La confesión
Dorothy vino a verme aquella misma tarde, ansiosa por saber qué había ocurrido durante el encuentro. Se entusiasmó mucho, especialmente al enterarse de que yo iba a hacerles una visita.
—¡Qué maravillosamente han salido las cosas! ¡Y él se casó con ella! Siempre tuvo reputación de excéntrico. Comprendo perfectamente la preocupación por la niña. Es precisamente el tipo de golosina en la que la prensa adora clavar el diente. ¡Imagínate si todo eso saliera a la luz! La finalidad del matrimonio quedaría completamente sin valor. ¿Y dices que ella no podía arrojar ninguna luz sobre el caso?
—Sólo podía confirmar mi convicción de que el doctor no mató a su esposa.
—Bueno, supongo que eso es lo que ella cree, ¿no te parece?
—Yo estoy absolutamente convencida de ello.
—Desgraciadamente, eso no tendría demasiado peso ante un tribunal de justicia. ¡Y vas a alojarte en la casa del mismísimo Jefferson Craig! Quizá algún día puedas conseguir una invitación para mí.
—Pienso que entra dentro de lo posible.
—¿Cuál es el siguiente plan de acción?
—Iré a visitarlos a finales de la semana que viene.
—Maravilloso; y mientras tanto… secreto.
—En este punto, creo que es lo mejor —comenté, mirándola fijamente.
Ella asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo conmigo en que no tenía sentido contárselo a Lawrence en aquel momento. Ambas sabíamos que consideraría una tontería el involucrarse en algo indeseable que había ocurrido hacía tanto tiempo. Dorothy conocía plenamente a Lawrence. No en vano hacía muchísimos años que cuidaba de él.
Le escribí a mi madre y le conté lo que había ocurrido. Pensé que le interesaría; al fin y al cabo, había sido Harriman quien sugirió lo que yo debía hacer. No les había comentado nada a los Hyson, y Gertie no llegaría hasta el sábado. Así pues, esperaría hasta después de la visita antes de contarle nada concreto a nadie. Dorothy lo sabía, claro está, pero Dorothy estaba implicada al igual que mi madre y Harriman.
Una cosa que tenía que contarles era que Edward Marline le había jurado a Kitty que él no había envenenado a su esposa. Sabía que dirían que era natural que lo hubiese hecho, pero yo sabía, al igual que lo sabía Kitty, que Edward no hubiera jurado que era inocente si no lo hubiese sido. Así pues, yo estaba completamente convencida de que había sido otra persona la que le administró a Grace Marline la dosis letal.
Recibí una carta de mi madre en la que me deseaba suerte y me decía cuántas ganas tenía de volver a verme y conocer los resultados de mis pesquisas.
Gertie y Bernard regresaron el sábado siguiente, con un buen humor magnifico. La tía Beatrice, el tío Harold y yo fuimos a recibirlos a la estación. Hubo abrazos, besos y exclamaciones de placer. Regresamos a la casa, donde todo estaba preparado por las manos de la tía Beatrice con la finalidad de darle a la joven pareja una bienvenida adecuada.
Bernard no había cogido a Gertie en brazos para atravesar el umbral de la casa, y ella insistió en que volvieran a salir y entraran como era debido; así que Bernard llevó a cabo su cometido a satisfacción de todos y luego entramos al salón, donde el tío Harold sacó champaña y brindamos por el regreso de la feliz pareja.
Eran felices. Gertie chilló de deleite ante la bien provista despensa, y le preguntó a la tía Beatrice si quería que se pusiera tan gorda como ella.
Fue un maravilloso regreso a casa, y pasó un buen rato antes de que Gertie concentrara su atención en mí.
Le hablé de mi madre, lo cual la interesó mucho, y de que había encontrado a otros amigos del pasado a los que iría a visitar el fin de semana siguiente.
—¡Cuántos amigos del pasado tienes! —exclamó—. Eres realmente una caja de sorpresas, Carmel Sinclair.
Afortunadamente, había muchas cosas que la absorbían en su nueva casa como para que tuviera ocasión de interesarse demasiado por mi vida.
Recibí una nota de Lucian diciéndome que viajaría a Londres a mediados de semana, y me sugería que almorzáramos juntos en Logan’s.
Aquello me puso en un dilema. Tendría que decirle que pensaba volver a ausentarme de la ciudad. Había estado muy presente en mi pensamiento desde que me pidió que me casara con él, y en muchas ocasiones había sentido el deseo de decirle que sí. Lo había deseado con toda mi alma. Pensé en lo infeliz que me sentiría si él tuviera que marcharse. Sentía envidia de Gertie, cuya vida transcurría tranquilamente. Así era como yo me hubiera sentido si hubiese estado segura de Lucian. Sólo existía esa barrera que no podía atravesar. Ni siquiera sabía si existía dicha barrera. Simplemente había algo que yo no conseguía comprender, y que tenía que saber antes de poder casarme con él.
En aquel momento ya sabía que Lawrence no podría ser jamás otra cosa que un buen amigo. Por supuesto, había gente que se casaba con sus buenos amigos y era muy feliz, como, por ejemplo, mi madre y Harriman Blakemore… Kitty y Jefferson Craig… Un matrimonio de conveniencia donde los hubiera. Pero ¿por qué motivo? No por interés financiero, sino por el simple deseo de ayuda por una parte, y, por la otra, cubrir unas necesidades y dar apoyo. Mi madre y Harriman. Kitty y Jefferson Craig. No había falsedad alguna entre ellos.
Estaba pensando en decirle a Lucian lo mismo que le había dicho a Gertie, que iba a visitar a unos amigos del pasado. Bueno, así era… pero había más que eso.
Luego se me ocurrió una idea. Si yo no era franca con Lucian, ¿por qué iba a esperar que él lo fuese conmigo?
Decidí que tenía que decirle que había visto a Kitty Carson, que iba a ir a visitarla y pasar el fin de semana en su casa, y que me sentía cada vez más interesada por lo que había ocurrido en Commonwood House durante la época fatal en que se había convertido en escenario de una cause célebre.
Me encontré con él en nuestra mesa de Logan’s.
—Ha ocurrido algo —dijo tras pedir la comida—. Cuéntamelo.
Apenas sabía por dónde comenzar.
—Ya sabes que siempre me he sentido interesada por el caso Marline —le comenté.
Su rostro cambió, y un ligero fruncimiento apareció en su entrecejo.
—Oh, ocurrió hace mucho tiempo. Eso ha terminado. ¿Qué podría hacer nadie ahora de bueno?
—No lo sé. Pero he visto a Kitty Carson.
—¿Qué?
—Espera que te lo explique. Ya sabes que pasé unos días en casa de mi madre. Ya te he contado que está casada con Harriman Blakemore y que quieren conocerte. Voy a organizado. Cuando estuve allí, hablamos mucho del caso Marline. Como supondrás, mi madre estaba interesada en Commonwood por razones obvias, y hablamos de los viejos tiempos. Harriman sugirió que, dado que un hombre llamado Jefferson Craig había abogado en favor de Kitty, era probable que ese mismo hombre supiera dónde encontrarla.
—¿Qué es lo que te impulsó a tomarte tantas molestias?
—Supongo que fue a causa de que los conocía tan bien y a mi convencimiento de que el del doctor era inocente.
—Si él lo era, ¿quién mató a la señora Marline?
—Ése es el misterio. El suicidio entra dentro de lo posible, pero me cuesta creerlo. En fin, el caso es que Harriman tuvo esa idea, y Dorothy Emmerson le había escrito una vez a Jefferson Craig y tenía una dirección. Así que le escribí a Kitty por intermedio de él, y ella recibió la carta de inmediato porque se habían casado. El resultado de todo eso fue que nos encontramos en los jardines de Kensington. Allí era fácil hablar. Yo había encontrado un rincón tranquilo, y no hay mucha gente por allí a las diez de la mañana.
