Fue al día siguiente cuando comenzó el drama. Empezó con la llegada de sir John a caballo, a la escuela.
—¡Señorita Maddox! —gritó, y su aspecto turbado me sorprendió—. ¿Está aquí? ¿Está Margot aquí?
—¿Margot? —contesté—. No. No la he visto desde hace varios días.
—¡Oh, Dios mío!, ¿qué habrá sido de ella?
Le miré sin comprender y él continuó:
—No la han visto desde anoche. Su lecho está intacto. Les dijo a las niñas que se acostaría temprano porque le dolía la cabeza. Es lo último que sabemos. ¿Tenéis alguna idea de dónde pueda haber ido?
Sacudí la cabeza y traté de recordar mi última conversación con Margot. No había nada que sugiriese que pensaba huir.
Cuando sir John regresó a su casa, me sentí muy inquieta. Me decía que era sin duda una broma. Regresaría riéndose de nosotros. Sin embargo, en los últimos tiempos había habido algo misterioso en Margot. Debería haberle prestado más atención, pero estaba muy absorbida en mis propios asuntos.
No podía dedicarme a nada y, a primera hora de la tarde, no pude resistir más y fui a la mansión para ver si había novedades. Esperé en el vestíbulo y, cuando Maria y Sybil bajaron a verme, sus rostros estaban tensos de excitación, aunque me pareció notar que la confusión las divertía.
—Creo que se ha ido con alguien —dijo Maria.
—¿Irse con alguien? ¿Con quién?
—Eso es lo que tenemos que descubrir. Joel está muy disgustado. —Maria me miraba—. Por cierto, había una alianza entre ellos.
—No puede haber huido —aseguró Sybil—. No hay nadie con quién hacerlo. Además, ella sabía que iba a casarse con Joel tan pronto como tuviera la edad adecuada. Por eso deseaban tanto que aprendiera inglés y le gustara estar aquí.
—¿Habéis interrogado a los sirvientes? —pregunté.
—Hemos interrogado a todos —replicó Maria—, pero no saben nada. Papá está frenético, y también mamá. Dice que tendrá que enviar un mensaje al conde y la condesa si no la encontramos mañana.
—Estaba al cuidado de papá —dijo Sybil—. Es espantoso para él. Espero que no suceda nada malo. Pensamos que tal vez se hubiera confiado a ti. Era más amable contigo que con nosotras.
—No me confió nada —dije, y pensé en aquellas ocasiones en las que había estado segura de ver en sus ojos un secreto.
Debí haberle preguntado qué sucedía. Pensé que deseaba decirlo. Margot no pertenecía a la clase de gente que guarda los secretos.
—Hay algo que podamos hacer… —comencé.
—Sólo podemos esperar —replicó Sybil.
Cuando estaba a punto de irme, entró en el vestíbulo uno de los mozos de cuadra, arrastrando a un jovencito de los establos que parecía más asustado.
—Señorita Maria —dijo el mozo—, creo que debería ver a sir John sin tardanza.
—¿Es acerca de mádemoiselle Fontaine Delibes? —preguntó Maria.
—La joven dama francesa, sí, señorita Maria.
Sybil corrió de inmediato en busca de su padre, mientras Maria tiraba del llamador y enviaba a un sirviente a buscarlo. Por fortuna, lo encontraron pronto y vino en seguida al vestíbulo. Yo sabía que no tenía ningún derecho a estar allí, pero estaba tan preocupada por Margot que permanecí obstinadamente en mi puesto.
El mozo barbotó:
—Aquí Tim tiene algo que deciros, sir John. Vamos, Tim. Di lo que sabes.
—Es nuestro James, señor —dijo Tim—. No ha estado en casa. Se ha ido con la joven dama francesa, señor. Dijo que se iba pero no le creíamos.
—¡Oh, Dios mío! —murmuró sir John, sin aliento y entrecerró los ojos como si deseara convencerse de que aquello no sucedía realmente.
Recordé a James. Era la clase de joven fácil de recordar, alto y sorprendentemente guapo, un joven fanfarrón y arrogante cuyo aspecto exterior parecía haberle insuflado una buena opinión de sí mismo.
Sir John pareció reanimarse. Miró fijamente al chico del establo y le ordenó:
—Dime todo lo que sepas.
—Sólo sé que se fue, señor. Sólo sé que dijo que iba a celebrar un matrimonio en sociedad como…
—¡Qué! —gritó sir John.
—Sí, señor, habló como si quisiera huir a un lugar de Escocia. Dijo que se casarían allí y que después él sería noble.
—No hay tiempo que perder —exclamó sir John—. Debo ir tras ellos. Debo regresar con ella antes de que sea demasiado tarde.
*****
Volví a la escuela porque no había razón para que me quedase. Imaginé que tanto Maria como Sybil tenían tendencia a suponer que yo era en cierta forma responsable de la perversidad de Margot, porque estaban convencidas de que ella se había confiado a mí. Hubiera debido asegurarles que no era así, pero ya lo haría la propia Margot cuando la trajeran de nuevo.
Tomé asiento en la sala y pensé en Margot, que se había mezclado en esa tonta aventura. ¿Qué sucedería si efectivamente se casaba con el mozo? ¿Cómo reaccionaría el conde ante esto? Nunca nos perdonaría por permitirlo. Margot sería abandonada sin duda, porque, ¿cómo podría el conde aceptar como yerno a un mozo de cuadra? ¿Cómo podía Margot haber hecho esto? ¡Sólo tenía dieciséis años y sufría un deslumbramiento pasajero por un mozo de cuadra! ¡Típico de ella! Sin duda, al comienzo pensó que era divertido. Era bastante infantil. Pero ¿cuál sería el resultado del asunto?
