CAPÍTULO 03

El viaje por mar

Me resulta difícil recordar lo que ocurrió ese día. Hubo muchas idas y venidas, muchos susurros y silencios significativos.

La noticia de la muerte de la señora Marline produjo una fuerte impresión en todos. El doctor Everest tuvo que haber mandado llamar al doctor Marline, pues éste regresó a casa en un estado de incredulidad y horror.

Los dos médicos estuvieron hablando durante mucho rato, y luego el doctor Everest se marchó. Nanny Gilroy y la señora Barton susurraban entre ellas, y cuando llegó Annie Logan, se quedó con ellas en la cocina y cerraron la puerta para que nadie pudiera oír lo que murmuraban.

El doctor y la señorita Carson estaban juntos en la sala de estar. Ambos parecían estar bajo una fuerte impresión.

Estella y yo hablábamos de lo que había ocurrido. Ninguna de las dos podía pretender que sentía aflicción por la muerte de la señora Marline. Muchas veces he oído la expresión «liberación», aplicada a la muerte; y a menudo pensaba en lo bien que ese término se aplicaba a este caso. Fue ciertamente una liberación para todos nosotros y, puesto que la señora Marline sufría unos dolores tan terribles, también lo fue para ella.

—Tendrá que haber una investigación —dijo Nanny con tono ominoso—, y entonces veremos qué es qué.

La casa era diferente ahora. Parecía haber sombras amenazadoras por todas partes. Yo sentía que sobre nosotros estaba a punto de estallar algo tremendo, pero me decía que la casa sería muy agradable cuando las cosas se hubieran calmado, porque ya no estaría la señora Marline y todos podríamos ser felices.

Sin embargo, la vida no funciona de esa manera.

Iba a haber una investigación, y aquella palabra ominosa parecía surgir en todas las conversaciones que se oían en la casa.

Las persianas de toda la casa estaban cerradas, por lo que el lugar se hallaba a oscuras. Las puertas de las habitaciones que había ocupado la señora Marline estaban cerradas con llave, y no se permitía que nadie entrara en ellas. Estella decía que, cuando la gente moría de forma repentina, los abrían para averiguar cuáles eran las verdaderas causas de la muerte; y, debido a mi talento para fisgonear, yo sentía que, por lo que decían Nanny y la señora Barton, cuando eso fuese hecho, pondría de manifiesto algo importante.

Habían pasado unos tres días desde la muerte de la señora Marline, cuando llegó una visita a Commonwood House. Era una dama alta, delgada, con aspecto de importancia, y a mí me impresionó el parecido que tenía con la señora Marline. El doctor la recibió con cierta sorpresa.

Desde lo alto de la escalera, escuché que decía:

—Pensé que ya era hora de que viniera. Debe hacerse algo respecto a los niños.

Entró en la sala con el doctor, y hubo una larga pausa durante la cual no pude oír nada; pasado un rato, Estella fue llamada a la sala. Estuvo allí durante mucho tiempo, y cuando salió parecía desconcertada. Corrió a su habitación y yo la seguí.

—¿Quién es ésa mujer y qué quiere? —le pregunté—. Yo no la había visto antes.

—Es mi tía Florence. Adeline y yo vamos a irnos con ella.

Yo la miré, perpleja.

—¿Cuándo?

—Ahora —me respondió—. Tengo que llamar a Nanny para que me ayude a recoger mis cosas.

—¿Adónde os marcháis?

—Ya te lo he dicho. A vivir con ella. Ha venido a buscarnos.

—¿Se trata de unas vacaciones? Estella se encogió de hombros.

—Ella dice que es mejor para nosotras que no nos quedemos aquí.

—¿Quieres decir que os marcháis… ahora?

—Eso es lo que he dicho, ¿no?

Estella siempre se mostraba irritable cuando estaba preocupada, y yo me daba cuenta de que no estaba muy deseosa de marcharse con tía Florence, que, según lo que yo sabía, nunca había venido a Commonwood House.

—¿Durante cuánto tiempo vais a quedaros? —pregunté.

—Creo que hasta que haya acabado la investigación. Ella piensa que es lo mejor. Dice que no debemos estar por aquí.

—¿Y yo, qué?

Estella se encogió de hombros.

—No ha dicho nada con respecto a ti… sólo Adeline y yo. Y Henry estará bien porque se encuentra en el colegio.

Yo me sentí más desamparada y sola de lo que me había sentido durante la época previa a la aparición de tío Toby en mi vida.

*****

Tía Florence se marchó con Estella y Adeline. Nunca olvidaré la expresión del rostro de Adeline cuando entraba en la estación con Estella, tía Florence y el equipaje. Parecía sentirse demasiado consternada y triste como para llorar siquiera.

Entonces yo me quedé sola.

La casa resultaba extraña sin Estella y Adeline, pero al menos la señorita Carson no se había marchado con ellas. La institutriz parecía muy nerviosa. Me explicó que tía Florence era hermana de la señora Marline. No se habían visto durante años porque no se llevaban nada bien. Aquello no me sorprendió, porque no podía imaginarme que alguien pudiera llevarse bien con la señora Marline; y su hermana, la tía Florence, daba la impresión de ser muy parecida a ella.

—Hubo un disgusto en la familia cuando la señora Marline se casó con el doctor —me dijo la señorita Carson—. Pensaban que se había casado por debajo de su clase al hacerlo con un médico rural, cuando debería haberse casado con un noble —agregó la señorita Carson, con un tono de voz amargo que no resultaba propio de ella—. Fue una lástima que no les hiciera caso.

Yo me preguntaba qué ocurriría conmigo cuando acabara la investigación. Era plenamente consciente de la atmósfera de desgracia que reinaba en la casa. En una ocasión, oí que Nanny Gilroy le decía a la señora Barton:

—A mí me llamarán a declarar, sin duda. Les diré todo cuanto sé. No puedo callarme las cosas en un momento como éste. Lo averiguarían de todas formas. Hay pocas cosas que se les escapen.

—A él no va a gustarle —replicó la señora Barton— eso de que la gente se entrometa en sus asuntos.

—La gente debería pensar en ese tipo de cosas antes de que la pesquen.

Yo estaba comenzando a preguntarme qué ocurriría durante esa temida investigación.

Entonces llegó tío Toby y yo me olvidé de todo lo demás y me arrojé a sus brazos. Estaba alegre y llorosa al mismo tiempo.

—Se han marchado… —le dije—. Estella y Adeline.

—Ya lo sé. Con mi hermana Florence. Pobres niñas. Y te han dejado a ti, ¿no es cierto? Yo asentí con la cabeza.

—Da lo mismo, porque yo he venido para llevarte conmigo por una temporada.

Yo no podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Me llevarás contigo? —repetí.

—Sólo por poco tiempo. Hasta que las cosas se arreglen. ¿No habíamos dicho que un día navegaríamos juntos?

—¿Navegar? —exclamé.

Él me miró y sonrió.

—Me pareció una buena idea.

Yo no podía creer que aquello estuviera ocurriendo de verdad. La vida había adquirido un giro extraño desde la muerte de la señora Marline, pero esto era lo más fantástico hasta el momento. ¡Marcharme de aquella casa sombría y sus secretos que yo no conseguía comprender! ¡Marcharme con tío Toby! A navegar, había dicho él. Era demasiado para asimilarlo de una sola vez. Era como un sueño del que temiera despertar en cualquier momento.

Yo lo miré pasmada al darme cuenta de que lo decía en serio, y un alegre alivio comenzó a invadirme.

*****

Debo reconocer que estaba demasiado entusiasmada como para pensar mucho en la pobre Adeline, separada de su querida señorita Carson. A Estella no le importaba mucho, y puede que incluso se sintiera entusiasmada con el cambio. Los últimos tiempos no habían sido muy agradables en Commonwood House; y ahora se me ofrecía aquella estimulante perspectiva que estaba más allá de todo lo que hubiera podido imaginarme.

Tío Toby me habló de sus planes. Siempre me había dicho que me llevaría a hacer un viaje por mar, ¿verdad? Aquél parecía el momento de realizarlo. No tendríamos que esperar mucho, ya que él embarcaría una semana después; y había muchas cosas que hacer antes de subir a bordo. Y había cosas que necesitaría para el viaje. Polly me ayudaría con todo ello.

—¿Quién es Polly? —pregunté yo.

—Mi casera. ¡Bendita Polly! ¿Qué haría yo sin ella? Mira, el caso es que yo tengo alquiladas unas habitaciones en una casa. Es un arreglo muy conveniente, en realidad. Bueno, por eso las alquilo, claro está. Habitualmente atracamos en Southampton, y esas habitaciones son mi pied à terre. Tú sabes lo que eso significa, porque me he enterado de que has estado estudiando francés. Es un pequeño lugar en el que cobijarte cuando te hace falta. Algún día, cuando me retire del mar, me estableceré; pero, entre tanto, tengo mi pied a terre en casa de la señora Q.

—¿La señora Q. ?

—Polly. Se llama Polly Quinton. Es una persona realmente encantadora. La adorarás. Cuida de los que ella llama los chicos marineros. Ah, es que no soy el único. Soy uno del grupo, en realidad. Todos van y vienen. El arreglo me conviene a mí y le conviene a la señora Q. Tengo cuatro habitaciones en el piso más alto de la casa, con vista al puerto. No estoy lejos de mi viejo barco, ¿entiendes? Bueno, verás, es que el barco se convierte en parte de uno. Los barcos son maravillosos. Son temperamentales… tienen vida propia. Te hacen bromas muy raras, y cada uno es diferente de los demás. Dicen que son exactamente iguales que las mujeres. ¿Sabes que a los barcos siempre se les llama «ella»… nunca «él»? Son «las naves». No, los barcos no tienen nada del carácter masculino. Es precisamente por eso por lo que uno llega a quererlos, ¿sabes?

Yo me deleitaba con aquellas conversaciones. Él siempre había sido muy locuaz y tenía una forma muy viva de hablar; todo lo que había ocurrido en Commonwood House durante aquellos últimos meses comenzó a palidecer en mi memoria, y entré, con entusiasmo, en un mundo nuevo, cautivante, mientras que en el futuro me aguardaba aquel emocionante proyecto en compañía de tío Toby. Estaba completamente absorta.

—Disponemos de poco más de una semana antes de subir a bordo de La dama de los mares —me dijo—. Hay muchas cosas que hacer antes. No sólo vas a necesitar ropas especiales, sino que hay algunas formalidades que cumplir.

Yo arreglaré estas últimas, y tú y la señora Q. podéis encargaros de lo demás.

Tal como dijo tío Toby, la casa estaba cerca de los muelles y Polly Quinton me recibió como si me conociera de toda la vida. Era una mujer muy rechoncha, de rostro rosado y unos ojos que casi desaparecían cuando reía, cosa que ocurría con mucha frecuencia. Todo le parecía divertido. Tenía la costumbre de cruzar los brazos sobre su voluminoso pecho, mientras se sacudía de risa.

La casa tenía cinco pisos, y todas las habitaciones, excepto las de la planta baja, estaban alquiladas por marineros.

La señora Quinton sentía una especial afición por los marineros, según descubrí muy pronto, porque no hacía falta mucha provocación para que se pusiera a hablar de sí misma, cosa que hacía durante tanto tiempo como uno estuviera dispuesto a escuchar.

—Mi Charley era un chico marinero —me explicó, con los ojos muy abiertos y empañados de lágrimas por primera vez—. Era un auténtico hombre, te lo aseguro. ¡Qué bien estábamos juntos! —Se estremeció ante los recuerdos—. Venía a casa dispuesto a conseguir, contra viento y marea, lo mejor de sus días de permiso. Así era él. Son hombres que le sacan a la vida todo lo que pueden, querida, son de esa clase. ¡Aquello era vida! Y luego se acabó. Se hundió con su barco cerca de Suramérica.

Polly guardó silencio durante un momento, mientras a su rostro asomaba una expresión de tristeza. Luego volvió a alegrarse.

—Sí, pasamos buenos momentos juntos, y me dejó bien instalada. Siempre me decía: «Tú estarás bien, cuando yo me haya ido, Polly. Tienes esta casa. Puedes vivir de ella». Y así ha sido. Yo lo hacía callar. Me acongojaba oírlo hablar así. Pero el caso es que tenía razón. Yo les alquilo las habitaciones a mis marineros. Me recuerdan a mi Charley. Tu tío Toby lleva conmigo bastantes años. Es un auténtico caballero. No me importa decírtelo, querida, especialmente él es mi punto flaco. Tú eres una niña realmente afortunada, te lo aseguro. Va a llevarte al mar con él. Yo creo que eso es algo muy importante, de verdad. Ojalá hubiera estado con mi Charley cuando… En fin, no es bueno pensar esas cosas, ¿verdad? Siempre he tenido la sensación de que yo hubiera podido encontrar alguna manera de salvarlo, pero yo soy así. Charley siempre solía decirme: «Tú siempre crees que puedes hacer las cosas mejor que nadie». Es verdad. Es por eso que yo sé que hubiera encontrado alguna forma de sacarlo de aquel mar. En fin, querida, mañana iremos a hacer algunas compras. Si quieres que te diga la verdad, no hay nada que me guste tanto como gastar un poco de dinero.

Estaba riendo; su tristeza pasajera había desaparecido.