Él me miró con expresión de incredulidad.
—Pues ya ves —agregué—. Y voy a ir de visita a su casa.
—No puedo entender…
—¿Crees que no debería haberlo hecho?
—Tal vez, cuando ha ocurrido algo de esa naturaleza, lo mejor es no implicarse. Creo que es algo que deberías quitarte de la cabeza y olvidar.
—Existen cosas que uno no puede olvidar por mucho que lo intente.
—¿Qué te contó ella?
—Lo mucho que sufrió. Ahora tiene una hija. Jefferson Craig se casó con Kitty para que la niña al nacer tuviera el apellido Craig. Parece ser un hombre maravilloso, igual que Harriman. ¡Qué afortunadas son mi madre y Kitty! Pobre Kitty, sufrió enormemente.
—Sí. Parece que ambas han encontrado hombres muy buenos —dijo Lucian, mirándome fijamente.
—Kitty admite que en ese sentido ha sido muy afortunada. Su gran temor es que, a pesar de que su hija lleva el apellido Craig, algún día alguien pueda descubrir que es la hija de Edward Marline. Dice que eso penderá siempre encima de su cabeza.
—Es una posibilidad muy remota —dijo Lucian.
—Sí, ella lo sabe, pero está ahí; y tú sabes que es posible.
—Sí, supongo que sí.
—Así pues, iré a visitarla y conoceré a Jefferson Craig. Dorothy Emmerson está muy impresionada, y dice que es un hombre muy inteligente.
Él guardó silencio y yo supuse que estaba pensando que mi preocupación por aquel desagradable acontecimiento era malsana y bastante estúpida. Pero, al mismo tiempo, tuve la sensación de que se inquietaba considerablemente cuando le hablé de la sombra que Kitty había dicho que pendía sobre su hija.
Lucian cambió de tema y hablamos de otras cosas, del regreso de Gertie y de mi próxima visita a The Grange, que tendría lugar después de mi regreso de casa de Kitty. Luego, mi madre querría que fuese a Castle Folly, y había dicho que sería muy agradable que Lucian me acompañara.
Sin embargo, durante aquel encuentro había desaparecido parte del agrado, y yo sentía que la barrera que había entre nosotros era más fuerte que nunca.
Aquella noche me sorprendí mucho al encontrarme con que habían traído a la casa una nota dirigida a mi nombre. La habían echado por la ranura para correspondencia que había en la puerta, y me asombró ver en el sobre la letra de Lucian.
La abrí con ansiedad y leí lo siguiente:
Mi querida Carmel:
Tengo que verte mañana. Es muy importante. Debo decirte algo sin más demora. Tenemos que ir a alguna parte en la que tengamos la garantía de que nadie nos molestará. Me dijiste que te habías encontrado con Kitty Carson en los jardines de Kensington, y que allí apenas había gente a las diez de la mañana. ¿Podrías encontrarte conmigo allí a la misma hora? Te esperaré en el Memorial. Acudiré a la cita en cualquier caso.
Adorada mía, esto es muy importante. Te amo,
LUCIAN
Leí la nota una y otra vez. Me llamaba «adorada» y decía «Te amo». Eso me alegraba, pero la misteriosa urgencia de aquello me alarmaba ligeramente.
Apenas pude dormir durante aquella noche, y a la mañana siguiente acudía a las diez en punto al Albert Memorial, donde me encontré con que Lucian ya me estaba esperando.
—¡Lucian! —grité—. ¿Qué ha ocurrido? Él me asió por un brazo.
—Vamos a sentarnos en ese rincón tranquilo del que me habías hablado.
Caminamos apresuradamente en esa dirección. El rostro de él estaba rígido y tenía una expresión solemne.
—Es algo referente al caso Marline —me anunció él en cuanto estuvimos sentados.
Yo estaba estupefacta.
—¿Y… y…? —pregunté con ansiedad.
—Tú estás convencida de que Edward Marline no cometió aquel asesinato. Creo que yo sé quién lo hizo.
—¡Lucian! ¿Quién?
Él estaba mirando fijamente ante sí. Vaciló, como si le resultara difícil pronunciar las palabras.
—Creo —dijo luego lentamente—, creo… que lo hice yo.
—¡Tú! ¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que temo ser yo el responsable de la muerte de Grace Marline.
—¡Eso es imposible! Tú no estabas allí.
—Sí, Carmel, creo que puedo haber sido el responsable —repitió—. Me refiero a que su muerte puede que haya tenido lugar por culpa mía. Es algo que me ha perseguido durante mucho tiempo. Intento no pensar en ello, pero a veces me despierto en mitad de la noche con una horrible sensación de culpa, y pienso en ese hombre que fue ahorcado por algo que pudo ser responsabilidad mía. Pienso en la institutriz… y ahora en su hija… que tendrán eso pendiendo sobre sus cabezas durante toda la vida… por algo que hice yo.
—¿Cómo podrías tener tú nada que ver con todo eso? Tú apenas veías a esa mujer. No estuviste allí.
—Yo estuve allí —dijo él—. ¿Recuerdas el día antes de que ella muriera? Nunca lo olvidaré.
—Lo recuerdo —le respondí yo—. Tú y Camilla vinisteis a tomar el té.
—Sí. Estábamos en el salón de la planta baja porque la señora Marline se hallaba en el jardín y no importaba si hacíamos ruido. Hablamos de los ópalos. ¿Recuerdas eso?
Yo asentí con la cabeza.
—Camilla dijo que nuestra madre tenía unos muy bonitos, y Estella, o puede que fuera Henry, dijo que su madre tenía un anillo de ópalo. Él quiso enseñármelo.
Aquel recuerdo volvió a mí con total claridad… la tarde calurosa… Tom Yardley había sacado a la señora Marline al jardín con su silla de ruedas, y nosotros estábamos allí, en el salón, riendo porque no teníamos que preocuparnos de si hacíamos demasiado ruido dado que ella estaba en el jardín y no estorbaba. Yo me había sentido decepcionada porque Lucian había salido con Henry y nos habían dejado solas a las chicas.
Lucian continuó recordando:
—Henry estaba decidido a enseñarme el ópalo de su madre, porque estaba seguro de que era tan bueno como cualquiera de los de mi madre, y yo ansiaba verlo. Henry me dijo: «Entremos en su dormitorio. No hay problema. Mi madre está en el jardín. Yo sé dónde lo guarda». Entramos de puntillas en la habitación. Henry encontró el ópalo. «¡Mira!», gritó, y fue en ese momento cuando ocurrió todo. Yo tiré la mesilla de noche al precipitarme para coger la joya. Encima de la mesilla habían dos frascos de píldoras. Las tapas no estaban bien atornilladas y las pastillas se desparramaron por todo el suelo.
»Yo estaba consternado, pero Henry dijo: «Oye, las recogeremos en un minuto. Mira esto. Creo que es un ópalo muy bueno… uno de los mejores». Yo estaba a punto de proclamar la superioridad de los de mi madre, cuando oí que la señora Marline le decía algo a Tom Yardley y la silla comenzaba a rodar. Henry devolvió el ópalo rápidamente a su sitio y yo me puse a recoger las píldoras. Sólo teníamos una idea en la mente, y era que no debían encontrarnos allí. Las recogí todas y las metí en los frascos. Los dejamos sobre la mesilla, donde estaban antes, y escapamos de la habitación riendo por lo bajo, justo a tiempo. Carmel, no pensé en aquel incidente hasta después… mucho después. Una mañana, me desperté muy temprano. Se me acababa de ocurrir aquella posibilidad. Yo había mezclado las píldoras. Eran de diferente tipo, estaba seguro de ello. La señora Marline había tomado las incorrectas.