La señora Manser vino a verme. Había traído algunos huevos, pero el objeto real de su visita era el deseo de chismear. Tomó asiento frente a la mesa, con los ojos agrandados por la excitación.
—¡Qué lío! Esa pequeña dama… huyendo con James Wedder. ¡Dios me ayude! En la casa no podrán soportarlo.
—Sir John la llevará de nuevo a casa.
—Si llega a tiempo. James Wedder siempre fue aficionado a las muchachas. Tiene una alta idea de sí mismo, ése. En verdad, la suya es una linda figura. Dicen que en sus orígenes está emparentado con los Derringham. Creo que el abuelo de sir John era un tunante. Damas y muchachas del servicio… no le importaba nada, y eso quiere decir que hay mucha sangre Derringham por los alrededores… aunque tengan otros nombres. Hubo una de las chicas Wedder que tuvo dos bastardos suyos, así lo dicen, y ahí es donde aparece James. Siempre se dio aires este James. Y ahora huir así…
—No pueden haber ido muy lejos —comenté.
—¡Qué comienzo! Los traerán de vuelta a lo mejor… ¿y qué? —Me miró insinuante—. Decían que iba a haber alianza entre ella y el señor Joel. Por eso la trajeron aquí… por lo menos, eso es lo que oí. ¿Quién puede decir lo que pasará ahora?
—Ella es muy joven —dije—. La conocía bien… a causa de la escuela. Creo que tiene tendencia a actuar de manera imprudente y arrepentirse después. Espero que sir John llegue a tiempo.
—Dicen que el señor Joel está decidido a romper el matrimonio. Ha ido con su padre. Ese par pondrá un fin a esto, puedes estar segura. Pero ¡qué escándalo para la familia!
Pese a mi deseo de obtener toda la información posible, me alegré cuando la señora Manser se retiró. Me pareció que trataba de hacerme una advertencia disimulada, porque había notado que yo salía a veces a cabalgar con Joel Derringham. Aunque no había un abismo tan grande entre nosotros como el existente entre Margot y el mozo de cuadra, la diferencia no dejaba de ser clara.
La señora Manser pensaba que lo sensato era que yo aceptara el galanteo de su hijo Jim y aprendiera a ser la esposa de un granjero.
*****
Pasaron un día y una noche de ansiedad, y entonces llegaron sir John y Joel trayendo con ellos a Margot. No la vi. Estaba exhausta y turbada, y la acostaron. Nadie de la mansión me llamó para darme noticias, y una vez más fue la señora Manser la que me dio información.
—Los encontraron a tiempo. Los descubrieron, ya lo creo. Habían recorrido más de cien kilómetros. Se lo oí decir a Tom Harris, el mozo que acompañó a sir John. Le gusta tomar una jarra de nuestra cerveza casera en la galería. Dicen que estaban los dos asustados hasta perder el juicio y que el señor James no parecía tan audaz cuando se enfrentó con sir John. Lo echaron en el acto. Esto es lo último que oiremos de James Wedder, seguro. No parece cosa de sir John echar a un hombre cuando no tiene dónde ir, pero supongo que esto es diferente. Le servirá de lección.
—¿Se ha sabido algo de mádemoiselle?
—Tom Harris dijo que lloraba como si se le rompiera el corazón, pero la trajeron consigo… y ése es el fin de James Wedder para ella.
—¡Cómo pudo haber sido tan tonta! —exclamé—. Debería haberlo pensado.
—Bueno, él es un guapo muchacho y cuando las jovencitas se creen enamoradas no siempre piensan en lo que pasará.
Volví a notar que me hacía una advertencia.
La vida cambiaba con rapidez: mi madre se había ido para siempre y me abrumaban responsabilidades nuevas. La escuela no era la misma. Había perdido la dignidad que le imponía mi madre. Yo estaba bien educada y sabía enseñar, pero parecía muy joven y sabía que no confiaban en mí como en mi madre. Sólo tenía diecinueve años, y la gente lo recordaba. Descubrí que era más difícil que antes mantener el orden; había una cierta insubordinación. Margot no había vuelto a la escuela, aunque Maria y Sybil seguían acudiendo. Maria me dijo que, a finales del verano, su hermana y ella irían a una escuela superior en Suiza.
Mi corazón dio un vuelco. Sin las Derringham, la escuela perdería las alumnas que venían de la Casa… el refuerzo de nuestro pan, como lo llamaba mi madre. Pero no era tanto el refuerzo como el pan en sí mismo lo que debía preocuparme.
—Se habla de que mi hermano haga el Grand Tour —me dijo maliciosamente Maria—. Papá piensa que será una buena educación para él, y todos los jóvenes de su condición lo hacen. Partirá pronto.
Era como si la aventura de Margot con el mozo de cuadra hubiera puesto en movimiento algo que tenía por objeto cambiarlo todo.
Sentí un anhelo súbito de la compañía de Joel. ¡Era siempre tan amable, tan tranquilizador en cierta forma! Y si se iba en el Grand Tour, estaría fuera unos dos años. ¡Cuánto podía suceder en dos años! La pequeña escuela, en otro tiempo floreciente, podía llegar a la bancarrota. Sin los Derringham… ¿qué haría? Sentí que me culpaban por la indiscreción de Margot. A menudo habían dicho que Margot y yo éramos buenas amigas. Tal vez se decía también que yo me había permitido ser demasiado amiga de Joel Derringham… una unión que no podía tener un final honorable, y que ésta había sido una mala influencia para Margot.
Cuando dos niñas de una de las grandes casas de campo de los alrededores me anunciaron que se iban a una escuela superior, fue como si una luz roja parpadease en la boca de un túnel.
