Notas

[1] Los elementos nacionalistas. Entre ellos, los doctores Mario Amadeo y Máximo Etchecopar y el mayor José Embrioni. <<

[2] Un nacionalista notorio. El doctor David Uriburu. <<

[3] Antes que el conflicto terminara por su propia dinámica. No está en la intención de este libro profundizar el tema de las relaciones de la Argentina con los Estados Unidos en el período 1943/1946, pero corresponde señalar que la comprensión de este aspecto es indispensable para colocar en su contexto internacional los acontecimientos sucedidos en el país. Para quien desee ahondar este tema se señalan como de lectura provechosa, entre otras obras, las siguientes: Memorias, por Cordell Hull (publicada en La Prensa en febrero de 1948); Hora de decisión, por Summer Welles (Ed. Sudamericana, Bs. As., 1945); El poder detrás del trono, por David Kelly (Ed. Coyoacán, Bs. As., 1962, resumen y traducción de la obra original The Ruling Few, publicada en Londres, 1958); La Argentina y los Estados Unidos, por Arthur P. Whitaker (Ed. Proceso, Bs. As., 1956), y Política exterior argentina 1930/1962, por Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari (Ed. Huemul, Bs. As., 1964), excelente como reseña de hechos. Muy útil también es la revisión de la publicación oficial norteamericana Foreign Relations of the United States Diplomatic Papers (1943, vol. V, y 1944, vol. VII), que permite seguir las alternativas de las relaciones argentino-norteamericanas en ese período; el volumen correspondiente a 1945 todavía no ha sido editado. La publicación oficial británica Foreign Office Papers ampliará el panorama desde el punto de vista inglés, pero por ahora los volúmenes alcanzan sólo hasta 1930. Para tener en cuenta todos los elementos de juicio sobre este importante aspecto del período 1943/46, conviene también una revisión de los documentos de procedencia argentina archivados en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, que el autor tuvo oportunidad de ver por amable autorización del doctor Nicanor Costa Méndez.

Para terminar esta ligera aproximación al tema es de señalar que el presidente Ramírez manifestó al embajador norteamericano, en los días posteriores al 4 de junio de 1943, que la Argentina rompería relaciones con el Eje en fecha no posterior al 15 de agosto. El incumplimiento de su promesa endureció la actitud del Departamento de Estado respecto de nuestro país y fue determinante de la agresiva contestación de Cordell Hull a la nota particular que le envió el canciller Segundo R. Storni, provocando la renuncia de éste, lamentada por el representante norteamericano en Buenos Aires, que veía en Storni una garantía de seriedad y amistosa predisposición. Posteriormente, en enero de 1944, el embajador norteamericano presionó al gobierno argentino para llevarlo a la ruptura con el Eje, adelantando la intención de Hull de congelar los fondos argentinos en Washington y suspender los envíos de petróleo y otros materiales críticos; en esa oportunidad, el representante norteamericano parece haber reforzado su presión con la amenaza de una medida similar, que Gran Bretaña estaría decidida a adoptar, lo que no era cierto. Asustado por la inminencia de la medida, el canciller Alberto Gilbert rogó una prórroga de 24 horas en la concreción de la medida y en ese lapso obtuvo del presidente Ramírez la aquiescencia para anunciar la ruptura de relaciones. La decisión argentina no satisfizo las exigencias norteamericanas, que señalaban a nuestro país como un nido de espionaje nazi —lo que parece no haber estado alejado de la realidad— y las relaciones entre los dos países continuaron en creciente deterioro. Desde mediados de 1944, sin embargo, los informes de la embajada norteamericana en Buenos Aires describen a Perón como un hombre menos peligroso que otros militares de ideología nacionalista extrema; el 2 de junio de 1944 el embajador norteamericano informa a Washington que Perón le recordó que él había brindado a la Embajada de Estados Unidos una nómina de los posibles agentes nazis en los países vecinos («He had already furnished us with list of agents who might be connected with activities in other Republics») y el 7 de octubre el encargado de negocios norteamericano expresa que en Campo de Mayo existe una honda división y que la misma se agudizó «cuando Perón quebró gran parte del poder de los extremistas».

Declaración del ex presidente Perón al autor (enero de 1969): «Indudablemente, a fines de febrero de 1945, la guerra ya estaba decidida. Nosotros habíamos mantenido la neutralidad pero ya no podíamos mantenerla más. Recuerdo que reuní a algunos amigos alemanes que tenía, que eran los que dirigían la colectividad, y les dije:

—Vean, no tenemos más remedio que ir a la guerra, porque si no, nosotros y también ustedes vamos a ir a Nuremberg… (sic).

Y de acuerdo con el consenso y la aprobación de ellos, declaramos la guerra a Alemania pero, ¡claro!, fue una cosa puramente formal…»<<

[4] El sistema del fraude electoral. Ver entre otros: Alvear, por Félix Luna (Ed. Libros Argentinos, Bs. As., 1958); Partidos y poder en la Argentina moderna, por Alberto Ciria (Ed. Jorge Álvarez, Bs. As., 1964); Historia crítica de los partidos políticos, por Rodolfo Puiggrós (Ed. Argumentos, Bs. As., 1957); La democracia fraudulenta, por Rodolfo Puiggrós (Ed. Jorge Álvarez, Bs. As., 1968); El radicalismo, por Gabriel del Mazo (tomo II, Ed. Gure, Bs. As., 1959); La política y los partidos, por Alberto Galletti (Ed. Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 1961); La República Federal, por J. O. Sommariva (La Plata, 1965). <<

[5] Un oscuro proceso de traición a la patria. Ver «El caso Mac Hannaford», por Armando Alonso Piñeiro (Buenos Aires, 1964, folleto). <<

[6] El negociado de El Palomar. Ver «Palomar, el negociado que conmovió un régimen», por Osvaldo Bayer (en revista Todo es Historia, Nº 1, Bs. As., mayo de 1967). <<

[7] La concesión de la CHADE. Ver Política argentina y los monopolios eléctricos, por Jorge del Río (Ed. Cátedra Lisandro de la Torre, Bs. As., 1958); del mismo autor: El servicio de electricidad de la ciudad de Buenos Aires (Bs. As., 1940); del mismo autor (aunque su nombre no figure): La CADE y la Revolución (Bs. As., 1945, folleto). <<

[8] La simpatía pro nazi que existía en sus cuadros. Ver Partidos y poder en la Argentina moderna, por Alberto Ciria (Ed. Jorge Álvarez, Bs. As., 1964), capítulo VII. También el por momentos delirante Técnica de una traición, por Silvano Santander (Montevideo, 1953), y su respuesta Destrucción de una infamia, por Carlos von der Becke (Bs. As., 1956). También el llamado Libro Azul, del Departamento de Estado de los EE. UU. (febrero de 1946) y su refutación: La República Argentina ante el Libro Azul (Ed. Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, marzo de 1946). <<

[9] Esclarecimiento doctrinario de FORJA. La Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina (FORJA) nació en junio de 1935 como una tendencia interna de la UCR y se disolvió en noviembre de 1945. De posición antiimperialista, antielectoralista y enfrentada con la conducción de Alvear, posteriormente se separó de su partido originario actuando a partir de 1940 como una fuerza independiente. Fueron sus principales dirigentes Luis Dellepiane, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Gabriel del Mazo y Homero Manzi. Sobre este interesante movimiento, ver FORJA y la Década Infame, por Arturo Jauretche (Ed. Coyoacán, Bs. As., 1962); Las corrientes ideológicas en la historia argentina, por Marcos Merchensky (Ed. Concordia, Bs. As., 1961) y La formación de la conciencia nacional, por Juan José Hernández Arregui (Ed. H A, Buenos Aires, 1960). <<

[10] Aunque la carta había sido redactada. Referencia al autor del doctor Alejandro de Gainza, entonces secretario privado del ministro del Interior, Alberto Gilbert. <<

[11] La renuncia del ministro de Instrucción Pública. El doctor Rómulo Etcheverry. También dimitió su secretario, doctor Ignacio B. Anzoátegui. <<

[12] «General Farrell, queremos morir aquí.» Lo escribió Arturo Jauretche. <<

[13] Establecimientos industriales, de diversa envergadura. Ver La naturaleza del peronismo, por Carlos S. Fayt y otros (Ed. Viracocha, Bs. As., 1967), y Le peronisme, por Pierre Lux-Wurn (Ed. Institute Études Politiques et Constitutionels, París, 1965). <<

[14] F. J. Weil. Citado por Walter Beveraggi Allende en El servicio del capital extranjero y el control de cambios (México, 1954). <<

[15] A través de los 20.000 decretos. Ver Presidentes argentinos, dirigido por Gustavo Gabriel Levene (Compañía General Fabril Editora, Bs. As., 1962), artículos «Ramírez» y «Farrell», por Félix Luna. <<

[16] Se ha mencionado varias veces a Perón. La biografía más completa de Perón es la de Enrique Pavón Pereyra (Perón. Preparación de una vida para el mando, Ed. Espiño, Bs. As., 1952), de la que se hicieron ocho ediciones en ese año y el siguiente; en 1965 se publicó una nueva edición (Vida de Perón, Ed. Justicialista, Bs. As., 1964), con varios agregados. El propio Perón proveyó de datos y material gráfico a Pavón Pereyra, el cual limitó su biografía hasta 1945. <<

[17] La conjura que culminó el 6 de setiembre de 1930. Ver Memoria sobre la revolución del 6 de setiembre de 1930, por José María Sarobe (Ed. Gure, Bs. As., 1967), que incluye las memorias del propio Perón sobre su actividad en el hecho revolucionario, escritas a pedido de Sarobe. <<

[18] El GOU, del que fue principal animador. Testimonio del coronel (R) Domingo A. Mercante al autor: «A fines de 1942, hacia Navidad, Perón me llamó a su oficina. Desde semanas atrás Perón estaba dando vueltas con un reglamento que preparaba sobre no sé qué asunto. Yo creía que seguía con eso y se lo dije, haciéndole notar que estábamos en plena época de fiestas… Pero Perón me interrumpió y me dijo:

—No. Esto es otra cosa. Atiéndame bien.

Y me leyó algo que había escrito, de su puño y letra, sobre la necesidad de unir a los oficiales del Ejército, jerarquizar sus cuadros, infundir nuevos objetivos a las Fuerzas Armadas. Era el documento inicial del GOU. Me preguntó:

—¿Qué le parece?

—Esto significa la revolución —le contesté.

—¡No! No se trata de eso… —dijo. Pero yo advertía que la organización de oficiales que se proyectaba en ese documento llevaba a una revolución. Entonces convinimos en empezar a trabajar para formar un grupo de confianza. Yo solía ir a Campo de Mayo en mi automóvil y para que no registraran mi entrada me metía en algún lugar apartado— he estado quince años en Campo de Mayo y lo conozco como la palma de mi mano, y allí pasaba la noche. Hablé con muchos jefes y oficiales y conseguí agrupar un núcleo representativo. Yo era el número 1 de los adherentes; Perón era el número 8 y estaban también Ducó, Ávalos, González (Enrique P.), Ramírez (Emilio) y otros, con el grado de coronel o teniente coronel. Hasta entonces hacíamos conversaciones individuales. Después de algunos meses Perón quiso realizar una reunión general; a mí no me gustaba, la consideraba prematura, pero él insistió y finalmente se realizó el 15 de mayo de 1943.

Perón habló largamente y en general hubo asentimiento a sus palabras. Pero en un momento dado se le fue la lengua y dijo: «Vamos a hacer la revolución». La mayoría de los camaradas quedaron sorprendidos y yo comprendí que Perón había estado demasiado apresurado, ya que no se había planteado nada al respecto, todavía. Al día siguiente, por la mañana, Perón me anunció que se había enterado de que iban a allanar su departamento y lo iban a detener a la una de la tarde.

—No pienso entregarme —me anunció—. Voy a defenderme a balazos y me tendrán que sacar muerto de mi casa.

—Yo lo acompaño —le dije.

