Ecos del pasado
Elsie estaba esperándome cuando llegué a Sidney. Nos abrazamos con desconsuelo. Apenas hablamos mientras nos dirigíamos en coche hacia la casa, pero ella me hizo algunas preguntas acerca de la pierna. Los huesos no se habían roto pero tenía cortes profundos y magulladuras. Yo había sufrido principalmente conmoción cerebral y una reacción de shock.
Mabel, Adelaide y Jane nos estaban esperando, pero la atmósfera de bienestar había desaparecido completamente de la casa. Era una casa en duelo.
Ni Elsie ni yo pudimos hablar de Toby durante la primera noche. Nos consolaba enormemente que nuestra tristeza fuese comprendida y compartida. De nuestras vidas había desaparecido algo que nunca podríamos recuperar.
Aquella noche permanecí en mi cama completamente despierta. Mucha gente ha dicho «Si al menos…», algunas veces a lo largo de su vida. Si al menos esto… si al menos aquello… Es la tan trillada exclamación de los desesperados. Pensé en la ceremonia que se había celebrado en la isla y en la manera en que los nativos habían intentado retenernos. Aquel anciano sabio había sabido que Toby se encaminaba hacia el peligro. Quizá poseía de verdad unos poderes especiales. Tal vez podía ver el futuro. Había pasado toda su vida en aquella isla y debía ser un buen conocedor del clima.
Era posible que hubiera visto señales de la tormenta que se avecinaba. Su actitud estaba destinada a advertírnoslo, a instarnos para que retrasáramos la marcha. ¡Oh, sí al menos hubiera conseguido que prestáramos atención! Si al menos… si al menos…
Y así continuaba meditando.
Finalmente llegó la luz del día; ante mí se extendía un día de tristeza porque él ya no estaba y nos agobiaba el peso de saber que nunca más volveríamos a verlo.
Pasaron algunos días, y de pronto nos dimos cuenta de que podíamos hablar de él.
Elsie relataba historias sobre él, yo las escuchaba y luego le contaba las que yo conocía.
Pero, un día, Elsie me dijo:
—Carmel, esto no tiene ningún sentido, ¿sabes? Piensa en cómo se reiría Toby de nosotras si estuviera aquí. Hemos tenido la gran suerte de conocerlo, y él iluminó nuestras vidas. Pero cuando algo ha terminado, y sabes que todo el deseo del mundo no lo traerá de vuelta, tienes que aceptarlo como es. Tenemos que sobreponernos y continuar adelante.
—Tienes razón —respondí yo—. ¿Pero cómo?
—Eso es lo que debemos averiguar. Tenemos a nuestros amigos, y algunos de ellos buenos.
Elsie tenía razón. Los Forman estaban siempre intentando alegrarnos. Yo veía con mucha frecuencia a James y Gertie, Joe Lester estaba constantemente cerca de nosotras, y toda la gente que conocíamos hacía todo lo posible para ayudarnos. Continuamente nos invitaban a cenar, y en la casa recibíamos muchas más visitas que antes.
—He tenido noticias de mi tía Beatrice —me comentó Gertie, en una ocasión—. Tiene unas ganas enormes de verme.
—¿Te refieres a tu tía de Inglaterra? Ella asintió con la cabeza.
—Cuando yo era pequeña nos llevábamos muy bien. Ella nunca tuvo hijos, y creo que le gustaba pensar en mí como en su hija. Nos escribimos con regularidad. Ahora que las cosas ya se están arreglando por aquí, no creo que a mi familia le importe si voy a pasar una temporada con ella.
—Me parece algo muy emocionante.
—¿Verdad que sí? Tienes que venir conmigo.
Yo la miré con asombro.
—¿Por qué no? No puedes andar por ahí alicaída durante toda la vida.
—¿Alicaída…?
—No eres la misma de antes. Yo sé que fue muy horrible y que los dos os queríais mucho… pero no puedes continuar lamentándote siempre.
—Regresar a la patria —murmuré yo.
—Mi padre dice que, si estoy tan pendiente de ello, será mejor que lo haga. Él me pagará el pasaje y me pasará una pequeña pensión mientras permanezca allí. Tú no tendrás que preocuparte por eso, ahora que eres una mujer económicamente independiente.
Gertie tenía razón. Toby me había dejado a mí la mayor parte de su fortuna, que no era despreciable. También se había ocupado de Elsie. De pronto me di cuenta de que, si deseaba hacerlo, podía viajar. Gertie me observaba atentamente.
—¿Y bien?
—No había pensado en regresar a Inglaterra.
—Piensa en ello. Mi madre sugirió que posiblemente te gustaría ir conmigo. Dice que te haría bien el viaje, que te sacaría de ti misma. No vas a mejorar en absoluto si te quedas sentada, recordando. ¿Qué piensas de que yo regrese a la patria?
—No lo he pensado, en realidad.
—Durante los últimos meses, no has pensado en nada más que en ti misma.
Gertie había conservado la franqueza de nuestros días de la infancia, y tampoco ahora intentaba disfrazar la verdad por brutal que fuese.
—El problema contigo —continuó— es que estás encerrada en ti misma. Te ocurrió algo terrible, y no quieres permitirte a ti misma, ni a nadie más, olvidar.
Luego, de pronto, apoyó una mano sobre uno de mis brazos.
—Lo siento —me dijo—. No debería haber dicho eso.
—Sí —respondí yo—. Tenías que hacerlo. Es verdad.
—Lo que tienes que hacer es eso que dice la gente: sacar fuera los problemas y enseñarles a nadar, en lugar de ahogarlos.
Yo guardé silencio y ella, después de hacer una pausa, continuó hablando.
—Bueno, siempre puedes tomarlo en consideración.
Yo regresé a casa y le conté a Elsie lo que me había dicho Gertie. Yo sabía que Elsie no querría que me marchase, y su expresión era muy pensativa mientras me escuchaba.
—A casa de su tía —comentó luego—. Bueno, hemos oído hablar mucho de la tía de Gertie. Yo suponía que ella iría a verla antes o después. Ahora ya se ha decidido. Creo que… tal vez… podría hacerte bastante bien ir con ella.
—¿Lo crees?
—No hay nada mejor que un cambio total cuando ocurre este tipo de cosas. Me da la impresión de que has aceptado la tristeza como un estado permanente. ¡Fue un golpe tan terrible! Fue la peor de las tragedias. Era un hombre adorable y para ti significaba muchísimo. No podemos olvidarlo, pero se nos ha ido, y no podemos permitir que domine nuestras vidas. Estoy segura de que, si él estuviera aquí, te diría exactamente lo mismo. No tienes por qué decidirlo de inmediato, pero deberías pensar en ese viaje como una posibilidad.
—Elsie —le dije—, odio la idea de dejarte.
—No debes sentirte así. A mí me encanta que estés aquí, por supuesto; tú has sido mi hija, pero tienes que vivir tu vida y aquí… es difícil olvidar. Tienes que conocer gente… gente nueva. En la patria podrás hacerlo. Tengo algo que decirte, y entonces verás que no estaré tan sola ni desamparada como para que tengas que quedarte a cuidarme. Estoy pensando en casarme.
—¡Elsie!
—Sí. Joe y yo hemos sido amigos durante mucho tiempo. Toby solía decir: «Hubieras hecho mejor casándote con Joe. Hubiera sido un esposo mejor de lo que yo seré jamás». En cierto sentido, estaba en lo cierto; sin embargo, no hubiera sido lo mismo. Ahora todo ha terminado, así que Joe y yo podemos casarnos, que es lo que él ha querido desde hace mucho tiempo, y yo también quiero hacerlo, así que no estaré sola.
Yo estaba asombrada, pero, cuando lo pensé bien, me pregunté por qué tenía que estarlo. Quizá Gertie tenía razón cuando decía que yo había estado encerrada en mí misma. Joe era un amigo tremendamente fiel, y no había duda alguna del amor que sentía por Elsie. Pensé en lo mucho que a Toby le habría divertido aquella situación, y me encontré sonriendo por primera vez en muchos meses.
