Las reliquias

Una de las leyendas más manidas sobre el Temple es que los caballeros fundadores fueron a Jerusalén con un objetivo primordial: encontrar las reliquias de la Pasión de Cristo. Para ello se aduce el misterio que envuelve los primeros años de existencia del Temple y que en realidad no es otra cosa que carencia de documentación. Es cierto que nada se sabe de los templarios desde su fundación en 1120 hasta que entró en ella el conde de Champaña en 1125 y se inició una nueva época con la llegada a Europa de Hugo de Payns al frente de los pioneros para lograr la sanción papal a la Orden.

Se suele especular con que los nueve primeros caballeros se dedicaron durante varios años a excavar en el subsuelo del monte del Templo en busca de tesoros o de reliquias, para asegurar, sin la menor prueba, que encontraron ambas cosas. Considerados como grandes buscadores de reliquias, se les ha atribuido la posesión de las más importantes: la mesa esmeralda del rey Salomón, el bastón de mando del rey David, el Santo Grial, el Lignum Crucis, el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley de Moisés, ni más ni menos.

Jacques de Molay se convirtió en el mártir templario, y se decía que las gentes de París acudieron a la hoguera donde había ardido para llevarse sus cenizas como reliquias.

El Arca de la Alianza

Es uno de los objetos más buscados por el esoterismo mundial. Este objeto, fabricado en maderas preciosas y forrado de oro, tenía dos codos y medio de largo por codo y medio de alto y ancho, es decir, era una caja de poco menos de metro y medio de largo por unos ochenta centímetros de ancho y alto. Para transportarla eran necesarias unas varas que se pasaban por unas anillas de las que se colgaba, pues nadie la podía tocar so pena de caer fulminado. El Arca, fabricada por los hebreos en su exilio por el desierto del Sinaí a indicación divina, tenía poderes extraordinarios, y era capaz de provocar el derrumbe de murallas, como ocurrió con las de la ciudad de Jericó. Custodiada por la tribu de Leví, la casta de los sacerdotes judíos, fue depositada en el Templo que construyó el rey Salomón tras la conquista de la ciudad de Jerusalén por el rey David.

El Templo fue destruido por Nabucodonosor en el año 586 a.C., pero volvió a ser reconstruido en 515 a.C. Jerusalén volvió a ser saqueada y destruida por Pompeyo en el siglo I a.C. y el emperador romano Tito la volvió a destruir en el año 70. El templo fue demolido y los tesoros que en él se guardaban fueron saqueados en señal de triunfo; un bajorrelieve del arco de Tito en la capital del Imperio recoge la entrada en Roma del candelabro de los siete brazos. Del Arca de la Alianza nada más se supo.

Los amantes de lo oculto, siguiendo una tradición rabínica difundida por el rabino Rabbí Mannaseh ben Israel, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, y que asegura que fue el propio rey Salomón quien ordenó construir bajo el templo una cámara secreta para ocultar el Arca, han supuesto que los sacerdotes hebreos ocultaron el Arca en el subsuelo del Templo, y que fueron los pioneros del Temple quienes, a base de excavar, la encontraron. Así, los templarios habrían sido los guardianes del Arca, y sus sucesores la mantendrían oculta todavía hoy.

La Sábana Santa

Junto con el Grial, es la reliquia sobre la que más se ha escrito. Incluso hay una seudociencia llamada «sindología» que se dedica en exclusiva a estudiar este lienzo conservado en la catedral de Turín. Este objeto es considerado como el sudario que envolvió a Jesús en el sepulcro y cuya imagen corporal quedó en él milagrosamente impresa.

En realidad, esta reliquia es una falsificación realizada en el siglo XIV, pero que la leyenda ha convertido en un objeto de culto que los templarios trajeron de Oriente tras haber pasado por Constantinopla, Acre y Chipre; aunque hay quien atribuye precisamente a ellos la falsificación[50].

Desde luego, en los interrogatorios del proceso no aparece ninguna mención a la Sábana Santa, que de haberla poseído, sin duda hubiera salido a la luz. Ligando el mito de la cabeza que presuntamente adoraban los templarios, con la Sábana Santa, también se ha dicho que el bafomet no era otra cosa que una representación en bulto redondo de la imagen de Cristo que aparecía impreso en el sudario.