Saqué a Dote a dar un largo paseo, esperando encontrar a Joel y escuchar de sus propios labios la noticia de su partida. Pero no lo vi, y eso era de por sí significativo.
Un domingo por la mañana vino a verme. Cuando lo vi sujetar su caballo, mi corazón aceleró sus latidos. Parecía muy serio cuando entró a la sala.
—Me voy al extranjero en breve —me dijo.
Hubo un silencio roto, solamente por el tictac del reloj de la sala.
—Maria me habló de eso —me oí decir.
—Bueno, es que lo consideran parte de nuestra educación.
—¿Adonde iréis?
—Europa… Italia, Francia, España… el Grand Tour.
—Será muy interesante.
—Yo preferiría no ir.
—Y entonces, ¿por qué?
—Mi padre insiste.
—Ya veo, y debéis obedecer.
—Siempre lo he hecho.
—Y naturalmente, no podéis dejar de hacerlo. ¿Por qué lo haríais?
—Porque… Hay una razón por la cual no quiere irme —me miró directamente—. Nuestra amistad es importante para mí.
—Fue buena.
—Es buena. Volveré, Minella.
—Eso sucederá en el futuro.
—Pero regresaré. Y entonces os hablaré… muy seriamente.
—Si regresáis y estoy aquí, me interesará escuchar lo que tenéis que decir.
Él sonrió y le pregunté suavemente:
—¿Cuándo os vais?
—Dentro de dos semanas.
Asentí.
—¿Puedo ofreceros una copa de licor? La especialidad de mi madre. Estaba orgullosa de sus licores. También hay ginebra de endrinas. Muy sabrosa.
—Os, creo, pero ahora no quiero nada. Sólo vine a hablar con vos.
—Veréis algunas gloriosas obras de arte… y arquitectura. Podréis estudiar el cielo nocturno de Italia. Aprenderéis la política de los países por los cuales paséis. Será una educación.
Me estaba mirando casi con compasión. Pensé que si hacía cierto movimiento podría súbitamente acercarse a mí y abrazarme, e incitarme a ser tan tonta e imprudente como Margot y su mozo. Me dije que no. No me correspondía allanar el camino. Si lo deseaba lo suficiente, que lo hiciera. Me pregunté qué dirían los Derringham si Joel les dijera que quería casarse conmigo. Un segundo desastre, parecido al primero. La llamarían una mésalliance.
¡Oh, querida madre, qué equivocada estabas!
—Os veré antes de irme —estaba diciendo—. Quiero que salgamos a cabalgar juntos. ¡Hay tantas cosas que quiero discutir!
Cuando se hubo ido, me senté a la mesa pensando en él. Sabía lo que quería decir. Su familia, advirtiendo su interés por mí, lo enviaba lejos. El episodio de Margot los había puesto en guardia.
Sobre la chimenea colgaba el retrato de mi madre, que mi padre había hecho pintar durante el primer año de su matrimonio. Era agradablemente parecido a ella. Contemplé los ojos firmes, la boca decidida.
—Soñabas demasiado —dije—. Nunca significó nada.
Y además no estaba segura de quererlo. Todo lo que sabía era que mi mundo se desmoronaba a mi alrededor. Podía ver a las alumnas alejándose, y me sentí sola y un poco asustada.
*****
Joel partió y los días parecieron largos. Me alegraba al finalizar la jornada, aunque temía las largas tardes en que encendía las lámparas y trataba de dedicarme a preparar las lecciones del día siguiente. Estaba agradecida por la compañía frecuente de los Manser, pero siempre estaba consciente de Jim y sus esperanzas con referencia a él y a mí. Imaginé que la señora Manser le decía a su esposo que yo había recobrado la sensatez y había dejado de pensar en Joel Derringham.
Lamentaba profundamente la pérdida de nuestros ahorros. Había varios metros de lujosa tela en la habitación de mi madre, y tenía que considerar el mantenimiento de Dote. No podía deshacerme de la querida Jenny, que nos había servido tan bien, de modo que eran dos que mantener.
Maria y Sybil hablaban constantemente de su próxima partida a Suiza, y yo estaba acosada por el temor de no poder mantener la escuela en funcionamiento.
Cuando estaba sola por la noche, imaginaba que mi madre estaba allí y le hablaba. Me acostumbré a pensar que oía su voz por encima del gran abismo que separa a los muertos de los vivos, y esto me consolaba.
«Una puerta se cierra y otra se abre». Tenía a su disposición una reserva de esos manoseados refranes y los lucía cuando llegaba la ocasión. A menudo me gastaba bromas con ellos. Ahora los recordaba y me consolaban.
Había una cosa que me alarmaba, y era la creciente frialdad que me demostraban sir John y lady Derringham. Consideraban que me había comportado de manera muy inconveniente al permitir a su hijo que se sintiera atraído por mí. Yo debería haber tenido más cabeza y me echaban la culpa, viéndome —estaba segura— como una aventurera intrigante. Aun cuando habían enviado a Joel a su Grand Tour, creo que habían decidido que no me darían más oportunidades de practicar mis artimañas, lo que por supuesto significaba que me retiraban su protección. Mi madre hablaba constantemente del gran bien que nos había venido a través de ellos, y yo me pregunté por cuánto tiempo podría mantener la escuela con pérdidas.
Un furioso día de marzo vino Margot a decirme adiós. Parecía apaciguada, pero detecté una chispa de disimulo en sus ojos.
Era domingo, un día en que no había escuela, y supuse que por eso lo había elegido.
—Hola, Minelle —dijo—. Me voy a casa la semana próxima. He venido a decirte adiós.
Me sentí súbitamente desolada. Yo había querido a Margot, y parecía que todo y todos los que me importaban se alejaban de mí.
