CAPÍTULO 08

Castle Folly

Gertie quería que su tía Beatrice y su tío Harold dieran una cena para nuestros amigos.

—Tenemos a los Rowland, a Lawrence Emmerson y su alter ego, Dorothy, tú, yo y el romántico Lucian. Creo que será divertido. Te han prodigado mucha hospitalidad… durante todos esos fines de semana… y tú eres nuestra responsabilidad. Pronto estaremos hasta las orejas con los preparativos de la boda, así que lo mejor es celebrar esa reunión lo antes posible.

La tía Beatrice se mostró encantada, y luego manifestó algunas aprensiones.

—¿Seremos lo suficientemente distinguidos? —nos preguntó—. Por los Emmerson no habrá ningún problema, pero ¿qué pensará de nosotros sir Lucian?

Yo le aseguré que no tenía nada que temer por ese lado.

Gertie dijo que tendría que ser una cena, no un almuerzo. Los almuerzos no eran lo mismo. Los Emmerson no tendrían problema, porque su casa estaba relativamente cerca de allí, pero ¿qué haríamos con Lucian? No podrían alojarlo esa noche.

Yo les respondía que él podía hospedarse en un hotel, como hacía cuando viajaba a Londres y se quedaba durante unos días. En cualquier caso, lo invitaríamos a cenar.

Las invitaciones fueron transmitidas y aceptadas. Lucian dijo que se alojaría en Walden’s, de Mayfair, como había hecho en las ocasiones anteriores. Tenía algunos asuntos que arreglar en Londres, y organizaría las citas para la misma época. Así pues, el arreglo fue satisfactorio para todos.

Gertie estaba en éxtasis. En aquella época ya casi lo tenía todo a punto, y estaba satisfecha con su vida. No pasaría mucho tiempo antes de que se convirtiera en la señora Regland. La casa ya estaba casi terminada y el futuro tenía color de rosas. Lo único que necesitaba era verme a mí bien casada. Querida Gertie. Ha sido siempre una amiga maravillosa.

Ella y la tía Beatriz hablaban constantemente de la cena que habían planeado. ¿Qué flores deberían poner? La mejor porcelana, la que se utilizaba sólo en las ocasiones especiales, fue sacada de los armarios, y los muebles estaban más lustrosos de lo habitual.

—Puede que Dorothy se dé cuenta —dije yo—. Los demás, no lo advertirán con toda seguridad.

Llegó el gran día. Antes de cenar tomamos un aperitivo en la sala, y, llegado el momento, nos reunimos en torno a la mesa.

La conversación era animada y todo discurrió tranquilamente. Lawrence contó algunas anécdotas de la vida del hospital del que era adjunto; Lucian habló animadamente de sus tierras y de la vida rural, y los demás también contribuimos con nuestra parte; incluso el tío Harold tenía cosas interesantes que decir mientras la tía Beatrice mantenía sus ojos alerta sobre la comida, ansiosa porque nada saliera mal.

Pero no tenía por qué pasar tantas inquietudes. Todo salió de acuerdo con lo planeado, y creo que los invitados estaban tan interesados en la conversación, que no se hubieran dado cuenta en caso contrario.

Nos habíamos levantado de la mesa e instalado en el salón para tomar el café, cuando Dorothy comenzó a hablar de un libro que acababa de leer.

—Uno no sospecharía nunca que Dorothy se interesa por unos temas tan horripilantes, ¿verdad? —comentó Lawrence—. Sin embargo, siempre se ha sentido fascinada por el crimen.

—Sé que ha escrito un libro sobre el tema —manifesté—. Me lo prestó ella misma. Lo encontré fascinante.

—Sí, estuvo inspirado en el caso Jameson —dijo Dorothy—. ¿Lo recuerdan? Ocurrió hace años. Un tal Martin Jameson que se casaba con las mujeres por dinero y luego, cuando ya lo tenía todo arreglado para heredar, simplemente se deshacía de ellas. Lo más interesante del caso era que se trataba de un hombre encantador. Nadie creía que fuese capaz de cometer esos crímenes, y durante un tiempo pudo operar impunemente.

—Me imagino que el encanto era el arma perfecta para el trabajo que se había propuesto —apuntó Lucian.

—Pero no se trataba exactamente de una pose. El hombre era bueno… se descubrió que había ayudado a muchísima gente. Todos se presentaron para testificar en su favor. Era muy respetado por todos los que lo conocían, y durante todo ese tiempo él iba a la caza de esas mujeres adineradas, pasaba una temporada de relación matrimonial con ellas y luego las asesinaba. Hasta el momento mismo de su muerte, fue un hombre dulce y encantador.

—Tenía que existir algo violento en él —señaló Lawrence—; y no olvides que lo hacía por el dinero.

—Un asesinato merece la horca —afirmó Bernard.

—Creo que Dorothy intentó comprender a ese hombre —explicó Lawrence—. Descubrir cuáles eran sus pensamientos al dejar a un lado sus instintos dulces y convertirse en un asesino.

—Eso es evidente —intervino el tío Harold—. Lo que quería era dinero.

—Y por eso fue ahorcado —afirmó Gertie—. Cualquiera que mate a una persona merece la horca. —Miró significativamente a Bernard—. Especialmente los hombres que matan a sus esposas.

—Te estoy escuchando —le aseguró Bernard.

—No creo que pienses que lo que poseo merezca la pena de asesinarme —replicó Gertie.

—Bueno —reflexionó Bernard—. ¡Tendremos que investigarlo!

Dorothy no tenía ninguna intención de permitir que aquellas chanzas de enamorados interfirieran con un tema serio.

—Resulta interesante estudiar esos casos —continuó—. Le proporciona a uno una cierta comprensión de la naturaleza humana, y los seres humanos son fascinantes. Por ejemplo, está el caso sobre el que he leído recientemente en el libro del que les hablaba. Una jovencita fue muerta de un disparo en un lugar llamado Cranley Wood, en Yorkshire. Eso ocurrió hace algunos años. Existe la posibilidad de que hayan condenado a la horca al hombre equivocado.

Lucian se inclinó bruscamente hacia delante.

—No recuerdo ese caso —dijo.

—No hubo mucha publicidad en torno a él. Creo que la gente pensó que un hombre que confesaba después de todo el tiempo que había pasado, tenía que estar loco.

—Cuéntenos —pidió Lucian.

—No dudo de que Dorothy lo hará —replicó Lawrence—. Está en su tema preferido.

—El asesinato es tan interesante… —dijo Gertie.

—En pocas palabras, el caso es el siguiente —comenzó Dorothy—: Marion Jackson era hija de un granjero. Estaba prometida en matrimonio con Tom Eccles, también granjero, que vivía en la vecindad. Un pequeño terrateniente que pertenecía al mismo distrito, conocido por ser bastante mujeriego y que había estado de viaje por el extranjero, regresó en aquella época. Muchas muchachas de la localidad estaban fascinadas por él, y parece que Marion fue una de las que cayeron víctimas del hechizo de aquel hombre. Es una historia muy habitual. Marion fue seducida por el terrateniente y se quedó embarazada. Intentó hacer pasar al niño como hijo de Tom Eccles. Se produjo una escena entre Tom y Marion en el bosque, que fue oída por alguien más. Tom había descubierto que no era él el responsable de aquel embarazo, y le hizo confesar a Marion quién era el verdadero padre. Aquella misma tarde, encontraron a Marion muerta en el bosque, con un disparo en el corazón.

—Me imagino que lo hizo su novio, el granjero —apuntó Gertie—. Supongo que estaría furioso.

—Muy comprensible —comentó Bernard.

—Eso fue lo que todos pensaron —continuó Dorothy—. Se llevó a cabo una investigación. En el disparo no encontraron nada especial. Había sido hecho con un arma de tipo corriente. Tom Eccles tenía una, al igual que el padre de Marion, e innumerables personas de los alrededores.

—¿Y el terrateniente? —preguntó la tía Beatrice.

—Yo diría que él también. Varias personas oyeron el disparo. Tom Eccles no podía demostrar cuál era su paradero a esa hora y, en todo caso, le habían oído decir: «Te mataré por esto», durante la escena que se produjo con Marion algunas horas antes; en aquel momento estaba en un estado de histeria absoluta. El juicio no se alargó mucho. Parecía seguro que, dominado por unos celos excesivos, Tom Eccles había matado a Marion Jackson. Lo declararon culpable y ahorcaron. Eso ocurrió hace más de veinte años. Uno pensaría que se trataba de un crimen muy corriente, el tipo de cosas que han ocurrido una y otra vez.

—Ningún crimen es corriente —sugirió el tío Harold.

Dorothy se volvió para mirarlo.

—Está usted en lo cierto. Es por eso por lo que resulta tan fascinante estudiarlos. Como ya les he dicho, eso ocurrió hace mucho tiempo. Se cometió un crimen y un hombre fue condenado a morir en la horca por ese crimen. ¿Se les ha ocurrido alguna vez que pueden existir ocasiones en las que una persona pueda ser colgada por un crimen que no cometió, a pesar de que todas las pruebas señalen a esa persona como culpable?

—A mí sí —dijo Lucian con voz queda.

Dorothy asintió, mientras le dirigía una mirada de aprobación.

