.

Los ojos de Dorothy chispeaban. No había nada que le gustase más que conocer gente interesante.

—Ya te contaré más cosas sobre ellos dentro de un rato, pero antes que nada quiero hablar contigo de algo… algo que realmente es lo que más me interesa en este momento. Cuando mi madre estaba viviendo con los gitanos, acampó con ellos en los bosques cercanos a Commonwood House. Veía con bastante frecuencia a los habitantes de la casa, desde lejos, y estaba naturalmente interesada por la familia a causa del parentesco que tenía con mi padre. Hablamos de la tragedia… Harriman Blakemore, el esposo de mi madre, es del tipo de personas que tienen un amplio abanico de intereses. Tiene teorías con respecto a diversas cosas, y resulta fascinante escucharlo. Analizamos brevemente el caso Marline. Como tú ya sabes, estoy convencida de que se cometió un error y yo nunca creeré que el doctor Marline pudiera ser un asesino.

»Durante el curso de esa conversación, Harriman señaló que probablemente la señorita Carson sabía más que nadie acerca de lo ocurrido, Continuamos hablando y nos preguntamos qué le habría ocurrido a ella, y llegamos a la conclusión de que tiene que estar viviendo en alguna parte, probablemente con un nombre supuesto. Entonces nos preguntamos si le gustaría tener noticias mías, dado que en el pasado éramos excelentes amigas.

—Sí, continúa —dijo Dorothy.

—Acabamos por decidir que no sería en absoluto perjudicial que yo le escribiera para decirle lo mucho que me gustaría verla. En caso de que ella prefiriera no hacerlo, bueno, no tendría más que hacer caso omiso de la carta.

—¿Cómo piensas hacerle llegar una carta?

—Eso era lo que no conseguía solucionar, pero luego me acordé de ti.

Ella me miró fijamente con los ojos abiertos de entusiasmo.

—Hubo un hombre que luchó por ella —continué yo.

—Jefferson Craig, el criminólogo, sí. Hace mucho que no se oye hablar de él. Parece haberse retirado de la vida pública.

—En una ocasión le escribiste.

—Sí. Admiraba su libro y un día me permití la temeridad de escribirle para decírselo.

—Y él te envió una carta de respuesta. Ella asintió con la cabeza.

—¿Esa carta traía la dirección del remitente? —pregunté.

—Pues no estoy segura. Me sentí tan conmovida al recibir aquella carta, que no se me ocurrió pensar en la dirección del remitente.

—Entonces me imagino que no recordarás cuál era —dije yo con desilusión.

Ella negó con la cabeza y se echó a reír.

—No supondrás que iba a destruir una carta de Jefferson Craig, ¿no es cierto? Está guardada en mi caja de tesoros, por supuesto. Iré a buscarla para salir de dudas, pero no te hagas demasiadas ilusiones porque eso ocurrió hace algunos años. Él era una persona eminente en la época del caso, y éste lo hizo más eminente aún, pero luego pareció desaparecer de la vida pública. Si hay una dirección en el sobre, es probable que ya no viva allí.

—Dorothy, por favor, ve a buscar esa carta.

Mi amiga se marchó y regresó al cabo de pocos minutos, con la misiva en la mano; me la entregó.

Estimada señorita Emmerson:

Gracias por su carta. Me alegro mucho de que le haya gustado mi libro, y ha sido muy amable por su parte el escribirme para decírmelo. Muy atentamente,

JEFFERSON CRAIG

Y en el remitente figuraba una dirección: Campion & James, 105 Transcombe Court, London E. C. 4.

—Éste debe de ser su editor —comentó Dorothy—. No te deprimas. Probablemente ellos estarán en contacto con Craig y le harán llegar la carta a donde quiera que esté. Creo que lo mejor será que le escribas a Jefferson Craig y adjuntes una carta para la señorita Carson. Luego lo metes todo en un sobre con la dirección de Campion & James y les pides que se la hagan llegar a él. Es muy simple.

—¡Oh, Dorothy, me has sido de tanta ayuda!

—¡No te entusiasmes demasiado! Esto podría quedar en nada; aunque, por otra parte, podría funcionar. Y haz el favor de no darme las gracias, porque a mí me emociona tanto como a ti. Siempre quise saber qué se había hecho de Kitty Carson.

*****

Escribí de inmediato a Campion & James. Entre Dorothy y yo decidimos qué tenía que decir en la carta.

Apreciados señores:

Tengo verdadera necesidad de ponerme en contacto con el señor Jefferson Craig, y me pregunto si serían ustedes tan amables de hacerle llegar el sobre adjunto. En caso de que eso no fuese posible, les ruego que me envíen de vuelta dicho sobre. Agradeciéndoles desde ahora su amabilidad con respecto a este asunto, les saludo muy atentamente.

CARMEL SINCLAIR

Dentro del sobre que contenía la carta anterior, estaba el sobre dirigido a Jefferson Craig, en que le explicaba que deseaba establecer contactar con la señorita Carson, y adjunta a ésa, una dirigida a Kitty.

A mi antigua institutriz, le decía lo siguiente:

Querida señorita Carson:

Espero que recuerde usted a Carmel. Nunca la he olvidado, ni a usted ni a toda la dulzura con que nos trataba. Quizá recuerde también al capitán Sinclair. Era mi padre, y me llevó a Australia, país en el que he permanecido hasta ahora. Regresé recientemente a Inglaterra, y sólo entonces me enteré de lo ocurrido después de mi marcha.

La recuerdo con un cariño muy profundo, y me pregunto si sería posible volver a verla. Me alegraría enormemente que existiera dicha posibilidad, pero, si usted no lo desea, lo comprendería perfectamente.

Espero con ansiedad sus noticias. Su ex alumna,

CARMEL SINCLAIR

(Como puede ver, mi apellido ya no es March, pues he adoptado el de mi padre)

Dorothy leyó las cartas varias veces, y cuando creyó que ya no podíamos mejorarlas en absoluto, las enviamos. Entonces comenzó la espera.

