El mar traicionero
Elsie y yo observamos cómo el barco entraba en el puerto, y pensé que nada podía colmarme con tanta alegría como eso. Mi padre estaba en casa.
Bajamos hasta el muelle. Siempre teníamos que esperar durante un rato antes de ver a Toby, porque, cuando llegaba el barco, él siempre se encontraba muy ocupado con las formalidades de aduana; pero sabíamos que, en cuanto pudiera, estaría con nosotras.
Al fin llegó ese momento y él apareció, con el mismo aspecto de siempre mientras me buscaba con los ojos y los míos no se apartaban de él.
Luego llegó el estrecho abrazo que nos aseguraba a ambos que el otro estaba allí, las risas y las emociones celosamente reprimidas porque eran demasiado preciosas para manifestarlas.
Cogidos del brazo, bajamos del barco. Elsie siempre nos miraba con un destello divertido en la mirada, y esperaba pacientemente para recibir su parte de atenciones. Nunca manifestó ni el más ligero resentimiento por estar en segundo término.
Creo que, en cierto sentido, ella lo amaba profundamente. La relación de ellos había sido siempre un misterio para mí, llena de ironía mordaz, pero en la que resultaba evidente que había afecto entre los dos.
Regresamos a la casa donde, según palabras de Elsie, el ternero engordado ya estaba en la cocina y Mabel se pondría loca de furia si no estábamos todos en el lugar que debíamos para hacerle los honores del caso.
Aquellas Navidades fueron maravillosas porque Toby estaba allí.
Yo no dejaba de maravillarme ante aquellas Navidades australianas, tan diferentes de las que había pasado en Commonwood House. El calor podía ser excesivo en aquella época del año, y a pesar de eso se servía el pavo asado caliente y el pudín de Navidad flambeado con brandy, cosas todas que comíamos a la brillante luz del sol.
—Sigues haciéndolo igual que lo hacen en la patria —le dijo Toby a Elsie—, a pesar de que nunca has estado allí.
—La Navidad no sería Navidad sin toda su parafernalia —admitió ella.
Navidad y san Esteban fueron días tranquilos comparados con la gran fiesta preparada para el día siguiente.
Yo los disfruté plenamente. Los únicos invitados que teníamos eran Joe Lester y su sobrino, William, que para mí eran como miembros de la familia. Toby nos entretuvo con sus historias del mar; parecía tener una enorme cantidad de historias así, y, cuando las contaba a su manera inimitable, resultaban realmente interesantes.
Ya nos había advertido que su estancia sería breve. El día de Año Nuevo tenía que llevar un cargamento de quingombó de una isla a otra, y eso le ocuparía un mes. Luego regresaría a Sidney durante uno o dos días antes de partir nuevamente para realizar un crucero por algunas islas.
—Ahora que eres una joven dama libre de obligaciones —me dijo sonriendo—, he pensado que quizá te dignarías a acompañarme en este crucero en particular.
Yo lo miré fijamente durante un momento. Estaba tan emocionada, que me puse en pie de un salto, y él hizo lo mismo y nos abrazamos.
—Supuse que te alegraría, y tenía intención de anunciártelo a la hora del postre de Navidad, pero no he podido esperar.
—¿Cómo pudiste ser tan cruel como para callártelo durante tanto tiempo?
—¡En ocasiones puede ser un sádico terrible! —Aseguró Elsie—. Anda, Joe, llena los vasos. Vamos a brindar por ese crucero por las islas.
Aquél fue un maravilloso día de Navidad, el mejor que jamás había conocido, y era debido a que Toby estaba conmigo y pronto navegaría con él por alta mar.
Al día siguiente la casa estaba completamente alborotada. Se dedicó la mañana a los preparativos. El salón, una vez despojado de la mayoría de los muebles que contenía, proporcionaría el espacio suficiente como para que bailaran los invitados. Elsie estaba muy orgullosa de lo que llamaba su «orquesta», que consistía en un piano y dos violines instalados entre los tiestos llenos de plantas en un rincón de la sala. Las puertas acristaladas se abrían sobre una cespedera sobre la que, a causa del calor, imaginé que acabarían bailando los invitados. Era seguro que aquella fiesta sería un éxito porque todo el mundo estaba decidido a pasar un buen rato.
Tal y como yo había predicho, a pesar de que comenzamos a bailar en el salón, muy pronto nos decidimos a salir a la cespedera.
Aquella noche mantuve una larga charla con James. Sentía mucha pena por él porque sabía que había trabajado duramente en las tierras de su familia y no ignoraba cuan amargamente desilusionado estaba porque su aventura de los ópalos tendría que ser pospuesta. Mi propia felicidad hacía que me sintiera aún más apenada por él.
Yo misma abordé el tema porque sabía que le ocupaba completamente la cabeza y necesitaba hablar de ello.
—Estoy decidido a marcharme un día u otro —me aseguró—. Sé que la mayoría de la gente piensa que no conseguiré nada. Sé que mucha gente fracasa, pero yo no fracasaré, Carmel. ¿Crees que soy un idiota?
—Por supuesto que no. Pienso que, dado que lo deseas con tanta fuerza, debes intentarlo.
—Yo tengo la teoría de que, si estás decidido a triunfar en la vida, lo conseguirás.
