La atmósfera de la casa había cambiado, cosa que yo suponía inevitable después de la revelación de Margot. Ella trataba de mostrarse tan alegre como antes, pero estaba temerosa y Robert parecía abatido. Era evidente que había sido una conmoción para él.
Margot se mostraba excesivamente cariñosa con él, y él se lo agradecía, pero lo sorprendí mirando a Charlot con una especie de estupefacción, como si no pudiera creer realmente la historia de su nacimiento.
—Se acostumbrará —aseguró Yvette—, y con tanta gente falta de escrúpulos como hay, hubiera terminado por descubrirlo alguna vez. Es mejor que lo haya sabido por ella. Es un joven excelente, y ella es afortunada al tenerlo como esposo. Distinta de su madre…
Esto nos hizo regresar a Ursule, y como era un tema que me resultaba irresistible, estimulé mayores confidencias.
—Estaba mucho tiempo en su cuarto, lo sé —dije—. ¿Qué pensaba la gente? Supongo que en el château se celebraban muchas reuniones.
—Las había, y al principio ella aparecía. Al comienzo, ambos hacían la comedia de ser una pareja enamorada, pero después de un tiempo ella comenzó a invocar enfermedad. Desde luego, había quedado muy débil después del nacimiento de Margueritte, y nunca volvió a recuperar su salud y su fuerza.
—La invalidez se transformó en una especie de culto, ¿no es así?
—Así es. A veces era infantil. Cuando había un compromiso que deseaba evitar, decía: «Oh, tengo tanto dolor de cabeza». Y Nou Nou contestaba: «Te conseguiré un licor de melisa o mi jugo de mejorana». Y Ursule movía la cabeza y decía: «No, Nouny. No quiero ninguna de tus hierbas. Sólo quiero estar contigo y mi dolor de cabeza se irá». Por supuesto, a Nou Nou le encantaba esto. Le gustaba pensar que su niñita mejoraba sólo por estar con ella. Luego, comencé a comprender que la enfermedad de Ursule era sobre todo mental. Eran excusas. Ambas lo odiábamos tanto que siempre corríamos en ayuda de ella y decíamos que no estaba lo suficientemente bien como para reunirse con él.
—Es una práctica peligrosa —dije— la de fingir enfermedad. Es como la justicia implacable. Pretendéis estar enferma con el objeto de escapar de algo, y antes de poder daros cuenta, estáis enferma.
—Así parece. A medida que fueron pasando los años, se transformó en una inválida, aunque rara vez le pasaba algo específico. Él la despreciaba por eso. La creía una simuladora, lo que en cierta forma era. Sin embargo, me parece que sus enfermedades eran reales, aunque no eran exactamente las que ella decía. De modo que se transformó en la esposa inválida. Parecía no querer alejarse de su cuarto. Se escondía de él en su lecho y su chaise-longue.
—¿Podéis culparlo por buscar en otra parte?
—Sí, lo culpo —respondió Yvette con fiereza—. Os digo que yo sé más que vos.
Permanecimos silenciosas por un rato, y luego dijo:
—Uno de estos días… —Hizo una pausa y añadió—: No importa.
—Pero ¿qué ibais a decir? ¿Qué es lo que va a suceder uno de estos días?
—Tengo sus cartas —respondió—. Las he guardado todas. Me escribía regularmente, una vez por semana… todas esas cartas durante seis años. Escribirme era un escape para sus sentimientos. Ponía sus pensamientos en el papel. Era como estar hablándole. A veces, recibía varias cartas de una vez. Acostumbraba numerarlas, de modo que yo pudiera leerlas en orden. —Sus palabras siguientes me sobresaltaron—. Yo sabía de vos por sus cartas. Me contó que habíais ido al château… y el efecto que ejercíais sobre él… y él sobre vos…
—No sabía que me prestara tanta atención.
—Aunque permanecía en su habitación, sabía lo que sucedía en el château.
—¿Y qué decía de mí?
Yvette guardó silencio.
*****
Llegó a Grasseville un mensajero del conde. Traía cartas para el conde De Grasseville, para Margot y para mí.
La llevé a mi habitación porque quería estar sola para leerla.
Querida mía:
Me satisface mucho que estés en Grasseville. Quiero que permanezcas allí hasta que yo vaya o mande a buscarte. No sé cuándo será eso, pero puedes estar segura de que no perderé tiempo, y será lo antes posible. La situación en París está deteriorándose con rapidez. Ha habido tumultos, y los tenderos alzan barricadas frente a sus tiendas. La gente camina por la calle ostentando la tricolor. Los héroes del momento son Necker y el duque de Orléans… pero eso puede cambiar mañana. Hay la sensación de que cualquier cosa puede cambiar en cualquier momento. A veces, creo que me gustaría ver una confrontación entre el rey y la nobleza por un lado, y Danton, Desmoulins y el resto por el otro. No puedo imaginar qué hace Orléans con ellos. Creo que piensa que lo proclamarán rey. Mi opinión es que, si se desembarazan de la monarquía, no habrá corona. Pero un rey coronado es rey hasta que muere.
Mi querida Minelle, ¡cómo desearía que estuvieras aquí para poder hablar contigo de estas cosas! Hay una esperanza que me sostiene en este mundo sombrío: un día tú y yo estaremos juntos.
Charles-Auguste
Leí su carta una y otra vez, y resplandecía de felicidad. Cuando sostenía en la mano una carta escrita por él, nada de lo que escuchara a su respecto podía cambiar mis sentimientos.
Esa noche me había retirado temprano. La cena había sido algo silenciosa. Los Grasseville, mère y père, estaban claramente perturbados por las noticias recibidas de París. Había momentos en que incluso Grasseville debía de ser invadido por la desagradable verdad. Robert, desde luego, estaba menos exuberante. No podía esperarse que estuviese lleno de júbilo por la noticia de que su esposa había tenido un hijo de otro antes de su matrimonio con él, y se estaba tomando tiempo para asimilar la devastadora revelación. A Margot siempre la afectaba su padre. Me pregunté qué le habría escrito.
