CAPÍTULO 04

El «hombre-ocaso»

Gertie y yo nos habíamos despedido de nuestros antiguos amigos de escuela, de la escuela misma, y de la forma de vida que había tocado a su fin después de más de seis años. Teníamos por delante las largas vacaciones de final de curso, aunque para nosotras era más que un fin de curso. Yo pasaría probablemente una temporada en la propiedad de los Forman, en Yomaloo, y Gertie vendría a quedarse durante un tiempo en casa de Elsie, conmigo. Era una costumbre que habíamos mantenido a lo largo de los últimos años.

En marzo del año siguiente yo cumpliría dieciocho años, y parecía haber pasado mucho tiempo desde que Toby me dijo que no regresaría a Inglaterra.

¡Todo había ocurrido tan de prisa después de aquello! Se habían borrado los planes a largo plazo, y al cabo de pocos días se había establecido una nueva forma de vida. Al principio había sido algo tan desconcertante, que tuve la sensación de haber sido tragada por un remolino y depositada de pronto en un país nuevo, en una nueva casa; pero nunca olvidaba lo afortunada que era por tener a dos personas como Toby y Elsie que cuidaran de mí.

Cuando Toby me había sacado de Inglaterra para llevarme a realizar aquel viaje fantástico, yo me deslicé a un país de maravillas y pensé que había encontrado la felicidad para siempre a partir de entonces. Ahora, con la sabiduría que me confería la mayor edad, podía mirar a la niña que había sido y sonreír. La felicidad no es así. No podemos retenerla para siempre. Tenemos que esperar a que llegue, y ése es el motivo de que sea tan preciosa cuando aparece.

¡Cuán agradecida tenía que estarle a Elsie! Ella era, supongo yo, mi madrastra, aunque se parecía más a una hermana mayor y mucho más sabia. Me había contado, en los raros momentos en los que se ponía sentimental, que siempre había querido tener una hija. Yo había llenado esa carencia.

Había sido en febrero de aquel mismo año, justo antes de que yo cumpliera los once, cuando Toby se marchó con La reina de los mares, y me dejó con Elsie, a quien conocía desde hacía sólo una semana.

Siempre recordaré cuando subí a bordo para despedirme de él, y aquella sensación de estar perdida y vacía porque no iba a verlo durante mucho tiempo; pero Elsie comprendió mi pena y me ayudó a sobrellevarla. Toby había intentado estar alegre y lo había conseguido hasta cierto punto. Me aseguraba constantemente que no pasaría mucho tiempo antes de que él regresara, y que entonces haríamos planes emocionantes.

Después, nos quedamos en el muelle y observamos al barco mientras se alejaba. No podíamos ver a Toby porque tenía que estar en el puente, pero observamos cómo el barco se alejaba, deslizándose por el agua, y me consoló ver que también Elsie estaba llorando. Me había pasado un brazo por los hombros.

—Nos llevaremos bien, cariño —me había dicho—, y pronto estaremos aquí, otra vez, mirando cómo entra el barco y lo trae hacia nosotras.

Luego regresamos a la casa y nos pusimos a beber cacao y hablar de él.

Elsie había sido maravillosa conmigo durante las semanas que siguieron a la partida de Toby. Yo sé que me dedicaba toda su atención. Comprendía perfectamente cómo me sentía, y tomó la determinación de demostrarme que estaba a salvo con ella. Toby había desaparecido momentáneamente, pero ella había ocupado su lugar.

Estábamos siempre juntas. Elsie tenía muchos amigos en Sidney; íbamos a visitarlos y ellos venían a la casa con bastante frecuencia. Mabel, que se encargaba de cocinar y dirigir el hogar, se hizo muy buena amiga mía, al igual que todos los demás que vivían en la casa. Yo me metía en la cocina y miraba cómo Mabel amasaba el pan y revolvía las gachas mientras me hablaba de su infancia en un pequeño poblado que estaba al norte de Sidney, en dirección a Melbourne. Había siete hermanos en la familia, y ella era la mayor. Quería salir a ver un poco de mundo, dijo, así que marchó a la ciudad. Había tenido uno o dos empleos. Tenía buena mano para la cocina, y finalmente, para su suerte había acabado en casa de Elsie.

—Una de las mejores —me aseguró, y eso era suficiente para ella.

Desde entonces, se había quedado allí.

También estaban Adelaide, que tenía unos cuantos años más que Mabel, y Jane; entre las tres hacían todas las tareas de la casa. No se imponía ninguna ceremonia, nadie era realmente más importante que los demás, y todos parecían muy felices.

Luego estaban Jem y Mary, que vivían junto a los establos con su hijo Hal; hacían pequeños trabajos en la casa cuando era necesario, y también cuidaban del jardín. Anglo también vivía allí, y siempre tenía una sonrisa para mí cuando me veía. Era un conjunto de habitantes felices.

Constantemente me acordaba de Commonwood House a causa de lo diferente que era el lugar. ¡Cuán extraña estaría la casa ahora! El doctor muy enfermo y los chicos con tía Florence. ¿Qué habría sido de la señorita Carson? Yo esperaba que se hubiera trasladado a la casa de tía Florence con los chicos, aunque quizá el doctor se había recuperado y todos habían regresado a Commonwood House.

Intenté hablarle a Elsie de todos ellos, pero no pareció interesada. Eso me sorprendió porque habitualmente le gustaba saber cosas de los demás; sin embargo, había notado que, cuando hablaba de cualquier cosa que tuviese que ver con Commonwood House, ella aprovechaba la primera oportunidad que se le presentaba para cambiar de tema.