Elsie me rodeó con los brazos y me estrechó.
—Tú también tienes que romper con todo eso —me aseguró.
Y después de aquella conversación, comencé a pensar seriamente en viajar a Inglaterra.
*****
Había salido de la depresión en la que había vivido durante mucho tiempo, y Gertie me arrastraba con su entusiasmo. Pasaría algún tiempo antes de que pudiéramos marcharnos, y Elsie pensó que deberíamos partir después de Año Nuevo; así llegaríamos a Inglaterra cuando la primavera estuviera a punto de comenzar, y el clima sería mucho más agradable.
Se cruzaron muchas cartas con tía Beatrice, que vivía con su esposo, el tío Harold, en Kensington Square. Gertie recordaba haberse alojado en aquella casa.
—Es lo que llaman una casa familiar —me explicó—. Cuando se casaron, pensaban que tendrían una familia numerosa. Todavía conservaban la esperanza cuando nos marchamos. Los afligió mucho nuestra partida. James y yo pasábamos bastantes temporadas allí, y ellos deseaban tener niños en la casa.
—¿Tú crees que querrán tenerme allí?
—¡Por supuesto! Y, si no te gusta, puedes alojarte en otro sitio. Tú no tienes que preocuparte por el dinero y todas esas cosas.
—Parece un arreglo muy conveniente.
—¡Conveniente! Es perfecto. Te encantará mi tía Bee.
—Espero que yo le guste a ella.
—Le gustarás. Eso siempre y cuando salgas de tu tristeza. No vas a gustarle a nadie si te aferras a ella. Tenemos que recordar que existen otras personas en el mundo.
No cabía duda de que la compañía de Gertie me hacía bien.
Los Forman estaban un poco tristes ante la perspectiva de que Gertie se marchara. Yo tenía la impresión de que las raíces de mi amiga estaban tan firmemente enterradas en Inglaterra, que era probable que no quisiera regresar con su familia. Por otra parte, James se marcharía a buscar ópalos muy pronto, pues parecía que la propiedad marchaba bien en aquel momento, y él podía irse con la conciencia tranquila.
A James lo veía con mucha frecuencia, y no le hacía nada de gracia que yo fuese a marcharme.
—Tú regresarás, ¿no es cierto? —me preguntó.
—No tengo intención de quedarme —le respondí.
—Puede que cambies de opinión cuando estés allí.
—No parece muy probable.
—¿Estás segura de que no te gustaría olvidarte de todo eso y, en cambio, venir conmigo?
—No creo que eso fuese nada bueno para ninguno de los dos, James.
—La oferta sigue en pie.
—Gracias.
—Podría ser divertido, ¿sabes? Sería un cambio total.
—Igual que el viaje, como siempre dice Gertie.
—Si no regresas, es posible que yo vaya a buscarte cuando pueda ofrecerte una fortuna.
—Yo no quiero una fortuna.
—Ya lo sé, pero de todas formas sería bueno tenerla. No te olvides de mí, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Nunca te olvidaré; y gracias por toda tu comprensión.
—Oh, yo soy una persona comprensiva. Recuerda también eso.
—Lo recordaré.
Gertie y yo estábamos constantemente juntas. Hacíamos compras y planes, y llegado el momento reservamos nuestros pasajes en La estrella del océano.
Elsie se preguntaba cómo me sentaría aquello de volver a navegar. Ella pensaba que el trauma del naufragio podría haber tenido un efecto tan profundo sobre mí, que era posible que no consiguiera volver a subir a bordo de un barco.
Yo no sentía inquietud ninguna. Le había dicho a Gertie que en el mar me sentiría más cerca de Toby, a lo que ella respondió, con bastante razón:
—¡Qué tonterías dices! No le digas eso a nadie más, porque pensará que tienes goteras en el tejado. Yo voy a navegar contigo, y no quiero que Toby está constantemente con nosotras.
Fue una observación brutal, pero yo sabía que la hacía por mi propio bien. Luego continuó, con más dulzura.
—Tengo los planos de La estrella del océano. Te aseguro que es una embarcación muy bonita. Mira, podemos ver dónde está exactamente nuestro camarote.
*****
No fue hasta finales de enero cuando Gertie y yo emprendimos viaje. Joe y Elsie se habían casado justo después de Navidad.
La ceremonia había sido muy impresionante, y Joe se había ido a vivir a casa de Elsie. Yo estaba encantada porque sabía que era lo que él había querido durante muchísimo tiempo, y Elsie también estaba contenta.
El sobrino de Joe, William, que hacía mucho que deseaba tener tierras propias, se había hecho cargo de las de Joe. Joe recibía un interés por las mismas, y siempre estaba a mano para darle consejos. Él y Elsie le harían visitas periódicas a William, y aquel arreglo resultó absolutamente satisfactorio tanto para Joe como para William, al igual que para Elsie.
Los Forman, junto con Elsie y Joe, fueron al puerto para vernos partir. Fue una despedida muy conmovedora, e incluso Gertie pareció estar a punto de llorar y preguntándose si era prudente emprender aquel viaje… aunque sólo muy brevemente.
James me cogió ambas manos y me recordó que tenía que regresar.
—Antes de no mucho —agregó—, o iré a buscarte.
Yo asentí con la cabeza y nos dimos un beso.
Mientras el barco se alejaba del muelle, permanecimos en cubierta saludándolos con la mano; yo no pude evitar el recuerdo del día en el que había llegado allí por vez primera, a bordo de La dama de los mares, cuando Toby estaba conmigo y ambos éramos tremendamente felices.
Al darse cuenta de lo que estaba pensando, Gertie me arrastró hasta nuestro camarote y con su estilo práctico decidió quién dormiría en qué litera y qué espacio del armario me correspondía.
Yo sabía que habría allí muchas cosas que me lo recordarían, pero al mismo tiempo era consciente de que debía dejar de pensar constantemente en mi vida pasada. Tenía que continuar avanzando y comenzar de nuevo.
Estaba familiarizada con la vida de a bordo, pero cada barco es diferente y, aunque rigen las mismas reglas en todos ellos, varían ligeramente para adaptarse a cada embarcación en particular.
El capitán era un hombre muy agradable. Había conocido a Toby, y cuando se enteró de quién era yo y supo que había estado a bordo de La dama de los mares cuando se hundió, tuvo para conmigo una actitud particularmente amable.
Muy pronto me di cuenta de que había hecho bien en emprender el viaje porque, al estar pendiente del regreso a Inglaterra, podía sentir que me alejaba de mi tragedia y sabía que estaba más cerca de conseguir adaptarme a la vida sin Toby. Llegué incluso a convencerme de que me estaba cuidando, aplaudiendo mi actitud, alentándome a continuar por el camino que había escogido. Eso me ayudaba, pero resultaba inevitable que se hicieran comentarios que me traían recuerdos dolorosos.
Hubiera sido más fácil si no hubiéramos seguido prácticamente la misma ruta por la que habíamos llegado hasta Australia; pero yo hice todo lo posible para no pensar en ello, y Gertie me era de gran ayuda. Constantemente percibía sus ojos vigilantes sobre mí, y me sentía profundamente conmovida por el hecho de que ella deseara con tanta fuerza que yo disfrutara de la visita a Inglaterra.
Creo que conseguí salir bastante bien parada. Teníamos compañeros de viaje agradables, y el tiempo era benigno. A nuestra llegada a Suez, Gertie y yo bajamos a tierra con un grupo de la tripulación. Hubo muchas risas cuando relatamos la ocasión en la que nos extraviamos en Suez, y a mí me impresionó mucho cómo el tiempo puede convertir los acontecimientos desastrosos en cómicas aventuras. En todo caso, hubo muchas carcajadas en torno a las dos niñas que habían subido por la escalerilla de cuerda hasta la cubierta del barco.
Suez, al parecer, era un lugar donde nos ocurrían cosas, comentó Gertie, porque, cuando estábamos a punto de abordar el bote salvavidas que nos llevaría de regreso al barco, yo vi a un hombre cuya apariencia me resultaba familiar.