Al mediodía llegué a su departamento, en Arenales y Coronel Díaz. Perón estaba solo y había puesto sobre la mesa un par de pistolas y cargadores en abundancia. Traté de disuadirlo de su actitud pero él insistía en que no se habría de entregar. Después llegaron otros camaradas, Montes y Ducó, para acompañarlo también en la emergencia. Se generalizó la discusión sobre la actitud de Perón, cuando a eso de las 15 habló Enrique P. González, que estaba en la Secretaría del Ministerio de Guerra, para avisar que la orden de detención contra Perón había quedado sin efecto.»<<

[19] Era dentro del Ejército una figura respetada. Declaración del ex presidente Perón al autor (enero de 1969): «En enero de 1937 yo regreso de Chile, donde había sido Agregado Militar. Estaba en la División Operaciones del Estado Mayor General y era a la vez profesor de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra —Historia Militar es Estrategia, en realidad—. Bien. Me llamaron entonces del Ministerio de Guerra y me dijeron que la impresión que allí tenían era que se venía la guerra; que la información que mandaban en ese sentido los agregados militares era reducida, limitada a aspectos técnicos, y no daba al Ministerio la sensación real de lo que estaba sucediendo en Europa; el Ministerio necesitaba tener una información cabal de ese proceso sangriento y apasionado que sería la guerra. Me mandaron, pues, en misión de estudios y me dijeron que eligiera el país adonde iría. Yo elegí Italia por una cuestión personal, porque hablo italiano tanto como el castellano… ¡a veces mejor…!

Me ubiqué en Italia, entonces. Y allí estaba sucediendo una cosa: se estaba haciendo un experimento. Era el primer socialismo nacional que aparecía en el mundo. No entro a juzgar los medios de ejecución, que podrían ser defectuosos. Pero lo importante era esto: un mundo ya dividido en imperialismos, ya flotantes, y un tercero en discordia que dice: «No, ni con unos ni con otros, nosotros somos socialistas, pero socialistas nacionales.» Era una tercera posición entre el socialismo soviético y el capitalismo yanqui.

Para mí, ese experimento tenía un gran valor histórico. De alguna manera, uno ya estaba intuitivamente metido en el futuro, estaba viendo qué consecuencias tendría ese proceso. De modo que, una vez instalado allí, empecé a preocuparme por estudiar qué era ese problema del socialismo nacional. A mí siempre me ha gustado mucho la Economía Política, la he estudiado bastante y en Italia tuve la suerte de incorporarme a algunos cursos muy importantes. Siempre pensé que los italianos tienen los mejores economistas: de otro modo no podrían vivir sesenta millones de italianos en cuatrocientos cincuenta kilómetros cuadrados… ¡y vivir bien! Se estaban desarrollando unos cursos magníficos: seis meses de ciencia pura en Torino y seis meses de ciencias aplicadas en Milano, a los que yo asistí regularmente. Allí me aclararon muchas cosas, en materia de Economía Política, porque ellos estaban haciendo una vivisección del sistema capitalista. Todos los trucos del sistema los tenían bien estudiados…

Todo eso me aclaró mucho el panorama y además pude ver bien el proceso europeo, sin ningún prejuicio, mirando un aspecto que se veía claro. Porque en tiempos de paz, hay como una bruma del convencionalismo pacifista que oscurece el panorama; pero cuando se declara la guerra, todo aparece descarnado, en sus intereses, sus dramas y sus pequeñas y grandes cosas… Y eso fue lo que yo vi en Europa. Así estuve en Italia un tiempo, otro tiempo en Francia, en Alemania y en Rusia también. Yo había ido a visitar el campo de batalla de Tannenberg, sobre el cual había escrito un libro y me interesaba ver ese teatro, que conocía por el mapa. Estuve allí con los oficiales alemanes en Loebtzen, frente a los rusos, que estaban en la línea de Kovno-Grodno; pero eran amigos —todavía no había estallado la guerra entre Alemania y Rusia— y por ahí me llevaron a hacer algunas excursiones por el interior de sus propias líneas. Tomé una experiencia directa irreemplazable en todos esos lugares. Luego vine aquí (Madrid F. L.) y estuve seis meses, poco después de haber terminado la guerra civil y tomé lenguas de toda naturaleza; hablé con los nacionales y con los republicanos, recorrí poblaciones y llevé una sensación perfecta de lo que había ocurrido en España y me di cuenta que en España no había ocurrido nada distinto de lo que pasaba en el resto de Europa: sólo que en España habían hecho las cosas… a la española. Pero el fenómeno era el mismo… José Antonio Primo de Rivera había sido un ideólogo; un ideólogo que más o menos dio congruencia a eso que ocurrió en España, que era un acto incongruente por naturaleza y por costumbre…

Por eso, en 1955 yo no caí del gobierno; yo me fui del gobierno para evitar al país una guerra civil. Jamás hubiera querido que en la República Argentina pasara lo que pasó en España, porque en estos treinta años los españoles no han hecho otra cosa que reconstruir lo que destruyeron en tres años de guerra… Yo hubiera podido tomar las medidas represivas del caso y aplastar el sofocón: bastaba con movilizar, declarar el estado de guerra y meter a los obreros en los cuarteles. No era un caso de valentía personal; total, los que mueren en la lucha no son los generales… ésos mueren siempre en los sanatorios, con esas inyecciones largas, de las que a la gente le gusta ahora… Pero, ¿qué pasaba si tomaba esas medidas? Esas cosas no terminan como empiezan. Eso iba a costarle al país un millón de muertos, como en España. Y yo no estaba dispuesto a que la Argentina pasara por eso, simplemente por mi presencia o no en el gobierno. Creí que el proceso seguiría igual, con algunas modificaciones, aunque yo no estuviera en el poder. Ahora, si hubiera sabido lo que pasó después, ¡entonces sí que hubiera peleado, aunque esa decisión hubiera costado un millón de muertos como en España!

Pero sigamos con el relato.

Después de esto regreso a la Argentina, con un panorama totalmente claro sobre lo que estaba ocurriendo en el mundo. No se trataba sólo de una guerra mundial: la historia seguía a través de esa guerra y había un proceso de evolución que, tan pronto terminara ese conflicto —cuyo fin era fácil de prever—, tendría que seguir su curso. Llegué, pues, con una mentalidad hecha sobre la observación directa. Yo sabía que en nuestro país las cosas repiten, diez o quince años, lo que ha ocurrido en Europa. Porque Europa será por los siglos la cabeza y el centro del mundo; los americanos tendrán un mayor adelanto científico o técnico, pero, sin duda, el proceso humanista pasa por acá, por Europa. Así llego a Buenos Aires y empiezo a dar una serie de conferencias, siempre en círculos cerrados, así como hacemos los militares, que todo lo hacemos en secreto… pero un secreto que suele ser a voces… Cuando terminé esas conferencias, resultó que para el sector cavernícola que siempre tienen los ejércitos, yo era una especie de nihilista, ¡un socialista que llevaba una bomba en cada mano! Pero yo había dicho la verdad, tal como la veía, a un núcleo de oficiales que presentaba una formación cultural un poco mayor que el horizonte medio, digamos, del oficial que no ve mucho. Como consecuencia de eso fui a parar a Mendoza, como director del Centro de Instrucción de Montaña: una forma de sacarme de Buenos Aires. Estuve la mayor parte de 1940 en Mendoza y al año siguiente regresé a Buenos Aires.

Cuando vuelvo a Buenos Aires me encuentro con una serie de jefes y oficiales que me dicen: «Hemos escuchado sus conferencias y estamos total y absolutamente con usted. Pensamos que el proceso que usted ha descrito es indetenible y que en nuestro país estamos abocados a un nuevo fraude electoral que lo entregará a las fuerzas más regresivas. Nosotros no estamos con eso.» Allí estaban Ávalos, Argüero Fragueiro, Mercante —que era el que capitaneaba todo ese movimiento—, Anaya, Emilio Ramírez, Enrique P. González y otros.

Ellos me dijeron que no habían perdido el tiempo; que el Ejército estaba organizado y que podían tomar el gobierno en cualquier momento. Yo, cuando los escuché, les dije:

—Cuidado, muchachos, despacio, porque tomar el gobierno para fracasar, es mejor no tomarlo… No se puede improvisar una revolución como la que hay que hacer en la Argentina. Es necesario prepararlo y estudiarlo muy bien… Denme diez días y en ese lapso yo voy a «oler» todo esto. Después nos juntamos y les doy mi parecer.

Hablé entonces con mucha gente. El primero, Patrón Costas. Él fue a mi departamento, en Arenales y Coronel Díaz y allí hablamos cuatro horas. Le expliqué el error grave que estaba por cometer. Era un hombre inteligente y capaz, nada tonto. Le dije que en el peor de los casos no llegaría a proclamarse su candidatura y que si alcanzaba a proclamarse, de todos modos no sería presidente. Le expliqué todo el proceso, tal como lo veíamos nosotros. El hombre, totalmente en claro, y la prueba está en que, después del 43, jamás se metió en nada; él también creía y pensaba que el camino era el que yo indicaba. Claro que en la situación en que estaba Patrón Costas no podía hacer nada, ni incorporarse a lo nuestro: pero estaba totalmente de acuerdo. Y aunque él no podía estar en lo nuestro, muchos de sus amigos sí lo estuvieron: así por ejemplo, el viejito Cárcano, que trabajó con nosotros, Joaquín Anchorena y muchos de la juventud conservadora. Para mí fue una sorpresa…

En esos diez días que yo me había tomado para hablar con gente, antes de decidir si hacíamos o no la revolución, hablé también con radicales: los dos Siri, Antille, entre otros, con socialistas, etc. Lo que yo no quería hacer era un golpe militar intrascendente e inoperante, como suelen ser casi todos los golpes militares, por incapacidad de los hombres para la realización política que debe seguir a todo golpe de Estado. Pero con la colaboración de todo este grupo político, que era la gente mejor, la que interesaba, ya no tenía dudas. Llamé entonces a mis camaradas y les dije:

—Totalmente de acuerdo. Yo me hago cargo, pero no del golpe militar ni del gobierno que resulte, sino de la realización de la revolución de fondo que debe seguir a este golpe militar. Este golpe sólo tiene razón de ser si a continuación podemos hacer una transformación profunda que cambie toda la orientación que se ha seguido hasta hoy, que es mala.

Por una deformación profesional, los militares siempre creen que el presidente surgido de un golpe militar tiene que ser un general… En este caso, los muchachos tuvieron el tino de elegir a tres generales «cabresteadores», como Rawson, Ramírez y Farrell, que iban a hacer lo que se les indicara… Así ocurrió la revolución y yo, de acuerdo con lo que había exigido, fui designado en un puesto secundario, jefe de Estado Mayor de la Primera División, porque no quería estar en primer plano. Y empecé a trabajar para formar un concepto, unas bases de lo que debía ser la revolución.<<

[20] ¡Ideal para que yo lo maneje! Referencia al autor del doctor Guillermo Borda.

Testimonio brindado al autor por el doctor Arturo Jauretche:

«Conocí a Perón pocos días después de la revolución del 43, tal vez algunas semanas más tarde. Nosotros, los forjistas, estábamos en contacto con los conspiradores a través del coronel Gregorio Pomar. Además, Homero Manzi era vecino y amigo de unos mayores, Quiroga y Sarmiento, que actuaban en el GOU y lo mantenían al tanto de la conspiración. Por otra parte, de años atrás solíamos enviar los Cuadernos de FORJA a un núcleo de jefes y oficiales, entre ellos a Perón —aunque no lo conocíamos personalmente—, incluso cuando él estuvo en Italia.

La noche del 3 al 4 de junio de 1943 éramos unos 300 muchachos que estábamos en el local de FORJA, esperando los acontecimientos, todos con boina blanca. Nos habían pedido que fuéramos a Plaza del Congreso para dar calor civil al movimiento militar. En la Quema había un mozo Oviedo, amigo nuestro, que también había reunido gente. Finalmente no hicimos nada porque quedamos desconectados de Pomar. Cuando Rawson apareció al frente de la columna revolucionaria, todos quedamos bastante desconcertados.