Mientras estaba sentada en mi tocador, cepillándome el cabello, oí un golpe en la puerta, y cuando dije «adelante» entró Yvette. Traía un fajo de papeles en la mano.
—Espero no molestaros —dijo.
—No, por supuesto que no.
—Quiero mostraros algo. He estado luchando conmigo misma durante un tiempo, y pienso que realmente debo hacerlo.
Supe qué era lo que llevaba en la mano antes de que me lo dijera.
—Sus cartas —dije.
—Las últimas que recibí —asintió—. Debió de haberlas escrito pocos días antes de morir. De hecho, en realidad me las entregaron ese día. Llegó el mensajero con las cartas, y no sabíamos lo que había sucedido.
—¿Por qué queréis mostrármelas?
—Porque creo que hay en ellas algo que debéis saber.
Bajé los ojos. Se habría enterado de que ese día habían llegado cartas del conde, y que entre ellas había una para mí, lo cual era significativo.
—Si estáis segura de que queréis que las lea… —comencé.
—Creo que es importante que lo hagáis. —Dejó el paquete sobre el tocador—. Buenas noches —agregó, y me dejó.
Encendí las tres velas del candelabro que había junto a mi lecho, y me acosté. Apoyada en las almohadas, desaté las cartas. Había los números uno, dos y tres.
La escritura era firme y sentí repugnancia al desdoblarlas y leerlas, porque no habían sido escritas para mí y sentía que estaba inmiscuyéndome en algo privado. Curiosa como estaba por saber de Ursule, me resistía a leer sus cartas, y si era honesta conmigo misma debía admitir que ese rechazo tenía su origen en el miedo a lo que podía encontrar más que en un sentimiento de recta corrección. Tenía miedo de lo que iba a leer sobre el conde.
Abrí la primera de las cartas.
Mi querida Yvette:
¡Qué bueno es escribirte! Como sabes, nuestras cartas son un gran consuelo para mí. Escribirlas es como hablarte, y ya sabes lo mucho que siempre me gustó contarte todo.
La vida continúa como siempre. Nouny con mi petit déjeuner, levantando las cortinas, asegurándose de que el sol no me molesta y de que estoy bien protegida para evitar las corrientes. Y no es porque permita a nadie entrar en mi cuarto. Margueritte está de regreso de su larga estancia en el extranjero. Hay alguien con ella, a quien llaman prima… una ficción si alguna vez la hubo. Es un nuevo gambito de él. Hasta ahora, nunca las había llamado primas. Ésta es inglesa. Margueritte la conoció durante su estancia en Inglaterra. Me la han presentado. Una joven alta y guapa, con hermoso cabello —cantidades de él— y ojos azules de un tono profundo y poco habitual. Parece tener una buena opinión de sí misma, un aire de independencia y no es frívola en absoluto. De hecho, me sorprendí, porque no es en absoluto su tipo. La veo en los jardines con Margueritte. ¡Siempre se aprende tanto de las personas, cuando éstas no saben que son observadas! Hay un cambio en él. Súbitamente, me ha parecido que esta vez va en serio.
Ayer por la tarde, sufrí un dolor desagradable. Nouny hizo un gran alboroto e insistió en que bebiera su poción de muérdago. Dio vueltas alrededor de sus hierbas y plantas; ya sabes lo aficionada que es a eso. Ya he escuchado cerca de seiscientas veces que los druidas la llamaban la planta que cura todas las enfermedades y se dice que depara la inmortalidad. De todas maneras, el medicamento de Nou Nou me calmó y dormí la mayor parte de la tarde.
Hace una semana que no lo veo. Me atrevo a decir que vendrá a hacerme su visita de cortesía. Me sorprende que se moleste en hacerlo. Temo sus visitas e imagino que no se molestaría si lo dispensara de ellas.
Pero lo que quería decirte es que esta vez estuvo distinto. Por lo general, se sienta en una silla y mira constantemente el reloj. Sé que se pregunta cuánto tiempo tiene que quedarse. Nunca puede esconder su desprecio. Está en sus ojos, en su voz, hasta en su manera de sentarse en la silla. Es impaciente.
Nouny le habló de mi dolor. Ya sabes cómo es con él… culpándolo de todo. Si me corto un dedo, encontrará la manera de culparlo por eso. Y luego, me pareció ver algo en sus ojos… cálculo.
Tiene algo que ver con esta muchacha. Ella es lo menos adecuado que puedas imaginar. Era una maestra de escuela. Recuerdo haber oído hablar de ella hace poco, cuando estuve en Inglaterra. ¡Qué época espantosa! Pero él insistió en que fuéramos, porque teníamos que ver a Margueritte. Como sabes, me sentí permanentemente enferma, y odié estar separada de Nouny. Estuvo frenética hasta que regresé, ¡y entonces comenzó a medicarme con toda clase de brebajes para librarme de la contaminación del extranjero!
Pero la muchacha… Debió de haberla visto entonces, porque Margueritte iba a una escuela dirigida por la madre de la joven. Habla un excelente francés.
Una vez lo vi con ella en los jardines. Por supuesto, no podía verlos con claridad, pero había algo en sus gestos… en su actitud… No creo que ella sea su amante… todavía. Cuando los vi en el jardín me reí tanto que Nouny pensó que iba a tener un ataque de histeria. Estaba pensando en Gabrielle LeGrand.
La nuestra es una casa extraña. Bueno, ¿qué puede esperarse con un hombre como él como cabeza de familia?
Siempre es agradable escribirte, Yvette. Sin tus cartas, estaría desconsolada. ¡A veces me siento tan cansada! Como alguien que observara la vida desde fuera. Más bien me gusta que sea así.