—Este pequeño episodio —abrió las manos como para abarcar la escuela, yo y toda Inglaterra— está terminado.
—Bueno, ha sido una experiencia para ti.
—Triste, sí, y feliz… y divertida. Nada llega a serlo todo, ¿no es verdad? Siempre hay un poco de todo. Pobre James. A menudo me pregunto dónde está. Enviado afuera, en desgracia. Pero encontrará un nuevo lugar… más chicas que amar.
—¿Y tú?
—Yo también.
—Fue una tontería, Margot.
—Sí, ¿no es cierto? Como muchas aventuras, es más divertido planearlas que llevarlas a cabo. Acostumbrábamos a yacer bajo la cerca en los arbustos y hacíamos planes. Eso era lo mejor. ¡Era tan peligroso! Yo solía correr a reunirme con él en cualquier momento.
—Hasta cuando jugabas al escondite —dije.
Asintió, riéndose de mí.
—Cualquiera podría habernos visto en cualquier momento. Decíamos que no nos importaba.
—Pero te asustaba lo que pudiera pasar.
—¡Oh, sí! Pero a mí me gusta tener miedo. ¿A ti no? Oh, no, eres demasiado correcta. Aunque, ¿qué me dices de tú y Joel, eh? En cierta forma, estamos en la misma posición… dos de la misma clase, como se dice, ¿no? Ambas perdimos a nuestros amantes.
—Joel no era mi amante.
—Bueno, esperaba serlo. Y tú también. Me hacía reír… Tú… la maestra de escuela. Yo… y el mozo de cuadra. Era una danza… la danza de las clases. Gracioso, ¿no crees?
—No.
—Te has transformado en una verdadera maestra. Minelle. Pero nos divertimos juntas. Y ahora yo regreso a Francia. Sir John y lady Derringham anhelaban verse libres de mí, y ahora me voy.
—Lo siento. Te echaré mucho de menos.
Se puso de pie y con su ímpetu habitual me echó los brazos al cuello.
—Y yo a ti, Minelle. Siempre me gustaste más que todas. No puedo hablar con Marie y Sybil. Me miran por encima de sus tontas narices como si tuviera la peste… y todo porque he conocido algo que ellas no conocen… y probablemente no conocerán nunca. Tal vez puedas venir a verme a Francia.
—No veo cómo podría.
—Podría invitarte.
—Eres muy amable, Margot.
—Minelle, estoy algo preocupada.
—¿Preocupada? ¿Por qué?
—No sé qué puedo hacer.
—Tal vez quieras explicarte.
—Cuando James y yo yacíamos tras la cerca bajo los arbustos, no hacíamos solamente planes.
—¿Qué quieres decir?
—Voy a tener un hijo, Minelle.
—¡Margot!
—¡La última vergüenza! —gritó—. No es tanto lo que uno hace, sino que lo atrapen haciéndolo. Ves, James podría haber sido mi amante y hubiera sido un lamentable incidente… algo para ser apartado y olvidado. Pero cuando hay una evidencia viva de nuestra relación, ¿qué pasa? Vergüenza. Desastre. Bueno, eso es la historia, Minelle. ¿Qué voy a hacer?
—¿Sir John y lady Derringham lo saben?
—No lo sabe nadie; sólo tú… y yo.
—Margot, ¿qué puedes hacer?
—Eso es lo que quiero que me digas.
—¿Qué podría aconsejarte? Vas a tener un hijo y es imposible ocultarlo.
—Será ocultado. La gente ha tenido hijos ilegítimos en el pasado y los ha escondido.
—¿Cómo lo harás?
—Eso es lo que tengo que descubrir.
—Margot, ¿cómo puedo ayudarte yo en eso?
—Eso es lo que vine a decir. —Vi el miedo en sus ojos—. Tengo miedo de ir a casa… en ese estado. Pronto lo verán, ¿no es verdad? Y mi padre…
En mi imaginación, pude verlo tan claramente como la primera vez en la mansión Derringham. Podía sentir sus labios duros contra los míos.
—Tal vez comprenda —sugerí.
Margot se rió con profunda amargura.
—Él habrá tenido sus bastardos, no lo dudes. Eso no es nada… una bagatela. Pero lo que es aceptable para un hombre como mi padre, es la última desgracia para su hija.
—Es injusto.
—Claro que es injusto, Minelle, pero ¿qué voy a hacer? Cuando pienso en enfrentarme a mi padre, me vienen deseos de subir a lo más alto de la torre y arrojarme desde allí.
—No hables así.
—Nunca lo haría, por supuesto. ¡Siempre estoy tan interesada por saber lo que viene después! Minelle, huyamos… tú y yo. La escuela no va bien, ¿no es cierto? Les he oído hablar. Joel se ha ido. El amante que debía obedecer a sus padres antes que seguir a su amor. ¡Ufff! —castañeteó los dedos—. James… era osado. «Nos haremos gitanos —decía—, haré una fortuna y viviremos en un castillo tan grande como el de tu padre…». Y luego llega sir John y él se marchita como un niño asustado. No soy tan débil. Y tú tampoco. No pertenecemos a la clase de gente que hace algo porque es lo que siempre se ha hecho. Podemos tomar decisiones. Podemos luchar.
—Estás diciendo tonterías, Margot.
—¿Qué voy a hacer entonces?
—Hay sólo una cosa que puedes hacer. Debes ver a sir John y decirle que estás esperando un niño. Es bueno. Te ayudará y sabrá qué hacer.
—Prefiero decírselo a él que a mi padre.
—Tal vez tu madre ayude.
Margot se echó a reír.
—Mi madre no se atrevería a hacer nada. Se limitaría a decírselo a él, y eso puedo hacerlo yo.
—¿Qué piensas que hará él?