—Creo que es una teoría muy buena.
—Sabía que estarías de acuerdo conmigo. Gertie, claro está, piensa que soy un idiota; al igual que el resto de mi familia, pero yo sé que…
—Bien, en ese caso, tienes que intentarlo y demostrarles que están equivocados.
—Es maravilloso hablar contigo, Carmel. ¿Te gustaría ir a buscar ópalos?
—¿A mí? Nunca lo he pensado.
—Es de lo más divertido.
—Oh, ya me imagino lo emocionante que puede llegar a ser.
—Supón que nos marchamos juntos.
—¿Qué?
—No es para sorprenderse tanto. ¿Por qué no? Supón que nos casáramos.
Yo estaba pasmada.
Él continuó a toda velocidad.
—Bueno, ya no eres una niña, y aquí estamos, los dos juntos. Nos llevamos muy bien, y yo siempre te he tenido cariño. Oh, no me recuerdes lo que ocurrió en Suez.
—No pensaba hacerlo.
—Ya sabes que nunca me he perdonado por ello.
—Por favor, no volvamos sobre ese asunto. En aquella época no éramos más que niños.
—Lo que hice fue espantoso. Tendrías que haber oído el sermón que nos dio el capitán. Nunca lo he podido olvidar.
Me eché a reír.
—Eso no significa que debas ofrecerme tu mano a modo de compensación. Creo que estás apresurando demasiado las cosas, James. Se debe sólo a que yo comprendo cómo te sientes con respecto a los ópalos, y porque estamos aquí juntos, charlando, y la verdad es que no hay muchas chicas entre las que puedas escoger. Nos llevamos bien, y la mayoría de la gente se casa algún día pero, bueno, quizá todo eso no sea una razón lo suficientemente buena como para decidirnos a formar una vida de matrimonio.
—Pero yo te tengo mucho cariño, Carmel, y es verdad que nos llevamos muy bien.
—Y tú crees que esa unión sería muy conveniente. Habéis tenido todos esos problemas en vuestra propiedad, y no estás pensando con claridad en este asunto. Lo mejor será que lo dejemos estar durante un tiempo.
Él se alegró un poco.
—Tú siempre comprendes las cosas, Carmel —me dijo—. Es posible que tengas razón. Todo lo ocurrido ha sido un golpe bastante duro para mí. Lo tenía todo planeado, y dentro de unas semanas tendría que haberme puesto en camino. Ahora, no podré partir durante muchos meses.
—Todo llegará, James.
—Así pues, ¿quedamos como buenos amigos?
—Por supuesto —le respondí.
Permanecimos sentados en la tenue luz, escuchando la música del piano y los violines que nos llegaba del interior de la casa.
*****
La fiesta fue maravillosa y, cuando acabó, Elsie estaba radiante por el triunfo. Luego Toby se marchó y yo pude pensar en muy poco que no fuese el viaje que estaba a punto de realizar con él, aunque de vez en cuando recordaba la conversación que había mantenido con James.
Había sido algo muy inesperado, y yo creía que había dicho aquello obedeciendo a un impulso momentáneo. ¡Ir yo a buscar ópalos con él! ¡Casarme con él! Pobre James. Se había llevado una amarga desilusión cuando tuvo que posponer su marcha en busca de ópalos, y yo había sido comprensiva con él, mucho más que su hermana. ¡Difícilmente podía ser aquello una buena base sobre la que construir un matrimonio! Cuando se hubiera recobrado de aquel estado anímico y se encontrara buscando ópalos, me agradecería de verdad que no hubiese sido tan impulsiva como él.
En cualquier caso, no volvió a hablar del asunto y yo supuse que comenzaba a darse cuenta de que se había precipitado un poco.
Abordé La dama de los mares con la alegría que es de suponer.
—Debería llamarse La vieja dama de los mares —señaló Toby—. ¿Sabes que ya tiene treinta y cinco años? Muchas naves estarían pensando en retirarse a esa edad, pero en esta vieja dama aún queda mucha vida. Es la mejor nave en la que he navegado. La quiero con toda mi alma. Ya sabes que tengo momentos sentimentales.
Yo estaba decidida a sacar todo lo que pudiera de aquel viaje y disfrutar de cada momento. Elsie vino a despedirnos, y nos saludó con la mano desde el muelle a medida que nos alejábamos, o debería decir que me saludó a mí. Toby estaba siempre en el puente durante las entradas y salidas de puerto, y no estaba visible para nadie excepto los oficiales de a bordo que estaban implicados en la navegación.
Y luego me encontré allí, en el camarote tan conocido por mí, y Toby me enseñaba qué ruta debíamos seguir; me sentía plenamente feliz.
Los días pasaban rápidamente. Cada mañana me despertaba con el regocijo que me provocaba la conciencia de saber que estaba en el barco. Permanecía tendida en mi litera y contemplaba lo placenteros que serían los días por venir.
Recuerdo especialmente aquella velada. De hecho, sé que así será durante toda mi vida. Todo era perfecto. El calor del día había cedido, y el aire era suave y balsámico. Estaba sentada en cubierta con Toby y miraba la Cruz del Sur con una plena sensación de felicidad.
—Llegará un día en el que tendré que dejar el mar —comentó Toby, de pronto.
