3

Entonces empezaron a llegar los anónimos. Fueron tres, garabateados en papel de carta de color azul y deslizados por debajo de la puerta. La sorprendí mientras recogía uno de ellos y la vi metérselo en el bolsillo del delantal casi gritándome para que me fuese a la cocina, no estaba en condiciones de ser vista, coge el jabón y frota, frota, frota. Había una nota estridente en su voz que me recordó a la bolsita de naranja. Me largué de allí pero no olvidé la nota y pasado el tiempo, cuando la encontré pegada en el álbum entre una receta para el boudin noir y un recorte de periódicos sobre cómo quitar manchas de betún, la reconocí al instante.

«Savemos lo que as estao haciendo —se leía en letras pequeñas y temblorosas—. Te emos estao oservando y savemos lo que ay que acer con los colavoradores». Debajo ella había escrito en letras de color rojo vivo: «Aprende ortografía, ja, ja, ja». Pero sus palabras son demasiado grandes, demasiado intensas como si se esforzara por aparentar indiferencia. Ciertamente, nunca nos habló de los anónimos aunque ahora me doy cuenta de que sus repentinos cambios de humor podían estar relacionados con su secreta llegada. Otro de ellos parece sugerir que el escritor anónimo sabía algo de nuestros encuentros con Tomas.

Emos visto a tus ijos con el, asin que no intentes negarlo. Savemos a que estas jugando. Te crees mucho mehor que los damas pero no eres mas que una puta de boches y tus ijos le venden informacion a los alemanes. Que te pareze eso.

Los anónimos podían ser de cualquiera. Era cierto que la expresión denotaba una educación pobre y la ortografía era atroz, pero cualquiera del pueblo podía ser el autor. Mi madre empezó a comportarse de forma más errática que antes si cabe, encerrándose en la granja durante la mayor parte del día y observando a la gente que pasaba con una sospecha que rayaba en la paranoia.

La tercera carta fue la peor. Supongo que no hubo más, aunque quizá ella decidió no guardarlas, pero creo que ésta es la última.

No mereces vivir —dice—. Tu eres una puta de nazis y tus ijos unos engreios. Apuesto a que no savias que nos estan vendiendo a los alemanes. Preguntales de onde sacan toas esas cosas. Las tien guardas en un lugar en el bosque. Las reciven de un tal Libnits creo que es. Tu lo conozes y nosotros te conozemos a ti.

Aquella misma noche alguien pintó una C escarlata en la puerta principal de nuestra casa y PUTA DE NAZIS en una de las paredes del corral, aunque pintamos encima antes de que nadie pudiese ver lo que había escrito. Y el octubre se hizo eterno.