CAPÍTULO 07

La advertencia

—La casa de Brier Road no le gusta a tía Bee —me explicó Gertie—. Creo que es porque el cuarto de los niños es demasiado pequeño. Tiene capacidad sólo para dos niños, y ella quiere que la tenga al menos para diez. ¿Qué tal tu visita? ¿Fue agradable?

Yo vacilé.

—Así, pues, no lo fue —continuó ella—. A menudo es erróneo esperar que encontrarás a los viejos amigos exactamente iguales que eran cuando los dejaste de ver. Uno recuerda que se juró con ellos amistad eterna cuando se marchó, pero naturalmente uno olvida… y ya no queda realmente nada cuando regresa. Mi querida tía Bee anda a la busca de una casa como si le fuera la vida en ello.

Yo no podía dejar de pensar en la visita que acababa de hacer. ¿Hubiera sido mejor no ir? No estaba muy segura. Lo que había descubierto era muy turbador, pero no me hubiera gustado permanecer en la ignorancia, y sin duda había sido muy emocionante reencontrarme con Lucian.

En el pasado, había sentido mucho afecto por él; había sido uno de mis héroes, pero en aquella época yo había sentido un cariño exagerado por todas aquellas personas que se comportaban amablemente conmigo. Eso era debido a que Nanny Gilroy me había dado siempre la impresión —y también Estella, algunas veces— de que yo no era importante para nadie.

Me preguntaba si volvería a verlo. Había guardado mi dirección y parecía ansioso de encontrarse conmigo, pero, cuando uno ya no estaba delante la gente, solía olvidar las promesas hechas tan a la ligera como aquélla.

Cuando volvía los ojos hacia los momentos posteriores a nuestra reunión, no podía apartar de mi mente que, a pesar de que se había alegrado de verme otra vez, mi visita parecía haberlo afectado de alguna forma. Suponía que eso estaba relacionado con lo que había ocurrido en Commonwood, debido a que yo le había hecho pensar en cosas ya olvidadas.

Lawrence Emmerson había sido invitado a cenar, y las intenciones de la tía Beatrice resultaban bastante transparentes. Su alegría por el compromiso de Gertie resultaba tan obvia, que no podía ocultar que deseaba verme también a mí felizmente casada. El doctor Emmerson era un buen amigo y, tal y como ella advirtió, me interesaba. Quizá fuese un poco mayor para mí, pero en todos los demás sentidos era perfecto, y no podía esperarse que todo el mundo tuviese la misma buena suerte de Gertie.

Yo esperaba que el doctor Emmerson no se diera cuenta de las intenciones de la tía de mi amiga.

No tuvimos muchas oportunidades de conversar a solas durante la cena, pero me invitó a almorzar con él algunos días más tarde y, en cuanto llegó ese día y estuvimos sentados, me dijo:

—Algo la ha trastornado.

Me di cuenta, claro está, de que se refería a lo que había descubierto en Easentree, y me sorprendió que el efecto que había producido en mí fuera evidente.

Le hablé de mi visita.

Estaba enterado del asesinato, a pesar de que se hallaba a bordo de nuestro barco cuando la noticia salió a la luz pública.

—La víctima era hermana del capitán —comentó—, y yo conocía a su padre desde hacía bastante tiempo, desde que trabajaba en su barco. Naturalmente, me interesó el tema a causa de la relación familiar. Aparentemente fue un caso muy sencillo.

—No puedo creer que fuese así. El doctor Marline era absolutamente incapaz de cometer un asesinato.

—Usted lo conocía muy bien, claro. Siempre resulta difícil creer esas cosas de la gente que uno conoce. Según las pruebas presentadas, parece que no existía duda alguna.

—No… tiene que haber habido algo… también con respecto a la señorita Carson.

Él se encogió de hombros.

—Parece haberla trastornado mucho. Eso ocurrió hace mucho tiempo y…

—Pensar que haya sido colgado… el dulce, el amable doctor Marline… Me ha turbado profundamente.

—Intente dejar de pensar en ello. Eso ya ha pasado.

—Pero es que yo conocía muy bien a esas personas. Mi vida estaba con ellos… en esa casa.

—Creo que fue muy sabio su padre al actuar como lo hizo. Si hubiera leído qué pruebas había, hubiese comprendido que no había duda ninguna, por muy duro que resultara aceptarlo. En realidad no existía ni la sombra de una duda.

—Me produjo una impresión muy profunda. Yo estaba en la casa durante esos últimos meses antes de que… antes de que… Y sabía que estaba ocurriendo algo, aunque no estaba segura de qué se trataba. Yo caminaba a tientas por la oscuridad.

—Existen emociones y pasiones que un niño es incapaz de comprender. Pero todo eso pertenece ya al pasado. No debe permitir que eso la perturbe.

—Yo nunca he sido realmente capaz de olvidar Commonwood House. Siempre regresaba desde mis recuerdos… y volvía a hallarme allí. Era algo muy vívido e inquietante.

—Fue una situación muy inquietante y usted era una niña inocente que se hallaba justo en medio. Realmente, no fueron unas circunstancias tan insólitas. Un matrimonio desdichado… una esposa inválida con la que se hacía cada vez más y más difícil convivir… una institutriz atractiva. Era el escenario perfecto para este tipo de casos. Mi hermana los llama «situaciones patrón». Está interesada por la criminología, y ha escrito un libro sobre criminales y qué es lo que hace que la gente más normal del mundo cometa asesinato. Tiene que conocerla. De hecho, tenía la intención de invitarla a cenar una noche de éstas. Invitaría también a su amiga Gertie y a los Hyson. He sido huésped de ellos y les debo hospitalidad.

—Sin duda, estarán encantados de aceptar.

—Ayer mismo, Dorothy me estaba preguntando cuándo iba a invitarla. Está deseando conocerla.

*****

El resultado de aquello fue una cena en casa de Lawrence, en Chelsea. Se trataba de unas de esas casas adosadas que se hallan cerca del río.

Dorothy me recibió con gran interés.

—Lawrence me ha hablado muchísimo de usted —me comentó.

—Seguramente, eso incluye el dramático rescate de Suez —le repliqué.

—Oh, claro. ¡Qué emocionante!

Era una mujer menuda y de aspecto muy frágil, pero eso era sólo aparente. Posteriormente descubriría que era una de las personas más llenas de energía que había conocido hasta entonces. Estaba muy interesada por todo lo que ocurría en el mundo, y pronto se hizo patente que su hermano ocupaba el centro de sus intereses. Era muy proclive a hablar, y al cabo de poco rato me enteré de que había cuidado a la madre inválida durante muchos años. Sólo habían quedado los tres, porque el padre había muerto cuando ella tenía dieciséis años. Dorothy tenía unos ocho años más que Lawrence.

En vida de la madre, habían vivido en el campo y Lawrence tenía alquilada una pequeña vivienda en la ciudad a causa de su profesión, pero al morir la progenitora se habían instalado definitivamente en Londres y ella había dedicado toda su atención al hermano.

—Yo era una chica rural —me contó—. Adoro el campo. —Se encogió de hombros—. Lawrence necesita estar en Londres a causa de su profesión, y por eso vivimos aquí, pero tenemos una casa pequeña en Surrey. Yo la llamo la casita. No está muy apartada, cosa que a Lawrence le resulta muy conveniente cuando pasa una temporada allí, porque está localizable desde Londres. Con el tren, se tarda muy poco en llegar. A veces pasamos allí los fines de semana. Siempre tenemos amigos que vienen a quedarse. Es un respiro cuando uno vive en la ciudad y trabaja tanto como Lawrence. Allí tengo a Tess, que es una maravilla. Ya estaba con nosotros en vida de mi madre. Allí viven un par de criados, en la casita que hay en la hacienda. Bueno, decir la hacienda suena un poco grandilocuente. Sería mejor decir que la casita está en un extremo del jardín. El arreglo resulta muy conveniente para todos.

—Parece que lo tiene usted todo muy bien organizado —le comenté yo.

—Es mi cometido. Verá, el trabajo le ocupa a Lawrence todo su tiempo, porque su profesión es muy exigente. Necesita relajarse, y yo me encargo de que pueda hacerlo.

—Tiene suerte.

Ella adoptó una expresión un poco triste.

—Espero que un día se case y sea feliz. Será un buen esposo.

—Lawrence me ha comentado que usted está muy interesada en la criminología —dije yo, para cambiar de tema.

—Oh, sí. Como aficionada, claro está.

—Me ha dicho que escribió usted un libro.

—Sobre los criminales a través de las diferentes épocas. Me interesan especialmente las personas que han llevado una vida completamente normal y de pronto cometen un asesinato.

—Puede que él le haya hablado de mi relación con la familia Marline.

—Oh, sí. Lawrence me lo cuenta casi todo. Ese caso provocó mucha expectación en su momento, pero el resultado estaba claro desde el mismo principio.

—Lawrence dice que usted lo llamó «situación patrón».

—Lo era. ¡Qué mujer tan terrible! Era terrible según la versión de todo el mundo. Nadie parecía tener una sola palabra favorable respecto a ella… ni siquiera la enfermera… que estaba tan en contra de la institutriz. Más en contra de ella que del doctor. Fue un caso absorbente mientras estuvo en la palestra pero, como ya le he dicho, ha habido muchos otros como ése.

—Lo que lo convertía en un caso «patrón» —dije yo.

—Sí. Luego me enteré de que el amigo de Lawrence, el capitán Sinclair, estaba emparentado con los Marline. Él y Lawrence navegaban frecuentemente en el mismo barco, y supongo que eso le confirió al tema un interés adicional. ¡Qué hombre tan encantador era el capitán! Lo conocí en una ocasión. —Descansó una mano sobre una de las mías—. Tiene que haber sido terrible para usted. Ese parentesco, por supuesto, hizo que el caso me resultara doblemente interesante. En caso contrario, supongo que no le habría dedicado demasiada atención, ya que realmente se trataba de un caso clásico de asesinato.

—Yo crecí en esa casa y simplemente no puedo creer que el doctor Marline fuera un asesino.

Ella me sonrió.

—A veces, la gente hace esas cosas. Los asesinos no son, aparentemente, personas diferentes. A menudo ocurre algo… que está más allá de lo que son capaces de soportar. Si hubiera visto las pruebas se hubiese dado cuenta de que… —vaciló—. Acabo de recordar que tengo los recortes de periódico que guardaba para enseñárselos a Lawrence cuando regresara a casa. Los buscaré para dárselos a usted.

Miró con expresión de culpabilidad en dirección a los Hyson, sus otros invitados. Me di cuenta de que se estaba preguntando si no los habría desatendido.

Después de la cena, cuando estábamos tomando el café en la sala, Lawrence me dijo:

—Parece que se lleva usted muy bien con Dorothy.

—Me cae muy bien.

—Me alegro. Ella siempre ha cuidado de mí.

—Sí, me ha estado hablando de ello. Ustedes dos parece que lo tienen todo muy satisfactoriamente organizado.

—Es gracias a Dorothy. Sabe dirigir muy bien las cosas; hace que la vida sea cómoda. Sé que usted le ha caído bien. Es una mujer a la que la gente le gusta o no le gusta, sin términos medios.

Dorothy se acercó a nosotros y Lawrence se alejó para conversar con los Hyson y con Gertie, y oí que hablaban de Australia.

—Ahora que ya nos hemos conocido —me dijo Dorothy—, tiene que volver a visitarnos. Sería muy agradable que pudiera pasar un fin de semana con nosotros en la casita.