Lo miré fijamente, y entonces lo reconocí.
—¡El doctor Emmerson! —grité. Gertie estaba a mi lado.
—¡Es él! —Exclamó mi amiga—. ¡Fíjate, tenía que estar aquí y no en otra parte!
Él quedó un poco desconcertado. Con el paso del tiempo, las niñas de once años cambian más que los hombres de veinte o treinta. Se quedó mirándonos, ligeramente intrigado. Luego vimos que nos recordaba.
Se echó a reír.
—¿Son realmente… Carmel… y Gertie?
—Sí, lo somos —gritamos al unísono.
—Recuerdo que se perdieron en Suez —dijo—. ¡Vaya aventura conseguir que regresarais a bordo!
—Con la escalerilla de cuerda —gorjeó Gertie.
—Sin embargo, lo conseguimos. ¿Viajan a bordo de ese barco?
—Sí. Volvemos a casa.
—¡Vaya una coincidencia! Yo también.
Charlamos mientras el bote nos llevaba a bordo. Nos contó que había pasado las últimas dos semanas en Suez, intercambiando información con los médicos locales. Tenía una consulta en Harley Street, y era adjunto de un hospital de Londres.
—Cuando nos vimos por última vez —dijo—, yo iba a quedarme en Suez para realizar unos estudios en el hospital de la ciudad. Bueno, pues así lo hice; luego regresé a Inglaterra y me establecí allí.
—¿Viaja a Suez con mucha frecuencia? —pregunté yo.
—No, actualmente, no. Casualmente he podido hacer esta visita relámpago de ahora para hablar de nuevos descubrimientos.
—¡Qué extraño resulta que vaya a viajar a casa en el mismo barco en el que vamos nosotras!
—A veces las cosas ocurren de esta manera.
El viaje cambió considerablemente después de nuestro encuentro. Veíamos con mucha frecuencia al doctor Emmerson, que parecía buscar mi compañía. Al principio, Gertie se reunía con nosotros, pero otra de las personas que embarcaron en Suez era Bernard Regland; él y Gertie se gustaron desde el mismo principio. Estaba interesado en la arquitectura medieval, y era adjunto de un museo de Londres. Difícilmente era el tipo de hombre que podía atraer a Gertie, pero de pronto sintió un vivo interés por él.
El doctor Emmerson estaba enterado del naufragio y comprendía qué pérdida tan grande había sido para mí la muerte de Toby, así que pude hablar francamente con él. Aquello era un alivio para mí, y solíamos sentarnos en cubierta y charlar durante largos ratos. Él me habló de su vida y carrera, del tiempo que había pasado trabajando en Suez. Me contó cuánto sufrimiento había visto allí, entre la gente pobre, y de esa forma me apartó de mi tragedia como nadie antes lo había conseguido; me hizo ver que Gertie tenía razón al decir que había pasado demasiado tiempo rumiando mi propia desventura.
Al volver los ojos sobre aquel viaje, me doy cuenta de que ocurrieron muchas cosas y nadie hubiera podido decir que no había sucedido nada.
El mar había estado muy tranquilo, incluso en las zonas en que podía ser impredecible. La navegación había sido suave y tranquila; habíamos conocido personas agradables con algunas de las cuales hicimos planes para volver a vernos y que con toda probabilidad no se materializarían nunca; de hecho, a nivel superficial, fue un viaje como muchos otros, aunque luego se vería que era importante, no sólo para mí, sino para la misma Gertie.
En cuanto puse pie en tierra en compañía del doctor Emmerson, Gertie y Bernard Regland, supe que había superado una importante barrera. Había puesto una cierta distancia entre una parte del pasado y yo.
La tía Beatrice y el tío Harold estaban esperando para recibirnos, y Gertie corrió a los brazos de su tía.
—¡Ya estás aquí, ya estás aquí! —gritó tía Beatrice.
Era una mujer regordeta, coloradota y bastante alta. Tío Harold era delgado y ligeramente más bajo que ella. Permaneció de pie, mirándonos con una ligera incomodidad, pero tan cordial a su manera como tía Beatriz lo era a la suya.
—Ésta es Carmel —declaró Gertie—. Ya os he hablado de ella en mis cartas; y éste es Bernard Regland —continuó con orgullo, y tía Beatrice le cogió la mano y se la estrechó con cordialidad.
Luego tío Harold hizo lo mismo.
—Y éste es el doctor Emmerson.
—Encantada de conocerlo —dijo tía Beatrice.
—Es maravilloso regresar a casa —aseguró Gertie.
Tía Beatrice y tío Harold intercambiaron miradas de gratitud que implicaban que Gertie no debería haberse marchado nunca y cuan sabia había sido su decisión de regresar.
Poco después de eso, Gertie y yo nos alejamos con la familia, y el doctor Emmerson y Bernard Regland siguieron sus caminos respectivos, tras habernos hecho la promesa de que volveríamos a vernos.
Y allí estábamos, camino de Kensington, mientras Gertie y tía Beatrice charlaban constantemente y tío Harold y yo permanecíamos en silencio y sonrientes.
*****
Aquellas primeras semanas pasadas en Londres estuvieron repletas de emociones, y el tiempo transcurrió rápidamente. Yo pasaba largos períodos durante los cuales no pensaba en Toby, y me di cuenta de que, si me daba una oportunidad, podía interesarme mucho por todo lo que tenía a mí alrededor.
Tía Beatrice y tío Harold —los señores Hyson— eran unas personas muy hospitalarias. Tenían una casa muy cómoda, y yo estaba segura de que hubieran sido unos padres encantadores. Se consagraron a Gertie y resultaba evidente que les encantaba tenerla con ellos; y también a mí me dispensaron una calurosa acogida.
La residencia daba a una plaza céntrica en medio de la cual había un jardín grande y bien cuidado para el uso de los residentes de la plaza. La llave que abría la puerta de la verja de dicho jardín estaba siempre colgada junto a la puerta trasera, y yo aprovechaba la menor oportunidad para sentarme en los bancos de vez en cuando. Allí, encerrada con los árboles, hallaba una maravillosa paz, a pesar de que podía divisar aquellas casas altas que se erguían como centinelas que guardaban la paz de la plaza.
La residencia de los Hyson era muy espaciosa; en la parte superior estaban las dependencias que habían sido destinadas a los niños que nunca llegaron, y que ahora nos fueron destinadas a Gertie y a mí. Mi amiga estaba familiarizada con ellas desde la época en que ella y James pasaban temporadas con sus tíos. Allí había estado en otra época la sala para jugar, y había un armario muy grande lleno de juegos de mesa como damas, ajedrez, parchís, el juego de las serpientes y el de las escaleras.
Podría haber resultado muy triste el contemplar los sueños de aquel matrimonio que nunca se habían materializado, pero de alguna forma no lo era porque no se habían amargado en absoluto, y ahora que Gertie y yo estábamos con ellos, parecían haberse reconciliado enteramente con el problema.
—Son una pareja maravillosa —me aseguró Gertie—. La decisión de mi familia de marcharse a Australia fue para ellos un golpe muy duro. Pero ahora estoy aquí, y me alegra enormemente estar de vuelta. Ellos dos son un buen ejemplo para nosotras. ¿No estás de acuerdo conmigo? —añadió con tono intencionado, y yo me eché a reír porque sabía que ella se refería a que eran un ejemplo principalmente para mí.
En aquel momento pensé que era una suerte tener un atisbo de la forma en que los otros nos ven.
A los Hyson les gustaba recibir invitados, y la presencia de Gertie en la casa les proporcionaba una excusa perfecta.
Disponían de unas cuantas habitaciones espaciosas que eran adecuadas para tal fin, y decidieron hacer buen uso de las mismas. Al cabo de una semana de nuestra llegada, el doctor Emmerson —cuyo nombre yo había descubierto que era Lawrence— y Bernard Regland fueron invitados a cenar.