—Eso será maravilloso, porque ya no te marcharás.
—¿Qué haremos entonces? ¿Nos instalaremos juntos en una casita? ¿Vas a cuidar de mí cuando sea viejo?
—Por supuesto que voy a cuidarte.
—Concedo que eres capaz de malcriarme. Me encantaría que me malcriaran, así que, por favor, hazlo, Carmel.
—No estoy muy segura de eso. Todo lo que haga será por tu propio bien.
—Oh, Dios, siempre me da miedo cuando la gente actúa por el bien de uno. Habitualmente significa algo desagradable. Por cierto, quiero tener seis nietos.
—Son muchísimos, ¿no?
—Puedo ser muy codicioso. Como puedes ver, ya no somos jóvenes. Ni siquiera tú eres una niña. Uno comienza a pensar en el futuro. Supongo que te casarás, algún día.
De inmediato pensé en la sugerencia de James.
—Bueno —le dije—. Aunque te parezca raro, eso me fue sugerido recientemente.
Él se puso inmediatamente alerta.
—¿Quieres decir que te lo ha pedido alguien? ¿Quién?
—James Forman.
Él se recostó contra el respaldo y sonrió.
—Bueno —comentó—. No me sorprende demasiado. Elsie me dijo que pensaba que se cocía algo por ese lado.
—¿De verdad? A mí me cogió totalmente por sorpresa.
—Eso es porque no eres consciente de tus atractivos encantos.
—Pienso que se le ocurrió decirlo por un impulso momentáneo. Simplemente, parecía adaptarse a sus planes.
—En fin, él está decidido a buscar ópalos. Parece bastante obsesionado con ello.
—Creo que necesitaba a alguien que se marchara con él.
—Puedo entenderlo. La mitad de los hombres de Australia sueñan con hacer una fortuna de cosas extraídas del suelo. Es una forma rápida de hacer fortuna… si resulta… y a veces sí que resulta. ¿Y qué sientes tú por James?
—Me resulta difícil tomarme en serio la idea del matrimonio.
—Ya veo. El pobre James será un amante desdichado. Esta fiesta que dio Elsie me ha hecho pensar. En Inglaterra estarían pensando en que «debutaras en sociedad». Deberíamos estar haciendo algo parecido.
—Pero aquí no hay ningún sitio para «debutar en sociedad» —respondí yo—. No pueden celebrarse bailes y ese tipo de cosas… excepto las fiestas que da Elsie.
—Bueno, tendremos que ver qué puede hacerse. Deberías conocer gente. Yo quiero que tengas lo mejor, Carmel.
—Ya lo sé. ¡Habéis hecho siempre tanto por mí, tú y Elsie!
—Me gusta pensar que no he sido demasiado mal padre.
—Así es en efecto, y a menudo te he dicho que eres el mejor que nadie haya podido tener jamás.
—Antes que nada, lo que quiero es que seas feliz.
—Yo quisiera ser siempre tan feliz como lo soy ahora.
Guardamos silencio durante un rato.
—Algo haremos —dijo luego él—. Tú y yo tenemos que estar siempre juntos.
—Eso es exactamente lo que yo quiero —le aseguré.
Luego se puso a planear las cosas de aquella manera que yo conocía tan bien. Siempre que fuera posible, yo debía navegar con él, y, ahora que había dejado el colegio, tendríamos más oportunidades. Cuando se retirara, viviríamos juntos. Sidney era un lugar muy hermoso. ¿No creía yo lo mismo? A Elsie le gustaría tenernos cerca para poder cuidar de nosotros. Podríamos comprar una casa para los dos.
Frunció el entrecejo.
—¿Qué piensas de regresar a la patria? —me preguntó de pronto—. Te sacamos de allí de una forma bastante repentina.
Mi mente retrocedió en el tiempo. Adeline, que miraba a través de la ventana de la estación en busca de la señorita Carson; Estella, con su aire de «Yo no tengo miedo», que delataba tan claramente que sí lo tenía. Todo era confuso, parte de un período vago e irreal. Todo sería diferente ahora.
Toby no esperó a que le respondiera y continuó hablando.
—No, quizá no sería una buena idea que regresáramos ahora a Inglaterra. Podríamos comprar una finca pequeña en Sidney, junto al puerto, desde donde podríamos mirar a los barcos que entran y salen. Eso sería lo mejor.
—Me parece maravilloso.
—En cuanto a Inglaterra… bueno, eso fue hace mucho tiempo, ¿no es así?
—Resultaría extraño regresar a Commonwood House.
—¡Oh, yo no me refería a Commonwood! Las cosas serían ahora muy diferentes allí. —Tenía el entrecejo fruncido—. No, no. Sería ese lugar en el puerto, o… si regresáramos a Inglaterra… ya sabes que la tierra natal tiene siempre un atractivo especial para la gente… me gustaría comprar una casita en Devon. En la costa… la casa del gran Drake. Algo cerca de Hoe; o quizá de Cornwall. Bueno, la decisión estará en nuestras manos… desde el Fin del Mundo hasta John O’Groats.
—Será maravilloso planear todo eso.
—Carmel, lo lamento. Las cosas podrían haber sido diferentes. Me refiero al principio. Un bonito hogar… con unos padres.