—Me encantaría.

—¿Cree que a sus amigos no les molestará?

—Oh, no, no. En realidad, a veces tengo la sensación de que estoy abusando de la hospitalidad que me ofrecen. Verá, yo estoy con ellos porque soy amiga de Gertie. A veces pienso que tendría que buscar otro alojamiento.

—¿No estará pensando en regresar ya a Australia?

—No… todavía no; pero creo que quizá he estado alargando las cosas. Me siento un poco insegura. Cuando mi padre murió…

Ella me palmeó una mano.

—Tenemos que hablar —me dijo—. Organicemos ese fin de semana. Eso nos concederá más tiempo para charlar. Le diré qué haremos. Buscaré esos recortes… acerca del caso Marline, ya sabe; pero se dará cuenta de que el caso está más o menos «cerrado», en cuanto lo «abra». Ya comprenderá lo que quiero decirle.

—Estaré esperando el momento con impaciencia.

—Bien. Lo consultaré con Lawrence. —Me dirigió una sonrisa traviesa—. Creo que encajará con sus planes si lo fijamos para dentro de no mucho tiempo.

*****

La invitación llegó al día siguiente, cosa que a Gertie le resultó divertida.

—Yo diría que has hecho una conquista. Lawrence es un encanto. Lo único que tenías que hacer era conquistar a la hermana Dorothy. Es un hueso duro de roer, esa mujer, como suele decirse, pero lo has conseguido… a la primera. Seguramente Lawrence contará con su aprobación, así que tienes el camino libre.

—¿De qué estás hablando?

—¿Por qué preguntas lo que ya sabes? Lawrence ya no es joven, y la hermana Dorothy ha llegado a la conclusión de que sería una buena idea que se casara, siempre y cuando pueda encontrar a la «chica adecuada»… lo que significa alguien que a la hermana Dorothy le parezca apropiada. Bueno, parece que tú se lo pareces, y no creo que quepa duda alguna de que también se lo pareces a Lawrence. ¿Cómo podría resistirse a la elección de la hermana Dorothy?

—¡Qué ridiculez! —exclamé yo.

—Tengo que escribirle a James para decirle que debe hacer algo rápidamente. Tiene un rival.

—Por favor, no hagas nada parecido. Ella estalló en carcajadas.

—Sólo estaba bromeando. Pero estás comenzando a ver la luz del día… estás saliendo del túnel de tristeza. Pienso que es demasiado mayor para ti, y que no te gustaría tener a la hermana Dorothy manejando tu vida por siempre más, así que no te precipites. Sin embargo, es agradable saber que hay alguien que te quiere.

—Pues yo preferiría que te ocuparas de tus propios asuntos matrimoniales.

Ella abrió los ojos de par en par.

—¿Es que crees que no lo hago? Tenía la impresión de que pensabas que no me preocupaba de nada más.

Me echó los brazos al cuello.

—Sólo estoy bromeando. Me alegro de que tengas a tu Lawrence, aunque la «Hermana Mayor» lo controle. Es guapo. Me gusta. En realidad, no me mostraría contraria a esa unión. Eso haría que te quedaras aquí, y yo te quiero mucho. Detesto la idea de que regreses allá abajo, incluso si llegaras a convertirte en mi cuñada. Prefiero tenerte aquí como amiga que en el otro extremo del mundo como cuñada.

—No digas ridiculeces —la reconvine.

Y ella volvió a abrazarme.

Pero me hizo pensar en Lawrence. Estaba convencida de que yo le gustaba, y era cierto lo que Gertie decía de Dorothy. Todo aquello resultaba muy interesante, y supongo que a todos nos gusta sentirnos queridos.

Fuera como fuese, fue con placentera expectación que partí aquel fin de semana hacia la casita de los Emmerson.

*****

Llamarla casita era darle un nombre poco apropiado. Era una bonita casa, no exactamente enorme, pero con habitaciones espaciosas y jardines deliciosos. Muy cerca de la casa había una casita pequeña, donde vivían Tom y Mary Burke, encargados de cuidar la casa principal. Era una vivienda de dos plantas, y calculé que había sido construida a principios de siglo porque tenía una cierta elegancia y un encanto georgianos.

Me pareció muy agradable, y no me sorprendió que a Dorothy le gustara tanto. Estaba dirigida con la eficiencia que había esperado de Dorothy, y pensé una vez más en lo afortunado que era Lawrence ya que, incluso si su hermana resultaba un poco imponente a veces, todo lo hacía en función de él.

Estaba segura de que Lawrence se lo agradecía.

La casa estaba emplazada en las afueras de Cranston. Dorothy había partido con cierta antelación para asegurarse de que todo estuviera preparado para mi llegada. Se me instaló en una habitación encantadora que daba sobre el jardín, y yo me preparé para disfrutar de un fin de semana muy agradable mientras me decía la suerte que había tenido por poder renovar mi amistad con Lawrence Emmerson.

Ambos hermanos me enseñaron la casa y los jardines con gran orgullo, y pasamos una agradable velada de tertulia en el jardín, después de la cena. A la mañana siguiente, Dorothy me llevó al pueblo y me presentó a algunos conocidos que trabajaban en las tiendas, en las que era muy popular. Todo había sido muy cordial, muy hogareño, un atisbo de lo que sería la vida rural.

Lawrence tenía una cita con un amigo de las proximidades, que había sido fijada antes de que se decidiera mi visita, y Dorothy me susurró que sería un buen momento para enseñarme los recortes de los que me había hablado.

Buscamos un rincón sombreado del jardín, bien alejado del riachuelo que lo atravesaba.

—Los insectos pueden resultar bastante molestos —me explicó Dorothy.

Me instaló con los recortes de periódico en una silla cómoda debajo del roble que había en la cespedera.

—Tomaremos el té a las cuatro, querida —me dijo—. Lo tomaremos aquí mismo, en el jardín. Hay mucha sombra. No me verá hasta entonces.

Los recortes estaban encuadernados, cosa que facilitaba la tarea de leerlos, y, al recorrer las letras, el pasado volvió a mí tan vívidamente que volví a hallarme en la casa y sentí una vez más la atmósfera cada vez más tensa que reinaba en aquella época, y el peligro inminente que se percibía. Sólo en ese momento fui capaz de comprenderlo y darme cuenta del final que tendría.

Había un relato de la investigación llevada a cabo. ¡Cuán claramente recordaba ahora los susurros que había oído al respecto! Podía oír la voz de Nanny Gilroy: «No puedo callarme nada. No en un momento como éste».

Había sido después de la investigación que se había producido el arresto del doctor Marline y la señorita Carson.

Tres semanas después, había comenzado el juicio.

Había extractos del discurso de apertura del señor Lamson, el fiscal, en el que esbozaba lo que había ocurrido, gran parte de lo cual me era familiar. La señora Marline había sufrido un grave accidente cuando estaba de caza, a causa del cual se había convertido en una inválida confinada en una silla de ruedas. La señorita Kitty Carson había sido contratada para desempeñar las funciones de institutriz de las tres niñas de la casa. Entre el doctor y la institutriz se había establecido una relación amorosa, cosa que había descubierto la señora Marline cuando le informaron de que la institutriz estaba embarazada. Casi inmediatamente después de que tuviera conocimiento de todo aquello, la señora Marline había muerto por sobredosis de un analgésico que le había sido prescrito por el doctor Everest.

Todo aquello parecía indicar, como había dicho Dorothy, que era un «claro caso de asesinato».

Estudié detenidamente las pruebas. Tal y como había supuesto, Nanny Gilroy era la que había jugado un papel más importante en la acusación.

Sí, ella estaba enterada de que «había algo» entre el doctor y la señorita Carson. También lo estaban otras personas; la señora Barton y Annie Logan lo sabían.

«Gracias, nodriza Gilroy. Ya harán ellas sus propias declaraciones».

Yo podía imaginármela asintiendo con proba actitud, contenta porque la maldad había quedado al desnudo y se estaba haciendo justicia.

«Ahora, regresemos a aquel día en concreto, nodriza Gilroy. Dígale al tribunal qué ocurrió exactamente».

Entonces Nanny Gilroy explicó su historia; se había producido una escena porque la señorita Adeline había sido sorprendida en el dormitorio de la señora Marline, y ésta estaba regañando a la niña cuando la señorita Carson entró y le dijo que no debía hacerlo, y la señora Marline se enfadó y estaba dispuesta a despedirla. Luego, la señorita Carson se había desmayado de pronto. Annie Logan la había examinado y descubierto qué le ocurría; aunque eso, por supuesto, no fue ninguna sorpresa. Todos sabían lo que estaba ocurriendo.

Annie Logan fue llamada a declarar.

Sí, ella había examinado a la señorita Carson. No había duda de que estaba embarazada.

Luego le tocó el turno a la señora Barton, la cocinera. Confirmó todo lo dicho por Nanny Gilroy, aunque de una forma menos mal intencionada.

No había duda alguna de que el doctor Marline había estado complicado con la señorita Carson, y esto toda la casa lo sabía.

Fue llamado Tom Yardley. Él era quien había encontrado muerta a la señora Marline.

Estaba anonadado. Sí, él sabía lo que había ocurrido.

¿Por lo que había visto, o por lo que le había oído comentar a Nanny Gilroy o a la señora Barton?

Ton Yardley pareció sorprendido, comentaba el periódico. Podía imaginármelo rascándose la cabeza como si eso pudiera ayudarlo a encontrar la respuesta.

«Yo la conocía bien —dijo—. Era una arpía y le daba mala vida al doctor…».

Lo interrumpieron y le pidieron que se limitara a responder a la pregunta.

Podía ver claramente que Nanny Gilroy y todos los demás le habían allanado al doctor el camino hacia la horca, pero tenía que admitir que había verdad en lo que declararon, aunque dieran cuenta de ello de la forma más dañina posible.

Las pruebas médicas hechas después de la muerte habían dejado muy claro que la señora Marline había muerto por una sobredosis de la droga recetada por el doctor Everest.

Allí estaban todas las pruebas para condenar al doctor; incluso, a pesar de que Nanny Gilroy había querido dar la impresión de que el doctor Marline era un seductor hipócrita, la señorita Carson una ladrona de maridos y la señora Marline una pobre esposa traicionada, nada de lo que había dicho era una mentira flagrante. No se trataba más que de la versión de Nanny Gilroy acerca de lo que había sucedido.

También estaban las cartas.

La señorita Carson se había ausentado de Commonwood House durante una semana.

Había dicho que se marchaba a visitar a unos amigos, pero se descubrió que se había alojado en un hotel llamado The Bunch of Grapes en el pueblo de Manley, a unas veinte millas de distancia, donde había permanecido por espacio de cinco días. Mientras estaba allí, había acudido al médico y se había confirmado su embarazo. Durante su estancia en aquel lugar, había recibido dos cartas del doctor Marline, cartas que había conservado en su poder. Las descubrieron durante el registro de sus pertenencias, posterior a la detención.

Si hubiera hecho falta alguna confirmación de la culpabilidad del doctor Marline, habría sido fácil encontrarla en aquellas cartas.

Fueron leídas en el tribunal.

Mi adorada Kitty:

¡Cuánto ansío tu regreso! ¡Es tan lúgubre todo esto sin ti! No temas, querida mía; yo buscaré alguna solución. Pase lo que pase, estaremos juntos y, si realmente tenemos un hijo, seremos los seres más dichosos del mundo.

