CAPÍTULO 01

Descubrimiento en el jardín

A primeras horas de una mañana de marzo, cuando Tom Yardley estaba paseando por el jardín para comprobar si los rosales recién plantados crecían bien, hizo un sorprendente descubrimiento.

Tom era el jardinero de Commonwood House, residencia del doctor Marline, y como él mismo decía, no era precisamente un dormilón. A menudo se levantaba con las primeras luces del día e iba a recorrer el jardín, que constituía el principal interés de su existencia.

No podía creer lo que veía, pero allí estaba. Primero lo oyó llorar y, al mirar bajo un arbusto de azalea —aquel que le había dado tantos problemas el año anterior—, se encontró nada menos que un bebé envuelto en un chal.

Yo era ese bebé.

El doctor había vivido en Commonwood House desde que se hizo cargo del puesto de médico que abandonó el anciano doctor Freeman. Se decía que había comprado la casa con el dinero de su esposa, y la gente de los pequeños pueblos de provincias conocía siempre ese tipo de detalles referentes a sus vecinos. El doctor y la señora Marline mantenían la casa con todas las comodidades posibles —con el dinero de ella, claro está—, y era la señora Marline la verdadera dueña, además del ama de casa.

En el momento en el que yo hice mi aparición, había tres hijos en la familia. Adeline tenía diez años y era deficiente. Los criados hablaban de ella con susurros, y me enteré de que su parto había sido «difícil». La niña nunca había sido «del todo normal». La señora Marline, que no creía que nada que saliese de ella pudiera no ser perfecto, se había sentido muy trastornada y pasó un largo período antes del nacimiento de Henry. Él tenía cuatro años cuando yo llegué a la familia, y era un niño perfectamente normal al igual que Estella, dos años más pequeña.

Nanny Gilroy era la niñera titular y Sally Green, que tenía trece años en aquella época, había entrado en el servicio de la casa para ser instruida por Nanny; esto último fue algo afortunado para mí, porque Sally me contó, cuando llegué a la edad de poder comprenderlo, todo lo referente a mi llegada y los efectos de ésta sobre la familia y el personal de servicio.

—Bueno, podría haber ocurrido que no te encontrara nadie —afirmó—. Podrías haber permanecido bajo el arbusto hasta morir, pobre criatura; aunque calculo que te hiciste oír. Eras una auténtica chillona, eso es lo que eras. Tom Yardley subió contigo en brazos las escaleras del cuarto de los niños, como si pensara que ibas a morderlo. Nanny no estaba aquí; salió de su dormitorio con esa vieja bata de franela de color rojo y los rulos en el pelo. Yo también te oí y salí a mi vez. Tom Yardley dijo: «Mire lo que he encontrado… debajo del arbusto de azalea, ese con el que tuve tantos problemas el año pasado».

»Nanny Gilroy te miró fijamente, y luego dijo: «Santa Madre de Dios. Vaya un saludo para estas horas de la mañana».

»Yo me hice cargo de ti inmediatamente. Me encantan los bebés, especialmente cuando son pequeñitos y están desamparados, antes de que comiencen a enredar por ahí. Nanny dijo: «Pertenece a uno de esos gitanos, no me cabe duda. Vienen aquí a dar la lata, y luego se marchan y dejan sus porquerías para que otros las limpien».

A mí no me gustó oírme llamar «porquería», pero me encantó la historia y guardé silencio. Según parece, los gitanos habían estado acampados en los bosques cercanos a Commonwood House. Uno podía ver los bosques desde las ventanas traseras; y estaba muy claro el porqué de que la casa se llamara Commonwood House[1], ya que uno tenía vistas a las tierras comunitarias desde el frente de la misma.

Sally continuó, explicándome que Nanny Gilroy había creído que lo más sensato hubiera sido enviarme a un orfanato o a un asilo para pobres, que eran los lugares apropiados para los bebés que la gente abandonaba debajo de los arbustos.

—En fin, se armó el alboroto de rigor —continuó explicándome—. La señora Marline subió al cuarto de los niños para echarte una mirada, y no le gustó mucho lo que vio. Te dirigió esa extraña mirada suya con la boca torcida hacia abajo y los ojos medio cerrados, y dijo que la manta que te envolvía debía ser quemada con la basura y tú debías ser bañada. Luego podría avisarse a las autoridades para que vinieran a recogerte.

»Luego subió el doctor. Te miró durante un ratito sin decir nada. Se comportó completamente como un médico. Dijo: «Esta niña tiene hambre, Nanny. Dele un poco de leche y báñela».

»Tenías eso colgado alrededor del cuello.

—Ya lo sé —le respondí yo—. Lo he conservado siempre; un medallón con unas inscripciones.

—El doctor lo miró y dijo: «Son signos de la lengua romaní… o algo parecido. Esta niña tiene que proceder de los gitanos».

»Nanny se sintió muy contenta, porque eso era lo mismo que ella pensaba. «Lo sabía», dijo. «Eso de que vengan a acampar a los bosques, no debería permitirse». El doctor levantó una mano. Ya conoces la forma en que lo hace… como para decir que no quería oírla, pero también conoces a Nanny. Ella pensaba que tenía razón, y dijo que cuanto antes saliera aquel bebé hacia el orfanato, tanto mejor. Era el lugar más adecuado para ti.

»El doctor le preguntó: «¿Puedes estar completamente segura de eso, Nanny?».

»”Bueno”, respondió Nanny, «esta niña es una verdadera gitanilla, señor; y para esa clase de niños, lo más adecuado es el asilo de pobres o el orfanato».

»”¿Puedes estar tan segura de la procedencia de esta niña?” Le habló con una voz muy fría, y Nanny tendría que haberse dado cuenta, pero estaba tan segura de tener razón, que dijo: «A mí no me cabe ninguna duda».

»”En ese caso, eres muy perspicaz”, le respondió el doctor, «pero, para mí, los orígenes de esta niña no están del todo claros de momento».

»Tú comenzaste a chillar con todas tus fuerzas y yo me moría por hacerte callar, porque, con la cara toda roja y arrugada, no eras el espectáculo más bonito del mundo, y pensé: «Se librarán de ti, bebé tonto, si continúas gritando de esa manera, y el orfanato no va a gustarte».

»”Yo creo, señor”, comenzó a decir Nanny, pero el doctor la interrumpió.

»”No te esfuerces, Nanny”, que era una forma delicada de decir «cállate la boca». «La señora Marline y yo decidiremos qué debe hacerse».

»Yo pensé: «Será ella quien lo decida, pobre de ti. Tú no vas a tener mucho que decir al respecto, y así vas a parar al orfanato».

»Estaba equivocada. No consigo imaginarme qué fue lo que hizo que la señora Marline cambiara de opinión. Había estado decidida a sacarte de la casa tan rápido como le fuera posible. Hasta el día de hoy, no puedo imaginarme qué fue lo que ocurrió. Bueno, Nanny tuvo que hacer lo que le ordenó el doctor que hiciera, así que te lavó y te puso ropa de la señorita Estella, y entonces pareciste un bebé como Dios manda. Nos enteramos de que permanecerías en Commonwood durante un tiempo, porque podía ocurrir que alguien viniera a reclamarte, cosa que parecía muy poco probable, ya que la persona a quien pertenecías te había abandonado debajo del arbusto de azalea.

»Nanny dijo: «El doctor es un blando, pero no será él quien tenga la última palabra. Será la señora Marline quien la tenga. Él no se da cuenta de que es mejor para el bebé que se marche ahora, antes de que llegue a conocer la vida de la gente bien nacida».

»Nanny estaba equivocada. Ella hubiera sido capaz de jurar que la señora Marline sacaría a aquella niña de casa en un abrir y cerrar de ojos, pero, por alguna razón que desconocemos, tuvo que hacer lo que quería el doctor.

Así pues, permanecí en Commonwood House y lo que resultó más extraordinario fue que compartí el cuarto de los niños con los hijos de los Marline.

—Tú eras mi pequeña bebé más que la de nadie —me decía Sally—. Yo te cogí cariño a ti y tú me lo cogiste a mí. Nanny no podía olvidar cómo habías llegado a la casa. Decía que aquél no era tu sitio. No podía conseguir tratarte como a los otros, nunca lo consiguió y nunca lo conseguirá.

Yo sabía eso muy bien. En cuanto a la señora Marline, apenas me dirigía una mirada alguna vez, aunque una o dos veces, cuando yo la sorprendí haciéndolo, desvió rápidamente los ojos. El doctor se mostraba reservado en las raras ocasiones en las que me encontraba con él, pero siempre me dedicaba una sonrisa vaga y a veces me acariciaba la cabeza y preguntaba, «¿Estás bien?», a lo que yo asentía nerviosamente con la cabeza, y él me hacía un gesto idéntico de respuesta y continuaba andando, como ansioso de apartarse de mí.

