Fue alrededor de una semana más tarde cuando me despertaron unos ruidos en la habitación contigua. Oí a madame Legère dándole órdenes a Jeanne.
El niño de Margot estaba por nacer.
Su parto no fue ni largo ni dificultoso. Fue muy afortunada, y a media mañana su niño había nacido.
Fui a verla poco después. Estaba tendida de espaldas en el lecho, muy soñolienta, exhausta, pero triunfante en cierto modo, y se la veía muy joven.
El niño estaba en una cuna, envuelto en franela roja.
—Se terminó, Minelle —dijo Margot débilmente—. Es un niño… un niño adorable.
Asentí, demasiado conmovida para hablar.
—Petit maman debe descansar ahora —dijo madame Legère—. Le traeré un rico caldo cuando despierte… pero primero debe dormir.
Margot cerró los ojos. Yo estaba muy inquieta, preguntándome cómo se sentiría cuando llegara el momento de separarse del niño, como seguramente sucedería.
Jeanne me siguió a mi cuarto.
—Os iréis pronto, mádemoiselle —dijo.
Asentí. Siempre sentía que debía guardarme de esos ojos inquisitivos.
—¿Os quedaréis con madame y el niño?
—Por un tiempo —repliqué secamente.
—Será un consuelo para ella ese pequeño. Después de todo lo que ha padecido. ¿Tiene ella madre y padre?
Quise decirle que no tenía tiempo para hablar, pero no me agradaba parecer abrupta, lo que podía levantar sospechas.
—Oh, sí, los tiene.
—Cabría pensar…
—¿Qué?
—Cabría pensar que ellos desearían tenerla consigo.
—Queríamos mantenerla alejada —dije—. Ahora, Jeanne, tengo cosas que hacer.
—Los mencionó una vez… Se le escapó algo. Parecía un poco asustada de su padre. Se ve que él es un caballero distinguido.
—Estoy segura de que comprendiste mal.
Entré en mi cuarto y cerré la puerta, pero cuando me alejaba de ella advertí la fugaz expresión de su rostro… la curva hacia abajo de los labios, algo que era casi una mueca.
Sospechaba algo, y, como madame Legère, estaba ansiosa por sonsacarnos.
Margot había sido indiscreta. Había charlado con demasiada libertad. Cuando pensaba en nuestra estancia allí, parecía extraño. Por supuesto, hubiera sido natural que una joven viuda tuviera su hijo en casa de sus padres, en lugar de venir a un lugar tan lejano con una prima que ni siquiera era de su misma nacionalidad.
Bueno, ya nos íbamos, pero me pregunté qué haría Margot cuando llegara el momento de separarse de su niño.
*****
Pasaron dos semanas. Madame Legère se quedó con nosotros. Margot no permitía que nadie pusiera los pañales a su niño, y le encantaba lavarlo y cuidarlo por sí misma. Dijo que lo llamaría Charles, y se transformó en Charlot.
—Le he puesto este nombre por mi padre —dijo—. Es Charles-Auguste Fontaine Delibes. El pequeño Charlot tiene mucho de su abuelo.
—No alcanzo a percibirlo —repliqué.
—Es que tú no conoces muy bien a mi padre, ¿no es cierto? Es un hombre difícil de entender. Me pregunto si el pequeño Charlot se parecerá a él cuando crezca. Será gracioso ver…
Se detuvo y su rostro se descompuso. Yo sabía que se negaba a creer que iban a separarla del niño.
Yo era joven e inexperta y no sabía cómo tratarla. A veces, la dejaba seguir como si fuera a guardar el niño y fuéramos a permanecer allí para siempre.
Sabía lo que iba a suceder. Pronto, el hombre y la mujer que nos habían llevado allí, volverían para recogernos. Más tarde, el niño sería entregado a sus padres adoptivos y Margot y yo seguiríamos viaje al château.