—No puedo creer eso, Lucian.
—He estado intentando convencerme de que no pudo haber ocurrido así. Nunca dejo de intentarlo. Pero es una posibilidad. Tendría que haberme presentado a declarar. Debería haber explicado lo ocurrido. Sin embargo, ya no podía salvar a Edward Marline. Él ya estaba muerto. Yo estaba en el colegio en la época del juicio y la ejecución, y no me enteré del asunto hasta que ya hubo acabado. No fue hasta mucho tiempo después de eso que me di cuenta de lo que pudo haber ocurrido. La idea se me ocurrió de repente. Podría haber sido a causa de ese acto mío. Esas píldoras estaban en frascos diferentes para que se las pudiera distinguir. Puede que tuvieran una apariencia distinta. En todo caso, yo no había pensado en eso. Mi único propósito era devolver las píldoras a su lugar antes de que me descubriesen. Es posible que la señora Marline tuviera intención de tomar una pequeña dosis, y tomó una dosis letal.
—Lucian, estás construyendo una fantasía. ¿Cómo puedes saber que se trataba de dos tipos de píldoras diferentes por el solo hecho de que hubiese dos frascos?
—Una vez vi unos recortes de periódico que hablaban del juicio. Se hablaba mucho de las pruebas forenses y esas píldoras figuraban en varios artículos. Explicaban cuál era el contenido de las píldoras. Había unas que Grace Marline sólo debía tomar si tenía dolores muy fuertes, y no más de una al día. Luego había unas más suaves, de las que podía tomar tres al día. Supuse que ambas estaban sobre la mesita de noche. Es fácil ver cómo pudieron ocurrir las cosas: se desparramaron, fueron recogidas y devueltas a los frascos… de cualquier manera. Es casi seguro que algunas tienen que haber ido a parar al frasco equivocado.
—Pero, suponiendo que las mezclaste con las prisas, tenía que existir alguna diferencia entre las píldoras. Unas serían más grandes, o de un color diferente. Puede que tú no lo hubieras advertido, pero alguien que estaba habituado a tomarlas sí lo hubiera hecho.
—Durante el juicio, nadie sugirió que hubiera tomado las píldoras equivocadas por accidente. Nadie sugirió que pudieran estar en el frasco equivocado. Por supuesto, ellos no sabían que se hubieran desparramado. Todo lo que se dijo fue que ella había tomado una enorme sobredosis de las píldoras más fuertes, que había resultado ser fatal. Y cuando esto se me ocurrió, hacía tanto tiempo que habían ahorcado al pobre doctor, que me convencí de que ya era demasiado tarde para cambiar las cosas. No había nada que yo pudiese hacer para ayudarlo. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en Kitty Carson y en su hija, que tienen que vivir, como tú bien dices, bajo una nube amenazadora. No consigo olvidar todo aquello, y hace mucho tiempo que esa idea me persigue.
»Me alegro de habértelo contado, Carmel. Tengo que hacer… lo que sea necesario.
—Y yo me alegro de que me lo hayas contado. Hablaremos de ello. Decidiremos qué es lo que hay que hacer. Tenemos que compartirlo siempre todo.
Él se volvió a mirarme. Nos contemplamos durante un segundo y luego él me rodeó con los brazos. Me besó largamente y con una pasión inconcebible. Me estaba pidiendo que lo ayudara. Fugazmente pensé en cómo era cuando yo lo conocí. El héroe que me protegía. Ahora le tocaba a él el turno de ser vulnerable, y yo quería cuidarlo más que nada en el mundo.
En aquel momento supe que lo amaba plenamente. Entre nosotros no había más que comprensión, y todas las barreras habían caído. Todo eso se lo había resumido cuando declaré que debíamos compartirlo todo.
—¿Qué tenemos que hacer? —pregunté ahora.
—Tú vas a ir a visitar a Kitty Carson —replicó él—, y yo pienso acompañarte.
Lo miré con asombro.
—Sí —afirmó—. Lo decidí la pasada noche. Allí está ese hombre, el experto, Jefferson Craig. Él sabrá qué hay que hacer en este caso. Les contaré qué ocurrió exactamente. Eso ya lo he decidido. Es la única forma de que pueda vivir tranquilo a partir de este momento. Habrá publicidad, pero la afrontaré. ¿Estás de acuerdo, Carmel?
—Creo que no estarás en paz contigo mismo hasta que te enfrentes con todo esto. Pero ir conmigo… no estoy muy segura. Tendremos que pensarlo con más detenimiento. Kitty no espera que llegue acompañada de nadie. Creo que lo mejor sería que yo les explicara cuál es la situación, y quizá que tú llegaras el día siguiente. Probablemente, Kitty te recordará. Tienes que haberla visto algunas veces, cuando venías de visita a la casa.
—Sí, ya lo creo que la recuerdo… era una persona muy agradable.
—Yo le contaré lo que tú me has relatado, y luego podríamos hablar del tema entre todos.
—Creo que probablemente es ésa la mejor forma de hacerlo. ¡Oh, Carmel, cuánto me alegro de habértelo contado!
—Tendrías que habérmelo dicho antes.
—Ahora lo sé.
—Tienes que deshacerte de ese sentimiento de culpabilidad. Incluso en el caso de que las cosas sucedieran como tú temes, y no puedo creer que ocurriera de esa forma, no fue culpa tuya. Los actos descuidados de un chico no lo convierten en asesino.
—No. Pero pueden convertirlo en la causa de la muerte de otra persona, y ese pensamiento es terrible. Uno no puede evitar que le afecte. ¡Oh, ojalá pudiera estar seguro de que no ocurrió de esa forma!
—Le pediremos consejo a Jefferson Craig. Él sabrá qué puede hacerse al respecto.
De pronto, Lucian sonrió.
—Oh, Carmel —me dijo—. Me gusta la forma en que te refieres a «nosotros».
Cuando nos marchamos de los jardines, éramos mucho más felices que al entrar en ellos. La culpa aún pesaba sobre Lucian, pero ahora yo compartía sus problemas y ambos éramos conscientes de que a causa de aquello nos habíamos aproximado más el uno al otro.
*****
Cuando Kitty se encontró conmigo en la estación, la acompañaba una niña. De inmediato supe que se trataba de Edwina; era una niña hermosa con un encanto considerable, y al instante me di cuenta del gran afecto que existía entre ella y su madre.
—Ésta es mi hija Edwina, Carmel —me dijo Kitty—. Edwina, ésta es la señorita Carmel Sinclair, a quien solía darle clases.
Edwina sonrió y me estrechó la mano.
Había en aquella niña una dulzura que me recordó al doctor, y vi claramente por qué Kitty estaba orgullosa y tenía aprensiones al mismo tiempo.
Kitty conducía ella misma el coche, y, mientras recorríamos los agradables senderos, yo intentaba calcular con cuánta prontitud podría abordar el tema que más me preocupaba.
Mantuvimos una conversación convencional, y finalmente llegamos a la casa. Era muy bonita, de tres pisos y pintada de blanco, cosa, esta última, que le confería un aspecto limpio y fresco. El seto vivo que la rodeaba le confería un atractivo adicional. Había unos escalones que conducían al porche, y en el segundo piso se veían dos balcones, uno a cada lado, que producían un efecto encantador.
Al detenerse el coche, una muchacha apareció en el porche y bajó corriendo a recibirnos. La reconocí de inmediato y sentí que me embargaba la emoción. ¡Adeline!