—Eso es precisamente lo que me interesó de este caso. Hace cinco años… es decir, quince después de que ahorcaran a Tom Eccles, un hombre escribió una carta a la prensa. Estaba en su lecho de muerte y, al parecer, llevaba mucho tiempo con la conciencia intranquila. Existía la posibilidad de que él fuera el asesino dé Marion Jackson, a pesar de que nunca la había conocido ni la había visto jamás.

—¿Pero cómo pudo ser entonces su asesino? —exclamó Gertie.

—Sí, es muy extraño y, a pesar de todo… plausible. Ese hombre se llamaba David Crane. Estaba en aquel bosque el día en que murió Marion. Su pasatiempo era la caza de palomas. Tenía su residencia en Devonshire, y se había tomado unas vacaciones para caminar sin rumbo hacia donde la suerte lo llevase. A veces se detenía en una posada; otras dormía al aire libre si el tiempo era bueno. Cazaba un conejo, una paloma o una liebre cuando la casualidad se lo permitía. En aquella ocasión en particular, se trataba de una paloma aquello contra lo que disparó. Erró el tiro y no pensó mucho en el asunto, pero luego se dio cuenta que fue en ese mismo sitio donde hallaron a Marion y empezó a meditarlo.

»Algunos años más tarde, regresó a ese mismo bosque; buscó el punto exacto en el que habían encontrado el cadáver de Marion y se le ocurrió que muy bien podría haber sido su disparo el que la mató. Las últimas palabras de Tom Eccles habían sido: «Juro por Dios que no maté a Marion». David Crane no consiguió olvidarlas nunca. Regresó nuevamente a ese bosque. Se encontró con el padre de Tom Eccles y habló con él del caso. El anciano estaba seguro de que Tom no había cometido el crimen. Había jurado que no estaba en el bosque en aquel momento pero ¡ay!, no podía demostrarlo. Era cierto que Tom tenía el tipo de arma que había efectuado aquel disparo, pero también lo tenían cientos de otras personas. «Tom nunca hubiera muerto con una mentira en los labios», declaró fervientemente el anciano, y ése fue el momento en que a David Crane comenzó a remorderle la conciencia.

Todos la escuchábamos muy atentamente. Dorothy estaba hablando de su tema favorito y sabía perfectamente cómo captar la atención de un auditorio.

—Y, ese anciano… ¿qué hizo al respecto? —preguntó interesado Lucian.

—Escribió esa carta en su lecho de muerte.

—¡Esperó hasta entonces!

—Debió de pensar que, aun en el caso de que se presentara, no habría podido ya salvar a Tom Eccles.

—No —dijo Lucian con firmeza—. No había nada que pudiese hacer ya por él.

—¡Qué cosa tan horrible para llevarla sobre la conciencia! —exclamó Lawrence.

—Yo puedo comprender sus sentimientos —agregó Lucian—. Los comprendo plenamente.

—Imagínense —dijo Dorothy—, a una persona normal que tenga que preguntarse: «¿He matado a alguien?».

—Eso tiene que haberlo atormentado durante muchos años —comentó Lucian—. Colgaron a un hombre inocente por lo que podría haber hecho él.

—Exactamente —continuó Dorothy—. El pobre hombre no supo cómo actuar. Tuvo que tener miedo de presentarse y confesar, y debió de haber razonado que ya nada podía hacer por Tom Eccles.

—Estaba en lo cierto. No tenía ningún sentido sacar el tema a la luz —señaló Lucian.

—Excepto, claro está, para dejar limpio el nombre de Tom Eccles —explicó Dorothy.

—Estaba muerto —dijo Lucian.

—Sí, pero su familia, no —puntualizó Lawrence—. Por ejemplo, su anciano padre. A la gente no le gusta tener asesinos en la familia, especialmente si han sido ahorcados. La gente habla de esas cosas. Son un estigma.

—Bueno —continuó Dorothy—, el caso es que no hizo nada hasta que estuvo a punto de morir. Entonces envió esa carta a la prensa. No hay duda de que alivió su conciencia.

—Después de todo —dijo Lawrence—, no podía estar seguro de que había sido él quien había efectuado el disparo fatal.

—No. Ése es el asunto. Se trataba sólo de que podría haberlo hecho él. Nadie lo sabrá jamás.

—Supongo que ese tipo de cosas han ocurrido con anterioridad —comentó Lucian, en tono interrogativo.

—Tiene que haber sido así —respondió Dorothy—, pero nunca nos hemos enterado.

—Si ocurrió de esa manera, fue un caso de asesinato involuntario.

—Es todo muy intrigante —agregó Lawrence—. Ya pueden ver por qué Dorothy tiene esa pasión.

La discusión había absorbido a todos los presentes y el humor había cambiado. Supongo que todos estábamos pensando en el pobre muchacho que había sido ahorcado por un asesinato que probablemente no cometió.

Cuando los invitados se marcharon, fui a sentarme a la sala con Gertie y los Hyson.

—Bueno, tía Bee —dijo Gertie—, creo que puedes felicitarte por ser una anfitriona con tanto éxito.

—Yo le tenía más miedo a ese sir Lucian —respondió la tía Beatrice con una risita—, pero ha resultado ser una persona muy cómoda de tratar.

—Tenías el surtido perfecto de invitados, ¿eh, vieja lista? —le aseguró Gertie—. Dorothy estuvo muy bien, ¿no os parece? Lo que dijo era realmente entretenido.

—Desde luego. ¿No estaba ese sir Lucian tremendamente interesado en el asesinato del que habló? —dijo la tía Beatrice—. Tanto como cualquiera de nosotros, diría yo.

*****

Una semana después de aquella cena, me sorprendió el recibir una carta de lady Crompton, en la que me decía lo siguiente:

Querida Carmel:

Lucian tendrá que marcharse durante algunos días, la semana que viene, y me alegraría mucho que pudieras venir a hacerme compañía. Siempre es muy agradable hablar contigo, y cuando Lucian está aquí tiende a monopolizarte. He pensado que, si estás de acuerdo, podríamos pasar unos días maravillosos. He disfrutado muchísimo con tus visitas y, como estoy incapacitada, me siento muy sola. Me alegraría mucho que pudieras venir.

No vaciles en decírmelo si no te resulta posible.

ISABEL CROMPTON

Me sentí bastante intrigada por aquella invitación, y escribí de inmediato para aceptarla.

Gertie encontraba la situación muy divertida.

—Esto sólo puede significar una de dos cosas —profetizó—. O bien van a concederte la aprobación materna, o van a contarte algún secreto horrible destinado a advertirte que te mantengas lejos de la casa.

—Oh, no seas tan absurdamente dramática —refunfuñé yo—. No se trata más que de una anciana dama enferma que busca un poco de compañía y distracción.

—¡Oh, qué divertido! ¡La vida es tan entretenida!

—¡Especialmente para aquellas personas cuya boda está muy próxima!

—O para aquellas que tienen un trío de pretendientes.

Uno de los mozos fue a buscarme a la estación, y me llevó a The Grange, donde se me dispensó una cálida acogida.

—Lucian se puso muy contento cuando se enteró de que ibas a venir. Lamenta mucho no poder estar aquí. Me ha estado hablando de la deliciosa cena que dieron tus amigos. ¡Cómo me hubiera gustado estar presente!

—Fue una reunión muy interesante, y los Hyson fueron muy amables por incluir a mis amistades.

—Estuvo habiéndome del doctor y la inteligente hermana que tiene. Deduzco que son muy buenos amigos tuyos.

—Oh, sí. El doctor era amigo de mi padre, y volví a encontrarme con él en el barco que me traía de vuelta desde Australia.

—Sí, Lucian me lo comentó.

Más tarde, durante la velada, me habló un poco del matrimonio de Lucian.

—Fue una desgracia. Algo muy poco propio de Lucian. Esa chica… no era en absoluto la adecuada para él. Por supuesto, era muy bella. Supongo que se dejó llevar por eso. Los hombres jóvenes son unas criaturas muy tontas. Desde el momento en que ella entró en la casa, yo supe que las cosas no saldrían bien. Espero que ahora pueda hacer un matrimonio sensato. El apellido ha estado en la familia durante trescientos años. En familias como la nuestra, uno siente que tiene obligaciones.

—Si Bridget hubiera sido un varón… —dije yo.

—Más bien me alegro de que no lo sea. Con una madre como la suya…

—Parece una niña muy inteligente y deliciosa.

—Los niños pueden ser deliciosos. No, me alegro de que sea una niña. No me hubiera gustado que el hijo de esa mujer fuese el heredero. Yo me pregunto si era hija de Lucian, ¿sabes?

—¿Qué le hace pensar eso?

—No lo sé. Todo fue muy precipitado y equívoco desde el mismo principio. No creo que él estuviera realmente enamorado de ella. Me imagino que lo engañaron de alguna manera. Fue una época horrible. Yo me sentía muy desdichada.

—¿La perturba hablar del asunto, lady Crompton?

—No, mi querida niña. Quiero que lo sepas todo. Él nunca la quiso, en realidad. Hay cosas que yo no consigo entender. En Lucian hay algo muy secreto, a veces. Antes no solía ser así. Era un chico muy franco… si entiendes a qué me refiero. Muy sereno. Sabía tomárselo todo a bien. Ahora está cambiado. Así, de repente, se volvió… bueno… melancólico. Diría que introspectivo sería la palabra más adecuada… reflexivo… como si algo lo preocupase. Me alegro enormemente de que le guste tu compañía.