A la casa venía gente constantemente. Algunos no avisaban de su llegada, y se reunían con nosotros para comer si estaban a punto de servir el almuerzo. Otros venían desde muy lejos y se quedaban durante uno o dos días.

Había un amigo muy especial. Se llamaba Joe Lester. Era un hombre grande, más bien callado y serio. Conmigo era muy cordial, y me hablaba de los primeros tiempos, cuando Australia se convirtió en una colonia penal, casi como lo hacía Toby.

Joe tenía una propiedad a algunas millas de Sidney, donde vivía con un sobrino que le ayudaba a dirigirla. Elsie y yo solíamos visitarlos de vez en cuando.

Alrededor de dos semanas después de la partida de Toby, Elsie mencionó por primera vez el tema del colegio.

—Todo el mundo tiene que ir al colegio —me aseguró—, y eso te incluye a ti, cariño. Aquí no tenemos esos colegios tan buenos que tenéis en Inglaterra, pero he oído hablar de uno que parece ser adecuado. Está a algunas millas, entre Sidney y Melbourne, y me preguntaba si…

—Yo iba a ir al colegio con Estella, según creo, pero luego ella se marchó a casa de tía Florence.

—Bueno, sí —se apresuró a decir Elsie—, pero también harás amigas aquí. La gente es muy cordial. Te diré lo que haremos. Iremos a verlo y, si nos parece bien, puedes asistir. Toby piensa que debes continuar haciendo las mismas cosas que harías en casa. Comerás una cena caliente de Navidad en pleno verano. No irás al colegio hasta septiembre, porque es entonces cuando comienza el curso escolar en Inglaterra, y aquí tendrá que comenzar en la misma época para ti. En realidad, no hay una prisa desesperada.

Me sentí muy entusiasmada cuando recibí una carta de

Gertie. Los Forman habían encontrado una propiedad en Yomaloo, a unas diez o doce millas de Sidney.

Le escribí de inmediato. Se quedaron pasmados al saber que todavía estaba en Sidney. No habían esperado tener noticias mías durante bastante tiempo, porque creyeron que la carta tendría que continuar viaje hacia Inglaterra. El resultado fue que, cuando Gertie y su madre viajaron a Sidney, vinieron a vernos.

Les expliqué que las circunstancias habían cambiado, y que de momento me quedaría en Sidney. Gertie se quedó encantada y la madre dijo que teníamos que ir a pasar unos días en la casa nueva, cuando ya se hubieran instalado. Nos reímos mucho hablando del viaje. Volví a ver a Jimmy, que se había convertido en James, y todavía estaba un poco avergonzado por el papel que había desempeñado en la aventura de Suez.

Aquélla fue una reunión muy feliz.

Se habló de que yo iría al colegio, y dado que los Forman querían que Gertie también fuese, se decidió que marcharíamos juntas.

Luego llegó el día en que Toby regresó a Sidney. Nunca olvidaré la espera en el muelle, mientras aguardábamos a que el barco entrara en puerto, ni el momento en que él descendió por la pasarela y me rodeó con sus brazos para estrecharme como si nunca fuera a soltarme.

Más tarde me dijo que el doctor Marline había muerto y que estaba muy apenado por él. Yo pensé que lo entristecía hablar del asunto, así que no le hice todas las preguntas que hubiese deseado.

Me contó que Adeline y Estella estaban todavía en casa de tía Florence, y continuarían viviendo allí. No sabía qué había sido de la señorita Carson.

Sería mejor que yo me quedara en Australia, me dijo, porque así estaba seguro de poder verme con mayor frecuencia que si vivía en cualquier otra parte. Además, Elsie y yo nos habíamos hecho muy buenas amigas.

Todo sonaba mejor cuando lo decía Toby. ¡Qué buena suerte que los Forman no estuviesen demasiado lejos! Gertie y yo nos habíamos hecho íntimas amigas durante el viaje. Todo estaba saliendo bien.

Hice un corto viaje con él a Nueva Guinea desde Sidney. Sólo duró tres semanas, pero había la esperanza de realizar otros; y durante aquellos años sólo realicé un viaje más con él, porque tenía que coincidir con las vacaciones escolares.

Las actividades escolares me absorbieron, y así fueron pasando los años.

Ya éramos mayores. Nos sentíamos muy maduras y eso nos entusiasmaba. Los días escolares habían acabado. Gertie y yo éramos adultas.

*****

Aquella vuelta a casa fue diferente de todas las demás. Hubo bastante ceremonia en torno a ella. El autocar nos trajo de vuelta junto con varias niñas que vivían en la zona de Sidney, y dejó a Gertie en Yomaloo. Como era habitual, cruzamos la promesa de que pronto volveríamos a vernos. Yo iría a pasar unos días en casa de los Forman como había hecho siempre, y ella vendría a Sidney.

Elsie estaba esperando mi llegada.

—¡Dios mío! —exclamó, con expresión sentimental—. Ya eres toda una joven dama.

Y allí, de pie en el porche, estaban Mabel, Adelaide y Jane, con Anglo junto a ellas.

Me llevaron dentro de la casa, y Mabel anunció que había schnapper de almuerzo, que era mi plato preferido, y que no quería que se enfriase mientras charlábamos como loros. Ya habría tiempo suficiente para hablar después de la comida.

Durante el almuerzo, como había hecho siempre, les conté lo que había ocurrido durante el último período de clases, y ellas me dieron cuenta de cómo habían ido las cosas por la casa.