Pasamos una agradable velada todos juntos, y el episodio de nuestro rescate en Suez fue relatado una vez más, a pesar de que estoy segura de que Gertie les había explicado todo lo referente al asunto en sus cartas.
Gertie escuchó como embelesada mientras Bernard explicaba algunas de las diferencias existentes entre la arquitectura gótica y la normanda, y que a principios del siglo catorce los arquitectos, no conformes con aquel estilo simple, buscaron cosas más decorativas. Yo estaba asombrada de verla tan seria.
Entonces pensé: «Gertie está enamorada».
Lawrence —a aquellas alturas yo comenzaba a pensar en él como Lawrence— no habló inmediatamente de su profesión. Yo supuse que las enfermedades de la piel serían un tema menos propicio para la hora de cenar.
Yo estaba cada vez más interesada en la relación de Gertie con Bernard Regland, al igual que lo estaban sus tíos.
Un día, cuando Gertie había salido, la tía Beatrice me preguntó:
—¿A ti qué te parece, Carmel? Observo que Gertie se está haciendo verdaderamente muy amiga del simpático Bernard.
Yo le respondí que estaba de acuerdo.
—¿Y bien? —preguntó la tía Beatrice.
—Hace muy poco tiempo que se conocen.
—La vida en los barcos es muy diferente de la vida normal —comentó sabiamente la tía Beatrice, aunque yo creía que no había navegado nunca.
Hizo una pausa.
—Es algo romántico, en algún sentido. Me pregunto… Se encogió de hombros. Yo supuse que estaba imaginando una boda organizada por ella misma… de la joven pareja instalada en una casita que no estuviese demasiado lejos. Y los niños… con la tía Beatrice cerca para ayudar… haciéndose cargo de los deberes de la madre.
A mí me sobresaltó un poco la idea, pero me parecía que Gertie estaba enamorada. Podía imaginar el desdén que le hubiese dedicado a una conversación que tratara de revestimientos y las ventajas de la piedra sobre el ladrillo, temas que ahora parecía encontrar tan absorbentes.
Lawrence también se había convertido en un visitante asiduo, y yo me preguntaba si tía Beatrice especulaba acerca de nuestras relaciones de la misma forma que lo hacía con las de Gertie y Bernard. Decididamente, no. Lawrence era bastante mayor que yo. Debía de tener entonces más de treinta años, mientras que Bernard andaba por los veinticinco, quizá un poco más, aunque no mucho.
A veces yo llevaba a Lawrence a los jardines, donde nos sentábamos a conversar. En una ocasión, él sacó el tema del naufragio.
—A menudo pienso en ello, Carmel —me dijo—. Tiene que haber sido un fuerte golpe para usted, ¿no es así? Sé que adoraba a Toby con toda su alma.
Le respondí que así había sido.
—Quizá prefiera no hablar del asunto —agregó.
—No… no… no me importa.
—Tiene que comenzar a vivir, Carmel.
—Eso es lo que me dice Gertie. Ha sido una compañía muy buena para mí.
—No está haciendo otra cosa que defender su tristeza. Él no podría haber deseado que usted hiciese eso. Era un hombre naturalmente lleno de alegría, y hubiera deseado que usted fuese igual.
—Cuando uno no sale de la tristeza, no sólo estropea las cosas en su propia vida… sino también en la de aquellos que lo rodean, como me dice Gertie. Lo que tengo que hacer ahora es aprender a salir de ella.
—Ha mejorado desde que está aquí.
—Sí, ya lo sé.
—Se ha terminado, Carmel. No tiene posibilidad ninguna de cambiar eso. Tiene que olvidar.
—Ya lo sé. ¿Pero cómo?
—Construyéndose una nueva vida propia.
—Lo estoy intentando.
—Si puedo ayudarla…
Yo sonreí.
—Ya sé que es usted fantástico para ayudar. Recuerdo lo que hizo cuando nos perdimos en Suez.
—Yo también recuerdo —dijo él haciendo una mueca.
—Fue usted un rescatador muy galante. El pobre James no puede olvidar el papel que jugó en todo aquello.
—¡Oh, pobre descuidado James, que las abandonó a las dos!
—¿Le ha hablado de sus sueños acerca de hacer una fortuna en los territorios de ópalos?
Y así nos pusimos a hablar de Australia y de cómo era allí la vida; y una vez más me sorprendió que consiguiera olvidar mi desdicha durante un rato.
*****
Gertie se había comprometido con Bernard Regland, y sólo hacía un mes que habíamos llegado a Londres.
—¡Qué rapidez! —comenté yo.
—¡Rapidez! ¿A qué te refieres? Hemos pasado juntos todo aquel tiempo en el barco, y hace ya tres semanas que estamos en casa. A ti podrá parecerte rápido, pero para mí es sólo romántico.
—¿Te sientes feliz?
—En la gloria.
—¡Oh, Gertie, qué maravilloso!
—Lo es, ¿verdad? Suez tiene que tener algo especial. Tiene influencia sobre nuestro destino.
—Sobre el tuyo, querrás decir.
—¡Qué bueno fue que viajáramos en ese barco! Imagínate que, si no hubiéramos estado en él, yo no habría conocido a Bernard.
—Maravilloso. Piensa en cuánto vas a aprender sobre la arquitectura antigua y moderna.
Nos echamos a reír.
—Tienes que ser mi madrina de boda —me dijo—, aunque quizá seas un poco mayor para eso. Creo que las llaman matronas de honor. Eso de matrona suena demasiado solemne. Quizá sería mejor dama de honor. Eso me gusta; suena a realeza.
—¡Oh, Gertie, estoy impaciente porque llegue el día!
—Aunque te parezca extraño, también yo lo estoy.
Aquella noche, vino a mi habitación para conversar. Me habló de las espléndidas cualidades de Bernard, cuánto lo respetaban en todo el país por su trabajo, y qué futuro tan maravilloso tenía ella por delante.
—Estoy muy orgullosa de él, Carmel.
—Vas a ponerte absolutamente insoportable, ya lo veo venir —le respondí, y nos echamos a reír juntas como lo habíamos hecho hacía tantos años, en La dama de los mares.
La tía Beatrice y el tío Harold estaban locamente emocionados por aquel compromiso. ¿Dónde viviría la joven pareja? Kensington era un área muy apropiada. A la vuelta de la esquina, en Marbrock Square, había unas casitas preciosas. Yo me daba cuenta de que tía Beatrice ya estaba planificando aquella casa, especialmente las dependencias de los niños. Sus perdidos sueños planeaban por las proximidades, quizá con otra forma pero lo bastante parecidos. Tendrían un pequeño jardín, porque los jardines eran muy necesarios para los niños.
Bernard quería llevar a Gertie a que conociera a su familia, que vivía en Kent, y a la que fue debidamente invitada a pasar un fin de semana. Tía Beatrice pensó que sería «bonito» que yo los acompañara, aunque creo que su intención era la de que yo actuara como carabina. Tenía algunas ideas muy anticuadas que salían a la superficie de vez en cuando.
Para mi sorpresa, ya que yo pensaba que Gertie desdeñaría aquella propuesta, se mostró favorable a ella.
—Sería muy tranquilizador tenerte conmigo —me aseguró—. Puede que necesite de tu consejo.
Yo estaba pasmada, pero la Gertie enamorada no era la joven segura de sí misma que yo había conocido antes. Estaba ligeramente nerviosa, y ansiaba causarle una buena impresión a su futura familia.
—Supongo que crees que tienen que ser un dechado de virtudes para haber tenido un hijo como tu divino Bernard.
—Quiero gustarles —admitió ella.
Resultaba muy gratificante que los papeles se hubieran invertido. Ahora era yo la que tenía que aconsejar y cuidar a Gertie.
Teníamos que salir de Londres el viernes por la tarde y coger un tren de Charing Cross a Kent, donde estaba la residencia de los Regland. Bernard nos acompañaría. Habíamos discutido mucho acerca de la ropa que debíamos llevar. Gertie había hecho y deshecho las maletas tres veces. Yo le dije que no se pusiera tan nerviosa, que por supuesto que iba a caerles bien y que, si eso no ocurría, carecería de todas formas de la menor importancia. A Bernard le gustaba, ya que en caso contrario no le habría pedido que se casara con él.