Fuimos juntas de compras. Yo adquirí las prendas que tío Toby dijo que necesitaría para vivir en el barco: zapatos resistentes que no resbalaran sobre la cubierta; vestidos de verano para los climas cálidos. La señora Quinton disfrutó enormemente de aquella expedición, al igual que yo.

Tío Toby pasaba muchas horas ausente durante el día, porque tenía asuntos que atender. El barco estaba en puerto y había que hacerle algunas reparaciones, así que me llevó a verlo. ¡Qué emocionante fue! Yo tendría un camarote en la cubierta que estaba justo debajo del puente, donde estaba situado el camarote de tío Toby.

—Serás una pasajera —me explicó—. Una persona muy especial. Yo debo cuidar de los pasajeros, pero, dado que la mayoría se cuidan solos, podré estar especialmente pendiente de ti.

Me enseñó el comedor, con sus largas mesas. Había un salón de fumar, una sala de música, además de salones recreativos en los que la gente podía dedicarse a toda clase de actividades, y tumbonas situadas en cubierta donde uno podía sentarse a contemplar el mar. Yo tenía la sensación de haberme deslizado al interior de un mundo nuevo y fantástico.

Y poco después estábamos navegando, y eso parecía la realización de un sueño largamente atesorado. Yo sentía un orgullo excesivo por tío Toby. Estaba espléndido con su uniforme de capitán, y todo el mundo lo trataba con respeto. Era el amo de La dama de los mares y de todos los que navegaban a bordo de ella.

En él se había operado un cambio sutil. Tenía aspecto de dios, y estaba siempre alerta para garantizar la seguridad de todos los que dependían de él. Estaba habitualmente muy ocupado, pero disponíamos de momentos para nosotros solos, y yo me sentía satisfecha y honrada porque creía que él los disfrutaba tanto como yo.

—Estaré en el puente durante un buen rato —me decía—, así que no podré estar contigo; pero en cuanto me sea posible…

Yo asentía, encantada de que me diera explicaciones porque era algo que los adultos hacían muy raras veces. A menudo pensaba en lo afortunada que era por tenerlo, ya que no era realmente mi tío, pero siempre me hablaba y actuaba como si lo fuese. Nunca olvidaré que fui yo la única que se llevó consigo al mar, y no a Henry, Estella o Adeline. Uno hubiera pensado que se llevaría a Henry, porque es a los chicos a los que habitualmente se escoge para las aventuras como aquélla. Secretamente, yo pensaba que a tío Toby no le gustaba Henry, ni siquiera Estella o Adeline, tanto como yo. Y era ése el punto en el que el milagro se producía.

Ocasionalmente, pensaba en mi vida anterior a pesar de que no quería hacerlo, pero se me metía en la mente por la fuerza. Me preguntaba cómo se llevarían las chicas con tía Florence. Quizá ya estarían en casa a aquellas alturas. La investigación ya habría terminado y la casa habría vuelto a su antigua rutina. Clases y paseos con la señorita Carson; y la señora Marline en la seguridad de su sepultura e incapaz de estropear las cosas. Adeline estaría feliz. Puede que me echara un poco de menos, pero la señorita Carson supliría esa carencia.

¿Tendrían ellos un final feliz al igual que yo? De vez en cuando me ponía a pensar en lo que ocurriría cuando acabase aquel viaje. Suponía que iba a regresar a Commonwood, y entonces todo volvería a la normalidad.

Pero yo no quería pensar en eso. Antes, iba a disfrutar de cada momento de aquella maravillosa aventura.

La vida de a bordo era absorbente. A la hora de las comidas nos sentábamos a una larga mesa, donde la atmósfera era alegre. Todos eran amables conmigo porque era la protegida del capitán, y me decían lo afortunada que era por tener un tío que me llevaba en su barco a realizar un largo viaje por el mar. A veces, tío Toby se unía a nosotros. Toda la gente quería hablar con él, le hacían preguntas referentes al barco, y él les hablaba con aquella manera alegre y vivaz que parecía gustarles a todos.

Por las noches, me acostaba en mi litera, en el camarote que estaba debajo del puente, y pensaba que tío Toby estaba allí arriba mirando sus cartas de navegación y las estrellas, mientras gobernaba el barco.

Compartía el camarote con una niña que tenía más o menos mi edad. Gertie Forman viajaba a Australia con su familia —el padre, la madre y su hermano Jimmy—, para establecerse allí.

Teníamos dos literas, una sobre la otra, y yo subía hasta la mía, la de arriba, por una escalerilla que se desplegaba cuando era necesario. Resultaba muy divertido estar tendida allí arriba, especialmente cuando el barco se balanceaba.

Gertie y yo nos hicimos amigas muy pronto, y explorábamos juntas el barco. Era la primera vez que ella estaba en un barco, igual que yo, así que teníamos muchas cosas en común. Descubrimos las salas recreativas, y los mejores sitios para sentarse en la cubierta. No es que pasáramos mucho tiempo sentadas; parecía que siempre estábamos correteando de un lado a otro. A veces nos poníamos a hablar con los hombres de la tripulación. Muchos de ellos eran hombres de piel oscura que no hablaban muy bien inglés; sin embargo, algunos eran ingleses y se referían a mí como «la chiquilla del capitán».

Era maravilloso tener una compañera cuando no podía estar con tío Toby, y Gertie y yo pasábamos juntas mucho tiempo. Por las noches, acostadas en las literas, charlábamos.

Me enteré de que los Forman habían vivido en una granja de Wiltshire. Gertie me contó que ella y su hermano tenían siempre tareas diarias que llevar a cabo… como la de llevar las vacas para que las ordeñaran, recoger los huevos de los gallineros, preparar la comida de los cerdos. En la granja siempre había cosas que hacer. Iban a comprar una propiedad en Australia, donde la tierra era más barata que en Inglaterra.

La familia se había marchado porque iban a construir —Gertie no estaba segura de quién iba a hacerlo— una carretera que atravesaría la propiedad, lo cual la estropearía completamente. Habían pasado ansiedad durante algún tiempo, y los Forman habían abrigado la esperanza de que no llegara a hacerse realidad aquel proyecto, pero, cuando se enteraron de que era inevitable, tomaron la decisión de comprar una propiedad en Australia.

Yo le hablé un poco de mí misma, pero fui prudente. No quería que supiera que me habían hallado debajo de un arbusto de azalea. Sin duda ella me hubiera preguntado cómo era posible que el espléndido capitán Sinclair fuera el tío de una niña abandonada. Me preguntaba qué debería responder si sus preguntas se hacían embarazosas; pero Gertie, al igual que la mayoría de la gente según yo había descubierto, estaba mucho más interesada en sus propios asuntos que en los ajenos, y no me resultó difícil alejarla del tema para evitar que hiciera preguntas indiscretas.

A pesar de todas sus responsabilidades, tío Toby a menudo encontraba tiempo para estar conmigo. Me llevaba al puente y me enseñaba las cartas e instrumentos de navegación, tras lo cual nos sentábamos en su camarote a charlar. Yo disfrutaba de cada momento a bordo del barco, pero los que pasaba con tío Toby eran los mejores del día.

Él me hablaba como si yo fuese una persona adulta —uno de los aspectos más atractivos de nuestra relación—, y cuando yo pensaba en los insultos a los que había estado sometida por parte de Estella, Henry y Nanny Gilroy, me parecía milagroso que el poderoso capitán Sinclair pudiera tratarme como si yo fuera alguien importante e interesante.

Me preguntó qué me parecía la vida de a bordo, y no esperó mi respuesta.

—Es maravillosa, ¿no crees? —dijo—. Sentir la brisa fresca que te acaricia la cara… el subir y bajar de las olas… y el mar… el cambiante mar que puede ser suave y tranquilo y embravecerse de pronto… Tú nunca lo has visto enfurecido, y espero que nunca lo veas así.

Hablaba de los lugares que debíamos visitar. En aquel momento estábamos al principio de la travesía, y aún debíamos atravesar el golfo de Vizcaya.

Éste tenía fama de ser perverso, me explicó, y tendríamos que tener cuidado con las borrascas. Había corrientes y vientos con los que también había que tener cuidado. A veces los elementos eran favorables, y otras adversos. Luego atravesaríamos el Mediterráneo y haríamos escala en Nápoles y Suez.

—Pasaremos por el canal. Eso será algo muy interesante para ti, Carmel. Hace no mucho tiempo, hubiéramos tenido que rodear el cabo de Buena Esperanza, pero ahora disponemos de ese canal. Te gustará Nápoles. Italia es uno de los países más hermosos del mundo, en mi opinión, y Egipto uno de los más misteriosos. Vas a ver una buena parte del mundo, Carmel. ¿Echas de menos tus clases? Quizá eso no sea muy bueno, pero un viaje como éste… bueno, vas a aprender mucho más de lo que puedas encontrar en tus libros de texto… tal vez. En cualquier caso, pensemos en ello de esa forma. Tranquiliza la conciencia, y eso siempre es bueno.

Solía hablarme de los antiguos exploradores como Cristóbal Colón y sir Francis Drake. Me decía lo valientes que habían sido al salir con sus barcos, que en nada se parecían a La reina de los mares, antes de que el mar hubiese sido cartografiado… sin saber con qué peligros tendrían que enfrentarse.

A mí me encantaba oírle hablar de todo eso, y me contagiaba de su entusiasmo. Para mí él era tan maravilloso como Cristóbal Colón y sir Francis Drake.

Hablaba de países remotos y yo me veía transportada de vuelta a la sala de clases de Commonwood House, y veía mentalmente a la señorita Carson que señalaba diferentes lugares en el globo terráqueo.

Entonces me invadía una sensación de depresión y culpabilidad. Los había olvidado a todos muy rápidamente, y me acometía la repentina inquietud de que podían no estar bien. Recordaba las miradas socarronas y sonrisas satisfechas que tan a menudo le había visto a Nanny, y el aspecto desolado y perdido de la señorita Carson.

Habían sido una parte muy importante de mi vida, y ahora parecían sombras…, marionetas pertenecientes a otro mundo, un mundo de pesadillas y secretos del que yo había sido milagrosamente salvada por tío Toby.

Había veces en las que me despertaba y creía estar en mi dormitorio de Commonwood House; entonces pensaba que estaba ocurriendo algo terrible que yo no comprendía. Me sentía invadida por presagios horribles y luego percibía el movimiento del barco, veía, a las primeras luces de la madrugada, el entarimado encima de mí y me daba cuenta de que había estado soñando, que me hallaba en mi litera y que Gertie dormía en la de más abajo, en aquel maravilloso mundo al que me había llevado tío Toby.

Entonces oía la voz de Gertie.

—¿Estás despierta?

—Sí —respondía yo, llena de contento—. ¿Qué vamos a hacer hoy?

¡Qué forma tan ideal de comenzar el día para una niña que aún no tenía once años, aunque los cumpliría en marzo, que no estaba muy lejos!

La familia Forman me había adoptado más o menos, debido a que Gertie y yo éramos amigas inseparables. Tomaba el té con ellos, nos sentábamos todos juntos en cubierta, y yo parecía formar parte de la familia. Jimmy Forman no pasaba mucho tiempo con nosotras. Gertie y yo éramos menores que él, y nos consideraba demasiado inmaduras como compañía. En cualquier caso, éramos niñas y por tanto no nos respetaba demasiado. Pasaba mucho tiempo con los miembros de la tripulación, haciendo preguntas acerca del barco.

Los señores Forman estaban encantados de que Gertie hubiera encontrado una amiga; a mí me resultaba asombroso con qué facilidad la gente se hace amiga íntima a bordo de un barco. Supongo que era debido a que todos nos veíamos con mucha frecuencia.

Habíamos atravesado el golfo de Vizcaya sin mayores incomodidades, y navegábamos ya por el Mediterráneo. Tío Toby me dijo que un grupo iría a visitar Pompeya y Herculano, y que sería bueno para mí unirme al mismo.

—¡Ay! —Me dijo—, yo estaré completamente ocupado con mis asuntos, pero no veo razón alguna por la que no puedas ir con los Forman.

Gertie y yo ya habíamos discutido del tema.

—Tenemos que ir —le aseguré—, y su familia estará encantada de que vaya con ellos.

La familia aceptó con mucho gusto, excepto Jimmy, que no quería ir con la familia, sino con su amigo Timothy Lees, con quien compartía el camarote.

Aquél fue un día maravilloso. Con la ayuda de mi imaginación, me transporté a mucho tiempo antes, cuando había tenido lugar el desastre. Allí, por encima de nosotros, estaba la amenazadora montaña y no resultaba difícil imaginar el pánico que sobrevino cuando escupió aquella ceniza caliente desde su cima, la cual sepultó la ciudad y la destruyó con todos sus habitantes.

Teníamos un guía excelente, y, al recorrer las asoladas calles de la antigua ciudad, yo lo veía todo como imaginaba que debía de haber ocurrido.

Cuando regresamos al barco me hallaba en un estado tan extático, que, apenas vi a tío Toby, le conté qué día tan maravilloso había sido aquél.

Él me escuchó atentamente, y de pronto me rodeó con sus brazos y me estrechó con fuerza.

—Sí —me dijo—. No tenemos que preocuparnos porque pierdas algunas clases. En cualquier caso, estará bien por un tiempo.