De todos modos sabíamos que había un coronel Perón que era la esperanza de la juventud militar. Por intermedio del mayor retirado Fernando Estrada —que era íntimo amigo de Perón, uno de los pocos que se tuteaba con él— se concertó una entrevista poco después del movimiento militar. La noche anterior habíamos ido con Homero Manzi a la casa de Leopoldo Lugones (h.) y allí nos entrevistamos con el coronel Enrique González, secretario general de la Presidencia. Estábamos tratando de detectar al «hombre de la Revolución» y González nos pareció muy capaz. Señalo que después de un tiempo, cuando González vio que Perón estaba ganando la batalla, se abrió de la carrera y los dos se hicieron amigos.

Bueno. La charla con González duró hasta las 3 o 4 de la mañana. Recuerdo que nos fuimos con Manzi a cenar al Tropezón y a las 8 en punto estábamos en el Ministerio de Guerra.

Perón me impresionó. Era un hombre informado, de gran rapidez mental; tenía una agilidad periodística —diría yo— para captar y asumir lo que se le decía. Sobre esto tengo una anécdota significativa. En una oportunidad hablaba yo con él de los problemas de la burocracia, su lentitud, etc. Al día siguiente abro el diario y leo el último discurso de Perón, dirigido a los empleados de la Secretaría de Trabajo. ¡Era, prácticamente, todo lo que yo había dicho, pero enriquecido, dicho con gracia y habilidad, mechado con estadísticas y conceptos originales! Comenté esto con Estrada y se echó a reír:

—Cuando usted se fue —me dijo Estrada— Perón dijo: «Ya tengo discurso para mañana…»

Pero sigo con mi primera entrevista. Me pareció que Perón estaba en su buena línea y simpatizamos en seguida. No se habló de apoyar al gobierno ni mucho menos a una candidatura sino más bien de colaboración recíproca. Algo como aquello de «radicalizar la revolución y revolucionar al radicalismo» que yo lancé más tarde como consigna política. Coincidimos en que había que ganar la Revolución, porque aunque muchos no lo hayan creído así, lo cierto es que Perón nunca tuvo el gobierno en sus manos por esa época. Tenía parte del poder pero no todo el poder y debía luchar continuamente para que el proceso político y gubernativo no se le escapara de las manos. El general Perlinger, por ejemplo, lo enfrentaba a cada momento. Y cuando Perón se hizo cargo de la Secretaría de Trabajo, en la Casa de Gobierno se reían de él y auguraban su próximo fracaso. Además, el presidente Ramírez creía en la posibilidad de una salida electoral con el radicalismo del Comité Nacional, es decir los alvearistas.

De modo que la tarea de ganar la Revolución era algo previo y básico. Perón estaba en la formación de un gran movimiento nacional con el radicalismo yrigoyenista.

Bien. En esta primera entrevista quedamos de acuerdo en que yo vería a Perón todas las mañanas a las 8, en el Ministerio de Guerra. Así lo hice durante un año, más o menos, hasta mediados de 1944. Por ese tiempo yo viajé mucho al interior, con la intención de ir arrimando amigos a nuestra idea. Participé de muchas reuniones: en Santa Fe con Roque Coulin, Pedro Murúa y Alejandro Greca; en Rosario con Alejandro Gómez y Héctor Gómez Machado; en Mendoza con Alejandro Orfila. Recorrí, prácticamente, la provincia de Buenos Aires entera. Me entrevisté en varias oportunidades con Sabattini en Villa María. Todos los amigos, con mayor o menor decisión, apoyaban el planteo de ganar la Revolución, pero algunos fueron indecisos cuando llegó el momento. Fue el caso de Sabattini, que un buen día, en 1944, se fue al Uruguay sin que nadie lo molestara… Yo debía viajar varias veces a San Ramón, donde se radicó.

El 31 de abril de 1944 Perón me hizo llamar a su casa, en la calle Arenales. Ese día conocí a Evita, que recién se había instalado con él. Hablamos del problema de la Intervención de Buenos Aires, vacante desde hacía cierto tiempo. Yo había insistido muchas veces que la clave del proceso político nacional era Buenos Aires. Que era indispensable nombrar a un militar que pudiera brindar una gran reparación histórica al radicalismo bonaerense —se entiende, al radicalismo intransigente, no al de Boatti que andaba en otras cosas— gobernando con ellos y resistiendo la previsible presión de los «orejudos».

Perón me ofreció el cargo y yo lo decliné, porque consideraba que sólo un militar de prestigio podía conducir esa difícil política. Pero ocurría que Perón no tenía poder suficiente como para designar un interventor que le respondiera. Perlinger le vetaba sus candidatos y nuestro coronel vetaba, a su vez, los que proponía Perlinger… De todos modos, en esta conversación me anunció Perón que había un general, Sanguinetti, que estaba plenamente en nuestra idea y que ya estaba aceptado en las esferas oficiales. Me pidió que le trajera a los ciudadanos que irían como ministros de Sanguinetti. Al día siguiente le presenté dos amigos de toda confianza y Perón conversó con ellos, quedando muy satisfecho.

Pero ocurrió que esta vez, a Perón lo habían «pasado». Sanguinetti respondía, en realidad, a Perlinger, de lo que me di cuenta en una entrevista que tuvo con él al otro día. Así que nuestro plan quedó en nada y yo, naturalmente, quedé pagando ante los amigos… Entonces dejé de ver a Perón. Consideraba que él me debía una explicación. Yo podía ganar o perder —en política siempre se está ganando o perdiendo— pero no podía quedar como un charlatán ante mis amigos. Se lo dije a Perón secamente, cuando él, extrañado por mi ausencia, me hizo llamar. Él se excusó, estuvo cordial pero finalmente no dio las explicaciones que yo requería.

Al poco tiempo saltó Perlinger, y Perón consiguió la designación de Teissaire como ministro del Interior. Yo me di cuenta de que el proceso había variado de signo. Ahora se trataba de «enganchar»; de buscar gente, viniera de donde viniere. A mí ya no me interesaba este tipo de política aunque pienso que Perón pudo tener razón al formular esa apertura. Ya no lo vi hasta después de febrero de 1946.<<

[21] Nos hubiera salido más barato que la publicidad que hicimos… Referencia al autor de León Bouché. <<

[22] Serían los verdaderos enemigos de la oligarquía. Conviene señalar que hasta fines de 1944 la Unión Industrial apoyó públicamente al gobierno de facto y especialmente la obra de Perón al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión; a partir de los comienzos de 1945 la Unión Industrial formó parte del virtual frente de entidades empresariales armado contra Perón, aunque dentro de la misma organización muchos de sus miembros se opusieron a esta política, que culminó con el famoso cheque donando una gruesa suma a la Unión Democrática en plena campaña electoral. Sobre este proceso, ver Comportamiento y crisis de la clase empresaria, por Dardo Cúneo (Ed. Pleamar, Bs. As., 1967). <<

[23] El cardenal primado. Según referencia al autor del doctor Arturo Sampay, el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Santiago Luis Copello, siendo vicario castrense habría tenido una fricción personal con Perón, con motivo del folleto «Moral militar» que éste, entonces capitán, escribiera en 1925 para el Manual del Aspirante. Según Copello —y siempre a estar a la referencia mencionada—, los conceptos de Perón tenían un sentido de «moral nietzscheana» y por ese motivo aquél pidió su separación del curso que dictaba. El episodio habría provocado un resentimiento entre Copello y Perón que continuó hasta 1945. <<

[24] Luis B. Cerrutti Costa. En su libro El sindicalismo. Las masas y el poder (Ed. Trafac, Bs. As., 1957). La versión comunista en Esbozo de historia del Partido Comunista en la Argentina (Ed. Anteo, Bs. As., 1948). <<

[25] Después de entonar, obviamente, el Himno Nacional. Ver 5 de Abril, una fórmula y una consigna contra la dictadura, 1931-1945 (Ed. Boina Blanca, Bs. As., 1945), folleto que recoge los discursos pronunciados en esa oportunidad. <<

[26] Muchos dirigentes de ese sector. Asistieron a la reunión de Avellaneda o adhirieron a la declaración que allí se aprobó, los siguientes dirigentes radicales: Francisco Ratto, Roque Coulin, Bernardino Horne, Crisólogo Larralde, Jacinto Fernández, Héctor Dasso, Roque Raúl Aragón, Eudoro Aráoz, Ricardo Balbín, Alberto Candioti, Oscar López Serrot, Absalón Rojas, Carlos A. Murúa, Pedro O. Murúa, Donato Latella Frías, Juan G. Fleitas, Lorenzo Larraya, Jorge Farías Gómez, Federico F. Monjardín, José Quinteros Luque, Ramón del Río, Humberto Cabral, Pedro Zanoni, Cándido Quirós, Francisco Rabanal, César A. Coronel, Miguel Sabatino, Elpidio Lazarte, Justo P. Villar, Santiago Maradona, Ernesto Dalla Lasta, Oscar Alende, Arturo Frondizi, Alberto H. Celesia, Aristóbulo Aráoz de Lamadrid, Ernesto P. Mairal, Ángel M. Lagomarsino, Celestino Gelsi, Alejandro F. Gómez, Armando Antille, Raúl Rabanaque Caballero, Federico Cané, Ataúlfo Pérez Aznar, Rodolfo Carrera, Ricardo Sangiácomo, Luis R. Mac Kay, Ernesto F. Bavio, Eduardo Holt Maldonado, Juan O. Gauna, Víctor A. Alcorta, Eduardo H. Bergalli, entre otros. (Ver El radicalismo. El Movimiento de Intransigencia y Renovación, 1945-1957, por Gabriel del Mazo, Ed. Gure, Bs. As., 1957.) <<

[27] Era un auténtico apóstol. Ver Pensamiento y acción, por Moisés Lebensohn (Ed. Comisión de Homenaje de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1965), con introducción de Julio Oyhanarte, que recoge los principales escritos y discursos de Lebensohn. <<

[28] Quienes promovieron su aprobación. El redactor de la Declaración de Avellaneda fue Arturo Frondizi. <<

[29] Manifiesto de los líderes. Lo firmaron los siguientes dirigentes radicales: Antille Armando G., Aramburú Julio P., Acosta Guillermo, Astesiano Carmelo I., Aráuz Justo José, Acebal Enrique, Aramburú Domingo, Aramburú Ball I., Abella Juan, Armendáriz Alejandro, Albónici Segundo, Abella Manuel, Almaestre Alberto, Arlandini Enrique, Armendáriz H., Althabe Bernardino, Armendáriz Alberto, Agosti Carlos, Acuña Juan M., Anchordoqui Juan B., Allen Bernardo, Acosta Alfredo L., Arrestúa Felipe, Aguirre Aníbal, Aristel Alberto L., Aráoz Ricardo E., Arigós Ramón, Artabe Alberto, Agasse Domingo, Arín Boero Omar, Aceñalosa Bautista, Amoroto Miguel Ángel, Ávalos Faustino, Arias Manuel, Allende Alberto L., Aranguren José Ma., Amavet Uranga Ernesto, Arrebillaga Gregorio, Arribálzaga Enrique, Ardigó Héctor, Acosta Juan J., Álvarez Manuel, Alfaro José Gregorio, Asenjo Segundo Ramón, Arteaga Sola Domingo, Antonioli Carlos, Areco Rogelio, Ayala Venancio S., Acevedo Justo, Acuña Fernando F., Andreotti Saturnino P., Álvarez Ramón, Álvarez Delio S., Álvarez Julio, Audenino Juan B., Aimaretti Pedro, Asar Felipe, Amuchástegui Rodolfo R., Argüello Lencinas Carlos, Alonso Francisco, Arredondo Hugo, Argañaraz Arturo, Arregui Juan, Almada Aurelio, Amuchástegui Justiniano, Aristizábal Juan R., Argüello Domiciano, Artola Juan, Araujo Eduardo, Arbeletche Aníbal, Angio José, Aversa Carlos L., Ávila Antonio A., Alonso Palacios Vicente, Albarracín Godoy Jorge y Albarracín Marcos.