Algunas veces, me sentía obligada a recordárselo.
—No lo perderé por completo —gritaba—. Regresaré junto a él. ¿Cómo podría abandonar a mi pequeño Charlot? Debo asegurarme de que la gente que lo tiene lo ama. ¿No es verdad?
Yo trataba de calmarla, pero me asustaba imaginar el día en que llegara el momento de la separación.
Percibía la tensión en la casa. Todos esperaban el día de nuestra partida. El hecho de que nosotras mismas no lo conociéramos, no facilitaba las cosas.
Cuando iba al pueblo, los tenderos preguntaban por madame… la pobre pequeña que había perdido trágicamente a su marido. Pero ahora tenía al niño para consolarla. ¡Y un varón! Sabían que era lo que ella había querido.
Me pregunté cuánto sabían acerca de nosotras. Había visto a Jeanne chismeando en las tiendas, de vez en cuando. Éramos el tema de la pequeña ciudad y nuevamente se me ocurrió que el conde había cometido un error de juicio al enviarnos a un lugar tan pequeño, donde la llegada de dos mujeres como nosotras era un gran acontecimiento.
Durante la primera semana de septiembre, llegaron nuestros guardianes. Debíamos prepararnos para partir al día siguiente.
Todo había terminado. El carruaje estaba frente a la puerta. Monsieur y madame Bellegarde —otro primo y su esposa— iban a llevarnos a casa. Ésa era la historia.
—Tenéis unos primos muy amables, madame —dijo madame Legère—. Os llevarán a casa ¡y cómo querrán los abuelos al pequeño Charlot!
Se agruparon en la puerta de la casa madame Grémond y madame Legère, con Jeanne y Emilie en segundo término.
Ese grupo quedó grabado en mi memoria de manera indeleble, y a menudo, durante los meses siguientes, podía verlo con la imaginación como si estuviera allí.
*****
Margot llevaba el niño y vi que las lágrimas corrían lentamente por sus mejillas.
—No puedo dejarlo ir, Minelle, no puedo —murmuró.
Pero debía hacerlo, y en el fondo lo sabía.
La primera noche nos detuvimos en una posada. Margot y yo compartimos una habitación y tuvimos al niño con nosotras. Apenas dormimos, pues Margot habló la mayor parte de la noche.
Tenía las ideas más extravagantes. Quería que huyéramos y guardáramos el niño. La dejé hablar para calmarla, pero por la mañana le hablé razonablemente y la insté a abandonar esa novelería.
—Si no querías separarte de tu hijo, deberías haber esperado a casarte para tenerlo.
—¡No puede haber ninguno como mi pequeño Charlot! —gritó.
Amaba realmente a su pequeño. Me pregunté cuánto. Sus emociones eran efímeras, pero no obstante en ese momento las sentía con intensidad, y supuse que nunca había estado tan comprometida con un ser humano como lo estaba con su hijo.
Estaba contenta de las maneras frías, lejanas de los Bellegarde, sirvientes del conde. Habían sido enviados a realizar un trabajo e iban a hacerlo.
Margot me dijo:
—Veré a los padres adoptivos de Charlot y volveré a ver a Charlot. ¡Cómo pueden creer que algo podría mantenerme apartada de mi bebé!
Pero la separación había sido dispuesta con sutileza.
Habíamos llegado la noche anterior a una posada, y cansadas por el largo día de viaje, nos retiramos temprano y nos dormimos casi inmediatamente.
Cuando despertamos por la mañana, Charlot había desaparecido.
Margot, muy pálida, se sintió indefensa. No había imaginado que sería así.
Acudió a los Bellegarde, que le informaron gentilmente de que la noche anterior habían venido los padres adoptivos a llevarse a la criatura. No necesitaba temer por él. Había ido a una casa muy buena y estaría bien cuidado por el resto de su vida. Ahora debíamos irnos. El conde esperaba que llegáramos al château en los próximos días.