De golpe, me sentí de ánimo sombrío. No quería pensar en el futuro. Estaba viviendo en un presente encantado y quería que continuara siempre así.

—Espero que Estella y Adeline hayan regresado ya de casa de su tía Florence, y estén recibiendo clases —comenté—. Cuando regrese a casa tendré que ponerme al día.

¿A casa?, pensé. Commonwood House. Realmente, yo nunca había pensado que me perteneciera de verdad, y ahora no podía soportar la idea de regresar allí.

—En efecto, te pondrás al día —dijo tío Toby, alegremente—. Yo siempre he sostenido que ver mundo es ya una educación de por sí.

Luego cambió abruptamente de tema.

—Gertie es una buena chica, ¿no es cierto? Has tenido suerte de encontrarte con ella. No siempre salen tan bien las cosas con el compañero de camarote.

Entonces comenzó a contarme historias divertidas de pasajeros del barco que se llevaban mal y habían tenido que compartir camarotes en el pasado.

—Los puertos son divertidos, ¿verdad? —continuó—. El siguiente será Suez. Vamos a permanecer allí por muy poco tiempo, y no tenemos planeada ninguna excursión. No anclaremos hasta las ocho de la mañana, y nos marcharemos a las cuatro y media, así que no habrá mucho tiempo para ver cosas. Está demasiado lejos de las pirámides, así que realmente no podrás percibir el atractivo de Egipto. Estoy seguro de que los Forman estarán encantados de que los acompañes. Tenemos que llegar hasta los muelles valiéndonos de los botes, porque las aguas son demasiado someras como para que el barco pueda atracar dentro del puerto. Empleamos para ello los botes salvavidas y, por supuesto, tenemos que bajarlos de la misma forma que lo haríamos si tuviéramos que abandonar el barco. Es un buen ensayo de emergencia. Ya lo verás. Los barcos más pequeños pueden entrar en el puerto sin problema, pero nosotros tendremos que anclar un poco fuera, en la bahía. Te divertirás.

Yo disfruté con el hecho de que me explicara todos aquellos detalles. Me sentía orgullosa y feliz porque él me consideraba capaz de comprender lo que me decía, y me olvidé de las anteriores referencias a las clases que estaba perdiendo y que me recordaban la calidad transitoria de la vida que ahora llevaba. Tomé la determinación de disfrutar de cada momento para poder conservarlo para siempre en la memoria.

Los Forman dijeron que les encantaría que pasara con ellos el día que permaneceríamos en Suez. Gertie me dijo que Jimmy y Tim Lees se marcharían por su cuenta, porque se consideraban demasiado mayores como para ir con el grupo familiar.

Los días eran apacibles, y cuando estábamos en el mar, tío Toby disponía de más tiempo libre, y a menudo nos sentábamos juntos en cubierta. Un día, mientras estábamos charlando, el médico del barco se nos acercó. El doctor Emmerson era un joven agradable de alrededor de veinticinco años, según mis cálculos de entonces.

—Estamos disfrutando de un tranquilo tête-à-tête —le explicó tío Toby—. No los tenemos con tanta frecuencia como a mí me gustaría, pero Carmel es una joven llena de recursos y se las arregla para divertirse sin mi interferencia.

—Estoy seguro de ello —replicó el doctor Emmerson—. ¿Puedo sentarme un momento con ustedes?

—Por favor. ¿Ya está preparado para marcharse?

—Aún me quedan una o dos cosas por hacer —dijo el médico.

Tío Toby se volvió hacia mí.

—El doctor Emmerson nos dejará en Suez —me explicó—, y allí se unirá a nosotros otro médico. No podemos navegar sin médico a bordo, ¿sabes?, así que el doctor Kelso ocupará el puesto del doctor Emmerson. Lo echaremos de menos, Lawrence.

—Se llevarán bien con el doctor Kelso.

—El doctor Emmerson pasará algún tiempo en un hospital de Suez —me explicó tío Toby—. Está muy interesado en las enfermedades de la piel, y va a llevar a cabo unos estudios especiales en ese hospital.

—¿Podrá usted bajar a tierra, capitán? —preguntó el doctor Emmerson.

—Pues, no, pero los Forman, ya sabe, la familia que viaja a Australia, van a llevarse a Carmel.

—Eso está muy bien —observó el doctor Emmerson.

Charlamos durante un buen rato acerca de Suez, ciudad que el doctor Emmerson parecía conocer muy bien, y luego el médico dijo que tenía que hacer algunas cosas antes de su partida y se marchó.

—Es un buen hombre, Lawrence Emmerson —dijo tío Toby—; y también ambicioso. Le irá bien. Creo que su familia quería que entrara al servicio de la Iglesia, pero él sabía muy bien lo que deseaba. Ahora va a hacer ese curso en Suez, pero supongo que luego regresará para especializarse en Londres. Le deseo que tenga buena suerte. Entonces, su familia estará orgullosa de él. ¿Sabes una cosa? Mi familia no quería que yo me dedicara a navegar. Pero, al igual que Lawrence Emmerson, tomé mi propia decisión. Cuando tenía diecisiete años, me escapé de casa y me enrolé en la marina mercante. Solíamos hacer la ruta de la India; llevábamos soldados y funcionarios del Estado y los traíamos de vuelta. Era una vida maravillosa y nunca he lamentado lo que hice. Ése es uno de los principales secretos de la vida. No lamentarte nunca. Si algo es bueno, es maravilloso. Si es malo, es experiencia que acumulas, que muy bien vale la pena tener porque evita que vuelvas a cometer el mismo error.

Yo quería hacerle otras preguntas acerca de la familia, pero recordé que la señora Marline era su hermana, y tuve miedo de entrar en un tema desagradable.

En todo caso, él continuó.

—Con el tiempo, me perdonaron y volvieron a aceptarme en el seno familiar, pero siempre fui un poco el hijo pródigo. Yo no me conformaba, ¿comprendes? No soy un conformista.

Nos echamos a reír, y él no hizo más comentarios acerca de su familia, sino que continuó hablándome de sus experiencias en el mar. Me dije que yo sería exactamente igual que él, que disfrutaría de las cosas buenas cuando vinieran, y no permitiría que los demás me trastornaran.

Faltaban dos días para que llegáramos a Suez; Gertie y yo hablábamos constantemente de lo que haríamos cuando bajáramos a tierra. Me encantaba meterme en la litera, arroparme y charlar hasta que una de las dos se quedaba dormida.

La mañana anterior a nuestra llegada a Suez, Gertie me dijo que su padre había estado bastante enfermo durante la noche.

—Mamá cree que fue uno de sus ataques —me explicó—. A veces los tiene realmente fuertes. Es del pecho.

Durante el día, el resfriado del señor Forman empeoró, y el doctor Emmerson dijo que no debía salir del camarote durante la jornada siguiente. La señora Forman pensó que lo mejor sería que se quedara con él, porque aquellos resfriados de pecho que tenía podían ponerse realmente feos.

Gertie estaba afligida.

—Ya sabes lo que eso significa, ¿verdad? —me dijo—. Tendremos que quedarnos a bordo.

La señora Forman también estaba apenada. Sabía cuánto habíamos estado esperando el momento de bajar a tierra, pero le resultaba imposible dejar solo al señor Forman.

Gertie estaba tan apesadumbrada, que finalmente la señora Forman dijo que, si los chicos nos acompañaban, ella creía que podíamos bajar a tierra.

Gertie, con tono sombrío, me contó cómo habían reaccionado los chicos ante aquella sugerencia. Jimmy había declarado que no quería ir por ahí remolcando a un montón de crías.

—Yo le dije que no era un montón, sino sólo dos, y que en todo caso no éramos crías. Entonces mi madre se enfadó y le dijo a Jimmy que no fuese tan egoísta, y que nuestro padre se disgustaría mucho si se enterara de que se había negado a cuidar de su hermana y la amiga de ésta, y que por eso las pobres niñas habían tenido que quedarse a bordo. Entonces Jimmy dijo que de acuerdo, que nos llevarían, pero que no nos querían.

—En ese caso, quizá sería mejor que no fuéramos —sugerí yo.

—¡No ir! ¡Quedarnos a bordo! ¡Ni hablar! Tenemos que ir con ellos, o no nos dejarán bajar a tierra.

Así pues, las perspectivas no eran tan brillantes como podrían haber sido y, por mucho que nos molestara la descortés resignación de los muchachos, decidimos que era mejor imponerles nuestra indeseada compañía, que no bajar a tierra.

*****

Fue divertido subir a la chalupa que nos llevaría a puerto. Primero teníamos que descender por la pasarela hasta la plataforma de embarque que se balanceaba sobre las olas; luego teníamos que pasar de ésta al bote que estaba junto al flanco del barco. Aquello no era cosa fácil, y había dos fornidos marineros apostados como centinelas sobre la plataforma que se balanceaba, para ayudar a la gente que subía al bote.

Nos cogieron a Gertie y a mí y nos sentaron en la embarcación, que se bamboleaba con bastante violencia sobre el mar. Nos cogimos la una a la otra para tranquilizarnos, mientras reíamos de forma incontrolable y los dos muchachos, nuestros reticentes guardianes, nos miraban con desdén.

Ya era muy entrada la mañana cuando abordamos el bote, porque mucha gente quería bajar a tierra y las embarcaciones sólo podían llevar a un determinado número de personas por vez, así que tuvimos que esperar nuestro turno.

Se nos había advertido que teníamos que estar de vuelta en el barco a las cuatro como muy tarde porque el barco levaría el ancla a las cuatro y media y el último bote saldría del puerto de Suez a las tres y media.

Finalmente llegamos a tierra firme. Yo miré a La dama de los mares, que estaba al otro lado del agua, y pensé que tenía un aspecto muy majestuoso; pero Jimmy y Timothy estaban impacientes por marcharse y nosotras los seguimos de cerca. Pasado un rato, llegamos a un mercado. Las calles empedradas eran estrechas y estaban flanqueadas por tiendas que parecían cuevas, con mesas delante de sus puertas. Había mucho ruido, ya que todo el mundo parecía estar gritando con entusiasmo. Muchos hombres llevaban largas túnicas y turbantes, cosa que a mí me pareció muy exótica. Todo era diferente de cualquier cosa que yo hubiese visto hasta entonces. Escuchamos a la gente que hablaba ante los puestos de venta; parecían estar regateando aunque, claro está, no entendíamos lo que decían; tenían aspecto de estar enfurecidos, y a veces daba la impresión de que estaban a punto de golpearse. Luego el regateo terminaba, y debía de ser satisfactorio porque ambos se sonreían mutuamente y en una ocasión se dieron un beso.

Los muchachos se habían detenido junto a una mesa en la que había collares, anillos y brazaletes. Lo hicieron porque las dos muchachas de piel oscura que se hallaban en el mismo los habían llamado. Las muchachas tenían largos cabellos negros y ojos risueños; de sus orejas colgaban pendientes y tenían collares en torno al cuello, todos parecidos a los que estaban expuestos sobre la mesa. Cuando una de ellas le puso un collar en torno al cuello a Jimmy, él pareció incómodo y ambas chicas parecieron pensar que aquélla era una broma estupenda.

—Bonito, bonito —dijo una de ellas—. ¿Compras?

Los chicos se echaron a reír y las muchachas profirieron unas risitas ahogadas.

La otra chica le puso un collar a Timothy.

Estaba claro que los muchachos no sabían qué hacer, cosa que de ninguna manera nos desagradó a Gertie y a mí que éramos las divertidas testigos de su desconcierto. La chica que le había puesto el collar a Jimmy, comenzó a tirar del mismo lentamente hacia ella.

—Ven —le dijo.

Entonces la otra chica atrajo a Timothy hacia sí de la misma forma.

—Esta situación se está volviendo muy estúpida —me comentó Gertie—. Vayamos a mirar los objetos de cuero que hay en aquella mesa de allí.

Nos encaminamos hacia el puesto de venta que había indicado Gertie. Entre los objetos que había, vimos billeteras de cuero blando de diferentes colores, con dibujos repujados de color oro.

—La semana próxima será el cumpleaños de mi padre —me explicó—. Podría comprarle una de ésas.

Cogió una y el vendedor estuvo a su lado en un santiamén.

—¿Te gusta? Muy bonito.

—¿Cuánto? —preguntó Gertie con la voz de adulto que asumía con frecuencia.

—Tú dime… ¿Cuánto paga?

—No tengo ni idea —respondió Gertie—. Dígame cuánto pide.

El hombre cogió un papel y escribió un número.

—No tengo suficiente —respondió Gertie y se volvió hacia mí.

—Vámonos.

Dejó la billetera e intentó alejarse, pero el vendedor la cogió por un brazo.

—¿Cuánto? ¿Cuánto?

El hombre tenía las manos puestas sobre la pequeña bolsita que llevaba ella.

—¿Cuánto? ¿Cuánto? —continuaba repitiendo.

Nosotras ya estábamos deseando de todo corazón no habernos metido en aquello, y yo estaba segura de que la billetera cada vez resultaba menos y menos atractiva a los ojos de Gertie.

Pero el vendedor la tenía firmemente aferrada y no la soltaba. Miró amorosamente la billetera y luego nos dedicó una mirada trágica, como para darnos a entender que aquella venta era para él algo de suma importancia. Debió de notar que despertaba nuestro interés y compasión, porque continuó.

—Hombre pobre. Yo hombre muy pobre.

