A la mañana siguiente, cuando Luc llegó al puesto de snacks se encontró con que Louis lo estaba esperando. El gendarme iba uniformado de la cabeza a los pies; su rostro, habitualmente distraído y plácido, tenía una expresión de indiferencia casi militar. Había un objeto en la hierba junto al remolque que parecía una especie de carretilla.
—Ven a ver esto —me llamó Paul desde la ventana.
Abandoné mi lugar junto a la cocina donde el café estaba empezando a hervir.
—Ven a verlo —repitió Paul.
La ventana estaba un poco entreabierta y pude oler la neblina humeante del Loira extendiéndose por los campos. El aroma era nostálgico como hojas quemadas.
—Hé, là! —La voz de Luc sonaba con gran claridad desde donde nosotros estábamos, iba andando con la seguridad despreocupada de quien se sabe irresistible. Louis Ramondin se limitó a observarlo impasible.
—¿Qué es eso que ha traído? —Le pregunté quedamente a Paul, señalando hacia la máquina que yacía sobre la hierba. Paul sonrió.
—Tú mira y verás —respondió.
—¡Ey! ¿Qué sucede? —Luc se echó la mano al bolsillo para sacar las llaves—. Debes de tener prisa para desayunar, hein? ¿Llevas mucho rato esperando?
Louis sólo lo miraba sin decir ni una palabra.
—Pues escucha bien —Luc hizo un gesto expansivo—: crêpes, butifarra de granja, huevos y bacon â l’anglaise. El desayuno Dessanges. Más un enorme tazón de mi café noirissime de lo más negro y fuerte, porque creo adivinar que has tenido una noche dura. —Se echó a reír—. ¿Qué ha sido, hein? ¿Vigilancia en el bazar de la iglesia? ¿Alguien que molestaba a las ovejas locales? ¿O al revés?
Louis seguía sin decir ni pío. Estaba muy quieto, como un policía de juguete, una mano en el mango de la carretilla que había sobre la hierba.
Luc se encogió de hombros y luego abrió la puerta del puesto de snacks.
—Esperemos que estés un poco más sociable después de tomar mi desayuno Dessanges.
Los observamos durante algunos minutos mientras Luc sacaba el toldo y los banderines que anunciaban los menús del día. Louis permaneció imperturbable junto al remolque como si no se diera cuenta. De vez en cuando, Luc canturreaba algo alegre al policía expectante. Al cabo de un rato oímos música procedente de la radio.
—¿A qué está esperando? —inquirí impaciente—. ¿Por qué no dice algo?
—Dale tiempo —dijo Paul sonriendo—. Los Ramondin no son de los que las cogen al vuelo, pero una vez que se ponen en marcha…
Louis permaneció sus buenos diez minutos mirando. Para entonces, Luc seguía animado pero desconcertado y había abandonado cualquier intento de conversación. Había empezado a calentar las planchas para hacer las crêpes, con el sombrero de paja ladeado airosamente sobre la frente. Luego, por fin, Louis se movió. No fue muy lejos; simplemente se dirigió hasta la parte trasera del remolque con su carretilla y desapareció de la vista.
—¿Qué es eso que lleva? —pregunté.
—Un gato hidráulico —respondió Paul, aún sonriendo—. Los utilizan en los garajes. Mira.
Y mientras seguíamos mirando, el puesto de snacks empezó a inclinarse hacia delante con suavidad. Casi imperceptiblemente al principio, luego con una brusca sacudida que hizo que Dessanges abandonara su cocina de inmediato y saliera hacia afuera más rápido que un hurón. Parecía enfadado pero también asustado, desconcertado por primera vez en todo aquel penoso juego, y me gustó mucho aquella expresión.
—¿Qué coño crees que estás haciendo? —le aulló a Ramondin, medio incrédulo—. ¿Qué es eso?
Silencio. Vi que el remolque volvía a ladearse, sólo un poco. Paul y yo estiramos el cuello para ver lo que pasaba.
Luc echó un breve vistazo al remolque para asegurarse de que no había sufrido daños. El toldo estaba torcido y la caja se había inclinado ebriamente como una chabola construida en la arena. Vi cómo regresaba a su rostro la mirada inquisitiva, la mirada celosa y afilada de un hombre que no sólo se guarda los ases en la manga sino que cree tener toda la baraja.