—Yo tengo a mi padre.
—Estaba pensando en tu madre. Le hubiera gustado tenerte con ella. Bueno, las cosas ocurrieron como ocurrieron. Ella pensó que era lo mejor para ti.
—Eso era lo que decía la señorita Carson.
—¿La señorita…? Ah, te refieres a…
—Me dijo eso poco después de llegar a la casa. Me pregunto qué habrá sido de ella. Era una persona encantadora.
—¿Cómo podemos saberlo? —dijo él—. En fin, eso ocurrió hace mucho tiempo.
Guardó silencio durante unos segundos, con el entrecejo fruncido y la vista fija delante de sí.
—Vi a tu madre hace no mucho tiempo —me dijo de pronto—. Quiso que se lo contara todo de ti.
—¿La viste en Inglaterra?
—Sí. Sería bueno que volvierais a veros. Quizá lo hagáis, algún día. No veo por qué no.
—La recuerdo perfectamente desde el día en que la conocí en el carromato de Rosie Perrin.
—Sí. Ella me habló de ese encuentro. Quedó completamente cautivada por ti.
—Tiene que ser algo extraño eso de conocer a la propia hija cuando ya está bastante crecida.
—En el mundo ocurren cosas extrañas. Ahora, Carmel, tenemos al mundo completo ante nosotros.
Yo asentí, soñadora.
No, nunca olvidaré la perfección de aquella noche. Desde entonces he tenido la sensación de que quizá sea peligroso ser tan feliz como yo lo era entonces, y que tal vez una felicidad tan perfecta está condenada a no durar mucho.
*****
Ocurrió dos días más tarde. Estábamos anclados cerca de la isla de Mahoo. Yo me había despertado temprano y mirado por el ojo de buey, y allí estaba, la isla perfectamente desierta, exuberante y verde sobre el mar cristalino; las palmeras se balanceaban en la brisa, las cabañas de los nativos se veían esparcidas por la orilla, y unos botes pequeños muy parecidos a canoas se acercaban al barco.
Toby me había explicado que el barco era demasiado grande como para acercarse a la isla, lo que significaría que anclaríamos a una media milla de distancia de la costa y bajaríamos a tierra en los botes salvavidas. Primero se descargaría la mercancía que habíamos llevado para la isla, y se la transportaría a tierra; nosotros la seguiríamos.
Mientras yo estaba en cubierta observando cómo descargaban, él se reunió conmigo durante un momento.
—Tú y yo bajaremos juntos a tierra. Hay que respetar algunas ceremonias. Yo tendré que frotar mi nariz con la del jefe, y luego te presentaré. Verás cómo te diviertes.
—¡Qué interesante! —exclamé yo—. A menudo pienso en lo afortunada que soy por tener de padre a un capitán de barco. ¿Cuántas personas pueden viajar por el mundo de una manera semejante a ésta?
Él me dio un beso en la punta de la nariz.
—Todavía no has visto nada —me aseguró—. Ahora tengo que dejarte. Sólo quería decirte eso.
Sí, puedo asegurar que era perfectamente feliz.
*****
Toby y yo fuimos llevados a tierra con el primer oficial y dos de sus hombres. Cuando el bote raspó contra la arena, bajamos en alrededor de treinta centímetros de agua y fuimos inmediatamente rodeados por un grupo de niños desnudos que chillaban con todas sus fuerzas.
Nos estaban dando la bienvenida a la isla.
Dos hombres enormes avanzaron hacia nosotros y nos pusieron guirnaldas de flores al cuello. Toby hizo una reverencia de agradecimiento, lo cual provocó una risa incontrolable en los niños.
Luego, los hombres que nos habían traído las flores marcharon a ambos lados de nosotros. Estaban desnudos de cintura para arriba, y las prendas que llevaban estaban fabricadas con pieles de animales y plumas que habían sido previamente teñidas de rojo y azul. Tenían un cabello muy rizado que formaba una corola en torno a sus cabezas y que adornaban con abalorios hechos de hueso. Llevaban lanzas, y, de no ser por las flores y los risueños niños, me hubiera sentido como una cautiva.
Toby me dirigió una mirada y un confiado guiño.
—Es la bienvenida habitual —me aseguró—. Ya hemos pasado antes por esto. Saben que soy su amigo. El paso siguiente del protocolo es la presentación ante el Gran Jefe.
Subimos por una suave inclinación del terreno, mientras los niños nos rodeaban, reían y se gritaban los unos a los otros, y llegamos a un claro donde tuvo lugar la ceremonia de bienvenida.
De inmediato identifiqué al jefe, que estaba sentado en lo que podría llamarse un trono, y que estaba profusamente adornado. Tenía un aspecto muy impresionante, decorado con flores y pieles de animales. Por encima del mismo había una máscara de aspecto verdaderamente feroz, con una boca que parecía gruñir y una expresión amenazadora, y era más grande que el rostro del jefe, un hombre muy grande. El jefe tenía echada encima de los hombros una capa de plumas de colores azul, verde y rojo. A ambos lados de él había dos hombres muy altos con lanzas.
Toby avanzó hacia el jefe y le hizo una reverencia. El jefe inclinó la cabeza pero no se puso de pie.