Soltó momentáneamente a Gertie y con los brazos hizo gesto de estar acunando a un bebé. Luego nos enseñó ocho dedos.

—Bebés —dijo—. Hambre…

Gertie y yo intercambiamos miradas. Ella se encogió de hombros y sacó todo el dinero que llevaba en el monedero. El hombre sonrió, cogió el dinero y empaquetó la billetera.

Nos habíamos liberado, y yo no estaba segura de si lo habíamos hecho por compasión o por la necesidad de escapar de aquella transacción embarazosa.

Entonces vimos que, mientras todo aquello ocurría, los muchachos habían desaparecido, al igual que las chicas de los collares.

—No importa —dijo Gertie—. Estaremos mejor solas. Ellos no querían estar con nosotras, y nosotras no queríamos estar con ellos.

Recorrimos la estrecha calle, mirando de lejos las mesas que estaban a ambos lados, decididas a no involucrarnos en ningún otro regateo.

Había un laberinto de calles, todas muy parecidas entre sí, y debimos de haber estado dando vueltas durante media hora antes de salir de ellas.

Habíamos pensado que saldríamos por el mismo lugar por el que entramos, desde donde sabíamos cómo regresar al bote; pero el escenario que teníamos delante era bastante diferente.

Gertie miró el reloj que llevaba prendido al vestido. Eran las dos y media.

—Cojamos uno de esos carritos tirados por burros para que nos lleve de vuelta al bote —dijo ella.

—¿No crees que los chicos estarán buscándonos?

—No. Estarán muy contentos por haberse librado de nosotras. Por otra parte, vamos a demostrarles que no los necesitamos. Mira, allí viene uno.

Lo llamamos. El conductor, un muchacho que no podía tener más de catorce años, se aproximó a nosotras.

—Queremos regresar al bote que nos llevará de vuelta a nuestro barco. ¿Sabes?

El muchacho asintió vigorosamente.

—Yo sé. Yo sé. Ven.

Subimos al carro, que era una especie de calesa. Sentíamos pena por los dos burritos que tiraban del vehículo porque parecían patéticamente débiles, pero pronto nos pusimos a reír y abrazarnos con regocijo, porque aquél no fue el viaje más suave del mundo. Pareció muy largo, y pasado un rato comenzamos a esperar con impaciencia avistar el mar.

Gertie llamó al conductor.

—Ya deberíamos haber llegado. ¿Por qué no vemos el mar?

—Mar aquí —dijo el muchacho, blandiendo el látigo hacia un punto indeterminado, pero nosotras no veíamos ni rastro de él.

Lo que siguió fue como una pesadilla. Soñé con ello durante mucho tiempo después.

El vehículo se detuvo y bajamos.

—¿Dónde estamos? —gritó Gertie.

—El mar —replicó el muchacho—. Aquí barco.

—Yo no lo veo —dijimos las dos a un tiempo.

—Aquí. Tú pagas.

—Pero no nos has llevado donde te dijimos —aulló Gertie con exasperación.

No —agregué yo—. Éste no es el lugar correcto.

Comenzaba a ponerme nerviosa. Ya nos habían enredado una vez con la billetera. Ya casi eran las tres de la tarde, y el último bote partía a las tres y media.

Estaba claro que Gertie estaba pensando lo mismo.

—Tú debes llevarnos allí de inmediato —dijo.

El muchacho asintió con la cabeza.

—Tú paga —respondió.

—Pero es que no nos has llevado al lugar que te dijimos. Te pagaremos cuando lo hagas.

—Tú paga. Tú paga.

—¿Por qué? —gritó Gertie con indignación.

—No te pedimos que nos trajeras hasta aquí —intervine yo—. Debes llevarnos al bote.

Teníamos muy poco dinero. Gertie había gastado todo el suyo al comprar la billetera, y sólo quedaba el que tenía yo y sabía que no era una fortuna. Pero teníamos que regresar al bote que nos llevaría de vuelta al barco.

Intenté explicarlo, y abrí mi monedero.

—Todo esto es para ti si nos llevas al bote —le dije.

Él miró el dinero con desdén.

Luego asintió.

—Tú paga. Yo llevo.

Cogió todo el dinero y, sin dejar de asentir, saltó al asiento del conductor y se marchó.

Nosotras nos miramos con consternación. Estábamos lejos del barco, sin dinero, aturdidas y más alarmadas a cada momento que pasaba. Se nos hizo evidente una terrible realidad. Estábamos solas en un país extraño. La gente nos era desconocida, y nuestras experiencias recientes nos habían demostrado que teníamos que estar preocupadas; era difícil comunicarse con aquella gente, porque no hablábamos su idioma. Estábamos desamparadas, mudas de terror, demasiado asustadas como para pensar con claridad, y éramos lo suficientemente mayores como para pensar en algunos de los horrores que podían acontecemos, pero no con la suficiente experiencia para tener una noción de cómo manejar aquella situación.

En mi mente destelló el pensamiento de que sólo un milagro podía salvarnos.

—Sólo Dios puede ayudarnos —dije yo, manifestando en voz alta mis pensamientos.

Gertie me miraba fijamente.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó con un susurro.

—Podemos rezar a Dios —respondí yo.

Supongo que la fe se hace más fuerte cuando nos hallamos en situaciones desesperadas de las que parece no haber escapatoria excepto a través de la ayuda divina. Yo sabía que la mía era una fe de desesperación. Creía porque tenía que hacerlo, ya que la alternativa de eso era demasiado horrorosa de contemplar; y creo que Gertie se sentía exactamente igual.

Nos quedamos muy quietas, cerramos los ojos y juntamos ambas manos.

—Por favor, Dios —susurramos—, ayúdanos a regresar al barco.

Abrimos los ojos. ¿Qué habíamos esperado? ¿Ver el muelle y el embarcadero materializarse ante nuestros ojos?

Todo estaba exactamente igual. Nada había cambiado… excepto nosotras mismas. Teníamos fe. El pánico nos había abandonado. De alguna manera podríamos encontrar el camino de vuelta. Dios nos mostraría el camino.

Gertie me había cogido de la mano.

—Vayamos por allí. Estoy segura de que pasamos por allí cuando veníamos.

Yo me fijé en un edificio blanco y grande que estaba un poco apartado de los demás.

—Preguntaremos allí —dije—. Eso es. Allí habrá alguien que hable inglés. Nos ayudarán.

Gertie asintió y nos encaminamos apresuradamente hacia el edificio.

Y entonces… ocurrió el milagro. Del edificio salió un hombre cuya apariencia me resultaba familiar, y me di cuenta de que era el doctor Emmerson. Me sentía exultante. Dios había atendido a nuestros rezos.

—Doctor Emmerson —lo llamé.

Él se detuvo. Nos miró, y luego vino apresuradamente hacia nosotras.

—¡Carmel! ¿Qué está haciendo aquí? El barco se marcha a las cuatro.

—¡Doctor Emmerson! —jadeé yo—. Nos hemos perdido. Un hombre nos trajo hasta aquí y nos abandonó. Dijo que esto era el muelle.

El doctor Emmerson pareció perplejo durante un momento. Luego, sin vacilar, nos arrastró apresuradamente lejos del edificio. Un carro tirado por burros se acercaba. Él lo llamó y habló con el conductor. Él podía hablar el idioma local, y hubo un momento de charla alborotada. Luego subimos al carro y salimos a toda velocidad.

De una forma algo incoherente, le explicamos al doctor Emmerson lo que nos había ocurrido.

—¡No consigo imaginarme por qué permitieron salir solas a dos niñas!

—No nos permitieron salir solas —respondió Gertie.

—Perdimos a los muchachos —expliqué yo.

El doctor Emmerson pareció perplejo.

—Lo único que espero es que consigan ustedes llegar —dijo—. Se está acabando el tiempo.

—El último bote se marcha a las… —comencé yo.

—Sí, ya lo sé.

Miró su reloj; evidentemente, estaba preocupado. Yo recé silenciosamente oraciones de agradecimiento durante todo el camino, mientras el doctor Emmerson instaba al conductor para que fuera más rápido. Por los gestos del hombre, pude ver que estaba apresurando a los pobres burros hasta el máximo.

La alegría de ver el muelle fue enorme, pero siguió el desaliento. El último bote se había marchado algunos minutos antes de nuestra llegada y ya estaba de camino hacia La reina de los mares.

Bajamos del carro, el doctor Emmerson le pagó al conductor, y nos quedamos de pie durante algunos segundos, contemplando el bote que se alejaba y parecía reducir rápidamente la distancia que lo separaba del barco.

El doctor Emmerson parecía muy consternado.

En el agua habían unos cuantos botes de remos, y él le gritó a uno de los barqueros. Llegaron precipitadamente a un acuerdo, y un momento después embarcábamos los tres en el bote.

El avance fue lento. Vimos que el bote salvavidas había llegado al barco y los pasajeros estaban ya a bordo. De hecho, el bote salvavidas estaba siendo izado hasta la cubierta, donde colgaba habitualmente. El barco se estaba preparando para zarpar.

En el puente de embarque, que estaba en proceso de ser desmontado, había algunos hombres de pie. El doctor Emmerson los llamó a gritos. No fue fácil llamar su atención, pero finalmente lo consiguió.

—Dos niñas —gritó—. Pasajeras. La sobrina del capitán.

Había llamado la atención de los hombres, y eso fue un alivio tremendo. Estaríamos a salvo, pero habíamos sabido ya que sería así cuando nuestros rezos fueron atendidos.

Hubo un tiempo de espera. Varias personas habían salido a cubierta y se inclinaban sobre la barandilla para observarnos.

Estaba claro que el doctor Emmerson sentía un enorme alivio. Ahora estaba seguro de poder subirnos a bordo. Debía de haber estado preguntándose qué iba a hacer con dos niñas en sus manos.

—No pueden volver a instalar la plataforma de embarque —nos dijo—. Supongo que arrojarán una escalerilla de cuerda.

—¡Una escalerilla de cuerda! —exclamé yo, mirando a Gertie.

—Eso será divertido —dijo ella, con un tono más de aprensión que de convicción.

Tenía razón de preocuparse. No fue nada fácil.

Nos tambaleábamos en el pequeño bote, que parecía muy diminuto y frágil al lado de La reina de los mares.

La gente de la cubierta miraba mientras bajaban la escalerilla de cuerda.

—Tendrán que tener mucho cuidado —nos previno el doctor Emmerson—. Esto puede ser peligroso. Estarán esperando arriba para cogerlas, y yo las ayudaré desde aquí abajo… pero existe un buen trecho en el que se encontrarán solas. ¿Comprendido?

—Sí —respondí yo.

Él cogió el final de la escalerilla cuando descendió.

—Usted primero, Carmel —dijo—. ¿Preparada? Con mucho cuidado. Por nada del mundo suelte la cuerda. Aférrese a ella pase lo que pase, y no mire hacia abajo ni al mar. Mantenga la vista fija al frente. ¿Preparada?

Comencé a subir. Él me sostuvo hasta que estuve fuera de su alcance. Luego, durante un corto trecho, estuve sola y me aferré a la escalerilla como me había aconsejado el doctor Emmerson. Subía cuidadosamente un peldaño cada vez. Luego sentí las manos de los de arriba. Dos marineros fuertes me subieron a cubierta.

Luego siguió Gertie.

Nos quedamos la una junto a la otra. Estábamos a salvo. Habíamos vivido un milagro y nos sentíamos exaltadas. Yo sabía que Gertie se sentía igual que yo.

Miramos al doctor Emmerson, que estaba allí abajo, sonriendo feliz. La expresión de ansiedad había desaparecido completamente de su rostro.

—Gracias. Gracias, doctor Emmerson —le gritamos.

—Adiós —replicó él—. ¡Y no vuelvan a hacerlo!

Todos los pasajeros se apiñaban en torno a nosotras, y entre ellos se hallaban Jimmy y Timothy.

—¡Idiotas! —Dijo Jimmy—. ¿Qué demonios queríais hacer?

La señora Forman nos abrazaba, medio llorando y medio riendo.

—Estábamos muy preocupados —dijo—. Pero, gracias a Dios, estáis a salvo.

—Sí —respondí yo—. Demos gracias a Dios.

*****

Hubo mucho aspaviento en torno a nuestra aventura. Tío Toby no supo nada del asunto hasta que estuvimos a bordo. La ley del barco decía que en momentos como aquél no debía molestárselo excepto en caso de emergencia, y el que nosotras no consiguiéramos regresar a bordo no era considerado como un desastre en términos náuticos.

Se sintió muy trastornado cuando supo lo que había ocurrido, y yo me di más cuenta aún de los peligros potenciales con los que nos pudimos haber encontrado.

Me mandó llamar a su camarote al cabo de una hora más o menos de haber zarpado.

—¡Nunca, nunca permitas que una cosa así vuelva a ocurrir! —me dijo severamente.

—No habríamos permitido que ocurriera esta vez si hubiéramos podido evitarlo —le respondí.

—Podríais haberlo evitado si os hubierais quedado con los muchachos.

—Nosotras no teníamos intención de dejarlos. Ellos simplemente se marcharon.

—No debes volver a bajar a tierra a menos que vayas con una persona responsable.