—Me alegro de saberlo. A mí me gusta mucho la suya.

—¿Y ese amigo tuyo… el doctor…?

—¿Lawrence Emmerson?

—El que tiene la hermana inteligente. Lucian se hacía preguntas con respecto a ellos. No estoy segura de si le gustan o no. El doctor es soltero, ¿no es así?

—Sí.

—Atractivo, presentable… dominado por la hermana. ¿Es cierto todo eso?

—Bueno, no realmente dominado. Se quieren mucho y ella lo cuida. Está completamente dedicada a esa tarea. Es una persona de carácter muy fuerte. Cuando ella le dice a uno lo que cree que debería hacerse, la mayoría de las veces uno descubre que tiene razón. Es muy práctica, y verdaderamente maravillosa como persona.

—Y obviamente son grandes amigos tuyos.

—Sí, muy buenos amigos.

—Tanto como Lucian y yo, supongo.

—Sí, supongo que sí. Resulta difícil hacer comparaciones.

—Lucian es un buen hombre, ¿sabes? Su matrimonio salió muy mal, y ese tipo de cosas suele afectar a las personas. Nada me contentaría más que verlo feliz. Tiene que ser feliz. Tiene una gran capacidad para serlo. Me gustaría ver que rompe completamente con el pasado. Es difícil, porque siempre hay… consecuencias.

—¿Se refiere usted a Bridget?

—No tanto a Bridget… como a esa mujer que la cuida.

—Jemima Cray.

Ella asintió con la cabeza.

—Mientras ella esté aquí, nunca podremos dejar atrás el pasado. Ella nos lo recuerda constantemente.

—Ya comprendo lo que quiere decir, pero esta casa es de ustedes. Supongo que, si le dicen que se marche, no tendrá más remedio que hacerlo.

—Yo la despediría de inmediato y le diría que se marchara, pero Lucian no quiere ni oír hablar del tema.

—¿Por qué no?

—Parece que ella le prometió a Laura que se quedaría. Ella blande esa excusa contra nosotros, aunque no se habla a menudo de ello. Yo le he dicho a Lucian: «Laura está muerta. Nosotros cuidaremos de la niña. ¿Por qué permites que esa mujer permanezca aquí?». Pero él dice que era el deseo de Laura, y esa criatura siniestra continúa aquí. A mí no me gusta en absoluto, pero supongo que, a causa de esa promesa hecha a una moribunda…

—Ella quiere mucho a la niña, y la niña a ella.

—Eso no lo dudo. Pero, a pesar de todo… —Descansó una mano sobre una mía—. Yo creo, mi querida, que entre tú y yo haremos algo para solucionar todo esto.

Yo me quedé atónita, pero ella me sonrió serenamente.

Entonces supe que, si Lucian me pedía en matrimonio, yo contaría con la aprobación ferviente de lady Crompton.

*****

Pasé toda la mañana siguiente en su compañía, pero no hizo más referencia al matrimonio de Lucian. En cambio, me enseñó algunos de los tapices que hacía antes de que la actividad se convirtiera en un esfuerzo excesivo para su vista.

Por la tarde su reumatismo comenzó a causarle dolores muy fuertes y, tras disculparse profusamente, me dijo que se retiraría a su dormitorio a descansar. ¿Podría entretenerme por mi cuenta?

Yo le respondí que no tendría ningún problema, y decidí salir a dar un paseo.

Resultaba inevitable que mis pasos me condujeran a Commonwood House. Era la primera vez que salía sola desde que visitaba The Grange. De haberlo hecho antes, probablemente hubiera encontrado irresistible el impulso de echarle otra mirada a la casa. Ahora tenía la oportunidad.

Allí estaba, triste y ruinosa, pero familiar para mí a pesar de todo. Al verla, surgieron en mi interior muchas emociones contradictorias.

Pasa de largo, me aconsejé a mí misma. ¿Qué vas a sacar de positivo si te acercas más? Sólo me entristecería. Pero, al pasar cerca, me encontré dirigiendo mis pasos hacia la puerta de la verja. Sólo una mirada rápida, me prometí, y luego te marcharás a toda prisa.

Avancé por el sendero. Apenas podía ver la casa por culpa de los setos, que estaban demasiado crecidos. Tenía el aspecto misterioso de las casas en ruinas. Podía imaginar que desde las ventanas rotas me observaban muchos ojos. Los ojos de aquellos que en otro tiempo habían habitado la casa: la señora Marline, la señorita Carson, el pobre y triste doctor.

Regresa, me dije. ¿Qué sentido tiene todo esto? Pero continué avanzando.

Me encaminé hacia la puerta. Vi la cerradura rota. Me contuve para no empujar la puerta y abrirla, y en lugar de eso rodeé la casa. Vi que las paredes estaban húmedas y los cristales llenos de polvo. Me pregunté a quién pertenecería entonces. ¿A Henry? ¿Por qué la dejaba en aquel estado? ¿Dónde estaría Henry, en aquel momento? Lucian no lo sabía. Habían perdido el contacto cuando Henry se marchó a casa de tía Florence con sus hermanas.

Estaba en la parte del jardín donde Tom Yardley me había encontrado debajo del arbusto de azalea. Ahora estaba marchito, sofocado por las malas hierbas. Allá estaba el lugar al que Tom Yardley solía sacar la silla de ruedas. Me volví para mirar las puertaventanas de la habitación en la que ella había muerto.

Era todo demasiado deprimente. Había sido una tontería por mi parte llegar hasta allí. ¿Qué estaba consiguiendo con aquello?

Miré hacia el bosque y vi una columna de humo que se elevaba de él.

Los gitanos, pensé. Deben de estar acampados allí.

Se me levantó el ánimo al pensar en esa posibilidad. Tenía que ver si se trataba del mismo clan que acampaba en ese lugar cuando yo era niña. Quería huir de aquella sensación de desolación que me había transmitido la casa. Quería ver a los niños jugando en torno a los carromatos.

Había un seto que separaba el jardín del linde del bosque. Recordaba que había un agujero por el que yo pasaba cuando era niña. Lo encontré. Atravesé por allí y comencé a caminar entre los árboles hasta llegar al claro.

Allí estaban los carromatos. Los niños jugaban sobre la hierba; se veía a unas cuantas mujeres acuclilladas que tallaban madera para hacer pinzas de ropa. Nada parecía haber cambiado.

¿Era posible que se tratara del mismo grupo? Había oído decir que los gitanos de todo el país regresaban siempre a los mismos lugares. Si eso era verdad, y podía ver a Rosie Perrin y Jake, sería algo muy interesante.

Al acercarme, vi un carromato sobre cuyos escalones estaba sentada una mujer. Se parecía notablemente a Rosie Perrin, pero, por otro lado, existía cierto parecido entre las mujeres gitanas.

Los niños ya habían detectado mi presencia, cosa que supe por el profundo silencio que se hizo entre ellos. Me estaban observando, y las mujeres levantaron la vista de su trabajo.

Entonces, una voz que recordaba muy bien, me llamó a gritos.

—¡Pero bueno! ¡Si es Carmel que vuelve a visitarnos!

Yo eché a correr. La mujer que estaba sentada en los escalones era efectivamente Rosie Perrin.

Descendió hasta el suelo y nos quedamos sonriéndonos y mirándonos largamente.

—¿Dónde has estado, Carmel? —me preguntó.

—En Australia —le respondí.

Ella profirió aquella risa franca que yo recordaba muy bien.

—Sube, sube y cuéntamelo todo.

Yo la seguí escalones arriba y entré en el carromato, que estaba exactamente igual que lo recordaba. Ella me rogó que me sentara con una mirada que destellaba de placer y de emoción.

—Te marchaste justo cuando comenzó el problema. Me enteré de todo. Fue una cosa muy seria. Commonwood es una casa perseguida por la tragedia.

Le hablé de que Toby era mi padre y del viaje que habíamos hecho a Australia.

Ella asintió con la cabeza.

—Él no quería que te vieras mezclada en todo eso. Eras una niña. Los otros chicos también se marcharon.

Le conté todo lo que me había ocurrido durante aquellos años, que sabía que Zíngara era mi madre, y cómo había llegado a estar de visita en The Grange.

—¿Y habéis continuado viniendo a este lugar desde que yo me marché? —inquirí.

Ella volvió a asentir con la cabeza.

—Hemos visto cómo la casa se iba viniendo abajo. ¿Para qué sirve ahora? Es una ruina. Nadie vivirá allí. Se derrumbará del todo… hasta convertirse en nada.

—¿Por qué? ¿Por qué?

—Porque las casas tienen vida propia. Ocurre algo en su interior y la memoria perdura en ellas. Yo misma lo siento cuando paso cerca. A veces miro en dirección a ella y hasta mí llega un suspiro.

—¿Un suspiro?

—Está en el viento… en el aire. Es una casa desdichada.

—No es más que ladrillos y cemento, Rosie.

Ella negó con la cabeza.

—Los gitanos podemos sentir ese tipo de cosas. Continuará así hasta que…

—¿Hasta cuándo?

—Hasta que alguien consiga hacerla feliz de nuevo.