Toby dijo algo, y el hombre que nos había conducido hasta él habló también. El jefe escuchó. Luego se puso de pie. La capa se le deslizó de los hombros y dejó al descubierto una piel que parecía ébano lustroso. Toby se acercó al jefe, que lo cogió por los hombros, y cada uno aproximó su rostro al del otro. Eso era lo que Toby llamaba «frotarse las narices». Se dijeron algunas palabras. Luego Toby se volvió hacia mí y me tendió una mano.
Seguidamente me encontré mirando a los enormes ojos negros del jefe, que tenía que agacharse bastante para poner sus ojos al nivel de los míos mientras sus manos me apretaban los hombros; durante un momento, mientras miraba aquellos charcos de oscuridad, me sentí como si me arrastraran lejos de todo lo que conocía hacia el interior de un mundo completamente diferente. Fue una sensación misteriosa. Luego dejé que su nariz tocara la mía, que se movió suavemente durante unos segundos, hecho lo cual me soltó.
Así que realmente se tocan las narices, me dije, y después de eso volví a sentirme normal.
Nos hicieron sentar junto al jefe, y Toby les ordenó a sus hombres que avanzaran. Llevaban unas cajas que habían descargado del barco, y que al abrirlas dejaron a la vista regalos para el jefe. Los niños se aproximaron y se oyeron jadeos de admiración y entusiasmo. Había abalorios de todas clases y los presentes, incluido el jefe, los miraban maravillados. El objeto que levantó mayor entusiasmo fue una armónica, y Toby tocó con ella una canción que hizo que el grupo se pusiera loco de deleite.
Los regalos eran, por supuesto, una prueba de nuestra amistad. Siguió un obsequio ceremonial, cuando el jefe puso un collar de hueso en torno al cuello de Toby. Entonces me di cuenta de que a mí también iban a regalarme uno, porque yo era la hija del capitán y, al honrarme a mí, honraban al capitán.
El jefe en persona me lo puso en torno al cuello, y por segunda vez aquellos ojos negros miraron profundamente a los míos como si quisieran leerme los pensamientos, cosa que esperaba que no pudiera hacer. Yo sólo deseaba que no volviera a frotar su nariz contra la mía. Sin embargo, lo hizo y luego, mientras me cogía por los hombros, me miró fijamente a los ojos antes de soltarme.
Luego volvimos a sentarnos y varios guerreros presentaron armas ante mi padre; otros avanzaron para realizar algunas de las danzas nativas de su pueblo, que se limitaban a dar pisotones con los pies de una manera que parecía ferozmente guerrera, y proferir lo que supuse que eran gritos de batalla. Yo me alegré de que fuésemos amigos, no enemigos.
Aquello continuó durante lo que me pareció mucho tiempo. El calor era intenso, y el sol se estaba poniendo a la hora en que regresamos al barco.
Aquella noche, nos sentamos en cubierta, a mirar a la isla que estaba separada de nosotros por el agua. Podíamos oír el sonido de los tambores lejanos.
—Es bastante agotador —comentó Toby.
—Hacía demasiado calor, y todo resultaba extraño.
—En todas estas islas se comportan según el mismo modelo, poco más o menos. Las ceremonias son ligeramente diferentes, pero no demasiado. Por supuesto, tenemos que ser un poco cautelosos en nuestros tratos con los isleños. Podrían malinterpretarnos con toda facilidad. Nosotros somos tan extraños para ellos como ellos lo son para nosotros. La armónica tuvo un éxito tremendo, ¿verdad? Yo me eché a reír al recordarlo.
—Los niños son quienes más me gustaron —dije—. Nosotros les resultábamos muy divertidos y no intentaban ocultarlo.
Él sonrió al pensar en ellos.
—Bueno, nos marcharemos mañana a medianoche. La marea será favorable, y para entonces habremos acabado los negocios aquí.
—Éste ha sido un viaje maravilloso. Detesto pensar que se terminará.
—Habrá otros. Por cierto, mañana será un día muy importante. Seremos honrados con la ceremonia del Vaso de Kerewee. Se trata de una bebida nativa. Es algo sagrado, y el hecho de que se nos permita observar su preparación significa que nos aceptan como amigos. Llevan a cabo una ceremonia de proclamación de la amistad.
—Supongo que, cuando uno puede ser atacado por un enemigo en cualquier momento… que es lo que debía de ocurrirles en el pasado… uno quiere asegurarse de quiénes son sus amigos.
—Correcto. Es por eso por lo que las danzas son como demostraciones de sus proezas guerreras. Prepararán ese Vaso de Kerewee, y lo harán con la máxima ceremonia bajo la supervisión del jefe. Luego el vaso, que en realidad es un enorme cuenco, será pasado de mano en mano y nosotros tendremos que compartir la bebida.
—¿Quieres decir que tendremos que beber de verdad?
—Me temo que sí. No pongas esa cara de susto. Puedes mojarte sólo los labios, pero no dejes que se den cuenta de que no bebes. Estoy seguro de que eso sería un insulto terrible que podría atraer hacia nosotros toda clase de maldiciones… la venganza de sus dioses o algo por el estilo.
—¿Qué tipo de venganza?