Él nunca antes se había enfadado conmigo, y no pude detener las lágrimas. Había sentido un enorme júbilo por encontrarme a salvo, y el haber incurrido en su enojo me hacía más desdichada que cualquier otra cosa del mundo.

Él se ablandó de inmediato y me cogió entre sus brazos.

—Me pongo así sólo porque tú significas muchísimo para mí —me dijo—. Cuando pienso en lo que podría haberte ocurrido…

Guardamos silencio durante un rato, abrazados el uno al otro.

—Nunca… nunca… —comenzó él.

—No, nunca. Nunca, te lo prometo.

Pasados unos minutos, volvía a ser el mismo de siempre.

—Bien está lo que bien acaba. Nunca podremos agradecerle lo suficiente a Emmerson lo que hizo. Fue un milagro que él estuviera allí.

—Sí —dije yo con convicción—. Fue un milagro.

—Es un buen hombre. Le escribiré, y tú y Gertie podréis incluir una nota.

—Oh, lo haremos, lo haremos. ¡Estoy tan contenta de estar de vuelta contigo y de que no estés enfadado!

—No lo estaré, siempre y cuando no vuelvas a hacer una tontería tan grande como ésta.

—No, no lo haré. Tendré más cuidado. Te lo prometo.

Así pues, todo estaba bien. Había regresado, y tío Toby se había enfadado conmigo sólo porque me quería muchísimo.

Mandó llamar a Jimmy y Timothy. Debió de hablar con ellos muy severamente, porque salieron del camarote muy serios y con la cara roja. Durante varios días después de aquello, mantuvieron una actitud humilde.

La señora Forman se culpaba a sí misma. No tendría que haber permitido que bajáramos del barco, decía, pero se le aseguró que no debía culparse a sí misma; y en cualquier caso, en aquel momento estaba demasiado preocupada por el señor Forman, que ahora estaba recuperándose satisfactoriamente y en pocos días estaría completamente sano.

Aquel incidente afectó a tío Toby. A veces estaba un poco más callado de la cuenta, y en ocasiones se lo veía distraído, como si estuviera preocupado por algo.

Pasábamos juntos tanto tiempo como antes, y yo pensaba que quería estar conmigo siempre que le era posible, y que lo que más le gustaba era sentarse conmigo en un rincón tranquilo de la cubierta y ponerse a charlar.

Sin embargo, había ocasiones en las que guardaba silencio —cosa rara en el pasado—, y comenzaba a decir algo para luego cambiar de idea.

Este cambio se había producido en él después de nuestra dramática aventura, y yo creía que tenía algo que ver con la misma.

Luego me enteré de qué se trataba realmente.

Habíamos cenado, y era una de esas ocasiones en las que tío Toby disponía de alrededor de una hora de libertad. Era una noche muy hermosa; el mar estaba en calma y la luna llena dibujaba una senda sobre el agua; no se oía sonido alguno excepto el suave chapoteo de las olas contra el casco del barco.

—Ya no eres una niña —declaró tío Toby, de pronto—. He estado pensando que ya es hora de que sepas algunas cosas.

—¿Sí? —dije yo, expectante.

—Con respecto a mí —continuó él—, y también acerca de ti misma.

Yo estaba tensa y aguardaba con ansiedad.

—Por favor, cuéntamelo, tío Toby. Quiero saberlo más que nada en el mundo.

—Bueno, en primer lugar, yo no soy tu tío Toby.

—Ya lo sé. Tú eres el tío de Estella, Henry y Adeline, por supuesto.

—Sí, efectivamente, lo soy. Quizá sea mejor que comience por el principio.

—Oh, sí, por favor.

—Ya te he dicho que mi familia no quería que yo navegara, ¿no es cierto? Yo no era como el resto de ellos. Bueno, tú conociste a mi hermana, la esposa del doctor. Uno no diría que soy como ella, ¿no crees?

Yo negué vigorosamente con la cabeza.

—Tampoco era como mi hermana Florence.

—La señora con la cual se marcharon Estella y Adeline… ¡Oh, no!

—Ésa misma. Verás, yo era muy diferente de todos ellos. Eran unos conformistas, excepto quizá Grace, que se casó con un médico rural, considerado indigno de mi familia; aunque, en cualquier caso, él fue probablemente el único que mostró algún interés por unirse con Grace, así que era el doctor o nadie. Sé que estoy siendo descortés. La verdad es que nunca estuve muy unido a nadie de mi familia. Supongo que podrás comprender por qué me dediqué a navegar.

Yo asentí con la cabeza. Sin duda, podía imaginarme que cualquiera desearía alejarse de la señora Marline, sin contar con el resto de la familia.

—Tú eras muy diferente —dije.

—Como la noche del día, según la voz popular.

—Pero te reconciliaste con ellos más tarde.

—Déjame que te cuente cómo fue. Cuando era un joven oficial, mi barco atracó en Australia. En Sidney, concretamente. Es un lugar muy agradable, y el puerto es enorme. Uno de los mejores del mundo. ¿No dijo eso Cook cuando lo descubrió? Y tenía razón. Bueno, allí teníamos la base y allí era donde recogíamos pasajeros y carga para dar luego la vuelta al mundo… al igual que hago con La reina de los mares… aunque principalmente viajábamos a lugares de las proximidades. Hong Kong, Singapur, Nueva Guinea, Nueva Zelanda. Tenía veinte años cuando conocí a Elsie. Yo era un joven de corazón ardiente, romántico, podríamos decir. Nos casamos.

—¿Tienes una esposa?

—Algo así.

—¿Cómo puedes tener algo así como… una esposa?

—Siempre has sido una jovencita muy lógica, y tienes razón. O bien tienes una esposa, o no la tienes. Lo que quiero decir es que el nuestro no fue como la mayoría de los matrimonios. Nos vemos de vez en cuando. La veré cuando llegue a Sidney. Somos buenos amigos, pero ya no compartimos nuestras vidas. Ambos decidimos que eso era lo mejor para los dos.

—Pero ella es tu esposa.

—Los votos del matrimonio no pueden deshacerse. O estás casado o no lo estás. Nosotros lo estamos.

—¿La veré yo?

—Sí. Conocerás a Elsie. Ella y yo somos los mejores de los amigos. No nos vemos muy a menudo, y quizá es precisamente por eso que lo somos.

—Ella no te gusta realmente.

—Oh, ya lo creo. Me gusta mucho. Nos llevamos bien durante algún tiempo. Ella es buena por naturaleza.

—Entonces, ¿por qué…?

—Hay cosas que entenderás más adelante. Los seres humanos somos criaturas complicadas. Raramente hacemos lo que se espera que hagamos. Ella no podía abandonar su país, y yo soy un trotamundos. Ella tiene una casa cómoda cerca del puerto, en la cual nació. Ya sabes, la patria chica y todas esas cosas. Pero yo quiero hablar de nosotros… de ti y de mí.

—Sí —dije yo, emocionada.

—Nos tomamos cariño desde el principio, ¿verdad? Había algo especial entre nosotros, ¿no crees?

—Sí, lo había.

—Nos sentíamos atraídos el uno hacia el otro. Había un motivo: Carmel, yo soy tu padre.

Se hizo un profundo silencio durante el cual me sentí llena de júbilo.

—¿Estás contenta? —preguntó él al cabo de un rato.

—Es lo mejor que jamás me ha ocurrido.

Él me cogió una mano y me la besó con ternura.

—También es lo mejor que jamás me ha ocurrido a mí —me dijo.

Yo estaba llena de asombro. Si alguien me hubiera dicho que un genio cumpliría mi deseo más querido, yo hubiera pedido exactamente eso.

—Debes de estar preguntándote cómo sucedieron las cosas —comentó él.

Yo asentí embelesada.

—Cuando me enteré de que te habías quedado en Suez, me llevé una impresión terrible. Sólo pude dar las gracias por no haberme enterado hasta que estuviste a salvo. Me hubiera desquiciado completamente. Hubiera abandonado el barco para ir a buscarte, y ése habría sido el final de mi carrera en el mar.

—Oh, lo lamento… lo lamento muchísimo.

—Ya lo sé. No fue culpa tuya. Esos estúpidos muchachos deberían haber cuidado mejor de vosotras. Me pasó por la cabeza la idea de que estabas creciendo y debías saber la verdad. Fue entonces cuando decidí decírtelo, Carmel. Yo no lo sabía. No tuve ni la menor sospecha hasta que el doctor Marline me escribió una carta. Estaba en Nueva Zelanda cuando la recibí. Nuestro correo sufre retrasos frecuentes, como podrás imaginarte. Mi querido doctor Edward. Tenía el corazón donde tenía que tenerlo. Verás, es que él lo sabía. Gracias a Dios que él lo sabía.

—Querían enviarme a un orfanato. Yo nunca te hubiera conocido… ni nunca hubiera sabido quién era.

Esa perspectiva me resultaba ahora doblemente sombría cuando la comparaba con lo que hubiera perdido.

—Incluso Grace tuvo que ceder y cuidarte cuando se enteró de que eras un miembro de la familia. Pero déjame que te lo cuente todo. Tu madre es una muchacha gitana.

—¡Zíngara! —exclamé yo.

Él me miró con asombro.

—Se convirtió en Zíngara. Antes se llamaba Rosaleen Perrin. ¿La conociste?

—La vi una vez.

Seguidamente le conté cómo había conocido a Rosie Perrin cuando me vendó la pierna, y cómo había conocido posteriormente a Zíngara.

—Debe de haber ido allí para verte. ¿Qué te pareció ella?

—Que era la persona más hermosa que jamás hubiera conocido.

—Ella era diferente dé todo el mundo en todos los sentidos. —Sonrió al evocarla—. Pasé tres meses en Commonwood House. Disponía de un permiso largo, y el barco iba a estar en dique seco para que le hicieran un repaso completo y lo pusieran a punto. Fue durante esa época cuando conocí a Rosaleen. Me sentí profundamente atraído por ella.

—Y ella por ti.

—Mientras duró fue una atracción loca y profunda.

—¿No duró?

—No tuvo oportunidad. En el campamento había estado alguien… un hombre que, según creo, recogía material para un libro que quería escribir sobre la forma de vida de los gitanos. Desde entonces se había interesado por ella, cosa que no resultaba sorprendente. Ella y yo solíamos encontrarnos en el bosque por la noche. Yo había viajado muchísimo y conocido a mucha gente, pero nunca a nadie como Rosaleen. Zíngara estaba recibiendo clases de baile para su carrera artística, y estaba concentrada en eso. Yo no iba a quedarme allí para siempre. Ambos sabíamos que no podía durar, y éramos la clase de personas que saben aceptar esas cosas. No supe nada acerca de tu existencia, hasta que Edward me escribió para comunicármelo. Te lo explicaré. Ella te dejó en Commonwood House porque pensaba que era lo mejor para ti. Es una mujer que tiene una gran sabiduría propia. Era muy buena con las cartas y ese tipo de cosas. Sabía que tenía un don especial, y debió comprender que era lo mejor para ti. Nunca hubiera permitido que te enviaran a un orfanato. Eras hija de ella y mía, y el mejor lugar para ti no era quedarte con ella… ni con los gitanos. Era Commonwood House.

—Y tú supiste que yo estaba allí.

—Eso es lo que iba a contarte. Edward… el doctor Marline… conocía mi pasión por Rosaleen. La deploraba, como es natural, pero la conocía. Pobre hombre. Estaba cortado por el modelo de Grace, y vaya una vida que le dio. Él no aprobaba mi forma de vivir; no veía con buenos ojos que tuviera una esposa en Sidney y anduviera dando vueltas por el mundo. Sí, Edward conocía mi relación con Rosaleen. Él me reconvenía. «Grace no debe enterarse», me dijo. ¡Como si yo hubiera pensado en hacerle confidencias a Grace!

»En aquella época había una pequeña tienda en High Street. Se llamaba «The Old Curiosity Shop», pero ya no existe. Supongo que no resultaba rentable, aunque era un lugar muy agradable. Lo dirigía la señorita Dowling, una dama encantadora pero sin capacidad alguna para los negocios.

»En el escaparate tenía toda clase de rarezas, y un día encontré allí un medallón. Tenía una inscripción insólita y entré para verlo mejor. La señorita Dowling se sentía encantada cuando la gente se interesaba por sus mercancías, y sacó inmediatamente el medallón del escaparate para enseñármelo.

»“Creo que es de origen romaní” —me dijo—. Así era como se llamaba el idioma que hablaban algunos gitanos. Estos signos significan algo, buena suerte o algo parecido. Habitualmente es lo que significan los signos de estos objetos. Bueno, el caso es que decidí regalárselo a Rosaleen, así que lo compré. Le encantaban los abalorios, y la relación de aquél con los gitanos le haría gracia.

»En el momento en el que salía de la tienda, me encontré con Edward, que entraba justo en aquel momento porque estaba interesado en un libro que tenía la señorita Dowling. Volví dentro con él para examinar el libro, y nos pusimos a hablar con la señorita Dowling, que mencionó el medallón.

»Cuando íbamos de camino hacia Commonwood House, el doctor me preguntó por aquel objeto y yo se lo enseñé, y le hablé de los signos romaní que, con seguridad tenían algún significado y que posiblemente los gitanos pudieran comprender. Él siempre se sentía intrigado por aquel tipo de cosas, y manifestó un inmediato interés por el medallón. Me dio la impresión de que me lo devolvía de mala gana. Luego se puso a echarme un sermón acerca de mis relaciones con una gitana. Eran una gente violenta y temeraria, me advirtió.