—Por un momento has hecho que me preocupara —dijo con aquella voz jovial e implacable—. Realmente has hecho que me preocupara. Se podría decir que me has sobresaltado.
No oímos ni una palabra de Louis pero nos pareció ver que el remolque volvía a ladearse un poco más. Paul descubrió que desde la ventana del dormitorio se veía la parte trasera del remolque así que nos fuimos hasta ahí para tener mejor vista. Las voces eran tenues pero audibles en el fresco aire de la mañana.
—Vamos, tío —dijo Luc, un deje de nerviosismo en la voz—. Ya se ha acabado la broma ¿vale? Vuelve a poner derecho el remolque y te haré mi desayuno especial. A cuenta de la casa.
Louis lo miró.
—Desde luego señor —dijo amablemente, pero el remolque se inclinó un poco más hacia delante. Luc hizo un gesto rápido hacia él como si quisiera enderezarlo.
—Si estuviera en su lugar, me haría a un lado, señor —sugirió Louis mansamente—. No me parece demasiado estable. —El remolque se inclinó un poco más.
—¿A qué crees que estás jugando? —percibí que volvía la nota de enfado a su voz.
Louis se limitó a sonreír.
—Anoche hubo mucho viento, señor —observó cortés, haciendo otro movimiento con el gato hidráulico a sus pies—. Un montón de árboles fueron derribados junto al río.
Vi que Luc se ponía rígido. La rabia le hacía perder la apostura, tenía la cabeza ladeada como si fuese un gallo de pelea. Reparé en que era más alto que Louis pero mucho más delgado. Louis, bajito y corpulento, con la misma mirada de su tío abuelo Guilherm, se había pasado la mayor parte de su vida metiéndose en peleas. Esa era, en primer lugar, la razón por la que se había metido a policía. Luc dio un paso adelante.
—Deja ese gato inmediatamente —le advirtió en voz baja y amenazadora.
—Por supuesto señor —respondió Louis sonriendo—. Lo que usted diga.
Lo vimos como si fuera a cámara lenta. El puesto de snacks colgado precariamente de lado se cayó hacia atrás en cuanto le faltó el apoyo. Se produjo un «catacrac» cuando el contenido —platos, vasos, cubiertos, sartenes— fue desplazado de forma violenta, lanzado hacia el extremo del remolque con un estrépito de vajilla rota. El remolque siguió moviéndose hacia atrás describiendo un arco indolente, impulsado por su propio ímpetu y el peso del mobiliario que se había desplazado. Por un momento parecía que se iba a enderezar solo. Luego volcó de lado, lenta y casi pesadamente, en la hierba del borde de la carretera con un estrépito que estremeció la casa e hizo sonar las copas del aparador del piso de abajo con tal fuerza que las oímos desde nuestro puesto de vigilancia en la habitación.
Durante unos segundos los dos hombres se miraron, Louis con una expresión de preocupación y simpatía, Luc con incredulidad y rabia creciente. El puesto de snacks yacía en la hierba de lado; dentro de su vientre continuaban apaciblemente los ruidos de tilines y roturas.
—¡Vaya! —exclamó Louis.
Luc se precipitó furiosamente hacia Louis. Por un segundo algo se hizo borroso entre los dos, brazos, puños moviéndose demasiado deprisa para poderlos ver bien. Acto seguido, Luc estaba sentado en la hierba con el rostro oculto entre las manos y Louis lo ayudaba con aquella expresión amable de simpatía.
—¡Vaya por Dios, señor! ¿Cómo habrá podido suceder algo así? Habrá perdido el conocimiento unos instantes. Será el shock, es muy natural. Tómeselo con calma.
Luc estaba hirviendo de ira.
—¿Tienes… una jodida… idea de lo que has hecho, imbécil? —Sus palabras eran confusas por la forma con que se tapaba la cara con las manos. Paul me dijo después que había visto el codo de Louis golpeándole claramente en el caballete de la nariz, aunque todo había sucedido demasiado deprisa para que yo hubiese podido verlo. Lástima. Me habría gustado.