Ya había pasado casi una semana y no había llegado respuesta alguna. Tendría que haberlo esperado, me dije. Supongamos que yo estuviera en el lugar de Kitty. Supongamos que yo hubiese sufrido la agonía que debe de haber pasado ella. Supongamos que hubiera conseguido comenzar una nueva vida. ¿Desearía en ese caso revivir el pasado con sus angustias y miserias?

¿Habrían enviado la carta los de Campion & James? Eso parecía probable, ya que, en caso contrario, me la hubieran devuelto. ¿La había enviado Jefferson Craig?

Recibí una carta de Lucian. Iba a venir a pasar uno o dos días en Londres. ¿Podía reunirme para almorzar con él el martes siguiente? ¿Qué tal en Logan’s? Habíamos estado allí anteriormente. Yo lo recordaría.

No lo había visto desde antes de partir hacia Castle Folly. Estaba segura de que le interesaría saber cómo había ido todo, y deseaba conocer su opinión acerca de mi intento de localizar a la señorita Carson. Sabía que Lucian no lo vería con buenos ojos, porque de inmediato se pondría a pensar en lo turbador que podía ser, para una mujer que se hallaba en la posición de Kitty, el que le recordaran el pasado. Yo intenté convencerme de que él estaría equivocado porque la señorita Carson se alegraría de que yo la recordase con tanto cariño.

Al entrar al restaurante, Lucian se levantó de la mesa que ocupaba, para recibirme. Parecía contento, sin aquello en lo que yo había llegado a pensar como su aspecto de perseguido. De hecho, se parecía mucho al muchacho que yo había conocido aquel día en que me invitó a tomar el té y había insistido tácitamente en que yo fuese tratada como todos los demás.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos —me dijo.

—Siempre dices lo mismo, Lucian.

—Eso se debe a que siempre me lo parece.

Me sonrió y, al sentarnos, continuó:

—Así que has vuelto a ir de visita.

—Se trataba de una visita particularmente interesante.

—A continuación le hablé de mi madre, de Harriman Blakemore y Castle Folly.

—¡Qué orígenes más interesantes tienes! —exclamó él.

—Mi madre te gustaría. Es muy divertida y muy diferente de toda la gente; y Harriman también es único.

—Espero que podré conocerlos algún día.

—Oh, tienes que hacerlo. Ellos quieren conocerte a ti. Ha sido maravilloso encontrar a mi madre. —Luego le conté cómo había llegado hasta allí—. Fue durante los días en los que fui a visitar a tu madre que encontré a Rosie Perrin en el bosque, y ella me puso en contacto con Rosaleen… Zíngara, que es su nombre artístico.

—Cuéntame más cosas.

Así lo hice.

—Lo más maravilloso del caso es que ahora tengo mi hogar allí. Me he sentido culpable por permanecer durante tanto tiempo en casa de los Hyson. Y no vayas a creer que ellos me hayan insinuado en lo más mínimo que no quieran tenerme con ellos. En realidad, cada vez que hablo de marcharme se ponen a protestar; pero la casa de mi madre será mi casa; y supongo que Harriman es mi padrastro. Eso me proporciona una fantástica sensación de seguridad.

—Carmel, hace bastante tiempo que quiero hablar seriamente contigo.

—¿Sí?

—Cuando regresaste, se operó un cambio muy interesante en mí. Me sentí como si volviéramos a ser niños. Ojalá no hubiéramos perdido todos esos años. Deberíamos haber crecido juntos.

Yo me eché a reír.

—Cuando nos conocimos, hace tantos años, yo no era más que una niña. Tú estabas muy por encima de mí. Condescendiste en conocerme sólo porque yo era la pobre advenediza y tú tenías un corazón muy generoso. Tú sabes que fue por eso. Yo no tenía siquiera la edad de Estella o Camilla.

—Supongo que tienes razón, pero te eché de menos cuando te marchaste.

—Al igual que a Estella y Henry.

—De forma diferente. Ahí radica el tema. Todo es diferente. En The Grange falta algo. Es culpa mía, por supuesto. Las cosas deberían ser como lo fueron cuando yo era niño. Supongo que todo se debe a que yo cometí el error más espantoso que alguien puede cometer. Mi equivocación lo cambió todo; trajo la melancolía a la casa. Quiero salir de ese estado y quiero que tú me ayudes.

Yo lo miré fijamente.

—Será mejor que digas exactamente lo que quieres decir —le aconsejé.

—Quiero casarme contigo.

Yo sentí que el entusiasmo se apoderaba plenamente de mí, sensación que no había tenido desde aquella terrible noche en que me metieron en el bote salvavidas y dejaron a Toby atrás. Yo sabía que una parte de mí quería precisamente eso, y que sentía por Lucian lo que jamás podría sentir por James o Lawrence. Ellos dos me gustaban mucho, claro está, y me agradaba la relación que tenía con ellos, pero mis sentimientos hacia Lucian eran distintos. En su compañía hallaba una emoción especial. En los casos de James y de Lawrence sabía qué era exactamente lo que podía esperar, pero en Lucian había algo que me intrigaba. Tenía la sensación de que había algo secreto que no quería revelarme.

Fue precisamente a causa de eso que yo vacilé, y él advirtió inmediatamente dicha vacilación.

—¿No te gusta la idea? —me preguntó.

—No, no, no. No se trata de que no te quiera, te quiero muchísimo, Lucian.

—Eso tiene todo el aspecto de una negativa clásica. «Te quiero mucho, pero…». Carmel, dímelo, rápido. Existe un «pero», ¿no es cierto?

—Voy a decirte lo que intentaba desde el principio. Te quiero mucho, pero…

—Ah —comentó él—. Ahí viene.

—Se trata sólo de que me siento insegura. Han ocurrido tantas cosas… Te quiero… muchísimo. Tú fuiste el héroe de mi infancia. Debes comprenderlo. Espero de veras que podamos continuar viéndonos como hasta ahora. Han sido momentos muy felices para mí, pero tenemos que saber más cosas el uno del otro. Verás, para mí fue una amistad de infancia muy especial, pero ambos hemos cambiado desde entonces. Nos han ocurrido muchísimas cosas… a los dos. Eso es lo que quiero decir. Te quiero mucho, pero hay momentos en los que tengo la sensación de no conocerte como debería conocer a alguien con quien me proponga pasar el resto de mi vida.