Adeline era siempre amable. Le gustaban los bebés y me ayudaba cuando fui pequeña. Solía cogerme de la mano cuando estaba aprendiendo a caminar; me enseñaba estampas en el cuarto de los niños, y parecía tan encantada con ellas como yo misma.

Estella era alternativamente cordial y hostil. Daba la impresión de que a veces recordaba el desprecio que Nanny sentía por mí y lo compartía, mientras que en otras ocasiones me trataba como a una hermana.

En cuanto a Henry, no hacía mucho caso de mí pero, como aparentemente no tenía tiempo para ninguna niña o personas más jóvenes que él —cosa que incluía a su hermana—, no era una actitud que resultara hiriente en absoluto.

Pasó algún tiempo antes de que decidieran que tenían que darme un nombre. Siempre se habían referido a mí como a «la niña», y Nanny me llamaba «la gitana».

Sally me contó cómo había surgido el tema. Sally se interesaba por el significado de los nombres.

—Desde el día en que me enteré de que el mío, Sarah, significaba «princesa», ¿sabes? Bueno, pues iban a llamarte Rosa. Tom Yardley estaba siempre explicando cómo había salido a echarles un vistazo a los rosales que acababa de plantar, cuando te encontró debajo del arbusto de azalea; por eso pensaron que Rosa sería un buen nombre para ti. A mí no me gustaba. Tú no eras una rosa, para mí. Hay montones de rosas, y tú eras algo diferente. Yo pensaba que tenías algo del aspecto de una pequeña gitana. Una vez había oído hablar de alguien que era gitana y se llamaba Carmen… no, era Carmel, creo; y, ¿sabes?, cuando me enteré de que Carmel significaba «jardín», bueno, pensé que era adecuado para ti, ¿no crees? No podías llamarte de ninguna otra forma que no fuera Carmel. ¿No te habían encontrado en un jardín? «Carmel», dije. «Ése será su nombre. No podría llamarse de otra manera». A nadie le importó y todos comenzaron a llamarte Carmel. Luego vino tu apellido, March… Era marzo cuando Tom Yardley te encontró, así que puedes decir que yo te di el nombre que tienes.

—Gracias, Sally —le dije—. Es cierto. Hay demasiadas rosas.

Así que ésa era yo. Carmel March, de origen desconocido, que vivía en Commonwood House por la gracia del doctor Marline y era soportada con algo menos que gracia por parte de su dominante esposa y de Nanny Gilroy.

Quizá no fuera sorprendente que yo acabara siendo, al crecer, lo que Nanny Gilroy definía como «descarada». En aquella casa, donde de alguna forma tenía que defenderme por mis propios medios, me veía en la necesidad de hacerle entender constantemente a todo el mundo que no estaba dispuesta a dejarme tratar como una persona carente de toda importancia. Tenía que conseguir que comprendieran que, a pesar de que mis orígenes fuesen oscuros, yo era tan buena como cualquiera de ellos.

Durante los primeros tiempos, mis dominios se limitaban casi exclusivamente al cuarto de los niños, donde Nanny Gilroy hacía una clara distinción en el tratamiento que me daba a mí y el que daba a los otros niños. Yo era la advenediza, y aunque debía reconocer la verdad que en ello había, tenía, al mismo tiempo, que demostrarles que no había nada especial en el hecho de ser una persona procedente de la miseria. Se me toleraba allí por alguna extraña idea que se le había metido al doctor en la cabeza con respecto a los niños de orfanato, y por la razón aún más extraña de que la señora Marline lo había permitido, así que mi actitud era desafiante. Me dije a mí misma que yo era tan buena como cualquiera de ellos, y eso me hizo presumida.

—¡Sangre gitana! —comentaba Nanny—. ¿No estaban siempre metiéndose por todas partes para vender sus pinzas para ropa, intentando tentarlo a uno para que les diera una moneda de plata como pago de alguna falsa historia acerca de la maravillosa fortuna que uno iba a ganar?

Yo comencé a hacerme muchas preguntas acerca de los gitanos, e intenté averiguar todo lo posible sobre ellos. Me enteré de que vivían en carromatos y viajaban de un sitio a otro. Para mí eran un pueblo misterioso y romántico, y estaba prácticamente segura de ser una de ellos.

La señorita Mary Harley solía venir a la casa para darnos clases.

Era la hija del vicario; una mujer muy alta, angulosa, y con un cabello desordenado e ingobernable que se escapaba constantemente de las horquillas que se ponía para intentar sujetarlo. Era nerviosa, humilde y, según puedo juzgar ahora, no muy eficaz; pero era amable y, dado que yo era muy sensible a la amabilidad que se me dedicaba, le tenía mucho afecto.

La contrataron porque la señora Marline había dicho que los niños eran demasiado pequeños como para enviarlos a la escuela fuera de casa, y que la señorita Harley desempeñaría muy bien dichas funciones hasta que fueran algo mayores.

La señorita Harley se alegró mucho por el puesto. Yo había oído a Nanny Gilroy comentar con la señora Barton, la cocinera, que el dinero le vendría muy bien. En la vicaría no sobraba, lo cual no era sorprendente con tres hijas en edad casadera y ninguna demasiado atractiva. Todos decían que la familia del vicario era tan pobre como los ratones de la iglesia, y que aquel dinero les sería de gran ayuda.

La señorita Harley me enseñó a leer y escribir; yo me sentaba junto a Adeline, a quien aventajé muy pronto; me sentía muy feliz durante aquellas clases.

Una cosa que destaca entre mis recuerdos de infancia, fue mi primer encuentro con el tío Toby.

Me gustaba pasear a solas por el jardín, y a menudo mis pasos me llevaban en dirección al arbusto de azalea. Me imaginaba a una figura borrosa que se deslizaba furtivamente dentro del jardín, arrastrándose silenciosamente para no ser oída; y allí estaba yo, envuelta en un chal. Yo era depositada bajo el arbusto con cuidado, amorosamente, y la persona que me depositaba me besaba con ternura porque ella —tenía que ser ella porque eran las mujeres las que se preocupaban por los bebés— debía sentirse muy desdichada al dejarme.

¿Quién era ella? Una gitana, decía Nanny. Seguro que tenía grandes pendientes en las orejas, y unos cabellos negros y rizados que le caían más abajo de los hombros.

Y mientras yo estaba allí, un día, alguien se me acercó y dijo:

—¡Hola! ¿Quién eres tú?

Yo me volví bruscamente. Él parecía enorme. Era realmente muy alto, tenía cabellos rubios —desteñidos por el sol, según descubrí más tarde— y una piel de color marrón dorado. Sus ojos eran los más azules que yo jamás había visto, y él me sonreía.

—Soy Carmel —le respondí, con la dignidad que había aprendido a adoptar.

—Bueno, eso está muy bien —me dijo él—. Ya sabía yo que tenías algo especial. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Estoy mirando el arbusto de azalea.

—Es muy bonito.

—Sí. En otra época, le dio muchos problemas a Tom Yardley.

—¿Eso hizo? ¿Pero a ti te gusta?

—A mí me encontraron debajo de él.

—Ah, así que fue allí, ¿eh? ¿Vienes a menudo a mirarlo?

Yo asentí con la cabeza.

—Bueno, supongo que es normal. No a todo el mundo lo encuentran debajo de un arbusto de azalea, ¿verdad?

Yo me encogí de hombros y me eché a reír. Él se unió a mis carcajadas.

—¿Qué edad tienes, Carmel?

Yo levanté cuatro dedos.

Él los contó con toda solemnidad.

—¿Cuatro años? ¡Qué maravilla! ¡Ésa es una bonita edad! ¿Cuánto hace que los tienes?

—Llegué en marzo. Por eso me llamo Carmel March.

—Yo soy el tío Toby.

—¿El tío Toby de quién?

—De Henry, de Estella, de Adeline… y el tuyo, si quieres que lo sea.

Yo me puse a reír nuevamente. Era capaz de echarme a reír sin ninguna razón especial cuando me sentía feliz, y él tenía algo que me hacía sentir así.

—¿Quieres que lo sea? —continuó él.

Yo asentí con la cabeza.

—Tú no vives aquí —le dije.

—Estoy de visita. Llegué anoche.

—¿Vas a quedarte?

—Durante algún tiempo. Luego me marcharé.

—¿Adónde?

—Al mar… Yo vivo en el mar.

—Eso hacen los peces —dije yo con incredulidad.

—Y los marineros —respondió él.

—¡Tío Toby! ¡Tío Toby! —Estella vino corriendo hacia nosotros y se arrojó en sus brazos.

—¡Hola, hola! —Él la cogió en brazos y la levantó en alto mientras ambos reían.