—Mi abogado te va a… dejar sin blanca, casi merecerá la pena verlo… ¡mierda! Me estoy desangrando.
Resulta curioso pero ahora notaba el parecido familiar más pronunciado que nunca; algo en la forma que tenía de enfatizar las sílabas, el grito frustrado del chico consentido de ciudad al que jamás se le ha negado nada. Por un instante habría jurado que hablaba igual que su hermana.
Paul y yo fuimos abajo, no creo que hubiésemos podido permanecer en casa ni un minuto más, y salimos a presenciar la diversión. Luc se había puesto en pie, ya no estaba tan guapo, con la sangre goleándole de la nariz y los ojos humedecidos. Vi que tenía una mierda de perro fresca incrustada en una de sus caras botas de París. Le di mi pañuelo. Luc me dirigió una mirada desconfiada y lo cogió. Empezó a secarse la nariz. Me di cuenta de que todavía no había comprendido nada; estaba pálido pero conservaba en el rostro una mirada combativa llena de tozudez, la mirada de un hombre que tiene abogados, consejeros y amigos en altos puestos a quienes poder recurrir.
—Visteis lo que me hizo ¿no? Visteis lo que me hizo ese hijo de puta, ¿verdad? —Se miró el pañuelo manchado de sangre con una especie de incredulidad. La nariz se le estaba poniendo bien hinchada y los ojos también—. Los dos visteis cómo me pegó ¿verdad? —insistió Luc—. En pleno día. Podría demandarle por cada… jodido… céntimo…
Paul se encogió de hombros.
—Yo no he visto mucho —dijo con su voz pausada—. Nosotros, los viejos, ya no vemos tan bien como antes, ni tampoco oímos igual de bien…
—Pero estabais mirando —insistió Luc—. Por fuerza habréis tenido que ver… —me pilló sonriendo y entornó los ojos—. ¡Oh, ya entiendo! —dijo en tono desagradable—. De eso es de lo que se trata, ¿eh? Creísteis que podíais hacer que vuestro gendarme domesticado me intimidase, ¿no? —Se quedó observando a Louis—. Si eso es lo mejor que sabes hacer… —se sujetó los orificios para detener la hemorragia.
—No creo que haya que ir lanzando calumnias por ahí —dijo Louis impasible.
—¿Ah, no? —replicó Luc—. Cuando mi abogado vea…
—Es muy natural que estuviera molesto —lo interrumpió Louis—. El viento derribando de ese modo su café. Puedo entender que no supiera usted lo que estaba haciendo.
Luc lo miró con incredulidad.
—Una noche terrible la pasada —añadió Paul amablemente—. La primera de las tormentas de octubre. Estoy seguro de que podrá reclamar a la compañía de seguros.
—Naturalmente, se veía venir —dije yo—. Un vehículo tan alto como ése a un lado de la carretera… Me sorprende que no haya sucedido antes.
Luc asintió.
—Ya veo —dijo suavemente—. No está mal, Framboise. No está nada mal. Veo que has estado muy ocupada. —Su tono era casi halagador—. Pero sin el remolque aún hay muchas cosas que puedo hacer, que podemos hacer. —Intentó sonreír, luego hizo una mueca de dolor y volvió a frotarse ligeramente la nariz—. Será mejor que les des lo que quieren, ¿eh, Mamie? —continuó en el mismo tono casi seductor—. ¿Qué me dices?
No estoy segura de lo que le habría respondido. Al mirarlo me sentí vieja. Habría esperado que se diera por vencido, pero parecía menos derrotado que nunca, su rostro anguloso lleno de expectación. Había hecho mi mejor jugada, nuestra mejor jugada, Paul y yo, y aun así Luc parecía invencible. Como niños intentando contener el río. Habíamos tenido nuestro momento de triunfo: aquella mirada en su cara, casi compensaba todo aquello, pero al final, por muy valeroso que fuese el intento, el río siempre acaba ganando. Louis también había pasado su infancia junto al Loira, me dije. Debía de saberlo. Lo único que había conseguido era meterse en líos él también. Imaginé un ejército de abogados, asesores, policía urbana: nuestros nombres en el periódico, nuestro secreto revelado… Me sentí cansada. Muy cansada.