Espero con ansiedad tus noticias, querida Yvette, y no pienses que no me interesan los detalles. El hecho de que Jose haya quemado el potage y los pájaros hayan arruinado la cosecha de ciruelas, me interesa mucho. Me gusta saber que existe otra clase de vida. Aquí siento que vivimos permanentemente en un drama. Eso hace que parezca muy dulce la vida sencilla. Tal vez es lo que estoy tratando de conseguir. De modo que escribe, querida Yvette. Buenas noches.
Ursule
Terminé la carta y la doblé. Mi corazón latía con enojosa rapidez. Me daba cuenta de que esas cartas iban a resultar reveladoras. Ya me había visto a través de otros ojos y sabía que había sido observada sin saberlo.
Abrí la segunda carta.
Mi querida Yvette:
He tomado otra dosis de la cura de muérdago. Nouny da vueltas resoplando como una orca, con una mezcla de desaprobación y satisfacción: desaprobación por el dolor y satisfacción por la cura.
Le ha hablado a él sobre mí y dice que quiere que vengan los médicos. Está exagerando. Sé lo que tiene en la mente. Está pensando en mi madre. Nunca supe realmente la verdad sobre eso. Lo acallaron y me ocultaron muchas cosas. Supe que se había quitado la vida porque tenía miedo al futuro. Era esa dolorosa enfermedad, que iba a empeorar y terminaría por matarla. Por más que traten de ocultarlos, siempre hay rumores que llegan hasta nosotros. Muchas veces fingí estar dormida mientras escuchaba a los sirvientes. Sabes que tengo el don de aparentar que no comprendo nada, cuando en realidad lo comprendo todo. Creo que tenían miedo de que yo supiera mucho por si se daba el caso de que —estando también enferma— pudiera hacer lo mismo. Si Nouny me conoce, sabe que yo nunca me suicidaría. Tengo una opinión muy decidida sobre eso. Siempre la he tenido. ¿Recuerdas cuando solíamos hablar de esto? Sigo creyendo que se debe cumplir con nuestro papel en la tierra, por desagradable que sea. Es parte de un esquema. Nouny se preocupa terriblemente por lo que va a sucederme. Siempre está diciendo: «¿Qué será de ti cuando yo me haya ido?». «¿Ido, adónde Nouny?», le pregunto bromeando. «Al cielo», dice. Me río de ella, y esto la trastorna tanto que tengo que mimarla y decirle cuan importante es para mí, para aplacarla. He aceptado ver a los médicos, y ella le está hablando a él acerca de eso. Estoy segura de que él dice: «Más comedia». Pero ¿qué me importa?
Estoy segura de que sus sentimientos por la joven maestra son distintos de lo habitual. Ésta parece ser «la mujer», y no cualquier mujer. Quién sabe cuánto tiempo durará, pero por el momento está obsesionado. Nouny está muy enojada. Odia a la joven. Sin embargo, Margueritte le tiene mucho cariño. Pasan mucho tiempo juntas. Mantienen el mito de la prima. Es una buena manera de tenerla en el château sin demasiadas murmuraciones. Por supuesto, como puedes imaginar, la presencia aquí de esta joven está causando mucho rencor en ciertos sectores.
Cuando pienso en Gabrielle LeGrand rumiando en su casa como una gran araña esperando la mosca, me río tanto que Nouny echa mano del «Almohadón de la dama». Por si lo has olvidado, es el remedio para la histeria. He aprendido mucho de estas cosas. ¿Cómo podría evitarlo, viviendo con Nouny? Me pregunto qué piensa Gabrielle de nuestra joven dama. Bueno, mientras yo esté aquí, ¿qué importa? Gabrielle se consuela pensando que yo soy la inválida y finalmente sucumbiré a mis achaques. Y tiene al vigoroso Etienne para ofrecer. Un hijo… la esperanza de la casa. ¡Oh, Yvette, qué insulto para nuestro sexo! Somos las no deseadas. Si Margueritte hubiera sido un niño, ¡quién sabe cuan diferentes hubieran sido nuestras vidas! Cuántas mujeres han sido descartadas por la sola razón de que no podían tener un hijo. ¡Qué retrato de nuestra sociedad! Pero fui afortunada. Muchas tiene que soportar años y años de embarazos… y cada vez hija, hija… y a menudo abortos. Me salvé de eso. Nunca deseo volver a vivir esas experiencias tempranas. No fui hecha para eso. Lo supe de inmediato, y él también… por eso me odiaba. Ya sabes la clase de hombre que es. Necesita de las mujeres como del aire. No puede vivir sin ellas. Ha sido así desde el comienzo de su virilidad. Será así hasta el fin. Por eso es tan extraño el asunto de la maestra. Claro que podría no durar… esta obsesión por una sola, pero ya es extraño que exista.
Nouny no quiere admitirlo, pero ella parece una criatura bastante agradable. Tiene una dignidad natural y no se da aires. Ha sido educada muy estrictamente y sospecho que lo mantiene alejado porque su educación no le permite ceder a un asunto amoroso ligero con él. Bueno, ya veremos.
Hoy vinieron los médicos. Me auscultaron e hicieron infinidad de preguntas. Luego tuvieron una larga conferencia con Nouny. Él no estaba allí, lo que debió de haberles parecido extraño. Él pensó que todo el asunto era una farsa. Y lo era. Sólo quería tranquilizar a Nouny. Ella iba de un lado a otro con aspecto grave, haciéndome descansar y preguntando si sentía dolor. Fingí sufrir un poco, porque esto es lo que quería y le daba la oportunidad de sacar a relucir la cura de muérdago.
Buenas noches. Ahora voy a dormir.
Ursule
Había otra carta. Estaba comenzando a ver a Ursule como una persona muy distinta de lo que había imaginado. No era una inválida quejumbrosa. Lo que odiaba era su matrimonio. Me pareció que hubiera odiado el matrimonio con cualquiera. Carecía de pasión, de instintos maternales, pero podía sentir cariño. Era evidente que se lo tenía a Nou Nou y a Yvette. No deseaba tomar parte en la vida. Quería pasar los días en su cuarto, observando la conducta de los que la rodeaban. Lejos de estar apartada, se interesaba enormemente por lo que sucedía. Era como el público de una obra: deseaba ver cómo actuaban sin tomar parte en ella.