Boatti Ernesto C., Busaniche Julio J., Bertozzi Francisco, Baulina Ángel V., Bonazzola Romeo E., Berduc Alfredo M., Barreyro Emilio C., Berbeni Pedro, Bretal Vicente A., Ball Carlos A., Bartolucci Nicolás, Bellomo José Ma., Bringué Manuel, Bode Bernardo, Biancardi Otelo, Borgonovo Andrés, Báncora Héctor, Bruny Eugenio Reyes, Belotti Ángel, Berutti Enrique F., Bozzano Miguel A., Burlando Natalio D., Bacigalup Sandalio, Barragué Nilo, Bollies Ciriaco, Bissio Juan, Bardone José, Bendersky Juan, Bermúdez Eugenio, Brocca Victorio, Beretti Rienzo, Barraguirre Dionisio, Bosia Marte, Berastegui José, Bringas Ignacio, Benaventano Domingo, Buyatti Pablo, Benítez Alfonso, Balbi José, Borsani Héctor C., Bidone Juan, Barbagelata Reinaldo, Barrera Guillermo R., Brandoliso Ricardo, Bonet Eduardo, Brussa Domingo, Bauducco Enrique, Balboa Hernán, Baigorria Benjamín, Brollo Alberto E., Baragiola Emilio L., Bertellotti Ecio, Barbará Enrique, Benítez Pedro, Brasseco Roberto, Bértora Ignacio H., Bértora José M., Bruno Juan José, Balbi Ángel, Balbi Gerónimo, Bela Manuel E., Bur Félix S., Biasi Edison de, Borgobello Agustín F., Bazán C., Bleger David, Borgogno Domingo, Barbagelata José V., Belnicoff Manuel, Barrios José, Buroni Raúl, Biancamano V., Berlingeri Santiago A., Benedetti Constante, Berrondo Sebastián M., Bufa Benjamín y Burgueño Narciso.

Ceballos José Antonio, Candiotti Enrique A., Caggiano Luis C., Caffaratti Egidio, Chiappe Adolfo, Carpano Vicente A., Chidichino Juan B., Costa Orlando, Crespi Fortunato, Costas César, Cervera Juan, Cóppulo Ángel, Contemponi Francisco T., Campo Julio, Campo Ricardo del, Castiglioni Luis, Cerminaro Francisco, Cordón Antonio, Champalagne Juan, Crescionini Luis, Crescionini Luis O., Codegoni José L., Capuzzi F., Corti Edmundo, Celaya Manuel, Castelau M., Chort Alberto, Cordini Miguel, Cuello José, Coutada Ataúlfo, Corte César L., Corte César J., Churruarín Raúl E., Camps Máximo, Comaleras José E., Chiessa Andrés P., Cusalli José, Cortea Emilio, Castellano Antonio, Cassani Carlos, Carranza Antonio E., Chávez Ramírez Justino, Chiosa Traverso Juan, Carbone Adán E., Cardone Adán Ernesto, Caccia Juan, Crespo Arturo, Cardoso Emeterio, Cantón Félix A., Ciminari Alberto, Comba Amado, Cortés Arturo, Cerrutti Armando R., Capillo Juan, Cárcano Manuel J., Costa Ignacio J., Copes Raúl A., Caspani Mario, Capello Celso, Carreras Juan Carlos, Carreras Eduardo, Cabutti Juan, Croissant Francisco, Chiaraviglio Valeriano, Croissant Pablo, Cabutti Victorio, Cangiani Tobías, Cámera José J., Conil Hipólito, Crespo Domingo, Carreras Porfirio, Cadirola Aquiles, Carussi Juan L., Corti Carlos F., Capellone Llerena N., Curletti José, Costa Rigesti Rodolfo, Céspedes Martín, Córdoba Vicente E., Ceratto Agustín, Casariego Rogelio M., Chaparro Horacio R., Chaparro Carlos A., Castro Vélez Sársfield Guillermo, Calvento Rouquad Alcides, Craig Ernesto, Cabral Humberto, Castellano Julio, Carrasco Gómez Alfonso, Cámera Emilio, Calabrese Salvador R., Climent Alberto Peral, Centeno Juan Carlos, Conte Luis A., Caballini Ítalo, Canedo Raúl, Casacallares Saúl, Christophersen Pedro, Cufré Orlando H., Cánepa Carlos, Casanova Celino, Costanzo M. F., Cisneros Carlos A.

Del Matti Juan J., Decavi José M., Duffy Eduardo N., Dans Rey José, Decavi Jorge Raúl, Domínguez Fernando, Delachaux Enrique, Duimión Jorge Faustino, Dietrich Rodolfo A., De Nardo Alfredo, Duclós Alfredo E., Dermonn Marcos E., Diez Mario B., Di Giorgio Domingo, Di Leo Amadeo, De Grazia Miguel, Diego Eduardo P. de, Danielis Emilio, Damiani Salvador, Damiani Alejandro, Degoy Norberto J., Domecq Emilio, Duarte Carlos A., Diamante Samuel, Duarte Ramón, Duarte Rodolfo, Duarte Leopoldo, Duarte Félix, Dettoni Enrique M., Domínguez Matías, Delacroix Agustín, Diez Luis, Dillon Mateo G., Devicenzi Conrado, Devicenzi Asencio, Devicenzi Raúl T., Devicenzi Federico T., Díaz Norberto, Duprat Ases, Durán Jorge, Datto Humberto, Dimotta Félix, Degani Bernardo, Domingorena Horacio O., Destruel Ramón, Demón Luis M., De Gregory José, Dellepiani Juan O., D’Agostino José A., Degui Santos F., Defagot Luis M., Delatorre Rafael, Daneri Bernardino, De Santis Luciano (h.), De Santis Leonides, Di Carlo Ángel, D’Angelo J., Deprati Atilio.

Eguiguren Atanasio, Erize Javier M. L., Elizalde Pedro B., Elorza Alberto, Eyto Francisco F., Elizalde Santos, Estrebeu Pedro, Etcheun Julio, Elordieta Domingo, Espinosa Arribillaga Lucas, Etchevehere Arturo J., Eyhartz Lineo Etchegorry Anselmo, Echazarreta Diego F., Escudero Eduardo, Escala A., Echenique Gilberto, Echazarreta Ricardo L., Erbetta Carlos, Erbetta César, Esser Alfonso, Echeverría Ernesto, Elkin Miguel, Elicteri Juan N., Escolarizi Giménez Alfredo, Ezcurra Enrique.

Ferreyra Vázquez José R., Florio Lucio, Ferrari Luis, Florez Félix, Fernández de la Puente Eduardo, Favitalle Santiago, Ferraro Antonio, Folco José, Finochietto Héctor, Ferreyra Miguel, Fernández Eduardo, Fassio Juan J., Flores Eliseo F., Freiberg Víctor, Fassano J., Femández José A., Falcone Clemente, Frangi José F., Fano Juan D., Francisconi Orencio, Feijo Jesús, Franolich Juan Francisco, Fiasco Ángel Luis, Ferrerás Agustín, Fuentes Pedro A., Frutos Manuel, Frabissian Albino, Fernández Francisco, Ferreyra Valentín, Farías Teodoro, Finochietti Juan L., Figueroa Pio César, Flores Jacinto, Francheri Carlos, Franzotti Antonio, Ferreyra César, Ferreyra Avelino J. W., Fernández Julio C., Formichelli Enrique F., Finondo Rafael, Fornillo Dante H., Farioli Federico J., Figarol Juan, Fernández Rubio J. T., Fernández Raúl, Ferrando Miguel Ángel, Frugoni Zabala Ernesto, Ferrari Renato, Ferrar Francisco, Fiad José, Funes Juan Francisco, Fuentes Cayetano de la, Frega José, Fernández A., Fernández Justo M., Fonticelli Santiago, Ferrer Zanchi Alfredo, Frugoni Zabala Santiago, Frers Antonio C., Ferrer Enrique, Fernández Juan Carlos.

Gallardo Alejandro, Garay Fermín, Gómez Grandoli Clemente, Garayalde José Ma., Gómez Cello Pedro, Grassi Alfredo, González Gastelú Pedro, Galatoire Adolfo J., Gil Flood Mario, Gil Flood Luis, Grau Walter H., González Patiño José, Garona Juan A., Garona Alberto A., Gianoli D. A., Giussoni E., Grossi Juan, Gardella Felipe, González Gil Ramón, Galíndez Rodolfo, Gil Luis Ángel, Gómez Carlos E., Grecco Juan F. (h.), González Ramón E., Gottardi Carlos G., Girad Fernando, García Laurentino, Gaillard Agustín, Galicchio Miguel, García Roberto, Gambino Eduardo, Gonsebatt Uranga L., Giménez Martín, Gadea Daniel, Gómez Rogelio, Girard Julio A., González Juan M., Gallino Norberto F., Giménez Horacio M., Gandulfo Nicolás A., González José A., Garbellini Ricardo, Grela Ángel F., García Barrea Pedro, Guerscovich Santiago, Gómez Ángel, González Félix O., Guzmán Arias Alberto, Guerrero Rafael E., Godoy Martín J., Guevara Luis R., Gómez Ángel Alfonso, García Iturraspe Emilio, González Peire Bernardo, Guimard Ernesto, Gil Manuel, Gil Florentino, Gaggiano Agustín, Garay Ramón L., Gervasoni José Luis, Gasparotti Mario L., González Vicente, Griffa Telmo, Gamba Domingo, Gordillo Pedro José, García Tiscornia Luis E., Genolet José, Greca Pascual, Gaggero Pedro, Guida Carlos, Garcilazo José, González Arturo, Gauchat Enrique P., Guala Pío J., Gay Luis A., Giménez Gilberto, Guardiz Juan Gabriel, Gallo Luis M., Giobando Carlos, Garbino Lucio J. Ma., Gordillo Pedro N., Gordillo Alfredo, González Vocos J., González Miguel, Gorrini Enrique E., Gutiérrez Bazán Ricardo, Grosso R., Grancelli Chá Néstor, Gallegos Moyano Carlos, Guido Juan José, Goti Erasmo V., Goicochea Victorio, Guarrochena S. E.

Horne Carlos, Hansen Guillermo, Huarte Guillermo J., Heer Alfredo, Heer F. Gaspar, Hardi Gerardo, Harispe Bernardo, Hernández Adolfo, Herscovich L., Hillar Jorge, Haro Alcalde José y Hermida Leandro.

Irigoyen Ricardo M., Iturraspe Rodríguez José, Isleño José A., Illia Arturo, Iturraspe Rodolfo, Irigoyen Héctor, Izaguirre José M., Ibarra Luis, Irazoqui Francisco, Iannuzzi Rafael, Irigaray N., Iannetti P., Indorato Pascual, Isella Carlos, Iraguirre Miguel P. e Izaguirre Ramón César.

Jeannot Luis y Jaroslavsky Manuel.

Kleiman Mauricio, Korob Abraham, Katsenelson J. y Kleiner Jacobo.

Laurencena Eduardo, Latella Frías Donato, López José Eduardo, Lobos Tristán G., López Bravo Roberto A., Laborde Pascual H., López Fernando J., Lanfranco Augusto, Lerena Díaz Arturo, Lescano Marcos, Lescano Abelardo, Laurencena Eduardo (h.), Laurencena José Miguel, Liprandi Antonio J., Liprandi Víctor, Langevin Luis, Loustales Juan, Lera Lorenzo, López Alfredo, López Sanabria B., Latasa Domingo, Latasa Marcos, Latasa Fernando, López Rufo, Leonhardt Antonio, López Olmos Ramón, Leonelli Hugo, López Germán R., Landa Lucas (h.), Liceaga José V., Longhi Carlos Luis, Luzuriaga Raúl Guillermo, Lilué Antonio, Lahuirat José Joaquín y Larrañaga M. (h.).