»Yo le respondí a mi manera despreocupada, y le dije que la vida estaba llena de escollos y trampas, y que si uno se pasaba la vida cuidando de no tropezar con todo eso, no conseguiría ver todas las cosas maravillosas que indudablemente podía ofrecerme.

»Aprecio mucho al doctor, y creo que él me aprecia a mí. Por otra parte, yo hubiera sentido una desesperada tristeza por cualquiera que se hubiese casado con Grace. Pienso que él se daba cuenta de mi compasión hacia él y la agradecía; y, a pesar de que deploraba lo que solía denominar como mi actitud ante la vida, creo que me tenía un poco de envidia.

»Solía hablarle de él a Rosaleen. Ella sentía mucho interés por todo lo relacionado con Commonwood House. Sabía de las deficiencias de Adeline, y decía que era un castigo por la arrogancia y el orgullo de la señora Marline. Yo señalé que era una lástima que la pobre Adeline tuviera que sufrir por los pecados de su madre.

»Bueno, el objeto de haberte explicado todo esto es que, cuando te encontraron, tenías el medallón en torno al cuello, y por eso fue que Edward supo inmediatamente de quién eras hija, cosa que le comunicó a Grace. La hija de su hermano era una Sinclair, y eso no debía olvidarse, motivo por el cual concedió que te criaras en la casa de los Marline.

»Y Rosaleen, satisfecha porque su hija estaba en el mejor lugar que podía darle, se marchó para dedicarse a su carrera. El doctor me escribió y dijo que mi hija estaba en su casa, y que sería criada con sus propios hijos.

»Puedes imaginarte cuan emocionado estaba yo. ¡Tenía una hija! Elsie y yo no llegamos siquiera a plantearnos el tema de los hijos, porque ella no podía tenerlos. Creo que ése fue uno de los motivos por los que las cosas no resultaron bien entre nosotros. Elsie es una mujer de tipo maternal. Ya lo verás cuando la conozcas.

»Yo anhelaba ver a aquella hija mía. Desgraciadamente, me encontraba muy lejos. Ya tenías tres o cuatro años cuando me llegó la carta de Edward, y deseaba con toda el alma ir a conocerte; pero allí estaba, al otro lado del mundo, y pasaron cuatro años antes de que pudiera cumplir mi deseo.

—Conocerte fue maravilloso.

Yo palmeé las manos al recordar.

—Todo cambió cuando tú llegaste —le dije—. Todo fue diferente.

Él se volvió hacia mí y me besó.

—Y así, hija mía, es exactamente como tenía que ser.

Yo me hallaba en un estado de éxtasis. ¡La vida era maravillosa! Por fin sabía cuál era mi origen, a quién pertenecía, y no había en el mundo nadie a quien yo pudiera desear pertenecer más que a aquel hombre maravilloso que era mi padre.

No es de sorprender que yo creyera en los milagros.

*****

Cada día parecía colmado de placeres. Me despertaba con una sensación de intenso deleite. Temía dormirme por si soñaba que todas aquellas cosas maravillosas no habían ocurrido y que sólo formaban parte de un sueño, y hasta que me hallaba completamente despierta no tenía la seguridad de que era realmente la verdad; entonces me sentía plenamente contenta.

«Soy la hija del capitán Sinclair», quería gritarle a todo el mundo, pero no podía hacerlo.

Era algo que hubiera resultado demasiado complejo de explicar, y ni siquiera podía contárselo a Gertie. No, debía continuar siendo Carmel March, y él tenía que seguir siendo el tío Toby hasta que llegáramos a Sidney y conociera a Elsie.

Tío Toby —continuaba llamándolo así— y yo nos sentábamos sobre la cubierta siempre que podíamos, para hablar del futuro.

Habíamos acordado que continuaríamos siendo tío y sobrina hasta llegar a Sidney. Allí nos despediríamos de la gente con la que estábamos realizando aquel viaje, y era impensable que volviéramos a verlos nunca más. Entonces, ¿debería llamarlo padre? ¿Papá? Ninguno de esos términos parecía adaptarse a él. Lo había llamado tío Toby durante tanto tiempo, que él acabó por sugerir que lo llamara simplemente Toby. ¿Por qué no? Podíamos quitar la palabra «tío». Así que eso fue lo que decidimos.

Sabía por supuesto, que debería regresar a Commonwood House para completar mi educación. Tío Toby sugirió que sería una buena idea que me marchase a un colegio. Estella iría, sin duda. Las cosas serían diferentes a partir de entonces, pues se me conocería como a su prima y no como a la huérfana gitana hallada debajo de un arbusto.

Hice una mueca al pensar en el colegio.

—Es necesario —señaló Toby con tristeza—. La educación es algo de lo que no se puede prescindir, y no recibirías la adecuada si te dedicaras a vagar por los siete mares con tu recién hallado padre. El tiempo pasa rápido. Nos encontraremos tan a menudo como nos sea posible, y, cuando tengamos la oportunidad, podré llevarte conmigo al mar. Entre tanto, aún tenemos el resto de este viaje para disfrutar. Estoy muy contento de que ya sepas la verdad. Hace mucho tiempo que quería contártela, pero antes pensaba que eras demasiado pequeña y hace poco pareció haber llegado el momento más adecuado.

—Yo estoy muy contenta de saberla.

—Bueno, ahora continuaremos a partir de aquí.

—Ahora, las cosas serán diferentes en Commonwood House.

—Sin Grace —dijo él.

—Espero que la señorita Carson esté allí cuando regresemos.

—No será tan malo, ¿sabes? Además, estarán las ocasiones en las que podremos vernos.

—Ojalá no estuvieras lejos con tanta frecuencia.

—La vida nunca es perfecta. Es mejor aceptar eso y no ansiar imposibles. Las cosas ya no están tan mal, ¿no es cierto?

—¡Son maravillosas! —exclamé yo con fervor.

*****

Los días pasaban muy rápidamente. Yo quería detener el tiempo. Pronto llegaríamos a Sidney; yo deseaba ver aquella ciudad formidable de la que había oído hablar tanto, pero comenzaba a pensar en ella como en la primera etapa de mi gran aventura, y sabía que, cuando nos marcháramos de allí, sería para regresar a Inglaterra. A pesar de que aún nos quedaba bastante tiempo por delante, todo aquello tendría que llegar a su fin; yo regresaría a mi antigua vida. Tendría que ir al colegio. Los días felices no serían interminables. Por todo eso, no podía soportar que pasaran tan rápidamente.

El océano índico ocupará siempre un lugar especial entre mis sueños. Aquellos días de aire balsámico en los que caminaba por la cubierta con mi padre, o permanecíamos sentados mirando aquel mar hermoso y benévolo; y aquellas noches en las que charlábamos, al fresco de la brisa nocturna, acerca del futuro y el glorioso presente. Él me señalaba las estrellas y me hablaba de los misterios del universo y la maravilla de vivir en aquella esfera flotante que era nuestro planeta.

—Sabemos muy pocas cosas —me decía—. En cualquier momento podría ocurrir cualquier imprevisto… y lo que eso nos enseña es que, si somos inteligentes, debemos disfrutar de todos y cada uno de los momentos cuando llegan hasta nosotros.

Ahora puedo apreciar plenamente aquellos días; y soy capaz de sonreír ante la inocente niña que creía haber encontrado la forma perfecta de vida.

De todas formas, es precioso conocer una felicidad tal, y tal vez uno sea afortunado por no saber que no podrá durar eternamente.

Habíamos rodeado la costa norte de Australia y habíamos bajado por el este hasta Queensland. Pasamos un día en Brisbane y, como Toby tenía muchos trámites que hacer en el puerto, yo me fui de paseo con los Forman.

La familia Forman había cambiado. Habían estado muy ansiosos por llegar a Sidney y comenzar su nueva vida, pero ahora que ya estaban cerca de su objetivo, yo creía percibir una cierta aprensión en el ambiente. Hasta entonces habían estado llenos de esperanza; las tierras eran baratas en Sidney, según habían dicho, y si la gente trabajaba duro, no podía fracasar. Parecía todo muy simple cuando se hablaba de ello, pero cuando estuvo al alcance de la mano comenzaron a surgir las dudas. Tiene que ser muy triste abandonar la tierra natal, incluso a pesar de que «alguien» esté planeando construir una carretera que atraviese las propiedades de uno y destruya sus posibilidades de prosperar.

Gertie estaba un poco más retraída, y no era la misma niña que bajó a tierra por primera vez. Yo recordaba Nápoles con nostalgia aunque, claro está, entonces no sabía quién era mi padre. Yo estaba muy animada, como es natural, pero eso no evitaba que me sintiera mal por los Forman.

Exploramos la ciudad que se extendía a ambos lados del río Brisbane. Visitamos la bahía de Moretón y las laderas de Taylor Range, donde se erguían los edificios que conformaban la ciudad. Escuchamos el relato del guía que explicaba que, a principios de siglo, aquello había sido una colonia penal; pero todos estábamos un poco distraídos.

Gertie y yo charlamos aquella noche, metidas en las literas. Ninguna de las dos estaba cansada o, si lo estábamos, no sentíamos deseos de dormir.

—Allí las cosas serán diferentes —decía Gertie—. Supongo que tendré que ir a la escuela. ¡Es tan aburrido ser pequeña!

Yo estaba de acuerdo.

—Resulta extraño —continuó Gertie—. Durante todas estas semanas nos hemos estado viendo cada día, y cuando lleguemos a Sidney nos despediremos y quizá no vuelva a verte nunca más.

—Podríamos vernos. Yo podría venir a Sidney.

Gertie guardó silencio durante un rato.

—Antes de que nos marchemos, tienes que darnos tu dirección. Aún no puedo darte la mía porque ahora no tenemos casa. Sin embargo, puedo darte la del sitio en el que vamos a alojarnos. Es una casa de huéspedes que dirige una amiga de una persona que conocíamos en Inglaterra. Nos ha reservado sitio allí, y nos alojaremos en esa casa hasta que encontremos una propiedad.

—Me alegro de que lo hayas pensado —le repliqué—. Nos escribiremos cartas. Me gustará.

Ambas guardamos silencio, un poco consoladas por el pensamiento de no perder contacto con aquella parte de nuestras vidas que siempre recordaríamos con cariño.

*****

Al cabo de dos días debíamos llegar a Sidney. Toby había dicho que el barco permanecería en puerto durante toda una semana, y que podríamos bajar a tierra y alojarnos en casa de Elsie. Me explicó que hacía eso a menudo cuando se hallaba en dichas circunstancias. Todos los pasajeros se despedirían entonces y, antes de zarpar, embarcarían otros y llegado el momento comenzaríamos el viaje de regreso a Inglaterra. Era necesario permanecer en puerto durante todo ese tiempo, ya que el barco tenía que ser revisado y necesitaba algunas reparaciones.

—Te gustará conocer a Elsie —me aseguró—. Elsie es de buen natural.

Yo estaba ansiosa por ver Sidney. A su manera gráfica, Toby me había contado muchas cosas acerca de aquella ciudad. Le encantaba hablar de los viejos tiempos. Por las noches, nos sentábamos en cubierta después de cenar, y él me explicaba cosas como cuando la Primera Flota partió en 1788 con su primera carga de prisioneros.

—Imagínate a aquellos hombres y mujeres apiñados en la bodega… algo muy diferente de una litera acogedora en un camarote compartido con Gertie Forman en La dama de los mares, te lo aseguro. Se alejaban de una tierra natal a la que la mayoría de ellos no volvería a ver… en dirección a una tierra nueva desconocida.

Yo me estremecía al escucharlo. Veía a aquellos hombres y mujeres, arrebatados de su patria… algunos de ellos poco más que niños… quizá de mi edad… preguntándose qué sería de ellos.

—El capitán Arthur Phillips… fue quien se los llevó, y verás su nombre en diversos lugares de la ciudad. Sidney es, en realidad, el nombre de uno de nuestros políticos, al igual que, Macquarie, otro nombre que verás por ahí. Era el gobernador de Nueva Gales del Sur; un hombre inteligente que hizo muchas cosas buenas por la colonia. Quería conseguir que se sintieran, no como convictos expulsados de su tierra natal, sino como colonizadores que estaban construyendo una nueva buena tierra en la que vivir. Fue él quien los alentó para que exploraran las tierras que los rodeaban, y fue durante su época que encontraron un camino para atravesar las Montañas Azules. Antes de eso, los aborígenes creían que los montes no podrían ser cruzados jamás porque estaban llenos de espíritus malignos que destruían a todos aquellos que intentaban pasar al otro lado; pero los primeros colonos los atravesaron… ¿y qué había al otro lado? Unas de las mejores tierras de pastura del mundo.

—Háblame más de las Montañas Azules —le imploré yo.

—Son magníficas. Algún día iremos. Nosotros no tendremos miedo de los espíritus, ¿eh?

Así era como hablaba conmigo, y yo sentía una gran ansiedad por ver aquellas tierras, aunque al mismo tiempo la dicha se veía empañada por una cierta tristeza porque odiaba la idea de despedirme de Gertie.

Cuando llegamos, el barco se me había hecho un lugar extrañamente ajeno. Me despedí de Gertie y su familia.