Yo sentí celos. Luego llegó Henry.

—¡Tío Toby!

Él dejó a Estella en el suelo, y se puso a hablar con Henry.

—¿Cuándo llegaste? ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? ¿Dónde has estado?

—Todo te será revelado —le respondió él—. Llegué anoche, cuando ya estabais durmiendo. Me lo han contado todo sobre ti, lo que has hecho mientras yo no estaba; y he conocido a Carmel.

Estella me dirigió una rápida mirada de mofa, pero la sonrisa de Toby era cálida.

—Entremos en la casa —propuso tío Toby—. Tengo muchas cosas que contaros y montones que enseñaros.

—Sí, sí —gritó Estella.

—Vamos allá —dijo Henry.

Estella se colgó de una mano de tío Toby y lo arrastró en dirección a la casa. Yo sentí que de pronto me dejaban sola, pero luego tío Toby se volvió hacia mí y me ofreció la otra mano.

—Ven con nosotros, Carmel —me pidió. Y yo volví a sentirme feliz.

*****

Las visitas del tío Toby fueron los momentos más felices de mi primera infancia. No eran muy frecuentes, pero precisamente por eso más apreciadas. Era el hermano de la señora Marline, cosa que nunca dejó de maravillarme. No podían existir dos personas más diferentes la una de la otra. Él no poseía nada de la austeridad de ella. Ocurriera lo que ocurriese, él lo superaba, y hacía que uno sintiera que podía hacer lo mismo. Quizá en eso estaba la raíz de su encanto.

Los habitantes de la casa cambiaban bastante cuando él estaba de visita. Incluso Nanny Gilroy se suavizaba. Solía decirles cosas agradables, muchas de las cuales era imposible que él mismo las creyera. Mentiras, pensaba yo. Sin duda eso no era algo bueno, pero todo lo que hacía tío Toby era correcto a mis ojos.

—Nanny —decía—, cada vez que te veo estás más hermosa.

—No diga tonterías, capitán Sinclair —le respondía ella, frunciendo los labios e irguiendo la cabeza.

Yo pienso que ella realmente creía que era cierto.

Incluso la señora Marline cambiaba. Su rostro se suavizaba cuando miraba a su hermano, y yo continuaba maravillándome de que pudieran ser hermanos. El doctor también evidenciaba el efecto que producía la presencia de tío Toby; reía más. Por lo que se refiere a Henry y Estella, siempre estaban junto a él. Era amable, y especialmente dulce con Adeline. Ella permanecía sentada y le sonreía, por lo que, de una manera extraña, se ponía hermosa.

Lo que a mí me encantaba, era que él siempre insistía en incluirme. Me imaginaba que yo le gustaba más que los otros, aunque quizá eso era lo que yo deseaba creer.

—Ven aquí, Carmel —solía decirme, mientras me cogía de la mano y la estrechaba en la suya—. Quédate cerca junto al tío Toby.

¡Como si yo necesitara que me lo pidiese!

—Es mi tío Toby —me recordaba Estella—. No el tuyo.

—Él ha dicho que será mi tío si yo quiero que lo sea, y yo lo quiero.

—Las gitanas no tienen parientes como el tío Toby.

Aquello me entristecía, porque sabía que era verdad, pero me negaba a aceptarlo. Él nunca hizo diferencia alguna entre yo y los otros. De hecho, creo que insistía muy especialmente en demostrar que quería ser mi tío.

Cuando venía de visita, siempre le daba mucha importancia al hecho de pasar mucho tiempo con los niños. Estella y Henry estaban tomando clases de equitación, y él dijo que yo también debería recibirlas. Me montó sobre un pony que llevaba una rienda de paseo, y nos hizo dar vueltas y más vueltas por un campo. Aquello fue para mí la cúspide del deleite.

Solía contarnos historias de las cosas que hacía en el mar. Llevaba su barco a muchos países de todo el mundo. Hablaba de países que yo nunca había oído nombrar: el misterioso Oriente, las maravillas de Egipto, la colorida India, Francia, Italia y España.

Yo permanecía largos ratos junto al globo terráqueo de la sala de clase, y lo hacía girar mientras le gritaba a la señorita Harley:

—¿Dónde está la India? ¿Dónde está Egipto?

Yo quería saber más sobre aquellos lugares maravillosos que visitaba el aún más maravilloso tío Toby.

Trajo regalos para los niños y, maravilla de maravillas, también para mí. Era inútil que Estella me dijese que él no era mi tío. Era mío… más que de ellos.

Mi regalo era una caja de sándalo con tres monitos sentados en la tapa. Él me explicó que los monitos decían: «No ver maldades, no decir maldades, no oír maldades», y cuando levantó la tapa de la caja, se oyó la música de Dios salve a la reina. Yo nunca había tenido nada tan bonito. No la perdía nunca de vista. La tenía junto a la cama para poder tender la mano durante la noche y sentirla allí, y lo primero que hacía por la mañana era abrirla para que tocara su música.

Commonwood House era un territorio encantado cuando tío Toby estaba de visita; y cuando él se marchaba se convertía nuevamente en un sitio aburrido y vulgar. Sin embargo, poseía el toque de la esperanza de su regreso.

Cuando se despedía, yo me abrazaba a él, cosa que parecía gustarle.

—¿Volverás pronto? —le preguntaba siempre.

Y su respuesta era siempre la misma:

—En cuanto pueda.

—¿Lo harás, lo harás? —le preguntaba yo con expresión seria, pues conocía la inclinación que tenían los mayores a hacer promesas que no tenían ninguna intención de cumplir.

Y para mi regocijo casi insoportable, él replicaba:

—Nada conseguiría mantenerme lejos de aquí, ahora que he conocido a la señorita Carmel March.

Yo me quedaba escuchando el sonido de los cascos de los caballos y las ruedas del carruaje que lo alejaba de la casa. Luego, al entrar yo en la casa, Estella me decía:

—Él no es tu tío Toby.

Pero nada podía convencerme de que no lo era.

*****

Un día, durante la primavera posterior a la última visita del tío Toby, Henry entró en la casa y anunció:

—Los gitanos están en el bosque. He visto sus carromatos cuando venía hacia aquí.

El corazón comenzó a latirme violentamente. Hacía mucho tiempo que no pasaban por allí; desde la época de mi nacimiento.

—Santa Madre de Dios —dijo Nanny Gilroy—. Habría que hacer algo con esa gente. ¿Por qué vienen aquí a importunar a las personas honradas?

Mientras hablaba me miró a mí, como si yo tuviera la culpa de que hubiesen venido.

—Tienen derecho de hacerlo —dije yo—. El bosque es de todos, así que pueden ir si quieren.

—No me venga con sus impertinencias, señorita, haga el favor —me respondió Nanny—. Usted debe de tener sus razones para ser tan aficionada a esa clase de gente. Por lo que a mí concierne, y hay miles de personas como yo, opino diferente. No está bien que los dejen venir a estas tierras, y debe hacerse algo al respecto. Si aparecen por aquí con sus pinzas de ropa y sus hierbas aromáticas, puedes enviarlos a paseo, Sally, que eso es cuanto obtendrán de mí.

Sally, con toda prudencia, no dijo ni una palabra y me dirigió una mirada hosca, lo cual fue una tontería porque no servía absolutamente para nada.

Se hablaba mucho de los gitanos. La gente era supersticiosa con respecto a ellos. Se decía que importunaban a la gente, que intentaban robar cosas y que, a su manera, amenazaban con taimadas insinuaciones a las personas que no quería comprar sus mercancías o que se negaba a que le leyeran la buenaventura.

Hacían hogueras en el bosque y se sentaban a cantar en torno a ellas. Podíamos oírlos desde el jardín, y a mí me parecían canciones bastante melodiosas. Muchas chicas de los contornos se hicieron leer la buenaventura.

Nanny le advirtió a Estella que tuviese cuidado.

—Son capaces de cualquier truco. Raptan niños, los matan de hambre y los hacen salir a vender pinzas de ropa, porque la gente siente lástima por los niños hambrientos.

—¡Eso no es cierto! —le dije yo a Estella—. No van por ahí robando niños.

—Tienes razón —replicó Estella—. Los dejan debajo de los arbustos para que otra gente los cuide. Por supuesto, tú eres el mejor ejemplo de ello.

Me dije que estaba celosa de mí. Ella tenía dos años más que yo, y yo leía tan bien como ella. Además, yo le gustaba especialmente a tío Toby.

Estella se puso a canturrear:

Nunca jamás, me ha dicho mi madre,

jugarás con gitanos entre los árboles.

—¿Y por qué no? —continuó diciendo después—. Porque te raptarán, te robarán las medias y los zapatos, y te enviarán a vender pinzas para la ropa.