Mosca Enrique M., Mibura Enrique, Michel Torino David, Montes Antonio Manuel, Molina José Miguel, Miramont Juan José, Montero Nicasio E., Mathieu Guillermo, Marabotto Andrés S., Marabotto José, Müller Luis, Maino Alejandro, Mensi Carlos P., Mussio Juan, Merlo V., Martins Emilio, Murias José (h.), Marti Bosch Roberto, Marino Pedro, Michellon Aníbal, Mariezcurrena Juan, Mauri E., Mello Antonio, Manzi Raúl A., Mercante Celestino, Menis Alberto J., Medina Allende Antonio, Márquez José, Migoni Arnoldo, Molina Ricardo L., Malaponte Eugenio S., Marc Eugenio S., Marc Juan Carlos, Maciel Joaquín, Molineris Mario J., Marc Leandro H., Mantarás Manuel J., Medrano Armando W., Muñoz Alfredo, Manzani José, Menghi Domingo, Muchiutti Pedro L., Morgan David J., Mijno Teófilo, Minnitti Salvador, Macedo Julio J., Marsilli Hércules, Marzochi José P., Mendoza Félix, Mainetti Faustino, Mena Damián, Montes Carlos, Mondino Alfredo, Magnin Roberto, Merci Federico, Martínez Ramón, Miró Pla Wilfrido, Mainardi Gaudencio, Martínez Carlos B., Martínez Adolfo, Moix David, Montorfano José M., Michelena Ventura, Muzio Horacio, Mata Ibáñez Juan de, Menchaca Andrés D., Mercader Emir, Mac Kay Luis R., Mac Kay Alberto E., Míguez José S., Marcó Ulises P., Mihura Alberto F., Macedo Julián M., Mercier Alberto, Melo Abraham, Mihura Carlos, Mihura Eduardo J., Marcó Cipriano F., Marcó Teodoro E., Mihura Francisco, Martínez Héctor, Mundani Roberto, Mastrángelo Vicente, Mas Juan, Maggio Julio, Mendizábal Samuel, Márquez Francisco, Massimino D. B., Mastrángelo Umberto, Mundani Oscar P., Manubens Calvet Joaquín, Manubens Calvet Reginaldo, Martín Félix, Mercado José B., Meloni Luis F., Moyano Héctor Julio, Maino Roberto R., Molteni Eligio, Moyano Rodolfo, Monetto Juan B., Moyano José Ma., Molta Francisco, Miauro Pascual, Matov Arturo, Mottola Emilio, Mascolo Pascual, Miguens R., Maineri Lucio, Molinari A., Maringola Armando, Mazzarella Claudio, Martín Jorge, Martelletti César A., Marenda Eduardo, Marchetto Julio, Mariezcurrena Juan (p.), Monfarrel Ricardo y Morón Gerardo.

Noriega Juan J., Neyra Isidoro A., Novi Alberto C., Neyra Juan B., Núñez Fortunato, Navamanuel Miguel, Noguerol Armengol José, Nasimbera Juan V., Neme Miguel R., Nogueras Oroño César, Nizzo Juan, Nicolato Maximiliano y Narvaja Enrique J.

O’Farrell Miguel Z., Ortiz Roberto M., Oliber Martín A., Otero Manuel, Olmos Adilón, Orlando Francisco, Ogando Emilio N., Ordoqui Martín, Orsero Santiago, Otero Segundo, Ortiz Raúl J., Orellana Ricardo R., Osinaldi Apolinario, Ojeda Oscar Enrique, Ortega Manuel, Otalora Estanislao, Osinalde Matías (ingeniero), Osinaldi Matías, Oviedo Juan T., Oñativia Arturo, Ortiz Héctor A., Oliva Antonio y Onsari Fabián.

Paz Alberto J., Perette Carlos H., Piedrabuena Carmelo P., Poitevin Emilio, Pagano David J., Pedemonte Samuel L., Peralta Ángel R., Piaggio Juan José, Perales Alfonso, Pezzetti Víctor, Pellegrini Carmelo, Pintado Enrique V., Pérez Raúl José, Palumbo Ventura, Pastor Armando A., Papuano José, Piazze Manuel H., Peirano Antonio, Peralta Jerónimo M., Pagani Félix F., Padula Enrique N., Pooli Santiago, Petinari Manlio, Pereyra Segundo, Pellerino Eduardo J., Paralieu Alfredo J., Pérez Martín José, Puyol Edmundo, Pujaco Raúl M., Poggi Erasmo, Pazzi Arsenio, Piedrabuena Luis, Pícoli Arturo V., Pagano Oreste J., Pietropaolo Ángel, Pagano Mario M., Pagano Edmundo, Pagano Ítalo R., Palma Tomás, Pagani Juan, Piñón Benjamín, Pereyra Bernardino, Pereira Benedicto, Pintos Julio F., Perren Carlos, Petrozzi Antonio, Perette Francisco, Poitevin Ramón A., Palma Guillermo, Picasso Pedro, Piaggio Norberto, Piano Lesto A., Paredes Francisco C., Palacios Enrique, Palacios Sergio N., Palacios Fulgencio, Pazzi Andrés, Pibernus Juan B., Puig Armando J., Piattini José A., Posse Héctor, Pérez Pedro N., Piantoni Mario, Pierotti Tomás J., Ponzano Juan, Peña Horacio J., Petrazzini Ben Alfa, Paz Manuel, Paz Enrique, Pieres Juan Carlos, Paternostro Ovidio, Pinto Manuel, Presas Roberto, Palazuelos Ramón, Perkins Walter Jorge, Padilla Eduardo, Panigo Luis, Peco José y Palero Infante Rubén.

Querido Marcelo, Querido Anastasio y Quetglas Antonio.

Razquin Ramón, Rubino Sidney H., Repetto Marcelo J., Rodas Marcos A., Ramírez Amadeo, Rosas Ismael Santos, Ramos Luis M., Rodríguez José V., Ramella Domingo A., Río de Ortúzar Rubén, del Robles Baltasar, Resta Juan Carlos, Rizzo Francisco, Rizzo José, Regueira José A., Rodríguez Mera José, Rodríguez Mera Atanasio, Ruckauf Guillermo, Rodríguez Víctor M., Ruiz Antonio A., Reyle Tomás M., Romero Aurelio, Roldán Gumersindo, Ron Alberto A., Reggiori Martín, Ramos Eduardo M., Rodríguez Oscar L., Rostand Aurelio, Ramírez Felipe, Rossi Luis H., Rodríguez Agustín, Repeto Víctor, Rodríguez Apolinario, Romero Acuña Arturo, Ramos Miguel, Roselli José M., Rico Pedro B., Reynoso Larrazábal R., Reynoso Horacio L., Rebaque Thuiller E., Reula Edmundo, Rodríguez Vagaria E., Rodríguez Vagaria R., Rosembrok Florencio, Rodríguez Luis Ma., Ravena Justo, Rizo Juan J., Reggiardo José A., Ruiz José G., Reggiardo Santiago C., Roig Jacinto, Rotman José S., Reato José, Richart Juan Fritz, Riera Juan J., Ramírez Modesto, Rocca Juan Bautista, Ragazzin Silvano, Rebosolán Ángel, Ruiz Rodolfo, Remorino Mario, Rovaretti Juan V., Ratti Enrique A., Rodríguez Juan R. y Rodríguez Germán.

Sánchez Carlos A., Susán José C., Sagarna Guillermo, Seara Plácido, Santander Silvano (h.), San Juan Antonio, Suárez Roberto J., Silvestre Ernesto, Soracco Rolando A., Sanguinetti Raúl H., Sagasta Guillermo, Sagasta José Valle, Serantes Fernando, Sanders Carlos J., Sansobrino Arsenio, Scotti Francisco R., Sarlo Sabajanes Diego L., Sors Enrique, Sampietro José Alberto, Solari Eduardo, Segovia Eduardo, Segovia Domínguez Juan M., Surra Emilio, Siri Juan A., Schapira Miguel, Scacchi Juan G., Smosman Moisés, Sauret Héctor, Stilman Isaac, Salarrés Salvador, Scrocchi Alfredo, Saravia Carlos A., Sánchez Walterio, Segretti Juan D., Sutich Miguel, Schmied Efraín O., Santana Francisco, Saccone Horacio D., Staigel Valentín, Sosa Eulogio, Santia José A., Sotero Aquino Antonio, Saurit Arturo J., Stillo Victorio, Salatín Eduardo P., San Martín Román, Schweizer Bernardo, Silverio Firmo F., Siviero Firmo, Sellarés Melchor, Salto Calixto, Schuhmacher Pedro, Suárez Honorio J., Scheggia, Eliseo, Sosa Santana, Sandoz Mariano C., Spilla Parachiolo D. P., Stuckert Guillermo, Serra Manuel, Sanmartino Félix, Schaer Sigurd, Sayavedra Modesto, Santucho Oscar D., Secchi Antonio, Sánchez Francisco, Sierra R., Santángelo Agustín, Sadoc Vidal Luna, Stegmann Eduardo, San Clemente J., Spinosa Alejandro F. y Suárez Leopoldo.

Tamborini José, Teissaire Eduardo (h.), Tettamanti Domingo, Tonelli José, Tessi Antonio, Troilo Eleogrado B., Traverso Guillermo, Torres Arturo, Troncoso Maciavio, Telleria Jorge, Torres Marcelino, Tessio Aldo A., Tojeiro Felipe, Tolcachir Bernardo, Torterolo José R., Tardelli Antonio, Tepsich Antonio (h.), Trumper Boris, Teberosky Manuel, Taylor Juan G., Thomas Pedro, Testoni Atilio, Tognoni Roberto, Todaro Vicente, Torello Eduardo y Tobías Roberto.

Uranga Raúl L., Urdániz Julio D., Unzué, Uranga León, Uranga Jorge P., Uncal Salvador, Uribarri Félix R. de y Urrozola Cristóbal.

Viale Salvador, Vázquez Aníbal S., Villarroel Raúl, Vegas Martín, Volonté M. A., Villalobos Serafín, Valedo Jorge Antonio, Villar Juan E., Valbuena Nemesio, Vila Juan, Villa José A., Villar Fidel, Vila Dionisio, Velázquez Roque, Vico Venancio M., Vuotto Enrique, Vázquez Sireno P., Villanueva Samuel, Virgilio Salvador J., Villanueva Rodolfo A., Valdez Lorenzo, Vivas Raimundo, Viril Mario, Vijande Eugenio, Vercelli Remo A., Vaccaro Benito, Vesco José Luis, Vottero Mateo, Vago Ángel, Ventimiglia Rogelio A., Vázquez Juan Carlos y Vítolo Alfredo.

Wexler Vidal, Weidmann Rodolfo A., Weidmann Roberto A., Watson J. E. K. y Watson Patricio.

Yadarola Mauricio, Yáñez Álvarez Javier, Yáñez Benito y Yacusky Y.

Zavala Ortiz Miguel Ángel, Zapata Pedro P., Zito Luis, Zanuttini J., Zuber Ignacio, Zinni Mario, Zadoff Aarón, Zarriello Raúl L., Zancolli Eduardo I., Zubieta Pascual y Zugasti José.<<

[30] Mantuvo contactos indirectos con Perón. Sabattini y Perón se entrevistaron personalmente en una sola oportunidad. Fue a mediados de 1944, en el despacho del administrador de Ferrocarriles del Estado, mayor Juan C. Cuaranta, quien fue el enlace de la reunión debido a su amistad con el dirigente cordobés. Perón —que la había promovido— lo esperaba en esa oficina y Sabattini habló con él durante un cuarto de hora, sin testigos. Al despedirse, Perón le dijo a Sabattini:

—La respuesta, usted me la puede transmitir por medio de su amigo —refiriéndose a Cuaranta.

Cuaranta llevó en su automóvil a Sabattini a su casa y durante el trayecto el dirigente radical no se refirió a lo hablado. Pero en algún momento, conversando sobre generalidades, dijo abruptamente Sabattini:

—Yo no soy contubernista…

Expresa Cuaranta —quien ha referido estos detalles al autor— que en ese momento comprendió que la respuesta esperada por Perón no llegaría jamás, y así ocurrió.

