Toda asociación humana se rige por un código de comportamiento que es aplicado para el buen gobierno de la misma. Los templarios lo hacían por una regla, bien conocida, cuyos artículos eran públicos y estaban refrendados por los papas y los concilios. Esa regla, ya comentada, no ofrece ni un solo componente que dé pábulo a la especulación sobre posibles actividades secretas de los templarios.
Ahora bien, ante la absoluta carencia de cualquier referencia documental al respecto, ni siquiera del menor indicio, los fabuladores del absurdo se han inventado códigos secretos que habrían quedado al margen de la historia, de los archivos y del sentido común, sólo conocidos y transmitidos por iniciados que habrían mantenido la reserva y el silencio durante siglos.
Así, sostienen que, antes de morir, Jacques de Molay, el último maestre, habría establecido una sociedad secreta para mantener viva la herencia del Temple, y habría designado a su sucesor, un tal John Mark Larmenius, un maestre que habría recibido las instrucciones para continuar en secreto la labor futura —¿cuál?, cabría preguntarse— de los templarios.
Algunos de esos especuladores sostienen que esa sociedad secreta habría dado origen a la masonería, que tiene la principal seña de identidad en el Templo de Salomón, mientras otros aseguran que esa presunta sociedad secreta se mantiene hoy oculta.
Es verdad que algunas logias masónicas recogen en sus designaciones o en sus estatutos ciertos componentes que parecen templarios; por ejemplo, los masones que siguen el rito de York son designados con el nombre de «caballeros templarios masónicos», pero no parece que lo hagan en referencia a una continuidad con la Orden del Temple, sino precisamente con el Templo de Salomón como símbolo y referente efectivo de la sabiduría.
Algunas logias de masones en la Alemania del siglo XVII se reclamaron de filiación templaria y herederos de la Orden del Temple. Pero aquí no hay ninguna herencia real, sino un movimiento nacionalista alemán que se concretó a lo largo del siglo XIX y que buscó en la Edad Media todo tipo de precedentes históricos para la justificación de la creación de la Gran Alemania que culminaría con la unificación de 1871 y más tarde con la vorágine insensata del Tercer Reich proclamado por Adolf Hitler y el Partido Nacionalsocialista.
En varias leyendas se asegura que los templarios eran los custodios de una santa estirpe real procedente del matrimonio de Jesucristo con María Magdalena, del cual habrían nacido varios hijos que habrían dado lugar al linaje de los reyes merovingios en Francia. Esta leyenda ha propiciado una enorme proliferación de libros en los que se considera la existencia de este linaje como el mayor secreto de la humanidad, que en caso de hacerse público socavaría los cimientos de la Iglesia católica.
A comienzos del siglo XXI, numerosos grupos, no menos de docena y media de cierta importancia numérica y con capacidad organizativa y muchos más de menor calado, se consideran herederos del Temple, pero esa autoconsideración no significa otra cosa que lo que realmente es: asociaciones de individuos unidos por una sensación de pertenencia a una sociedad secreta que reivindica el resarcimiento de una decisión injusta emitida contra los templarios a comienzos del siglo XIV.