—No tengo ni idea porque no sé de nadie que se haya atrevido a provocarla. No pongas esa cara de susto. Es muy fácil. Lo único que tienes que hacer es no permitir que se den cuenta de que no estás ansiosa por beber del cuenco.
—¡Qué cosas tan extrañas debes de haber visto a lo largo de todos tus viajes!
—Bueno, supongo que he visto bastantes.
Yo sonreí y pensé en lo afortunada que era por poder compartir algo de su vida.
*****
El calor era intenso. Habíamos permanecido sentados durante una hora, yo a un lado del jefe y Toby al otro. Habíamos presenciado danzas rituales, y ya estábamos en esa parte de la ceremonia en la que un hombre en cuclillas encendía fuego frotando dos piedras. La olla estaba puesta sobre el fuego, y en ella echaron muchos ingredientes. Mientras hervía, el grupo profirió encantamientos con voz lúgubre; y al fin la mezcla estuvo lista.
Entonces se la vertió en un cuenco más pequeño que sería pasado de mano en mano, y que colocaron delante del jefe; en aquel momento se oyó un grito repentino que provenía del grupo. Los niños comenzaron a lloriquear, corrieron aterrorizados hacia sus madres y escondieron el rostro. Yo busqué los ojos de Toby, y él asintió de forma casi imperceptible. Yo pensé que lo hacía para tranquilizarme, que el terror era parte de la representación y que no tenían ningún miedo en absoluto.
Un recién llegado —tan alto como el jefe y que llevaba puesta una máscara enorme y aterrorizadora— avanzó y se detuvo ante el jefe. Se puso a gesticular de forma salvaje y contorsionaba su cuerpo adoptando posturas extrañas; estaba enseñando los dientes. Apartó los ojos del jefe para mirar a Toby, que parecía bastante impresionado, incluso acobardado ante la ira de aquel hombre.
A mí me pasó por la cabeza la idea de que debía ser el brujo, un personaje del que había oído hablar muchísimo. Toby me había contado, en una ocasión, que parecían tener poder sobre la vida y la muerte y que, si decían que un hombre iba a morir, moría sin remedio.
—Nosotros no lo comprendemos —me había explicado Toby—, pero yo sé que ha ocurrido. Algunos dicen que no es más que autosugestión. «Hay más cosas en los Cielos y la Tierra de lo que sueña vuestra filosofía». Puede que haya algo de eso.
Durante mucho tiempo recordé aquella conversación. En aquel hombre había ciertamente algo sobrenatural.
Mientras hacía cabriolas extrañas, aquel hombre le estaba diciendo algo al jefe. Sobre los presentes había caído un profundo silencio, y yo sentí que ya no actuaban. El hombre continuaba retorciendo su cuerpo con extrañas contorsiones, señalando al cielo y emitiendo sonidos gimientes; luego, para mi horror, se volvió hacia Toby. Se aproximó a él mientras continuaba gimiendo, retorciéndose y señalando al cielo.
Luego se volvió y se detuvo ante el cuenco de Kerewee. De pronto lo cogió y bebió de él. Luego levantó el cuenco en el aire mientras sacudía la cabeza de atrás hacia delante, y vi que el líquido brillaba en su mentón. Hecho eso, depositó reverentemente el cuenco delante del jefe y se sentó junto a Toby.
La ceremonia de la bebida acababa de comenzar. Dos hombres le acercaron el cuenco al jefe, el cual levantó las manos al cielo con un gesto que parecía de bendición. Luego se inclinó y bebió, tras lo cual el cuenco le fue entregado a Toby, que hizo muy bien su representación. Se oyó entre los presentes un profundo suspiro de alivio cuando el cuenco fue nuevamente entregado al jefe, el cual bebió un trago antes de dármelo a mí.
Yo cogí el cuenco y, al hacerlo, casi lo dejo caer. Un poco de aquel líquido me salpicó el vestido. Había un silencio reverencial. Apresuradamente, levanté el cuenco y me lo llevé a los labios. Lo sostuve de manera que nadie pudiese apreciar cuánto bebía, me mojé los labios e hice como que tragaba. El cuenco fue cogido de mis manos y la ceremonia prosiguió.
Hasta que el cuenco estuvo vacío y depositado nuevamente a los pies del jefe, y las danzas comenzaron, yo no me sentí tranquila.
Luego, de forma repentina, el brujo —si es que se trataba del brujo— se puso de pie y comenzó a girar delante del jefe. Miraba fijamente al cielo mientras danzaba alrededor de Toby. Sacudía la cabeza y luego se puso a gritar, retorciendo el cuerpo con contorsiones extrañas. Toby se había puesto de pie; sacudió la cabeza y se encogió de hombros. Yo no comprendía qué estaba intentando dar a entender.
Parecía que el jefe estaba poniéndole reparos, y la gente comenzó a murmurar mientras sacudían la cabeza de delante hacia atrás.
Yo deseaba poder entender lo que estaba ocurriendo; tuve la repentina sensación de que iban a impedirnos regresar al barco y me pareció percibir que algunos de los oficiales también estaban intranquilos.
El sol comenzaba a descender hacia el horizonte, y yo sabía que Toby estaba ansioso por regresar al barco y preparar la partida de medianoche.