—Estás pensando en mi matrimonio.

—Creo que puede tener algo que ver con eso.

—Te contaré qué ocurrió exactamente. Puedo comprender perfectamente tus sentimientos, por supuesto. Se debe a toda la organización de la casa, ¿no es cierto? La esposa que murió tan poco tiempo después de casarse, la niña, ese viejo demonio de niñera. Voy a contártelo, ya que ésa era mi intención. De hecho, he estado a punto de hacerlo en varias ocasiones, pero me temo que, al igual que la mayoría de las personas, cuando algo es desagradable intento olvidarlo y me engaño pensando que todo está pasado y olvidado. Todo ocurrió muy rápidamente. Hubo una especie de reunión… de algunos de los que habíamos estado juntos en la universidad. Fue una maravillosa fiesta de fin de semana. Había varias chicas con nosotros, y Laura era una de ellas.

»Yo la había visto una o dos veces antes de entonces. Era muy joven y bella, de una forma muy natural que resultaba atractiva. Todos habíamos bebido más de la cuenta, y supongo que sentí que tenía que actuar como todos los demás… sofisticado, mundano. Ya sabes cómo son los hombres jóvenes, aunque no intento justificarme con eso. Yo tenía que ser como los demás. Más tarde, uno se da cuenta de que en un momento de locura pueden ocurrir cosas que afectarán al resto de su vida. Permíteme que abrevie ese acto descabellado. Algún tiempo después, ella vino a verme en un estado de profunda turbación. Estaba embarazada. ¿Qué iba a hacer? Me dijo que su padre no la perdonaría jamás. La había enviado una temporada a Londres con la esperanza de que hiciera un buen matrimonio. No le quedaba más que una salida e iba a suicidarse.

Yo lo miré con horror y él prosiguió.

—Yo no sabía entonces que ésa era su forma normal de decir las cosas, y la creí. Era tan menuda y la vi tan desamparada… —Me miró fijamente a los ojos—. Imagínate lo que se sentiría al ser responsable de la muerte de alguien. Sería algo que pesaría sobre tu conciencia durante toda la vida. ¿Cómo te sentirías tú en esas circunstancias, Carmel?

—Me resultaría insoportable.

—A mí me pasó por la cabeza que muy bien podía no ser el responsable, y de hecho tenía la casi total convicción de que ése podía ser el caso; pero ella estaba completamente segura, y totalmente decidida a tomar el otro camino si yo no me casaba con ella. No podía tener eso sobre mi consciencia además de…

—Así que te casaste.

Él asintió con la cabeza.

—Fue una boda apresurada. Su padre estaba de acuerdo. Dijo que él tenía el dinero, y que lo que Laura necesitaba era un buen título para su apellido. Le hubiera gustado una boda fastuosa, pero tuvo que contentarse con lo que podía celebrarse en tales circunstancias. Bueno, el resto fue inevitable. Supongo que descubrí que el niño podía no ser mío, y que ella me había engañado para que me casara. Su padre jamás le habría permitido casarse con su amante, así que me escogió a mí para que la ayudara a salir del apuro. Sólo hubo una cosa afortunada en todo ese asunto, y es que la criatura resultó ser una niña. Me hubiera sentido muy culpable en el caso de haber convertido en heredero de la familia al bastardo de otro.

—Lucian, lo lamento profundamente por ti. Debes de haber sufrido mucho.

—Puedes imaginártelo, ¿no es cierto, Carmel? La desdicha, la frustración. Laura fue quien trajo consigo a Jemima Cray, la mujer que había sido su nodriza, y, como suelen hacer algunas nodrizas, permaneció con ella como compañera y confidente constante. Ésta conocía la secreta relación de Laura con el padre de la niña, que era un pariente lejano de ella, según descubrí más tarde. Laura tenía la esperanza de que su padre cedería cuando se enterase de que iban a tener un niño, pero no hizo tal cosa. Quería librarse de la criatura, y la hubiera hecho adoptar en cuanto hubiera nacido, para mantener el asunto en secreto. Entonces Laura vio su oportunidad… y, como un estúpido, me dejé embaucar. El padre estaba dispuesto a perdonarlo todo si se casaba conmigo.

»Me imagino que no es la primera vez que ocurre algo semejante. En cierto sentido es cómico, como una comedia en la que yo represento el papel del estúpido que es fácilmente persuadido.

—Y hasta después de la boda no descubriste todo eso.

—Sí. Ella pensaba hacer pasar al niño como prematuro, pero yo descubrí la verdad. Te explicaré cómo fue. Laura desarrolló un terrible miedo hacia el parto. Creo que le remordía la conciencia. Cuando la gente le hace una mala pasada a alguien, a menudo suele odiar a esa persona porque le recuerda, con su sola presencia, el acto pérfido que ha cometido. Al menos, eso es lo que creo que pudo suceder en el caso de Laura. Estaba desequilibrada, y ese miedo se convirtió en una obsesión. Estaba convencida de que iba a morir, y a veces se apoderaba de ella la histeria. Fue durante uno de esos momentos, cuando me confesó que yo no era el padre de su hijo, que había sido completamente engañado. Con cuánta astucia lo había planeado ella todo, y lo tonto que había sido yo. A pesar de que entonces yo sospechaba algo de eso, me produjo un efecto muy desagradable. Sentí odio hacia ella y se lo dije. Jemima, por supuesto, estaba escuchando al otro lado de la puerta. Laura gritó: «Voy a morir. Sé que voy a morir», y yo le respondí: «Bueno, ésa sería una buena solución para todo este asunto». Jemima me odiaba. Estoy seguro de que ella creía que, si yo no me hubiera casado con Laura, el padre habría cedido y concedido su permiso para que se casara con ese pariente lejano suyo. Estoy seguro de que estaba convencida de eso. Insinuó que yo había dejado embarazada a Laura a sabiendas de que ella no era lo suficientemente fuerte como para soportar un embarazo, y que lo había hecho sólo por la familia. Era un disparate absoluto y ella lo sabía. Incluso llegó a insinuar que yo era responsable de la muerte de Laura.