Finalmente, subimos al tren que nos llevaría hasta Maidstone. Bernard nos dijo que habría un coche en la estación, para llevarnos hasta la casa, y que sus padres estaban deseando conocernos.
Yo me recosté en mi asiento, el del extremo, y los observé mientras pensaba en lo maravilloso que tenía que resultar ser tan feliz como lo eran ellos dos, y mirando de vez en cuando hacia el campo que recorríamos.
Entonces, ocurrió de pronto.
El tren había entrado en una estación pequeña. Miré las gruesas letras que formaban su nombre e inmediatamente me vi sumergida en el pasado.
Easentree.
Me resultaba familiar. Estaba segura de haber estado antes allí. Lo recordaba claramente.
«Vamos, Estella —había dicho Nanny Gilroy—. ¿Lo tienes todo? No se te ocurra dejarte nada. Me pregunto si Tom Yardley habrá traído el coche».
Aquél había sido un acontecimiento raro. No era habitual que viajáramos en tren. Habíamos ido a Londres para comprar unas botas que no se encontraban en las zapaterías locales. Easentree era la estación más próxima a Commonwood House.
Cuando el tren partió de la estación, yo estaba aturdida. Había regresado al pasado. A Commonwood House. La señora Marline, que hacía infeliz a todo el mundo. El doctor, que trataba de aparentar que todo iba bien. La señorita Carson… ¿Qué habría sido de la señorita Carson?
—¡Despierta! —Dijo Gertie—. Estás medio dormida. Ya casi hemos llegado.
Gertie me estaba arrebatando de mis sueños del pasado.
El fin de semana fue todo un éxito. Los Regland eran muy simpáticos, y parecían tan bien dispuestos a que su futura nuera les gustara, como lo estaba Gertie con respecto a ellos. En unas circunstancias semejantes, era difícil que fracasaran. Los miembros de la familia Regland estaban ansiosos por conocer a la elegida de Bernard, y tuvieron lugar algunas agradables reuniones familiares.
En cuanto a mí, mis pensamientos continuaban regresando al pasado y los recuerdos de Commonwood House volvían con persistencia, todo lo cual me llenaba de deseos de volver a ver la casa. Me preguntaba quién estaría viviendo en ella. ¿Y si les hacía una visita?
Me encontraría con personas extrañas. La familia se habría marchado tras la muerte del doctor Marline ya que, por supuesto, las chicas y Henry se habían ido a vivir con su tía Florence, que también era tía mía, claro está. Deseaba que Toby me hubiera contado más cosas. Me daba cuenta de que él había sido muy reservado con respecto a su familia… y que era la mía, a pesar de todo.
Me vi a mí misma caminando por el sendero que conducía a la puerta que me era familiar, estirándome para llegar hasta la aldaba, aunque bien pensado no tendría que estirarme ahora que ya era mayor.
Ensayé cómo sería la escena.
—Espero que no les moleste. Pasé casualmente, y como yo he vivido en esta casa, me preguntaba si…
¿Por qué no? La gente hacía cosas así de vez en cuando. No era algo demasiado insólito.
Lo medité durante el fin de semana, mientras Gertie se deleitaba con la excelente acogida que le dispensó su futura familia política, y antes de que terminara la visita ya había decidido que iría hasta Easentree. Podría coger un coche de alquiler, como habíamos hecho aquella vez con Nanny Gilroy. No podía hacer que me llevase a Commonwood House, porque evidenciaría que había ido especialmente. No. Le pediría al conductor que me llevara al pueblo. Allí había un hotel. ¿Cómo se llamaba? «The Bald-Face Stag»[5]. Estella y yo solíamos reírnos del nombre. ¿Qué esperaban? ¿Qué un venado tuviera barba? Podía oír la voz de Estella con toda claridad.
Eso fue lo que sucedió durante aquel fin de semana. Las voces regresaban constantemente a mí desde el pasado.
Podía coger el coche de alquiler y bajar en la posada. Luego descendería por la cuesta hasta Commonwood House.
Ésa era la decisión que había tomado.
*****
La tía Beatrice y el tío Harold quisieron conocer todos los detalles de aquel fin de semana.
—Tenemos que invitar a Bernard y a sus padres a que pasen aquí un fin de semana —decidió la tía—. Tenemos que ir a mirar casas. Estas cosas llevan más tiempo de lo que uno se imagina. Para empezar, tenemos que encontrar el sitio más apropiado.
Y, dado que la feliz pareja planeaba no alargar demasiado su estado de compromiso, no había razón alguna para que no comenzaran a buscar una casa.
Gertie se puso muy contenta al advertir que me andaba por la cabeza algo que no le preocupaba a ella. Hablaba constantemente de sí misma y escribió a sus padres.
—A ellos no va a gustarles —me dijo—, porque esto significa que me quedaré a vivir aquí y ellos están allí. Bernard dice que podremos hacerles una visita de vez en cuando. Le dan vacaciones largas y puede acumularlas. Puede que mamá y papá puedan venir a visitarnos… si pueden ausentarse de las tierras. En ese caso no sería tan malo.
»En cuanto a ti, Carmel, no quiero que regreses todavía. Tienes que quedarte y verme casada.
—No puedo quedarme a vivir para siempre con tus tíos.
—Les encanta que estés aquí. Además, ¿por qué te preocupas? Puedes alojarte donde te dé la gana. Quizá te cases.
—Eres como muchísima gente. Ya que te has puesto el lazo al cuello, quieres ver a todo el mundo haciendo lo mismo.
—No seas cínica. No va contigo. No hay nada de lazos al cuello. Obviamente, no sabes lo que eso significa. Es lo mejor que puede ocurrirte.
—Espero que continúes pensando eso durante toda tu vida.
—Ahora, hablemos de cosas sensatas. Tía Bee está loca porque vea esa casa de Brier Road. Ha acordado una cita para el martes próximo. ¿Quieres venir?
—Bueno, en realidad tenía pensado hacer una visita.
—¿A alguien que conociste en el pasado?
—S… sí.
—¿Te refieres a que vas a hacerla el martes próximo?
—Sí, en realidad, sí.
—Cámbiala para otro día y yo te acompañaré.
—Creo que debería ir sola. Al menos la primera vez… ¿lo comprendes?
—Por supuesto.
Eso me alegró.
Gertie nunca se había interesado mucho por los asuntos de los demás y, por supuesto, ahora estaba completamente absorbida por los suyos propios.
Fue así cómo me decidí a poner mi plan en acción el martes siguiente.
*****
Tuve suerte, porque al llegar a la estación encontré un coche de alquiler libre, y al cabo de poco llegué a «The Bald-Face Stag».
De inmediato me puse en camino hacia el centro comercial. Me fijé en las tiendas de la calle que comprendía el pueblo. La señorita Patten, que tenía la mercería, continuaba en su puesto, al igual que la oficina de correos, la carnicería y la panadería. Descendí a buen paso por la colina y, cuando llevaba unos quince minutos de camino, vi a lo lejos el bosque y las tierras.
El corazón me latía apresuradamente. Ensayaba lo que iba a decir, pero me sonaba falso.
«Pasaba por aquí casualmente, y he pensado que no les importaría. Es sólo una curiosidad natural. Verán, yo viví aquí hasta los once años. Luego me marché a Australia. Acabo de regresar».
En las tierras no había nadie. Había un estanque y un banco… y allí estaba la casa… escondida tras los arbustos, que parecían descuidados. En la época en la que yo había vivido en la casa, estaban en mejor estado.
Al acercarme, me sorprendió advertir que la casa parecía estar muy descuidada.
Llegué a la puerta de la verja, la abrí y avancé hacia la casa, pero me detuve de inmediato y contuve la respiración. Era Commonwood, sin duda, ¡pero cuan diferente estaba! Algunas ventabas tenían los cristales rotos. Algunos ladrillos tenían las esquinas rotas, y daba la impresión de que parte del techo se había hundido.