No debes culparte. Me dices que nunca deberías haber venido a esta casa, pero, querida mía, ésa hubiera sido la peor de las calamidades ya que, desde que tú llegaste, he conocido una felicidad como nunca hubiera creído poder encontrar. Estoy absolutamente decidido a no renunciar a ti. No importa qué tengamos que hacer, lo haremos. Confía en mí, adorada. Tuyo para siempre,

EDWARD

Había otra carta, escrita en el mismo tono, en la que le juraba devoción eterna, ponía el énfasis en la felicidad que ella le daba y en que estaba decidido a que nada, absolutamente nada, se interpusiera en la continuidad de sus relaciones.

Yo pensé en qué debieron sentir cuando aquellas cartas fueron leídas en el tribunal, y la agonía que debieron de pasar mientras juzgaban sus vidas.

Aquellas cartas los inculpaban, y me sentí profundamente conmovida. Oh, pobre doctor Marline. Oh, pobre señorita Carson. Él había muerto de forma innoble en medio de todo aquel sufrimiento, pero ella había tenido que vivir con el suyo.

Miré mi reloj. Eran las tres y media, así que me quedé sentada durante un rato, pensando en todo aquello. Había un breve resumen de lo que había ocurrido después. No existían pruebas suficientes para condenar a Kitty Carson, y el hecho de que estuviera esperando un hijo, según insinuaba la prensa, significaba que no podía enviársela a la horca.

¿Qué habría sido de ella?, me pregunté.

Dorothy salió a reunirse conmigo.

—Bueno —dijo—. Veo que ya lo ha leído.

—Sí.

—Es obvio, ¿verdad?

—Supongo que eso es lo que diría la gente.

—¿Usted no?

—Aparentemente, tendría que ser cierto; pero, verá, yo lo conocía muy bien.

—Ya sé cómo se siente; no puede conseguir creer que es un asesino. Jefferson Craig escribió sobre eso. Es un libro fascinante. Después de leerlo, le escribí para decirle que me había gustado muchísimo, y me respondió con una carta encantadora.

—¿Qué ocurrió con la señorita Carson?

—Creo que Jefferson Craig se encargó de cuidar de ella. Hacía eso con algunas personas que le interesaban. Las rehabilitaba. Así es como lo llaman. Oí decir que la había ayudado.

—Me extraña mucho en el caso de ella.

—Bueno, nunca se sabe, pero ya ve que realmente no podía haber duda ninguna, ¿no es cierto?

—Supongo que la mayoría de la gente le respondería que así es.

Ella se echó a reír y me palmeó una mano.

—No le gusta el veredicto, ¿verdad? Fue una lástima que esa mujer no se hubiera muerto por causas naturales, para que los amantes pudieran casarse y vivir felices para siempre. Entonces hubieran sido una pareja corriente. Oh, sí, es una lástima que la vida no se haya comportado así con ellos. Algunas veces lo hace.

»Oh, mire, ahí llega Lawrence. Supongo que ahora querrá tomar el té.

*****

Cerca de la casa había unos establos en los que alquilaban caballos, así que Lawrence y yo fuimos a cabalgar juntos, después del té. Yo había mejorado considerablemente mi destreza, y él hizo comentarios acerca de mis habilidades.

—En Australia, uno va a caballo a todas partes —le expliqué.

—No estará pensando en regresar, ¿verdad?

—No de inmediato.

—¿Alguna vez?

—¿Quién puede saberlo? En este momento es todo tan incierto…

—No puedo dejar de pensar en lo afortunado que fue que ambos coincidiéramos en el mismo barco. Si no hubiéramos estado allí en aquel preciso momento, posiblemente no habríamos vuelto a vernos nunca más.

—Eso es cierto, pero así es la vida, ¿no? Una gran parte de ella depende de las casualidades.

Lawrence me enseñó los lugares más bellos de la zona: el valle, que le daba su fama, y el castillo en ruinas. Atamos los caballos y trepamos a las murallas, contra las que nos recostamos para admirar el paisaje campestre.

—Sería difícil encontrar un lugar más agradable que éste —comentó Lawrence—. Lo descubrió Dorothy, por supuesto. Ella pensaba que debíamos tener este retiro campestre y, como es natural, tenía toda la razón.

Yo pensé en cuánta razón tendría siempre Dorothy.

—Parece que usted y ella se entienden muy bien —afirmó él, sonriendo—. No es habitual que mi hermana tome afecto a la gente con tanta rapidez.

—Me alegro —dije yo.

—Yo también —replicó Lawrence, con una sonrisa de felicidad—. Volverá a visitarnos muy pronto, ¿verdad? —preguntó luego.

—Si usted… y Dorothy… me invitan… —respondí.

*****

Lawrence me acompañó de vuelta a Kensington el domingo por la noche.

Gertie me esperaba, bastante emocionada.

—¿Cómo ha ido? Seguro que habrá sido un éxito.

—Sí, mucho.

—¿Y has superado todas las pruebas de Dorothy?

—No hubo ninguna. Supongo que las pasé antes de ir—. Por supuesto. En caso contrario no te habrían invitado. Ah, oye, estás muy solicitada. Creo que tienes que haber sido una femme fatale durante todos estos años, y lo has mantenido en secreto.

—¿Sólo porque me invitaron a pasar un fin de semana fuera?

—Oh, no. No te precipites. Mientras estuviste ausente, se produjeron acontecimientos nuevos.

—¿Qué quieres decir?

—Se han presentado otros caballeros a buscarte —respondió ella con tono misterioso.

—¿Otros?

—Bueno, uno. ¿No te parece suficiente? Alto, guapo. Uno de esos hombres fuertes y bien hechos. Ha dejado su tarjeta, y hasta tiene un título nobiliario. Te aseguro, Carmel, que eres una fuente de sorpresas.

—¿Quieres explicarme qué significa todo esto?

—Bueno, debía de ser el sábado por la mañana, cuando estabas fuera encantando al galante Lawrence y a su hermana. Se oyó el timbre de la puerta y apareció el hombre más enigmático del mundo. Annie estaba muy agitada, ¡y tendrías que haber visto a tía Bee! No puedes ni suponerte cómo funcionaba su imaginación. «Tengo entendido que la señorita Carmel Sinclair se hospeda aquí». «Bueno, sí», respondió tía Bee, que fue inmediatamente víctima de los encantos de aquel hombre. «Soy amigo suyo», dijo el caballero. «Me preguntaba si sería posible verla». «Sin duda que podría, si ella estuviera en casa», respondió tía Bee. «Pero casualmente se ha marchado a pasar el fin de semana con unos amigos». Tía Bee dice que pareció decepcionado. Ella estaba muy impresionada. Dice que ese hombre tenía algo verdaderamente romántico, y cuando vio el nombre que figuraba en la tarjeta, casi se desmayó de éxtasis. Vamos, tienes que contármelo. ¿Quién es ese sir Lucian Crompton? Por la expresión de tu cara, puedo ver que lo sabes, así que no niegues todo conocimiento de la identidad del fascinante extraño.

—No pensaba hacerlo. Por supuesto que lo conozco. Había olvidado que heredó el título al morir su padre.

—Nunca me habías hablado de él.

—¿Por qué iba a hacerlo? Lo conozco de hace muchísimo tiempo, antes de marcharme a Australia, y la verdad es que volvimos a vernos hace muy poco.

—¿Era él, pues a quien querías ver cuando te fuiste sola de viaje?

—No exactamente, pero nos encontramos por casualidad.

—¡Eso no me lo contaste! —exclamó Gertie, como si fuera un ultraje.

—No había nada que contar.

—Pero me diste a entender que la visita había sido un fracaso, y apenas unos días después se presenta ese hombre. Yo diría que eso no se parece nada a un fracaso.

—Bueno —dije yo—, quizá no lo fue.

—El resultado es que ha dejado una nota para ti. La escribió aquí mismo. Voy a buscarla.

Gertie me trajo la nota y me la llevé a mi dormitorio para leerla. Mi amiga reía por lo bajo y no intentó seguirme.

Mi querida Carmel:

Me gustó mucho volver a verte. He venido hoy a Londres, y me preguntaba si podríamos almorzar juntos, pero tus amigos me han dicho que estarías fuera todo el fin de semana. Me resulta muy frustrante no poder verte.

Regresaré a la ciudad el miércoles próximo. Hay un lugar agradable al que voy de vez en cuando. Se llama Logan’s, y está en Talbrook Street, cerca de Piccadilly. Si pudieras encontrarte allí conmigo a la una del mediodía, estaría realmente encantado. Yo estaré allí de todas formas, y espero de verdad que te resulte posible reunirte conmigo.

LUCIAN

Mientras doblaba la carta, estaba sonriendo. Me sentía muy emocionada. Era maravilloso poder sentir nuevamente interés por alguien o algo.

*****

Estaba sentada delante de él en el restaurante Logan’s. Podía apreciar qué era lo que había impresionado tanto a la tía Beatrice. A pesar de que Lucian no era tan guapo como había dicho Gertie, tenía indudablemente un aspecto muy distinguido, y se parecía mucho más al muchacho que yo había conocido hacía muchos años que al hombre con el que me había encontrado recientemente en Easentree. Era obvio que estaba encantado de verme.

—Me hubiera llevado una terrible decepción si no hubieras venido —me aseguró.

—Es divertido renovar las antiguas amistades.

—¡Hay tantas cosas que tenemos que contarnos para ponernos al día! Bien, ¿qué te apetece comer?

Cuando estuvo decidido ese particular y nos trajeron la comida, él repitió una vez más que había sido una suerte que nos hubiéramos encontrado al cruzar una calle de Easentree.

—Es casi lo mismo que ocurrió con el amigo en cuya casa pasé el fin de semana. Casualmente, regresó de Egipto en el mismo barco que nos traía a nosotras. Lo había conocido durante mi primer viaje, cuando me marché con mi padre. La vida está llena de coincidencias como ésa.

—Lo más consolador es que, si no ocurrieran, tampoco sabríamos qué es lo que perdemos. Háblame del fin de semana.

Así lo hice.

—Es un lugar muy agradable. Lawrence Emmerson tiene una hermana maravillosamente eficiente que cuida de todo.

Él demostró mucho interés por los Emmerson, y surgió la historia del rescate llevado a cabo en Suez.

—Todavía me resulta extraordinario —dije para terminar—. ¿Tú crees en los milagros? En la simple fe, quiero decir.

Él pareció intrigado, y le relaté la forma en que Gertie y yo nos habíamos quedado de pie en medio de la calle y nos habíamos puesto a rezar, y casi de inmediato el doctor Emmerson había aparecido y nos había llevado al barco con el tiempo justo, a pesar de que tuvimos que subir por la escalerilla de cuerda.

—Bueno —comentó él—, he oído decir que la fe mueve montañas y, comparado con eso, el rescate llevado a cabo por el galante doctor parece una proeza de poca importancia.

—Para nosotras fue milagrosa. Supongo que hay momentos de la existencia que uno nunca olvida. Ése es, para mí, uno de esos momentos.

Él permaneció serio durante un momento.

—Sí —dijo después—, no me cabe duda de que es así.

Por un instante, pensé que iba a hablarme de algún incidente memorable de su vida, pero no lo hizo.

—Supongo —continuó— que a ti te pareció que aquel hombre era un héroe. Un san Jorge que degollaba a tu dragón personal. Galahad, Perceval… Algo por el estilo.

—Gertie y yo hablamos con reverencia de él durante mucho tiempo.