Yo me alejé de ella y traté de parecer altanera, pero me sentía trastornada. Deseaba que tío Toby estuviese allí. Me hubiera gustado hablar con él acerca de los gitanos.

Sentía interés por ellos y me costaba mantenerme apartada del campamento.

En aquel entonces yo tenía seis años, pero creo que aparentaba más edad. Era tan alta como Estella, y ese rasgo resaltaba especialmente en mí por mi tendencia a hacerme valer. Después de todo, se me recordaba constantemente que, a pesar de que me daban de comer, me vestían y compartía las clases y el cuarto de los niños con los hijos de la casa, yo estaba allí sólo gracias a la caridad del doctor y su esposa; eso ocasionaba que yo tuviera que demostrar constantemente que era igual que cualquiera de ellos, si no mejor.

Quería a Sally; les tenía afecto a Adeline y a la señorita Harley. Le tomaba cariño a cualquiera que fuera amable conmigo y, por supuesto, adoraba a tío Toby. Me aferraba con tremenda vehemencia a cualquier clase de afecto que se me manifestara, porque sentía la falta de él que tenía por parte de otras personas.

Me resultaba fácil escabullirme, e invariablemente me encaminaba hacia el campamento. Desde el refugio que me proporcionaban los árboles, podía observar los carromatos instalados en el bosque sin que nadie se diera cuenta de mi presencia.

Había muchos niños de piel morena y pies descalzos que jugaban juntos, y mujeres jóvenes que tejían cestas de mimbre o tallaban madera con cuchillos, acuclilladas sobre la hierba, cantando en voz baja o charlando entre ellas mientras trabajaban.

Una de aquellas mujeres me interesaba particularmente. No era en absoluto joven; tenía una espesa cabellera negra en la que lucían hebras canosas, y siempre la veía sentada en los escalones de un carromato en particular, trabajando con todas las demás. Hablaba mucho, y aunque yo estaba demasiado lejos como para entender qué decía, podía oír que cantaba de vez en cuando. Se trataba de una mujer rechoncha que reía con frecuencia, y yo deseaba saber qué estaba diciendo.

A menudo me preguntaba qué me habría ocurrido si no hubiese sido abandonada bajo el arbusto de azalea. ¿Hubiera sido una de aquellas criaturas de pies descalzos? Me estremecía ante tal pensamiento. Incluso, a pesar de que no me querían realmente, me alegraba de haber ido a parar a Commonwood House. Me sentía doblemente agradecida para con el doctor por haber insistido en que yo me quedase a vivir en la casa. Él tampoco me quería realmente, claro está, pero quizá pensó que era una buena idea conservarme, y que podía ocurrir que no fuera al cielo si se deshacía de mí. En fin, yo estaba agradecida por el hecho de que hubieran decidido quedarse conmigo, fuera por la razón que fuese.

Aquélla en particular era una tarde calurosa. Yo me senté entre los árboles para observar a los gitanos, a los niños que se gritaban los unos a los otros. La mujer rechoncha estaba sentada en los escalones del carromato, como siempre. La cesta que estaba tejiendo descansaba sobre su falda, y ella tenía aspecto de estar a punto de quedarse dormida en cualquier momento.

Yo pensé que estaban menos alerta de lo acostumbrado debido al calor, y que podía aventurarme más cerca del campamento. Me puse de pie de forma súbita, y no vi una piedra que sobresalía del suelo, tropecé con ella y caí cuan larga era en el claro.

Ocurrió tan rápidamente, que no pude evitar lanzar un grito. Sentía un agudo dolor en el pie, y vi que tenía el calcetín manchado de sangre.

Los niños me estaban mirando, y yo intenté incorporarme, pero dejé escapar un grito de dolor, y dado que mi pie izquierdo no podía aguantar el peso, caí nuevamente.

La mujer rechoncha comenzó a descender los escalones del carromato.

—¿Qué es esto? —gritó—. ¡Vaya! ¡Pero si es una niña! ¡Oh, pobrecilla! ¿Qué te has hecho? Te has lastimado, ¿verdad?

Yo me miré la sangre que tenía en el calcetín. Entonces ella se arrodilló junto a mí mientras los niños se agrupaban en torno para mirar.

—¿Te duele aquí, cariño?

Ella me estaba palpando el tobillo y yo asentí con la cabeza.

La mujer gruñó y se volvió hacia los niños.

—Id a buscar al tío Jake. Decidle que venga aquí… rápido.

Dos de los niños salieron a la carrera.

—Te has hecho una pequeña herida, tesoro. En la pierna. No es gran cosa, pero aun así tenemos que detener la sangre. Jake estará aquí dentro de un minuto. Está allí… cortando leña.

A pesar del dolor que sentía en el pie y de mi incapacidad para caminar, estaba muy emocionada. Siempre me gustaba escapar a la rutina de los días sin tío Toby, y agradecía cualquier tipo de distracción; pero aquello era particularmente intrigante porque me acercaba a los gitanos.

Los dos niños regresaron corriendo, seguidos por un hombre alto de cabello oscuro y rizado, con aros de oro en las orejas; tenía un rostro muy moreno, y su agradable sonrisa dejaba a la vista unos dientes muy blancos.

—Oh, Jake —le dijo la mujer rechoncha—. Esta pequeña señorita ha sufrido una pequeña desgracia.

Dicho lo cual rió silenciosamente, y uno sabía que estaba riendo sólo porque se le sacudían los hombros. Parecía una frase graciosa, y yo le sonreí.

—Será mejor llevarla al carromato, Jake. Le pondré algo en esa herida.

Jake me cogió en brazos y me llevó hasta el otro lado del claro, tras lo cual subió los escalones del carromato en los que había estado sentada la mujer, y entramos en él. A un lado del carromato había un banco, y al otro una especie de diván. Jake me tendió en este último, y yo miré en torno; era un espacio pequeño, muy ordenado, y sobre el banco había botellas y jarras.

—Ya hemos llegado —dijo la mujer—. Te pondré algo en esa pierna, y luego nos encargaremos de llevarte de vuelta a casa. ¿Dónde vives, cariño?

—Vivo en Commonwood House con el doctor Marline y su familia.

—Ah —respondió ella—. ¡Bueno, ya me lo imaginaba! —Volvió a sacudirse como con una risa secreta—. Estarán preocupados por ti, cariño, así que será mejor que les enviemos un mensaje.

—No se preocuparán por mí… todavía no.

—Ah… bien, entonces. Vamos a quitarte ese calcetín, ¿estás de acuerdo?

—¿Puedes tú sola? —preguntó Jake.

La mujer asintió.

—Te llamaremos si te necesitamos.

—Cuando tú quieras —respondió Jake, dedicándome una sonrisa cordial.

—Bueno, pues —dijo la mujer.

Yo me había quitado el calcetín y miraba acongojada la sangre que manaba de la herida.

—Primero la lavaremos —explicó ella. Luego le hizo señas a uno de los niños que nos habían seguido, para que entrara en el carromato—. Tráeme una jofaina con agua.

El niño corrió a cumplir el encargo y llenó a medias una jofaina que se hallaba en el banco atestado de objetos, con el agua que contenía una jarra esmaltada que se hallaba en el mismo lugar.

La mujer cogió un trozo de tela y se puso a lavarme la zona de la herida. Yo miré con horror el trapo empapado en sangre y el agua de la jofaina que se iba enrojeciendo.

—No hay nada de qué preocuparse, cariño —me dijo ella—. Se te curará muy pronto. Tengo algo para ponerte, hecho por mí misma. Los gitanos sabemos de estas cosas. Puedes confiar en esta gitana.

—Oh, yo confío en usted —le aseguré yo.

Ella me sonrió, enseñando sus magníficos dientes.

—Escucha, esto puede doler un poco al principio, pero cuanto más duele, más rápido se cura, ¿sabes?

Yo dije que sí.

—¿Preparada?

Yo hice una mueca de dolor.

—¿Está bien? Tú eres la pequeña del doctor, ¿verdad?

—No. No exactamente. Yo sólo estoy allí.

—¿Estás pasando una temporada?

—No. Vivo en la casa. Me llamo Carmel March.

—Ése es un bonito nombre, cariño.

—Carmel significa jardín, y allí es donde ellos me encontraron, y como era marzo, me dieron ese apellido.

—¡En un jardín!

—Todos los de por aquí lo saben. Fui abandonada debajo de un arbusto de azalea. El que una vez le dio muchos problemas a Tom Yardley.

La mujer me observaba con asombro y no dejaba de asentir con la cabeza, lentamente.

—Y ahora vives allí, ¿no es cierto?

—Sí.

—¿Y son buenos contigo?

Yo dudé.

—Sally, sí, y la señorita Harley y Adeline… y, por supuesto, tío Toby; pero…

—¿No el doctor y su esposa?