—He pensado en dar una fiesta… —me dijo Elsie cuando nos quedamos a solas, más tarde—, digamos que para Navidad… para ti y quizá para Gertie. Convertiremos la sala en una especie de salón de baile. Resultará bastante grande cuando saquemos de allí los sillones y todos los trastos. Haré venir a algunos músicos. Será como una fiesta de presentación en sociedad para ti y para Gertie… algo así como esa tontería que hacen en la patria, aunque sin todas esas estupideces de llevar plumas y hacerle reverencias a la reina. Necesitaremos que vengan algunos jóvenes. Joe no es muy joven que digamos, pero su sobrino y el hijo de los McGill no están del todo mal. También están los Barnum y los Culver… y, por supuesto, James Forman. Creo que podremos reunir un grupo bastante apreciable.

Yo guardé silencio, y ella continuó:

—Bueno, te estás haciendo mayor, ¿sabes? Es hora de que comiences a vivir un poco. Tú debes «debutar en sociedad», como dicen en Inglaterra. Eso es lo que harías si estuvieras en la patria.

Mis pensamientos se dirigieron fugazmente hacia Estella y Adeline. Estella tendría diecinueve años entonces, y Adeline algunos más. Henry tendría veintiuno. ¿Qué estarían haciendo? Entonces sólo pensaba en ellos muy de vez en cuando. Qué extraño resulta comprobar que las personas que una vez fueron una parte tan importante de nuestras vidas, como en el caso de ellos, puedan convertirse en sombras de un sueño.

—Supongo que querrás un vestido bastante especial —me estaba diciendo Elsie—. Algo en rojo o azul, o ese tono de malva que tanto te gusta… algo brillante. Nos tomaremos nuestro tiempo… escogeremos la tela y se la llevaremos a Sally Cadell para que lo haga. Siempre está dispuesta a aceptar trabajo. Supongo que dentro de una o dos semanas querrás ir a casa de los Forman. Cuando regreses comenzaremos a preparar la fiesta. Necesitará un poco de planificación.

Hizo una pausa y bajó los ojos; luego, pasados unos segundos, volvió a mirarme y me sonrió.

—Me he guardado la mejor parte hasta ahora porque pensaba que cuando la oyeras no le pondrías atención a nada más. Tobe vendrá en diciembre, la víspera de Navidad, concretamente.

Yo la miré y nos arrojamos la una en brazos de la otra.

—¿No llamarías a eso buenas noticias, eh? Serán para nosotras unas Navidades muy especiales, te lo aseguro.

—¡Es maravilloso! —exclamé yo—. Absolutamente maravilloso.

Después de eso nos quedamos mudas, con los ojos brillantes, contemplando la perspectiva que teníamos ante nosotras. ¡Cuánto me quería Elsie! Llegó hasta mí otro fugaz recuerdo de Commonwood. ¡Cuán diferentes eran las cosas allí, donde Elsie y Toby hacían todo lo posible para que mi vida fuese agradable! Me sentí embargada por la emoción.

Ahora sería libre. Si existía la posibilidad de realizar un viaje con él, no habría colegio que lo impidiese. Aquello era la perfecta felicidad.

A continuación, apenas pudimos hablar de otra cosa que no fuese la buena suerte que haría que Toby regresara a Sidney en aquellas fechas, a pesar de que cualquier momento, claro está, hubiera sido maravilloso. Charlábamos con entusiasmo.

Al día siguiente me encaminé a los establos para asegurarme de que mi montura, Rayo de Estrella, estaba bien. Manifestó una gran alegría al verme, y Hal me dijo que me había echado de menos pero que sabía que tenía que ir al colegio, por lo que no estaba enfadado conmigo por haberlo dejado solo durante todo aquel tiempo.

Rayo de Estrella confirmó aquellas palabras, acariciándome con el hocico.

—Te está diciendo que se alegra mucho de que estés de vuelta —continuó Hal—. Supongo que sabe que los días de colegio se han terminado y que has vuelto para siempre.

Elsie y yo nos sentábamos a charlar de cosas generales en nuestro rincón preferido del jardín, aunque nuestras mentes estaban perpetuamente ocupadas por el regreso de Toby. Yo le conté que Sarah Minster acababa de vencerme en la competición de salto de caballo, y que había obtenido la mejor nota en inglés aunque había aprobado matemáticas por los pelos. Ella me contó que uno de los caballos se había quedado cojo a ocho millas de la casa, y que había tenido que pasar la noche en la propiedad de los Jenning.

—Yo espero que tú acabarás quedándote aquí, Carmel —dijo ella, de pronto—. Acabarás siendo una de nosotros. ¿Nunca piensas en regresar a la patria?

Nuevamente volvieron aquellos fugaces destellos del recuerdo. El doctor Marline en la sala de clase, Adeline llorando en la habitación de su madre, la señorita Carson que salía de la habitación y se desmayaba…

—Gertie habla a menudo de regresar —respondí yo—. Tiene a su tía Beatrice en Londres. Dice que un día volverá a la patria.

—Para algunos de ellos nunca deja de serlo —comentó Elsie—. Parece que no pueden olvidarla. Otros no quieren volver a verla nunca más.

—Supongo que depende de lo que te haya ocurrido allí.

Ella pareció un poco perpleja.

—Tú has sido feliz aquí, ¿no es cierto?

—Maravillosamente feliz. Tú estás aquí… y Toby, a veces.