Commonwood estaba en ruinas. Yo la miré, consternada. Tenía un aspecto tenebroso y repugnante.
Mi primer impulso fue el de volverme y alejarme a la carrera, pero no podía hacer eso. Tenía que averiguar qué había ocurrido. ¿Por qué, tras la muerte del doctor, no habían vendido la casa? ¿Por qué había permitido la práctica tía Florence —y su esposo, ya que yo imaginaba que lo tenía— que una propiedad tan valiosa se convirtiera en una ruina inservible?
Sentí una repentina sensación de asco. ¡Era tan diferente de lo que yo había esperado! Sin embargo, algo me impulsaba en mi interior, y avancé hacia la casa.
Cuando me hallé cerca de la puerta delantera, vi que las ventanas de la planta baja estaban todas rotas, al igual que la cerradura de la puerta. La empujé y se abrió profiriendo un chirrido de protesta.
Entré en el recibidor en el que estaban las puertas que conducían a la sala de la señora Marline y a su dormitorio, donde estaban las puertaventanas que se abrían sobre el jardín.
El corazón me latía como loco. Imaginé que se me advertía que no me aventurara más allá. En aquel lugar había algo horripilante. No era la Commonwood House que yo había conocido. ¿Por qué se había convertido en aquello? Tenía que salir de allí. Olvidarla. Era algo que pertenecía a un pasado que era mejor olvidar. ¿Qué bien podía hacerme el intentar resucitarlo? Resultaba obvio lo que había ocurrido. Los chicos se habían marchado; todos los que una vez habían formado parte de aquella casa estaban muertos o ausentes, y por alguna razón se había permitido que la casa se convirtiera en una ruina.
Regresa al pueblo, me dije. Come en «The Bald-Face Stag», y pídeles que consigan algún transporte que te lleve de vuelta a la estación. Luego, olvídate del pasado y de Commonwood House. Ha terminado para siempre.
Pero el impulso de continuar adelante era irresistible. Sólo un paso al interior del pasillo. Sólo unos minutos más, para recapturar el ambiente de los días pasados… la sensación de no ser como los demás, la extraña que era tolerada allí sólo porque el doctor tenía el corazón tierno; saborear una vez más los sentimientos de aquella niña no querida, que pronto sería adorada y protegida por el hombre más maravilloso del mundo.
Atravesé la alfombra deteriorada. En otra época había sido marrón, con dibujos azules; ahora estaba húmeda y desgarrada, y el azul apenas resultaba visible. Un insecto que caminaba por ella me sobresaltó.
Abrí la puerta de una habitación y miré al interior. Mi mente regresó a una de las últimas ocasiones en las que la había visto. Adeline… loca de miedo, y la señora Marline, que le gritaba. La señorita Carson, que entraba…
No me había dado cuenta de cuan vivamente estaban aquellas escenas impresas en mi memoria.
La puerta que daba al jardín estaba cerrada. A través de los cristales pude ver lo descuidado que estaba. Recordé las conversaciones que había escuchado, e intenté recomponer con ellas lo que había ocurrido entre sus severos habitantes.
Me volví hacia las escaleras, miré a lo alto y, antes de poder advertirme a mí misma que una casa en aquellas condiciones podía ser peligrosa, comencé a subir. Llegué hasta el primer descansillo, cerca de aquella habitación que había sido compartida por el doctor y la señora Marline antes de que ella tuviera el accidente. Ahora estaba vacía. Miré hacia lo alto de la escalera. ¡Qué silencioso estaba todo! ¡Qué diferente! Seguía creyendo oír voces susurrantes. Nanny Gilroy, la señora Barton y la enfermera local… que cerraban la puerta de la cocina para tomar el té y hablar en secreto.
Luego, de pronto oí un ruido. Podía oír los latidos de mi corazón. Era un susurro sibilante. Provenía de la habitación de abajo. Voces que sonaban allí. Voces fantasmales en una casa vacía.
No creo que yo fuese particularmente imaginativa, pero desde el momento en que había entrado en la casa había creído percibir algo horripilante. Quizá eso sea común a todas las casas abandonadas. Parecen conservar algo del carácter de las personas que las han habitado a lo largo de los años; y cuando uno ha conocido a esas personas y se ha dado cuenta de que ocurrían cosas misteriosas entre ellas, no es de sorprender que la imaginación se dispare.
Cuando oí una pisada suave, ya no me quedó ninguna duda. No estaba sola en la casa.
Allí estaba nuevamente… el susurro sibilante.
Provenía de la habitación que había sido el dormitorio de la señora Marline. Me quedé muy quieta, a la escucha. No estaba segura de lo que esperaba que sucediese. ¿Acaso pensaba que el fantasma de la señora Marline aparecería y me preguntaría qué estaba haciendo allí? ¿Qué derecho tengo de estar aquí… o de haber estado aquí alguna vez? Sí, yo era la hija de su hermano, y ésa era la razón por la que se me había permitido quedarme. Pero la señora Marline diría que la gente no tenía derecho de engendrar hijos fuera del vínculo matrimonial, y que los niños debían sufrir por eso.
Oí un leve paso en la escalera. No había duda. No estaba sola en la casa.
Asustada, permanecí quieta en la habitación mientras los pasos se aproximaban. Había empujado la puerta de forma que quedara entrecerrada. Quienquiera que estuviese allí, se hallaba ya muy cerca. Hubo una pausa. Pude oír el sonido de una respiración suave, y luego la puerta se abrió lentamente.
Yo contuve el aliento. No sabía qué esperar, pero la vista de un niño me resultó tranquilizadora. No estaba solo, sino que detrás de él había otro niño, ligeramente más pequeño.
Nos miramos fijamente. Me di cuenta de que estaba tan pasmado por verme allí como yo lo estaba por verlo a él.
—¿Es usted un fantasma? —me preguntó con voz atemorizada.
—No —le respondí—. ¿Lo eres tú?
Los hombros se le estremecieron con una risa silenciosa, y el otro niño avanzó, se detuvo a su lado y me miró fijamente.
—¿Qué está haciendo aquí? —fue la segunda pregunta del niño.
—¿Y tú? —le pregunté a modo de respuesta.
—Mirando.
—Yo también.
—Está encantada, ¿sabe?
—¿Esta casa…?
—Todo esto. El jardín también. Es una casa realmente encantada, ¿verdad, Will?
Will asintió con la cabeza.
—¿Vivís cerca de aquí? —pregunté.
Él asintió con la cabeza y señaló vagamente en dirección al pueblo.
—¿Por qué se está dejando arruinar la casa de esta manera? —le pregunté.
—Porque está encantada.
—¿Y por qué está encantada?
—Porque hay un fantasma. Por eso.
—¿Y por qué está aquí el fantasma?
—Ha venido para encantarla, por supuesto.
Yo calculé qué edad podían tener. El mayor parecía contar unos ocho años, y el más pequeño, uno o dos años menos. Seguramente eran bebés, o todavía no habían nacido, cuando yo me marché de la casa.
—¿Conocisteis a la gente que vivía aquí? —les pregunté.
—Sólo fantasmas.
Me daba cuenta de que no iba a averiguar mucho por ellos.
—Se supone que no debemos venir aquí —me explicó el más pequeño.
—Él me animó para que lo hiciera —dijo el mayor.
—Mi madre dice que la casa puede caérsele a uno encima, y que entonces se quedará enterrado con los fantasmas.
—Es peligrosa —aseguró el otro—. Siempre están diciendo que van a tirarla abajo.
—¿Para construir otra casa? —pregunté—. ¿Usted querría vivir aquí?
—¿Por qué no?
Los niños me miraron con asombro.
—Porque está encantada, por eso —me informó el mayor.
Sentí que les debía una explicación de mi presencia en el lugar.
—Pasaba por aquí… y me pareció interesante —mentí.