—No lo sé. Ellos no me hacen mucho caso, pero Nanny Gilroy siempre me dice que ése no es mi sitio.

—No es muy buena, ¿verdad?

—Simplemente piensa que yo no debería estar allí.

—Eso a mí no me parece muy bondadoso, preciosa. Ahora voy a vendarte esto.

—Usted es muy amable.

—Los gitanos somos buena gente. No creas todo lo que oigas decir a los demás sobre nosotros.

—Ah, no, no lo creo.

—Ya me doy cuenta de que no lo crees. A mí no me tienes ningún miedo, ¿verdad? Yo negué con la cabeza.

—Eres una niña muy valiente, sí, señor. Lo que vamos a hacer es llevarte de vuelta a casa. Jake tendrá que llevarte en brazos porque no puedes caminar; pero antes vamos a darte una buena medicina, y podremos charlar un poco mientras descansas un ratito. El tobillo se te curará. No es más que una torcedura; te dolerá un poco pero pronto se te curará, aunque no debes caminar todavía con ese pie. Esta bebida está hecha con hierbas… te calmará, después del susto que te has llevado… que no ha sido pequeño.

La «medicina» tenía un sabor más bien agradable; la mujer me observó atentamente mientras me lo bebía.

—Muy bien —dijo después—, ahora tú y yo charlaremos un poco. Cuéntame cosas del doctor, su esposa, Nanny y todos los demás. Te alimentan bien, ¿no es cierto?

—Oh, sí.

—Eso es una buena cosa.

Me escuchó con gran interés mientras yo le hablaba de Commonwood House.

—No me gusta nada lo que me cuentas de esa tal Nanny —comentó ella.

—En realidad se supone que es una buena niñera. Lo único que ocurre es que ella piensa que no soy lo suficientemente buena como para ser educada junto con los otros chicos.

—Y apuesto a que tú le demuestras que no es así.

Los hombros de la mujer se agitaron de risa y yo también me eché a reír.

—¿Te molesta mucho la manera en que te trata esa niñera? —me preguntó luego con toda seriedad.

—Bueno… sí… un poco… a veces.

Luego le hablé de tío Toby y sus ojos brillaron con un secreto regocijo.

—Y él fue quien te dio la caja con los tres monitos. Por mi alma, que parece un hombre bueno.

—Oh, lo es… lo es.

—¿Y a ti te gusta él y tú le gustas?

—Yo creo que le gusto más que los otros chicos de la casa.

Ella asintió con la cabeza y sus hombros volvieron a estremecerse.

—Bueno, cariño mío —declaró—, te aseguro que no me sorprende en absoluto.

Aquélla fue una aventura maravillosa. Me gustaba esa mujer. Me dijo que su nombre era Rosie… Rosie Perrin. Entonces yo le expliqué que podría haberme llamado Rosa, y por qué.

—¡Imagínate! —exclamó ella—. Nosotras dos podríamos haber sido dos lozanas rosas, ¿no te parece?

Me apenó bastante que me llevaran de vuelta a Commonwood House.

En la casa se produjo una cierta consternación cuando Jake llegó conmigo en brazos.

—La pequeña señorita se ha caído —le explicó a Janet, el ama de llaves, cuando ella abrió la puerta.

Janet no sabía qué hacer, así que Jake entró en el vestíbulo.

—No puede caminar —le explicó Jake—. Será mejor que la lleve a su cama.

Siguió a Janet por la escalera, hasta las dependencias de los niños. Nanny se horrorizó.

—¡Santa Madre de Dios! —exclamó—. ¿Qué será lo siguiente?

—La señorita ha sufrido una caída —le explicó Janet—. No puede ponerse de pie. La meteré en la cama.

Sally estaba allí, observando con los ojos redondos a causa de la curiosidad mientras a mí me metían en cama. Luego Janet acompañó a Jake a la puerta y la tormenta estalló.

—En el nombre de Dios, ¿qué piensa que está haciendo…? ¡Traer gitanos la casa! —exclamó Nanny.

—No podía caminar —dijo Sally—. Ese hombre tuvo que traerla en brazos.

—Nunca he oído nada parecido. ¿En qué andaba metida? ¿Estaba en el bosque? ¿Con los gitanos?

—Ellos me encontraron cuando me caí —respondí yo—. Fueron muy amables conmigo.

—¡Amables, Virgen Santa! Siempre están dispuestos a sacarles lo que pueden a las gentes de bien.

—A mí no me sacaron nada. Me dieron una medicina.

—¿Y qué más? ¿Y qué más? Bajaré ahora mismo y le diré a la señora lo que ha ocurrido.

El resultado de todo aquello fue una visita del doctor. Nanny estaba allí de pie, con los labios apretados y mirándome con ojos acusadores. El doctor apenas le habló. Yo tuve la impresión de que Nanny no le gustaba mucho. Pensé que me sonreía con bastante amabilidad.

—Bueno —dijo—. ¿Qué has estado haciendo?

—Me caí en el bosque —le expliqué—. Los gitanos me encontraron. Una de las gitanas me dio una medicina y me puso algo en la pierna con una venda encima.

—Muy bien, echémosle un vistazo a ese pie, ¿te parece bien? ¿Te duele?

—Ahora no. Pero cuando me caí, sí que me dolía.

Él me palpó el tobillo.

—Te lo has torcido —declaró—. Tienes un pequeño esguince, pero no te has hecho ningún daño grave. Sólo tienes que dejarlo descansar durante unos cuantos días. —Quitó la venda y comentó—: Ajá. Esto está bien. Dejaremos la venda donde está durante algunos días. Eso será suficiente por ahora. —Volvió a envolverme el pie con destreza y me dedicó una sonrisa dulce—. No te has hecho demasiado daño —agregó para tranquilizarme.

—Ella no debería haber estado en el bosque —declaró Nanny—. ¡Mire que traer esa gente a la casa!

El doctor le dirigió una mirada más bien fría, cosa que confirmó mi sospecha de que ella no le gustaba nada.

—Carmel no podría haber vuelto por su propio pie —le respondió—. Fue muy amable por parte de esa gente el haber cuidado de la niña. Quizá la señora Marline querrá escribirles una nota para agradecerles su amabilidad.

Se volvió a mirarme, y su sonrisa volvió a ser dulce.

—Supongo que no te dijeron sus nombres.

—Oh, sí —exclamé yo—. Una de ellas lo hizo. La señora que me vendó el pie y me dio la medicina, se llama Rosie Perrin.

—Lo recordaré —me aseguró él, tras lo cual asintió con la cabeza y se marchó.

—¡Escribirles a los gitanos, Virgen Santa! —murmuró Nanny—. ¿Qué será lo siguiente? La señora es más sensata. ¡Vaya una cosa bonita que has hecho! ¡Caerte en el bosque y traer esa gente a la casa!

Sally quiso saberlo todo acerca de mi aventura, y creo que Estella hubiera querido que le ocurriera a ella. Sally dijo que los gitanos habían sido muy amables al cuidarme.

El doctor venía cada día a comprobar el estado de la herida y la pierna, y palparme el tobillo. Siempre era amable y dulce conmigo, y frío con Nanny. Aquel hombre me gustó más por motivo de esas dos actitudes. La señora Marline no subió a verme. Yo me preguntaba si le habría escrito la nota a Rosie Perrin.

Aquel incidente marcó un giro en mis relaciones con el doctor. De vez en cuando se fijaba en mí y me preguntaba:

—¿Está bien ese tobillo? —Pasado algún tiempo sólo preguntaba—: ¿Estás bien?

Yo estaba tomándole bastante cariño. Me daba la impresión de que realmente le importaba que yo «estuviera bien», a pesar de que me hubieran encontrado debajo del arbusto de azalea y yo hubiera traído gitanos a la casa.

*****

La casa más grande de los alrededores era The Grange. Pertenecía a sir Grant Crompton, a quien todos consideraban «el señor de la finca». Sir Grant y lady Crompton eran los benefactores de la zona y daban trabajo a bastantes habitantes de la localidad; les alquilaban sus granjas a otras gentes y enviaban un pavo a cada pobre para Navidad.

Todo lo que los rodeaba era muy tradicional. Lady Crompton presidía fiestas y ventas públicas para recaudar fondos para buenas causas. Cuando residían en The Grange, la familia entera asistía a la iglesia y se sentaba en los bancos que habían sido ocupados por la familia durante doscientos años. Los sirvientes se sentaban en el banco inmediato detrás de los señores. Sir Grant contribuía generosamente a los fondos de la iglesia y era profundamente reverenciado por todos nosotros.