Ella asintió con la cabeza.

—Quizá te cases y te quedes aquí.

—¿Casarme? ¿Casarme con quién?

—Eso está en manos de los dioses, como dicen por ahí. Hay uno o dos jóvenes por los alrededores. Son muy guapos; como el sobrino de Joe, William. Es un poco tímido, pero, desde que está viviendo con su tío, ha comenzado a salir del cascarón. Joe dice que le es de gran ayuda en la propiedad, y que cuando aprenda un poco más dispondrá del dinero suficiente como para instalarse por su cuenta. En fin, está aquí mismo, y lo veremos con mucha frecuencia. Vendrá con Joe a visitarnos.

—¡Pero uno no se casa con la gente porque esté aquí mismo!

—Yo creo que sí tiene mucho que ver. ¿Cómo vas a conocerlos si no están cerca? Y creo que también le gustas a James Forman.

—¡James Forman! Te estás olvidando de todos los problemas que tuvimos en Suez porque nos abandonó. Creo que nunca llegó a superar aquello.

—No era más que un chiquillo. No irás a guardarle rencor por eso.

—No; pero sí creo que él se guarda rencor a sí mismo. Siempre se muestra un poco avergonzado conmigo.

Ella sonrió.

—Pobre muchacho. A él le gustaría que tú lo vieras como a una especie de héroe… arrojado, que te cogió en brazos y subió contigo por aquella escalerilla de cuerda.

—Pero eso lo hizo el doctor Emmerson.

—James es un buen muchacho. A mí me cae bien y, lo que es más importante, creo que tú le gustas.

Después de aquello, comencé a pensar en James Forman con mayor frecuencia.

*****

Estábamos todos tendidos sobre la hierba, con los caballos atados a poca distancia. Habíamos cabalgado hasta un arroyo conocido como Wanda’s Creek, que estaba en el límite de la propiedad de los Forman. Habíamos ido primero hasta la casa de los Jansen, los vecinos más próximos.

Había una ley no escrita que obligaba a los vecinos a ayudarse mutuamente cuando era necesario; Jack Jansen se había lastimado una pierna cuando arreglaba un cercado, y en cuanto la noticia llegó hasta Yomaloo, James partió inmediatamente para ver si necesitaban ayuda.

Gertie y yo lo acompañamos por si podíamos ser útiles en la casa, pues sólo había una hija, Mildred, y la madre; no tenían criados.

James arregló la cerca y nos pusimos en camino de regreso, tras haber comido con los Jansen. Habíamos cabalgado durante un buen trecho, pero aún restaban unas cuantas millas y decidimos detenernos para descansar y beber un poco. Así pues, allí estábamos. James había sacado de la alforja una botella del vino casero que hacía el señor Forman, y lo estaba escanciando en unos vasos. Siempre llevaba una botella de vino, porque durante los viajes necesitaba con frecuencia beber algo estimulante, y los lugares donde podía encontrarse vino eran muy pocos y estaban demasiado distantes los unos de los otros. Era en ocasiones como aquélla cuando uno tomaba conciencia de lo vasto que era aquel territorio y cuan escasamente poblado.

Era agradable descansar bajo el tibio sol de octubre, que sería demasiado ardiente al cabo de pocas semanas. Estábamos tendidos sobre la hierba y hablábamos de forma intermitente.

Gertie dijo que se preguntaba qué haríamos ahora que habíamos dejado el colegio.

—Hay muchas cosas que puedes hacer en casa —señaló James—. Mamá te necesita en la casa.

—Si pudiera reunir algo de dinero, me gustaría hacerle una visita a tía Beatrice.

—¡Volver a la patria! —exclamó James.

—Exactamente —replicó Gertie.

—Sólo de visita —dije yo.

Gertie vaciló.

—Ella tiene añoranza —aseguró James—. Siempre lo he sabido. Puedes verlo por la forma en que habla de Inglaterra. ¿Y tú, Carmel? ¿Qué quieres hacer tú?

—Eso dependería de los que me rodearan —respondí.

Ellos sabían, por supuesto, que me refería a Toby. Se habían enterado de que era mi padre, y no mi tío como se les había inducido a creer a bordo de La reina de los mares. Ni James ni Gertie se interesaban demasiado por ese tipo de cosas. Eran bastante diferentes de mí, que siempre quería conocer los detalles de todo.

—James está enamorado de Australia, ¿no es cierto, James? —comentó Gertie.

—Ahora es nuestro hogar. Así es como yo lo veo. Vinimos aquí y comenzamos de nuevo.

—Y quieres pasar aquí toda tu vida… cuidando de la propiedad —dije yo.

—No —dijo James, con tono decidido—. ¡De ninguna manera! Yo ya he decidido lo que voy a hacer. Voy a dedicarme a buscar… ópalos… Estamos en la zona adecuada para ello. Se han descubierto algunos en una zona llamada Lightning Ridge. Allí aún quedan ópalos por encontrar.

Tuve otro de esos destellos de recuerdo. Estaba en la sala de estar, tomando el té, y Lucian Crompton nos hablaba de los ópalos.

—Si es así, ¿por qué entonces no los encuentran todas esas personas que los andan cazando? —preguntó Gertie.

—No seas idiota, Gertie. No se cazan, se buscan. Y eso es lo que tengo intención de hacer. Ya he tomado la decisión.

—Bueno, según tus cálculos, si todo el mundo los hubiera encontrado, no habría más que millonarios por toda Australia.

—Yo voy a encontrarlos —insistió James.