—Tendrá que ser derruida hasta los cimientos para construir otra casa… una Commonwood nueva.

—Y tendrán que convertirla en una casa feliz.

—Nunca fue realmente una casa feliz, Rosie. La señora Marline no permitía que lo fuera.

—Ahora ella está muerta —dijo Rosie—. Descanse en paz. Ella proporcionó infelicidad a lo largo de su vida y a causa de su muerte. Todos sentían más lástima por ese pobre doctor que por ella.

—No puedo soportar pensar en él. Incluso antes de saber qué había sido de él… durante todos estos años que he permanecido lejos, pensaba en el doctor de vez en cuando.

—Ah, mi niña, lo que ocurrió ayer puede, a veces, decidir lo que ocurrirá hoy. A lo largo de nuestras vidas, siempre hay ayeres que no olvidaremos jamás. Pero éste es un feliz reencuentro entre nosotras dos. Disfrutemos de él. Cuéntame todo lo que te ha ocurrido hasta ahora.

Así que le hablé con todo detalle del viaje con Toby, y de Elsie, que había sido una segunda madre para mí; le conté que Elsie era, de hecho, la esposa de Toby, pero que, a pesar de que se querían mucho mutuamente, no se llevaban bien como marido y mujer.

Ella asintió sabiamente.

—Sí, él era ese tipo de hombre. Lo sé por Zíngara. Muchos lo querían. Era un hombre que daba muchas cosas y recibía cariño a cambio. Tuviste un padre maravilloso, Carmel, y tienes una madre maravillosa. Yo digo eso a pesar de que muchos no estarían de acuerdo conmigo.

—¿Dónele está Zíngara ahora?

—Ya no se dedica al espectáculo. Lo dejó. Le contaré que he vuelto a verte. Dime dónde estás viviendo y yo se lo comunicaré, para que pueda escribirte. Es inteligente y sabe escribir. Se lo enseñó un caballero que vino aquí para estudiar nuestra vida de forma directa. Iba a escribir un libro sobre los gitanos. Alquiló uno de los carromatos y vivió entre nosotros durante todo un año. A nosotros no nos molestaba. Nos pagaba bien y resultaba entretenido. Por supuesto, se fijó en Zíngara. Ella debía de tener entonces unos ocho años, y era la criatura más adorable del mundo.

Rosie hizo una pausa y sonrió hacia la nada.

—Le enseñó a leer y escribir. A ella, él la encantaba. Siempre quería saber un poco más que los demás. Leía y leía. Y cuando aquel hombre se marchó y escribió su libro, no se olvidó de ella. Trajo aquí a otro hombre y ella bailó y cantó y ése fue su comienzo. De vez en cuando viene al campamento a verme.

—Ojalá estuviera ahora aquí. ¿No crees que debería escribirle?

Ella guardó silencio durante un minuto.

—Te diré lo que haremos. Tú me anotarás la dirección en la que te alojas, y yo se la haré llegar. Entonces, ella hará lo que crea más conveniente.

—Creo que ésa es una buena idea.

Saqué un lápiz del bolsito que llevaba y arranqué una hoja de mi libreta de notas.

—Ahora soy Carmel Sinclair, no March —le expliqué—. Mi padre pensó que debía llevar su apellido.

Anoté la dirección de los Hyson y se la entregué.

Ella asintió y se la metió en el bolsillo.

Luego me preparó un té fragante como los que había tomado en otra época en aquel mismo carromato, y nos sentamos a beberlo y charlar. Todavía quedaban muchas cosas que quería contarle, y ella me hizo muchas preguntas.

Luego me di cuenta de que había estado ausente durante mucho tiempo, y que lady Crompton estaría preguntándose qué se había hecho de mí.

*****

Gertie se casó a la semana siguiente. En la casa había una conmoción agotadora. Todo había sido planeado hasta el menor detalle. La recepción tendría lugar en la casa, después de la ceremonia, y luego Gertie y Bernard se marcharían a Florencia para pasar tres semanas de luna de miel. Cuando regresaran, se instalarían en la casa, que ya estaría aguardándolos.

Lucian, Lawrence y Dorothy estaban presentes, y los Hyson invitaron a numerosos amigos suyos; además, estaban los familiares de Bernard. A la tía Beatrice le preocupaba cómo iba a hacer para hospedar a todos en la casa.

Gertie se hallaba en un estado de éxtasis, y Bernard era claramente un hombre muy satisfecho.

Fue dos días antes de aquella ceremonia, cuando recibí una carta escrita con una letra que me era desconocida. El corazón me latía con fuerza cuando la miré, porque algo me decía que era una carta de Zíngara.

Y estaba en lo cierto.

Mi querida Carmel:

Me alegró mucho recibir tu dirección de parte de Rosie. ¡Hace tanto tiempo que me preguntaba qué sería de ti! Por la dirección de arriba, verás que ahora estoy viviendo en un lugar llamado Castle Folly, en Yorkshire. No es realmente un castillo, pero ya lo verás cuando vengas de visita, lo que espero que será muy pronto.

Tendrás que quedarte a dormir, ya que no puedes realizar el viaje de ida y vuelta en el mismo día. Envíame una carta, por favor, y hazme saber el día de tu llegada.

ZÍNGARA (ahora soy la señora Blakemore).

Releí la carta y pensé: «Le escribiré de inmediato. Iré a verla tan pronto como me sea posible. Tendré que esperar hasta después de la boda, claro está, y luego quizá no sea correcto dejar a la tía Beatrice sola de inmediato. Echará de menos a Gertie, aunque sólo será por poco tiempo; pero tengo que escribir y fijar la fecha de mi viaje… quizá para dentro de una semana. Eso dará tiempo para la boda y un pequeño intervalo posterior».

Así pues, eso fue lo que hice.

*****

La respuesta de Zíngara fue entusiástica. Estaba deseando locamente verme; en cuanto a mí, apenas podía contener la impaciencia.

La boda había terminado. No había surgido ninguna de las dificultades a las que la tía Beatrice tanto temía. La pareja de recién casados se había marchado a Florencia y todos echábamos mucho de menos a Gertie. Yo no ignoraba el cambio que había representado su regreso para la tía Beatrice, pero ahora me daba cuenta de que era aún mayor de lo que yo había advertido.

Me confesó que era una vieja egoísta porque la buena suerte le había entregado a Gertie mientras que se la había robado a su madre, y ella no podía evitar alegrarse de eso.

—Gertie y yo éramos muy buenas amigas en los viejos tiempos —me explicó—, pero ahora, tenerla tan cerca… realmente como si fuera mi propia hija… ha sido maravilloso. Yo me lo he ganado… pero pienso en mi pobre hermana.

—Ella tiene a James —le dije yo.

—Nunca imaginé que se marcharían a buscar fortuna en Australia. Ahora tengo que proveer la nueva casa de todo aquello que puedan necesitar los muchachos cuando regresen. Tú tienes que ayudarme, Carmel.

—Lo haré, pero antes tengo que hacer una visita a Yorkshire. Allí vive alguien a quien tengo que ver.

No le revelé que se trataba de mi madre. No se lo había dicho a nadie. Tenía que averiguar cómo reaccionaría Zíngara, antes de proporcionarles dicha información a los demás.

*****

Lucian me dio las gracias por visitar a su madre.

—Me ha dicho que disfrutó mucho al tenerte en casa. Fue muy amable por tu parte quedarte con ella.

—Yo me lo pasé muy bien. Ella fue encantadora conmigo.

Él me miró con expresión meditativa.

—Hay muchas cosas de las que quiero hablar contigo —me dijo—. Tenemos que encontrarnos… un día de éstos… dentro de poco.

Yo pensé: Las bodas producen un efecto muy peculiar sobre algunas personas. Tras aquella observación de mi amigo se escondía un propósito determinado. Quizá se debió a todas las indirectas de Gertie que yo llegara a preguntarme si él me quería lo suficiente como para desear casarse conmigo. Yo me sentía insegura con respecto a mis sentimientos y los suyos. Había algo que hacía que me contuviese… algo que yo misma no comprendía. Cuando pensaba en el muchacho que había sido y en cuánto lo adoraba yo entonces, quería que fuese exactamente así en el momento presente; pero había cambiado. Había sucedido algo… y había su matrimonio, por supuesto. ¿Qué era lo que había dicho Rosie? Nuestros ayeres tienen que dejar siempre huella en nuestro hoy,

¡Cuán diferentes eran las cosas con Lawrence! Tenía la sensación de saber exactamente qué estaba pensando en cada momento, cómo iba a reaccionar exactamente ante cualquier situación. En Lawrence no existía misterio alguno.

—Hay algo en las bodas que lo afecta a uno profundamente —estaba diciendo Dorothy—. ¡Qué felices parecen los dos!

Me dirigió una mirada anhelante. Ella no deseaba el matrimonio para sí sino para Lawrence, y tuve la sensación de que abrigaba la esperanza de que yo hiciera realidad aquel deseo.

*****

Llegué, por fin, a Yorkshire en un soleado día otoñal.