Entonces vi la cara de Paul. Estaba sonriendo con aquella sonrisa suya, dulce y pausada, que le daba un aspecto de bobo a no ser por la indolente diversión en sus ojos. Se caló la boina sobre la frente en un gesto que era a la vez terminante, cómico y heroico, como si fuese el último caballero del mundo bajándose la visera para la última justa contra el enemigo. Sentí unas repentinas y absurdas ganas de reír.
—Creo que… ejem… podemos resolverlo —anunció Paul—. Quizá Louis se ha dejado llevar un poco. Todos los Ramondin son un poco… prestos a ofenderse. Lo lleva en la sangre. —Sonrió, apologético, luego se volvió para dirigirse a Louis—. Hubo aquella historia con Guilherm, quién era, el hermano de tu abuela, ¿no? —Dessanges escuchaba con creciente irritación y desdén.
—De mi abuelo —corrigió Louis.
—Sí —asintió Paul—. Sangre caliente, los Ramondin. Tos ellos. —Estaba volviendo al dialecto otra vez. Era una de las cosas que madre le recriminaba más, eso y su tartamudez… y su acento era más denso de lo que recordaba cuando éramos pequeños—. Recuerdo cómo dirigieron a la chusma aquella noche contra la granja, el viejo Guilherm al frente con su pierna de madera, y todo por aquella historia en La Mauvaise Réputation… parece que ha mantenido la misma mala reputación durante todo este tiempo…
Luc se encogió de hombros.
—Mire, me encantaría oír el cuento de hoy de «Las encantadoras y curiosas historias de los Viejos Tiempos», pero lo que de verdad querría…
—Fue un hombre joven quien lo empezó todo —continuó Paul inexorablemente—. No era muy distinto a ti, diría yo. Un hombre de la ciudad, hein, del extranjero, que creía que podía engatusar a la pobre y estúpida gente del Loira.
Me dirigió una rápida mirada como si quisiera comprobar mi barómetro emocional por la expresión de mi cara.
—Tuvo mal final. ¿No es verdad?
—El peor —dije con aspereza—. El peor de todos.
Luc nos miraba a los dos, sus ojos cautos.
—¡Oh! —exclamó.
—A él también le gustaban las jovencitas —dije en una voz que a mis oídos sonaba tenue y distante—. Jugaba con ellas. Las utilizaba para descubrir cosas. Hoy en día lo llaman corrupción.
—Claro, en aquella época la mayoría de aquellas chicas no tenía padres —dijo Paul suavemente—. Por la guerra.
Vi cómo los ojos de Luc se iluminaban por el entendimiento. Dio un leve asentimiento como si anotara algo mentalmente.
—Esto tiene algo que ver con la noche pasada, ¿no?
—Tú eres un hombre casado, ¿no? —le pregunté, sin hacer caso de su pregunta.
Volvió a asentir.
—Sería una pena si tu mujer se viera envuelta en todo esto —proseguí—. Corrupción de menores, un asunto muy feo, pero no veo cómo habría forma de evitar que se viera implicada.
—Nunca conseguiréis llevar esto a buen puerto —se apresuró a decir Luc—. La chica no…
—La chica es mi hija —dijo Louis sencillamente—. Diría… lo que le pareciera que es lo correcto.
De nuevo aquel asentimiento. Tenía temple, sí, tengo que admitirlo.
—Bien —dijo por fin. Incluso consiguió esbozar una sonrisa—. Bien, he captado el mensaje. —Parecía relajado a pesar de todo; su palidez era más a causa de la ira que del miedo. Me miró directamente, con una mueca irónica en la boca—. Espero que la victoria mereciese la pena, Mamie —dijo con énfasis—. Porque cuando llegue mañana necesitarás algún consuelo, por pequeño que sea, del que poder echar mano. Mañana tu pobre y miserable secreto aparecerá en cada revista, en cada periódico del país. Tengo el tiempo justo para un par de llamadas telefónicas antes de seguir la ruta… después de todo ha sido muy aburrido, y si nuestro amigo aquí piensa que la pequeña zorra de su hija empezaba a hacer que mereciese la pena… —se interrumpió para sonreír cruelmente a Louis y se quedó boquiabierto cuando las esposas del policía se cerraron bruscamente primero sobre una muñeca y luego sobre la otra.