Según referencias al autor de Jorge Farías Gómez, quien las obtuvo del propio Sabattini —ratificadas en parte por Arturo Frondizi—, el objeto de la entrevista habría sido, por parte de Perón, ofrecer al radicalismo todos los puestos electivos del futuro período presidencial (senadores, diputados, gobernadores, legislaturas provinciales, municipalidades) con la condición de que el candidato a presidente fuera propuesto por el Ejército. Sabattini, en esa oportunidad, manifestó que el radicalismo haría cuestión previa y básica de la candidatura presidencial. «Yo u otro —manifestó el dirigente cordobés—, porque sobre eso no habrá problema, pero el candidato a presidente tiene que salir del radicalismo.» Perón entonces le replicó que no parecía muy democrático que dos personas estuvieran barajando candidaturas y propuso —sin concretar cuál sería la mecánica de su propuesta— que fuera la masa radical la que decidiera en definitiva, lo que no fue aceptado por Sabattini. Según referencia de la señora Clotilde Sabattini al autor, el dirigente radical le habría dicho a Perón que, para que éste fuera candidato, era condición sine qua non que se afiliara a la UCR, «pues el partido —señaló— no puede llevar un candidato que no esté afiliado». Según éstas y otras referencias, la conversación, que no fue larga, se desarrolló en un ambiente de prevención y frialdad recíprocas. Por esos días —según referencia de Raúl Tanco al autor— Perón lanzó algún exabrupto contra Sabattini ante sus colaboradores del Ministerio de Guerra: «¡Este Sabattini no entiende nada —afirmó— y su cerebro cabe en una caja de fósforos…!»

Por su parte, en enero de 1969 Perón relató su entrevista con Sabattini al autor, de la siguiente manera: «Entre los políticos con quienes conversé, hablé con Sabattini. Pero no me pude entender con él: era totalmente impermeable. Era un hombre frío que no tenía ninguna posibilidad de entrar en una cosa como la nuestra… Él estaba en los viejos cánones… El que hubiera entrado era el otro cordobés, Del Castillo: ése sí. Con Sabattini nos vimos una sola vez, en el despacho del administrador de Ferrocarriles del Estado. Pero era un hombre que estaba con las fórmulas viejas; y en primer lugar él estaba… ¡con Sabattini! La impresión que saqué es que, si yo le hubiera ofrecido algo para ser, hubiera aceptado, pero yo… ¿qué le iba a ofrecer a Sabattini? Por otra parte, no estaba en nosotros hacer esto a base de ofrecimientos. Nosotros ofrecíamos ideales, aspiraciones.»

Pregunta: ¿Usted ofreció a Sabattini todas las candidaturas reservándose la candidatura presidencial?

J. P.: «No. De ninguna manera. No tratamos eso.»

Sabattini sintetizó por escrito su pensamiento frente al gobierno de facto en una carta dirigida el 30 de noviembre de 1943, desde Uruguay, a un amigo (ver Vida de Amadeo Sabattini, por A. Vargas, Ed. Cívica, Bs. As., 1966). Decía la carta del dirigente cordobés: «Contesto a tus dos cartas, sin apuro alguno, porque creo como vos que hay para rato y no hay que ilusionarse. Que esto sea una dictadura militar fascista regenteada por los jesuitas eso no lo duda nadie ni lo he dudado desde la primera hora. Pero no podemos olvidar: 1º) Que la neutralidad es tesis radical y la he sostenido siempre celosamente desde la época de Yrigoyen. 2º) Que jamás hemos admitido contubernios con nadie y menos con comunistas y conservadores; yo me avergonzaría de estampar mi firma al lado de semejante porquería. No espero nada de nadie, he actuado con el máximo desinterés toda mi vida; y ésta terminará en la misma forma, salvo reblandecimiento. Creo que debe hacerse sin premuras: 1º. No estar con tirios ni troyanos. 2º. Reorganizar el partido, con la unidad de todos los radicales, empezando por la Capital Federal. 3º. Actuar sin pedir permiso a nadie. 4º. Estos militares necesitan de la UCR por ser la única salvación del país. 5º. Saber esperar y esperar siempre. Un abrazo.» <<

[31] Eduardo Ávalos, jefe del acantonamiento de Campo de Mayo. Sabattini y Ávalos se conocían personalmente de años atrás y se visitaban con alguna frecuencia. En 1944, Ávalos y Sabattini se reunieron varias veces en la casa del mayor Juan C. Cuaranta. <<

[32] Sus activistas más prestigiosos se alejaban calladamente. Testimonio del profesor Américo Ghioldi al autor: «A nosotros, los socialistas, nos preocupan las tácticas de captación de dirigentes gremiales que usaba Perón. Ese hombre operaba con ellos a través de dos formas: rodeaba a no pocos dirigentes gremiales de secretarias y los proveía de automóviles… Con esas dádivas los proyectaba a un status que nunca habían tenido y los iba rindiendo gradualmente a sus propios objetivos.

El caso de Ángel Borlenghi fue bastante típico. De tiempo atrás observábamos que Borlenghi se iba volcando cada vez más hacia el apoyo a Perón, pese a su militancia socialista. El doctor Groisman, compartiendo nuestras inquietudes, hizo una pequeña reunión en su casa, a la que fue invitado Borlenghi. Yo concurrí también y hablé con vehemencia con ese compañero, explicándole cómo veíamos el proceso y tratando de sacarlo de esa posición. Pareció convencido, pero yo, en cambio, no estuve convencido de que esa convicción tuviera perdurabilidad… Y, efectivamente, pocos días después Borlenghi dijo o hizo algo —no recuerdo qué— significativo de que ya estaba totalmente entregado a Perón.

Lo de Borlenghi se repitió en otros casos más. A los dirigentes sindicales que Perón no podía captar, los metía presos. Había hombres de diferentes orígenes políticos: algunos radicales, algunos comunistas, algunos que originariamente fueron anarquistas, otros que conservaban desdibujadas sus juveniles convicciones sorelianas. Y, por supuesto, muchos socialistas. Perón arrasó con esos cuadros y lanzó a las directivas a militantes que, en la mayoría de los casos, eran ilustres desconocidos dentro de sus gremios.

Testimonio del coronel (R) Domingo A. Mercante al autor: «En la Secretaría de Trabajo tuvimos que realizar una labor muy delicada, porque la gente de Casa de Gobierno no entendía o no quería entender nuestra tarea. A mediados de 1944 yo había concurrido, por indicación de Perón, a algunas reuniones con dirigentes radicales: J. Isaac Cooke, Alberto H. Reales, Armando Antille, Obdulio Siri y otros. De esas reuniones no pude sacar nada en limpio; cada uno hablaba una hora, retrotraía su relato a 1890… y en suma no se concretaba nada en materia de colaboración con el gobierno. Tuve entonces una conversación con los camaradas del GOU, sin que Perón lo supiera, y convinimos en hacer un planteo concreto a esos dirigentes: se les ofrecía todo, menos la Presidencia, que sería para Perón. No recuerdo con exactitud cómo fue el trámite de la respuesta, pero me consta, en cambio, que la contestación de ellos fue negativa. Desde ese momento yo comprendí que no se podía contar con los radicales y empecé a trabajar en otro sentido: formar un movimiento popular, sobre la base de los gremios con los que estábamos en contacto. Pero ocurría que los gremios estaban en su mayoría dirigidos por socialistas; la construcción y la carne eran comunistas, los telefónicos eran anarco-socialistas. Hubo que hacer un trabajo muy delicado, luchando no solamente para que los sindicalistas comprendieran que nuestra política estaba inspirada por un auténtico propósito de justicia social, sino para no provocar reacciones en esferas oficiales, pues, aunque Farrell era un hombre de bien, nos estimaba y no ponía obstáculos a nuestra labor, había muchos funcionarios del gobierno y muchos militares que veían con alarma nuestro contacto con extremistas. Una vez, un alto jefe militar me acusó concretamente de ser comunista; y en otra oportunidad, el general Verdaguer, interventor en la provincia de Buenos Aires, me hizo un escándalo porque, según decía, yo estaba interfiriendo en su jurisdicción.

En esta lucha nuestra hubo toda clase de episodios. Me resulta inolvidable, por ejemplo, la asamblea que hicieron los trabajadores de la carne en Dock Sud, a fines de 1943, cuando resolvieron levantar una huelga que era, en realidad, el comienzo de una huelga general contra el gobierno. Hubo que traer de Neuquén, donde estaba preso, al dirigente comunista José Peter y ponerlo en libertad: todavía debe de estar esperando en el Ministerio de Guerra la custodia policial que lo trajo y lo dejó a mi cargo… Yo lo hice salir por otra puerta, después de hablar con él y anunciarle que estábamos dispuestos a conceder todas las conquistas que pedían sus compañeros y su propia libertad, siempre que retornaran al trabajo. Cuando fui al estadio donde se hizo la asamblea, llevaba bajo el uniforme la pistola, pues creía que «me harían bolsa»… Pero la asamblea —no sé, serían veinte o treinta mil personas, tal vez, que aclamaron con entusiasmo delirante a Peter— se portó conmigo correctamente y la huelga se levantó. Así obtuvimos nuestro primer triunfo.

En otra oportunidad Perón me avisó telefónicamente a la Secretaría de Trabajo que había una orden terminante del Presidente de detener a todos los dirigentes comunistas; habíase perpetrado un tiroteo y un vigilante había caído muerto, al parecer, por los comunistas. Con ese motivo se desató una gran represión contra los extremistas. Perón me avisó esto como a las 4 de la tarde: ¡y yo tenía citado a Pedro Chiaranti para dos horas más tarde! La gente de los sindicatos sabía que, cualquiera fuera su ubicación política, podía entrar y salir libremente de la Secretaría de Trabajo; jamás hice detener ni permití que se detuvieran a obreros allí. Era mi única arma para poder entenderme con ellos. Bien: traté de comunicarme con Chiaranti para que no viniera, pero no pudimos localizarlo… ¡y a las 6 en punto el hombre estaba en mi despacho! Tuve que hacerlo acompañar por mi secretario privado, llevarlo a mi automóvil y hacerlo dejar en lugar seguro para evitar su detención.

También había que luchar con la resistencia de algunos gremios. A Borlenghi, por ejemplo, recién pudimos comprometerlo después de conseguirle la jubilación para los empleados de comercio, una vieja aspiración del gremio. Llegué a fingir que íbamos a intervenir la Confederación de Empleados de Comercio, porque el hombre quería sacar tajada de su aproximación a nosotros, sin comprometerse políticamente. Cuando salió la jubilación debió hacer un acto frente a la Secretaría de Trabajo, al que asistió él con todo su estado mayor, y miles de empleados agradecidos. Con los metalúrgicos también tuvimos problemas. Una tarde se metieron como cien en mi despacho y de entrada nomás una mujer en avanzado estado de gravidez entró a putearme… Con dificultad logramos despejar la oficina; les habíamos «copado» el sindicato y estaban furiosos. Se lo dije muy claramente al desplazado dirigente comunista:

—Dedíquese a la política o a cualquier otra cosa, porque lo que es en su gremio ya no tiene nada que hacer…

En cambio en la construcción no pudimos entrar nunca: era un sindicato monolítico.» <<

[33] Tres intachables magistrados y un destacado constitucionalista. Los doctores Benjamín Villegas Basavilbaso, Rodolfo Medina y José M. Astigueta y el abogado Segundo V. Linares Quintana. <<

[34] Junta de Exhortación Democrática. La integraban las siguientes personas:

Octavio R. Amadeo, Adolfo Arana, Antonio M. de Apellániz, Gregorio Aráoz Alfaro, Francisco de Aparicio, José Aphalo, Eugenio de Alvear, Juan Manuel Albarracín, Domingo A. Achával, Rodolfo Alcorta, Carlos Acuña, Hugo V. Auletta, Juan Carlos de Arizabalo, Ernesto M. Arroyo, José de Apellániz, Mariano A. de Apellániz, Jorge Artayeta, Bernabé Artayeta, Ricardo Ávalos, Jorge J. Aphalo, Domingo M. Aphalo, C. Aguilar Becerra, Manuel G. Armengol, Amadeo Allocati (h.), Tomás Amadeo, Domingo Aráoz, Luis F. Acuña, Adolfo Bloy, Adrián J. Bengolea, Jorge M. Bullrich, Jorge Butler, Jordán B. Brunetti, Jorge A. Barril, Santiago Balduzzi, Carlos A. Barros, Horacio Beccar Varela, Ernesto Baldassarri, Jorge Bunge, Alberto Benegas Lynch, Luis M. Baudizzone, Amadeo Benítez, Néstor Belgrano, Roberto F. Barry, Mariano de Bary, Manuel Benegas, Alfonso M. Bengolea, Roberto J. Bullrich, Juan Carlos Bengolea (h.), Ricardo Becú, Ezequiel Bustillo, Teodoro Becú, Eduardo Bosch, Oscar Luis Basurto, Eduardo C. Benegas, Eduardo Bernasconi Cramer, Enrique E. Bullrich, Arturo A. Bullrich, Carlos A. Bardeci, Oscar J. Bardeci, Luis N. Baliño, Enrique Bordot, Miguel J. Bustingorri, Estela M. Basabe, Rodolfo Bosque, Teodoro Bronzini, Eduardo J. Baylac, Alberto Enrique Baila, Pedro J. Bianchi, Alejandro Ceballos, José María Cantilo, Mariano R. Castex, Vicente R. Casares, Miguel Cané, Cupertino del Campo, Eduardo Coll Benegas, Eugenio Caccia, Miguel Cané (h.), Rodolfo J. Clusellas, Julio F. Carrié, Juan Cosio, Rodolfo Coll Villatte, Justino A. César, Emilio Casal, Fernando de Carabassa, Enrique de Carabassa, Carlos Cabanne, Jorge S. Castro, Luis Cárdenas, Rafael Cosentino, Raúl Coll Villatte, Rolando E. Casares, Alfredo V. di Cio, Eneas Caccavaio, Alejandro Colecchia, Francisco A. Cafoncelli, Luis Alfonso Ceruti, Jorge Cabrera, Agustín A. Costa, Francisco Ceballos, José Cova, Benito J. Carrasco, Carlos M. Ceballos, Juan José Caride Ceballos, J. Horacio Coviella, Carlos Coviella, Cupertino del Campo (h.), Raúl A. Chilibroste, Ricardo J. Chilibroste, Carlos Chilibroste, P. Héctor Chiozza, Eduardo H. Duffau, Rafael Demaría, Enrique Duprat, Mariano Demaría Salas, Alberto Daponte, Jorge S. Detchessarry, Paúl Dedyn, Jorge Daponte, Marcelo Dupont, Gastón R. Delaunay, Julio Dassen, Roque Delillo, Julio Denies, Agustín Dillon, Pedro Dantiacq, Luis Esteves Balado, Mariano de Ezcurra, José Antonio Esteves, Juan M. Etchepare, Alberto P. Ezcurra, Héctor Ezcurra, Antonio R. Esquirós, Juan Escribano, Domingo H. Etcheverry, Bernardo Espil, Miguel Egozcue, Pablo Epifani, Ramón Etcheverría, Rosendo A. Enero, Rodolfo A. Fitte, Gustavo Figueroa, Luis José Figueroa Alcorta, Arturo A. Fauvety, Ricardo Fernández Guerrico, Alfredo Fazio, Carlos Fernández Speroni, Miguel Ángel O’Farrell, Amadeo I. Fornari, José Luis Franza, Jorge E. O’Farrell, Luis Frumento, Alejandro Frías, Eduardo O’Farrell, Ricardo G. Fernández Vázquez, Norberto A. Frontini, Abelardo J. Palomir, Ernesto Fassina, Enrique Gil, Luis R. Gondra, Roberto Gache, Federico Gómez Molina, César L. Gondra, Rafael García Fernández, C. Giúdice, Pedro José Cerde, Carlos Groussac, Jorge Gándara, Arturo E. Goodliffe, Enrique Gallegos Serna, Juan C. García González, Carlos Giménez Zapiola, Enrique de Gandía, Juan García González (h.), Adolfo Gaggiolo, José González Ledó, César González Alzaga, Oscar L. Gómez, Francisco García, Federico Gallegos, Daniel Gunn, Eudoro Gallo Argerich, Adolfo D. Holmberg, Roberto Helguera, Carlos Hillner, Carlos Ham, Julio L. Hanón, Nicolás Halperín, Alfredo C. Israel, Alfredo Israel Ugalde, Domingo Iraeta, Federico F. Ituarte, Fernando A. Iturbe, Armando Jolly, Vicente Kenny, Lucio V. López, Jorge Lavalle Cobo, Alfonso de Laferrère, Eduardo Labougle, Miguel Laphitzondo, Ernesto Lix Klett, Eduardo V. López, Alejandro V. López, Alberto V. López, Arturo E. Llavallol, Ramón Lezica Alvear, Diego Lezica Alvear, Alfredo M. Laborde, Alfredo J. Ledesma, Arturo Richard Lavalle, Bautista Lohidoy, Emilio Lonhardtson, Mario Livingston, Antonio Lacativa, Camilo R. Labourdette, Leónidas A. Lagos, H. E. Lauder, Roberto J. Lynch, Ricardo Marcó del Pont, Raúl C. Monsegur, Luis V. Migone, Carlos M. Mayer, Arnaldo Massone, Eustaquio Méndez Delfino, José Marcó del Pont, Juan A. Madariaga, Marcos A. Malbrán, Jorge E. Malbrán, Alberto Milea, Anatolio Müller, Germán Carlos Mínguez, Leopoldo Melo, Nicanor Magnanini, Ernesto A. Marcó del Pont, Luis T. Molina Anchorena, Manuel R. Méndez, Sylla Monsegur (h.), Pablo S. Moreno, Alberto R. Mejía, Raúl Mendes Gonçalves, Alberto J. Montereano, Luis Martínez Dalke, Aquiles Martínez Civelli, Álvaro Martínez, Rogelio de Miguel, Emilio Minvielle, Nicolás Moss, Mauricio Mordcovich, Alfredo Moreno Videla, Sergio Morano, Rodolfo Magnín, Ricardo Núñez, Agustín E. Nistal, Florencio Noceti, Edgardo Nicholson, Domingo Nougués Acuña, Pedro Nigro, Julio Neumeier, P. H. Nigro, José R. Naveira, Adolfo F. Orma, Belisario Otomendi, Fernando L. Orioli, Carlos Olmedo Zumarán, Roberto S. Ocampo, Alberto P. Orlandini, Roberto M. Ortiz, Adrián Orquín, Bartolomé Ortelli, Juan Carlos Palacios, Víctor Pángaro, Juan M. Paz Anchorena, Máximo Portela, Guillermo Paz, Héctor M. Paz, Guillermo C. Pasman, Adolfo de la Puente, Juan A. Pearson, Julio V. Poviña, José Parma, Fulvio Pietranera, R. S. Pergolani, D. E. Palacios, Juan Pastori, Carlos Alberto Paillet, Roberto del Porto, Licurgo Piazza, Aníbal Peirano, Ricardo M. Quirno Lavalle, Eduardo Quereilhac, Jorge Quirno, Avelino Quirno, José M. O. Quirós, Héctor Ramos Mejía, Carlos Robertson Lavalle, Jorge A. Robirosa, Julio A. Rosa, Ricardo de la Rúa, Augusto Rodríguez Larreta (h.), Luis Rojas, Héctor Régora, Adolfo Roth, Miguel de Riglos, Carlos Ramos Mejía, Constantino Raybaud, José Rattaro, Ignacio E. Rossi, Pedro Repetto, Juan de Rosa, José A. Roca, Osvaldo Rocha (h.), Carlos Saavedra Lamas, José María Sarobe, Arturo Seeber, E. F. Sánchez Zinny, Raúl Saccone, Carlos Sánchez Otelo, José Spognardi, Ricardo Sauze, Francisco Salvatierra, José Sastre, Enrique Santa Coloma, José Tomás Sojo, Jorge A. Santamarina, Florencio Santurtun, Alejandro Shaw, Raimundo San Juan Miguel, Ángel Santamarina, Bernardo de San Martín, Miguel A. Sauze, Sauze Juárez, Jorge Seeber, Abel Sánchez Díaz, Norberto Stapler, Vicente Spognardi, Abraham Scheps, C. M. Sabat, Mario Tezanos Pinto, Jorge Thenon, Jaime J. Thomas, R. Tobar García, Gualterio Thomander, Lorenzo C. Torres, Carlos A. Troise, José M. Usandizaga, Mario A. Usandizaga, Miguel J. Uribelarrea, Justo Urquiza Anchorena, Ricardo A. Urcola, Aníbal Villar, Antonio Vaquer, Manuel Vetrone, H. Villar, Marcos Vodovots, Benjamín Vila Virasoro, Ricardo Villanueva, Emilio Vernet Basualdo, Fernando Villa, Frank M. Virasoro, Ramón J. Vázquez, Mariano Villar Sáenz Peña, Cecilio del Valle, Guillermo Valdés, Pedro 0. Vilches, Augusto Wybert, Juan Carlos Yraizos, Alejandro F. Zinny, B. Zubillaga y Ennio Hamlet Zavatarelli. <<

[35] El banquero Carlos Alfredo Tornquist. Ver Noticias Gráficas del 2-VIII-1949, donde se reproduce íntegramente su carta. <<

[36] Para la posguerra. Lamentablemente el ex embajador Spruille Braden se ha negado a contestar al cuestionario que le envió el autor con interrogantes sobre estos y otros aspectos de su misión en Buenos Aires, manifestando que no deseaba remover episodios ya olvidados. <<

[37] El 1º de junio se entrevistó con Perón. De los informes de la Embajada Argentina en Washington a la Cancillería de nuestro país, archivados en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, se desprenden algunas precisiones sobre los contactos personales entre Braden y Perón; el volumen correspondiente a 1945 de Foreign Relations of the United States/Diplomatic Papers habrá de corroborar y ampliar esta información. Los dos personajes se entrevistaron cuatro veces, por lo menos: el 1º, el 13 y el 30 de junio, y el 5 de julio. La primera entrevista parece haber sido puramente protocolar y relativamente cordial; en la segunda, Braden se quejó de las restricciones que sufrían los corresponsales extranjeros para enviar sus informaciones y Perón prometió obviar el problema; hubo en esta charla sutiles amenazas por ambas partes. Sobre la tercera entrevista no hay mayor información. La última, en cambio, terminó de manera tormentosa. Se realizó en el Ministerio de Guerra y estuvo presente en ella el doctor Juan Atilio Bramuglia, según referencia al autor del doctor Arturo Sampay, quien afirma que en esa oportunidad el embajador habló largamente sobre problemas vinculados a la propiedad definitiva de los bienes alemanes y japoneses incautados por el gobierno argentino. Insinuó Braden —siempre según la referencia de Sampay— que si esos problemas se arreglaban, Estados Unidos no pondría obstáculos a una eventual candidatura presidencial de Perón. Después que el embajador se explayó un buen rato, Perón le respondió que esos arreglos y combinaciones económico-financieros parecían muy fáciles de hacer, pero que había un grave problema para llevarlos a cabo.

—¿Cuál problema? —preguntó Braden.

—Pues, que en mi país, al que hace eso, se lo llama hijo de puta… —«y se quedó mirándolo, haciéndose el chiquito», agrega nuestro informante.

La reacción de Braden ante esta respuesta fue tan airada, que salió casi sin despedirse y aun se olvidó en el despacho su sombrero, que Perón, riéndose a carcajadas, lo tomó como un trofeo, devolviéndoselo al día siguiente por un ordenanza.

Añade Sampay que inmediatamente Perón reunió en su departamento a algunos de sus más íntimos colaboradores para formular un análisis de la conversación con Braden, llegándose a la conclusión de que el enfrentamiento estaba en su momento culminante. Perón dijo entonces que era necesario provocar al embajador para que se lanzara al ataque y él mismo redactó un panfleto atacando al representante norteamericano con palabras que harían fácilmente identificable su origen; luego envió el borrador al mayor Alfredo Job para que lo hiciera imprimir («pocos nomás, los suficientes para que los tiren cerca de la Embajada») en los talleres gráficos del Congreso. De este modo se formalizó la «declaración de guerra» entre Perón y Braden, que tendría tan trascendentes consecuencias.

En conversación con el autor (enero de 1969) el ex presidente Perón se refirió a Braden de la manera siguiente: «Braden se había incorporado a la Unión Democrática… y yo lo utilicé porque, ¡claro!, era un elemento urticante… ¡Cómo lo iba a dejar de aprovechar! Yo me entrevisté con él varias veces, hasta cuando se tenía que ir… Porque él vino a consultar si tenía que irse… Yo le dije: “Pero hombre, no creo que le quede otro camino… Usted se ha engañado en este problema, ha perdido, ¿y qué quiere…?”