—Hay una cosa que debes hacer sin más dilación —le dije—, y es librarte de Jemima.

—Ella cuida de la niña.

—Bridget es una niña normal. No puedes permitir que la críe esa mujer.

—La niña se afligiría si ella se marchase.

Yo pensé que era una posibilidad, dado que nadie de la casa parecía ponerle demasiada atención, excepto Jemima.

—Verás, te estoy contando todo esto porque tú piensas que he cambiado. ¿Te extraña ahora?

—No. La vida deja huellas. Todos sufrimos de diferente forma.

—Yo puedo imaginarme el efecto que tuvo sobre ti el naufragio… y la pérdida de tu padre.

—Es algo que no olvidaré mientras viva.

—Al igual que me ocurre a mí con lo que acabo de relatarte. Carmel, he pensado en todo ello más a menudo desde que regresaste tú. La vida pareció cambiar cuando almorzamos en «The Bald-Face Stag» después de tantos años. Vi una salida… a tu lado. En ese momento, pensé que Len Cherry es un directivo excelente, y que puede hacerse cargo de la hacienda sin mi ayuda. Contrataré a otro hombre con experiencia para que lo ayude, y me marcharé de esa casa. En Cumberland hay una hacienda pequeña que pertenece a mi familia, y podría ampliarla y comenzar de nuevo. Quiero dejar atrás todo lo que me ocurrió.

—¿Qué hará tu madre? ¿Qué pensaría de todo eso? ¿Y has pensado en Bridget?

—Mi madre vendrá con nosotros.

—Nunca abandonará The Grange.

—Creo que lo comprenderá.

—Es un sueño irrealizable, Lucian. Nunca podrías abandonar The Grange. Piensa en la cantidad de años que hace que tu familia vive allí. Tiene que haber habido contratiempos antes de ahora, pero la gente los supera. Tu esposa está muerta. Ya sé que fuiste desgraciado, pero nada puede cambiarlo ya. Ella te engañó y también fue infeliz; ambos lo fuisteis. Si se hubiera casado con su amante y renunciado a la herencia, es probable que hubiera encontrado la felicidad. La decisión la tomó ella… no tú. No fuiste más que la víctima. No puedes huir. Te estarías despreciando a ti mismo si lo hicieras. Por otra parte, no resultaría. Deberías interesarte por esa niña. No tiene madre, ¿y dónde está su padre? Cuando crezca, hará preguntas. Yo sé lo que se siente cuando uno no tiene padres. Yo pasé los primeros años de mi vida con el convencimiento de que no me querían. No permitas que eso le ocurra a Bridget. Sin embargo, estoy convencida de que Jemima Cray debe marcharse de la casa.

—Ya veo que tú te encargarás de todo eso —me dijo, mientras me dirigía una mirada suplicante.

No cabía duda de que había cambiado, de que era diferente del invencible Lucian de mi infancia, y era ese al que una vez yo había amado.

—Ahora que lo sabes todo, Carmel —continuó—, espero que no me desprecies.

—Nunca podría hacer una cosa así.

—¿Y no me rechazas de plano?

—Por supuesto que no.

—¿Significa eso que tengo alguna esperanza?

—Eso significa que existe una esperanza para los dos.

Estaba profundamente conmovida por la confesión de Lucian.

Parecía tan vulnerable, sentado ante mí, cuando me hizo aquella enternecedora confidencia…

Se había comportado como un tonto. ¿Quién no lo ha hecho a esa edad? Yo podía ver perfectamente cómo había ocurrido todo, cuánto se despreciaba él por haber sido tan cándido como para dejarse engañar, y cómo eso lo había convertido, de ser un joven orgulloso y seguro de sí mismo, en uno amargado que tenía una pobre opinión de su entereza.

El ídolo tenía los pies de barro y, curiosamente, eso aumentó la ternura que sentía por él. Yo creía que podría amar al hombre débil, quizá más que al héroe invencible.

Quería verlo con más frecuencia y llevarlo a Castle Folly. Él tenía que conocer a Rosaleen y Harriman, y ellos a él.

Yo estaba segura de que Rosaleen lo había escogido como el hombre con el que yo debía casarme. ¿Y yo? Lo amaba. Había acabado de convencerme de ello cuando me contó lo ocurrido con toda franqueza, y sin embargo tenía la sensación de que había algo más que tenía que averiguar, que guardaba para sí aún más de lo que me había contado.

Había hablado muy sinceramente. Había sido débil, eso era innegable, pero su debilidad había nacido de la compasión que le inspiró Laura, y de su deseo de actuar correctamente. Él no la había amado nunca, y yo suponía que desde el mismo principio había tenido dudas acerca de la paternidad del hijo que esperaba, pero, cuando ella amenazó con suicidarse, él no pudo soportar la posibilidad de ser responsable de aquella muerte.

Ahora en su vida reinaba el desorden, y me llamaba en su auxilio.

Había momentos en los que contemplaba la idea de ir a verlo y decirle: «Sí, Lucian, casémonos. Hagamos una casa feliz de The Grange, un hogar para Bridget, y despidamos a Jemima».

Pero entonces dudaba. Yo no lo sabía todo. ¿Por qué tenía esa sensación de que él no me había contado toda la verdad?

Aguarda, me decía la prudencia. Y pocos días después de aquella reunión con Lucian, llegó la carta.

*****

La escritura me resultaba vagamente familiar, y me llevó directamente a la sala de clases de Commonwood House. Supe inmediatamente de quién procedía, así que me la llevé a mi dormitorio para leerla completamente a solas; me temblaban las manos cuando rasgué el sobre.

Querida Carmel:

Me sentí profundamente conmovida cuando leí tu carta, más aún cuando sabía que no podría responderte durante algún tiempo, cosa que ha motivado este retraso. Por supuesto que me acuerdo de ti. Me pregunté cómo me habías encontrado, pero quizá me lo cuentes tú misma cuando nos veamos.

