Todo cuanto se refiere a los alimentos estaba especificado en el Temple. En la regla de todas las órdenes monásticas se incluyen artículos que regulan la forma de comer, el horario e incluso los alimentos que han de tomar los monjes, con los respectivos momentos y días dedicados al ayuno. Por su propia constitución y las normas que en él rigen, un monasterio es un centro para ascetas en el que el lujo y la voracidad solían estar ausentes. La frugalidad en la comida, tanto en la cantidad como en la sofisticación a la hora de elaborar los platos, es norma habitual en los conventos. Ahora bien, los templarios eran soldados, hombres de armas, y por tanto sus cuerpos debían estar suficientemente alimentados para mantener las fuerzas y no desfallecer en el combate; por esa misma razón, el ayuno no se contempla para los miembros de la Orden, pues siempre debían estar preparados para la batalla, salvo los viernes desde Todos los Santos hasta Pascua. Por ello, las comidas que realizaban y la cantidad son distintas a las de las órdenes que se dedicaban sólo al estudio o a la oración.
La regla impone que las comidas se hagan siempre en común, en el comedor del convento y en presencia de todos los hermanos, aunque por turnos y separados según las categorías. Un toque de campana, la bendición y el rezo de un padrenuestro daban paso a la hora de comer y a la de cenar. En el refectorio, los templarios comían en silencio mientras escuchaban las Sagradas Escrituras leídas por un clérigo desde un pulpito. En el comedor, el maestre, o el comendador en su caso, ocupaba el sitial de honor, y eran los ancianos quienes se sentaban en primer lugar en torno a unas mesas cubiertas con manteles blancos.
Mientras duraban la comida o la cena se imponía el silencio, que sólo se podía alterar, si no se conocían los signos manuales para hacerlo, para pedir «con la máxima humildad» lo que se necesitara de la mesa. Tras la comida daban gracias a Dios. Nadie podía levantarse de la mesa antes de que lo hicieran o dieran permiso el maestre o el comendador.
El maestre y todos los hermanos sanos y robustos deberían comer en la mesa del convento y oír la bendición, y cada hermano debería rezar un padrenuestro antes de cortar su pan y no mientras esté comiendo. Y después de haber comido debería dar gracias a Dios por lo que le ha dado; y no debería hablar hasta que haya dado gracias en la capilla si ésta se encuentra cerca, y en el mismo lugar si no lo está.
Ni el maestre ni ningún otro hermano deberán tener recipientes de vino o de agua en la mesa del convento, ni permitir que ningún hermano los lleve allí. Y si un seglar envía un regalo de vino o carne, sólo el maestre puede mandarlo a la enfermería o donde le plazca, excepto a la mesa del convento. Y todos los otros hermanos, si se les regala algo, deberían enviárselo al maestre si está en la mesa del convento, y si no está en ella, a los hermanos que están en la enfermería. Y si el maestre come en otra mesa o en las mesas de la enfermería, cuando no coma en el convento, entonces el regalo debería serle enviado a él.
En los primeros años de la Orden los hermanos comían de dos en dos de la misma escudilla, compartiéndola, pero esa práctica fue modificándose con el tiempo. Cada hermano tenía una copa para el vino, que se servía en raciones iguales para todos. Uno de los castigos más leves era comer en cuclillas.
Los alimentos se consumían con parquedad y mesura. La dieta solía ser equilibrada y variada, pues comían carne tres veces a la semana, además de pescado, verduras y legumbres, que podían ser sustituidos si se consideraba que estaban crudos o estropeados. Los enfermos recibían una dieta especial, pues podían comer carne todos los días salvo los viernes.
Cada templario recibía un ajuar de mesa consistente en una escudilla, dos copas de boca ancha, probablemente una para agua y otra para el vino, y una cuchara.