—¿Y aún lo hacéis?

—Gertie no siente reverencia por nadie, ni siquiera por Bernard, su prometido.

—¿Y tú?

—Siempre le estaré agradecida por lo que hizo aquel día.

—Cuéntame más cosas de esa visita al campo y de la inteligente hermana.

Yo le hablé de ellos con entusiasmo y él me escuchó con mucha atención.

—Tienes que venir a The Grange a pasar con nosotros un fin de semana —me dijo cuando acabé—. Veremos si somos dignos rivales de los Emmerson.

Yo recordé las visitas hechas para tomar el té con Estella, Adeline y Henry, y la idea de ir a The Grange me resultó bastante desconcertante.

—Tienes que venir. A mi madre le gustaría volver a verte. Te recuerda muy bien. Le hablé de nuestro encuentro en Easentree. Camilla también se sentirá interesada, y quizá eso la haga venir durante el fin de semana. ¿Qué te parecería?

—Sería delicioso.

—Te prometo que no nos acercaremos a Commonwood —se apresuró a asegurarme—. En realidad, se puede pasar a caballo sin ver la casa. Los setos están demasiado crecidos.

—No estaba pensando en eso. Me estaba preguntando simplemente si tu familia… querría verme.

Él pareció perplejo.

—Después de lo que ocurrió en Commonwood.

—Lo que allí ocurrió no tuvo nada que ver contigo. ¿Y si lo hubiera tenido, qué?

—El doctor era mi tío. Puede que consideren que es mejor evitar todo contacto con las personas relacionadas con un acontecimiento tan indeseable.

—¡Mi querida Carmel, hablas como si nosotros pudiéramos pensar de esa manera! En todo caso, todo ese asunto ha terminado. Ocurrió hace muchos años.

—¿Tú crees que la gente me reconocería? Me refiero a la gente que vive por los alrededores.

—No lo creo. No eras más que una niña cuando todo aquello ocurrió. Oh, ya hemos vuelto sobre ese desdichado asunto. Oye, se ha terminado. Es mejor olvidarlo. Estás dejando que ese tema te obsesione. Se ha acabado por completo. Pertenece al pasado. —Hablaba con vehemencia—. No hay nada que nadie pueda hacer para cambiarlo.

—Por supuesto, tienes razón, Lucian. Me encantaría ir a The Grange. Sería delicioso volver a ver a Camilla, y si tu madre está de acuerdo…

—Mi madre estará encantada de volver verte. De hecho, así lo expresó.

—En ese caso, gracias, Lucian.

—¿Qué te parece el fin de semana después del próximo?

—Me parece perfecto.

—Fijémoslo para entonces. Ya te escribiré para confirmártelo.

Y así quedó acordado.

Regresé a casa en un estado de placentero entusiasmo. Recordaba el día en que había perdido el medallón y Lucian lo había hecho reparar. Aún conservaba aquel medallón. Al llegar a mi dormitorio, lo saqué de su caja y lo sostuve en las manos mientras mi pensamiento viajaba a través de todos aquellos años pasados hasta aquel día en el que realmente había conocido a Lucian.

Sonreía cuando volví a depositarlo en la caja, que estaba tocando God Save the Queen.

*****

The Grange tenía un aspecto menos formidable de lo que me había parecido durante la infancia, aunque a pesar de eso resultaba muy impresionante con sus torres defensivas de piedra gris y puerta almenada.

Lucian, que me estaba esperando en la estación con un pony y un carro de dos ruedas, me dio una cálida bienvenida.

—He tenido un miedo ridículo de que ocurriera algo que te impidiera venir.

—Oh, no. Estaba realmente decidida a aceptar vuestra amable invitación.

—Me alegro mucho de verte. Camilla estuvo encantada cuando se enteró de tu visita.

Era sin duda un cálido recibimiento. Tras pasar por la puerta de entrada a la mansión, vi el césped donde habíamos tomado el té en aquella primera ocasión; y allí estaba Camilla, difícilmente reconocible como la niña que yo recordaba especialmente de otra época. Estaba más bien regordeta y obviamente satisfecha de cómo se había comportado la vida con ella.

Me cogió ambas manos.

—No podía creerlo cuando Lucian me contó que te había encontrado. ¡Es maravilloso que hayas regresado!

Me condujeron al vestíbulo. Recordaba muy bien las ocasiones en las que había llegado allí para tomar el té, en que me sentía muy nerviosa, como la advenediza, hasta que aparecía Lucian y hacía que esa sensación desapareciera completamente. ¡Cuánto lo adoraba en aquella época!

—Será mejor que subamos directamente a ver a mi madre —sugirió Lucian—. Está ansiosa por verte.

Yo apenas podía creerlo. Lady Crompton no había demostrado interés alguno por mí en el pasado.

Me llevaron a una habitación a la que llamaban «el solarium» porque tenía muchas ventanas que permitían el paso de la luz del sol. Lady Crompton se hallaba sentada en un sillón cerca de las ventanas y yo, con Lucian a un lado y Camilla al otro, fui escoltada hasta su presencia.

Ella me tendió una mano y yo se la cogí.

—Me alegro muchísimo de verte, querida —me dijo—. Me he enterado de tu encuentro con Lucian, y sentí un profundo interés. Así que has regresado de Australia. Tienes que hablarnos de todo eso. Camilla, trae una silla para que Carmel pueda sentarse a mi lado. Mis oídos no son muy buenos actualmente, y el reumatismo me tiene inmovilizada. Pero ¿cómo estás tú? Tienes buen aspecto.

Advertí que había envejecido más de lo que los años hubieran hecho prever. Había perdido a su esposo, y luego había sobrevenido la muerte de su nuera, la esposa de Lucian. Aquello tenía que haberla entristecido mucho.

—¿Quieres que pida ya el té, madre? —preguntó Camilla.

—Sí, por favor, querida. —Luego se volvió a mirarme—. ¿Así que has venido de visita desde Australia?

Hablamos de Australia y de que la amiga con quien había realizado la travesía había conocido durante la misma a su prometido con el que pronto se casaría.

Después llegó el té y nos lo sirvieron.

—¡Ha habido tantos cambios! —Dijo lady Crompton—. Me entristeció mucho enterarme de la muerte de tu padre. Me lo contó Lucian. Tu padre era un hombre encantador. En una ocasión vino aquí, lo recuerdo muy bien. ¡Qué cosa tan triste! Supongo que Camilla ya te habrá dicho que nos ha dejado para casarse, y te habrá hablado de su adorable pequeño, Jeremy.

—Apenas he tenido tiempo, madre —señaló Camilla—. Lucian dijo que estabas tan ansiosa por ver a Carmel, que la trajimos directamente aquí.

Lady Crompton habló con embeleso de su nieto Jeremy, y dijo que lamentaba que Camilla no lo hubiese traído con ella.

—Carmel sólo vine a pasar el fin de semana, madre —la tranquilizó Camilla—. Además, su niñera es muy capaz y no le gusta que Jeremy viaje demasiado. Dice que lo trastorna, y es sólo por un par de días. Tan sólo he venido para ver a Carmel.

Yo estaba esperando que a aquellas alturas lady Crompton me hablaría también de su nieta, pero, para mi sorpresa, no dijo una sola palabra de la niña. Supuse que la conocería en algún momento, durante aquel fin de semana.

Después del té, Camilla me llevó a mi habitación.

—Está en la segunda planta —me explicó—, y tiene una vista muy bonita.

Abrió la puerta y vi un dormitorio espacioso en el que había una cama con columnas que tenía cortinas a juego con la colcha.

—Es encantadora —comenté.

—Es un estilo anticuado —dijo Camilla—. Mucho me temo que así son las cosas en The Grange.

—Bueno, es una casa antigua con todas sus tradiciones —admití yo—. Yo creo que es delicioso.

—Siempre que el pasado no interfiera con exceso. Mi casa es moderna. Está en Midlands. Geoff se dedica al negocio de la cerámica… lo cual es un punto delicado de mi madre. Por supuesto, ella hubiera preferido que me casara con un duque; pero adora a Jeremy, y siempre que mi esposo guarde las apariencias, ella se reconcilia con la situación.

—Tiene que ser una gran alegría para ella el tener nietos, y ambos le habéis dado uno.

—Oh, sí —dijo ella—. Mi Jeremy es absolutamente adorable.

—¿Y la niña? —pregunté yo.

—Bridget… por supuesto. Ahora tendrá más de dos años.

—Tiene que haber sido algo terrible cuando…

—¿Te refieres a lo de su madre? Bueno, sí, claro está. —Miró por la ventana—. Allí es donde solíamos tomar el té, en la cespedera. A veces también venías tú. ¿Has vuelto a saber algo de Estella y Henry… y de la otra niña… aquella que era un poco simple?

—Adeline. No, no he vuelto a saber nada de ellos desde aquella época.

Me dirigió una mirada de desconcierto.

—Fue un asunto terrible —me dijo—. Desaparecieron todos… y tú con los demás. Oh, en fin, pasó hace mucho tiempo. Te dejaré para que deshagas el equipaje. ¿Qué te gustaría hacer antes de la cena? La sirven a las ocho. Me imagino que Lucian tendrá algún plan para ti. Está absolutamente encantado de que hayas aceptado venir.

*****

Aquel fin de semana pasado en The Grange fue inolvidable. Me sentía muy agradecida por haber sido recibida con tanta hospitalidad por parte de lady Crompton. Camilla fue muy cordial y no hubiera podido tener un anfitrión más atento que Lucian.

Él y yo recorrimos juntos la zona a caballo, y vi más cosas de las que había visto cuando vivía allí.

El sábado almorzamos en una posada pintoresca que él había descubierto. Reímos muchísimo, y yo comencé a pensar que había imaginado aquella melancolía que creí detectar en él cuando nos encontramos en Easentree. Era el Lucian que yo hubiera esperado. Me habló de las tierras de The Grange y de algunas de las personas que trabajaban en ellas, y yo le conté mis propias historias de Australia, Elsie y los Forman.

Nos estábamos poniendo al día con el pasado de ambos.

Todavía no había visto a su hija, aunque había oído hablar mucho del hijo de Camilla, que ni siquiera estaba en la casa. Comenzaba a pensar que había algo de extraño en aquella reticencia, cuando durante mi estancia me enteré de una cosa.

Fue durante las últimas horas de la tarde. Acababa de regresar a The Grange después de pasar un día muy agradable con Lucian. Estaba mirando por la ventana cuando vi que Camilla atravesaba la cespedera en dirección a la casa. Me vio y saludó con la mano.

—Se está muy bien aquí fuera —me aseguró a gritos—. ¿Por qué no bajas, si no estás ocupada con nada concreto?

Bajé, y nos sentamos en uno de los bancos que estaban bajo los árboles.

—¿Has pasado un buen día? —me preguntó.

—Muy agradable. Almorzamos en «The Bluff King Hall». ¿Conoces el establecimiento?

—Oh, sí. Es uno de los preferidos de Lucian. Ya suponía que querría enseñártelo.

—Camilla —dije—, ¿dónde está la pequeña Bridget? Se llama así, ¿no es cierto?

—Oh, está en el cuarto de los niños con Jemima Cray.

—¿Es su nodriza?

—Bueno, sí. Es quien la cuida.

—No la he visto. Me preguntaba…

—¿Quieres verla?

—Me gustaría.

—Pensábamos que no… Verás, Jemima Cray… es un poco ordenancista.

—¿Qué?