Al principio no estaba segura de si podría hacerlo. Verás, he intentado con todas mis fuerzas distanciarme de lo ocurrido, y tu carta lo trajo todo de vuelta; pero no creas que no me sentí profundamente conmovida. Me gustaría muchísimo volver a verte. Tal vez podríamos encontrarnos en un sitio tranquilo… nosotras dos solas. He pensado en algún lugar exterior, donde podamos estar seguras de que nadie nos molestará.

Veo que estás en una casa de Kensington, y he pensado en los jardines que hay allí. Yo vivo en Kent, y el viaje hasta Londres es muy corto. Podría estar allí a eso de las diez del próximo miércoles. ¿Qué te parece si nos encontramos en el Albert Memorial? Luego podríamos sentarnos a charlar en un banco. Si ese día y hora no te resultan convenientes, podemos cambiar la cita.

Escríbeme a la dirección que figura en el encabezamiento.

Carmel, gracias por pensar en mí.

KITTY

P. D.: Por cierto, dirígeme la carta con el nombre de señora Craig.

Leí y releí la carta. Luego le respondí con otra. La esperaría en el Albert Memorial el miércoles siguiente.

*****

Estaba claro que Kitty no quería que nadie se enterase de ese encuentro. Podía comprender su deseo de absoluto anonimato, pero tuve que contárselo a Dorothy. Se lo debía, porque ella había sido absolutamente esencial para establecer aquel contacto, y sabía que podía confiar plenamente en mi amiga.

—¡Qué emocionante! —exclamó al enseñarle yo la carta—. Ojalá pudiera ir contigo.

—Eso queda completamente fuera de toda posibilidad —le respondí de inmediato—. Si viera que no estoy sola, podría marcharse.

Dorothy sabía que yo tenía razón.

—Y, si ahora es la señora Craig —dijo—, ¿es posible que Jefferson Craig se haya casado con ella? ¡Santo cielo! ¿Quién lo hubiera imaginado?

Acordamos no decirle nada a Lawrence sobre el asunto, y yo me alegré de que ella viera claramente la importancia de ese punto. También me tranquilizaba el hecho de que Gertie no hubiera regresado de su luna de miel. Sabía que ella se hubiera dado cuenta de que estaba ocurriendo algo, y habría realizado esfuerzos por averiguar de qué se trataba.

Llegué al Albert Memorial a las diez en punto, cosa que me resultaba fácil porque podía ir caminando. Ella aún no había llegado, pero no me sentí alarmada porque sabía que no le resultaría fácil calcular exactamente el tiempo que tardaría en realizar el viaje. Pasaron ocho minutos antes de que la viera caminando apresuradamente hacia nuestro punto de encuentro.

Yo me encaminé hacia ella y, durante algunos segundos, nos quedamos mirándonos la una a la otra. Luego ella me tendió las manos y las cogí ambas en las mías.

Había cambiado considerablemente. Había hebras grises en sus cabellos dorados; no tenía el aire sereno que en otra época había constituido un rasgo de su personalidad. Incluso en el caso de que yo no hubiese conocido su historia, habría advertido que era una mujer que había pasado por una gran tragedia.

—¡Carmel! —Exclamó con aquella voz que yo recordaba muy bien—. Estoy muy contenta de volver a verte.

—Y yo a usted. He pensado mucho en usted y me he preguntado muy a menudo dónde estaría.

Le temblaban los labios y tenía lágrimas en los ojos. De pronto pareció convertirse en la que era antes. Pero no debíamos hacer una escena emotiva en público.

—Busquemos un banco y sentémonos —me propuso.

—Sé exactamente dónde —le respondí.

Nos alejamos del Albert Memorial y entramos en los jardines de Kensington.

—Lamento haberte hecho esperar —me dijo ella—. Pero es muy difícil ser puntual cuando uno depende de los trenes.

—Sí, ya lo sé —la tranquilicé yo.

Luego guardamos silencio, porque la conversación ligera parecía trivial, y sabíamos que, en cuanto estuviéramos sentadas, tendríamos muchas cosas que contarnos.

Yo había escogido el banco para aquella cita con algunos días de antelación. Había un claro justo detrás del sendero bordeado de flores, y un banco aislado que miraba hacia él.

—¿Y bien, Carmel? —inquirió ella tras habernos sentado.

—Oh, señorita Carson… —comencé yo.

—Ahora, que ya no soy tu institutriz, debes llamarme Kitty.

—Kitty, cuénteme qué está haciendo ahora.

—Llevo una vida muy tranquila.

—Ahora es la señora Craig. ¿Tiene esposo?

—Sí.

—¿Podrá soportar hablar de lo ocurrido?

—Es lo que he venido a hacer.

Yo me preparé para lo que pudiera decirme.

—Quiero que sepa que no me enteré de lo ocurrido hasta hace muy poco —le dije—. Me marché con mi padre.

—Ya sé que el capitán Sinclair te llevó con él cuando los demás se marcharon a casa de su tía.

—Me quedé con él en Australia. Él naufragó con su barco, cosa que ocurrió hace no mucho tiempo. Entonces yo regresé a Inglaterra y fue cuando me enteré de…

—Así pues, durante todos estos años no supiste nada.

—No. Yo creía que usted había permanecido siempre en Commonwood House.

—Tienes que haber recibido un fuerte golpe al enterarte de la verdad.

—Sí. Quedé destrozada. Quizá haya cometido una impertinencia al intentar encontrarla a usted. Lo conseguí a través de una amiga que se interesa por ese tipo de casos. Supe que el señor Craig la había ayudado, y fue como un destello de luz en la oscuridad. Ella le había escrito a él a través de su editor, y pensó que probablemente le hicieran llegar otra carta.

—Eso lo explica todo. Oh, Carmel, fue algo…

—No lo diga. No lo diga. Incluso ahora, tiene que ser terrible para usted hablar del asunto.