Cogí la última carta.
Mi querida Yvette:
Súbitamente, he advertido el drama que se desarrolla a mi alrededor. Creo que estamos al borde de la revolución. He estado leyendo los periódicos. Sé que las cosas son mucho más graves de lo que nos hemos permitido creer. Me pregunto qué sucederá con nosotros. Conversé con una de las doncellas que viene a limpiar. Nouny estaba echando una siesta, de modo que me habló libremente, cosa que no se hubiera atrevido a hacer de estar Nouny presente. Como sabes, es necesario ocultarme cualquier cosa desagradable. La chica me dijo que ha habido tumultos en varios puntos del país y que el pueblo va a levantarse, y a exigir sus derechos. Todo esto dicho, debo confesarlo, con cierta satisfacción. Mientras hablaba, miraba mi négligé como si en algún momento fuera a reclamarlo, como si le correspondiera. Es muy incómodo, y comencé a preguntarme qué iría a sucederme a mí si se diera este vuelco. No puedo imaginar a nadie tratando de quitarle a él su château, ¿y tú? Los sometería con una sola mirada.
Todo esto que está sucediendo, y el hecho de que no lo hubiéramos advertido, me hace ver que hay cosas que ocurren en mis propias narices, y que yo no he estado considerándolas correctamente.
Él sigue anhelando a la maestra y ella permanece alejada. Tal vez sepa que es la manera de acrecentar su ardor. Pero no estoy segura. Creo que ella es bastante prudente. De lo poco que me ha dicho Margueritte, saco la conclusión de que es la fuente de toda sabiduría. Siempre se trata de Minelle esto… Minelle lo otro. Minelle es nuestra dama maestra. Creo que es la versión que Margueritte ha dado a su nombre. Parece francés, pero la dama es tan inglesa como es posible serlo. Nuestra lengua suena algo incongruente en su boca, aunque la habla perfectamente.
Él quiere librarse de mí. Por supuesto, ha estado esperándolo durante mucho tiempo, pero nunca tan fervientemente como ahora. Cuando digo que desea sacarme de en medio, no me refiero a estar fuera de su vista, sino de la tierra. De pronto, comprendí esto con cierta conmoción, porque, como sabes, es un hombre que cuando desea algo lo desea impetuosamente, y no descansa hasta que lo consigue.
Yo, que he vivido así todos estos años —si a eso puede llamársele vida— me encuentro de pronto en medio de la intriga. Sabes, Yvette, hay varias personas que desean quitarme de en medio… no tibiamente, sino desesperadamente… y sin embargo al mismo tiempo quieren que viva. Si yo muriera, él volvería a casarse, pero ¿sería con Gabrielle? Gabrielle ha probado que puede engendrar un varón. Ahí están, para demostrarlo, esos seis pies de Fontaine Delibes. ¡Pobre Gabrielle, qué dilema! Si fuera libre, el conde podría casarse con ella. Pero ¿lo haría? Sé que ha sido una amante fiel durante años, pero la tradición quiere que, cuando un hombre es libre de casarse, no es a su madura amante a quien elige como esposa. Se vuelve y encuentra una joven. De modo que allí está nuestra paciente Gabrielle. ¿Qué siente al ver a esta joven maestra de escuela esclavizando a su amante? Y Etienne, ¿qué pensar de él?
Y luego está Léon. He descubierto algo sobre Léon. Fue la noche del baile. ¡Sé tantas más cosas de las que cree la gente! Yo siempre he enviado alimentos, ropas y hasta dinero a la familia de Léon. Sentía una cierta responsabilidad, porque a causa de que no tuve un varón mi esposo corrió tan salvajemente aquel día del terrible accidente. Una vez por mes, envío a Eduardo, uno de mis mozos, a la familia de Léon. Me trae noticias de ellos. Habla con ellos y luego regresa y me cuenta sus pequeñas cosas. Y luego, en la noche del baile… sucedió esto. Y Léon lo sabe. Ahora estoy demasiado cansada para contártelo. Es una larga historia… de modo que será la próxima vez. Pero Léon tiene miedo de lo que yo podría hacer. ¡Hay tanto drama en esta casa, Yvette! A veces me pregunto si todo terminará. Pero anima la vida, que podría tan fácilmente ser triste para mí. Apenas puedo esperar a ver lo que sucederá después.
Siempre me ha interesado la gente. Es curioso que yo haya deseado ser simplemente una espectadora. Pero es verdad. No quiero bajar a la pista. El matrimonio y todas sus implicaciones me resultan particularmente desagradables. Supongo que hay personas así. Aparecen de vez en cuando.
Hay momentos de diversión en mi vida: escribirte a ti, descubrir qué hace la gente. Y súbitamente, todo se ha vuelto tremendamente excitante.
No puedo esperar para ver lo que sucederá. Mañana te escribiré con más detalles. Ahora estoy algo cansada y me gusta estar bien para escribir mis cartas. Buenas noches.
Ursule
La carta cayó de mi mano. Miré la fecha. Había sido escrita la noche anterior a su muerte.
Ahora sabía por qué Yvette había decidido mostrarme las cartas. Me estaba diciendo que era imposible que Ursule se hubiera quitado la vida.
Esa noche dormí muy poco. Permanecí despierta, meditando lo que había leído.
*****
En la primera oportunidad, devolví las cartas a Yvette.
—¿Las habéis leído? —preguntó.
Asentí.
—¿Advertisteis cuándo fue escrita la última?
—Sí, la noche anterior a su muerte. Debió de haberla escrito poco antes de ingerir la dosis fatal.
—¿Creéis que es la carta de una mujer que piensa suicidarse?
—No.