Zíngara estaba esperándome en la estación, y advertí que había cambiado un poco desde la última vez en que la había visto, alrededor de diez años antes. Tenía un aspecto más sereno, aunque sus cabellos continuaban siendo magníficos, con aquellos tirabuzones negros y brillantes sujetos en lo alto de la cabeza. De las orejas le colgaban unos pendientes grandes y pesados, y sus oscuros ojos eran tan vivos y hermosos como antaño. Llevaba una capa de color azul marino bajo la cual se veía un vestido escarlata. Hubiera sido fácil fijarse en ella aunque estuviera en medio de una multitud.

Vino hacia mí con los brazos abiertos.

—¡Mi adorada hija! —exclamó—. Estoy tan contenta de que hayas venido…

Luego me apartó, sujetándome con los brazos extendidos, y me miró detenidamente.

—Has crecido —comentó—. Ya no eres una niña; y yo… yo me he convertido en una anciana dama.

Me eché a reír.

—¡Vaya disparate! Nadie podría llamarte anciana dama, precisamente.

—Mi vida ha cambiado, Carmel. Ya no me dedico a cantar y bailar. Pero dejemos eso para más tarde. He traído el coche de dos ruedas, que conduzco yo misma, y en él te llevaré hasta mi casa, Castle Folly.

—Me resulta muy emocionante estar aquí.

—Tenemos muchas cosas que contarnos la una a la otra, pero antes tengo que ponerte al día en algunas cosas. Ahora soy la señora Blakemore. Tengo un esposo; es un hombre viejo, dueño de Castle Folly. No es un castillo de verdad. Él quería tener un castillo, así que lo hizo construir… en las ruinas de uno que había en sus tierras. Tenemos torres almenadas… dispersas por aquí y por allá… los restos del salón de banquetes. Te aseguro que son las ruinas más maravillosas, y a Harriman le gustan mucho porque quería tener un castillo y ahora tiene uno propio.

—Parece ser un hombre muy interesante.

—Lo es, ya lo creo; y ha sido muy bueno conmigo, así que, llegado el momento dejé que me trajera a su castillo. Estoy segura de que os caeréis muy bien el uno al otro.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque es lo que yo deseo y él siempre hace lo que yo deseo. Pero vamos a dejar las conversaciones para un momento más adecuado. ¿Éste es tu equipaje? Vamos.

Yo me senté junto a ella, y partimos.

—Estamos junto a los páramos. ¿Has estado alguna vez en los páramos de Yorkshire? Son los más hermosos del mundo. El viento aquí es fresco, y a mí la caricia del viento me resulta tan emocionante como un auditorio que aplaude y grita bravo. Para mí, es así, pero no hay que olvidar que soy gitana. ¡Adoro la sensación del viento en mis cabellos! A veces me quito las horquillas y dejo que se agite a mí alrededor. Te aseguro, cariño mío, que estos atavíos convencionales me los puse para venir a recogerte, pero me verás cambiar.

Yo reí con deleite. No había esperado que una visita a casa de Zíngara fuese convencional, y aquélla prometía ser inequívocamente insólita.

Viajamos durante unos quince minutos antes de que comenzara a ver los páramos; era un territorio yermo y abierto con rocas que asomaban aquí y allá y finos hilos de agua que brillaban entre aquellas superficies rocosas. Era un espectáculo asombroso.

—Ahora estamos en los páramos —me explicó ella—. Por los alrededores hay una o dos casas… no muchas más. Mira hacia allí. ¿Ves aquel edificio enorme? Cuando nos aproximemos más, te darás cuenta de que es una ruina. ¡Castle Folly!

Podía verlo con toda claridad, con los restos de sus torres y torreones. Efectivamente, tenía la apariencia de una construcción que en otra época había sido magnífica.

Zíngara se echó a reír.

—Bueno, si no puedes heredar uno, ¡constrúyelo tú mismo! ¿Qué tiene eso de malo?

—Nada en absoluto, sin duda.

—La casa está en los terrenos adyacentes, y parece bastante insignificante si se la compara con el castillo… pero es cómoda. Tenemos a un matrimonio que la cuida, y, aparte de ellos, sólo vivimos aquí Harriman y yo. La vida es muy extraña. Jamás hubiera pensado que mi destino sería éste.

Poco después vi la casa, que parecía haber sido construida a mediados de siglo, cuando la elegancia del estilo georgiano había sido sustituida por el más pesado de la era industrial. El edificio tenía un aspecto sólido, destinado a soportar las inclemencias atmosféricas, que supuse que serían crudas en aquellos páramos, al llegar el invierno. La casa tenía un aspecto robusto y fuerte.

—Ésta es la casa llamada Castle Folly. No parece adecuársele demasiado el nombre, ¿verdad?, hasta que uno mira en torno y advierte a qué se refiere.

Condujo el coche hasta la casa y, al acercarse, salió del interior un hombre.

—Éste es Tom Arkwright, y allí está Daisy. Hola, Daisy. Ésta es la señorita Carmel Sinclair. Ya saben que se quedará a pasar unos días con nosotros. Éstos son Tom y Daisy, Carmel. Ellos son los pilares de esta casa.

Tom, un hombre que me pareció austero por naturaleza, torció la boca en una especie de sonrisa reticente.

—¿Cómo está usted, señorita? —me saludó Daisy, una mujer menuda y de aspecto activo, fuerte y enormemente eficiente—. Bienvenida a Yorkshire.

—Ellos dos son quienes mantienen en funcionamiento todo esto —me explicó Zíngara, mientras les dirigía una sonrisa brillante—. No sé qué haría si me faltaran.

—He preparado unos bollos y un poco de café para ustedes, señora. —Dijo Daisy—. Supuse que la joven dama desearía comer algo después del viaje en tren.

—Fantástico. Ven a probar los bollos de Daisy y toma un poco de café antes de que enfríe. Luego te llevaré a recorrer la casa y te presentaré a Harriman. Daisy hace los mejores bollos de Yorkshire.

—No diga tonterías, señora. —Exclamó Daisy.

Me llevaron a una habitación en la que había una enorme cantidad de bollos sobre una mesa, acompañada de tazas, platillos, una cafetera y una jarra de leche caliente.

—Tom subirá tu equipaje a la habitación; luego te enseñaré dónde está el dormitorio que te hemos preparado, y podrás conocer a Harriman.

Cuando se cerró la puerta y nos quedamos a solas, ella bajó la voz y me dijo:

—Tom y Daisy son maravillosos, pero hay que obedecerles. Son personas hoscas, no toleran ninguna tontería, y si uno quiere llevarse bien con ellos debes recordar que valen tanto como cualquiera; y, por cierto, esperan que comas. Su forma de darte la bienvenida es ofrecerte alimentos buenos y abundantes. Daisy es una cocinera excelente, y puedes confiarles a ella y a Tom todo lo que tengas. Ahora, debes hacerles justicia a sus bollos.

Estaban calientes, tenían muchas especias y me parecieron deliciosos.

—Comérselos no resulta un sacrificio demasiado duro —me dijo Zíngara con una sonrisa.

El café era bueno y estaba caliente.

—Ellos dos piensan que estoy un poco loca —me explicó Zíngara—, pero inventan excusas para mí.

Y a continuación me contó cómo había llegado a vivir en aquel lugar.

—Es el último lugar del mundo en que hubiera pensado establecerme. Verás, estoy haciéndome vieja. Ya sé que vas a contradecirme, pero es verdad, estoy haciéndome vieja para el baile; y yo realmente era bailarina. En cuanto a cantar… bueno, resultaba un acompañamiento adecuado pero por sí sólo no era lo suficientemente bueno. Quería retirarme mientras aún estuviera en la cúspide de la gloria. ¿Lo comprendes?

—Sí, por supuesto.

—Harriman fue siempre un amigo excelente para mí. Tengo muchas amistades, pero Harriman ha sido siempre el único en el que he podido confiar y apoyarme; y cuando uno ya no es joven, lo que necesita es seguridad. Yo lo conocía desde que era una niña, porque había venido a vivir al campamento para estudiarnos, y permaneció entre nosotros durante todo un año. Fue entonces cuando comenzó esta maravillosa amistad.

—Rosie me habló de ello.

—Una noche… en el escenario… sentí un dolor en una pierna. Sabía que no podía cansarme tanto como antes. Lo oculté, claro. En aquel momento no fue nada muy grave… Tan sólo una señal. Fui al médico, y me dijo que estaba exigiendo demasiado de mi musculatura, y que si dejaba de hacerlo no tendría más problemas. Debía disminuir la marcha, y eso fue más que suficiente para mí. «No puedo esperar a que me abucheen», le dije a Harriman, y él me respondió: «Rosaleen, tienes que casarte conmigo». Él siempre me llamó Rosaleen, que es mi verdadero nombre; Zíngara es el artístico. Aquella frase me cogió por sorpresa. No había pensado en ello, pero Harriman toma las decisiones con mucha rapidez. «Quiero tener un castillo», me explicó, «y la única manera de conseguirlo algún día es hacerlo construir». De la misma forma, se dijo: «Si Rosaleen tiene que abandonar el escenario, debe casarse conmigo».

—¿Así que te casaste con él?