Se detuvo y se quedó mirándonos, muy quieta. Apenas había cambiado con los años, y sus inocentes ojos enormes habían retenido la juventud. Debía de tener unos treinta años, pero no aparentaba más de diecisiete.
Se puso a dar brincos como lo haría una niña. En realidad, yo creía que Adeline continuaba teniendo un corazón de niña. Parecía feliz y serena.
De los establos salió un hombre que se hizo cargo del coche y nos saludó con una inclinación de cabeza.
—Gracias, Thomas —le dijo Kitty—. Adeline. Bueno, vosotras ya os conocéis.
Adeline corrió hacia mí y se detuvo sonriendo tímidamente. Yo la tomé por ambas manos y le di un beso.
—Adeline —le dije—, me alegro mucho de volver a verte.
—Es Carmel —dijo, y se echó a reír.
—Sí —le respondió Kitty—. Carmel va a quedarse con nosotros durante unos días. ¿No te parece bueno eso?
Adeline asintió con la cabeza y entramos todas en la casa.
El vestíbulo era espacioso, y en él había un aparador de roble sobre el que se erguía un jarrón con flores, arreglado, imaginé, por Kitty. En el vestíbulo nos esperaba un hombre, e inmediatamente supe que se trataba de Jefferson Craig. Era un poco cargado de espaldas y caminaba con cierta dificultad, pero los ojos que se encontraron con los míos estaban entre los más despiertos que yo hubiera visto jamás. Eran marrones y estaban coronados por unas pobladas cejas grises, mientras que sus cabellos eran espesos y prácticamente blancos. Era un hombre viejo, pero indudablemente resultaba muy apuesto.
—Me alegro muchísimo de que haya venido a visitarnos —me dijo—. Kitty ha estado hablando de usted desde que regresó del encuentro entre las dos, así que ya no es exactamente una extraña para mí. Estoy deseando llegar a conocerla mejor.
—Gracias, y no creo que usted sea tampoco un extraño para mí… ya que he oído hablar muchísimo de su persona.
—Voy a llevarla a su dormitorio, Jefferson —declaró Kitty—. Nos reuniremos a la hora del almuerzo. ¿Qué os parece?
—Excelente. Lo estoy deseando.
—Bueno… te veremos dentro de un momento.
Él asintió con la cabeza y regresó a la habitación que yo supuse que sería su estudio.
Adeline había pasado su brazo por el mío.
—Kitty —dijo—, yo quiero ser la primera que le enseñe su habitación a Carmel.
—Adelante, entonces —le respondió Kitty.
Con el deleite de una niña, Adeline me cogió de la mano.
—Está junto a la mía —me susurró.
—Eso está muy bien —le repliqué.
Ella me condujo a la cabeza del grupo. Kitty sonreía, y pensé que la vida tenía que haber sido muy agradable para Adeline desde que se había ido a vivir con Kitty. No había ninguna duda de que era feliz. Yo pensé en lo diferentes que habían sido las cosas para ella en Commonwood, donde estaba constantemente aterrorizada por los encuentros con su madre.
Adeline se volvió a mirar a Kitty.
—Primero quiero llevarla a mi habitación, Kitty.
—Bueno —le replicó ella—, no creo que le moleste la excursión extra.
Me di cuenta de que Adeline no había crecido en absoluto que continuaba siendo la niña que yo había conocido hacía muchos años.
Abrió la puerta, entró y se puso a un lado para dejarme pasar. Era una habitación luminosa, y vi que tenía una puerta que daba al balcón. Estaba alfombrada de azul y tenía una cama individual, una cómoda y un espejo. De las paredes colgaban muchos cuadros, con coloridas escenas de la vida de una familia feliz. Era la habitación de una niña, y por la forma en que ella me miraba, resultaba evidente que esperaba que yo estallara en exclamaciones de admiración.
—Es preciosa —le dije, y pensé en lo diferente que era de su habitación de Commonwood House, con sus techos altos y muebles pesados.
Aquello era alegre y lleno de color. Adeline tenía que ser muy feliz en aquella casa.
Me hizo señas para que me acercara a la ventana.
—Ven —me pidió, y yo la seguí.
Tenía una agradable vista al jardín, y cuando me incliné por encima de la barandilla, vi que abajo había un patio de piedra con tiestos de plantas en flor.
Luego me cogió de un brazo y, radiante de orgullo, me mostró que el balcón se extendía hasta la habitación contigua, que sería donde dormiría yo.
Ella fue hasta la misma y me llamó.
—Carmel —me dijo—. Éste es tu dormitorio. ¿Ves?, tenemos el mismo balcón. Si tú dejas abierta tu puerta y yo hago lo mismo con la mía, podremos llamarnos la una a la otra.
—Eso es muy cómodo —comenté yo.
Entramos en mi habitación, que se parecía mucho a la de Adeline pero tenía sólo dos cuadros en las paredes.
Se abrió la puerta y entraron Kitty y Edwina.
—Vamos a dejar que Carmel deshaga su maleta y se lave las manos —anunció Kitty—. Luego almorzaremos todos juntos. —Me sonrió—. ¿Está todo bien, Carmel?
Yo le aseguré que así era.
—Te esperaremos en el jardín —agregó.
—Yo la llevaré abajo —aseguró Adeline.
—Ya veo que vas a tener un ángel guardián —comentó Kitty.
—¡Seré tu ángel guardián, Carmel! —exclamó Adeline.
—Gracias —le repliqué.
En un pequeño nicho había una jofaina y un aguamanil, donde me lavé. Luego deshice la maleta y colgué las pocas prendas que había traído conmigo.
Sentía un poco de aprensión al preguntarme cómo reaccionarían Kitty y Jefferson cuando escucharan lo que tenía que contarles; pero estaba esperando ansiosamente la oportunidad propicia para hacerlo, la cual no se presentaría, por supuesto, si estuvieran presentes Edwina y Adeline.
De pronto me sentí como si estuviera siendo observada; era una sensación muy extraña.
Me volví en redondo y vi a Adeline de pie en la puerta del balcón.
—Hola, Carmel —me dijo, como si no nos hubiéramos visto en mucho tiempo—. Vengo para llevarte abajo —anunció.
—Aún no he terminado del todo.
Entró en la habitación y se sentó en el borde de la cama.
—¿Dónde has estado? —me preguntó.
—En Australia.
Ella arrugó la frente.
—¿Australia? —repitió con tono interrogativo—. Está al otro lado del mundo. ¿Por qué?
—¿Por qué está allí o por qué yo estaba allí?
—Tú —aclaró.
—Bueno, me llevaron allí hace mucho tiempo.
—Cuando nosotras nos marchamos.
—Sí, más o menos en la misma época.
—Fue horrible. Odié tener que marcharme. —Su rostro se contorsionó repentinamente con una expresión de furia—. Luego vine a vivir con Kitty. —En medio segundo la expresión de su rostro había cambiado del odio a la más absoluta alegría.
—Ahora estás muy bien —le dije—. Me alegro mucho de que hayas venido a vivir con Kitty, Adeline. Tiene que ser maravilloso estar con ella. Ella asintió con la cabeza.
—¿Por qué has venido aquí? —preguntó seguidamente.
—Me encontré con Kitty y ella me invitó.
Adeline volvió a asentir, como si acabara de aclararse algo que la tenía preocupada.
—¿Bajamos ya? —sugerí yo—. Ya estoy lista.
Kitty y Jefferson Craig estaban en el jardín, con Edwina. Nos sentamos a charlar un rato acerca del viaje y de los amigos que tenía en Londres y Australia. Yo me estaba impacientando, y creo que Kitty lo percibió, porque me sonrió como para darme a entender que habría muchísimas oportunidades de hablar, más tarde.