—Es un poco difícil de explicar. El matrimonio de Lucian… no iba muy bien. Creo que hubiera salido mejor sin Jemima Cray.

—¿Quién es Jemima Cray?

—Era una doncella… en otra época la nodriza de Laura. Laura era la esposa de Lucian. Fue un matrimonio precipitado. En aquella época yo ya estaba casada, así que no pasaba mucho tiempo aquí. Fue hace unos tres años. Nunca llegué a conocer bien a Laura. Y casi inmediatamente después, ella quedó embarazada de Bridget. Creo que era bastante enfermiza. Siempre tuve la impresión de que Lucian se había precipitado. Luego ella murió. Jemima parece culpar a Lucian de ello. De todas formas, si quieres ver a Bridget, te llevaré arriba. Creo que Jemima suele salir a esta hora. Hay una ayudante de nodriza… una chica del pueblo. Ella estará con la niña.

La cierta indiferencia con que Camilla trató el tema, me hizo sentir que aquello era más misterioso que nunca.

Subimos hasta lo alto de la escalera y entramos en lo que era un cuarto de niños muy tradicional. En un rincón había el habitual armario grande y el caballito de madera, y en otro una pizarra en un caballete. La joven niñera estaba sentada en una silla, y sobre el piso, rodeada de unos cubos que formaban parte de un rompecabezas, había sentada una niña.

—Ah, está usted aquí —dijo Camilla—. Ya lo suponía. ¿No ha regresado aún la señorita Cray?

—No, señorita Camilla, todavía no.

—¿Cómo está la señorita Bridget?

La niña levantó los ojos al oír su nombre.

—Yo —dijo, con una sonrisa—. ¡Yo, yo!

—Hola, Bridget —dijo Camilla—. Te he traído una visita.

Camilla cogió a la niña en brazos y se sentó con ella sobre el regazo.

—Te estás haciendo una muchacha muy grande, ¿verdad? —preguntó Camilla.

Bridget asintió con la cabeza.

—¿A qué hora regresa la señorita Cray? —le preguntó a la niñera.

—Oh, calculo que tardará otra media hora, señorita. Habitualmente lo hace.

Camilla se relajó visiblemente, y luego miró al piso.

—Todavía no has acabado de completar la lámina, Bridget —le dijo a la niña.

Cuando estuviera terminada, la lámina sería la imagen de un caballo, según pude apreciar. La cabeza y la cola todavía faltaban por colocar. Bridget se deslizó de la falda de Camilla y se arrodilló junto a los cubos. Cogió uno que tenía la cola e intentó ponerlo donde debía ir la cabeza.

Yo me arrodillé junto a ella, cogí el cubo que tenía la cabeza y lo encajé en su lugar.

Bridget gorjeó de alegría al ver que encajaba, y puso la cola en el lugar que le correspondía. Luego observó con deleite la lámina terminada y se volvió para sonreírme. Se balanceó sobre los pies y dio palmas. Yo hice lo mismo y ella alzó los hombros mientras reía.

Luego la niña se puso de pie, me cogió de la mano, me llevó hasta el caballito de balancín y me dio a entender que quería montar. Yo la levanté y la puse encima, tras lo cual le imprimí un suave empujón al caballito. Ella rió alegremente mientras se balanceaba.

—¡Más, más! —gritaba.

Así pues, me quedé allí haciendo balancear al caballito mientras miraba sus bonitos cabellos sedosos y pensaba: «Esta es la hija de Lucian. Es una criatura deliciosa. ¿Por qué su padre nunca me habla de ella?».

Y, mientras me hallaba allí, balanceando el caballito, sentí que algo había cambiado en el ambiente y al volverme vi que una mujer entraba en la habitación.

Me miraba con profunda desaprobación. Era alta y delgada, con ojos pequeños y muy juntos. Había algo repelente en aquella mujer que no era sólo debido a la irritación que le causaba mi presencia.

La ayudante de niñera pareció encogerse. Tenía el aspecto de alguien a quien sorprenden en un acto de traición.

Entonces Bridget exclamó:

—¡Mira, Mima, mira! Más, más.

La mujer avanzó hasta el caballito de madera.

—Es demasiado alto, tesoro —le dijo—. Sólo debes subir tan alto cuando Mima esté aquí.

—No hay ningún peligro —le dije yo, un poco herida en mi orgullo—. Yo la estaba vigilando.

—Ésta es Jemima Cray —intervino Camilla—. Ella es quien cuida de Bridget.

—¿Cómo está usted? —dije con frialdad.

—Jemima —explicó Camilla—, la señorita Sinclair quería conocer a Bridget. Parece que se llevan muy bien.

—Pero ocurre que no me gusta que la exciten antes de la hora de dormir. Tendrá pesadillas.

—No creo que vaya a haber ningún problema —no pude evitar responderle—. Me ha parecido que ha disfrutado mucho con el caballito.

—Y yo creo que deberíamos marcharnos —intervino Camilla.

—¡Qué mujer tan extraña! —le dije a Camilla cuando estuvimos abajo—. Es muy desagradable.

—Así es Jemima Cray. Se pone así siempre que algo concierne a Bridget.

—Parece haberse apoderado de mucha autoridad. ¿Qué clase de cargo tiene aquí?

—Supongo que es algo así como una niñera.

—Se comporta como si fuera la señora de la casa.

—Supondrá que lo es de la sala de los niños.

—Pero no me cabe duda de que lady Crompton no permitirá una cosa así.

—Mi madre no tiene nada que ver con los niños.

—¡Pero Bridget es su nieta!

Camilla guardó silencio durante un momento.

—Todo esto es bastante insólito… todo este arreglo… —dijo después—. Fue una gran desgracia. No consigo comprender a Lucian. Todo esto es muy poco propio de él. Habitualmente es tan… bueno… dueño de las situaciones.

—Ciertamente, parece extraño —le dije yo—. Bridget es una niña encantadora, y a pesar de eso tengo la sensación de que está apartada de todo… encerrada con esa mujer tan desagradable.

—No es desagradable con Bridget. Ella está embelesada con la niña y ésta adora a Jemima. —Vaciló una vez más—. El caso es que no fue un matrimonio muy satisfactorio. Nadie se daba cuenta de ello mejor que Lucian… eso lo cambió. Ya sabes cuan lleno de vida estaba cuando era un muchacho. Y luego… ocurrió esto. Fue algo tan repentino… Se casaron y ella quedó embarazada. Ella no quería tener hijos. En realidad, pienso que estaba muerta de miedo. Se trajo a Jemima con ella cuando vino a vivir aquí. Era una de esas nodrizas que, cuando son ya demasiado viejas para desempeñar el cargo de nodrizas, se convierten en camareras y confidentes. Adoptan el papel de ángeles guardianes. Son celosas y odian a todos aquellos que se acercan a sus pequeños tesoros. Cuando Laura murió, esa mujer transfirió su fijación a Bridget. Nos odia a todos, y especialmente a Lucian. Se comporta como si pensara que asesinamos a la muchacha.

—¿Pero por qué motivo la conserváis en la casa?

—Eso es lo mismo que le he preguntado cientos de veces a mi madre. Dice que Jemima le prometió a Laura que cuidaría de su hija y sería para la pequeña lo que había sido para ella. Ya sabes, esas escenas dramáticas de lecho mortuorio. Laura era una persona bastante histérica. Una de esas personas débiles y pegajosas a las que hay que obedecer porque, si no lo haces, se desmayan o mueren y luego regresa su fantasma para perseguirte durante el resto de tu vida.

—Pero, seguramente, Lucian…

—No hay nada que Lucian desee más que olvidar cuan estúpido fue al casarse con esa mujer. Supongo que Bridget se lo recuerda, así que Jemima está allí arriba, con ella, y no las vemos con demasiada frecuencia.

—¡Qué cosa tan extraña!

—Mucha gente es extraña, ¿sabes? A veces me parece que es natural ser así. Y ese arreglo funciona bien. Jemima es muy eficiente y nadie sería capaz de cuidar tan bien a Bridget como lo hace ella. Se convierte en un dragón que escupe fuego si alguien intenta dañar a su niña. Yo espero que todo eso se resolverá por sí mismo, llegado el momento.

Aquella noche, permanecí con los ojos abiertos en la cama columnada, pensando en el matrimonio de Lucian y Laura. Camilla había dado a entender que era una pobre criatura, en las manos de Jemima, que lanzaba fuego por la boca. ¿Por qué se habría casado con ella, entonces? No podía imaginarme a Lucian con una actitud cobarde, dejándose arrastrar a una situación en contra de su deseo.

Aquella mujer, Jemima, me había producido una sensación inquietante. ¿Qué había dicho Camilla? «Actúa como si pensara que asesinamos a la muchacha». ¿Quién? ¿Lucian?

Había algo misterioso en todo aquel asunto. Puede que hubiera tenido razón cuando, al encontrarlo por primera vez junto a la calle, tuve la sensación de que algo lo inquietaba. Lucian había cambiado, aunque un matrimonio como aquél era suficiente para cambiar a cualquiera. Yo ansiaba conocer sus verdaderos sentimientos con respecto a ese matrimonio, hacia su hija. Todo aquello generó una cierta ternura en mí. En el pasado, él me había parecido muy fuerte y, para mi mentalidad infantil de entonces, completamente invencible. Ahora era una persona vulnerable y yo estaba en lo cierto al pensar que algo lo había cambiado.

Anhelaba conocer sus verdaderos sentimientos.

Quizá se debiera a eso el hecho de que siempre lo tenía presente en mis pensamientos.

*****

Las semanas iban pasando y yo continuaba en casa de los Hyson. No podía evitar sentirme culpable por permanecer allí durante tanto tiempo, pero, cuando les sugería que podía marcharme, se producían protestas por parte de Gertie a las que se unían la tía Beatrice y el tío Harold.

—La casa no sería lo mismo sin ti, querida —me aseguró la tía Beatrice.

—Te necesito —agregó Gertie—. Tenemos que ocuparnos de la casa y luego vendrán los preparativos de la boda. Por supuesto que no puedes irte a un hotel pequeño y odioso.

Yo no sentía deseo ninguno de marcharme. Me encontraba mucho mejor de lo que jamás creí que podría sentirme. Por poderosa que sea la tristeza que nos aqueja, se desvanece irremisiblemente con el paso del tiempo, y lo que me estaba ocurriendo tenía un poderoso efecto sobre el pasado. Eran muchas cosas las que sucedían entonces. La vida estaba convirtiéndose en algo interesante. Incluso Gertie, absorta como estaba en sus emocionantes perspectivas, tenía tiempo para considerar las mías. Le divertía mucho meditar sobre las dos cuerdas de mi arco… no, tres, si se tomaba en cuenta al pobre James, que estaba en los yacimientos de ópalos allá, en Australia.

Quiso que le contara todos los detalles de mi visita a The Grange. Le conté algunas cosas, pero omití la existencia de Bridget y la extraña Jemima Cray. Aquello le hubiera estimulado excesivamente la imaginación, y podía pensar en el loco melodrama en el que se hubiera embarcado.

Sentía un interés especial por Lucian, que, para ella, representaba al héroe romántico. Sin embargo, el noble doctor Lawrence Emmerson no cayó en el olvido. Decidió que sería un esposo bueno, aunque carente de emoción, y que la señorita Dorothy cuidaría muy bien de mí; todo sería hecho por mi propio bien, tanto si me gustaba como si no, pero sería lo «adecuado» para mí.