—Al final me di cuenta de que era lo mejor. Necesitaba a Harriman. Me sentía abatida. Había llevado una vida emocionante en los escenarios durante demasiado tiempo. ¿Cómo iba a poder renunciar a ella? Tenía bastante dinero, sí, pero ¿qué haría a partir de entonces? ¿Regresar con los gitanos? Era algo que siempre me había atraído. No los había olvidado en ningún momento de mi vida, pero Harriman me dijo: «No, eso no te satisfaría. Pasarías el tiempo pensando en tu antigua vida artística de la misma forma en que antes pensabas en la vida con los gitanos. Debes casarte conmigo y venir a mi castillo de Yorkshire. Podrás pasearte por los páramos y sentir la alegría de la vida gitana, y al mismo tiempo disfrutar de las comodidades a las que te has habituado».

—Y así lo hiciste.

—Ya verás cómo funciona. Bueno… te has comido dos bollos. Creo que eso ya es algo. No se sentirán demasiado decepcionados. Ahora te llevaré a tu dormitorio, y podrás deshacer las maletas y lavarte las manos. Luego te presentaré a Harriman.

Era una habitación espaciosa, con ventanas grandes que daban a los páramos. La vista me encantaba y me sentía llena de alegría. Estaba completamente fascinada con mi madre y esperaba ansiosamente más revelaciones.

Harriman constituyó la siguiente sorpresa. Era realmente viejo, y más tarde supe que tenía setenta años. Era alto y delgado, y tenía un rostro anguloso parecido al de un águila.

Me tendió una mano, estrechó la mía y me estudió atentamente.

—No puedo ponerme de pie —me explicó—. Actualmente no soy más que un viejo carcamal. Pregúntaselo a Rosaleen.

—No es cierto —aseguró mi madre—. Lo que ocurre es que tiene las rodillas un poco débiles.

Resultaba obvio que Harriman Blakemore era un hombre de lo más insólito. Su obsesión con el castillo era por sí misma una prueba de ello, y cuanto más descubría de aquella casa poblada por personas originales, más deseos sentía de continuar descubriendo cosas.

Harriman y mi madre eran dos de las personas de mente más vivaz que yo hubiera conocido hasta entonces. Hablaban continuamente, y mi madre me asombró con sus conocimientos sobre algunos temas. Yo supuse que aquello nacía de su relación con Harriman. Se conocían desde que ella era una niña, cuando él había ido al campamento y la encontró allí. En una ocasión dijo que había realizado aquella experiencia para conocer a los verdaderos gitanos y había hallado a Rosaleen, que no se parecía en nada a los demás. Fue él, claro está, quien le pagó los estudios, formó su carácter, hizo de ella la mujer que yo conocía. Había sido por mediación de él que mi madre había conocido al empresario artístico que la ayudó a desarrollar su talento artístico. Harriman la había guiado a través de la vida.

Era un hombre adinerado, que había tomado parte en varias empresas financieras, había viajado muchísimo y, al llegar a los cincuenta, se había retirado para dedicarse sólo a los negocios y sus aficiones, entre las que obviamente estaba la de estudiar a los gitanos y escribir un tratado sobre ellos; la construcción de Castle Folly era otra. En aquel momento, su cuerpo estaba inactivo pero su mente conservaba toda la vivacidad.

Me contó que había llevado una buena vida, y que ahora se sentía tan satisfecho como en cualquier otra época anterior.

—Eso, mi querida Carmel —me dijo—, es una vida de éxito. El éxito es satisfacción. ¿No es por eso por lo que nos afanamos todos? No es la fama y la fortuna, ni tampoco el placer de un momento. ¿De qué sirve algo tan efímero? Lo que desean todos los seres humanos es la felicidad. El error que comete la mayoría es buscar cosas que sólo proporcionan una satisfacción pasajera. He llevado una buena vida y ahora que he llegado a la vejez, tengo mi propio castillo, al que veo desde las ventanas; mi obsesión, lo llaman. Creo que es una suma de mis logros, de mi éxito. Ya lo ves, Carmel, soy un hombre feliz.

No era un hombre que hablara demasiado de sí mismo, pues sentía un profundo interés por los demás. Mi madre me contó que se interesaba por toda la gente que conocía, y que quería saberlo todo de los demás. Podía referir detalles de las vidas de Daisy y Tom Arkwright, los cuales les había sonsacado para su propio asombro, decía mi madre con absoluta convicción, pues ninguno de ellos tenía tendencia a mostrarse locuaz.

Quiso que le hablara de mi vida en Australia, y me encontré contándole detalles acerca de los Forman, entre los que estaban el episodio con el «hombre-ocaso» y la marcha de James a los yacimientos de ópalos.

Estaba tan absolutamente fascinada por todo lo que me había encontrado en Castle Folly, que creo que por primera vez desde la muerte de Toby no pensé en él ni una sola vez.

Mi madre me llevó a ver el carromato que Harriman había hecho instalar.

—Él dice que tengo tanto de gitana, que nunca podré perderlo del todo. Nunca olvidaré que nací en un carromato y pasé en él la primera etapa de mi vida. Tengo sangre gitana en las venas, y eso significa, mi querida, que tú, que eres una parte de mí misma, también tienes que tenerla. A veces siento la necesidad de estar sola; entonces vengo aquí y me siento en los escalones. Siento el silencio a mí alrededor y estoy a solas con la naturaleza. Luego regreso a casa y Harriman está allí, mi guía, mi guardián, como siempre lo ha sido. En esos momentos sé que él tenía razón. Pertenezco a dos mundos… y él ha hecho posible que viva en ambos porque sabía que no podía ser completamente feliz si vivía en uno solo de ellos.

—¿Y eres completamente feliz? —le pregunté yo—. Tiene que resultar un gran contraste comparado con los días del teatro, cuando eras la estrella de la ciudad.

Ella se echó a reír.

—Nunca lo fui. El mío fue un éxito moderado, aunque oí los aplausos del público de Londres, París y Madrid. Era algo embriagador, pero Harriman siempre me previno contra la posibilidad de concederles demasiada importancia a los éxitos efímeros. Me recordaba que las simpatías del público son mudables. Los favoritos llegan y pasan, y es muy desmoralizador convertirse en un ídolo caído. Es mejor no haber sido jamás un ídolo. Él me enseñó a conceder una importancia relativa a ese tipo de éxitos.

—¡Qué profesor tan maravilloso tiene que haber sido!

—Bendigo el día en el que decidió venir a nuestro campamento.

—Creo que él también lo bendice.

—Pero tú piensas que es una situación extraña, ¿verdad? Este hombre anciano y esta mujer… del tipo que puedes suponer que yo era. Lo que ocurre es que Harriman no es viejo. No podría serlo jamás, porque tiene la mente más joven que puedas encontrar, y nunca deja de hechizarme. Por lo que a mí se refiere, he llevado lo que podría llamarse una vida aventurera, y a los cuarenta y cinco años me he instalado en lo que podríamos definir como un retiro del mundo. ¿No te parece asombroso? ¡Ah, Carmel, tenemos tantas cosas que contarnos la una a la otra!

Cada día estaba lleno de cosas interesantes. Rosaleen —yo pensaba en ella con ese nombre porque Zíngara era la bailarina— estaba en lo cierto al afirmar que teníamos muchas cosas que decirnos. Nos pertenecíamos mutuamente. Éramos madre e hija y necesitábamos desesperadamente compensar todos los años que habíamos perdido.

Caminábamos mucho, porque ella quería que yo conociese la magia de los páramos. Solía soltarse el cabello y dejarlo al viento; encontramos una roca en la que podíamos apoyar la espalda, y allí nos sentábamos a charlar. A menudo me llevaba al carromato y allí preparaba té de hierbas del tipo que solía darme Rosie Perrin. Hablaba de Toby y me sorprendí al comprobar que era capaz de mantener conversaciones sobre él sin sentir la abrumadora tristeza de antes.

—Era un hombre maravilloso —me dijo ella—. Yo lo amé y él me amó a mí, a su manera. Era una persona que podía querer a mucha gente al mismo tiempo, aunque el gran amor de su vida era su hija. Yo no era demasiado joven cuando nos conocimos; en realidad, tenía veintitrés años, es decir, más que tú en este momento. Estaba abriéndome camino en el mundo del teatro, y a pesar de que Harriman estaba detrás de todo y me daba su apoyo, no éramos tan amigos como nos hicimos más tarde. Estaba interesado por mí, pero tenía muchísimos intereses más. En aquella época se encontraba fuera del país. Durante toda mi vida, he pasado momentos en los que añoraba la vida gitana… el viajar de un lado a otro… la carretera… el aire fresco… la libertad. Entonces regresé. Supongo que ya has deducido que Rosie es mi madre. Ella siempre me comprendió, y estaba tremendamente orgullosa de lo que yo había hecho. Pienso que cree que mi carrera era mucho más brillante de lo que fue en realidad. Siempre se alegraba enormemente cuando iba a visitarla.

—Y fue durante una de esas visitas cuando conociste a Toby.

Ella asintió con la cabeza.