—Sólo hay una explicación. Él la mató.
Yo permanecí silenciosa y ella continuó:
—La quería sacar de en medio. Ella lo sabía. De hecho, lo decía en la carta.
—No lo creo. La autopsia…
—Mi querida Minelle, no conocéis el poder del conde. Siempre ha sido así. Los médicos dirían lo que él ordenase.
—Seguramente, serían más íntegros.
—No sabéis cómo pueden suceder las cosas. Alguien ofende a una persona situada muy alto. Un tiempo después, recibe una lettre de cachet. Y no se vuelve a oír de él.
Yo estaba silenciosa y ella se acercó a mí y puso una mano sobre mi brazo.
—Si sois prudente —dijo— regresaréis a Inglaterra sin demora, y olvidaréis que alguna vez lo conocisteis.
—¿Dónde podría ir?
—¿Dónde iríais ahora si tuvierais dificultades?
—Supongo que me quedaría con Margot… aquí… con todos vosotros.
—¿Y si el conde viene a por vos, qué? —No dije nada y ella continuó—: Podría ofreceros el matrimonio. ¿Os casaríais con un asesino?
—No hay pruebas…
—¿No las encontrasteis en la carta? Leísteis lo que había escrito antes de morir. Habían estado allí los médicos. Él los había enviado a buscar para que diagnosticaran alguna enfermedad inexistente.
—Fue Nou Nou quien los llamó.
—Nou Nou siempre deseaba mandarlos a buscar. Fue simplemente cuestión de esperar a que volviera a solicitarlo.
—Si quería librarse de ella, ¿por qué no lo hizo hace tiempo?
—Porque vos no estabais allí.
—Pero él siempre deseó volver a casarse. Quería un hijo.
—Antes no había una mujer especial. Él estaba dispuesto a dejarlo en manos del destino y, si era necesario, recurrir a Etienne.
—Conjeturáis demasiado.
—¿No es claro para vos, o estáis voluntariamente ciega?
Sabía que estaba voluntariamente ciega. En las cartas, había pruebas suficientemente claras. La noche antes de morir, ella había manifestado su deseo de vivir.
Nunca en mi vida me había sentido más destrozada.
*****
Se sucedían los días calurosos. Cada mañana al despertar, mis primeros pensamientos eran para el conde. No podía quitarme de la cabeza la imagen de él entrando en el dormitorio y abriendo el armario de Nou Nou. Todas las medicinas estaban claramente etiquetadas con la letra de Nou Nou. Él vertía el líquido en el vaso… la dosis doble… o la triple… que significaba muerte.
¿Qué podía hacer? Si le preguntaba la verdad a él, no me la diría. Le gustaba mentir. ¿O me diría la verdad y trataría de hacerme creer que cualquier cosa que hubiese hecho no cambiaría nada entre nosotros? ¿Tenía razón? ¿Podría yo pasar por esa prueba? ¿No era cobardía huir de ella?
Pero eso era lo que debía hacer. En el primer estallido de pasión, podría olvidarlo, pero ¿cómo me sentiría más tarde, viviendo con un asesino?
En mis sueños, mi madre regresaba a mí. Me suplicaba. Luego, se cambiaba por Yvette y decía: «Ve a casa. No te retrases más».
Una semana después de la lectura de las cartas, sucedió algo extraño. Estuve a punto de creer que mi madre lo había arreglado con la ayuda divina.
Estaba en mi cuarto, dando vueltas al problema de lo que debía hacer, cuando Margot entró precipitadamente.
—¡Un visitante! —gritó—. Baja inmediatamente. Te sorprenderás.
Pensé en seguida en el conde.
—¿Quién es? —pregunté.
—No voy a decírtelo. Ven a ver. Es una sorpresa.
Dudé de que la llegada del conde pudiera ser una sorpresa tan grande, y por otra parte no habría provocado esta reacción en Margot. Me miré en el espejo.
—Estás bien —me aseguró Margot—. Y no hay tiempo de cambiarse ni nada de eso. Ven ahora mismo.
De modo que fui con ella y, con gran sorpresa, descubrí que el visitante era Joel Derringham. Lo miré alelada y él tomó mis manos.
—Parecéis sorprendida de verme —dijo.
—Estoy totalmente estupefacta.
—Había venido al sur de Francia, y supe por los de mi casa que estabais aquí. Pensé que era una buena idea ir a visitar al conde y a su familia. Fui al château y me informaron del casamiento de Margot y de que vos la habíais acompañado a Grasseville. De modo que aquí estoy.
—Os quedaréis un tiempo, espero —dijo Margot, con gran aspecto de châtelaine.
—Es amabilísimo de vuestra parte ofrecerme hospitalidad y estaré encantado de aceptarla.
—Minelle —ordenó Margot imperiosamente—, entretendrás a nuestro huésped mientras yo me ocupo de que preparen su habitación. ¿Qué diríais de un refresco, Joel? Cenamos a las seis.
—He tomado algo en una posada y estaré perfectamente bien hasta las seis, gracias.
Nos sentamos y cuando estuvimos solos me miró fijamente.
—Es agradable volver a veros —dijo.
—Han sucedido muchas cosas desde la última vez que nos vimos —repliqué trivialmente.
—Sí, muchas. Lamenté irme tan bruscamente.
—Oh, comprendo.
—¿Y cómo fue que dejasteis Inglaterra?
—Como sabéis mi madre murió, y sin ella la escuela no prosperaba. Cuando me ofrecieron la oportunidad de venir con Margot, fue una solución.
Asintió.
—Habéis cambiado poco, Minella. La muerte de vuestra madre fue un gran golpe, lo sé.
—El mayor que he sufrido.
No pudo evitar un ligero respingo, y comprendí que le había dicho que su partida brusca no me había afectado tanto.
—Era una mujer magnífica —dijo—. Mi padre siempre hablaba de ella.