Existía otra alternativa. Podía regresar a Australia y casarme con su hermano James, con la opción de ser una millonada del ópalo o pasar el resto de mi existencia en una tienda de campaña en los yacimientos de ópalos, aunque Gertie temía que lo más probable fuera esto último.

—¡Toma en consideración todas las posibilidades que se te ofrecen! —exclamó—. Escoge.

Yo me reí de ella.

—La única que está a mi alcance es la de los yacimientos de ópalos, y no me sorprendería que James ya hubiese encontrado una esposa a estas alturas.

Ella suspiró y adoptó una de sus expresiones mundanas de mujer experimentada que aconseja a una inocente.

Ocurriera lo que ocurriese, detestaría perder a Gertie. Habíamos sido amigas durante mucho tiempo.

Hice varias visitas a la casa de campo de los Emmerson, y cada vez intimaba más y más con Dorothy. Era una compañera muy vivaz, interesada por muchos temas y especialmente por el arte y la música.

De vez en cuando, Dorothy obtenía entradas para un concierto o una exposición y, si Lawrence estaba trabajando, ella y yo asistíamos juntas.

Estaban también las visitas a The Grange, y me encontraba con mi tiempo completamente ocupado.

Gertie y su tía Beatrice habían encontrado la casa deseada, y ahora había que discutir el mobiliario y los planes para la boda. Gertie les había escrito a sus padres para decirles que ella y Bernard intentarían viajar a Australia dos años más tarde.

—Tal vez te gustaría acompañarnos —me dijo Gertie.

Con tantas insinuaciones como me hacían en la casa de Kensington, me hubiera resultado imposible no preguntarme cuáles serían las intenciones de mis dos amigos hacia mí.

La conversación de Dorothy me conducía a pensar que ella creía que ya era tiempo de que Lawrence se casara, y, de ser así, yo estaba segura de que ella me consideraba más digna de su hermano que nadie a quien conociera; y si ella pensaba de esa forma, también Lawrence sería inducido a pensar lo mismo.

Quizá eso no fuera justo para con Lawrence. Él estaba muy absorto en su trabajo y, naturalmente, dejaba ciertas decisiones en manos de Dorothy, pero el matrimonio era demasiado importante como para hacer eso y tenía que ser él quien tomara la decisión. Su hermana podía escoger la comida y la tela de los trajes que llevaba, pero una esposa era algo diferente.

Lawrence me trataba siempre con mucha ternura. Creo que aún me veía como la niña perdida en la ciudad extraña. Le gustaba mi compañía y disfrutaba hablándome de su trabajo y sus aspiraciones. Ponía entera dedicación. La vida con él resultaría predecible aunque, por supuesto, uno nunca podía estar seguro de lo que sucedería con nadie. El matrimonio con Lawrence Emmerson y un ménage à trois con mi buena amiga y hermana suya podía representar una vida tan cómoda como cualquiera pudiese desear.

Quizá yo hubiera estado dispuesta a aceptarla… de no haber sido por Lucian.

Yo estaba prácticamente segura de cuáles eran los sentimientos de Lucian hacia mí y creía que un día, en el momento apropiado, cuando hubiera tenido un poco más de tiempo para reflexionar sobre el asunto, me pediría que me casara con él. Sabía que me tenía cariño. A veces su mano descansaba sobre mi hombro con una cierta ansiedad. Sí, se sentía atraído por mí, pero no podía comprenderlo a él con la misma facilidad que a Lawrence. Podía ser muy alegre. Durante los fines de semana que pasé en The Grange, llegué a conocerlo muy bien. Podía ser muy ingenioso, divertido e interesante. Me gustaba cabalgar con él por sus tierras y ver el respeto que le demostraban los arrendatarios. No conseguía imaginarme a Lucian dependiendo de una hermana. Camilla, claro está, no era del tipo dominante. Para empezar, estaba demasiado ocupada con su propia vida.

Pensaba en Lawrence con mucha frecuencia, pero Lucian estaba constantemente en mi cabeza.

*****

Había recibido cartas de Australia, una de Elsie y la otra de James.

Mi querida Carmel:

¿Cómo te van las cosas por ahí? ¡Tendrías que haber visto la conmoción que se produjo aquí cuando nos enteramos del compromiso de Gertie! Su madre dice que, por las cartas que ha escrito, parece muy feliz. Les leí la tuya, y en general parece que a Gertie le ha ido muy bien.

¡Pobres señores Forman! A pesar de lo mucho que se alegran por Gertie, están un poco tristes. Bueno, es natural. Se suponía que este viaje era sólo de vacaciones y al parecer, ella se ha marchado para siempre. Gertie dice que ella y su esposo harán un viaje para visitar a la familia, y eso los ha consolado un poco. Y ahora James se ha marchado de exploración, o como quiera que lo llamen a eso. Bueno, así es como funciona la vida y gracias a Dios que ya han superado aquel desastre.

¡Es divertido que el doctor Emmerson viajara en el mismo barco! Parece muy agradable, por lo que me cuentas, y es maravilloso que tú y su hermana os hayáis hecho tan buenas amigas. En fin, debo decir que parece que las cosas han salido muy bien para vosotras dos. Me da la impresión de que estás mucho mejor, querida. Parece que ya no estás deprimida. Sabía que un cambio completo era lo que te hacía falta. Gertie dice que te estás divirtiendo realmente mucho.

Las cosas, aquí, siguen más o menos iguales. Es fantástico tener a Joe a mi lado. Se adapta muy bien a esta casa. Ahora está sentado fuera, en el jardín, esperando a que me reúna con él. El puerto tiene casi el mismo aspecto que tenía el día en que llegaste… aquel día primero. Siempre lo recordaré con toda claridad. Puedes figurártelo perfectamente. Las kookaburras han estado hoy muy escandalosas. Siempre te han gustado esos pájaros, ¿no es cierto? La primera vez que las oíste te preguntaste de qué se estarían riendo.

Bueno, querida, continúa disfrutando de tu vida. Eso es lo que necesitas. Te echamos de menos, y cuando regreses tendrás una gran bienvenida. Eres tú quien debe decidir y recordar ante todo que ¡debes ser feliz! Es lo que Toby hubiera deseado y es lo que yo también deseo.

Muchos cariños de parte de Joe y mía.

ELSIE

Permanecí sentada durante unos minutos, pensando en ella y en la suerte que había tenido cuando Toby me llevó a su casa.

Luego abrí la carta de James.

Mi querida Carmel:

¿Cómo te van las cosas? Aquí hay mucho alboroto por la boda de Gertie. Es una verdadera lástima que la familia no pueda estar presente. Ese tipo con el que se casa, según ella, es un regalo del cielo. Espero que sea verdad.

Bueno, me marché tal y como había dicho que haría. Conseguimos poner las cosas en su sitio en nuestra propiedad, y como mi padre sabía que yo no estaría satisfecho hasta haber hecho la prueba, me dijo que podía marcharme con toda tranquilidad.

Así que aquí estoy. ¡No encuentro palabras para contarte lo emocionante que es todo esto! Te gustaría mucho. Hay algo especial en el aire. Todos estos hombres con sus familias… no hablan de otra cosa que de los ópalos. Bueno, eso en las raras ocasiones en las que no están trabajando, cosa que hacen durante la mayor parte del tiempo.

Aquí puede llegar a hacer mucho calor. Estamos entre matorrales y riachuelos poco profundos, y los mosquitos pueden ser una peste… ¡al igual que las moscas! En fin, ya te lo imaginarás. Por aquí hay muchos merodeadores que buscan en los sitios ya abandonados, pero son aficionados. Esto es fascinante y puedes llevarte decepciones muy crueles. A veces crees haber encontrado algo realmente bueno, y acaba siendo un mero guijarro, que es lo mismo que basura.

El trabajo es muy duro. Vivimos en cabañas, tiendas y cobertizos, y resulta difícil encontrar agua potable. Algunos dicen que es tan preciosa como los ópalos, cosa que te dará una idea de lo que cuesta dar con ella. Los sábados por la noche son muy entretenidos. Es cuando se baila, se canta y se intercambian historias inverosímiles… las historias de nuestras vidas, todas muy exageradas y dramatizadas, como ya supondrás. El sábado pasado asamos un cerdo y preparamos tortas para acompañarlo. Es una vida dura pero merece la pena, especialmente por los momentos en los que uno encuentra piedras auténticas.

Ya he hecho dos hallazgos razonablemente buenos, y no soy más que un principiante, así que no está nada mal.

Por cierto, hay algo de lo que te gustará enterarte. ¿Recuerdas a aquel «hombre-ocaso»? Apareció por aquí, aunque no a trabajar. Ése no es su estilo. Sólo venía a rondar por aquí, para ver si había algo de lo que pudiera apoderarse. Lo encontraron muerto fuera del campamento, y parecía haber estado peleando con alguien.

Durante un tiempo resultó una situación embarazosa para mí, porque algunos de los de por aquí estaban enterados de lo que había hecho en mi casa, y sus ojos estaban fijos en mi persona. Parecía bastante natural. Ellos imaginaban que yo no iba a permitir que se marchara tan tranquilo después de lo que le hizo a mi familia.

El asunto es un poco misterioso. Yo supongo que uno de los hombres lo encontró robando y acabó con él. Aquí, como podrás imaginarte, hay algunos que no se lo pensarían dos veces para hacer algo así. Sea como fuere, lo encontraron allí, justo en el linde del campamento… muerto.

Se hicieron un montón de preguntas y, por supuesto, yo sabía que ellos creían que lo había hecho yo; pero el tipo se había hecho impopular entre otras personas. No descubrieron quién lo había hecho, pero ya han abandonado la investigación. Encontraron pequeños fragmentos de ópalo en los bolsillos del cadáver, pero nadie los reclamó. Resultaba obvio que el canalla los había robado. Bueno, no obtuvo más que lo que se merecía. En realidad, fue pura justicia.

En fin, así es la vida por aquí, una vida primitiva, podríamos decir; pero imagínate la alegría que puede sentirse al encontrar una piedra que esté escondida en alguna grieta o cavidad. ¿No crees que resulta maravilloso que una simple mezcla de arena y agua —con unos pocos elementos más— pueda cristalizarse de una forma tan hermosa? Discúlpame, pero tengo la tendencia de no saber cuándo parar si comienzo a hablar de este tema.

Ahora, vayamos a cosas más serias. Carmel, estoy esperando que regreses. Voy a encontrar una piedra preciosa y a construir nuestro futuro… el tuyo y el mío. Tendremos una vida maravillosa. Expiaré mi pecado de dejarte abandonada en la peligrosa ciudad de Suez y me libraré de culpa para siempre. ¿Qué te ha parecido eso, como declaración dramática?

Tú sabes que estamos hechos el uno para el otro. Sólo tengo que encontrar una piedra, esa que dejará al mundo pasmado de asombro y hará nuestra fortuna. Después de eso, no esperaré ni un minuto más. Empaquetaré mis cosas y cogeré el primer barco que salga hacia la patria.

Escríbeme pronto.

Tu futuro millonario,

JAMES

La carta se me cayó de las manos. Lo recordé muy vivamente. ¡Querido James! Me pregunté si encontraría su sueño. ¿Y si regresaba…? James tenía algo que sugería que, una vez tomada una decisión, no renunciaría fácilmente a sus deseos. Obviamente, ahora estaba pasando por una vida dura y difícil.