—Lo conocí en el bosque. Nos pusimos a hablar, y entre nosotros surgió una atracción mutua inmediata. Yo era una persona alegre de corazón y él también. Ambos éramos del tipo de jóvenes que se dejan arrastrar a una relación llevados por el deseo de un momento. Él no era mi primer amante, había tenido varios antes; pero era diferente. Nos encontramos una y otra vez. Para gente como nosotros dos, no era más que natural. Toby no supo nada de ti hasta algún tiempo después, y para entonces ya estabas a salvo en Commonwood House. Me dijo que se hubiera casado conmigo si no hubiera tenido realmente una esposa en Australia. A menudo me hablaba de cómo era la vida en Commonwood. Yo sabía que era el sitio para ti… y, después de todo, el que te correspondía en cierto sentido. Solía ver al buen doctor cuando partía en el carruaje para visitar a sus pacientes, y ocasionalmente a su esposa, muy formal, muy correcta, al igual que a los niños con su nodriza. Sentía un interés especial por todos ellos a causa de la relación familiar que tenían con Toby. Un día, me regaló un medallón. Era de origen romaní y tenía escrito «buena suerte» en nuestro idioma.

—Aún lo conservo —le dije yo.

—Sabía que el doctor lo reconocería, así que te lo puse en torno al cuello. Toby me habló del día en que lo había comprado, y me contó que el doctor le había advertido que tuviese cuidado; él, claro está, sabía perfectamente lo que había entre Toby y yo. Cuando iba a dar a luz, regresé con Rosie y le dije que quería que fueras criada como le correspondía a un hijo de Toby. Sabía que te darían esa crianza en Commonwood y, bueno, el resto ya lo conoces.

—Tú me dejaste debajo del arbusto de azalea, y Tom Yardley me encontró allí.

—Yo me quedé vigilando. Vi que te llevaban dentro de la casa, y supe que había hecho lo correcto. Cuando Toby regresara, se lo contaría todo. Me preguntaba cómo se sentiría cuando supiera que tenía una hija; como ya sabes, se sintió desbordante de orgullo y alegría.

—¿Cómo te sentiste al dejarme?

—Con el corazón roto. ¿Me crees?

—Sí.

—Quiero que sepas que te vigilaba… desde fuera. Sabía que ellos podían darte el tipo de hogar más adecuado. Si las cosas no se hubiesen desarrollado como lo hicieron, te hubiera llevado conmigo, y con la ayuda de Harriman hubiera cuidado de ti. Sin embargo, era mejor que recibieras una educación convencional… como la que te dieron en Commonwood House. Y allí… estabas con los sobrinos de Toby. Eras una de ellos. Pensé que eso era lo mejor. Me dije: «Allí será igual que las hijas del doctor, y crecerá como debe una dama».

Mientras hablaba, las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Era una mujer de risa y llanto fáciles, pero yo sabía que estaba profundamente conmovida.

—Yo sabía que Toby cuidaba de ti —continuó—. Lo veía cuando venía de visita a Commonwood. Estaba enormemente feliz. Decía que eras la criatura más encantadora del mundo; estaba orgulloso de su hija y me aseguró que también le satisfacía que yo fuese tu madre. Él siempre supo cómo decir las cosas que los demás deseaban oír. Yo le dije que no debía saberse que tu madre era una gitana, y él me respondió que, si tú me conocieras, estarías orgullosa de mí.

La emoción la ahogaba, y yo la rodeé con un brazo, le sequé las lágrimas, y al cabo de poco volvió a sonreír.

—Y aquí estamos, en los escalones de mi carromato, hablando del pasado que nunca podrá cambiarse, pero estamos juntas, y para mí lo más importante del mundo eres tú. Hay muchas cosas que tengo que saber.

No pasó mucho tiempo antes de que nos encontráramos hablando de James, su búsqueda de ópalos y su oferta de matrimonio, bastante alocada.

—Es un hombre bueno y práctico —sentenció mi madre—. Querrá a su esposa pero no la apasionará. Eso es algo bueno… en ciertos sentidos.

Luego le hablé de Lawrence Emmerson, que nos había salvado del desastre a Gertie y a mí hacía muchos años, y que casualmente había regresado a Inglaterra en el mismo barco que nosotras.

—Es el destino —exclamé—. Cuando el destino te echa una mano, debes tomarlo en cuenta.

Había momentos en los que se convertía en una gitana pura, los ojos le brillaban con la seguridad que le conferían sus poderes especiales, y parecía estar adivinando el futuro.

Yo me eché a reír.

—Así que, mi querida gitana Rosaleen, se trataba del destino, ¿no es así?

—Cuéntame más cosas de ese hombre. Me gusta. Me gusta muchísimo. ¿Y la hermana? También ella es buena. Se encarga de mantener en orden a los criados y de que la casa funcione como debe. ¿Por qué sonríes? Yo no me estoy riendo de todo esto. Es importante.

—Sonrío porque has adoptado la actitud de una vidente. Dime una cosa, ¿aprendiste de Rosie a leer la buenaventura?

—Por supuesto. Eso forma parte de la educación de las niñas gitanas.

—Pero no crees realmente en ello.

Ella se quedó pensativa.

—Puede que sí… y puede que no. Tienes que saber todo lo posible de la persona que tienes delante, y debes averiguarlo rápidamente. A veces esa información está cerrada para ti, pero no siempre. Entonces piensas: «¿Qué quiere esta persona? ¿Qué hará?». Y a veces lo adivinas mediante conjeturas. Sin embargo, existen momentos… momentos maravillosos… en los que se produce algo extraño entre esa persona y tú… como un destello de conocimiento y entendimiento. Está allí y tú crees que conoces su porvenir. No podría decirte cómo ocurre, y se da en raras ocasiones. Tal vez se trate de lo que otros llaman telepatía, pero el caso es que a veces ocurre. Estamos rodeados de cosas maravillosas… de las que nada sabemos. Tienes que hablar con Harriman de ese tema. Te hablará del universo desconocido en el que la Tierra no es más que un fragmento. Tiene muchas teorías y te hará ver que, en la naturaleza, todo es posible. Quizá lo que ocurre es que, de vez en cuando, los gitanos somos capaces de ver el futuro. «En los Cielos y la Tierra hay más detalles de los que sueña vuestra filosofía». Pero cuéntame más cosas de ese Lawrence, porque me gusta.

—Quizá debería traerlo de visita aquí.

—Eso sería delicioso; y trae también a su hermana.

—Naturalmente, darán por sentado que la invitación es para que vengan juntos.

—¿Y tú crees que la hermana desea que te cases con él?

—Estoy segura de ello.

—¿No estará un poco celosa por el afecto que te prodiga su hermano?

—Estoy igualmente segura de que no.

—Pero eres tú quien no está segura… de él… a pesar de que es una decisión muy sensata. Sería un buen esposo… y seguro en todos los sentidos. Sin embargo, no habría ese… ¿cómo lo diría?… encanto, hechizo.

Yo pensé en el éxtasis de Gertie, y en cuánto la entusiasmaban las cosas más triviales simplemente porque era feliz.

Mi madre me observaba atentamente y le hablé de mi amiga.

—Ya lo sé —declaró ella—. Eso es el amor. No será así siempre. ¿Cómo podría? Sin embargo, el amor perdurará si ellos lo cuidan. Así pues, están James y ese Lawrence.

—Sí, y también está Lucian —le expliqué—. Lucian Crompton, de The Grange.

—¿The Grange, la que está cerca de Commonwood?

—Sí.

—¿Y también él quiere casarse contigo?

—Él no lo ha dicho. Lo que ocurre es que Gertie y su tía no pueden ver a un hombre y una mujer que sean amigos sin pensar que hay un vínculo sentimental entre ellos.

—¿Y eso es lo que ven entre Lucian y tú?

—Lo verían en el caso de cualquiera.

—¿Y a ti qué te parece? ¿Lo ves tú?

Yo guardé silencio por un instante durante el cual ella me observó atentamente.

—Él es muy cordial. Me encontré con él al regresar a Inglaterra. En los viejos tiempos, era muy amable conmigo, muy dulce, pero ha cambiado un poco.

Le expliqué que el deseo que había sentido de ver Commonwood House fue irresistible, y le relaté con todo detalle mi visita a Easentree, la forma en que había entrado en la casa, el sobresalto que me dieron los dos niños y que, al regresar a la ciudad, me había encontrado con Lucian en la calle y habíamos almorzado juntos.

—Es interesante —comentó ella—, y tampoco podemos hacer caso omiso del destino en relación con ese incidente. Muy fácilmente habríais podido no encontraros, cosa que no te hubiera llevado a ver nuevamente a Rosie, y por tanto no estaríamos aquí sentadas. ¿Lo ves? ¡Es realmente la mano del destino y fíjate en lo que nos ha regalado! Ahora, háblame más de Lucian.

Resultaba muy fácil hablar con ella, y parecía comprender perfectamente todos los matices de mis sentimientos. Le conté cómo había sido Lucian de niño, lo amable que se había mostrado siempre conmigo, cómo me había incluido en el círculo de sus amistades y se había convertido en mi héroe.

—En esa época estabas enamorada de él… a tu manera de niña —afirmó mi madre.

—¿Cómo hubiera podido no estarlo? Era el chico de The Grange. La familia de The Grange era muy importante para la señora Marline. Él me parecía alto, atractivo, fuerte y poderoso. Incluso Henry le tenía mucho respeto, y él era muy amable conmigo. Toby me había regalado un medallón. Yo lo perdí, y Lucian no sólo lo encontró, sino que le hizo reparar el eslabón del cierre e insistió en que tomara el té con ellos, cosa que Nanny Gilroy pensaba que yo no merecía. Después de todo, él siempre procuró que yo me sintiera bien. No es de extrañar que lo adorase.