—Ahora tenemos que volver a casa. Es la hora de comer y mi mamá se pone furiosa si llegamos tarde. —Me dirigió una mirada de desilusión—. Yo pensaba que usted sería un fantasma, y no una persona normal.
—No lo lamentas —le dijo el otro—. Estás contento. Estabas muerto de miedo.
—¡No lo estaba!
—¡Sí, lo estabas!
Comenzaron a bajar, mientras sus voces resonaban por toda la casa.
—No lo estaba.
—Sí, lo estabas.
Miré por la ventana y vi que atravesaban corriendo la cespedera.
Luego, bajé lentamente las escaleras y salí de la casa.
Me detuve un instante para mirar hacia los campos, pero no se veía a nadie en ellos. Aquella experiencia me había trastornado. No podía librarme de la sensación de que aquel lugar tenía algo horripilante y amenazador. Me alegraba de haber salido, y no tenía deseo alguno de entrar nuevamente. Quería marcharme de inmediato y olvidarlo todo.
No investigaría más allá. Suponía que The Grange continuaba allí, pero no iba a ir a comprobarlo.
Recorrí el camino de vuelta, colina arriba, hasta el pueblo. Tomaría una comida ligera en «The Bald-Face Stag», y luego partiría hacia la estación y regresaría a Londres.
Estaba a punto de cruzar la calle para entrar en la posada, cuando vi que se acercaba un jinete. El caballo era muy fogoso y, cuando yo estaba a punto de bajar al arroyo, el animal se levantó sobre las patas traseras, relinchando. Un hombre que también estaba a punto de cruzar, se detuvo junto a mí. Ambos observamos al caballo y su jinete.
—Es un animal muy maniático —me dijo el hombre. En su voz había algo que me resultaba familiar.
Me volví a mirarlo y lo reconocí de inmediato. Era Lucian Crompton.
—¡Lucian! —exclamé.
Me miró lleno de sorpresa, y entonces vi que me reconocía por la expresión de sus ojos.
—Pero… ¡si es Carmel!
Nos quedamos mirándonos el uno al otro durante un momento.
—Bueno, esto sí que es una sorpresa —dijo él luego—. ¿De dónde has salido, después de todo este tiempo?
—He venido aquí a pasar el día… desde Londres. En realidad, desde Australia.
—¡¿De veras?! ¡Y nos encontramos así! ¡Vaya suerte!
Los recuerdos volvieron a fluir, aunque esta vez se trataba de los agradables. Estaba recordando cómo había encontrado mi medallón y lo había hecho reparar; recordaba que siempre había sido amable conmigo.
El placer de aquel encuentro era indudablemente mutuo.
—Hemos de tener una charla —me dijo—. ¿Qué planes tienes? Has dicho que venías a pasar el día. —Miró su reloj—. Es casi la hora del almuerzo, para mí. ¿Tú no tienes hambre?
—Pensaba comer algo ligero y luego coger el tren hacia Londres.
—¿Por qué no almorzamos juntos? Quiero saber qué has estado haciendo durante todo este tiempo.
El hombre del caballo había continuado su camino, y atravesamos la calle. Lucian abrió la marcha hacia «The Bald-Face Stag».
Era muy conocido en el lugar, y no hubo problema para encontrar una mesa libre.
Cuando ya me hallaba sentada frente a él, pude darme cuenta de que había cambiado mucho. Ya no era el muchacho alegre que yo había conocido. Cuando no sonreía, tenía un aspecto vagamente cansado. Calculé que debía de tener unos veinticinco o veintiséis años, pero parecía mayor. Ciertamente, había cambiado. Suponía que yo también.
Como si estuviera leyéndome el pensamiento, Lucian dijo:
—No has cambiado mucho, Carmel. Sólo te has hecho más alta. Sólo fue en el primer instante que no te reconocí.
—Cuéntame qué ha sido de ti.
—Mi padre murió hace tres años… de forma repentina. Tuvo un ataque al corazón. Eso significa que yo tuve que hacerme cargo de los bienes familiares.
—Supongo que eso te mantiene muy ocupado.
Él asintió con la cabeza.
—Lamento lo de tu padre —le dije—. Tiene que haber sido un fuerte golpe. ¿Cómo está tu madre?
—Ella está bien. Camilla se casó y se marchó a vivir a las Middlands. Ahora tiene un niño. —Hizo una pausa y se apresuró a continuar—. Yo tengo una hija de dos años.
—Oh, así que estás casado.
—Lo estaba —respondió él.
—Oh… lo siento.
—Mi esposa murió al nacer la niña.
Yo pensé que no era extraño que hubiese cambiado, con la muerte de su padre… y la muerte de su esposa.
—¿Y tú… estás casada? —me preguntó.
—Oh, no. No hace mucho que salí del colegio.
—Háblame de ti. ¡Te fuiste tan de repente…! Todo se rompió, ¿verdad?
—¿Sabías tú que mi padre era el capitán Sinclair?
—Oí rumores al respecto.
—Me marché con él. Su barco tenía la base en Australia, y él pensó que lo mejor para mí, dadas las circunstancias, era que me quedara allí.
—Sí, supongo que fue lo mejor.
—Así que me quedé… y luego… él se ahogó. Se hundió con su barco.
Él no tenía conocimiento de aquello, y yo se lo conté tan brevemente como me fue posible, pero me resultó imposible esconder mis emociones.
—Recuerdo que le tenías mucho cariño. Tiene que haber sido algo terrible para ti. —Me sonrió con una ternura conmovedora—. Esas cosas ocurren, y uno tiene que aceptarlas. No puede hacerse nada más, ¿no te parece?
En aquel momento me recordó mucho aquellos días en los que había comprendido que yo me sentía como alguien fuera de lugar.
—Ocurrió todo de pronto —comenté—. Ahora parece irreal. Me marché a Australia con mi padre y, cuando estábamos de camino, me dijo que era su hija. Fue como un sueño que se convierte en realidad.
—¿Fuiste feliz en Australia?
—Oh, sí… mucho.
—¿Y has estado allí durante todos estos años? ¿Has regresado a visitar tu antiguo hogar?
—Sí, pero me quedé horrorizada cuando vi Commonwood House. Realmente era un sitio muy agradable, y pensé que la habrían vendido.
—Lo intentaron, pero nadie quería comprarla.
—¿Por qué no?
—La gente no compra las casas en las que se ha cometido un asesinato.
—¿Un asesinato?
Él me miró con expresión de incredulidad.
—¿Es que no lo sabías? Los periódicos no hablaban de otra cosa. La gente apenas hablaba de nada más durante aquella época. Incluso ahora, se oye alguna referencia al tema de vez en cuando.
—¿Asesinato? —repetí yo.
—Claro, tú te marchaste antes de que todo saliera a la luz. Quizá por eso tu padre… Sí, creo que fue por eso. No deben de haber informado del asunto los periódicos de Australia.
—Cuéntame qué ocurrió.
—Bueno, hubo una investigación y salió todo a la luz. Por eso no pudieron vender la casa. Todo el mundo sabía qué había ocurrido allí. La gente es muy supersticiosa. No me extraña que no hayan podido venderla. ¿Quién querría comprar una casa que pertenece a un hombre al que ahorcaron por asesinato?
Yo estaba muda de la impresión.
Lucian continuó hablando.
—¿Así que no sabías que el doctor Marline fue declarado culpable? La institutriz estaba seriamente implicada, pero se salvó. Iba a tener un hijo, y algunos creen que eso la ayudó; sin embargo, no tenían pruebas suficientes contra ella. Hubo alguien… un escritor o algo así… que se encargó de hacer una campaña en su favor.
—El doctor Marline —murmuré yo—. La señorita Carson. Es difícil de creer. El doctor Marline era incapaz de asesinar a nadie… ni siquiera a la señora Marline.
—Hubo quienes lo defendieron. Tenía la reputación de que cuidaba mucho a sus pacientes y se preocupaba enormemente por ellos, y muchos de éstos tenían una opinión muy elevada de él.
Me miró con una expresión ciertamente extraña, y por un momento pensé que quería que yo aceptara la culpabilidad del doctor.