Luego pensé en el «hombre-ocaso», en la ira de James cuando descubrió que aquel hombre había regresado a sus tierras, y con cuánta furia lo había expulsado de allí… y luego el resultado que eso había tenido.

Supongo que, cuando el hombre llegó al campamento, James lo identificó de inmediato. Y luego aquel hombre había muerto. Tenía mala reputación. Imaginaba lo terrible que podría haber sido la ira de James.

¿Sería posible? ¿Podría haber luchado con aquel hombre?

¿Me lo había contado todo mi amigo James?

Y, no sé por qué razón, me encontré pensando una vez más en Lucian.

*****

Estaba pasando un fin de semana en la casa de campo de los Emmerson. Dorothy y yo nos habíamos trasladado primero, el viernes por la tarde.

—¡Cuánto anhelo estos fines de semana! —me comentó ella—. A veces pienso que este lugar me gusta más porque no vengo tan a menudo como desearía.

—Supongo que no puedes quedarte a vivir aquí.

—No lo permite el trabajo de Lawrence.

—A él no le faltarían cuidados en la ciudad. Creo realmente que podrías pasar más tiempo aquí.

—Ya sé que no le faltarán cuidados, pero quiero estar allí para asegurarme de que los recibe.

Yo le sonreí con afecto.

—Y Lawrence aprecia eso, sin duda.

Ella se quedó un poco pensativa.

—Es el mejor hombre del mundo. Bueno, no hay necesidad de decirte eso a ti.

A veces me preguntaba qué sentiría si Lawrence se casaba, porque eso cambiaría considerablemente la posición de ella. Por otra parte, si tenía la idea de que era por el bien de su hermano, yo estaba segura de que Dorothy dejaría de lado todas las demás consideraciones. En cualquier caso, yo suponía que había pensado en mí para que desempeñara ese papel, e imaginé detectar cierta expectación en ella con respecto a aquel fin de semana. Llegué a preguntarme si existía algún tipo de telepatía entre los dos hermanos, o si incluso habían hablado de dicha posibilidad, aunque esto último me parecía bastante improbable.

Lawrence me había dicho que daríamos un paseo a caballo y almorzaríamos fuera de casa.

—Supongo que querrá enseñarte otra de sus posadas predilectas —me aseguró Dorothy.

Le pedimos que nos acompañara, pero nos respondió que no tenía tiempo. Se había comprometido a trabajar en una venta benéfica de la iglesia local, y quería discutir los detalles con la señora Wantage y fijar el precio de algunas cosas que ya habían llegado.

Así pues, Lawrence y yo nos pusimos en camino por nuestra cuenta. Nos encaminamos primero hacia nuestro rincón favorito, el castillo en ruinas, donde atamos los caballos y trepamos por la ladera hasta las murallas.

Lawrence no vaciló, y en cuanto nos sentamos fue directamente al asunto del que quería hablarme.

—Carmel, ya sé que tengo bastantes más años que usted, pero tengo la impresión de que me prodiga afecto, y a Dorothy, también.

Arrancó una brizna de hierba y continuó hablando mientras la observaba.

—Bueno, nos llevamos bien los tres, ¿no es así? Los fines de semana que usted ha pasado con nosotros han sido momentos muy felices para mí. No creo que jamás haya sido tan feliz como en esas ocasiones. Yo la amo. Ya sé que no hace mucho tiempo que nos tratamos, pero se produjo aquel incidente…

Yo no estaba sorprendida, por supuesto, pero me costaba encontrar palabras.

Debería haber estado preparada, pero vacilé y él continuó.

—Podríamos casarnos pronto… en cuanto usted estuviera preparada. Tenemos la casa de Londres, y ésta para venir a descansar.

—Lawrence —me apresuré a decir yo—, no creo que desee casarme… al menos no por ahora. Todo parece estar ocurriendo demasiado de prisa desde que regresé a Inglaterra.

—Por supuesto, lo comprendo perfectamente. Necesita tiempo. Por supuesto que lo necesita. De todas formas, no existe una prisa excesiva. Lo que no quiero es que regrese a Australia y se olvide de nosotros.

—No haré eso, se lo aseguro. Es sólo que preferiría continuar con la relación que tenemos hasta ahora… durante algún tiempo.

—En ese caso, así lo haremos. ¿Por qué no? Es muy agradable de por sí. ¿Así que la idea no le parece a usted demasiado absurda? ¿Mi edad…?

—Oh, Lawrence —exclamé—. Eso carecería completamente de importancia. Después de todo, no es tan enorme la diferencia. Lo único que ocurre es que me siento… insegura.

—La comprendo. A mí me parece que la conozco a usted desde hace muchísimo tiempo. Con su padre éramos buenos amigos… desde mucho antes de que yo la conociera a usted. Él hablaba de usted con mucha frecuencia. Estaba muy orgulloso de su hija. Luego nos conocimos usted y yo y vivimos nuestra pequeña aventura. Como comprenderá, a mí no me parece que haga demasiado poco tiempo que nos conocemos.

—Usted y Dorothy han sido enormemente buenos conmigo. No tengo palabras para expresarle todo el bien que me han hecho. Yo estaba destrozada, y su presencia en el barco me resultó un gran consuelo… así como el invitarme aquí con tanta frecuencia y ser unos amigos tan fantásticos…

Él me cogió una mano y la estrechó entre las suyas.

—Se está sobreponiendo de forma gradual. Ya sé que nunca lo superará… del todo… pero ha amainado un poco, ¿no es cierto? El dolor ya no es tan intenso como antes.

—He tenido mucha suerte con los amigos. Elsie, Gertie, los Hyson… usted y Dorothy.

—Para nosotros es una gran alegría haber podido ayudarla. Ambos la queremos muchísimo, Carmel.

—Gracias, Lawrence —le dije—. Y yo los quiero a ustedes. Pero verá… el matrimonio… es una decisión muy importante. Es algo sobre lo que tendré que pensar. Estoy tan insegura…

—Por supuesto, por supuesto. Dejémoslo de lado de momento. Volveré a preguntárselo cuando haya tenido tiempo para averiguar qué siente por mí.

Me cogió de la mano y me ayudó a levantarme y, cuando ya estuve de pie a su lado, me dio un beso en la mejilla.

—Oh, Lawrence —dije—. Gracias. Es usted tan bueno y dulce… Sé que podría ser feliz con usted… y con Dorothy… pero…

—Por supuesto. Lo comprendo.

Me tomó por un brazo y nos encaminamos hacia los caballos.

Almorzamos en una posada muy antigua cuyos orígenes él me describió con entusiasmo, y luego cabalgamos de regreso a la casa.

Dorothy nos estaba aguardando; yo estaba segura de que ella sabía que él se me había declarado. Tuve la impresión de que esperaba que le anunciáramos la buena nueva, y que se sintió decepcionada cuando no lo hicimos.

*****

Los preparativos para la boda de Gertie iban muy aprisa.

Entre ella y la tía Beatrice habían encontrado la casa deseada, y ahora estaban en el proceso de amueblarla. Estaba a unos diez minutos a pie de la residencia de los Hyson, emplazada en una calle arbolada, y tenía un jardín pequeño pero agradable y la esencial área para los niños.

Se me consultaba a menudo para que ayudara a escoger algún mueble en concreto, o diera mi opinión con respecto a un plan de última hora, y debo reconocer que me contagié del entusiasmo general.

Había pensado mucho sobre la propuesta matrimonial de Lawrence, y sonreía al evocar el momento. Podía recordar cada palabra. Había sido exactamente como yo la hubiera esperado, digna, galante, no exactamente lo que uno llamaría apasionada. Era algo característico de Lawrence.

Pensé muy seriamente en ello. Estaba segura de no querer regresar a Australia. Mi vida no estaba allí, en los yacimientos de ópalos de Lightning Ridge, ni en ningún otro sitio parecido. A pesar de lo mucho que quería a Elsie, subconscientemente siempre había sentido que mi hogar era Inglaterra. Si Toby hubiera estado vivo, habría carecido de importancia el lugar en el que estuviera, pues yo desearía estar donde él viviese. Quizá ésa era una pista. Quería hallarme en el mismo sitio en que vivía la gente a la que más quería. Si hubiera amado a James lo suficiente como para casarme con él, no me hubiera importado el sitio en el que viviera.

Recibí una invitación para ir a The Grange, y sentí la misma emoción que siempre acompañaba a ese tipo de posibilidad.

Lucian continuaba intrigándome, aunque cada vez le veía adoptar con menor frecuencia aquel estado de humor meditabundo, que ahora sobrevenía brevemente y sólo de vez en cuando. Además, existía un interés adicional, porque había convertido en una costumbre el ir a visitar a Bridget cuando iba a la casa. Ella siempre parecía alegrarse de verme. Jemima Cray, sin embargo, no compartía el entusiasmo de la niña; pero a veces encontraba a Bridget en el jardín, acompañada sólo por la ayudante de nodriza, y pasaba un rato con ella. Mary adoptaba un aire casi conspiratorio en esas ocasiones, cosa que me molestaba un poco. Aquélla parecía ser una situación muy extraña. ¿Por qué no había conocido a la niña de la forma que sin duda lo hubiese hecho en circunstancias normales? Bridget misma era completamente normal. Mary permanecía siempre alerta durante aquellos encuentros en el jardín, y sabía que eso era debido a que tenía miedo de que Jemima Cray cayera repentinamente sobre nosotras.

En fin, el caso es que hice las maletas con una sensación de profunda felicidad, y me puse en camino; me sentía llena del entusiasmo que siempre se apoderaba de mí ante la perspectiva de visitar The Grange.

Lucian vino a buscarme a la estación, como siempre, y partimos hacia la mansión de muy buen humor.

Lady Crompton me recibía ahora con una cordialidad mayor que la que me había manifestado la primera vez. Creo que se alegraba de tener una visita a la que no necesitaba tratar con demasiada ceremonia. Me habló con todo detalle de su reumatismo y de cómo le impedía hacer tantas cosas como antes. Le encantaba hablar de ese tema y yo sabía escucharla. Luego me pidió que le hablara de Australia y de los diferentes sitios del mundo en los que había estado.

Lucian se sentía satisfecho y divertido por el placer que ella manifestaba por estar en mi compañía.

—Mi madre no se lleva con todo el mundo tan bien como contigo —me comentó con una sonrisa.

Camilla había coincidido conmigo una o dos veces, y nos habíamos hecho amigas. Me contó cómo había cambiado la vida en The Grange durante los últimos años.

—En vida de mi padre solía haber muchas fiestas y reuniones de amigos —me dijo—. Lucian no parece ser tan aficionado a esas cosas como papá. De hecho, todo pareció cambiar cuando él se casó.

El sábado, Lucian y yo salimos a dar un paseo a caballo. Tenía que hacer varias visitas por sus tierras, e imagino que deseaba que lo acompañase. Yo comenzaba a conocer a algunos de los trabajadores y arrendatarios, y aquello me resultaba interesante.

No estaba segura de si lo había imaginado, o si realmente intercepté algunas miradas significativas. La gente solía ponerse a especular cuando veían a un hombre y una mujer que disfrutaban de la compañía mutua. ¿Se estaría preguntando aquella gente si yo sería la próxima lady Crompton, o es que yo pensaba que, a causa de James y Lawrence, cualquier hombre que me brindara su amistad estaba pensando en pedirme en matrimonio? La gente tiene tendencia a pensar que, cuando un hombre está sin pareja, tiene necesidad de una esposa. Eso no es cierto en absoluto, y cuando uno ha pasado por una experiencia infeliz, siente bastante reticencia ante la posibilidad de que se repita.