—¿Y qué vas a hacer tú, Carmel? —preguntó Gertie.

—Yo quiero irme al mar con mi padre.

—No existen mujeres marineros.

—Pero hay azafatas de barco —respondí yo.

—No te gustaría dedicarte a eso. Sería infravalorarte, ya que tu padre es capitán. Lo que tienes que hacer es ir de viaje con él. Eso sería divertido.

—Bueno, yo me marcharé después de Navidad —anunció James—. Papá dice que tendré que buscar mi propio sistema de vida. Una vez vino un hombre a casa, y me habló del asunto. Ocurrió mientras tú estabas en el colegio. Nos quedamos conversando durante casi toda la noche. Nos contó que se metían en los riachuelos más antiguos… cómo trabajaban en las ensenadas… cuánto cuidado había que tener al remover los sedimentos del fondo… y nos dijo que algunos de los mejores ópalos negros del mundo habían sido encontrados en Australia. Viven todos en chozas cercanas al lugar en el que trabajan. Por supuesto, los sábados por la noche se hace una gran fiesta. Bailan y cantan las viejas canciones que solían entonar en la patria; y a veces asan un cerdo y lo comparten entre todos. Es una vida maravillosa, con la esperanza constante…

Me estaba mirando mientras hablaba.

—Parece bastante emocionante —dije yo.

—Te encantaría —me aseguró James—. Sé que te encantaría, Carmel. Tiene que ser la cosa más emocionante encontrar, en medio de todos esos sedimentos, una de esas maravillosas piedras brillantes. Las hay que se han hecho famosas… que son como puestas de sol. ¡Imagínate si encontraras una de ese tipo!

—Escúchalo —dijo Gertie, con tono burlón—. Se está poniendo poético. Eso le ocurre siempre que habla de los ópalos. Ese vagabundo que te habló del asunto —preguntó Gertie a continuación—, ¿era el que se marchó con el reloj de oro de mamá?

—No —replicó James mirando con ferocidad a su hermana—. No lo era.

—Cuéntale a Carmel lo del vagabundo ladrón. Te entretuvo con todas sus historias, y luego cogió lo que pudo y se largó.

—Eso sólo ocurrió una vez —dijo James. Se volvió a mirarme—. Ya conoces la tradición. Los vagabundos que andan por los caminos con su hatillo, cuando pueden, buscan refugio en una casa donde obtienen comida y una buena noche de descanso. Si un vagabundo quiere que lo alojen por una noche, no debe presentarse en la casa hasta que el sol esté casi sobre el horizonte, justo antes de que se oculte. No aceptarlo entonces sería de muy mala educación, al igual que lo sería por su parte si se presentara antes de esa hora.

—No sabía que existiese un protocolo para ese tipo de cosas —le aseguré yo.

—Ya lo creo que lo hay. Es por eso por lo que los llaman los «hombres-ocaso» —explicó Gertie.

»Bueno, el caso es que llegó ese del que hablaba antes. Papá estaba fuera de casa aquella noche. Me pregunto si él habría podido adivinar sus intenciones.

—Nadie hubiera podido hacerlo —la contradijo James, indignado—. Tenía un aspecto completamente normal.

—Salvo por el hecho de que dijo que había vivido unas aventuras tales cuando buscaba oro, que tendría que haberse convertido en un millonario. A James le parecía que nada era suficiente para aquel hombre. Le dio de comer y le proporcionó una cama, y a la mañana siguiente, cuando la casa aún dormía, se marchó con la pata de cordero que íbamos a cenar aquel día al regresar mi padre, y con el reloj de oro de mamá.

—Nunca he oído que a nadie le sucediera nada semejante —afirmó James—. Los «hombres-ocaso» son honorables, por regla general.

Gertie se encogió de hombros y se dirigió a mí.

—A mí me gustaría regresar a casa para visitar a mi tía Beatrice —repitió.

*****

Dos días más tarde, la señora Forman sugirió que James se acercara nuevamente a casa de Jack Jansen para asegurarse de que se estaba reponiendo, y averiguar si necesitaba algo.

James me preguntó si me gustaría acompañarlo, y yo respondí que sí.

Así pues, nos pusimos en marcha. Jack Jansen estaba mejorando y nos aseguró que podía arreglárselas solo. Almorzamos con ellos y emprendimos el camino de vuelta a últimas horas de la tarde.

El regreso fue agradable. James me gustaba cada vez más y más; por otra parte, él se mostraba muy atento conmigo y me daba a entender con toda claridad que le encantaba que yo fuera a visitarlos.

Lo animé para que me hablara de sus ambiciones porque sabía que le gustaba muchísimo hablar del tema, y mientras él ensalzaba la belleza de los ópalos, mi pensamiento regresó una vez más a Commonwood House, y de pronto era la voz de Lucian la que escuchaba porque, en aquel extraño y lejano día, Lucian había hablado de esas piedras con el mismo entusiasmo con que James lo hacía ahora.

Me costó un poco de trabajo regresar al presente. James me estaba diciendo que tenía varios libros que hablaban de los ópalos. Yo intentaba escucharlo, pero no conseguía arrancarme completamente del pasado.

Luego oí que James declaraba que ya era hora de que volviéramos a ponernos en camino.

Mientras cabalgábamos, él cantó las canciones que le habían explicado que cantaban los mineros los sábados por la noche, cuando se reunían. ¡La mayor parte de ellas eran villancicos! La que yo recordaba era Ringing the old year out and the new year in.

