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Aquella noche Paul y yo regresamos tarde de La Mauvaise Réputation. La lluvia había cesado pero aún hacía frío —no sé si es que las noches son más frías que antes o que yo aguanto menos el frío que en los viejos tiempos— y estaba impaciente y malhumorada. Pero cuanto más impaciente me ponía, más reservado estaba Paul, hasta que los dos nos mirábamos el uno al otro en silencio con el ceño fruncido, despidiendo oleadas de vaho mientras caminábamos.

—Aquella chica —dijo Paul por fin. Su voz era tranquila y pensativa, como si estuviese hablando consigo mismo—. Parecía muy joven ¿no crees?

Me molestó lo que se me antojó irrelevante.

—¿Qué chica, por el amor de Dios? —le espeté—. Pensé que estábamos buscando la forma de librarnos de Dessanges y su grasiento remolque no dándote una excusa para que andes echándoles el ojo a las chicas.

Paul no me hizo caso.

—Estaba sentada a su lado —dijo despacio—. La habrás visto entrar. Vestido rojo, tacones altos. También va con frecuencia al puesto.

Resultaba que sí me acordaba de ella. Recordaba el contorno amohinado de su boca roja bajo una raja de pelo negro. Una de las clientas regulares de Luc procedentes de la ciudad.

—¿Y?

—Era la hija de Louis Ramondin. Se trasladó a Angers hace un par de años, ¿sabes?, con su madre Simone, después del divorcio. Te acordarás de ellos. —Asintió como si le hubiese dado una respuesta educada en vez del gruñido que proferí—. Simone volvió a utilizar su apellido de soltera, Truriand. La chica tendrá ahora unos catorce o quince años.

—¿Y? —Seguía sin poder ver el interés de todo aquello. Me saqué la llave y la metí en la cerradura. Paul prosiguió con su mismo tono lento y pensativo.

—No puede tener más que quince, diría yo —repitió.

—Muy bien —dije bruscamente—. Me alegro de que hayas encontrado algo que te anime la noche. Es una pena que no le preguntases el número de pie que calza; en ese caso tendrías algo más real con lo que poder soñar.

—Estás celosa —sugirió Paul dedicándome una de sus sonrisas indolentes.

—En absoluto —respondí indignada—. Ya me gustaría a mí que fueses a babear en la alfombra de otra, viejo verde.

—Bueno, estaba pensando —empezó Paul con lentitud.

—Bien hecho —repliqué.

—Estaba pensando que Louis, siendo un gendarme y todo eso, quizá pondría objeciones si resulta que es su hija quien está también liada… a los quince, quizás incluso catorce… con un hombre… un hombre casado… como Luc Dessanges. —Me dirigió una breve mirada triunfal y burlona—. Ya sé que los tiempos han cambiado desde que nosotros éramos jóvenes pero los padres y las hijas, sobre todo los policías…

—¡Paul! —exclamé.

—Además, fumando también esos cigarrillos —añadió en el mismo tono reflexivo—. De esos que solía haber en los clubes de jazz, hace años.

Lo miré sorprendida.

—Paul eso es algo casi inteligente.

Se encogió de hombros con modestia.

—He estado por ahí haciendo algunas preguntillas —confesó—. Pensé que tarde o temprano me llegaría algo —se detuvo—. Justamente por eso estuve un rato allí dentro —añadió—. No estaba seguro de poder persuadir a Louis para que viniera a verlo con sus propios ojos.

—¿Llevaste a Louis? ¿Mientras yo estaba fuera esperando? —estaba boquiabierta.

Paul asintió.

—Hice ver que me habían robado la cartera en el bar. Me aseguré de que pudiese verlo bien. —Otra pausa—. Su hija estaba besando a Dessanges —explicó—. Eso ayudó un poco.

—Paul —declaré—. Ya puedes babear en todas las alfombras de la casa si así lo quieres. Tienes mi permiso.

—Preferiría hacerlo sobre ti —dijo Paul con una extravagante sonrisa impúdica.

—Viejo verde.