Ésa era la impresión que yo tenía de los sentimientos de Lucian, y debo confesar que encontraba un poco desconcertantes aquellas miradas suspicaces de los demás.

Cuando regresamos a The Grange, Lucian bajó de su caballo y me ayudó a desmontar. Levantó los ojos hacia mí y sonrió mientras me tendía ambas manos.

Se produjo una pausa evidente y yo no pude interpretar plenamente la expresión de sus ojos, aunque era muy afectuosa.

—No tengo palabras para decirte cuánto me alegra que hayas regresado, Carmel.

—Lo mismo me ocurre a mí —le aseguré.

Oí el sonido de unos pasos cercanos y, al mirar más allá de Lucian vi a Jemima Cray que pasaba cerca de los establos para entrar en la casa.

*****

Aquella tarde, antes de la cena, fui al cuarto de los niños para visitar a Bridget.

Cuando entré en la habitación, vino corriendo hacia mí y se me abrazó a las piernas. Era una simpática costumbre que tenía. Luego quiso que me sentara con ella en el piso y formara una figura con los cubos. Había cerdos y toros, ovejas y vacas; ella era muy aficionada a aquellas láminas del rompecabezas. Aquella niña poseía un gran encanto, y me pregunté una vez más por qué Lucian no hablaba nunca de ella. En fin, tenía a la enigmática Jemima Cray, a quien obviamente adoraba, y no podía dudarse de la devoción de aquella mujer hacia la niña.

Mientras estaba sentada allí, apareció Jemima. Sabía que encontraría alguna excusa para separarme de Bridget, ya que era algo obvio que no le gustaba la amistad que yo tenía con la criatura.

Para mi sorpresa, ella me habló con bastante afabilidad.

—Buenas tardes, señorita Sinclair. Me preguntaba si podría hablar un momento con usted.

—Por supuesto —le repliqué.

—Mary, llévate a la señorita Bridget a su dormitorio. Puede tomar la leche allí. Puedes preparársela tú, pero cuidado con que no esté muy caliente.

Mary miró el reloj que había en la pared. Al igual que ella, yo conocía las reglas de la nodriza, y vi que era demasiado temprano como para que Bridget tomara la leche.

—Haz lo que se te ordena —dijo Jemima en un tono de voz que debía ser obedecido.

Mary se dispuso a llevar a cabo su cometido.

Bridget protestó.

—No —dijo—, no, no.

—Vamos, tesoro —le pidió Jemima—. Acompaña a Mary. Vas a tomar una leche muy buena.

Bridget fue sacada de la habitación mientras continuaba protestando, y yo me sentí halagada por su reticencia a marcharse pero al mismo tiempo ansiosa por oír lo que tenía que decirme Jemima.

—Bien, señorita Sinclair —dijo la niñera en cuanto estuvimos solas—, me gustaría hablar confidencialmente con usted. Hablo sólo porque creo que es lo correcto y adecuado que usted no permanezca en la ignorancia.

—¿De qué se trata? —pregunté.

—Ya sabe usted que las cosas no siempre son lo que aparentan.

—Ya lo creo que lo sé.

Ella acercó su rostro al mío, adoptando un aire de sabiduría. Tenía unos ojos pequeños y muy juntos, y en aquel momento pensé que parecía una bruja.

—Creo que usted es una joven dama buena y respetable, y que no debería ser engañada.

—Es lo último que quiero que me hagan —le aseguré—. Quiero que me informe de lo que usted crea conveniente.

Ella asintió.

—Existía una persona que debería estar aquí, y que estaría… de no ser por lo que otros le hicieron. Si alguien está pensando en ocupar el lugar que ella dejó vacío, creo que debería pensarlo dos veces antes de dar ese paso.

Sentí que me ruborizaba.

—No comprendo qué es lo que intenta insinuar, señorita Cray —le dije yo.

—Yo creo que sí lo sabe —me respondió con severidad—. Lo único que intento hacer es contarle algo confidencialmente. Es por su propio bien. Se casó con alguien de esta casa y, antes de que pasara un año, estaba muerta; y antes de llegar aquí era una criatura feliz y alegre de corazón.

—¿Se refiere usted a…?

—A la señorita Laura es a quien me refiero.

—Tenía entendido que murió al dar a luz a Bridget.

—¡Mi pobre niña! Nunca deberían haberla hecho pasar por eso. Él lo sabía… y aun así la dejó embarazada. La familia y todas esas tonterías. Ella sabía que era peligroso. Yo lo sabía… pero tuvo que ocurrir. Verla era algo que partía el corazón. Estaba muy asustada. Entonces me dijo: «Jemima, ¿te quedarás para siempre y cuidarás de mi bebé cuando yo haya muerto? Cuidarás de mi bebé igual que me has cuidado a mí». Y yo juré que lo haría. ¡Oh, fue algo tan malvado, tan cruel!

—Fue muy triste que muriera —le dije yo—, pero ocurre algunas veces.

El rostro de ella se endureció.

—Algunos dirían que fue un asesinato —dijo.

—¡Señorita Cray! —exclamé yo—. No debe usted hacer insinuaciones de ese tipo. Está muy mal. Cuando la gente está casada, es natural que tenga hijos.

—Él lo sabía, al igual que lo sabía ella… pero tuvo que hacerlo. Oh, él lo sabía perfectamente… y creo que eso es el mismo tipo de acto que el de asesinar. No hay nada que pueda hacerme cambiar de opinión. Ésa es la clase de hombre que él es, y la gente debería saberlo.

Se puso de pie y continuó con un tono de voz flemático.

—Bueno, ahora tengo que ir a ocuparme de Bridget. No se le pueden confiar muchas cosas a esa Mary.

Se volvió y yo la llamé.

—Vuelva aquí, señorita Cray. Quiero hablar con usted. —Ella ya estaba en la puerta y se volvió a mirarme—. Yo ya he dicho lo que tenía que decir. Sé muy bien qué ocurrió. Lo vi todo. Sé exactamente cómo fue.

Tenía el rostro contorsionado por el odio y la amargura, y yo sabía que todo eso estaba dirigido contra Lucian. Está loca, me dije, pero yo estaba muy trastornada.

*****

El recuerdo de Jemima no me abandonaba. Me resultaba difícil dejar de pensar en lo que me había dicho y en la expresión de su rostro al hablar de asesinato.

Me estaba haciendo una advertencia. Me había visto con Lucian en los establos y había sacado sus conclusiones. Asesinato, había dicho. Ella acusaba a Lucian de haberlo cometido porque su esposa había muerto de parto. Quería decirme: No se case con él. Sabía que Laura no era capaz de soportar un parto y, a pesar de todo, insistió. Un hombre así es capaz de cualquier cosa… de un asesinato de cualquier tipo… para conseguir lo que desea.

Una vez más, pensé que aquella mujer tenía que estar loca. Indudablemente, había una expresión de fanatismo cuando hablaba de la muerte de Laura.

¿Por qué se había quedado en la casa? Por la promesa que le había hecho a Laura… la esposa que sabía que se enfrentaba con la muerte. Todo aquello parecía muy melodramático, y no creí una sola palabra del asunto. Jemima era una mujer muy dominada por sus emociones. Se había dedicado con total devoción a la niña puesta bajo su cuidado, y cuando esa niña murió, tuvo que buscar algún culpable y culpó a Lucian. Yo era prácticamente una extraña para esa mujer, pero ella creía que Lucian podía pedirme que me casara con él; y me estaba advirtiendo, o pretendía aparentar que lo hacía. Cuando Laura murió, a aquella mujer debió de partírsele el corazón; tenía que buscar a alguien a quien poder culpar, así que decidió que el culpable era Lucian. Ahora estaba celosa de mi amistad con su protegida. No quería verme por allí.

Supongo que tenía ciertas razones para querer alejarme de todo aquello.

Ella había hablado de asesinato. Era un disparate en toda regla, pero había pronunciado aquella palabra y eso me resultaba muy inquietante.

Decidí que hablaría con Lucian a la primera oportunidad que tuviese, y ésta llegó a la mañana siguiente, cuando él estaba enseñándome algunas plantas del jardín.

—Lucian —comencé—, nunca hablas mucho de Bridget. Es una niña absolutamente adorable. La he conocido, y nos hemos entendido muy bien.

—Yo no sé mucho sobre niños.

—Aparentemente, pasa la mayor parte de su tiempo con la niñera.

—La mayoría de los niños pasan mucho tiempo con sus niñeras.

—Pero me da la impresión de que tú… y lady Crompton… apenas sois conscientes de su existencia.

—¿Ah, sí? —dijo él—. Supongo que he sido negligente. Uno no habla de sus fracasos. Todo aquello fue muy precipitado; me refiero al matrimonio. Constituyó un error desde el mismo principio. La niña nació y murió Laura. Es lo único que puede decirse. No hubiera sido una situación muy satisfactoria, ni aun en el caso de que eso no hubiese ocurrido.

—Si Bridget hubiera sido un chico… —comencé yo.

Su rostro se ensombreció ligeramente.

—Quizá hubiera ocurrido lo mismo, pero ya ha terminado. Fue un error. He cometido algunos en mi vida, pero ése fue el mayor de todos. Tenía intención de hablarte de ello, pero no conseguía decidirme a empezar. Es un tema muy deprimente.

—Ella era demasiado joven para morir.

—Tenía dieciocho años. Todo ocurrió muy rápidamente. No le gustaba The Grange. Decía que era una casa llena de fantasmas y sombras, y que los fantasmas no la querían. Era todo demasiado diferente de aquello a lo que estaba habituada. Su padre hizo mucho dinero con el carbón. No podía comprender las costumbres de una familia como la mía. Y luego vino lo del embarazo. Estaba aterrorizada ante el parto. Parecía saber que iba a morir. Vivía con miedo a la muerte, y esa mujer nunca la dejaba sola.

—¿Te refieres a Jemima Cray?

Él asintió con la cabeza.

—Era la única persona capaz de calmarla. Fue una época devastadora para todos nosotros.

—La niña es encantadora. Yo hubiera pensado que era un consuelo para ti y para lady Crompton.

—Esa mujer estuvo siempre en medio.

—Ciertamente, es bastante extraña.

—Es buena con la niña. Sería capaz de hacer cualquier cosa por ella.

—¿No has pensado nunca en reemplazarla?

Él se encogió de hombros.

—Quisimos hacerlo, por supuesto, pero estaba de por medio esa promesa que le hizo a Laura. En unas circunstancias así, lo más fácil era permitirle que se quedara, y eso significa que Jemima Cray es una cosa fija. ¡Oh, hablemos de algo más agradable! Tienes que regresar pronto.

—La visita no ha terminado todavía —le dije yo.

—No, pero no tengo palabras suficientes para decirte cuánto disfruto de tus visitas. Mi madre comienza a decir que deberíamos recibir amistades con mayor frecuencia. No está lo suficientemente bien como para hacer muchas cosas, pero en otros tiempos le gustaba mucho dar fiestas y organizar reuniones. Tenemos algunos personajes interesantes por los alrededores, ya sabes, la habitual mezcla de tipos rurales tradicionalistas y excéntricos ocasionales. No sabes con cuánta ilusión esperamos tus visitas, tanto mi madre como yo.

—Y vendrás a Londres para la boda de Gertie, ¿no es cierto?

—Por supuesto que iré.

Y yo continué pensando en Jemima Cray.