James tenía una buena voz de tenor que resultaba muy agradable y, al cantar aquella canción, creí percibir un tono de nostalgia en su voz.

I saw the old homestead, the places I loved

Isaw England’s valleys and bilis.

I leastened with joy, as I did when a boy

To the sound of the old village bells.

The moon was shining brightly,

It was a night that could banish all sins

For the bells were ringing the old year out,

And the new year in.[4]

—Algún día —continuó James—, cuando haya encontrado el ópalo más hermoso de Australia, cuando haya hecho fortuna, regresaré a la patria. Buscaré una casa hermosa… una vieja, una casa solariega, creo…, en el campo. Eso me encantaría. ¿A ti no, Carmel?

—Creo que parece muy emocionante —respondí yo.

Yo podía verme a mí misma en una casa semejante, no con James, sino con Toby cuando se hubiera retirado del mar. Estaría sentado conmigo, a la luz del crepúsculo, y me contaría las aventuras vividas en sus viajes.

James me arrancó de mis ensoñaciones.

—Supongo que la mayoría de nosotros lo llevamos dentro… ese anhelo por regresar —oí que estaba diciendo—. En Gertie es muy marcado. Nunca lo perdió. Sí, creo que eso sería lo correcto al final… una vez que uno haya cumplido con todo lo que se proponía.

Se había puesto muy solemne, y tenía la vista fija delante de sí.

Nos habíamos detenido durante bastante tiempo, y la propiedad apareció a la vista en el momento en que estaba a punto de ponerse el sol. La señora Forman se alegraría, porque no le gustaba que estuviéramos fuera de casa después de la puesta de sol.

Comenzamos a galopar a través del trozo de tierra que nos separaba de la casa y, cuando estábamos ya bastante cerca, James se detuvo en seco.

El señor Forman había salido al porche y estaba hablando con un hombre que llevaba puesta una camisa abierta y unos pantalones en el peor estado imaginable. Yo advertí que el recién llegado llevaba consigo la lata para calentar agua sin la cual era difícil ver a un vagabundo.

James dejó escapar una exclamación de sorpresa.

—¡No! —dijo—. ¡No puede ser!

Su padre y el otro hombre se volvieron a mirarnos.

—¡Lo es! —Gritó James, con el rostro repentinamente contorsionado por la furia—. ¿Qué viene a hacer aquí? —preguntó con voz imperiosa.

El hombre y el señor Forman lo miraron con expresión de pasmo.

—Es éste —gritó mi acompañante—. Éste es el ladrón. ¿Ha venido a devolver el reloj que robó?

—¡James! —comenzó el señor Forman.

—Te digo que éste es el ladrón. ¡Qué insolencia! ¡Presentarse aquí después de…!

James desmontó y se acercó al hombre con aire amenazador.

—Es igual que se haya afeitado la barba, porque podría reconocerlo en cualquier parte y de cualquier forma —prosiguió indignado James.

El vagabundo continuaba mirándolo con desconcierto.

—Oiga —le dijo—. Márchese de aquí y ponga buen cuidado en hacerlo rápido.

—James —lo interrumpió el señor Forman—. ¿Estás seguro? Éste es un «hombre-ocaso»… y…

—Te digo que lo sé con toda seguridad. Ha intentado cambiar su aspecto… pero tiene algo que reconocería en cualquier parte. Ha regresado para gorronear una comida y una cama, y se marcharía con lo que pudiese robar antes del alba.

—Escuche, joven —balbuceó el hombre—. Nunca lo he visto antes en toda mi vida. No tengo ni idea de lo que me está hablando.

James avanzó amenazadoramente hacia el vagabundo, y el señor Forman intentó retenerlo.

Uno de los aborígenes que vivían en la propiedad se acercó a nosotros.

—¿Conoces a este hombre? —le preguntó James.

—Tiene menos pelo —fue la réplica del otro—. El mismo hombre con menos pelo, ¿eh? —preguntó James.

El aborigen asintió con la cabeza.

—Hombre ladrón —dijo—. Se llevó reloj de señora.

—¡Oye, sucio indio! —le gritó el hombre.

—Lárguese de aquí —le ordenó James con voz siseante—, antes de que me ponga violento; y puede que antes le gustara devolvernos el reloj que robó.

El rostro del hombre tenía una expresión amenazadora.

—Quieren echarme, ¿verdad? Muy bien. Haré correr la voz. Regresen a su país, y que Dios les maldiga las tierras.

Dicho aquello, comenzó a alejarse.

James se hubiera lanzado tras él, pero su padre lo retuvo.

—Es mejor así —le aseguró—. No tiene sentido que te metas en una pelea.

—Tenía el reloj.

—No iba a devolverlo. Supongo que no existe la posibilidad de que se haya cometido un error.

—No, no existe. Tenía el mismo estilo. Además, el aborigen lo ha reconocido. Sólo hay una forma de tratar a ese tipo de gente, y es no darles otra oportunidad de que te engañen. Ya se cuidará muy bien de hacer otra visita a esta propiedad.

—No me gusta eso de rechazar a un «hombre-ocaso» —insistió el señor Forman—. Es una ley no escrita la de ofrecerles hospitalidad. Se supone que los «hombres-ocaso» tienen que contar con la seguridad de una comida y el alojamiento de una noche.

—Los ladrones, no —le recordó James—. ¿Cómo puedes dejar entrar a un hombre así en tu casa, cuando ya ha demostrado lo que es?