Pero no tan magnífica, pensé, como para que su hija fuera considerada digna del hijo. No es que yo lo hubiera aceptado, me aseguré, arrogante, pero qué complacida habría estado mi querida madre si esa unión hubiera sido posible.
—¿Habéis disfrutado de vuestro viaje? —pregunté.
—No ha terminado aún.
—Creía que estabais en el camino de regreso a casa.
—De ninguna manera. Sucedió simplemente que supe que estabais en Francia y deseaba mucho veros. Este país es una hirviente caldera de descontento.
—Lo sé. Es imposible vivir aquí sin advertirlo.
—No es el lugar más seguro del mundo para una inglesa.
—Eso es bastante cierto.
—No deberíais quedaros aquí. No puedo comprender por qué el conde no ha dispuesto vuestro regreso a Inglaterra.
No dije nada.
Regresó Margot.
—Os enseñaré vuestro cuarto. Estoy segura de que querréis asearos y tal vez cambiaros. Veo que habéis traído con vos un sirviente. Ya se están ocupando de él. ¡Estoy tan complacida de que hayáis venido! Sé que Minelle también lo está.
Me miró de una manera algo equívoca y luego lo llevó a su cuarto.
Yo me retiré al mío. Estaba bastante impresionada en realidad por mi encuentro con él. Me traía recuerdos de casa. Podía ver con toda claridad a mi madre, con sus ojos bailando de excitación, mientras me mostraba el conjunto de amazona desplegado sobre el lecho.
No tardó en aparecer Margot. Tomó asiento en su silla favorita, frente al espejo, para poder mirarse mientras hablaba.
—Está más guapo que nunca —comentó—. ¿No piensas lo mismo?
—Siempre se le consideró buen mozo.
—Es un joven muy agradable. Tengo un interés especial en él, porque antes habían decidido que podría casarse conmigo.
—¿Te alegras de no haberlo hecho?
—Me pregunto qué hubiera dicho él de Charlot. No creo que hubiera sido tan tolerante como Robert, ¿no te parece?
—No tengo idea.
—¡Oh, es arrogante! Si recuerdo bien, lo cierto era que él estaba muy interesado en ti. ¿No fue ésa la razón por la cual lo enviaron tan deprisa al extranjero?
—Eso queda en el pasado.
—Pero el pasado revive, Minelle. Él lo ha resucitado con su aparición. Me gusta. Estoy segura de que Robert se pondrá celoso cuando sepa que una vez estuve destinada a él. Pero entonces le diré dónde está la verdadera ilusión de Joel. Creo que ha venido sólo para verte.
—Tonterías.
—Lo dices con un tono muy poco convincente. Creí que siempre te enorgullecías de tu adhesión a la verdad y a la lógica. Por supuesto que ha venido a verte. —Súbitamente, se puso seria—. Oh, Minelle, es lo correcto, ¡lo es realmente! Si él quiere llevarte a Inglaterra, debes ir.
—¿Quieres librarte de mí?
—Qué cosa tan cruel dices. Sabes que detestaría que te fueras. No estoy pensando en mí.
—Una experiencia nueva para ti.
—Abandona esa chanza estúpida. Esto es serio. Aquí las cosas van mal. En cualquier momento, va a producirse una explosión. ¿Qué crees que está sucediendo? ¿Y qué pasa con mi padre? Sé lo que él siente con respecto a ti… y tú hacia él. Eres una tonta, Minelle. No lo conoces. Desde el comienzo te dije que tiene el diablo dentro. No es bueno para ninguna mujer.
—Basta, Margot.
—No me callaré. Estoy preocupada por ti. Hemos pasado juntas por el asunto de Charlot. Te quiero. Quiero que seas feliz… como lo soy yo. Quiero que sepas lo que significa casarse con un hombre bueno. Si te casas con Joel Derringham, tendrás una vida tranquila. Y tú lo sabes.
—¿No deberíamos esperar a que me lo pidiera? Sabes que no lo ha hecho, y no hace mucho tiempo demostró claramente que, cuando la gente comenzaba a pensar en esos términos, lo mejor que podía hacer era irse.
—Ésa fue su familia. ¡Ideas tontas que tienen!
—Pero era necesario que él estuviese de acuerdo para irse.
—Lo hizo, porque siempre les había obedecido. Ahora ha madurado y ha cambiado de idea.
—Corres demasiado, Margot. Siempre lo has hecho. Él está simplemente visitando a viejos amigos. Dejémoslo así, ¿quieres?
Se acercó a mí y tomó mi mano. Luego me besó suavemente en la mejilla.
—Sé que soy una mariposa egoísta, pero hay gente que yo amo. Charlot, Robert y tú, Minelle. Quiero que seas feliz. Iré a Inglaterra, y tus niños y los míos jugarán juntos en los jardines de la mansión Derringham. Tú vendrás a Grasseville y cuando seamos viejas hablaremos de estos días y nos reiremos mucho al revivirlos en nuestra memoria. Es así como quiero que sea. Es lo mejor. En lo profundo de tu corazón, lo sabes. ¡Oh, estoy tan contenta de que haya venido!
Luego me besó dulcemente en la mejilla y salió corriendo de la habitación.
*****
Joel y yo salimos a cabalgar juntos. Hablamos de los viejos tiempos. ¡Cómo revivieron! Me llenaban de una nostalgia agridulce. Aquellos días felices en que una cinta nueva para un vestido era tan importante, y mi madre y yo solíamos sentarnos en nuestro pequeño trozo de césped para hablar sobre el futuro.
—Sé cómo la extrañáis —dijo Joel—. Fuisteis prudente al iros, aunque es una desgracia que hayáis venido a este país en este momento. Pero haber permanecido en la escuela, hubiera sido vivir con esos tristes recuerdos.
—¿Cuándo regresáis a casa?
—En cualquier momento… tal vez antes de lo que había pensado.
—Estoy segura de que vuestra familia no querrá que estéis en Francia en este momento.