—No debo comportarme como una estúpida. He venido hasta aquí para hablar… para contártelo… y, Carmel, quiero que lo sepas. No podría soportar que tú creyeses… como cree mucha gente… Voy a contártelo… para que sepas cómo ocurrieron realmente las cosas. Ya sabes lo que le hicieron a Edward… al doctor…

Yo asentí con la cabeza, porque me resultaba imposible hablar en aquel momento.

Luego afloró la ira.

—Fue todo falso. Fue una maldad. Eso es lo que hicieron con él. Era inocente, Carmel. Yo sé que lo era.

Yo le cogí una mano y se la estreché.

—Eso era lo que yo sentía —le dije—. Por eso sentía tanta ansiedad por tener noticias de usted.

—¿Podrías creer una cosa así de él? Era el hombre más dulce que jamás haya existido. —La voz volvió a quebrársele—. Tengo que serenarme. Nosotras siempre fuimos amigas, tú y yo, ¿no es cierto? Yo sé que él era inocente, y tú me creerás.

—Sí —le aseguré con fervor—. La creeré.

—No hay nada más que su palabra.

—Eso es suficiente —respondí yo.

—¡Carmel, cuánto me alegro de haberme reunido contigo! Pero ¿de qué sirve? Ya está hecho. Sin embargo, no descansaré tranquila hasta que el mundo sepa que él era inocente, y lo único que puedo decir es que lo sé porque me lo dijo él. Es lo único que puedo decir. Cuando se enteró de que iban a arrestarlo, me dijo: «Kitty, adorada mía, van a acusarme de haber asesinado a Grace. Todo me señala y no tengo forma de demostrar que soy inocente de ese crimen. Yo no entré en su habitación. No toqué esas pastillas. No sé nada de todo eso, y quiero que tú lo sepas y creas que te estoy diciendo la verdad. No me importa nada más». Al día siguiente nos arrestaron… a ambos.

Guardamos silencio. Yo no sabía qué decirle, pero tenía la confirmación de su convencimiento de la inocencia del doctor.

Pasó un rato antes de que pudiéramos volver a hablar.

—Me alegro de haberme encontrado con usted —le dije luego—. En todo momento estuve segura de que él era inocente, y ahora estoy absolutamente convencida.

—Si hubiera sido culpable, me lo habría dicho —me aseguró ella—. Jamás me hubiera mentido.

Después de eso se mostró más calmada, y creo que le transmití la sinceridad de mi convencimiento.

—Me juzgaron junto con él —continuó—. Esos días no están ahora muy claros en mi memoria, cosa por la cual supongo que debo estar agradecida. No mucha gente se enfrenta a un juicio en el que su vida está en juego. Él tenía enemigos. Aquella vieja perniciosa. ¡Cómo disfrutó con todo aquello!

—¿Se refiere a Nanny Gilroy? —pregunté—. A mí nunca me gustó esa mujer.

—La señora Barton estaba influida por ella… y también estaba la enfermera local. Todos sabían cuán difícil era vivir con Grace Marline. Eso no podía negarse, y fue una prueba contra él. Sin embargo, lo que convenció al jurado fueron sus sentimientos hacia mí. ¡Oh, Carmel, piensa en todo aquello! ¡Las cartas que me escribió, leídas en el tribunal… aquellas cartas íntimas, amorosas y condenatorias! ¡Qué estúpida fui al conservarlas! Registraron mi dormitorio y las encontraron. Me habían consolado tanto… ¿y cómo iba yo a saber que ocurriría todo eso? No debes condenarnos.

—¿Condenarlos? ¡Cuánto me hubiese gustado poder hacer algo para ayudarlos!

—Debes perdonarme. Me he convertido en una persona emotiva. Me puse tan furiosa con aquella vieja malvada… con sus intrigas… Ella me odió desde el momento en que entré en la casa. ¡Y pensar que ella lo sabía… y se reía de nosotros! Yo amaba al doctor, Carmel. Quiero que lo comprendas. Las cosas no eran como las presentaron. Era verdadero amor… algo de lo que no debe nadie reírse ni burlarse jamás… como lo hicieron ellos. Espero, Carmel, que tú encuentres un amor tan tierno y verdadero como el que yo sentía por Edward Marline y él sentía por mí. Valía la pena vivir por ese… morir por él… Oh, no, no de la forma en que Edward murió.

—Por favor, no se angustie. Quizá sería mejor que no habláramos de ello…

—Pero tengo que hablar del tema… y quiero que tú lo sepas todo. Me hace bien hablar contigo porque tú crees lo mismo que yo.

—Eso es verdad. Siempre supe, dentro de mí, que el doctor Marline era inocente. Siempre quise tener una prueba de que estaba en lo cierto… y ahora la tengo… de usted.

—¿Una prueba? No es más que mi palabra.

—Para mí es más que suficiente. Ojalá lo hubiera sido para el resto del mundo.

—Intentaré hablar contigo con calma y de manera razonable —dijo Kitty—. Ya sabes qué fue lo que ocurrió en el juicio. Edward fue declarado culpable y lo ahorcaron. No pudieron llegar a una decisión con respecto a mí. Iba a tener un hijo y no cuelgan a las mujeres embarazadas. Hubo mucha discusión en torno a mi caso. Jefferson Craig estaba presente en el juicio.

»Tengo que hablarte de Jefferson. Ha escrito muchos libros acerca de crimen y criminales. Desde el principio mismo, él creyó que Edward era inocente. Tenía el convencimiento de que se había cometido un error judicial, y estaba absolutamente seguro de que era otra la persona que le había suministrado la sobredosis a Grace Marline. Entre los habitantes de la casa, tenía que haber varios que la odiasen.

»Y existía la remota posibilidad de que ella misma se las hubiese tomado, quizá por error. Tuvo lugar un segundo juicio por mi caso y, como resultado de los artículos que Jefferson había publicado en los periódicos, se generó una buena cantidad de simpatía hacia mí entre el público. Siempre he creído que fue ampliamente debido a eso que me absolvieron. Salí de los tribunales como una mujer libre pero con la inseguridad planeando sobre mi cabeza. Sin embargo, Jefferson me apoyó. Me encontró alojamiento, contrató a una mujer para que me cuidara y venía a visitarme de vez en cuando. Para él, yo no era un caso de amor romántico, sino simplemente un «caso». Los casos de Jefferson eran su vida, y se había sentido especialmente impresionado por el mío. En aquella ocasión tenía más de sesenta y cinco años.