Tenían dos hijos, Lucian y Camilla. Yo solía verlos cabalgar con un mozo de cuadras. Parecían dos chicos muy hermosos y altivos, que apenas miraban hacia nosotros cuando nos cruzábamos con ellos en las sendas, ellos sobre magníficos corceles y nosotros a pie. Estella suspiraba y deseaba vivir en The Grange y cabalgar sobre un caballo blanco con su hermano, montado sobre un caballo igualmente espléndido, junto a ella. Lucian, además, era mucho más alto y hermoso que Henry.

Bueno, por supuesto ellos eran «nobles campesinos», y a pesar de que el doctor no era desdeñado en los círculos sociales, y en ocasiones era incluso invitado a The Grange. Se sospechaba que ello era debido a que los señores necesitaban alguien para completar el número de invitados por la cancelación de última hora de alguna personalidad más importante.

La señora Marline se sentía un poco descontenta por todo aquello, y se la había oído preguntar quiénes se creían que eran los Crompton; pero cuando le proporcionaban la oportunidad de prodigar los contactos entre The Grange y Commonwood House, se sentía encantada.

La señora Marline había estado involucrada en alguna obra de caridad que exigía hacer una visita a The Grange, donde fue graciosamente recibida por lady Crompton. Durante la conversación que siguió, se hizo evidente que ambas damas estaban preocupadas por la educación de sus hijos varones.

Lady Crompton se proponía contratar un tutor para Lucian, porque tenía la sensación de que todavía no era el momento de enviarlo a estudiar fuera de casa y, dado que el mismo problema afectaba a la señora Marline, ambas damas hablaron mucho al respecto. El resultado fue que lady Crompton sugirió que ambos muchachos compartieran el tutor que llegaría a The Grange.

La señora Marline quedó encantada con aquella idea.

Yo supongo que también compartió los gastos, porque oí a Nanny Gilroy decir que, a pesar de su grandeza, los Crompton no eran de los que «tiraban el dinero», y que ella creía que eran bastante «avaros»; y, por supuesto, todos sabíamos que la señora Marline tenía dinero y estaría dispuesta a pagar por lo que consideraba un privilegio.

Así que se pusieron de acuerdo y cada mañana, excepto los domingos, Henry solía ponerse en camino hacia The Grange y regresaba a media tarde con libros y trabajos que hacer para preparar la clase del día siguiente.

A los ojos de la señora Marline, aquel arreglo era muy satisfactorio, puesto que las familias se encontraban con mayor frecuencia de lo que lo habían hecho con anterioridad. Invitaban a Estella, Henry y Adeline a tomar el té con Lucian y Camilla. Estella estaba encantada, pero se sentía descontenta respecto a Commonwood House, que era una vivienda humilde comparada con The Grange.

A mí nunca me invitaron, y creo que Nanny Gilroy tuvo algo que ver en ello; la señora Marline, como es natural, debió de haberle dado la razón; aunque presumo que el doctor no hubiera actuado de la misma forma si hubiese tenido autoridad alguna en aquel asunto.

Luego las cosas cambiaron.

Tío Toby nos hizo una visita mientras su barco permanecía en puerto para que le hicieran algunas reparaciones menores.

Aquélla fue, como de costumbre, una visita maravillosa. Me trajo un regalo que había comprado en Hong Kong. Se trataba de un medallón de jade con una delicada cadena de oro, y dicho medallón estaba decorado con unos signos que él me explicó que significaban «buena suerte» en chino.

Yo aún poseía aquel otro medallón, que tenía en torno al cuello cuando me encontraron debajo del arbusto de azalea. Lo contemplaba a menudo, pero no me lo ponía jamás. Creo que temía que le recordara a la gente la forma en que había llegado a la casa y que aquél no era realmente mi lugar.

El regalo de tío Toby era diferente. Yo estaba encantada, no sólo por su promesa de buena fortuna, sino porque me lo había regalado tío Toby. Nanny Gilroy habría dicho que era inadecuado que una criatura de mi edad llevase joyas y me hubiera ordenado que me lo quitase, así que yo solía llevarlo escondido debajo de la ropa cuando ella estaba por las inmediaciones. Nunca me lo quitaba, ni siquiera por la noche, y lo primero que hacía cuando me despertaba era tocarlo y murmurar «buena suerte», mientras tendía la otra mano hacia la caja de música y escuchaba la melodía de Dios salve a la reina.

Estella estaba emocionada porque ella y Henry habían sido invitados a tomar el té en The Grange. Si hacía buen tiempo —y estábamos en medio de una ola de calor—, la reunión tendría lugar en el césped que había delante de la casa.

Nanny le había dicho a Sally que planchara el vestido azul de Estella, que tenía un fajín de satén y mangas abombadas. Estella tenía que tener tan buen aspecto como Camilla.

—Y también debe estar más bonita —agregó Nanny.

Yo observé a Sally mientras ella planchaba cuidadosamente el vestido.

—Es una vergüenza que no te inviten a ti —dijo Sally—. A ti te gustaría ir, ¿no es cierto? Tú tienes tan buen aspecto como cualquiera de ellos.

—Yo no quiero ir —mentí—. Prefiero quedarme aquí.

—Sería bonito que fueras —insistió Sally—, y deberían invitarte. Calculo que lo harían sin ningún problema… de no ser por Nanny. No me importaría apostarlo; y tampoco le importaría a ella.

Por ella, Sally se refería a la señora Marline, y yo estaba segura de que su conjetura era correcta.

Estella fue debidamente ataviada con aquel vestido y yo tuve que reconocer, aunque de mala gana, que estaba muy bonita.

Los miré por la ventana mientras se ponían en camino hacia The Grange, y se me ocurrió una idea descabellada. No había sido invitada, pero ésa no era una razón válida para que no pudiera ir.

En una ocasión había estado en los terrenos de The Grange, cuando me acometió la curiosidad. Lo había hecho durante una tarde en la que calculé que la casa estaría tranquila. Si me descubrían, me había dicho, podría decir que estaba perdida. Podía entrarse por el seto que estaba al otro lado del corral de los caballos, y al otro lado se hallaba el cerco de arbustos que rodeaba el césped del frente de la casa.

Yo había atravesado el seto a rastras y cruzado corriendo el corral hasta los arbustos, desde donde tenía una buena vista de la cespedera y la casa.

Era muy bonita, antigua, de piedra gris, con un torreón a cada lado y una enorme puerta de reja que conducía, según pude ver, a un patio. Desde aquellos setos podría tener una buena vista de la reunión para tomar el té sin que ninguno de los asistentes advirtiese que yo estaba allí.

Bueno, si no podía ser una de las invitadas, no existía razón alguna por la que no pudiera mirar la reunión. Así que, cuando se marcharon, yo me deslicé tras ellos mientras jugueteaba con el medallón para darme a mí misma la seguridad de que lo tenía conmigo y que mientras lo tuviera estaría a salvo, sin importar cuán arriesgado fuese lo que hacía.

Llegué hasta los arbustos sin ser advertida, y desde allí podía ver con toda claridad el césped. Había una mesa blanca con sillas blancas, que habían sido dispuestas para la reunión al fresco[2]. Estella y Henry ya habían llegado, y los habían conducido primero al interior de la casa. Yo supuse que muy pronto volverían a salir acompañados por Lucian y Camilla, y probablemente por el hombre pálido que tenían por tutor.

Yo estaba agachada debajo de los arbustos. Bajo ninguna circunstancia debía permitir que me viesen, y debía escoger el momento más apropiado para escabullirme de vuelta al exterior. Me arrastraría al otro lado de las matas, y luego me enfrentaría a la parte peligrosa, que era la de atravesar corriendo el corral hasta el seto. Una vez que hubiera cruzado el seto, estaría a salvo.

Todo iría bien porque tenía mi medallón de la buena suerte conmigo. Levanté las manos para tocarlo y el horror se apoderó de mí. No lo tenía.

Quedé tan paralizada por el terror, que durante unos momentos no pude ni moverme. Lo había tocado sólo un momento antes. Tenía que estar en torno a mi cuello. Estaba soñando. Aquello era una pesadilla. Me puse de pie, arriesgándome a que me viesen. Volví a llevarme las manos al cuello. No tenía el medallón, ni la cadena. ¿Qué podía haber ocurrido? Había ajustado bien el cierre cuando me lo puse. Siempre lo hacía. Me sacudí el vestido y miré la tierra parda. No había rastro alguno del medallón.

Me consolé, diciéndome que no podía estar lejos. Estaba en torno a mi cuello apenas unos minutos antes. Me puse a gatas para buscarlo. Tenía que habérseme caído. Había perdido mi precioso regalo, el regalo de tío Toby, y toda mi suerte con él.

Me sentía desolada. Tenía lágrimas en las mejillas. Tengo que encontrarlo, tengo que hacerlo. Gateé por los alrededores… buscando… buscando. Tengo que regresar por el mismo camino por el que llegué hasta aquí. ¿Podía estar segura de cuál había sido exactamente la línea que había seguido al atravesar el corral? La desesperación me desbordó. Me senté, me cubrí el rostro con las manos y me eché a llorar.