—No perderemos el contacto, querida —me dijo la señora Forman, abrazándome afectuosamente—. Nos escribiremos a menudo.

El señor Forman me dio la mano y Jimmy pronunció un adiós bastante incómodo. Desde nuestra aventura en Suez, y después de que Toby le regañara muy severamente, se le veía bastante avergonzado. Gertie se había despedido de mí con brusquedad, cosa que yo sabía que era debido a que se sentía profundamente conmovida porque nos separábamos.

Todos los pasajeros se habían marchado.

Yo me quedé esperando que Toby me llamara a su camarote, y luego abandonaríamos el barco, aunque sólo temporalmente, claro está.

—Esto ocurre de vez en cuando —me había explicado—. Nos quedamos en puerto más tiempo del habitual, y yo dispongo de una o dos noches para pasar en casa de Elsie. Siempre es un buen cambio. Por supuesto, yo voy y vengo constantemente entre la casa y el barco, y es agradable estar en tierra durante un corto período de tiempo.

Así pues, iba a conocer a Elsie. No había pensado mucho en ella hasta aquel momento. ¡Era su esposa! No se llevaban bien como matrimonio, pero se gustaban en todo lo demás. Sin duda, resultaba bastante insólito que un hombre se hubiera separado de su esposa y regresara después para hacerle una visita amistosa. Pero, de todas formas, la mayoría de las cosas eran insólitas en Toby.

Paseé por el barco, por aquellos desiertos salones recreativos. ¡Cuánto cambian los lugares cuando hay gente en ellos! Salí a cubierta. Me recosté sobre la barandilla y me puse a contemplar aquel magnífico paisaje. Me imaginé que acababa de llegar con la Primera Flota, y que era una pobre prisionera a la que habían expulsado de su país.

Pensé en cuan afortunada era. Podría haber sido enviada a un orfanato; sin embargo, mi querido padre no hubiera permitido jamás que nada malo me sucediese, y así era como serían siempre las cosas.

La casa de Elsie se erguía en un terreno de poco más de cien metros. Era una construcción de antiguo estilo colonial, con una plataforma en la parte frontal y seis escalones que conducían al porche situado ante la puerta principal.

Estábamos a punto de subirlos, cuando un hombre bajo y moreno salió corriendo de unas construcciones exteriores, que obviamente eran establos.

—¡Capitán! ¡Capitán! —gritó.

—¡Vaya! —Exclamó Toby—. ¡Pero si es Anglo! ¿Qué tal está, Anglo? Me alegro de verle.

El hombrecillo se detuvo ante Toby, y se dieron la mano.

—La señora le está esperando. La señorita Mabel ha trabajado duro. Todo está limpio. Todos esperan al capitán.

—Me alegro de oírlo —respondió Toby—. Sacan lustre para mí, ¿no es eso? —Le hizo un guiño a Anglo para indicarle que estaba bromeando, y continuó—. Se me hubiera partido el corazón si no hubieran sacado un poco de brillo para recibirme.

Se volvió hacia mí, y en aquel momento se abrió la puerta y una mujer salió al porche.

—¡Capitán! —gritó, y se le echó en los brazos.

—Mabel, Mabel… Es maravilloso volver a verte. Ésta es Carmel.

Él me estaba sonriendo y, antes de que Mabel tuviera tiempo de hablar, otra mujer salió de la casa.

—Bueno, por fin has llegado, Toby —dijo—. ¿Qué es lo que te ha retrasado? Vi al barco llegar a primeras horas de la mañana.

—Mis obligaciones, Elsie. ¿Qué otra cosa podía retenerme? Ella le dio un beso en cada mejilla.

—Ésta es Carmel —dijo Toby.

Ella se volvió a mirarme. Era una mujer alta, con cabellos de color castaño rojizo, muy abundantes y recogidos sobre la cabeza. Tenía unos ojos muy verdes que chispeaban, y los dientes blanquísimos resaltaban contra la piel bronceada por el sol. Tenía un cierto aire de franqueza, y supe al instante que pertenecía a la clase de gente que decía exactamente lo que pensaba. No tenía subterfugios, y me gustó de inmediato; era una persona en la que podía confiar.

—Carmel —repitió ella—. Bien, pues. Yo había leído acerca de ti, y ahora te tengo delante. De visita en Sidney, ¿eh? ¿Has tenido un buen viaje?

Yo la cogí de la mano y observé atentamente su rostro. Fugazmente, me pregunté qué pensaría una esposa de una hija que había tenido su marido con otra mujer. Pero eso sólo duró una fracción de segundo. Elsie hubiera dicho lo que pensaba del asunto, y a aquellas alturas no parecía pensar que fuese algo demasiado extraño.

—Es una lástima que sólo vayas a quedarte durante una semana —me dijo—. En ese tiempo no podrás ver muchas cosas, y te aseguro que las hay a montones. Bueno, aprovecharemos al máximo el tiempo que tenemos. ¿Pero qué hacéis, ahí parados? Entrad en la casa, los dos. Supongo que tienes hambre. No deben haberte alimentado demasiado bien a bordo de ese viejo trasto, ¿verdad?

Le echó una mirada a Toby que demostraba que le estaba tomando el pelo.

—Nuestra comida era excelente —intervino él de inmediato—. ¿No es cierto, Carmel?

—Oh, sí —aseguré yo—. Era muy buena.

—Espera hasta ver lo que yo puedo darte, cariño. Ya verás, al acabar la semana, estarás deseando quedarte conmigo. Apuesto a que será así.

Ella me cogió por un brazo cuando entrábamos, y yo pude advertir que Toby estaba encantado con aquel recibimiento.

—Tú ya sabes hacia dónde ir, Tobe —dijo Elsie.

Me resultó extraño que pronunciara el nombre de él de aquella manera, pero aún no sabía que Elsie tenía la costumbre de acortar los nombres de la gente. Luego se volvió a mirarme.

—Ocupa siempre la misma habitación cuando se aloja aquí, cosa que no ocurre con tanta frecuencia como yo querría; pero tenemos que aprovechar al máximo lo que tenemos, ¿no crees? Ahora, tú, cariño. Te enseñaré cuál es tu habitación. Tendrás una hermosa vista del puerto. Estamos orgullosos de nuestro puerto. Te lo enseñaré cuando tengamos la oportunidad. Tobe, en tu habitación encontrarás alguna correspondencia. Cartas de tu casa. Las he estado apilando, pero no comiences con ellas todavía, porque tenemos la comida esperando.

Toby se desperezó, y miró al cielo y a la casa.

—¡Qué bueno es estar aquí! —comentó.

—Es bueno que estés aquí —le respondió Elsie—. ¿No es verdad, Mabe?

—Claro que sí —replicó Mabel.

—Y Anglo está de acuerdo con nosotras.

El aborigen sonrió.

—Es un buen chico, este Anglo. No se irá por ahí de caminata cuando el capitán está a punto de llegar.

Anglo negó con la cabeza y sonrió.

Cuando más tarde yo pregunté qué quería decir con eso, Toby me explicó que los aborígenes eran buenos trabajadores cuando realizaban sus tareas; pero uno debía recordar que no estaban habituados a vivir en casas o estar confinados en ningún sentido, y a veces sentían la necesidad de irse «de caminata», lo que significaba que se marchaban lejos. A veces regresaban, y otras no; pero uno nunca podía estar seguro con ellos; e incluso a los más devotos podía metérseles en la cabeza la idea de irse de caminata.

—Entrad ya —estaba diciendo Elsie.

Era indudablemente una cálida bienvenida. Yo pensé en la señora Marline cuando le daba la bienvenida a lady Crompton en las raras ocasiones en las que ésta última había acudido a Commonwood House. ¡Cuán diferentes habían sido aquéllas!

Mi habitación era espaciosa y, tal como había dicho Elsie, tenía una buena vista al puerto. Había una cama, un armario y una jofaina, una cómoda y algunas sillas. El piso era de madera y tenía algunas alfombrillas encima. La habitación tenía sólo las cosas más esenciales, y nuevamente me vino a la mente Commonwood House por la gran diferencia que guardaba con todo aquello.

Se me había dicho que fuera al comedor en cuanto estuviese lista, y, cuando abrí mi puerta, Toby salía de su habitación.

—¿Todo bien? —preguntó, con un toque de ansiedad en la voz.

—Sí. Es divertido.

—Ya sabía yo que te entenderías con Elsie. A la mayoría de la gente le ocurre lo mismo.

—Excepto a ti —señalé yo.

—Oh, eso es diferente. Nos llevamos bien en casi todo, pero no en el matrimonio. —Me cogió un brazo y me lo estrechó—. Es una lástima —continuó—, pero así son las cosas. Te gustará este sitio. Hay muchas cosas para ver. Elsie estaba deseando conocerte. Ven a ver mi habitación.

Se parecía mucho a la mía, con el piso de madera, las alfombrillas y los muebles esenciales.

—No se parece mucho a Commonwood House —observó Toby.

—No… Eso es lo que estaba pensando.

—El ambiente es diferente. Aquí no hay formalidades. Todo es abierto y sincero.

—Sí —concedí yo—. Eso es lo que me parece.

Él me revolvió los cabellos y me dio un beso.

—¡Acabo de peinarme! —protesté.

—No importa. Elsie no va a refunfuñar por eso.

—Hay muchas cartas esperándote —señalé.

—Sí. No he querido abrirlas aún. Eso puede esperar. No creo que haya nada importante. Ven conmigo. Será mejor que bajemos, o vamos a meternos en problemas.

La comida era muy buena. Se sentó con nosotros Mabel, que parecía ser algo así como un ama de llaves y amiga. Una chica de unos quince años servía la mesa. Se llamaba Jane, y nuevamente me impresionó la falta de formalidad, y, dado que todo era tan diferente de Commonwood House, me encontré una vez más preguntándome qué estaría ocurriendo allí. Estaría todo muy cambiado ahora que la señora Marline ya no estaba. La señorita Carson estaría en la casa, y Adeline no tendría nada que temer.

Elsie hablaba mucho con Toby de una manera zumbona, pero su conversación estaba principalmente dirigida a mí. Me dijo cuáles eran las actividades que tendríamos que realizar durante mi estancia en Sidney. Había muchísimas cosas que quería mostrarme. Podríamos hacer una excursión en barca por el puerto; ¡eso si yo no estaba un poco cansada de embarcaciones! Sin embargo, sería una corta excursión en bote de remos, quizá, a pesar de que había un ferry. ¿Sabía montar?

Al contestarle afirmativamente, dijo:

—Oh, muy bien. Necesitarás un caballo para moverte por aquí. Yo me encontraría perdida si no lo tuviera.

Algunas de las comidas las tomaríamos fuera de la casa.

—El clima es agradable, como ya habrás visto. Se puede confiar en él más que en el clima de nuestra patria.

Descubrí que a menudo hablaba de Inglaterra con una especie de desdén afectuoso. Las cosas las hacían mejor «allí abajo», es decir en Australia. Posteriormente me enteré de que había nacido en Australia y jamás había estado en Inglaterra, pero a pesar de todo la llamaba «patria».

Toby me explicó que alguna gente hacía eso en aquel país. Tenían las raíces en Inglaterra, pero sus padres o tutores habían emigrado para instalarse en aquel territorio nuevo, en busca de una vida mejor. Algunos la habían encontrado, pero, tanto si había sido así como si no, el Viejo País era «la patria» incluso para aquellos que no lo habían visto nunca.

Todo me resultaba muy interesante, una nueva faceta de la maravillosa vida que me estaba enseñando Toby.

Aquella noche dormí profundamente, y al despertar por la mañana, abrí las puertas acristaladas y salí al balcón, que tenía barandilla de hierro. La vista era muy bonita. Podía ver el puerto, cuya bahía estaba bordeada por arbustos que crecían hasta la orilla misma. Había unos árboles altos que más tarde supe que pertenecían a la familia de los eucaliptos, y unas flores amarillas a las que llamaban zarzos.

Elsie me gustaba mucho. Era afectuosa y cordial, a pesar de que no se llevaba bien con Toby en el matrimonio; sin embargo, yo suponía que se entendían bien en todos los demás aspectos, ya que él iba a verla siempre que atracaba en Sidney. De pie en aquel balcón, mirando al más majestuoso de los puertos, estaba pensando una vez más en el feliz giro de mi suerte, cuando fui sobresaltada de pronto por un estallido de carcajadas. Era como si alguna criatura satánica estuviera mofándose de la complaciente acogida que yo le brindaba a la buena vida que se había hecho mía de forma milagrosa. Miré en torno de mí, pero no había nadie cerca.

Cuando descubrí la presencia de Toby y Elsie, sentí un gran alivio. Ellos también debían de haber oído aquella risa, pero no parecían sorprendidos en absoluto, sino profundamente sumidos en una conversación que era claramente seria. Aquello resultaba muy extraño, porque no tenían el aspecto de las personas de corazón alegre que había visto la noche anterior. Si no hubiera estado completamente despierta, hubiera creído estar soñando.

De pronto miraron hacia arriba, y sus expresiones cambiaron al verme. Se pusieron a sonreír.

—Buenos días —gritó Toby.

—¿Has descansado bien? —preguntó Elsie.

—Buenos días. Sí, gracias.

—Bien —agregó Elsie.

Entonces volvió a oírse aquella risa burlona.