—Enloquecerá de furia. Soy la única hija del matrimonio. Ya eso lo irrita. No hay ningún hijo para llevar el apellido, mi madre es demasiado débil y enfermiza, y los médicos insisten en que no debe tener más hijos. De modo que soy la esperanza de la casa. Debo hacer un gran matrimonio. Aunque se habló de Joel para mí, no creo que mi padre pensara que es ideal. Sólo estaba considerándolo porque hay problemas en Francia, y pensó que tener posesiones inglesas podría resultar útil en el futuro cercano. Bueno, ¡ahora la esperanza de la casa va a tener un bastardo y el padre es un mozo de cuadra!
Rompió a reír con fuerza, lo que me alarmó porque comprendí que, pese a su conversación frívola, estaba al borde de la histeria.
¡Pobre Margot! Su situación era totalmente desdichada y, tal como yo lo veía, había una sola manera de salir de ella. Debía decírselo a sir John y pedirle ayuda.
Ella no se mostró de acuerdo y continuó haciendo planes locos para nuestra huida, pero finalmente logré hacerle comprender que esto sería tan inútil como su fuga, y cuando me dejó parecía algo más tranquila y pensé que había decidido que lo único que podía hacer era confesar su situación.
Al día siguiente, después de la escuela —cuando estaba guardando los libros y tratando de luchar contra la depresión que me había invadido al enterarme de que otras dos alumnas se iban al final del curso— llegó Margot.
Había corrido todo el camino desde la casa y estaba sin aliento. La hice sentarse, le di un vaso del tónico de mi madre —que ella decía que era bueno para la depresión— y no quise escucharla hasta que lo hubo tomado.
Luego me contó que había hablado con sir John.
—Creí que se moría de la impresión. Parecía pensar que, aunque éramos amantes y habíamos planeado casarnos, era absolutamente imposible que nos hubiéramos comportado de esta «manera irresponsable», como dijo. Al principio no me creyó. Cree que soy muy inocente y pienso que los niños se encuentran bajo los arbustos de grosellas. Decía: «No puede ser. Es un error. Querida Margot, sois una niña…». Le dije que era lo suficientemente crecida como para tener un hijo y hacer antes todo lo necesario para producirlo. ¡La forma en que me miró! Podría haberme reído si no hubiera estado algo atemorizada. Luego dijo lo que yo ya sabía: «Debo informar a vuestros padres de inmediato». Así que ya ves, Minelle, lo que has hecho. A causa de tu consejo, hemos provocado lo que queríamos evitar.
—Era imposible evitarlo, Margot. ¿Cómo podrías guardar semejante secreto? No es como si fuera sólo cuestión de tener un niño. Después de su nacimiento, el niño estará allí. ¿Cómo podrías arreglártelas… sin que lo supieran?
Sacudió la cabeza.
Luego me miró con firmeza, sus enormes ojos oscuros como brillantes lámparas en su rostro pálido.
—Me aterra enfrentarme a él —dijo.
Me daba cuenta e hice lo posible por consolarla. Su naturaleza era tal que podía estar profundamente desesperada y momentos después estallar en jooe de vivre. Reía mucho, pero yo sabía que a menudo se trataba de histeria y que su padre la aterrorizaba.
No partió para Francia en la fecha prefijada. Vino a la escuela a decirme que su padre venía a Inglaterra y debía esperarlo en la casa. Ahora había adoptado un aire de desafío, pero me pregunté si sería real. ¡Pobre Margot! Tenía grandes problemas.
Fue la señora Manser quien me dijo que el conde había llegado.
—Presumo —explicó— que ha venido a llevarse a mádemoiselle a casa. Le echará una bronca, con toda seguridad. ¡Imagina la furia del conde ante la huida de su hija con un mozo de cuadras!
—Puedo imaginármela perfectamente.
—¡Ya lo creo! Es un caballero que tiene una alta opinión de sí mismo. Sólo tienes que verlo cabalgando para darte cuenta. ¡Y su hija pensando en casarse con James Wedder! Nunca oí nada parecido. No se hace, sabes. Dios nos pone donde estamos, y yo digo que allí deberíamos quedarnos.
No estaba de humor para escuchar sus homilías, y cuando me invitó a cenar aduje mucho trabajo escolar.
—¿Cómo va la escuela, Minella?
Su frente estaba surcada por arrugas de ansiedad, pero la boca traicionaba una cierta satisfacción. En su opinión, no era correcto que las mujeres fueran otra cosa que esposas, y cuanto menos beneficiosa fuera la escuela, más pronto volvería yo a la sensatez. Quería ver a su Jim establecido con una esposa de su elección (y por terrible que parezca, yo lo era), y los pequeños corriendo por la granja, aprendiendo a ordeñar vacas y alimentar gallinas. Sonreí, imaginando el disgusto de mi madre.
A poco de haberse ido la señora Manser, llegó un mensajero desde la Casa. Mi presencia era requerida allí y sir John y lady Derringham estarían complacidos si iba sin tardanza. Era casi una convocatoria.
Pensé que podía tener algo que ver con la partida de Maria y Sybil. Tal vez no terminaran el curso, sino que se irían de inmediato. Con cierta turbación, comprendí que el conde estaría allí. Pero parecía poco probable que lo viera.
Crucé el prado, dejé atrás el reloj de sol y entré en el vestíbulo. Uno de los lacayos me dijo que sir John estaba esperándome en el salón azul, y que me llevaría allí sin demora. Abrió la puerta, me anunció y vi a sir John de pie, de espaldas al fuego de leños. Mi corazón saltó y comenzó a palpitar desordenadamente porque el conde estaba junto a la ventana, mirando hacia el exterior.
—Ah, señorita Maddox —dijo sir John.