De pronto me di cuenta de que había alguien junto a mí.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Lucian Crompton.

Yo olvidé que no tenía ningún derecho de estar allí. En mi mente no había otro pensamiento que el de haber perdido mi más preciada posesión.

—He perdido mi medallón de la suerte —balbucí.

—¿Tu qué? —exclamó él—. ¿Y quién eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí?

Respondí a sus preguntas por orden.

—El medallón que mi tío Toby me trajo de Hong Kong. Sobre el medallón dice «buena suerte». Soy Carmel, y como ellos no me invitaron a la reunión, vine hasta aquí para verla.

—¿De dónde eres?

—De Commonwood House.

—Los chicos de esa casa están aquí.

—Sí… pero yo no. Yo sólo iba a mirar.

—Ah, ya sé. Tú eres la niña que…

Yo asentí afirmativamente con la cabeza.

—A mí me encontraron debajo del arbusto de azalea que una vez le dio muchos problemas a Tom Yardley. Soy Carmel, que quiere decir «jardín». Es donde me encontraron, ¿sabes?

—¿Y has perdido tu medallón?

—Lo tenía después de atravesar el seto.

—¿Qué seto?

Yo señalé al otro lado del corral.

—Es por allí por donde entraste, ¿verdad?

Volví asentir nuevamente con la cabeza.

—Y entonces lo tenías. Bueno, no puede estar muy lejos, ¿no crees? Tiene que estar por aquí, en alguna parte.

Yo me sentí un poco más animada, porque él hablaba con mucha seguridad.

—Bien, vamos a buscarlo. ¿Por dónde viniste hasta aquí?

Señalé.

—Bueno, vamos allá. Tú enséñame el camino. Cuatro ojos ven más que dos. Mantén los tuyos bien abiertos. Por aquí. Mira dónde pones los pies. No querrás pisarlo, ¿verdad? ¿Qué aspecto tiene?

—Es verde, y tiene escrito «buena suerte» con caracteres chinos.

—Perfecto. No debería ser muy difícil de encontrar.

Llegamos hasta el borde de la línea de setos sin haber tenido éxito ninguno.

—Veamos —dijo él—. Cruzaste el corral. Ya veo por dónde atravesaste el seto. Hay una pequeña abertura allí, ¿no es cierto? Fue por allí por donde entraste.

Nuevamente, asentí con la cabeza.

—Entonces recorreremos esa zona. Mantén los ojos abiertos, y crucemos el corral. Trata de recordar el camino exacto que seguiste.

Atravesamos el corral caminando, un poco separados, y llegamos al seto. Él se arrodilló y lanzó un grito de triunfo.

—¿Es éste?

Estaba tan contenta que casi lloro de alegría. Él se lo acercó a los ojos.

—Ah, ya veo —comentó—. Mira, el cierre está roto. Fue por eso por lo que se te cayó.

—Roto —dije, mientras mi alegría se evaporaba. Él estudió atentamente la joya.

—En efecto, pero sólo se ha caído un eslabón. Lo único que necesita es que vuelvan a ponérselo. El cierre en sí está bien. Sin embargo, es un trabajo de joyería. El viejo Higgs, de High Street, te lo arreglará en unos minutos. Luego podrás volver a llevarlo.

Él me lo tendió, y yo lo cogí medio contenta y medio llorosa. No lo había perdido, pero tendría que llevárselo al viejo Higgs, de High Street. Nanny no me permitiría hacerlo. Tendría que conseguir que Estella o Henry me ayudaran. Quizá Sally podría hacerlo.

Él me estaba observando, y luego sonrió.

—Te diré lo que haremos —me explicó—. Después del té, yo se lo llevaré a Higgs y él lo arreglará al momento.

—¿Lo harías? —exclamé yo.

—No veo por qué no.

—Después…

—Bueno, es que ahora tenemos que estar presentes allí, ya sabes. Vamos.

—Pero es que yo no estoy invitada.

—Yo te he invitado. Ésta será mi casa algún día, y yo puedo invitar a quien me plazca.

—Nanny…

—¿Qué Nanny?

—Nanny Gilroy. Ella dirá que no ha estado bien que me invitaras. Ya sabes, a mí me encontraron debajo de un arbusto de azaleas. Nanny dirá que no tengo derecho…

—Si yo digo que tienes derecho, tienes derecho —respondió él con un tono fanfarrón que me hizo reír.

Yo tenía mi medallón apretado en la mano. La buena suerte había vuelto.

Así pues, volví con él a The Grange. Estella se quedó pasmada, al igual que Henry. Lucian les contó lo ocurrido con el medallón, y Camilla quiso verlo y oír lo que yo sabía sobre las letras chinas que significaban buena suerte.

—Es precioso —dijo—. Me gustaría tener uno.

Yo estaba absolutamente encantada y me sentía muy feliz.

Estella pareció alarmada.

—Ya sabéis que Carmel… no es de la familia —explicó.

—Oh, sí —le respondió Lucian—. Fue hallada debajo de un arbusto. Ella misma me lo ha contado. ¿Por qué no se la invitó?

—Bueno… ella es una expósita —fue la réplica de Estella.

—¡Qué divertido! —exclamó Camilla—. Parece emocionante. Como algo sacado de una historia de Shakespeare, o de un romance…

—La abandonaron debajo de un arbusto de azalea.

—¡Sí! —dijo Lucian—. Ese que una vez le dio muchos problemas a Tom Yardley.

Él y Camilla se miraron y se pusieron a reír.

Me gustaban. Me parecían unos chicos muy cordiales. Supongo que se debía a que eran ricos e importantes y no tenían necesidad de recordarle constantemente a los demás que eran mejores de lo que aparentaban. Se comportaron conmigo como si no fuera nada más que otra invitada. El pastel era delicioso; estaba recubierto de coco y yo comí dos trozos.

—¿Te gusta? —me preguntó Lucian, sonriéndome, al coger yo el segundo pedazo.

—Es delicioso.

—Esto es mejor que estar agachada ahí, debajo de los arbustos, ¿verdad?

Él y Camilla se echaron a reír.

—Es mucho mejor —respondí yo.

Parecía que yo les gustaba a ambos, y en cuanto acabó el té, Lucian fue a los establos y le dijo al mozo que iba a ir al pueblo con el coche de dos ruedas, y que lo acompañaríamos todos nosotros. Lucian parecía ser muy importante, porque todos hacían lo que él les decía sin poner objeciones; nos amontonamos todos en el coche, cosa que resultó muy divertida. Lucian conducía los caballos y yo me senté junto a él.

Entonces fuimos a la tienda del señor Higgs, y el mismo señor Higgs salió a recibirnos.

—Buenas tardes, señor Lucian —saludó—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Sólo una pequeña reparación —le respondió Lucian—. Se trata de un eslabón de esta cadena. Creo que sólo necesita que lo suelden.

El señor Higgs la miró y asintió con la cabeza.

—Jim lo hará —aseguró el joyero—. No tardará más de uno o dos minutos. Sólo necesita soldarle el eslabón. ¡Jim! El señor Lucian está aquí. Necesita una reparación. ¿Ves lo que ha ocurrido?

Jim asintió y se marchó con la cadena.

—Es del medallón de esta niña, ¿verdad?

—Sí. Su tío se la trajo de Hong Kong.

—Es chino, sí. Bonita pieza. Hacen cosas muy interesantes. ¿Y cómo están todos, en The Grange?

Lucian le aseguró que la salud de todos era excelente, y yo escuché con admiración sus modales sueltos en la conversación mientras aguardaba con impaciencia el regreso de mi medallón.

Y allí estaba… exactamente como antes… y nadie hubiera dicho que había tenido ningún problema con uno de los eslabones.

Lucian iba a pagarle el trabajo, pero el señor Higgs no se lo permitió.

—Oh, no es nada, señor Lucian. Sólo una pequeña soldadura. Me alegro de poder complacerlo.

Lucian me puso el medallón en torno al cuello.

—Ya está —dijo—. Tan seguro como en un cofre.

Y yo lo quise por aquello.

A Nanny Gilroy no le gustó oír por boca de Estella que yo había estado en la fiesta.

—Atrevida —comentó—. ¿No lo he dicho yo siempre?

—Lucian fue quien la trajo —dijo Estella—. La encontró entre los arbustos cuando había perdido el medallón.

—¡Medallón! ¿Qué tiene que hacer una niña de su edad con un medallón?

—Se lo regaló el tío Toby.

Ella sonrió de aquella manera en que lo hacía cuando se mencionaba el nombre de tío Toby, y contuvo su lengua; pero estaba claro que ella pensaba que no era tan malo si el responsable era tío Toby.

