Sin pastillas. Debía de estar desesperada. Aquella noche terrible, con el aroma a naranjas por todas partes y nada a lo que pudiera aferrarse.
«Vendería a mis hijos por una noche de descanso».
Luego, debajo de una receta recortada y pegada de un periódico, en su caligrafía tan pequeña que mis viejos ojos necesitaron una lupa para distinguir las palabras:
T. L. volvió. Dijo que había habido un problema en La Rép. Algunos soldados se desmandaron. Dijo que R-C. podía haber presenciado algo. Trajo pastillas.
¿Fueron aquellas las treinta tabletas de morfina? ¿A cambio de su silencio? ¿O las pastillas eran algo completamente diferente?