—No. A propósito, mucha gente que conozco está haciendo apresurados preparativos para irse. Aquí, en este lejano rincón del campo, no tenéis idea de la rapidez con la que está cambiando la situación, y para peor. Creo que la corte se está vaciando a toda prisa. La gente encuentra excusas para abandonar Versalles.
—Suena a ominoso.
—Desde luego. Minella, debéis regresar a Inglaterra.
—¿Dónde podría ir?
—Podríais venir conmigo.
Levanté las cejas y pregunté:
—¿Dónde?
—Desde que me fui he estado pensado en esto. Fui un tonto al irme. No sé por qué lo hice. Durante meses he estado preguntándomelo. Entonces me prometí que rompería con todo esto y me procuraría intereses nuevos, pero no pude. El hecho es, Minella, que he estado pensando en vos todos los días desde la última vez que os vi. Ahora sé que siempre será así. Quiero casarme con vos.
—¿Y vuestra familia?
—Se acostumbrarán. Mi padre nunca ha sido un hombre severo. Ni mi madre. Quieren mi felicidad por encima de todo.
Denegué con la cabeza.
—No sería prudente. Habría oposición. No me aceptarían.
—Querida Minella, solucionaremos eso en una semana.
—No quiero ser aceptada a la fuerza.
—¿Ésa es la única razón por la cual vaciláis…?
—No lo es —repliqué.
—¿Entonces por qué…?
—En un caso como el nuestro, en que el matrimonio será considerado desigual…
—¿Desigual? ¡Qué tontería!
—Vuestros padres no parecían creerlo así. Afrontemos los hechos, Joel. Tendríamos que regresar a la pequeña comunidad en la cual viví durante años como la hija de la maestra de escuela. Fui incluso maestra de los hijos de vuestros amigos y vecinos. No cerremos los ojos a esa evidencia. Es una comunidad pequeña, y eso se recuerda siempre. Estoy mejor educada que vuestras hermanas, simplemente porque soy más apta que ellas para asimilar conocimientos, pero eso no cuenta. Ellas son las hijas de sir John Derringham, baronet y señor de la hacienda. Yo soy la hija de la maestra. En una sociedad como ésa, es un abismo insalvable.
—¿Intentáis decirme que una mujer como vos permitiría que una convención tan tonta la separara de lo que desea?
—Si lo deseara lo suficiente no, por supuesto.
—Queréis decir que no me amáis.
—Lo hacéis parecer antipático. Me gustáis mucho. Es un placer veros otra vez, pero el matrimonio es un asunto serio… algo que dura toda la vida. Creo que os apresuráis. Me veis como una damisela en apuros. Estoy varada aquí y la revolución me cerca. ¿Adónde puedo ir? Vos me rescataríais como un caballero medieval. Es muy encomiable, pero no es suficiente como para sustentar un matrimonio.
—No podéis olvidar que me fui. Si me hubiera quedado… enfrentándome a mis padres… hubiera sido distinto.
—¿Quién sabe? Desde entonces han sucedido tantas cosas…
—¿Lamentasteis que me fuera?
—Sí, lo lamenté. Me sentí un poco herida, pero no era una herida profunda.
—Voy a sugeriros que nos casemos aquí y ahora… en Francia. Luego regresaremos a Inglaterra… como marido y mujer.
—Es imprudente por vuestra parte, Joel. ¿Cómo os presentaríais ante vuestros padres?
—Tratáis de herirme. Lo comprendo. Yo os lastimé cuando me fui. Pero creedme, lo lamenté. Lo lamenté profundamente. Miradlo desde mi punto de vista, Minella. Viví con mis padres toda mi vida, excepto cuando estuve en la universidad. Somos una familia unida. Siempre tratamos de complacernos el uno al otro, y considerar lo que los demás desean. Es como una segunda naturaleza. Cuando mi padre me imploró que me fuera y lo pensara por un tiempo, le obedecí naturalmente, aun cuando mi deseo más fuerte era quedarme. Cuando conozcáis a mi padre, comprenderéis. Sin embargo, cuando os lleve como mi esposa os dará la bienvenida, porque eso es lo que me hará feliz. Ya os admira. Aprenderá a amaros, Minella. Por favor, no os dejéis influenciar por el pasado. Perdonadme lo que hice. Pensáis que es debilidad… y lo es, pero lo que ha sucedido me ha hecho estar seguro de lo que quiero, y sé que sin vos nunca podré ser realmente feliz otra vez. Hay cosas mías que encontraréis irritantes. Soy precavido… en exceso. Rara vez actúo sin pensar. Es mi naturaleza. De modo que cuando me enamoré, porque fue la primera vez —y será la última—, estaba inseguro de mis emociones. Sólo cuando me fui y estuve solo conmigo, comprendí. Ahora sé que quiero casarme con vos más que ninguna otra cosa. Quiero llevaros de regreso a Derringham quiero que pasemos allí el resto de nuestras vidas.
Mientras hablaba, fue como si mi madre estuviera de pie a su lado. Casi podía ver las lágrimas corriendo por sus mejillas y su mirada de alegría.
—¿Entonces, Minella? —preguntó suavemente.
—No puede ser —dije—. Es demasiado tarde.
—¿Qué queréis decir… con eso de demasiado tarde?
—Quiero decir que ya no es como antes.
—Si os lo hubiera pedido antes de irme… hubiera sido diferente… ¿Es eso lo que queréis decir?
—La vida no es estática, ¿no es verdad? Me ha alejado de Derringham. Hace pocos días, pensaba que no volvería a veros nunca. Entonces regresáis y me decís: «Casaos conmigo». Me estáis pidiendo que cambie mi vida en unos pocos minutos.
—Ya veo —dijo—. Debí haber esperado. Debí dejar que os acostumbrarais nuevamente a verme. Está bien, Minella, esperaremos. Tomaos unos días. Pensad en lo que significaría. Recordad aquellos paseos y cabalgatas que hicimos juntos, y las cosas de que hablamos. ¿Las recordáis?