Tomamos un almuerzo delicioso. Había una camarera, Annie, que servía la mesa, y me enteré de que la cocinera y ama de llaves llevaba muchos años al servicio de Jefferson. La familia vivía cómodamente pero sin ostentación.
No fue hasta después de la comida que se presentó la oportunidad de poder hablar con Kitty y Jefferson. Edwina se había llevado a Adeline a alguna parte, y nosotros tres nos sentamos debajo de un roble que estaba de cara a la casa al otro lado de la cespedera. Aquél era el momento adecuado, y no perdí ni un minuto para hablarles de la confesión de Lucian.
Jefferson se mostró muy interesado.
—¡Pobre joven! —dijo—. ¡Vaya un dilema! Ha llevado la carga de esa culpa durante mucho tiempo. Es fácil ver cómo ocurrió exactamente. Chocó contra la mesita de noche, las píldoras se desparramaron por el suelo, la terrorífica señora Marline entraría con su silla de ruedas en cualquier momento y lo descubriría en el dormitorio. El pánico se apodera de él. Su único deseo es devolver las píldoras a su sitio y escapar. En fin, yo diría que es posible, pero altamente improbable, que haya sido el responsable de la muerte de esa mujer.
—¡Improbable! —exclamé yo—. ¡Oh, sí al menos él pudiera verlo con claridad!
—Tomemos en consideración todos los factores. Tenía que existir alguna diferencia entre las píldoras. Probablemente fueran de un color diferente… de tamaño distinto. Lucian era presa del pánico, y por eso no advirtió dicha diferencia. Su único anhelo era meterlas en los frascos y huir. Pero la señora Marline estaba habituada a tomar esas píldoras, y debía conocer bien las diferencias que existían entre las fuertes y las otras. No puedo creer que tomara las más fuertes a menos que tuviera la expresa intención de hacerlo.
—¿Así que usted cree que Lucian no pudo ser el responsable? —dije, casi gritando.
—Es una posibilidad, por supuesto; pero de ninguna manera podemos decir que sea algo seguro.
—Lucian cree que ha hecho mal en no confesarlo hasta ahora. Teme que un hombre haya sido ahorcado por un descuido suyo.
—Pero Lucian no habría podido hacer nada para salvar a Edward —intervino Kitty—. Él estaba en el colegio, lejos de allí, ¿no es cierto?; y no supo absolutamente nada de lo ocurrido hasta que ya fue demasiado tarde para que pudiera intervenir.
—Pero hay que considerar la posición de usted y la de Edwina —le recordé.
Seguidamente hablamos del efecto que podía tener sobre Edwina el posible descubrimiento de la verdadera identidad de su padre.
—A menudo he pensado en eso —dijo Kitty—. Si el nombre de Edward pudiera quedar limpio, sería una gran bendición.
—Lucian y yo hemos pensado que usted sabría qué tipo de acción conviene emprender en casos como éste —le comenté a Jefferson—. No creo que Lucian pueda estar en paz consigo mismo hasta que haya contado lo que ocurrió aquel día.
—Comprendo a qué se refiere —me aseguró Jefferson—; y es cierto que tenemos que considerar la posición de Kitty y Edwina. Si todo esto saliera a la luz, tendríamos que enfrentarnos con más publicidad y el caso volvería a atraer los ojos del público. La atención se concentraría en Kitty, y eso sería lo peor que podría ocurrirle a Edwina. Si pudiéramos presentar de forma definitiva a la persona que mató a Grace Marline… alguien que confesara haberlo hecho… habría también, por supuesto, mucha publicidad, pero valdría muy bien la pena. Tendríamos la conclusión del caso y el nombre de Edward Marline quedaría limpio de toda culpa. Kitty quedaría libre de toda sospecha y no tendría que preocuparse por Edwina. Eso sería muy diferente de una débil posibilidad como la del caso de Lucian.
Les conté que había dispuesto las cosas para que Lucian acudiera a la casa al día siguiente.
—Sé que debería haberles pedido permiso antes, pero, créanme, por favor, está muy trastornado. Piensa que Jefferson podrá decirle lo que debe hacer.
—Será agradable volver a verlo —aseguró Kitty—. Me acuerdo de él. Era un chico adorable. Tú le tenías mucho cariño en aquella época, Carmel.
—Él siempre fue muy amable conmigo, y, para mí, un poco de atención significaba muchísimo en aquella época.
—Sí, ya lo sé.
—Estamos deseando verlo, de verdad.
—Llegará por la tarde, en el tren de las dos. ¿Les parece bien?
—Por supuesto —me aseguró Kitty.
—Esto es muy interesante —comentó Jefferson—. Me gustará mucho hablar con él. Entre tanto, meditaré sobre todo este asunto. Quizá haya algo que podamos hacer. En este momento siento que todo el asunto es muy sospechoso y me pregunto si, en el caso de que él hiciera públicos sus temores de culpabilidad, acabaría haciendo más mal que bien. En cualquier caso, siempre me gusta reflexionar sobre estos asuntos. Mañana mantendremos una larga charla. Puedo asegurar que todo esto está poniéndose interesante.
—Qué papel tan importante han jugado esos ópalos, ¿no es cierto? —comentó Kitty—. Recordarás, Carmel, que Adeline estaba buscando ese anillo cuando el cajón se le salió del carril y el resultado fue aquella espantosa escena.
—Sí, lo recuerdo muy vivamente.
Oímos un crujido entre los arbustos, y los tres nos volvimos a mirar hacia la dirección de la que provenía.
—Algún animal —comentó Jefferson.
—¿Quizá un zorro? —sugirió Kitty.
—No lo creo muy probable —respondió Jefferson.
—Estábamos hablando de los ópalos —continuó Kitty—. Algunas personas dicen que traen mala suerte. Desde aquella época, dejaron de gustarme. Desde luego, al pobre Lucian y a Adeline les trajeron mala suerte.
Entre los arbustos se produjo una repentina conmoción, y vimos que Adeline atravesaba corriendo el césped.
—Debe de haber sido Adeline, y no un zorro, lo que oímos entre los arbustos —comentó Kitty.
La observamos hasta que entró en la casa.
—Es una criatura extraña —continuó Kitty—. A veces parece tremendamente infantil, y luego lo asombra a uno con sus conocimientos. Tiene una memoria prodigiosa. A veces hace observaciones, respecto al pasado, que me dejan pasmada. Claro, que ella también pasó por aquella época terrible, como el resto de nosotros, y eso tiene que haberle dejado huella.
—Se siente muy feliz de estar aquí.
—Oh, sí. De eso no cabe ninguna duda. Al principio, cuando recién llegó, estaba realmente trastornada. Todo lo que necesita es comprensión.
Luego volvimos a hablar del problema principal que nos ocupaba; yo estaba deseando que Lucian se reuniera con nosotros.
*****
Llegó a primeras horas de la tarde del día siguiente. Tanto Kitty como Jefferson lo recibieron cordialmente y le dijeron que se alegraban mucho de que hubiese ido a verlos. Jefferson le comentó de inmediato que yo les había explicado su problema, y que estaba deseando discutirlo con él.
Adeline, cuando lo vio, lanzó un grito de alegría.
—¡Es Lucian! Lucian, yo soy Adeline. ¿Te acuerdas de mí?
Lucian le dijo que sí, y que se sentía halagado porque ella lo recordara.
—Estás más grande —le dijo ella.
—Mucho más grande.
—Tú no has cambiado mucho.
Ella sonrió para sí.
No pasó mucho rato antes de que Kitty se las ingeniara para que nos quedáramos los cuatro solos; nos sentamos bajo el mismo árbol que el día anterior, y pronto estuvimos absortos en la charla.