»No sé cómo habría sobrevivido sin él. Estaba en un estado de profunda depresión, tenía pesadillas terribles y no quería vivir. Jefferson me recordó que llevaba dentro al hijo de Edward. Me hizo sentir que a causa de ese niño no había perdido completamente a Edward. Posteriormente me contó que durante aquellos días había tenido miedo de que yo me quitara la vida. Jefferson piensa en términos de «casos». Había estudiado el mío con la misma objetividad con que enfocaba todos los demás, pero estoy convencida de que el mío le interesaba de manera especial. Decidió que necesitaba una ocupación. El trabajo es un antídoto contra el aburrimiento y la falta de interés por la vida. Yo necesitaba trabajar. Le di las gracias por todo lo que había hecho por mí, y le dije que nunca podría devolverle el favor, pero él me respondió que sí había una forma. Podía ayudar a la señora Garfield.

»La señora Garfield era su secretaria. Había estado con él durante muchos años y era casi tan vieja como Jefferson. Ella los comprendía a él y a su trabajo como pocas personas podían hacerlo, pero la labor comenzaba a desbordarla. Necesitaba una ayudante; me dijo que yo podría ser esa ayudante, cosa que representaría un auxilio inestimable para él.

»Estaba en lo cierto, como sucedía siempre. La señora Garfield me enseñó lo que tenía que hacer, y muy pronto encontré que aquella ocupación era absorbentemente interesante. Ella llevaba tanto tiempo trabajando con Jefferson, que había llegado a parecerse un poco a él. Estaba decidida a hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarlo con este «caso» en particular. Bueno, me sacaron a flote entre los dos, y luego llegó la niña. Es muy hermosa, Carmel. Le he puesto de nombre Edwina. A veces me parece ver algo de Edward en ella, y pienso en lo feliz que hubiera sido él si hubiese llegado a conocerla. ¡Oh, qué diferente hubiera sido todo, Carmel!

Yo le cogí una mano y se la estreché mientras ella sonreía con tristeza.

—No tiene sentido lamentarse, ¿verdad? La vida no se desarrolla como nosotros la planeamos. En muchos sentidos he sido tremendamente afortunada. Jefferson ha sido maravilloso conmigo. Me hacía hablar. Siempre quería saber qué me andaba por la cabeza, y descubrió que lo que más me preocupaba era el futuro de la niña. Se llamaría Edwina Carson, y yo podía imaginar a la gente diciendo: «¿Carson? Ese apellido me recuerda algo. Ah, sí, fue aquel caso, ya sabe. El hombre fue ahorcado y ella se salvó…». Siempre temería eso. Supuse que podría cambiarme el apellido. Solía permanecer despierta en la cama y pensar en el asunto.

»Un mes antes de nacer la niña, Jefferson vino a verme y me dijo: «Ya sé qué es lo que la preocupa. Es que su hijo nazca sin padre. Pues bien, vamos a terminar con todo eso. Voy a casarme con usted para que su hijo nazca dentro del vínculo matrimonial, ¿y quién va a atreverse a formular preguntas acerca del hijo de Jefferson Craig?». Fue una actitud muy noble por su parte, pero él es noble. Es un gran hombre. Ya sé que digo eso una y otra vez, pero le debo muchísimas cosas.

Estaba demasiado emocionada, de momento, para poder continuar hablando.

—Realmente, es un hombre maravilloso —le dije yo—, y me alegro enormemente de que estuviera a su lado cuando lo necesitaba.

—En la vida, a menudo ocurren esas cosas, Carmel. Uno se encuentra perdido y solo y de pronto se produce un milagro. Así pues, me convertí en Kitty Craig y nació mi hija; y a partir de ese momento la vida ya no era tan espantosa como para que yo quisiera librarme de ella. Tenía a mi hija y ella se apoderó de mi corazón, al igual que del de Jefferson y la señora Garfield.

»El tiempo pasó rápidamente. Miraba crecer a Edwina… un bebé, después una niña. Ahora tiene nueve años. ¿Es posible que haya ocurrido hace tantos años? Yo continuaba trabajando con la señora Garfield. Cada día encontraba mi trabajo más y más vigorizante. La señora Garfield había sido una fantástica profesora. Hace dos años, ella se jubiló y Jefferson trabajaba menos que antes, así que yo pude hacerme cargo de todo. Entonces tu carta llegó directamente hasta mí desde la editorial.

—Oh, Kitty, cuánto me alegro de haberle escrito.

—Yo también me alegro mucho. Y hay algo más que quiero decirte: Adeline está conmigo.

Yo me quedé pasmada. No podía dar crédito a lo que oía.

—Sí —continuó ella—. Fue poco después de que naciera Edwina. Me llegó una carta a través de los editores de Jefferson… de la misma forma que la tuya. Era de la señora Darrell, la tía Florence de Adeline.

—Sí, la recuerdo del día en que fue a Commonwood a buscar a las niñas.

—Me preguntaba, muy afablemente, si podía ir a verme. Yo quedé muy sorprendida, porque apenas la había visto cuando fue a buscar a Adeline y Estella. Entonces la había considerado una mujer tremendamente altiva, y me extrañó que me escribiera de una forma tan halagadora, casi rogándome que la recibiera. Jefferson estaba profundamente intrigado, y ella fue a visitarnos a casa.

»Comenzó por decirme que se alegraba mucho de que yo hubiese superado aquel terrible asunto y fuera ahora la señora Craig. Dijo que siempre había creído en mi inocencia, y luego entró en la materia que la había llevado hasta mí. Se trataba de Adeline. Estaba profundamente preocupada por la niña, al igual que el señor Darrell. Adeline había estado enferma durante mucho tiempo, aunque ya se encontraba mejor… físicamente. Estaba obsesionada por una sola cosa: el deseo de estar conmigo. Al principio no había hablado de otra cosa. Ellos pensaron que lo superaría pero ¡ay!, se había puesto cada día peor, y se habían producido una o dos escenas violentas.