—Tú tienes razón, hijo, pero no puedo evitar sentir el deseo de que no hubiese ocurrido.

—Olvídalo —dijo James.

El señor Forman se volvió hacia mí.

—Bueno, ¿qué opinas de esto, Carmel?

—Pensé que James iba a golpearlo.

—Estuve bastante cerca de hacerlo —aseguró James—. Vamos, llevemos los caballos a la cuadra. No sé tú, pero yo estoy que me muero de hambre.

*****

En la casa, reinó aquella noche una atmósfera de abatimiento. El encuentro con aquel hombre carente de honradez había provocado un disgusto. El señor Forman no podía olvidar que era costumbre del país tratar a aquellos viajeros como a huéspedes.

Cuando me marché a la cama me sentía muy cansada, como solía ocurrirme cuando pasaba muchas horas al aire libre. Debían ser las tres de la mañana cuando me despertó el sonido de unas voces. En mi habitación había un resplandor rojizo.

Salté fuera del lecho y me acerqué a la ventana, desde donde vi que algunos de los cobertizos estaban en llamas aunque, afortunadamente, se encontraban a bastante distancia de la casa. Varias personas corrían por la hierba y se gritaban las unas a las otras. No podía distinguir de quiénes se trataba, pero imaginé que James y su padre estaban entre el grupo.

Me vestí apresuradamente y corrí escaleras abajo. Toda la casa estaba despierta. Vi a Gertie… pálida y asustada.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunté—. Algunos cobertizos se han incendiado —gritó ella. Ambas corrimos al exterior.

Durante unos segundos, me quedé mirándolo todo con horror. Los cobertizos eran una sola masa de llamas; afortunadamente, el fuego no había llegado todavía a los establos.

—Vamos —dijo Gertie, y corrimos hacia el incendio.

*****

Llegó el alba antes de que se consiguiera controlar el incendio.

Nos reunimos en la cocina y la señora Forman nos preparó una taza de té. Los hombres hablaban de los daños causados. Los señores Forman estaban atónitos, y nunca en mi vida había visto una furia tan profunda y frustrada como la que evidenciaba James. Yo sabía que en una sola noche había quedado destruido el trabajo de varios años.

Estaban demasiado aturdidos como para hablar mucho. Eso llegaría más tarde. La señora Forman parecía contenta de poder mantenerse ocupada con la preparación del té, y el señor Forman estaba sentado y guardaba absoluto silencio mientras en su frente se marcaban arrugas de perplejidad.

En cuanto se hizo plenamente de día, el señor Forman y James salieron para hacer un cómputo de los daños, pero ya sabíamos lo cuantioso que eran y no nos sorprendió el veredicto.

—Estamos arruinados —anunció el señor Forman cuando regresaron a la casa—. No sé qué vamos a hacer.

—Saldremos adelante, ya lo verás —le aseguró James—. Pasaremos una época un poco mala, pero conseguiremos salir adelante.

Yo tenía la sensación de estar fuera de lugar y de que, al no ser un miembro de la familia, tenía que estar estorbando. Quizá debería marcharme, pensé, dado que no podía hacer nada para ayudarlos.

—Tú no estás estorbando —me aseguró Gertie—, pero aquí no va a haber mucha diversión. ¿Por qué no te marchas a Sidney y regresas cuando hayamos solucionado un poco todo esto?

Todos estuvieron de acuerdo en que eso era lo que debía hacer, y James cabalgó conmigo de vuelta a casa.

Mientras viajábamos, pareció más predispuesto a hablar del desastre de lo que lo estaba en presencia de la familia.

—Ya sabes quién lo hizo, por supuesto —me dijo.

—Tú crees que fue el «hombre-ocaso»…

—Si pudiera ponerle las manos encima…

—No lo hagas, James —le pedí yo—. Castigarlo es algo que le corresponde a la ley. Pero, además, no puedes estar absolutamente seguro de que lo haya hecho él.

—¿Quién, si no? Sabía dónde iniciarlo para que estuviera ya bastante avanzado antes de que nos diéramos cuenta. Sé que ese fuego fue provocado de forma deliberada. Estaba resentido, ¿no es así? Ese tipo es un villano. Creo que mi padre se arrepiente de no haberle dado cobijo. Está preguntándose qué es la pérdida de un reloj comparada con todos esos daños.

—No podíais permitir que se quedara.

—No lo sé. ¡Imagínate cómo me siento yo! En cierto sentido, es culpa mía.

—No, James —le dije yo—. Tú sabes que eso es una tontería. Te preocupas demasiado. Creo que continúas culpándote de lo que ocurrió en Suez aquel día.

—Ésa también fue una cosa muy fea que hicimos. Sabe el cielo qué podría haberos ocurrido a vosotras dos, que erais unas niñas.

—Bueno, conseguimos salir de aquello, y vosotros conseguiréis salir también de esto.

—Lo conseguiremos de alguna forma, sí. Pero ahora las cosas son diferentes. Tendremos que buscar soluciones. Hemos perdido muchísimo, y calculo que nos llevará un año… quizá dos… volver al punto en el que estábamos antes del incendio.

—¡Oh, fue una acción tan malvada!

—Si lo tuviera delante…

—Me alegro de que no sea así, James. Sólo ha sido mala suerte. Lo superaréis. Tú y toda la familia. No sois del tipo de personas que permiten que algo así las derrote.

—Así lo espero. Ya sabes que había puesto todo mi corazón en el proyecto de ir a Lightning Ridge, y ahora no podré marcharme. ¿Te das cuenta?