Jefferson escuchó atentamente la versión que Lucian le dio del incidente. Cuando llegó al final, les dijo que había decidido que tenía que confesar y quería que Jefferson le aconsejara la mejor forma de hacerlo.
Jefferson hizo un gesto con la mano mientras le explicaba que no estaba seguro de que fuera prudente hacer dicha confesión, tras lo cual le expuso los motivos que tenía para pensar de esa forma, y analizó con él los detalles que nos había expuesto a Kitty y a mí la tarde anterior. No habían pruebas suficientes, le dijo, para asegurar que Grace Marline había muerto porque las píldoras estaban mezcladas. Teníamos que pensar en la publicidad que habría si se expusiese esta nueva teoría, que no era concluyente en modo alguno.
Lucian escuchó muy atentamente. Puede que existiera alguna diferencia entre las píldoras, pero él no lo recordaba. Su único objetivo había sido devolverlas a los frascos.
—Cuanto más pienso en ello, menos me gusta la idea de dar a conocer ese detalle —le aseguró Jefferson.
—Entonces tendré que continuar viviendo sin saber si fui o no el responsable de la muerte de esa mujer —dijo Lucian—. Un crimen por el que su esposo fue a parar a la horca.
—Eso sería así en cualquier caso —señaló Jefferson—, ya que ¿en qué puede su confesión alterar el hecho de que sólo sea una posibilidad? De hecho, sólo es remotamente posible que esa mujer muriera porque las píldoras estaban mezcladas. No debe culparse por ello. Usted no tenía intención alguna de causarle daño a nadie.
Yo miraba a Lucian muy atentamente. Tendría que asegurarme de que no continuara culpándose, pero sabía que eso siempre estaría allí… que nos perseguiría hasta el final de nuestras vidas.
Lucian les agradeció a Kitty y a Jefferson su gran interés por lo que Jefferson llamaba su dilema.
—También es nuestro —señaló Kitty.
Estaba en lo cierto. ¡Qué extraño resultaba que estuviéramos todos atrapados en aquella tragedia! Había afectado la vida de todos nosotros, y parecía que podría continuar haciéndolo durante el resto de nuestras vidas. No podíamos escapar de las trágicas consecuencias de los acontecimientos del ayer.
Kitty dijo que Lucian debía quedarse a pasar la noche. El servicio de trenes no era precisamente ideal, y tenían otro dormitorio para invitados que Annie podría preparar muy fácilmente. No representaba molestia ninguna, y a ellos les gustaba su compañía. Había muchas cosas de qué hablar, y hablar es algo que ayuda en los casos de este tipo. Eran ésos los momentos en los que surgían las ideas y podían ser estudiadas desde todos los puntos de vista. Ése, aseguró Jefferson, era el camino para llegar a la solución correcta.
Así pues, Lucian se quedó.
Él y yo salimos a dar un paseo antes de la cena. Fue Kitty quien lo sugirió, pues se dio cuenta de lo que sentíamos el uno por el otro y supuso que desearíamos estar a solas.
Caminamos hasta el pueblo y continuamos más allá. Pasé el brazo derecho por el izquierdo de Lucian, y él lo estrechó contra sí.
—Me hace bien estar aquí contigo —me dijo—. Me moría de ganas de llegar. ¡Qué personas tan encantadoras e interesantes son!
—Ya tienes mejor aspecto —le aseguré.
—Tendría que haber hablado contigo mucho antes.
—Son ellos los que te han levantado el ánimo. Ahora te sientes mejor, lo sé. Supongo que te das cuenta de que las cosas son como Jefferson las plantea, de que aquello es sólo una posibilidad. No podrías haber hecho nada.
—No estoy muy seguro.
—Pero te das cuenta de que tienen razón respecto a la publicidad que tu confesión provocaría.
—Podría limpiar el nombre de él.
—Sólo en caso de que pudiera demostrarse que es verdad, ¿y podría nadie estar seguro de eso? Jefferson tiene razón. Sólo conseguiría poner el caso nuevamente en primera página. A estas alturas, la mayoría de la gente se habrá olvidado del caso Marline. Oh, Lucian, ¿es que no lo ves? Tenemos que dejarlo. Haría revivir todo el asunto, y no muchos creerían que la muerte se debió a que las píldoras estaban mezcladas. ¿No te das cuenta? No podemos hacer nada. Tenemos que olvidarlo. En cualquier caso, fue un accidente. Si hubieras podido contar lo ocurrido antes de que muriera el doctor Marline, hubiese sido diferente. Pero el pasado no puede traerse de vuelta. Es necesario olvidarlo.
—No creo que pueda olvidar que existe la posibilidad de que haya sido responsable de la muerte de dos personas, una de ellas ahorcada por la muerte de la otra.
—Lo olvidarás, Lucian, porque yo voy a hacértelo olvidar.
—¿Piensas hacerte cargo de eso, entonces?
—Con la mayor de las alegrías.
—Hace muy poco, estabas muy insegura.
—Pero ya no lo estoy.
—Has cambiado muy de repente.
—Yo tampoco me entiendo del todo. Tú eres el que siempre he amado desde el día en que encontraste mi medallón, me llevaste a tomar el té con los demás e hiciste reparar el eslabón del cierre. Recuerdo cada minuto de ese día.
—Eso no fue nada del otro mundo. ¿Qué te parece el gallardo rescate que llevó a cabo Lawrence Emmerson en Suez? Tiene que haber sido algo más que aquel medallón perdido.
—Por supuesto que lo fue. Tú lo has cambiado todo para mí. Cuando murió mi padre, pensé que nunca más sería feliz, y tú me has demostrado que puedo serlo. Quizá se trate de eso. Me preguntas por qué he cambiado tan de repente, y te responderé que creo que el cambio se produjo cuando vi que eras tan desdichado a causa de esta tremenda carga de culpabilidad. Parecías tan joven en ese momento… no te parecías en nada al hombre magnífico en el que yo solía pensar. Necesitabas ayuda. En fin, supongo que hay cientos de razones por las que uno de pronto se da cuenta de que está enamorado.
—Carmel, también yo sé que puedo ser feliz. Creo que puedo olvidar este asunto, y en todo caso puedo convencerme de que fue un accidente y ya no hay nada que pueda hacer el respecto. Lo mejor que pudo ocurrir es que decidieras ponerte en contacto con Kitty. Supongo que tendré momentos lóbregos, cuando me acometa el sentimiento de culpa, pero tú estarás conmigo, Carmel. Tengo que recordarme eso constantemente. Tú estarás allí.
—Estaré allí —repetí yo—. Estaremos juntos.
—En ese caso deberíamos planear casarnos… pronto.
—¿Qué dirá tu madre?
—Dirá: «¡Gloria a Dios!». Hace algún tiempo que desea que me case. Es el tipo de mujer a la que le gustaría intervenir en la elección de la novia de su hijo, y hace algún tiempo que recibo indirectas acerca de que eres tú la elegida para tan cuestionable honor.
—No te rías. Es un honor, y yo lo ambiciono más que nada en el mundo.
—¿Cuándo, entonces?
—Creo que deberíamos discutirlo con tu madre.
—Hablaré con ella en cuanto regrese, y el fin de semana que viene tendrás que venir a casa para que los planes puedan ponerse en práctica.
Yo me sentía tan feliz como nunca habría pensado que volvería a sentirme. Continuaría llorando a Toby durante toda mi vida, y Lucian recordaría que, debido a un accidente, podía ser el responsable de la muerte de dos personas. Eso no podía cambiarse, pero nos teníamos uno al otro. Él me consolaría por la pérdida de mi padre, y yo estaría a su lado cuando sus miedos lo acometieran.