Elsie imitó un sonido cloqueante con la lengua.

—Son otra vez las kookaburras.

Y mientras ella hablaba, un pájaro de unos cuarenta centímetros de largo, de color pardo grisáceo, pasó volando y fue a posarse encima de una rama. Luego voló otro que fue a colocarse junto al primero.

La risa volvió a sonar, y entonces me di cuenta de que provenía de los pájaros.

—Están pidiendo su desayuno —explicó Elsie—. Los alimento junto con los demás, y por eso vienen aquí. Hacen un ruido muy extraño, pero uno se acostumbra. Las llaman burras reidoras, y no hace falta explicar por qué. Parece que se estén burlando de uno. Tal vez creen que soy una estúpida vieja por preocuparme por ellas. Creo que ya es hora de que también nosotros desayunemos.

Me reuní con ellos para tomar el café y comer tocino, huevos y pan recién hecho.

—Hacemos las cosas igual que en la patria —dijo Elsie—. Nos apegamos a las viejas costumbres, ¿no es cierto, Tobe?

Él respondió afirmativamente y nos pusimos a hablar de lo que haríamos ese día. Él tenía que bajar al puerto para ver el barco, y no estaba seguro de cuánto tiempo pasaría ausente. Elsie iba a llevarme a recorrer la casa y los jardines, y me enseñaría cómo se vivía «allí abajo».

Todos volvíamos a estar de un humor muy alegre. Toby se marchó, y yo observé cómo Elsie les daba de comer a los pájaros. Era un espectáculo maravilloso ver cómo revoloteaban alrededor de ella; eran unas criaturas hermosas y coloridas, parecidas a los loros, del tipo de pájaros que en Inglaterra teníamos enjaulados.

Estaban por todas partes, y parloteaban con satisfacción mientras volaban en torno a ella. En la escena había algo de esencialmente apacible. Vi que las kookaburras estaban también allí, para recibir su parte.

Entonces oí su burlona risa, que ya no me resultaba inquietante.

*****

Elsie me dijo que me gustaría conocer a las gentes de los alrededores.

—Las personas son diferentes en Australia —me explicó—. Diferentes de lo que son en el país del que vienes, quiero decir. No tienen nada de ese estiramiento y grandeza que parece querer decir: «Yo soy mejor que tú». Aquí somos todos iguales, aunque algunos son más iguales que otros, como dicen por ahí. —Luego asintió antes de continuar—. Siempre que recuerden que aquí mando yo y que deben hacer lo que yo digo, todo va bien.

—Bueno, eso es exactamente igual… —comencé a decir, pero ella me sonrió.

—Ya comprenderás a qué me refiero, cariño —aseguró—. Nosotras tenemos dos criadas, Adelaide y Jane. Ya has conocido a Jane. Luego, claro, está Mabel. Ése es todo el servicio de la casa. Mabel es un tesoro; cocina y hace que todo funcione como debe ser. Jem, su esposa y su hijo Hal viven junto a los establos, pero entran y salen constantemente de la casa. Y también está Anglo. A veces se marcha, y nunca estamos seguros de si volverá. Yo no creo que algún día vaya a marcharse del todo. Desde luego, no lo hará mientras Tobe esté aquí. Le tiene un afecto especial a Tobe, bueno, como la mayoría de la gente. Él tiene algo que hace que los demás lo quieran. Andando, vayamos a recorrer la casa.

Así lo hicimos. Era espaciosa y abundaba la madera. Estaba amueblada con sencillez y con la mirada puesta en la parte práctica más que en la decorativa. Tenía un lavadero, una despensa espaciosa y dependencias de almacenamiento; una bodega y una cocina enorme con varios hornos y fogones, ante la cual se extendía una larga mesa de madera.

Conocí a todos los integrantes del servicio, y comprendí lo que quería decir Elsie cuando hablaba de que no había ninguna de las formalidades que eran habituales en Inglaterra. Todo el mundo tenía una actitud libre y cómoda y, como decía Elsie, todo iba bien siempre que cumplieran con el trabajo que tenían asignado.

—¿Quién necesita cofias y delantales y «llámeme señora»? «Señora Sinclair» es más que suficiente para mí.

Dijo esto último con cierta melancolía, y yo me pregunté si no le gustaría ser la esposa de Toby en todos los sentidos, en lugar de sólo cuando él atracaba en Sidney.

Durante aquella primera mañana, ella me contó que su abuelo había sido enviado a Sidney durante las primeras épocas del asentamiento. No era un criminal, pero había manifestado sus puntos de vista con demasiada franqueza. Trabajaba como tejedor, y había intentado conseguir algunos derechos para sus compañeros.

—Como uno de esos mártires de Tolpuddle[3]. La cuestión es que nunca olvidó lo que le habían hecho, pero no era el tipo de personas que se deja la vida en protestar amargamente contra algo que no puede cambiar. Así pues, cumplió sus siete años de condena y luego buscó un pedazo de tierra. Trabajó duro y le fue bien. Luego se fue a buscar oro en dirección a Melbourne. Mi padre le siguió los pasos e hicieron una fortuna bastante considerable. Así que nos quedamos, en un país que parecía ser benigno con nosotros, y nunca se habló de regresar a Inglaterra.

Todo aquello me resultaba absorbente, y quería oír más.

—Y lo oirás, cariño —me aseguró Elsie—. No soy de los que saben cerrar la boca.

—Debes contármelo todo. Ya sabes que no pasaré mucho tiempo aquí.

—Oh, tendremos mucho tiempo para hablar, ya lo verás.

Así pasó la mañana, y por la tarde llegó Toby. Yo estaba en mi habitación colgando algunas de mis prendas de vestir, cuando oí el ruido de los cascos de su caballo.

Salí a la ventana, y vi que Elsie también parecía haberlo oído. Salió de la casa y fue corriendo a recibirlo. Cuando regresaban caminando juntos hacia la casa, había en ellos una seriedad insólita, como la que había advertido aquella mañana cuando me inquietó la risa burlona de los pájaros.

Titubearon durante un momento y permanecieron en el umbral, hablando con gravedad. Yo los llamé, y cuando levantaron la vista les cambió la expresión y me sonrieron. Pero, cosa extraña, yo imaginé que había algo forzado en aquellas sonrisas, y me invadió la inquietante sensación de que las cosas no iban tan bien como ellos pretendían hacerme creer. Casi esperé oír la burlona risa de los pájaros pero, una vez alimentados, se habían marchado de allí.

Bajé para reunirme con ellos.

—Según tengo entendido, has pasado una mañana agradable recorriendo la propiedad —dijo Toby.

—Oh, sí, fue muy interesante.

—Tobe quiere hablar contigo, cariño —me informó Elsie. Miró a Toby con una expresión casi suplicante y continuó—: Escuchadme, ¿por qué no lo hacéis ahora? Entrad en la sala… los dos solos.

No estaba muy segura, pero me pareció que Toby tenía una actitud reticente y ella era quien lo estaba empujando.

—De acuerdo, pues —dijo él, en cambio—. Ven conmigo, Carmel.

Así que, entramos en la sala y Elsie salió y nos dejó a solas.

Yo miré a Toby con consternación, porque ya estaba segura de que no todo marchaba bien.

—Hay algo que tengo que decirte, Carmel —comenzó, y luego se interrumpió, vacilante.

Yo lo miraba inquisitivamente. No era propio de él que le faltaran las palabras.

—Ya me imaginaba que ocurría algo —le dije—. Te comportas de forma diferente.

—Se trata de una decisión muy importante.

—¿Acerca de qué?

—Bueno, verás, Carmel. En casa han estado ocurriendo cosas.

—¿En casa?

—En Commonwood House. Se trata del doctor Marline.

—¿Qué ocurre con él?

—No le queda mucho tiempo de vida.

—¿Quieres decir que se está muriendo? —pregunté yo estúpidamente.

—Ha tenido muchas preocupaciones… y eso es lo que le ocurre. Estella y Adeline van a quedarse a vivir con Florence, al igual que Henry, como es natural. Así que, como verás…

—¿Quieres decir que no van a regresar a Commonwood House?

—Sí, en resumidas cuentas, eso es.

—¿Y el doctor está muy enfermo? ¿Cómo pueden estar seguros de que va a morir? ¿No puede mejorar?

Toby estaba mirando por encima de mi cabeza. Yo nunca lo había visto así antes.

—Verás —me dijo—. Tenemos que pensar en lo que va a ocurrir contigo.

—¿La señorita Carson va a irse con Estella y Adeline?

—No sé nada de la señorita Carson, pero no creo que eso ocurra. Sólo sé que Adeline y su hermana se quedarán en casa de Florence. Ella va a cuidarlas.

—¿Quieres decir que no hay sitio para mí?

Él pareció aliviado.

—El problema es —continuó— que yo no tengo casa en Inglaterra. Sólo unas habitaciones de posada, y estoy ausente durante la mayor parte del tiempo. ¿Te das cuenta de lo que todo eso significa?

Yo me sentía muy inquieta, porque Toby estaba obviamente muy preocupado.

Él debió de sentir mi miedo, porque me rodeó con un brazo.

—No hay necesidad de preocuparse. No mientras yo esté contigo —me aseguró. Yo me abracé a él.

—Ya lo sé.

—Tú eres mi niña, y yo estoy aquí para cuidarte, así que realmente no hay nada que deba preocuparte. No tendrás que ir a casa de Florence.

—Oh, eso ya lo sé. Ella no me querría en su casa.

—De todas formas, éste es un asunto que hay que considerar muy detenidamente.

—Sí. Elsie lo sabe, ¿no es cierto?

Él asintió con la cabeza.

—Está ayudándome a resolverlo. Ella creyó que no debías permanecer en la ignorancia, sino que debíamos comunicártelo lo antes posible.

—¿Qué es lo que hay que comunicarme?

—Que yo no puedo llevarte de vuelta a Inglaterra, porque no habría ningún lugar adecuado para alojarte cuando llegaras. Sólo tienes once años. Eres demasiado pequeña como para quedarte sola cuando yo esté a millas de distancia en el mar. Además… después de este viaje, estaré fuera de Inglaterra durante un año cada vez. La reina de los mares pasa más tiempo en este lado del mundo. De hecho, se estima que el puerto del mundo que más toca de todos es Sidney. Yo vendré por aquí con bastante frecuencia. Elsie es quien tuvo esta idea, y debo reconocer que parece buena. Es la mejor que tenemos a corto plazo. Cuando parta la semana que viene hacia Inglaterra, tú te quedarás aquí con Elsie. Dentro de unos cuatro meses estaré de regreso en Sidney.

Yo lo miré con profunda consternación y él se apresuró a continuar.

—Ya sé que tu viaje se ha quedado a medias. Yo no pensaba que esto pudiera ocurrir. Creía que las cosas se habrían aclarado en Commonwood House para cuando nosotros regresáramos, y que entonces las cosas serían poco más o menos como antes; y que, cuando Estella se marchara al colegio, tú te irías con ella. Lo más importante es que nosotros estemos juntos todo el tiempo posible. ¿No es eso lo que ambos queremos?

Yo asentí vigorosamente.

—Ya sé que éste es un golpe muy duro. Hemos estado hablando de cómo decírtelo. Elsie pensó que no tenía sentido taparte los ojos, porque dice que eres demasiado inteligente como para dejarte embaucar. Éste es nuestro plan… de Elsie y mío… y ahora tuyo. Puedes confiar en Elsie; es una de las mejores personas del mundo. Dice que deberías quedarte aquí, que puedes vivir con ella. No lejos de aquí hay un buen colegio; un internado donde pueden darte una buena educación. Irás allí, y vivirás con Elsie durante las vacaciones; y cuando mi barco atraque aquí, podremos estar juntos.

Se retiró y me miró inquisitivamente. Luego, de pronto, me rodeó con los brazos y me estrechó con fuerza.

—Es lo mejor, Carmel, mi querida niña. Te aseguro que, dadas las circunstancias, es lo único que podemos hacer.

Yo estaba demasiado aturdida como para comprenderlo. Sólo podía abrazarme a él y asegurarme a mí misma que continuaba estando conmigo, que era mi padre y me querría siempre. Pero el maravilloso viaje de vuelta a casa no tendría lugar. Él se marcharía dentro de muy poco, y pasaría mucho tiempo antes de que volviera a verlo. Aquel país desconocido sería mi nuevo hogar.

La situación fue demasiado repentina y desconcertante como para asumirla de una vez. De alguna manera, yo era como una de esas personas que habían sido expulsadas de Inglaterra y enviadas a otro lugar; estaba insegura y no podía creer que aquello estuviera ocurriéndome a mí; sin embargo, yo no era como aquellas personas. Ellas no habían tenido a nadie, y yo tenía a Toby, que me quería, incluso a pesar de que tuviera que dejarme; también estaba Elsie, que me haría compañía, y por quien ya sentía afecto.

Mis pensamientos retrocedieron hasta aquella mañana en la que había oído la burlona risa de los pájaros. En aquel momento había pensado que la risa sonaba como una advertencia. Tal vez lo había sido, de alguna manera.

La vida me había parecido demasiado buena, y tal vez la vida no es así.

Entonces, pensé: «Pero Toby es mi padre. Nada puede cambiar eso. Puede que no me sea posible verlo durante mucho tiempo, pero volverá. Es realmente mi padre y siempre podré contar con él».