—Y después no volviste a verlo hasta que estabas a punto de cruzar la calle y apareció un caballo demasiado fogoso. ¡Es indudable que fue el destino! Ese Lucian comienza a entusiasmarme… pero tú ya no estás tan hechizada por él.

Yo guardé silencio.

—Sí —agregó ella—. Me parece que todavía lo estás un poco. Pero él ha cambiado, ¿no es así?

—Era un chico muy alegre en los viejos tiempos. Parecía invencible.

—Sí, el héroe perfecto. ¿Y ahora…?

—Parece haber algo raro en él. Verás, se casó y su esposa murió. Tiene una hija. La muerte de su esposa se produjo al nacer la criatura. La cuida una niñera que no está bien de la cabeza. No sé, todo el tema es bastante melodramático. En su lecho de muerte, la esposa le hizo jurar a la niñera que se quedaría para cuidar a su hija, así que se quedó a pesar de que tanto Lucian como su madre preferirían librarse de ella. La niñera habló conmigo, ¿y sabes que acusó a Lucian de asesinar a su esposa… o al menos lo insinuó?

Rosaleen se puso en alerta.

—Ya veo —dijo—. No es extraño que sientas inseguridades. ¿Piensas tú que él es el responsable de la muerte de su esposa?

—No… ¡no! No creería eso de él más de lo que podría creer que el doctor Marline fuera culpable de asesinato.

—¿Te refieres al asunto de Commonwood House? ¡Querida mía, qué dramas han sucedido… bueno… si no a tu alrededor… sí muy cerca de ti! Esto es muy interesante. Te gusta Lucian. Te das cuenta de que le ocurre algo raro. Existe ese indicio de sospecha. En cuanto a Lawrence, es un hombre que estará siempre por encima de todo reproche. Resulta interesante porque tú te preguntas si James no habrá tenido algo que ver con la muerte del «hombre-ocaso», pero no sientes por él lo mismo que por Lucian.

—James quizá lo hubiera dicho en caso de tener alguna responsabilidad en la muerte de un hombre, pero quizá no. Puede que piense que, si a uno lo encuentran en medio de una situación como ésa, lo mejor es guardar silencio. Yo supongo que a veces la gente comete asesinato y no la descubren jamás. ¿Tú crees que aquella vieja venenosa me ha hecho esas insinuaciones sobre Lucian porque no quiere que yo pase a formar parte de la casa? Quizá ella considera la situación de la misma forma que Gertie y su tía… me refiero a que cree que Lucian contempla la idea de pedirme en matrimonio.

—¿Por qué iba a llegar tan lejos?

—Quizá porque cree que su posición se vería amenazada. Una nueva esposa podría no dejarse impresionar por una promesa hecha en el lecho de muerte. Por otra parte, la niña, Bridget, siempre me ha manifestado simpatía.

—Y tú te repites constantemente que no la crees a esa mujer. Tú dices que ella miente. Encuentras razones que justificarían sus mentiras. Cuando hablas de Lucian, se produce en ti un cambio. No lo aprecio cuando te refieres a James, ni siquiera en el caso de Lawrence. Es muy interesante. He averiguado muchas cosas… y averiguaré muchas más.

Permanecimos mucho rato sentadas en los escalones del carromato, y hablamos más de Lucian. Él se había apoderado de la imaginación de mi madre, y creo que me estaba diciendo, al tiempo que se lo decía a sí misma, que ése era el hombre para mí.

*****

Solíamos hacer largas sobremesas después de cenar. Harriman era un gran conversador, pero también le gustaba escuchar. Estaba obviamente muy interesado por mí, como hija de Rosaleen, y por el hecho de que me hubiese criado en la casa que una vez había figurado en un caso de asesinato.

—Tú estabas allí —me comentó— cuando ese drama estaba preparándose.

—Y no supe nada de cómo había resultado de todo aquello hasta hace muy poco tiempo.

—Eso es asombroso.

—Toby creyó que no le haría ningún bien enterarse de lo que había ocurrido en la casa —explicó Rosaleen—, así que se la llevó de Inglaterra antes de que tuviera lugar el juicio. Carmel está convencida de que el doctor Marline no cometió el asesinato.

—A menudo lo he dicho —les comenté—, pero la gente me asegura que las personas de quienes menos se espera cometerían asesinato en determinadas circunstancias.

—Eso es verdad, sin duda. Y, sin embargo, ¿tienes esa firme convicción?

—Pues, sí. Yo lo conocía. Era un hombre amable y de extrema dulzura. Ya sé que era muy desdichado y tenía relaciones con la señorita Carson, pero, aun así, creo que no lo hizo él.

—Existen el móvil y las pruebas —señaló Harriman.

—Pueden cometerse errores —puntualizó mi madre—, y Carmel está firmemente convencida de lo que dice.

—Tú eras una niña, Carmel —insistió Harriman.

—Pero a veces los niños ven las cosas más claramente que los adultos —le recordó Rosaleen.

—Me gustaría saberlo con seguridad —les dije—, pero eso no es posible.

—Todo es posible —me aseguró Harriman.

—Esto no parece serlo. El doctor Marline está muerto, y ya no puede defenderse. Me pregunto qué habrá sido de la señorita Carson.

—Sería interesante averiguarlo. Ella desapareció, como suele hacer la gente en estos casos.

—¡Pobre muchacha! —dijo Rosaleen—. ¡Imaginad qué agonía debió de pasar! Su amante ahorcado por asesinato, el mismo destino que una vez ella misma había estado en peligro de tener, cuando estaba en camino de dar a luz un hijo de ambos. ¿Qué habrá sido de su vida?

—Quizá resultaría revelador averiguarlo —comentó Harriman.

—¿Usted cree que ella pueda responder a la pregunta de si él era o no era culpable? —inquirí yo—. Es posible que pueda.

—¡Cuánto me gustaría saber qué se hizo de ella! —dije yo—. Todos le teníamos mucho cariño. No puedo creer que haya tenido algo que ver en un asesinato más de lo que puedo aceptarlo del doctor. Ambos eran las últimas personas que se asociarían con una acción criminal.

—Tiene que estar en alguna parte —aseguró Rosaleen.

—Puede que se haya marchado al extranjero —sugirió Harriman—. Yo diría que entra dentro de lo razonable que quisiera marcharse tan lejos como le fuera posible.

—Había un hombre que estaba interesado en su caso —les expliqué yo—. Dorothy Emmerson me habló de él. Era un criminólogo que estaba seguro de la inocencia de la señorita Carson, y trabajó en favor de su absolución.

—¿Quién era?

—No puedo recordar su nombre pero Dorothy lo mencionó. Harriman quedó pensativo.

—Puede que a la señorita Carson le gustara tener noticias tuyas —apuntó después.

Yo lo miré fijamente, un poco sorprendida.

—Acabas de decir que os teníais cariño la una a la otra. Si pudieras localizarla, ponerte en contacto con ella por algún medio, decirle que estás convencida de la inocencia del doctor, averiguarías si siente deseos de verte; en caso contrario… bueno, poco daño podrías hacer.

Yo estaba entusiasmada. Pensé en su rostro dulce y amable. Recordaba el aspecto que tenía cuando consolaba a Adeline. ¿La cómplice de un asesinato? Nunca sería capaz de creer una cosa así.

—Tenemos a ese hombre… —estaba diciendo Harriman—, el que trabajó en pro de su absolución. Presumiblemente es alguien que goza de una cierta importancia. ¿Qué te parece si intentas ponerte en contacto con él?

Rosaleen nos observaba a ambos con los ojos abiertos de entusiasmo.

—La señorita Dorothy tiene que saber de quién se trata —dijo—. ¿No le escribió una vez, y obtuvo respuesta suya, según me has dicho?

—Sí, ya lo creo que lo hizo.

—En ese caso, ¿no sería posible que ella tuviera la dirección de ese hombre?

—Sí —repetí yo—. Oh, sería maravilloso conseguir la dirección de la señorita Carson.

*****

Aquella noche hicimos una sobremesa muy larga, durante la cual no paramos de hablar. Yo estaba decidida a recurrir a Dorothy. Se lo explicaría todo y no me cabía duda alguna de que, si le era posible, me ayudaría. Entraba dentro de lo posible que todavía conservase la carta que le había escrito aquel hombre. De ser así, podría escribirle para averiguar qué posibilidades había de establecer contacto con la señorita Carson. Él no podría dejar de recordarla. Sí, me daba cuenta de que aquello era factible.

Estaba tremendamente entusiasmada con aquella idea.

Hablamos del tema durante el resto de mi estancia, y todos pensamos de forma unánime que debía consultar a Dorothy en cuanto regresara a Londres.

De no haber sentido tantas ansias de llevar a cabo todas esas investigaciones, habría sentido mucha tristeza al abandonar Castle Folly.

Rosaleen me hizo prometer que regresaría pronto y los mantendría informados dé lo que ocurriese. Tenía que recordar que siempre se me daría la bienvenida en Castle Folly. Habíamos estado separadas durante demasiado tiempo; teníamos que hacer planes, pues no podía quedarme siempre en casa de mis buenos amigos, los Hyson; y Castle Folly sería mi hogar durante todo el tiempo que yo lo quisiese.