Seríamos felices. Construiríamos juntos nuestras vidas. Sabíamos qué era lo que queríamos e íbamos a hacer todo lo que estuviera en nuestro poder para conseguirlo.
*****
Cuando regresamos, nos encontramos con un revuelo en la casa. Adeline estaba muy agitada.
—Es muy peligroso —estaba diciendo—. La gente podría caerse por allí. Ya sabéis lo que le ocurrió a esa dama de Garston Towers.
—Eso fue diferente —la tranquilizó Kitty—. Ella se cayó desde las murallas del castillo.
Luego se volvió a mirarme.
—No es nada grave. Una de las barras del balcón se ha soltado y Adeline acaba de descubrirlo.
Me sonrió con las cejas alzadas, para darme a entender que Adeline podía ponerse excesivamente nerviosa por cosas de ese tipo.
—Tom llegará de los establos de un momento a otro —continuó—. Lo arreglará en seguida.
—¿Puedo echarle un vistazo? —preguntó Lucian.
—No hace falta molestarse —le respondió Kitty.
—Oh, le echaré una mirada.
Subimos a mi habitación, porque el balcón en cuestión era el que compartíamos Adeline y yo.
—¿Dónde está? —preguntó Lucian—. Ah, ya lo veo. —Se arrodilló para examinar el barrote suelto, que se movió al tocarlo.
—Habitualmente, Tom puede arreglar estas cosas sin ningún problema —explicó Kitty.
—Es peligroso —gritó Adeline—. La gente podría caerse. Recuerdo lo que le ocurrió a esa dama de Garston Towers.
Oí que Edwina llamaba a Adeline, la cual pareció olvidarse del barrote y se marchó.
—Adeline se trastorna mucho a causa de cosas que la impresionan —comentó Kitty—. El asunto de Garston Towers se apoderó realmente de su imaginación. Habla a menudo de ello. Tom arreglará esto en cuestión de un momento. Lo mejor que podemos hacer mientras tanto, es mantenernos bien lejos de aquí.
Cuando llegó Tom y examinó el balcón, estuvo de acuerdo con Lucian en que lo mejor era cambiar el barrote. Le pediría a Blacksmith Healy que lo hicieran; en pocos días estaría arreglado. Por el momento, lo que hizo fue remendarlo un poco.
Mientras me estaba vistiendo para la cena, aquella misma noche, volví a tener la sensación de que me observaban, pero esta vez no me sorprendió ver a Adeline en la puerta del balcón.
—Hola —me dijo—. ¿Estás pasando unos días agradables aquí?
—Sí, gracias, Adeline.
—Estuviste lejos durante mucho tiempo.
—Sí, es cierto.
—¿Por qué has vuelto ahora? ¿Viniste a contarle algo a Kitty?
—Bueno, sólo para volver a verla. Siempre fuimos muy buenas amigas. ¿No lo recuerdas?
—Sí. Lo recuerdo todo. ¿Sabes qué fue lo que le ocurrió a lady Garston?
—Sólo lo que te oí decir a ti.
—Ocurrió en Garston. Garston es un castillo… muy grande. Ella solía caminar por las almenas. ¿Sabes lo que son las almenas?
—Sí.
—Era muy peligroso y habían puesto una barandilla. En tiempos la gente solía ponerse allí para arrojarle aceite hirviente a los invasores.
—¡Santo cielo! ¡Eso debe de haber ocurrido hace muchísimo tiempo!
—Un día, lady Garston subió allí. Se apoyó en la barandilla y la barandilla se rompió. Cayó… y cayó… y luego estaba muerta.
—¡Pobre lady Garston!
—Ella no sabía que la barandilla estaba floja.
—Bueno, nosotros sabemos que la nuestra lo está, así que tendremos que tener cuidado hasta que la arreglen.
—Nos mataría de la misma forma.
—Oh, seamos más alegres. Es muy bonito el vestido que tienes puesto.
Su expresión cambió a una de placer.
—Kitty lo escogió para mí.
—Te queda muy bien.
—Kitty dice que debo llevar ropa bonita.
Yo le sonreí.
—Tú quieres a Kitty con toda tu alma, ¿no es así?
—Quiero a Kitty más que a nada en el mundo… más de lo que nadie haya querido jamás a nadie. Quiero a Kitty. —Me miró muy fijamente—. Nadie debe apartarme jamás de Kitty.
—Estoy segura de que nadie querría hacer una cosa así. Oh, mira, ya es hora de que bajemos a cenar.
Después de la cena, cuando Lucian y yo nos quedamos a solas con Kitty y Jefferson, volvimos al tema que ocupaba la mente de todos nosotros. Jefferson no había cambiado de opinión. Creía que, a aquellas alturas, el incidente de la mezcla de las píldoras debía quedar entre nosotros.
—Me gustaría continuar reflexionando sobre el asunto —dijo—. No tiene que marcharse mañana, ¿verdad? —le preguntó a Lucian—. ¿Puede quedarse con nosotros un día más? No hay nada como hablar de las cosas, incluso en el caso de que se vuelva una y otra vez sobre lo mismo. Ayuda a llegar a una conclusión.
—La oferta es muy tentadora —admitió Lucian.
—A veces es bueno ceder a las tentaciones —le aconsejó Kitty—, y estoy segura de que ésta es una de esas ocasiones.
—Bien, entonces, gracias por su hospitalidad y su interés en mi problema.
—También es el nuestro —replicó Kitty.
*****
Yacía en la cama, mientras el sueño se mostraba remiso a venir. No me extrañó, porque estaba pensando en Lucian, en cuánto lo amaba y en lo bueno que había sido contactar con Jefferson, que era un hombre de mente positiva y ya había hecho mucho para aligerar la conciencia de Lucian.
Oí un ruido apagado y abrí los ojos. Adeline estaba en la puerta que daba al balcón.
—¡Carmel! —gritó con voz alarmada—. ¡Ven… rápido… por favor, date prisa!
Yo salté de la cama.
—¿Qué ocurre?
—Por favor… por favor, ven.
Yo la seguí al balcón, y ella se detuvo de pronto.
—Es aquí —me dijo.
Me cogió por un brazo, lo apretó con fuerza y me llevó hasta la barandilla. En sus ojos había una expresión de locura.
—¡Adeline! —grité yo—. ¡Ten cuidado! Recuerda…
Ella me cogió firmemente por ambos brazos. Tenía el rostro contorsionado, y su aspecto era muy diferente del de la Adeline que yo conocía. Me estaba empujando contra el balcón, y supe qué era lo que intentaba hacer. El balcón estaba en malas condiciones. El barrote estaba flojo. ¡Y ella estaba intentando tirarme abajo! Sentí que la barandilla cedía. Acababa de caer el barrote. Sentí el estruendo que produjo en el patio de piedra que había abajo.
Ahora, pensé. ¡Ahora! Y, con todas mis fuerzas, intenté soltarme, pero ella era fuerte y me tenía bien sujeta. En su rostro había una expresión amenazadora.
—¿Por qué…? ¿Por qué? —pregunté yo.
Ella continuaba agarrándome firmemente, y de pronto se puso a sollozar.
Nos balanceamos ligeramente. En vano, hice todos los esfuerzos posibles para soltarme; y de repente ella comenzó a arrastrarme lejos del balcón.
Aún me sujetaba con aquellas manos como acero mientras continuaba sollozando amargamente.