—Tenía un móvil —continuó Lucian—, pues su esposa le amargaba la vida y él quería casarse con la señorita Carson, que iba a tener un hijo suyo. No podría haber existido un móvil más poderoso.
—Aun así, no lo creo. La señorita Carson era una persona excelente. Todos la queríamos. Ella hizo más por Adeline de lo que nadie había hecho jamás. La gente así no puede cometer asesinato.
—A la gente puede provocársela hasta los límites más inimaginables. Eso es lo que debió de ocurrir en el caso Marline. Tiene que haber sido así.
—Ojalá no me hubiera enterado de todo esto. Simplemente creía que el doctor había muerto y la familia se había dispersado. Durante todos estos años, no había sabido nada del asunto.
—Obviamente, tu padre pensó que era mejor que no te enteraras de nada.
—Tú debías de estar aquí cuando estaba ocurriendo todo eso.
—Estaba en el colegio. Henry se marchó a casa de su tía. Yo no supe nada del tema hasta que ya hubo terminado. El doctor ya había muerto, la casa estaba vacía y todos se habían marchado.
Guardamos silencio durante un rato.
—Creo que fue muy inteligente tu padre al hacer lo que hizo —dijo él, pasados unos instantes—. Si no hubieras regresado, no tendrías por qué haberte enterado. Me doy cuenta de que te ha trastornado. Estoy seguro de que debió darse cuenta de cómo te sentirías si te lo contaba.
—Yo pertenecía realmente a la familia —le expliqué—. La señora Marline era hermana de mi padre… mi tía, de hecho. Mi padre debió de pensar que era mejor que no me enterase, porque estaba relacionada con ellos.
—Seguramente eso fue lo que le pasó por la cabeza. Lamentó que todo esto te haya deprimido. Ésta tendría que haber sido una agradable reunión de viejos amigos.
—Me alegro mucho de volver a verte, Lucian.
—Y yo de verte a ti. Háblame de Australia.
Hablamos entre sorbos de jerez y café, pero mi pensamiento estaban realmente en la tragedia de los Marline, y estoy segura de que también estaba presente en la mente de Lucian.
Le hablé de Elsie y de lo buena que era conmigo; le conté que, al morir Toby, se había casado con su buen amigo Joe Lester, y que eso me había tranquilizado enormemente porque había podido marcharme con la conciencia tranquila.
—¿Entonces no piensas regresar? —me preguntó.
—Bueno, de momento, no. Quizá dentro de algún tiempo.
—¿Existe algo… alguien… por quien quieras regresar?
—Mi amiga Gertie está aquí. Supongo que somos algo así como hermanas. Fuimos juntas al colegio, y tengo bastante amistad con su hermano. Bueno, con toda la familia, en realidad. Llegamos a Australia juntos. Ellos emigraron.
Le hablé un poco de la vida en aquel país, le conté que los Forman habían comprado tierras cerca de Sidney, e incluí la historia referente a la visita del «hombre-ocaso» y las consecuencias que había tenido.
Se mostró muy interesado y quiso saber más cosas acerca de James.
—Es ambicioso. Planea hacer una fortuna con los ópalos… o quizá acabe decidiéndose por el oro; pero creo que los ópalos lo fascinan. Existe un lugar llamado Lightning Ridge, donde se han hecho descubrimientos muy importantes. Según dice James, allí se encuentran los mejores ópalos del mundo.
Lucian estaba mirando al interior de su taza de café.
—Una piedra fascinante… el ópalo —dijo lentamente—. En otra época me interesaban mucho. ¡Tienen unos colores tan hermosos!
—Hay bastante superstición en torno a ellos. Se dice que atraen la mala suerte.
—Esa superstición se generó por el hecho de que se rompan con tanta facilidad —me aseguró Lucian.
—Es algo absurdo pensar que una simple piedra pueda traer mala suerte.
—Por supuesto —dijo él con vehemencia.
Con el pensamiento, me vi repentinamente transportada a la Commonwood House del pasado. No era nada sorprendente, pues las escenas de aquella época se habían infiltrado frecuentemente en mi mente, y ahora estaba allí, a poca distancia del lugar en el que todo había sucedido. Veía a la pobre Adeline sentada en el suelo del dormitorio de su madre, rodeada por el contenido del cajón que se había salido del carril cuando ella lo abrió. «Quería enseñarle a Lucian el anillo del ópalo…».
—¿Qué ocurre? —preguntó Lucian.
—Oh… simplemente estaba pensando. En realidad, nunca he olvidado lo que ocurrió en Commonwood House. Regresa constantemente desde mi memoria. En la casa se produjo una escena… justo antes de que la señora Marline muriera. Tú y Henry os habíais marchado a no sé dónde y Adeline… pobre Adeline… entró en la habitación de su madre a buscar el ópalo que ésta tenía. Quería enseñártelo. Cuando tiró del cajón, se le salió del carril. Se produjo una escena terrible.
Lucian estaba recostado en el respaldo de su silla, con los ojos bajos.
—Pobre Adeline —dijo.
—La señora Marline se puso furiosa y Adeline estaba aterrorizada. La señorita Carson entró para defenderla de su madre y consolarla, y al salir de la habitación sufrió un desmayo. Supongo que eso dejó claras muchas cosas para varios de los habitantes de la casa. Yo estaba como sumida en una niebla. Sabía ciertas cosas sin darme cuenta de lo que significaban.
—No tiene sentido volver una y otra vez sobre el mismo asunto —me dijo Lucian—. Todo ha terminado y nada que podamos hacer cambiaría eso.
—Ya lo sé; y no quería hablar del asunto. Fue a causa de que entonces hablamos de los ópalos y de que traían mala suerte… y fue justo después de eso que la señora Marline falleció.
—Ya te dije que todo señalaba al doctor Marline. Es horrible, pero pertenece ya al pasado. Cuéntame qué ha sido de James.
—Bueno, aún no se había marchado a los yacimientos de ópalos cuando yo me embarqué, pero lo haría muy pronto, según creo. Se hubiera marchado mucho antes de no haber sido por aquel «hombre-ocaso».
—¿Te gustaría beber una copa de licor por el éxito de James?
Yo decliné el ofrecimiento y continuamos charlando; sin embargo, no conseguía olvidar la tragedia de Commonwood House. Había otra cosa sobre la que deseaba saber más detalles, y era el matrimonio de Lucian; pero tuve la sensación de que él no deseaba hablar de ese tema.
Me sentía un poco intrigada con respecto a mi viejo amigo. Había momentos en los que parecía auténticamente encantado de volver a verme, y otros en los que él parecía encontrar la reunión ligeramente desconcertante. ¿Se limitaban estos últimos a las ocasiones en las que hablábamos de los acontecimientos que habían tenido lugar en Commonwood House?
Le mencioné la inminente boda de Gertie.
—Es obvio que permanecerás en Inglaterra durante algún tiempo —comentó él—. Yo viajo a Londres de vez en cuando, y quizá podríamos vernos la próxima vez que lo haga. Dame tu dirección, porque supongo que continuarás viviendo allí durante algunos meses.
—En este momento, no tengo muy claro lo que haré. La familia de Gertie es muy hospitalaria, pero resulta obvio que no puedo abusar de su amabilidad durante toda mi estancia. Creo que desean que me quede con ellos hasta la boda. Sea como sea, ya veré qué hago cuando llegue el momento.
Anoté mi dirección y él la guardó cuidadosamente en su billetera. Luego pidió un coche de alquiler y me acompañó a la estación. Mientras el tren salía lentamente de la estación, él permaneció en el andén, con el sombrero en la mano, mirándome de una forma que me pareció profundamente melancólica.
Me recosté en el asiento, mientras pensaba en aquel extraño día. La casa abandonada, las desconcertantes revelaciones, y entonces mis pensamientos se concentraron en Lucian. Estaba claro que había vivido sus propias tragedias. Parecía un hombre que guardaba un secreto, y yo me preguntaba si sería así.