—¿Qué? —Parecía incrédulo, cercano a la risa—. ¿Qué coño te has creído que estás haciendo ahora? ¿Añadiendo secuestro a la lista? ¿Dónde te crees que estás? ¿En el jodido salvaje Oeste?
Louis lo miró imperturbable.
—Señor, es mi deber advertirle que no toleraré un comportamiento violento y ofensivo por su parte; también es mi deber…
—¿Qué? —La voz de Luc subió de tono hasta convertirse casi en un grito—. ¿Qué comportamiento? ¡Has sido tú quien me ha golpeado a mí! No puedes…
Louis le dirigió una mirada de educada reprobación.
—Tengo razones para creer que dado su errático comportamiento es posible que esté bajo la influencia del alcohol o de otras sustancias estupefacientes y por su propia seguridad considero mi deber mantenerlo bajo vigilancia hasta…
—¿Me estás arrestando? —preguntó Luc incrédulo—. ¿Tú me estás acusando a mí?
—No a menos que me vea obligado señor —respondió Louis en tono de reproche—. Pero estoy convencido de que estos dos testigos corroborarán su comportamiento ofensivo y amenazador, un lenguaje violento y una conducta indisciplinada… —hizo un gesto de asentimiento en mi dirección—. Tendré que pedirle que me acompañe a la comisaría, señor.
—No hay ninguna jodida comisaría —gritó Luc.
—Louis utiliza el sótano de su casa para los borrachos y alborotadores —aclaró Paul tranquilamente—. Claro está que no habíamos tenido ninguno desde hace tiempo, no desde que Auguste Tinon pilló aquella borrachera hace cinco años…
—Pero yo tengo un sótano que está enteramente a tu disposición, Louis, por si crees que existe el peligro de que se desmaye de camino al pueblo en este estado —propuse suavemente—. Hay una buena cerradura y no hay forma de que pueda lastimarse…
Louis pareció considerar la idea.
—Gracias, veuve Simon —dijo por fin—. Creo que quizá será lo mejor. Al menos hasta que resuelva cuál va a ser el siguiente paso.
Lanzó una mirada crítica a Dessanges que ahora estaba pálido por algo más que por la rabia.
—Estáis locos. Los tres —dijo despacio.
—Por supuesto habrá que registrarle primero —anunció Louis con calma—. No podemos arriesgarnos a que le prenda fuego al lugar o algo así. ¿Podría vaciarse los bolsillos, por favor?
—No puedo creerlo —dijo Luc meneando la cabeza.
—Lo lamento, señor —persistió Louis—. Pero tengo que pedirle que se vacíe los bolsillos.
—Pide lo que quieras —replicó Luc ácidamente—. No sé qué es lo que esperas sacar de todo esto, pero cuando mis abogados se enteren…
—Yo lo haré —sugirió Paul—. De todos modos, no creo que pueda llevarse las manos a los bolsillos con las esposas puestas.
Se movió con rapidez a pesar de su aparente torpeza, sus manos de cazador furtivo cacheando las ropas de Luc y sacando su contenido: un mechero, algunos papeles enrollados, las llaves del coche, una cartera, un paquete de cigarrillos. Luc forcejeó en vano, profiriendo insultos. Miraba a su alrededor como si esperara ver a alguien a quien poder pedir ayuda, pero la calle estaba desierta.
—Una cartera —Louis miró su contenido—, un encendedor. De plata. Un teléfono móvil —abrió el paquete de cigarrillos para sacar el contenido en la palma. En aquel momento vi algo en la mano de Louis que no reconocí. Un bloque pequeño e irregular de color marrón negruzco como un viejo caramelo de melaza.
—Me pregunto qué será esto —inquirió Louis con suavidad.
—¡Vete a la mierda! —le espetó Luc bruscamente—. ¡Eso no es mío! Me lo has puesto tú, viejo bastardo… —Esto iba dirigido a Paul, que lo miraba con una expresión de sorpresa medio alelada—. Nunca conseguirás que se acepte…
—Quizá no —dijo Louis con aire de indiferencia—, pero podemos intentarlo. ¿No te parece?