Se levantó, me cogió de un brazo y, junto con los oficiales, emprendimos el descenso hacia la playa. El jefe caminaba a nuestro lado, sacudiendo incesantemente la cabeza, como si manifestara alguna protesta. Toby no aflojó la mano con que me agarraba firmemente por el brazo.
Finalmente llegamos al bote. Toby me ayudó a subir y saltó a mi lado. Los otros nos siguieron. No eran muchos los que nos habían acompañado a la ceremonia; quizá una media docena de oficiales, como mucho.
Aquellas gentes habrían podido detenernos con la mayor de las facilidades, pero simplemente se quedaron en la playa, mirando cómo nos marchábamos, sacudiendo tristemente la cabeza.
—¿Qué significaba todo eso? —le pregunté a Toby cuando nos alejamos.
—Estaban intentando evitar que nos marcháramos de la isla —respondió él.
—Podrían haberlo hecho muy fácilmente. No parecían comportarse de forma hostil.
—Todo lo contrario. Querían que supiéramos que eran nuestros amigos. Tenía algo que ver con ese viejo sabelotodo.
—¿Te refieres al brujo?
—Es algo parecido. Él pensaba que no debíamos marcharnos. Había visto algo… un mensaje del cielo. Teníamos que quedarnos hasta mañana por la noche. No entienden absolutamente nada acerca de la importancia que tiene el tiempo. Ven presagios y cosas por el estilo en todas partes.
—Fue muy amable por su parte el mostrarse tan preocupados.
—Son nuestros amigos. ¿No les regalé yo la armónica? Puede que sólo quisieran mostrase especialmente hospitalarios… demostrarnos simplemente cuánto los apenaba que no nos quedáramos durante más tiempo… así que ¿por qué no alargábamos un poco la estancia? O tal vez no fuera más que algo que se les metió en la cabeza. Puede que haya tenido algo que ver con el hecho de que casi se te cayera el cuenco.
—Me llevé un susto de muerte.
—No me sorprende. No creo que nadie antes haya estado a punto de que se le cayera. Mi querida muchacha, tendrías que haberte dado cuenta de que tenías entre las manos un emblema sagrado.
—Sí me di cuenta. Por eso estaba tan nerviosa.
—Bueno, el paseo ya se ha terminado. Basta de cosas sagradas durante una temporada.
—Fue todo muy interesante, pero en un momento me asusté, porque tenía la impresión de que no iban a dejarnos marchar.
—Y ahora, aquí estamos, a salvo sobre La dama de los mares. ¿No te parece preciosa?
—Tú adoras este viejo barco, ¿no es cierto?
—Lo es. Pero más adoro a mi hija. Y nos marchamos a medianoche.
*****
Durante las primeras horas de la mañana se levantó un fuerte viento. Me desperté una o dos veces a causa de los balanceos del barco, y permanecí en la litera escuchando los crujidos de las tablas. A veces parecía que La dama protestaba con bastante vigor.
A últimas horas de la mañana, amainó un poco, pero había una fuerte marejada y hacía demasiado viento como para salir a cubierta. Al caer la noche la cosa empeoró, y no pude ver a Toby. Yo tenía la suficiente experiencia como para saber que cuando había mal tiempo era necesario que estuviera al mando en persona, y no podía delegar la tarea en sus subalternos.
Me retiré bastante temprano, pero no era fácil dormir y dormité de forma intermitente. El movimiento del barco se hacía cada vez más violento. Las tormentas tropicales pueden ser muy feroces, y entonces resultaba evidente que estábamos muy cerca de una. Yo me preguntaba si Toby intentaría llevar el barco hacia algún puerto, en caso de que fuera posible encontrarlo.
Estaba profundamente dormida cuando me despertó un repicar de campanas. Yo sabía qué significaba aquello. El barco estaba en dificultades. Nos habían instruido acerca de qué hacer en casos semejantes. Lo primero era ponerse ropa abrigada, coger el chaleco salvavidas y encaminarse a la cubierta más cercana.
Rebusqué entre mis prendas, mientras pensaba: «Si puedo llegar hasta Toby… tengo que llegar hasta Toby».
Pero Toby estaría en su puesto, y allí no había sitio para mí. Sin embargo, él querría estar conmigo. Tenía que hallar la forma de llegar hasta él.
Temblando, me abotoné el abrigo y me puse un pañuelo sobre la cabeza. Era difícil ponerse de pie y conservar el equilibrio a causa de las sacudidas.
Abrí de la puerta de mi camarote y salí tambaleándome al pasillo. El ruido era ensordecedor. Sonaba como si estuvieran rompiéndose cosas por todas partes. Avancé por el pasillo, dando traspiés. El barco parecía diferente. Resultaba difícil reconocer los rostros que antes eran familiares. Los muebles estaban caídos y rotos por todas partes. Podía oír cómo gritaba la gente.
«Tengo que hallar la forma de llegar hasta Toby».
Subí las escalerillas. Sentí una ráfaga de aire, un viento feroz. Estaba cerca de la cubierta. Allí había habido una puerta que ahora parecía no existir. Luego me encontré dando traspiés por la cubierta. No estaba preparada para la fuerza de aquel viento, que se apoderó de mí, me empujó hacia delante y luego me arrastró hacia atrás. Caí al suelo y volví a levantarme con gran dificultad, porque resultaba imposible permanecer erguida; me aferré a una barandilla y me puse de pie mientras me aferraba a ella con mayor fuerza. Todo parecía diferente. ¿Dónde estaba? Nada tenía el mismo aspecto de antes.