El conde dio media vuelta y se inclinó.
—Me atrevo a pensar que os preguntáis por qué os hemos hecho venir —empezó sir John—. Tiene que ver con este penoso asunto de Margueritte. El conde tiene una proposición que haceros y voy a dejaros con él para que se explique.
Me indicó una silla de alto respaldo enfrente a la ventana y me senté.
Cuando la puerta se hubo cerrado tras sir John, el conde tomó asiento en el vano de la ventana, cruzó los brazos y me miró con firmeza.
—Mádemoiselle Maddox, ya que habláis mi lengua mejor que yo la vuestra, me parece oportuno mantener esta conversación en francés. Quiero que entendáis bien la naturaleza de mi propuesta.
—Si hay algo que no entiendo, lo diré —respondí.
Una vaga sonrisa plegó sus labios.
—Comprenderéis, mádemoiselle, porque vuestros conocimientos son grandes. Ahora bien, este penoso asunto de mi hija. ¡Qué desgracia! Qué vergüenza… para nuestra noble casa.
—Es desgraciado, por cierto.
Movió las manos y volví a notar el anillo de sello y el exquisito encaje blanco de los puños.
—No tengo intenciones de permitir que sea más infortunado de lo necesario. Debo informaros de que no tengo hijos. Mi hija es la que deberá llevar adelante nuestra noble estirpe. Nada puede evitarlo. Pero antes debe producir este… bastardo… este hijo de un mozo de cuadra. Él no llevará nuestro nombre.
Le recordé que la criatura podía ser niña.
—Esperemos que sí. Una hija sería menos problema. Pero primero debemos considerar lo que debe hacerse. Esta criatura debe nacer en la oscuridad. Puedo arreglar eso. Margueritte irá a un lugar que conseguiré para ella. Irá como madame —Fulana o Mengana— y tendrá consigo una compañera. Margueritte será una viuda desolada porque su joven esposo murió en un accidente. Su amable prima la cuidará. El niño nacerá, se le darán padres adoptivos y Margueritte regresará a su hogar. Será como si este infortunado asunto no hubiera sucedido nunca.
—Parece una solución sencilla.
—No tan sencilla. Es necesario planearla. No me agradan estos secretos en las familias. Éste no es el fin del asunto… no con un niño que estará allí todo el resto de su vida. Veréis, mádemoiselle, estoy muy inquieto.
—Lo entiendo perfectamente.
—Sois una joven muy comprensiva. Lo supe desde la primera vez que nos vimos. —Sonrió levemente y permaneció un momento silencioso. Luego continuó—: Veo que estáis desconcertada. Os preguntáis dónde intervenís vos. Ahora os lo diré. Vos seréis la prima.
—¿Qué prima?
—La prima de Margueritte, naturalmente. La acompañaréis a un lugar que encontraré para las dos. La cuidaréis, estaréis con ella, evitaréis que vuelva a actuar tontamente… y yo sabré que está en buenas manos.
Estaba tan estupefacta, que tartamudeé:
—Es… es imposible.
—¿Imposible? Es una palabra que no me gusta. Cuando la gente que dice «Imposible», decido de inmediato que yo lo haré posible.
—Tengo mi escuela.
—Ah, vuestra escuela. Eso me entristece. Me enteré de que no va tan bien como debería.
—¿Qué queréis decir?
Levantó las manos y de alguna manera se las arregló para expresar que estaba desolado por mis contratiempos, mientras sus labios demostraban que encontraba mi situación divertida… y algo gratificante.
—Es hora de que hablemos francamente —prosiguió—. Mádemoiselle Maddox, tengo mi problema. Y vos el vuestro. ¿Qué haréis cuando la escuela dé pérdidas en lugar de ganancias? Decidme.
—Ese problema no surgirá.
—Oh, vamos, ¿no os pedí que habláramos con franqueza? Disculpad mi brusquedad, pero vos no sois una figura como la de vuestra madre. La gente vacila. ¿Enviaré a mis hijas a una escuela donde la principal… la única maestra… es apenas algo más que una niña? Ved lo que sucede. Una alumna huye con un mozo de cuadra. ¿Hubiera sucedido esto mientras vuestra madre estaba al frente?
—La fuga de vuestra hija no tiene nada que ver con la escuela.
—Mi hija pasaba muchas horas con vos en la escuela. Allí, chismeaba y contaba sus secretos de amor, estoy seguro de ello. Luego se fuga con el mozo de cuadra. Es desastroso para ella… para nosotros… para vos y la escuela. En especial, cuando oigo rumores de que el hijo de esta casa tuvo que partir para su Grand Tour con cierta prisa, a causa de vos.
—Sois… ofensivo.
—Lo sé. Para deciros la verdad, es parte de mi encanto. Lo cultivo. Es mucho más atractivo que la genialidad. En especial cuando estoy diciendo la verdad, y ésta es, mi querida mádemoiselle, que estáis en una situación incómoda… y yo también. Seamos amigos. Ayudémonos. ¿Qué haréis cuando la escuela no os dé para vivir? Juraría que os transformaréis en la gobernanta de algunas criaturas odiosas que os harán la vida imposible. También podríais casaros. Podríais ser la esposa de un granjero, quizás… y permitidme deciros que ésta sería la peor de las tragedias.
—Parecéis saber mucho sobre mis asuntos personales.
—Es para mí una cuestión de honor saber lo que me interesa.
—Pero no puedo hacer lo que sugerís.
—Para ser una joven tan inteligente, decís cosas tontas a veces. Pero sé que no lo hacéis en serio, de modo que esto no altera mi opinión sobre vos. Estoy interesado en vos, mádemoiselle. ¿Acaso no estáis a cargo de mi hija y vais a tomaros aún más interés en ella? Quiero que partáis lo más pronto posible, pero comprendo que debéis tener asuntos que arreglar. Soy un hombre razonable. No querría apresuraros demasiado, y por fortuna tenemos algo de tiempo.