—Sí, eran buenos tiempos.
—Habrá muchos como ellos, querida mía. Regresaremos al lugar al que pertenecemos. Estaremos juntos. Veremos llegar y partir las estaciones, y cada año que pase estaremos más juntos. ¿Recordáis cómo nos llevamos bien desde el principio? Estábamos hechos para entendernos, ¿no es así? Nadie me estimuló nunca tanto como vos durante nuestros paseos. Minella, esto es lo que vuestra madre más hubiera deseado.
En ese momento, me sentí muy conmovida. Tenía razón. Ella, que siempre había querido lo mejor para mí, había deseado esto desesperadamente. Recordé cómo había saqueado el Cofre de la Dote para comprarme ropas. Casi podía oír su alegre susurro: «Después de todo, no fue en vano».
Debía considerar esto, por amor a ella.
Él advirtió mi vacilación y gritó triunfante:
—¡Sí, Minella, debemos darnos tiempo para pensar! Pero no tardéis mucho, querida mía. Aquí estamos al borde de un volcán. No me sentiré seguro hasta que no estemos a bordo del paquebote y desembarquemos en suelo inglés.
Me sentí aliviada de no haber dado una respuesta inmediata. Quería estar sola para pensar.
No estaba enamorada de Joel. Me gustaba, lo respetaba, confiaba en él, lo comprendía, y podía prever la clase de vida que llevaría con él. Era un partido ventajoso. Era el hombre que mi madre hubiera elegido para mí.
¿Y el conde? ¿Lo amaba? No lo sabía. Lo único que sabía era que él me inquietaba más que nada en el mundo. ¿Confiaba en él, lo respetaba? ¿Cómo podía confiar y respetar a un hombre de quien sospechaba que había asesinado a su esposa? ¿Lo comprendía? ¿Cómo podía saber lo que sucedía en aquel cerebro tortuoso? ¿Y qué vida podía llevar con él? Pensé en las palabras de su esposa. Él estaba obsesionado conmigo, pero ¿cuánto tiempo duraría? Pensé en su amante, esperando como una araña para atrapar la mosca. Y el escenario donde se desarrollaban nuestras vidas: ese país torturado donde en cualquier momento podía estallar la catástrofe. ¿Y qué le sucedería entonces a la gente como el conde y su familia?
Pensé en los tranquilos prados de Inglaterra; los bosques donde las campánulas formaban un velo azul bajo los árboles, al comienzo del verano. Pensé en las prímulas y violetas en los setos, en las avellanas del otoño, y una ola de nostalgia me invadió. Pensé en buscar amentos para colocar en los floreros, y en cómo había llevado a las alumnas a pasear por el campo, para darles una lección de botánica elemental.
Joel apretó mi mano.
—Querida Minella, piensa en esto. ¡En lo que significaría para nosotros!
Lo miré, vi la bondad en su rostro, y pensé cuánto se parecía a su padre. En ese instante supe que si me llevaba a su hogar como su esposa, sir John y lady Derringham no permitirían que el hecho de que yo no fuese la novia que ellos hubieran elegido, obstaculizara su bienvenida. Supe que podría ganarme su amor y que sin mucha dificultad superaría todos los obstáculos interpuestos entre mí y la vida de felicidad que mi madre había anhelado.
Pero, desde luego, estaba el conde.
Si nunca lo hubiera conocido, no habría vacilado. Pero puesto que lo había conocido, ya nada podría ser lo mismo otra vez.
*****
Durante los dos días siguientes, estuve constantemente en compañía de Joel. No habló de matrimonio… era el más discreto de los hombres. Caminamos mucho juntos, hablamos de toda clase de temas que conocía: la enfermedad del rey de Inglaterra; la rebeldía de su hijo, el Príncipe de Gales; la insatisfacción de los ingleses con la familia real y la diferencia que había entre ese descontento y el que existía en Francia.
—Tenemos un temperamento distinto —dijo—. No creo que en Inglaterra vayamos a llegar a una revolución. Hay diferencias entre ricos y pobres, hay resentimiento, hay disturbios ocasionales… pero la atmósfera es muy distinta. Aquí se está acercando, Minella. Puede notarse sobre nuestras cabezas… a punto de estallar.
Estaba muy informado sobre la situación, y era irónico que fuera él, antes que ningún otro, el que me explicara las cosas. Era el observador que veía la mejor parte del juego. Además, era astuto, tenía talento político y era reflexivo.
—Luis es el peor de los reyes para este momento —explicó—. Es lamentable, porque es un buen hombre. Pero débil. Quiere ser bueno. Siente simpatía por el pueblo, pero es lerdo. Cree que todos son tan bienintencionados como él. ¡Ay de Francia! Y la reina, ¡pobre Maria Antonieta! Era demasiado joven como para soportar tanto peso. Ya sé que es culpable de grandes extravagancias, pero era una niña. Imagínala saliendo de la severidad y rigidez de su indomable madre, para pasar a ser el tesoro mimado de la disoluta corte de Francia. Como es natural, se le subió a la cabeza, y era demasiado frívola como para comprender el daño que estaba haciendo. Lo que se acerca es inevitable, y no traerá ningún beneficio a Francia. La plebe pedirá la cabeza de todo aristócrata que caiga en sus manos… sin importarle si es o no su enemigo. Ha habido injusticia y esto debería abolirse, pero la pasión dominante en el mundo es la envidia, y pronto la chusma harapienta atacará al noble en su castillo.
Era desagradable oírlo, y yo pensaba constantemente en el conde.
A Joel le gustaba caminar conmigo después de oscurecido, para poder mostrarme las estrellas: el brillo de Arturo y Capella titilando allá arriba; y cuando señaló a Marte, visiblemente rojo en el horizonte, fue una visión ominosa.
Volví a captar el placer de estar con él. Jamás era monótono. Podía discutir y estar en desacuerdo con la mayor gentileza.