Estaba aturdida y muy asustada, pero había un pensamiento que no se me borraba de la mente: encontrar a Toby. Teníamos que permanecer juntos.
Intenté calmarme. El camino tenía que ser aquél, aunque parecía diferente. Tenía que encontrar el camino para llegar al puente. Sin duda alguna, Toby estaría allí. Él tenía que cuidar del barco y yo debía permanecer cerca de él.
Conseguí avanzar por la cubierta. Ahora había gente por todas partes. Estaban bajando los botes salvavidas, los mismos que hacía muy poco nos habían llevado hasta la isla.
El barco se escoró repentinamente. Se estaba volcando… deslizándose… Oí que alguien gritaba. Intenté levantarme, pero me resultó imposible.
Había un ruido ensordecedor por todas partes. De pronto oí un alarido.
Alguien me estaba levantando.
—Toby —dije yo—. Toby.
*****
Estaba en un bote. Era incómodo, y lo único que yo percibía era que me dolía una pierna. Estaba sentada a un lado del jefe, y Toby estaba al otro. Él me hacía un guiño y decía:
—No dejes que se den cuenta de que no bebes.
Se balanceaba, se balanceaba, el bote se balanceaba. Alguien me acercaba algo a los labios. Bebí. Estaba caliente.
—Commonwood House no sería igual ahora que antes —oí que decía Toby.
Luego el balanceo y la inconsciencia.
Ahora estaba en un barco. Podía percibir aquel movimiento que me era familiar. Todo estaba en calma. Recordé. Había habido una tormenta, pero ahora todo había pasado. Me hallaba en cama y alguien estaba inclinado sobre mí, pero me sentía demasiado cansada como para abrir los ojos.
Pasado no sé cuánto tiempo, abrí los ojos. Sabía con seguridad que me hallaba en un barco, pero que no era La dama de los mares. Me dolía la pierna. Intenté moverme pero no pude. Noté que estaba vendada.
Pasó cerca de mi cama una mujer que llevaba uniforme de enfermera, y la llamé.
—Hola —me dijo—. Ya se ha despertado, ¿eh?
—¿Dónde estoy? —pregunté.
—En La reina de la isla.
—Pero…
—La recogimos. Ahora está a salvo. Se hizo mucho daño en la pierna, pero ahora la tiene mejor.
—¿Qué… ocurrió?
—Descanse un poco, más tarde hablaremos de ello largo y tendido.
—Pero…
Se marchó.
¿Cómo había llegado hasta allí? Estaba demasiado cansada como para pensar. Yo estaba antes en La dama de los mares. ¿Qué había dicho la enfermera? ¿La reina de la isla? No… aquello era demasiado… y yo estaba demasiado cansada.
Caí nuevamente en la inconsciencia. Estaba en el jardín de Commonwood House. La señora Marline le estaba gritando a Adeline y la señorita Carson la estaba consolando. Luego me encontraba en el bosque. Zíngara estaba sentada en los escalones del carromato.
—Yo soy tu madre —me estaba diciendo.
Yo luchaba por salir, por regresar a lo que vagamente sabía que era real. Estaba en un barco que no era La dama de los mares. ¿Dónde estaba entonces el barco de Toby? ¿Y dónde estaba Toby?
—Hola —dijo la enfermera—. ¿Se encuentra mejor?
Yo asentí.
—Eso está muy bien. La pierna no está seriamente herida. Se curará con el tiempo. Ha sufrido usted un terrible shock.
—¿Qué ocurrió? —pregunté yo.
—El tiempo era muy malo. En estos mares puede ponerse así. Nosotros la recogimos, y ahora la llevamos a Sidney. Usted tiene familia allí, ¿no es cierto?
—El barco… —dije yo—, La dama de los mares…
—Parece que estaba en las últimas. Llevaba demasiado tiempo navegando. Puede que haya una investigación.
Yo no conseguía comprender de qué me estaba hablando.
—No se inquiete —continuó ella—. Ahora está a salvo. Usted fue de los que tuvieron suerte. Una de los que tuvieron suerte.
—Yo luchaba con las palabras que no querían aflorar, quizá porque tenía miedo de pronunciarlas.
—¿Qué… qué ocurrió…?
—Se perdió… y con ella un buen número de pobres almas.
—¿El capitán…?
—Bueno, querida, el capitán es siempre el último en abandonar el barco, ¿no es así?
*****
Fue el médico del barco quien me lo contó todo. Se había enterado de que Toby era mi padre y fue muy dulce conmigo.
Me cogió de las manos y me dijo:
—Verá, fue una tormenta muy feroz. Se producen de vez en cuando en estos mares. El barco no pudo resistirla. Un número bastante considerable de gente se hundió con él. Voy a darle algo para ayudarla a dormir. Eso es lo que usted necesita.
Lo había perdido todo. Toda mi felicidad, todos mis sueños sobre el futuro… habían desaparecido. Un navío viejo y un mar implacable lo habían arrancado de mi lado.
Había perdido a la persona que más quería en el mundo. No sentía nada más que una completa desolación.