La maldición y los ritos satánicos

En el momento en el que en París en 1314 las llamas comenzaban a quemar el cuerpo de Jacques de Molay, último maestre del Temple, el anciano clamó venganza y lanzó una maldición sobre la casa real francesa de los Capetos. A los pocos meses, como hemos visto, murieron el rey Felipe IV, el 29 de noviembre de 1314, Guillaume de Nogaret, el instructor del proceso, el papa Clemente V, el 20 de abril de 1315, y Eguerrand de Marigny, el custodio del tesoro, que fue ejecutado acusado de herejía diez días después.

Entre 1315 y 1317 llovió sin parar, se anegaron los campos y se pudrieron las cosechas; Europa sufrió una hambruna como no se recordaba en siglos, y murieron millones de personas y de animales. Fue el inicio de toda una serie de calamidades encadenadas de hambres, pestes y guerras que hicieron de la muerte la compañera habitual de los seres humanos del siglo XIV, en un período que se ha dado en calificar como de crisis de la Baja Edad Media.

Los sucesores de Felipe IV fueron llamados «los reyes malditos». Su hijo Carlos IV murió en 1328; fue el último Capeto.

Los simpatizantes de los templarios vincularon la extinción de esta dinastía con la maldición del maestre. Según una tradición, en 1792, cuando la guillotina cortó la cabeza de Luis XVI, un hombre saltó al patíbulo y gritó: «¡Jacques de Molay, estás vengado!».

Desde entonces, los templarios han arrastrado una enorme dosis de mitos y de leyendas.

Durante el proceso que desembocó en la disolución del Temple, los agentes del rey de Francia y los inquisidores acusaron a los templarios de haber realizado ritos satánicos y de confraternizar con miembros de algunas sectas musulmanas, festejando ceremonias conjuntas con los derviches y con los «Asesinos».

Se dijo que practicaban la sodomía, que escupían sobre la cruz, que adoraban a ídolos y que celebraban actos de iniciación infamantes al obligar a los neófitos a besar al maestre en el ano. Los defensores de los templarios sostienen que si ocurrieron algunos de estos actos no fueron sino pruebas, a modo de novatadas de cuartel, para comprobar la firmeza de la fe o el valor de los aspirantes a conseguir el honor de ser caballero de la Orden. A partir de aquí, la especulación de los aficionados al esoterismo simplón ha hecho el resto.