Yo asentí con la cabeza.

—Pensaba partir el día de Año Nuevo.

—Oh, James, lo siento de veras. Sé que significaba mucho para ti.

—Yo no quiero la granja, Carmel. No creo que jamás la haya querido. Supongo que no puedo imaginarme haciéndome viejo en un lugar como éste. Al principio pensé que me adaptaría y, eso de marcharse de Inglaterra y emprender un viaje… bueno, todo parece muy emocionante cuando uno es pequeño. Luego, cuando me enteré de las cosas que podían hacerse aquí… el oro… los ópalos. Fue en el oro en lo que pensé al principio, y luego me decidí por los ópalos. Se convirtió en un sueño, ¿sabes? Yo sabía que podría hacerlo realidad; y ahora… ahora…

—No es más que un retraso temporal, James. Dentro de un año más o menos habréis regresado a la normalidad, y entonces podrás marcharte y probar suerte.

—Es un consuelo oírte hablar así, Carmel.

—Me alegro de que así sea.

Cabalgamos en silencio durante un rato, hasta que el puerto apareció ante nuestros ojos.

—Carmel —me dijo él, después de unos minutos— ¿volverás pronto?

—Sí. En cuanto hayáis encauzado todo esto. No te olvides de que la Navidad está muy próxima. No debéis desilusionar a Elsie. Ha puesto todo su corazón en esa fiesta que quiere dar para Gertie y para mí.

Y así fue como nos separamos.

*****

Elsie quiso que le contara todos los detalles de la desgracia acaecida en casa de los Forman.

—James hizo lo correcto —declaró ella—. No cabía duda de que no debían permitir que ese hombre entrara en la casa. ¡Qué cosa tan terrible! Espero que ese tipo reciba lo que anda buscando. Ciertamente, merece algo muy malo.

—El señor Forman estaba preocupado porque sabe que existe esa ley no escrita acerca de los «hombres-ocaso». Gertie pensaba que el rechazar a uno podía traer mala suerte, sin importar cuán malvado fuese.

Elsie soltó una carcajada burlona.

—Eso es una grandísima tontería. Aquí, las leyes no escritas no son válidas para con los bribones, te lo aseguro. ¡Pero si las gentes de aquí estarían dispuestas a linchar a ese hombre por lo que ha hecho! Desde luego, los Forman no tienen que preocuparse por haberlo echado de su propiedad. Es lo que él les ha hecho lo que provocará problemas. Siento mucha pena por los Forman. ¡Trabajar tan duramente y que luego te lo destruyan todo en una sola noche! Tendremos que enterarnos de si podemos hacer algo por ellos. Invitaremos a Gertie a casa, si pueden prescindir de ella. No va a resultarles de mucha ayuda en la construcción de cobertizos y cosas por el estilo. Puede que le hiciera bien quedarse aquí durante algún tiempo.

Elsie se dio cuenta de cuánto me había impresionado todo aquello, y tuvo la sensación de que necesitaba algo que evitara que me pusiera a rumiar demasiado sobre aquella noche terrible. No cabe duda de que pensó que lo mejor era concentrarse en la organización de la fiesta. Todos se alegrarían con aquel acontecimiento. Haríamos una fiesta como jamás se había visto antes en aquellos contornos.

Me dijo que había muchas cosas que hacer. Era necesario que todo fuera perfecto. La comida… la sala de baile… toda la gente joven a la que invitaría.

Toby regresaría pronto a casa, y la fiesta no tendría lugar hasta entonces.

—Haremos que se alegren un poco. Pobre James. Siento mucha pena por él.

Le conté a Elsie que James tenía planeado marcharse a buscar ópalos.

—Es un buen muchacho —dijo Elsie—. Me gusta James.

—Es muy maduro —comenté yo—. ¿Sabes?, todavía piensa en lo ocurrido en Suez, y ahora va a culparse por esto que acaba de ocurrir. Dice que hubiera sido mejor que ese hombre se quedara en la casa aquella noche, incluso a pesar de que les robara, en lugar de provocar que les causara tantos daños.

Elsie profirió un bufido.

—Hizo lo correcto al echarlo.

—Pero, a causa de eso, no podrá marcharse a Lightning Ridge para hacer fortuna.

—Existen muchas posibilidades de que allí no haya ninguna fortuna que hacer. Por cada uno que la encuentra, un millar de ellos se marchan desilusionados. Así pues, quizá sea todo para bien a largo plazo. La vida tiene una manera muy peculiar de reírse de la gente, y a menudo las cosas malas pueden resultar buenas y acabar siendo lo que llaman una bendición disfrazada, así como la buena suerte puede acabar siendo un desastre.

—No puedes esperar que los Forman crean en eso en este momento.

—No, no lo espero. Uno se da cuenta de ese tipo de cosas mucho más tarde. Si hay algo que podamos hacer para ayudarlos, debemos poner manos a la obra. Nada debe interponerse en nuestro camino. Ahora pensemos en cosas agradables. La fiesta requerirá una buena planificación, dado que Toby nos caerá encima al mismo tiempo. He pensado que podríamos celebrarla al día siguiente de san Esteban. Ya sé que había hablado antes de hacerla antes de Navidad, pero será mejor que esperemos a que llegue Tobe. ¿Qué te parece a ti?

Yo no estaba pensando tanto en la fiesta como en el hecho de que Toby estaría con nosotras. A pesar de lo que hubiese ocurrido, yo no podía sentirme desdichada cuando pensaba en eso.