—Vais muy de prisa.
—Siempre lo hago. Es la mejor manera de viajar. Pero advertiréis que la prisa no es excesiva. Sólo la velocidad necesaria. Bueno, la cuestión está arreglada. Vayamos a los detalles.
—La cuestión está muy lejos de haber quedado arreglada. Suponed que accedo… y permanezco con Margot hasta que nazca el niño. ¿Qué pasará después?
—En mi casa habría un puesto para vos.
—¿Puesto? ¿Qué puesto?
—Eso podremos decidirlo. Seréis la prima de Margueritte durante su estancia en la casa a la cual os enviaré. Tal vez podríais seguir siéndolo. Siempre me ha parecido que, cuando se engaña, es necesario ser consecuente. Debe uno acercarse a la verdad tanto como sea posible y hacer plausible la ficción. Realidad y ficción deben entretejerse hábilmente para dar la impresión de verdad completa, y, una vez establecida como prima, quizá sería mejor que continuarais siéndolo. Vuestra nacionalidad crea dificultades. Debemos decir que la hija de un tatarabuelo se casó en Inglaterra y que vos pertenecéis a esa rama del árbol familiar, lo que os transforma en prima, aunque lejana. Seréis la compañera de Margueritte y cuidaréis de ella. Lo necesitará. Este episodio lo ha probado. ¿No es una buena proposición? Os saca a vos de vuestras dificultades y a mí de las mías.
—Parece bastante escandaloso.
—Las mejores cosas de la vida pueden serlo. Comenzaré a hacer arreglos sin demora.
—Todavía no he aceptado.
—Pero lo haréis, porque sois una mujer de notable buen sentido. Cometéis vuestros errores como cualquiera de nosotros, pero no los repetís. Sé esto y quiero que prestéis a Margueritte algo de sensatez. Me temo que es una niña muy voluble.
Se puso de pie y se acercó a mi silla. Yo también lo enfrenté. Puso las manos sobre mis hombros y recordé vívidamente aquella otra ocasión en su dormitorio. Creo que él también, porque percibió mi encogimiento y esto le divirtió.
—Siempre es erróneo tener miedo a la vida —dijo.
—¿Quién cree que yo le tengo miedo?
—Puedo leer vuestros pensamientos.
—Entonces sois muy listo.
—Descubriréis cuan listo soy… con el tiempo, tal vez. Ahora voy a ser amable, además de listo. Esto os ha sobrevenido como un golpe. No teníais idea de la proposición que iba a haceros, y veo cómo los pensamientos se arremolinan en vuestra cabeza. Querida mádemoiselle, afrontad los hechos. La escuela está en decadencia. Este asunto de mi hija ha impresionado a los miembros de la nobleza. Podéis decir que no teníais nada que ver con eso, pero Margueritte estaba en vuestra escuela y habéis tenido la desgracia de atraer al heredero de los Derringham. Vos no podéis evitar ser encantadora, pero esta gente no es tan perspicaz como yo. Dirán que intentasteis atraparlo y que los Derringham lo advirtieron a tiempo y lo enviaron fuera. Injusto, decís. Vos no teníais intención de atrapar a ese joven. Pero no siempre es la verdad lo que cuenta. Doy a vuestra escuela otros seis meses… ocho tal vez… ¿y entonces qué? Vamos, sed razonable. Sed la prima de Margueritte. Yo me ocuparé de que no volváis a tener problemas financieros. Huid de esa escuela llena de tristes recuerdos. Sé del amor que había entre vos y vuestra madre. ¿Qué otra cosa podríais hacer aquí más que poneros melancólica? Huid de la calumnia, de los chismes. Mádemoiselle, este desdichado estado de cosas puede brindaros una nueva vida.
¡Había tanta verdad en algunas de las cosas que decía! Me oí murmurar:
—No puedo decidir de inmediato.
Lanzó un pequeño suspiro de alivio.
—No, no. Sería pedir demasiado. Tenéis hoy y mañana para decidir. Pensaréis en esto y en el apuro de mi hija. Ella os tiene cariño. Cuando le dije lo que proponía se sintió feliz. Os quiere, mádemoiselle. Pensad en su desesperación. Y también en vuestro futuro.
Tomó mi mano y la besó. Me avergonzaba la emoción que provocaba en mí y me odié a mí misma por dejarme impresionar tanto por semejante galanteador. Porque estaba segura de que lo era.
Luego se inclinó y me dejó.
Regresé pensativa a la escuela.
*****
Permanecí despierta hasta muy tarde aquella noche, mirando los libros. De todos modos, sabía que no podría dormir. Me sorprendía el efecto que producía en mí aquel hombre. Me repelía y sin embargo me atraía. No podía dejar de pensar en él. Estar en su casa… tener una posición allí… ¡una especie de prima! Sería una «pariente pobre», una suerte de compañera para Margot. Bueno, pero de lo contrario, ¿qué haría?
No necesitaba que me dijeran que la escuela estaba en decadencia. La gente iba a culparme de la indiscreción de Margot. ¿Y era verdad que insinuaban que había tratado de atrapar a Joel Derringham para casarme con él? La costurera sabría de los trajes que mi madre había encargado. Era probable que hubiera visto las telas en el armario. Me había comprado un caballo para poder cabalgar con Joel. ¡Oh, podía imaginar lo que decía la gente!
Ansié desesperadamente el consejo sensato de mi madre, y de pronto supe que nunca podría ser feliz en la escuela sin ella. Había demasiados recuerdos. A cualquier lado que me volviera, podía imaginarla con claridad.
