«La he perdido. Los estoy perdiendo a todos».
Está escrito en el álbum de mi madre enfrente de la receta para el pastel de zarzamoras. En tinta negra y con una caligrafía diminuta e incitadora de migrañas, las líneas se cruzan y se vuelven a cruzar, como si el código en el que escribe no bastase para ocultarnos el miedo que sentía hacia nosotros y hacia sí misma.
Hoy me ha mirado como si yo no estuviese ahí. Deseaba tanto estrecharla entre mis brazos… pero ha crecido mucho y me dan miedo sus ojos. Sólo R-C. parece guardar algo de candidez pero B. ya no parece mi hija. Mi error fue pensar que los niños eran como los árboles. Pódalos y crecerán más dulces. No es verdad. No es verdad. Cuando Y. murió les hice crecer demasiado deprisa. No quería que fuesen niños. Ahora son más duros que yo. Como animales. La culpa es mía. Yo los hice así. Naranjas en casa otra vez esta noche, pero nadie las huele salvo yo. Me duele la cabeza. Si ella me pusiese la mano sobre la frente… Sin pastillas. El alemán dice que puede conseguir más pero no viene. Boise. Hoy ha llegado tarde a casa. Como yo, está dividida.
Parece un galimatías pero de repente su voz suena en mi mente con gran claridad. Es profunda y plañidera, la voz de una mujer aferrándose a su cordura con todas sus fuerzas.
El alemán dice que puede conseguir más, pero no viene.
Oh, madre. Si lo hubiese sabido…