El Santo Grial

Constituye el centro de las leyendas medievales sobre reliquias en los siglos XII y XIII. Habitualmente se considera como el Grial al cáliz o copa con el que Cristo celebró la Ultima Cena con sus discípulos, y en el que Jóse de Arimatea habría recogido unas gotas de la sangre de Jesús crucificado. No obstante, también se ha considerado como una idea, una especie de quimera secreta para alcanzar la verdad, y otras muchas cosas.

La especulación seudohistórica ha presentado a los templarios como guardianes del Templo y del Grial; ellos habrían sido quienes lo habrían encontrado en las ya famosas excavaciones del Templo de Jerusalén, convirtiéndose así en sus custodios.

En la Edad Media la versión más conocida fue la que difundió el alemán Wolfram von Eschenbach, un trovador templario que hacia 1195 escribió el famoso poema conocido como Parsifal. En ese poema se presenta a los templarios como los caballeros guardianes del Grial, custodiado en uno de sus castillos. Eschenbach asegura que tomó esta leyenda de un personaje conocido como el maestro Kyot, un cristiano de Toledo que habría encontrado en esa ciudad hispana un manuscrito del sabio pagano Flegetams, hijo de padre musulmán y madre judía. De ahí sacó que el Grial se custodiaba en un castillo templario ubicado en las montañas del norte de la península Ibérica y que se llamaba Montsalvat, en el que había una iglesia octogonal. Este castillo ha sido identificado con vanos lugares, entre otros con el monasterio de San Juan de la Peña[51], en Aragón, y con el de Montserrat, en Cataluña[52].

Hoy se conservan decenas de griales en muchas iglesias de España, Francia, Italia, Alemania y el Reino Unido, y todos ellos son considerados por sus devotos el verdadero.

La Vera Cruz

Durante las Cruzadas fue la reliquia más importante, por haber sido donde fue crucificado y muerto Jesús y por ser el símbolo de los cruzados. De la que se suponía la original, se habían sacado astillas para enviarlas a muchas iglesias y santuarios de la cristiandad.

La Vera Cruz apareció en los primeros años del siglo IV, poco después de celebrado el concilio de Nicea del año 325, justo el momento en el que el emperador Constantino y su madre la emperatriz Elena ordenaron destruir los templos paganos de Jerusalén. Según el cronista cristiano Eusebio de Cesárea, que escribe hacia el 330, la Vera Cruz apareció en unas excavaciones bajo el templo de Venus y Júpiter, donde antes había estado el Sepulcro de Cristo. A raíz del hallazgo, Elena, que sería proclamada santa, ordenó construir una basílica en el año 335, donde se depositó la Vera Cruz. Jerusalén fue conquistada por los persas sasánidas en el año 610, y de allí se llevaron esta reliquia. Pero poco después, en el 629, el emperador bizantino Heraclio reaccionó, invadió Persia, derrotó a los sasánidas y recuperó la Vera Cruz y otras reliquias de la Pasión como la lanza y la esponja. La Vera Cruz permaneció en Jerusalén, en la basílica del Santo Sepulcro, aún después de que esta ciudad fuera conquistada por los árabes en el 638.

En 1009 el sultán Al-Hakim arrasó la basílica del Santo Sepulcro y la Vera Cruz se perdió. El 15 de julio de 1099 los cruzados conquistaron Jerusalén y, milagrosamente y a los pocos días, apareció la Vera Cruz, y fue llevada de nuevo a su lugar en la nueva basílica del Sepulcro.

En los combates que se libraban en Tierra Santa entre musulmanes y cristianos, los templarios disfrutaron del privilegio de portar la Vera Cruz. Su custodia en el campo de batalla se reservaba a la Orden del Temple, y se mostraba dentro de un relicario de oro con engaste de perlas y gemas. Por la noche, dos caballeros la velaban permanentemente.

En la batalla de los Cuernos de Hattin en 1187, el ejército cristiano iba precedido de la Vera Cruz, porque se consideraba como el talismán que protegía a los cristianos. En esa batalla, los musulmanes capturaron la preciada reliquia; nunca más volvió a aparecer. Unos dijeron que la habían llevado a Egipto por orden de Saladino, pero otros aseguraron que un caballero templario la había escondido enterrándola en la arena para evitar que cayera en manos de los musulmanes en Hattin, tal vez para eludir la vergüenza de los templarios por haberla perdido en una acción de guerra.