—No puedo hacerlo —dijo entre gimoteos—. No puedo matar a Carmel. A Carmel, no…
Yo sentí que aquello tenía que ser una pesadilla. No podía ser real. Pero ella había tenido la intención de matarme. ¿Por qué? Aquélla era la razón de que se hubiera obsesionado con el balcón roto. Había tenido la intención de empujarme, y, si lo hubiera hecho… bueno, aquél hubiera sido mi final. ¿Qué había en su pobre cabeza trastornada? ¿Por qué se había vuelto contra mí?
Continuaba sollozando.
—Adeline —le dije—, ¿qué significa todo esto? ¿Qué estás intentando hacer?
—No pude hacerlo —respondió ella—. No pude matarte, Carmel, pero no voy a permitir que nadie me separe de Kitty.
Conseguí hacerla entrar en mi dormitorio, donde nos sentamos la una junto a la otra sobre la cama y yo la rodeé con los brazos.
—Adeline —le pedí—, por favor, dime qué es lo que te inquieta. Quizá puedas explicarme tu problema.
—Ahora me odias —me respondió—. Lo sabes, ¿no es cierto?
—Yo no te odio. Nunca podría odiarte. Yo te quiero mucho. En el pasado éramos muy buenas amigas, ¿no es cierto?
Adeline, aún muy trastornada asintió con la cabeza.
—Has venido a contárselo —dijo ella—. Tú lo sabes. Os oí conversar. Sé de qué hablabais. Se trata de ella… de mi madre… Mi madre era mala. Iba a despedir a Kitty. No me hubiera permitido verla nunca más.
—Adeline, ¿qué te parece si me cuentas exactamente de qué estás hablando? —le pedí.
—Me alejarán de Kitty —dijo ella.
—No lo harán. Kitty te quiere, y estarás siempre con ella.
—No permitiré que me alejen de ella. No los dejaré.
—No, por supuesto. Pero ¿por qué querías hacerme daño a mí?
—Porque ibas a descubrirlo. Tú trajiste a Lucian hasta aquí. Yo os oí hablar de eso. Ibas a decirle a Kitty que lo verificara todo. Ibas a contárselo todo… a los hombres del periódico… a la policía… y a todos ellos.
—¿Contarles qué, Adeline?
—Que lo hice yo. Yo la maté. Tú has venido para contárselo a ellos.
—¿Tú mataste a tu madre?
—Ella iba a despedir a Kitty. Era cruel. Nadie la quería. Todo estaba mejor sin ella. Ella me asustaba. Me encontró en su dormitorio. Yo sólo quería enseñarle el ópalo a Lucian y el cajón se salió… y luego Kitty vino a buscarme, y mi madre se enfadó tanto, que dijo que Kitty tenía que marcharse. Yo entré en su dormitorio y ella estaba acostada en la cama. Jadeaba y no podía respirar bien. Me dijo: «Píldoras… píldoras». Sólo eso. Así que yo puse un montón en un vaso y se las di. Ella se las bebió. Y luego estaba muerta. Pero se nos llevaron a casa de tía Florence y yo no quería estar allí, y después de un tiempo me enviaron a casa de Kitty. Luego yo pensé que tú habías venido a estropearlo todo.
—Oh, Adeline, mi pobre, pobre Adeline.
Ella se recostó contra mí, sollozando.
—Yo regresé con Kitty —dijo—. Era muy bonito estar aquí. Es el mejor lugar del mundo. No puedo separarme de Kitty. Y tú llegaste aquí, y yo escuchaba y siempre estabas hablando con ellos de… lo que sabías e ibas a contarles… y cuando lo supieran iban a separarme de Kitty. No puedo separarme de Kitty. Aquí estoy segura. Es mi casa. Yo no quería realmente hacerte daño… pero tenía que hacerlo… y luego no pude hacerlo porque te quiero demasiado.
—Adeline, no tenía ni idea de lo que tú creías que yo sabía. No lo comprendiste bien. Vine a ver a Kitty y hablamos de ese tema. Pero tienes que dejar de llorar. Ahora voy a llamar a Kitty. Ella sabrá qué hacer. Regresaré dentro de un minuto.
Bruscamente, ella guardó silencio.
—Kitty —dijo—. Lo sabrá… pero ahora ya lo he dicho… Kitty sabrá qué hacer.
La dejé sola y corrí al dormitorio de Kitty. Estaba dormida y la desperté precipitadamente. Le dije que debía venir inmediatamente conmigo, que se había producido una escena con Adeline.
Salió de la cama en un segundo.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.
—Ha estado hablando del pasado. Por favor, vayamos de prisa. Me ha asustado.
Corrimos a mi dormitorio, pero no estaba allí. La puerta de su dormitorio que daba al balcón estaba abierta, pero Adeline no estaba dentro.
Entonces me acerqué al borde del balcón, donde había estado el barrote flojo.
Miré hacia abajo. Adeline yacía en el patio de piedra.
*****
La llevaron al hospital, y como Kitty estuvo con ella durante todo el tiempo, era feliz.
Sentía muy poco dolor, según nos dijo el médico, porque tenía la columna irrevocablemente dañada. A momentos estaba perfectamente lúcida y hablaba del pasado.
Nos contó una y otra vez, tanto a nosotras como al médico y las enfermeras, cómo le había administrado a su madre las píldoras que le habían provocado la muerte, y por qué había pensado que era necesario hacerlo. Ella sabía de la existencia de las píldoras porque había oído a la enfermera local hablando de ellas con Nanny Gilroy y la señora Barton. Ella había escuchado muchas cosas, porque la gente pensaba que no comprendía, y hablaba delante de ella.
Ella sabía que su madre iba a despedir a Kitty, y por ese motivo ella, Adeline, la había matado. Entonces las cosas volvieron a estar bien y ella fue feliz durante mucho tiempo. Pero ahora todos sabían que había matado a su madre, y la apartarían de Kitty. No creía que fueran a ahorcarla porque dirían que era tonta, pero ella prefería que la ahorcaran a vivir lejos de Kitty. Sin embargo, aquello era mejor y Kitty estaría con ella hasta que se muriera, cosa que sabía que ocurriría pronto.
Me había dicho que iba a matarme porque creía que yo sabía que ella había matado a su madre; pero yo había sido su amiga y no pudo hacerlo a pesar de todo, así que intentó matarse ella. Lady Garston se había caído desde las almenas, así que ella se tiró desde el balcón.
Vivió durante dos días más. Había hecho su confesión, no sólo ante mí, sino ante varias personas más, y, al hacerlo había disipado la nube que planeaba sobre tantos de nosotros.
Tal y como había predicho Jefferson, hubo muchísima publicidad. La confesión de culpabilidad de Adeline, el hecho de que se hubiera ahorcado a un hombre por un crimen que no había cometido, despertaron el interés del público y durante varias semanas aparecieron comentarios en la prensa. Kitty, Jefferson y Edwina se marcharon al extranjero durante unos meses para escapar a la atención del público. El caso estaba cerrado, resuelto sin duda alguna. El último acto dramático de Adeline lo había aclarado todo.
Yo sentía tristeza cuando pensaba en la vida de la pobre Adeline, pero recordaba la alegría que había manifestado cuando ella y Kitty estaban juntas. Indudablemente, entonces era feliz. Creo que su conciencia no la había molestado mucho. Su madre era mala, habría razonado, y le causaba infelicidad a muchas personas. Se merecía morir. ¿Y su padre? ¿Cómo pensaba en él? Nunca lo había conocido demasiado, pero no era despiadado con ella. Probablemente fue capaz de apartarlo de sus pensamientos.
Lucian y yo nos casamos tres meses más tarde. Lady Crompton había insistido en hacer de la ocasión algo mucho más espléndido de lo que Lucian y yo hubiésemos querido, pero eso no tenía demasiada importancia.
Éramos demasiado felices para preocuparnos por eso.