La siguiente ocasión en que Estella y Henry fueron invitados a tomar el té, también lo fui yo. Comencé a acostumbrarme a ir a aquella casa. Me gustaba Camilla, porque ella nunca me demostró de forma alguna que pensara que era inferior a los demás. En cuanto a Lucian, yo sentía que entre nosotros había una amistad especial a causa del medallón.

Así pues, la amistad entre Commonwood House y The Grange se estrechaba cada vez más. El tutor compartido había sido el comienzo, y luego estaba la determinación de la señora Marline de regresar al tipo de sociedad al que había pertenecido antes de casarse con alguien de una clase inferior; y hacía cuanto podía para ganarse la aprobación de lady Crompton, dedicándose a obras de caridad, especialmente aquellas en las que estaba involucrada su señoría. Consecuentemente, visitaba The Grange con mucha frecuencia.

Henry podía ser amigo de Lucian, y Estella amiga de Camilla. ¡Qué afortunado era que los sexos de los hijos de ambas familias coincidieran tan bien! Yo no estaba excluida. De hecho, Lucian siempre tenía una sonrisa especial para mí. Al menos, yo imaginaba que era especial. Miraba mi medallón, que yo siempre llevaba a la vista cuando estaba fuera del alcance de Nanny Gilroy, y yo sabía que estaba recordando nuestro primer encuentro y se sentía un poco divertido. La vida era muy agradable.

La señora Marline había sido siempre una amazona entusiasta, y todos nosotros habíamos recibido clases de equitación. Estella y Henry tenían sus ponys, y tío Toby me había regalado uno para que pudiera acompañarlos. ¡Qué tío tan maravilloso era para mí! Y yo le atribuía a él el cambio de mi suerte.

Yo había comenzado a darme cuenta de cuán importante era la señora Marline en la casa. Incluso Nanny Gilroy se mostraba mansa en su presencia. Todo el mundo manifestaba un considerable miedo reverencial hacia ella, incluso el doctor. Aunque quizá sería más exacto decir que especialmente el doctor.

Oí a Nanny Gilroy hablando de ella con la señora Barton, la cocinera.

—Esa mujer es una mujer terrible —dijo—. Ella manda siempre, y no permite que el doctor olvide quién paga la mayor parte de las facturas. Es la jefa, sin duda alguna.

—El doctor es bueno —comentó la señora Barton—. Sus pacientes lo tienen por una maravilla. La señora Gardiner dice que estaba pasando una agonía con su pierna, hasta que fue a verlo a él. Es realmente un caballero muy agradable… a su manera.

—Suave como la leche, si quiere usted mi opinión. Parece incapaz de arreglárselas por su cuenta. En fin, ella tiene el dinero… y es el dinero el que manda.

—El dinero manda, sin duda —replicó la señora Barton—. Pobre doctor. Supongo que no lleva una vida muy agradable.

La señora Marline hacía muy poco caso de mí. Daba la impresión de que no quería enterarse de que yo estaba allí. A mí, eso no me importaba. En realidad, me sentía bastante contenta por ello. Yo tenía al tío Toby, y ahora a Lucian, Camilla y Sally; Estella y Henry no eran malos del todo, y a Adeline, yo siempre le había gustado.

Hacia finales del verano, el campamento gitano se marchó del bosque.

—Un día están allí, y al siguiente han desaparecido —comentó Nanny—. Bueno, pues buen viaje a la mala basura.

Yo quería defenderlos y recordarle cómo Rosie Perrin me había curado la pierna y Jake me había llevado a casa en brazos, pero, por supuesto, no dije nada.

Por aquella época comenzó a hablarse de que Henry se marcharía al colegio.

—Ese Lucian de The Grange va a ir, así que el señorito Henry debe hacer lo mismo. Espero que asistirá a la misma escuela distinguida. Bueno, ellos son los señores de The Grange, y vaya donde vaya Lucian, recuerde lo que le digo, también irá Henry, si es que conozco a la señora.

—¿Quién más va a conocerla, si no la conoce usted? —preguntó la señora Barton, aduladora.

Se la veía ansiosa por estar en buenos términos con Nanny, de quien se creía que era muy poderosa en aquella casa, sólo por debajo de la misma señora Marline.

Yo me sentiría muy triste cuando Lucian se marchara. Él y Camilla venían de vez en cuando a tomar el té en Commonwood House. Eran ocasiones muy especiales, y yo nunca disfrutaba tanto como cuando iba a The Grange. La señora Marline no estaba presente de hecho en la mesa del té, pero rondaba por allí. Su principal ansiedad radicaba en que todo fuese perfecto para que el té en Commonwood fuera en todos los aspectos tan bueno como el que se tomaba en The Grange.

Creo que en realidad le hubiera gustado excluirme, pero, en vista del hecho de que Lucian había insistido en que me uniera a ellos en The Grange, ella no podía mantenerme fuera de aquellas reuniones.

Cada día se me hacía más evidente su presencia. Tenía una voz chillona y penetrante, unos modales muy dominantes, y habitualmente estaba protestando por algo que se había o no se había hecho. Su forma de ser contrastaba tremendamente con los modales dulces del doctor. Yo me preguntaba si, por culpa de ella, él se había convertido en lo que era, un hombre resignado. Me imaginaba que ése era el efecto que una mujer como ella podía causar sobre una persona como el doctor, que parecía un hombre dispuesto a evitar los problemas a costa de cualquier cosa.

Siempre me ha asombrado cómo nuestras vidas pueden discurrir dentro de una determinada rutina durante mucho tiempo, y luego un incidente cambia completamente ese modelo de existencia y todo lo que ocurre después es el resultado de ese único detalle, sin el cual no tendría lugar ninguno de los acontecimientos posteriores.

Eso fue precisamente lo que ocurrió en Commonwood House.

La señora Marline se mostraba deseosa de unirse a las cacerías, entusiasmo que compartía con los Crompton.

Henry, Estella, Adeline y yo nos reuníamos a menudo para ver la salida. Partían de The Grange, y la señora Marline, con un perfecto aspecto de amazona y de dominar a su corcel tan perfectamente como al doctor y el resto de la casa, se hallaba siempre en el centro del grupo intercambiando frases amables con los pequeños aristócratas que habían asistido de las localidades cercanas.

Los hombres tenían un aspecto espléndido con sus casacas de color rojo. Los perros de caza ladraban y en el aire flotaba una emoción especial.

El doctor no iba de caza. Entre aquellas gentes, se hubiera encontrado muy fuera de lugar.

En todo caso, los contemplábamos mientras se alejaban en pos del pobre zorro pequeño, hasta que los perdíamos de vista. Luego regresábamos a casa.

Aquél era un día frío, según recuerdo, y corrimos durante todo el camino hasta la casa. Henry suspiraba por el día en el que le permitirían unirse a la partida. Estella no estaba muy segura de quererlo. No se sentía muy feliz cabalgando sobre su pony, y siempre se quejaba de que los caballos fogosos la ponían nerviosa.

El día transcurrió como era habitual. ¿Cómo íbamos a saber qué día tan importante resultaría ser aquel para todos los habitantes de Commonwood House?

Fue a causa de un trozo de raíz de un árbol que había sido desarraigado poco tiempo antes. Aparentemente, las lluvias recientes lo habían dejado al descubierto, y estaba atravesado en el camino que seguía la partida de caza.

Lo primero que supe acerca de lo que había ocurrido, me lo dijeron cuando estaba en el jardín con Estella. La casa estaba en silencio, y yo sentía asombro por la diferencia que constituía la ausencia de la señora Marline.

Desde el jardín vimos a Fred Carton, el policía, que se acercó en bicicleta hasta la puerta de la verja, bajó y recorrió a pie el sendero.

—Señor Canon —gritó Estella—. ¿Qué ha ocurrido?

—¿Está el doctor en casa? —preguntó—. Tengo que verlo inmediatamente.

—Sí, está aquí —respondió Estella.

Jenny, la camarera, abrió la puerta. Se sobresaltó al ver al señor Carton.

—Tengo que ver inmediatamente al doctor —anunció él de una forma bastante brusca para lo que era habitual, puesto que se trataba de un hombre afable y dado a hacer chistes.

Estella y yo nos miramos la una a la otra con creciente emoción. Algo andaba mal y el señor Carton había venido a contárnoslo.

Seguimos al señor Carton al interior de la casa, y Jenny subió a llamar al doctor.

Él apareció de inmediato, y su voz evidenciaba consternación cuando preguntó:

—¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha ocurrido?

Estella y yo estábamos en vilo.

—Se trata de la señora Marline, señor. Su caballo sufrió una caída. La han llevado al hospital, y creo que usted debería ir hacia allí de inmediato.

—Iré en seguida —respondió el doctor.