Quería irme. Sí, el conde tenía razón, me enfrentaría a la verdad. La idea de ir a Francia, de permanecer junto a Margot hasta que naciera su niño y luego ir a vivir a casa del conde, me excitaba, me apartaba de mi pérdida y mi dolor con mayor eficacia que cualquier otra cosa.
No es extraño que no pudiera dormir.
Durante el día, mientras daba clase, estuve abstraída. Había sido todo mucho más sencillo cuando las alumnas estaban divididas entre mi madre y yo. Ella había tomado las mayores y yo me arreglaba fácilmente con las más pequeñas. Antes de que yo actuara como maestra, se las había compuesto muy bien, pero aun así siempre había considerado como una bendición que fuéramos dos. Ella había nacido maestra. Yo no.
Durante todo el día pensé en la oportunidad que me habían ofrecido y empezó a parecerme una aventura que volvería a instaurar mi interés por la vida.
Cuando cerré la escuela, llegó Margot. Se arrojó en mis brazos y me estrechó.
—¡Oh, Minelle, de modo que vienes conmigo! Si tú estás allí, nada parece tan malo. Papá me lo contó. Dijo: «Mádemoiselle Maddox te cuidará. Está pensándolo, pero no dudo de que vendrá». Me sentí más feliz que en todo este tiempo.
—No está arreglado —dije—. Todavía no me he decidido.
—Pero vendrás, ¿no es cierto? Oh, Minelle, si dices que no, ¿qué haré?
—No soy realmente necesaria para el plan. Irás tranquilamente al campo donde nacerá tu hijo y allí están sus padres adoptivos. Luego irás a casa de tu padre y comenzarás de nuevo. No es una historia poco común en familias como la vuestra, creo.
—¡Oh, tan fría! ¡Tan exacta! Eres justo lo que necesito. Pero, Minelle, mi querida, querida Minelle, tendré que vivir con este oscuro, oscuro secreto. Necesitaré ayuda. Te necesitaré a ti. Papá dice que serás mi prima. ¡Cousine Minelle! ¿No suena perfecto? Y después que termine este horrible asunto, estaremos juntas. Tú eres la única razón por la cual me gustaba estar aquí.
—¿Y no con James Wedder?
—Oh, eso fue divertido por un tiempo, pero mira adonde me ha conducido. No es tan malo como temí. Hablo de papá… Al principio estaba furioso… me despreciaba… y no por haber tenido un affaire, ¿sabes? Es porque fui tan tonta como para quedar embarazada. Dijo que debería haber sabido que habría en mí un rasgo de sensualidad. Pero si tú vienes conmigo, Minelle, todo estará bien. Lo sé. Vendrás… debes venir.
Había caído de rodillas con las manos juntas, como si estuviera rezando.
—¡Por favor, por favor, Dios mío, haz que Minelle venga conmigo!
—Ponte de pie y no seas tan tonta —le dije—. No es momento para histrionismos.
Rompió en carcajadas, lo que era, según comenté, muy poco apropiado para una mujer caída.
—¡Te necesito, Minelle! —gritó—. Me haces reír. Tan sérieuse… y sin embargo no es exactamente así. Te conozco, Minelle. Tratas de hacerte la maestra, pero nunca podrías serlo de verdad. Es lo que siempre he creído. Joel fue un estúpido. Mi padre dice que está lleno de serrín… y no de buena sangre roja.
—¿Por qué diría eso de Joel?
—Porque se fue cuando papá Derringham se lo ordenó. Papá desprecia esa actitud.
—¿Te desprecia a ti por ir donde te dice?
—Eso es distinto. Joel no estaba preñado.
La risa estalló nuevamente. No podía decidir si se trataba de histeria o de absoluta irreflexión, pero sentí mi espíritu aligerado por su conversación inconsistente. Además, cuando me imploraba que fuese con ella, había verdadero pánico en sus ojos.
—Puedo soportarlo todo si estás allí —alegó, más seriamente—. Será casi… divertido. Yo seré la joven dama cuyo marido ha muerto súbitamente. Mi formal prima (inglesa, pero prima debido a una antigua mésalliance), está conmigo para cuidar de mí. Es exactamente la indicada para hacerlo, porque es tan serena y fría, y un poco severa. ¡Oh, Minelle, vendrás! Debes hacerlo.
—Margot, todavía debo pensarlo. Es una gran responsabilidad y aún no me he decidido.
—Papá se pondrá furioso si rehúsas.
—Sus sentimientos no me competen.
—Pero a mí sí. Por el momento, toma el asunto a la ligera. Es porque ha encontrado una solución de la cual formas parte. Vendrás, Minelle. Sé que lo harás. Si no lo haces, moriré de desesperación.
Siguió charlando, con los ojos brillantes. No estaría ni un poquito asustada, dijo, si yo iba con ella. Hablaba como si estuviéramos a punto de embarcarnos juntas para emprender unas vacaciones maravillosas. Era estúpido, pero su excitación comenzó a contagiárseme.
Yo sabía —tal vez lo había sabido todo el tiempo— que iba a aceptar ese desafío. Debía escapar de aquella casa, que se había vuelto melancólica sin la luz de la presencia de mi madre. Debía huir de la sombra vagamente amenazadora de la pobreza, que comenzaba a insinuarse. Pero era como caminar hacia lo desconocido.
Esa noche volví a soñar que me encontraba frente a la escuela, pero lo que veía no era la escena familiar. Frente a mí había un bosque… los árboles estaban muy juntos. Creía que se trataba de un bosque encantado y que yo iba a penetrar en él. Luego vi al conde. Me hacía señas.
Me desperté. Ciertamente, había tomado una decisión.