»«Intentamos explicárselo —me dijeron—, pero ella no comprende por qué no puede estar con usted. Hemos consultado con varios médicos, y todos dicen que tendremos que sacarla de la casa. La idea de enviarla a un sanatorio mental nos resulta terrible y sabemos que a ella no le haría ningún bien. Hay una sola cosa que sería buena para ella: su única posibilidad reside en poder estar con usted. ¿Estaría dispuesta a intentarlo? Le pagaremos bien y, por supuesto, en el caso de que le resultara un esfuerzo excesivo, quedaría la otra alternativa. ¿Estaría usted dispuesta a intentarlo? Los médicos piensan que, con una mente infantil como la suya, existe la posibilidad de que recobre la calma».

»Bueno, por supuesto que lo consulté con Jefferson. Ahí tenía otro «caso» interesante. Estaba dispuesto a estudiar a Adeline, y muy pronto sintió curiosidad por saber cómo reaccionaría la muchacha al estar conmigo. Así pues, rechazamos altivamente el pago.

—¿Y se fue a vivir con usted?

—Sí, así es. Eso fue hace unos siete años, y el experimento resultó. Ahora vuelve a ser la Adeline de antes, cariñosa y dulce. Adora a Edwina. Al principio tenía miedo de dejar a la pequeña sola con ella, y me las ingeniaba para no hacerlo, pero ahora todo eso ha cambiado. Son las más grandes amigas del mundo. Es una alegría oír a Adeline cantando por la casa. ¿Recuerdas cómo solía hacerlo cuando se sentía feliz?

—Me alegro enormemente de que vuelva a estar con usted. Sé lo angustiada que estuvo cuando usted hizo aquel viaje, y luego, cuando se marchó con la tía Florence. Ella la quiso a usted desde el principio. Recuerdo lo asustada que estaba cuando se enteró de que íbamos a tener una institutriz, pero luego usted se convirtió en la persona más maravillosa del mundo para ella.

—¡Pobre Adeline! No sabían cómo tratarla. Especialmente su madre la asustaba y la hacía desgraciada. Era muy fácil asustarla y muy fácil hacerla feliz.

Después de una breve pausa, Kitty continuó:

—Por supuesto, Jefferson siente un vivo interés por Adeline. Es bueno con ella y la comprende. Ahora, ella es feliz.

—Jefferson parece ser una persona maravillosa.

—Lo es de verdad. Trata a Edwina como si fuera su hija y ella lo considera su padre. Están muy satisfechos el uno del otro. Así pues, ya ve, Carmel, tengo muchas cosas por las que estar agradecida. Sólo pido saber una cosa, pero quizá nunca la sepa y debo contentarme con lo que milagrosamente se me ha ofrecido.

—¿De qué se trata?

—De saber qué ocurrió exactamente aquel día en Commonwood House. ¿Quién mató a Grace Marline? Lo único que sé es que no fue Edward. ¿Quién, entonces? Quisiera averiguar todo lo posible por amor a mi hija. Ya sé que tiene un apellido y podrá vivir siempre como hija de Jefferson, pero existe la posibilidad, más débil ahora gracias a mi esposo, de que alguien llegue a descubrir quién era realmente su padre… de que recuerden quién soy yo. Jefferson tuvo gran cuidado de que no hubiera publicidad ninguna en torno a nuestra boda. ¡Imagínate qué fiesta hubiera hecho la prensa con esa noticia! «Jefferson Craig se casa con Kitty Carson, a quien salvó de la horca». Hubiera sido la comidilla del siglo, y puedes estar segura de que, si algún periodista descubriera ese hecho, no dudaría en utilizarlo para escribir una buena historia que hiciera vender más periódicos.

—Eso sería terrible.

—¿Te das cuenta de que es algo que pende sobre mi cabeza? Si al menos pudiera aclararse el caso… pero permanece como estaba. Quizá algún día… Es bastante improbable, pero no pierdo las esperanzas. Carmel, no perdamos el contacto, ahora que hemos vuelto a encontrarnos. Me ha hecho mucho bien hablar contigo. Tienes que ir a visitarnos. Tenemos una casa muy bonita en Kent. Antes vivíamos en Londres, pero, cuando nos casamos, Jefferson compró esa casa y nos retiramos al campo porque él no quería estar demasiado a la vista del público. ¿Te das cuenta de todo lo que hizo por mí?

—Sí, pero no podría admirarlo más de lo que ya lo admiro.

—¿Así que vendrás a visitarnos?

—Me encantaría.

—Por favor, que sea pronto. Jefferson estará ansioso por conocerte y es muy impaciente. No le gusta esperar.

—Lo prometo.

—Quiero que conozcas a Edwina… y también verás a Adeline. Le entusiasmará verte de nuevo.

—¿Ha sabido algo de Estella y Henry? Ella negó con la cabeza.

—No. Creo que se dieron cuenta de que era mejor olvidar el pasado. Adeline no parece preocuparse por ellos. Eras tú a la que le tenía más cariño.

—Yo creo que todo su cariño era para usted.

—Pobre criatura. La vida no fue muy buena con ella.

—Hasta que llegó usted y entonces quedó claro que se había ganado todo su cariño.

—Bueno, te estaba diciendo lo mucho que se alegrará de verte. ¿Cuándo, entonces?

—Podría ir a finales de la semana próxima.

—Oh, ¿de verdad?

—¿No es demasiado pronto?

Ella se echó a reír.

—Estaremos ansiosos por recibirte. Espera, que tengo que explicarte cómo llegar.

Sacó una hoja de papel de su bolso y se puso a escribir.

—Estaré esperándote en la estación —me dijo—. El viernes de la semana que viene —sugirió. Luego acordamos el horario del tren que debía coger.

Ella sonreía. Se parecía muchísimo a la señorita Carson que había llegado a Commonwood House hacía muchos años. Nuestro encuentro la había alegrado, y yo me sentía satisfecha de haberme atrevido a entrar en el pasado.