Una vez pidió entrevistarse con el presidente Farrell, pero Farrell no quería recibirlo y me pidió que lo atendiera yo. Lo recibí en el Salón Blanco, en la Casa de Gobierno. Él llegó, dejó su sombrero y nos pusimos a hablar a calzón quitado, como hablábamos siempre. Y me empezó a plantear una serie de problemas. Yo le dije: «Vea, embajador, nosotros, como movimiento revolucionario, queremos librar al país de toda clase de férulas imperialistas. Usted se ha embarcado en una tendencia totalmente contraria a la nuestra y nosotros estamos en contra de lo que ustedes, los americanos, quieren, de acuerdo con su embajador.» Me acuerdo que me habló de Cuba, me dijo que él había estado allí y que Cuba no era una colonia —porque yo le había dicho que no estábamos dispuestos a ser una colonia—. Entonces le dije: «Mire, no sigamos, embajador, porque yo tengo una idea que por prudencia no se la puedo decir.» «No, dígamela», replicó él. «Bueno —le contesté—, yo creo que los ciudadanos que venden su país a una potencia extranjera son unos hijos de puta… Y nosotros no queremos pasar por hijos de puta…»

Se enojó y se fue. Y con el enojo se olvidó el sombrero. Estuvimos solos en la entrevista; por allí andaban cerca los edecanes… ¡Después los muchachos estuvieron jugando al fútbol con el sombrero de Braden! Era un individuo temperamental. Un búfalo. Yo lo hacía enojar, y cuando se enojaba atropellaba las paredes… ¡que era lo que yo quería!, porque entonces perdía toda ponderación…»

Es de señalar que Perón repitió casi textualmente su conversación con Braden, aunque sin nombrarlo, en el discurso de carácter reservado que pronunció ante un grupo de jefes y oficiales en el Colegio Militar, el 7 de agosto, y al que se hará referencia más adelante. Por su parte, La Vanguardia del 30 de octubre de 1945 hizo un relato de la cuarta —y probablemente última— entrevista entre Braden y Perón, que en líneas generales se ajusta a la referencia brindada por Sampay y Perón, incluso en el detalle del sombrero olvidado. <<

[38] Un emisario de Perón. Testimonio del señor Oscar Lomuto al autor:

«Yo hice Guerra y Marina en La Razón desde 1922. Conocía a todos los militares que tuvieron actuación en el gobierno desde 1943. Cuando a Perón lo nombraron secretario de Trabajo y Previsión, él me insistió en que “le diera una mano”. Entonces reuní un pequeño grupo de periodistas, entre ellos Marcial Rocha Demaría y Eduardo J. Pacheco y nos pusimos a trabajar. Pero no porque fuéramos políticos sino en términos puramente profesionales. Me nombraron director de Prensa de la Subsecretaría de Informaciones del Estado, cuyo titular era entonces el mayor Poggi. Posteriormente, cuando Perlinger renunció como ministro del Interior, fui designado subsecretario de Informaciones.

En ese cargo tuve que aguantar muchas veces las presiones de distintos militares, que querían clausurar diarios. Yo siempre me negué a tomar esas medidas y dentro de todo, logré mantener un estado de cosas relativamente normal.

Con Perón trabajábamos muy bien. Era un excelente profesional, que a mi juicio sólo podía compararse con el general Manuel A. Rodríguez, el que fue ministro de Guerra de Justo. Con Perón se podía hablar con absoluta franqueza. Rocha Demaría, en especial, era brutalmente sincero con Perón: solía decirle cosas tremendas, que el coronel recibía sin enojarse. Le hacíamos un informativo diario —una carilla— en el que sintetizábamos todos los hechos u opiniones en su contra. Más tarde instalamos en Piedras al 300 una oficina donde Perón solía mantener sus entrevistas reservadas.

En junio del 45 Perón me llamó y me dijo que yo tenía que hablar con el embajador Braden.

—Decile que no va a haber problema con los periodistas y corresponsales extranjeros y arreglá con él cualquier cuestión sobre ese tema —me dijo.

Fui a verlo a Braden y mantuvimos una conversación como de una hora. Quedamos entendidos que las seguridades que le transmitía eran de carácter privado y que no habrían de trascender. Hablamos cordialmente, en castellano, de manera muy informal. Al otro día casi me caigo de espaldas cuando veo en los diarios de la mañana un comunicado de Braden repitiendo todo lo dicho por mí… ¡Perón se agarró un estrilo bárbaro! Y yo, por supuesto… Me dijo que tenía que hacerle un juicio a Braden por haber roto su palabra de honor… Por supuesto, no le hice caso. ¡Qué iba a demandar a un embajador extranjero!» <<

[39] La entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justicia. El Departamento de Estado acariciaba la esperanza de que el gobierno de facto resignara al poder en el alto tribunal de justicia. En su libro Where are we Heading? (Ed. Random House, New York, 1946), dice Summer Welles que en las conversaciones secretas mantenidas por la misión norteamericana arribada a Buenos Aires en febrero de 1945, «que tuvieron lugar con el coronel Perón, el doctor Juan Cooke y otros líderes del gobierno argentino, se convino en que, si la Argentina cumplía con sus compromisos de defensa hemisférica contraídos en 1942, en Río de Janeiro, y aceptaba reingresar al concierto de las naciones americanas, lo que le sería propuesto con posterioridad a la Conferencia de México, los Estados Unidos abandonarían su actitud coercitiva y cancelarían todas las medidas restrictivas que habían sido impuestas en las relaciones económicas de ambos países. Quedaba establecido claramente que no se entregaría ningún tipo de material militar. Cuando se sugirió que la dictadura militar entregara el gobierno a la Corte Suprema de Justicia, hasta que se efectuaran las elecciones nacionales, la solución no los convenció y el coronel Perón rehusó con firmeza contraer ninguna obligación sobre cuestiones que —sostuvo— eran puramente internas». <<

[40] Diversas motivaciones alimentaban la intransigencia. Ver Qué es la intransigencia. Discurso del delegado por Córdoba ante la Honorable Convención Nacional, doctor Antonio Sobral, Buenos Aires, 1946, folleto que recoge el discurso pronunciado por este dirigente el 30 de diciembre de 1945 ante el alto cuerpo partidario y que resume, con mucha claridad, la posición intransigente. En los diarios de la época aparecieron versiones muy fragmentarias de este discurso. <<

[41] La UCR padecía una crisis profunda y violenta. Descripta en Alvear, por Félix Luna (Ed. Libros Argentinos, Bs. As., 1958) y El Radicalismo. El Movimiento de Intransigencia y Renovación, 1945-1957, por Gabriel del Mazo (Ed. Gure, Bs. As., 1957). <<

[42] Única autoridad legal del partido en el orden nacional. Integraban la Mesa Directiva de la UCR los señores Gabriel A. Oddone (presidente), Atanasio Eguiguren (vicepresidente 1º), Henoch D. Aguiar (vicepresidente 2º), Carlos E. Cisneros, Carmelo Piedrabuena, Julio F. Correa, José Víctor Noriega (secretarios), Raúl Rodríguez de la Torre (tesorero). De éstos, Oddone, Aguiar y Correa eran solidarios con Sabattini; el resto eran unionistas. Los comités provinciales reconocidos por la resolución del 23 de julio estaban presididos por Ernesto C. Boatti (Buenos Aires), Mauricio Yadarola (Córdoba), Eduardo Laurencena (Entre Ríos), Jorge Albarracín Godoy (Mendoza), David Michel Torino (Salta) y Eduardo Teissaire (Santa Fe), todos ellos unionistas. <<

[43] El escándalo total. El manifiesto de repudio a los volantes lanzados contra el embajador norteamericano y de adhesión al mismo fue firmado por las siguientes personas:

Octavio Amadeo, Telma Reca de Acosta, Vladimiro Acosta, Pascual Albanese, René Astiz de Battaglia, Domingo V. de Aphalo, Agustín Álvarez, Elena Capdepont de Álvarez, Jorge M. Aphalo, Santiago A. Aráoz, Mauricia Agar, Manuel J. Acosta, David Arias, Felisa A. de Herrera Vegas, Eduardo Aguirre, Toribio Ayerza, Héctor Achával Rodríguez, Hortensia Aguirre, José Luis Álvarez, Eduardo Aguirre, Manuel J. Acosta, Mario Bertozzi, Ana María Barrenechea, Rómulo Bogliolo, Julio B. Berra, Demetrio Buira, José Bogliolo, Manuel V. Besasso, José Belbery, Ema Barrandegni, Aída Barbagelata, Teba Bronstein, Francisco Bussola, David Ángel Berquer, Dardo D. Bond Rocha, Carola P. del Cerri de Brewer, Raquel Brewer Moreno, Susana Brewer Moreno, Magdalena Bunge, Lucrecia M. de Bunge, Andrés Beltrami, Juan José Britos (h.), Roberto Banfi, Luisa Satriano de Banfi, Joaquina O. de Bortagaray, Guillermina C. de Bioy, Jorge Blanco Villalta, Magdalena B. de Paz, Jorge Baque, María Smith Balmaceda, Dardo Cúneo, V. Castagnino, Roberto Crespo, María M. de Campos, E. Corona Martínez, José A. Caeiro, Alberto T. Casella, D. Candia Marc, Nelly Dobranich, María S. A. de Duprat, J. J. Díaz Arana (h.), Alfredo Daurat, Teresa S. de Daurat, Elvira de la Torre de Carrasco, Manuel Dolz, Matilde Díaz Vélez, Matilde A. T. de Díaz Vélez, Iván Vila Echagüe, Carlos A. Frumento, Arturo Fernández, Narciso de Pilco, Teófilo Fernández Beyró, Benjamín A. Fernández, María A. Ferreyra, M. Gonçalves de Fernández, Rodolfo Coll Villate, Susana Corti Maderna, Américo Ghioldi, Julio V. González, A. Groppo, Osvaldo Giorno, N. Grigera Goa, Jacobo Garfunkel, Osvaldo Giancaglini Puig, Manuel Guerreiro, Manuel S. González Poccard, Roberto Gorostiaga, Alfredo Gastambide, María A. Gutiérrez, Avelino Gutiérrez, Rita G. de Gutiérrez, Adelina Gutiérrez, Eulogio Goñi, Nicolás Gutiérrez, Enrique García Mérou, Pablo Gorostiaga, Sara L. de García Mérou, Rosa E. Gerchunoff, Enrique Gil, Raquel C. de Guerrero, Adela Grondona, Adela F. V. de Grondona, Ernesto Duggan, Bernardo Houssay, A. Halperin, José Hueyo, Alicia Y. de Heaph, Héctor Iñigo Carreras, Carlos Israelson, Fernando A. Iturbe, Aquiles Irigaray, Celina M. de Iglesias, Susana Pérez Irigoyen, Julia L. de Jáuregui, Sara Jaroslavsky, Julio Korn, Ismael Kurlat, Hernán Kato, S. Villanueva de Kraues, Mauricio Kenny, Germán López, Eduardo Legarreta, Julia P. de López, Pedro A. Lavalle, Alfredo Lacau, Alfredo López, Juan D. Lamesa, Cora Livigston de Muñiz, Marcelo Lamarca, Roberto J. Lynch, Eustaquio Méndez Delfino, Ana R. S. de Martínez Guerrero, Julia E. Martínez de Hoz, Esther Méndez Mendonca, Manuel P. Migone, Alicia Moreau de Justo, Ramón Muñiz, Enrique Mouchet, Paulina Medeiros, Narciso Machinandiarena, Celina Munin Iglesias, Carlos J. Manzone, Marcos Merchesky, Estela Máspero, Beatriz Máas, Bernardo Máas, Lila Martini, Noemí Martini, Mabel Manacorda, Ricardo Martorelli, Celia Méndez, Estela Méndez, Margarita L. Mayer, Cora M. de Méndez Delfino, Elena Whitte de Mayer, Genaro J. Macri, Cora Méndez Delfino de Mayer, Luis Magnanini, Raúl Medina, Ramón J. Méndez, Francisco F. Mondet, Edith G. de Corona Martínez, Oscar Martín, Jorge Moreno, Álvaro M. Martínez, Raúl L. Moret, Ernesto Marcó del Pont, José María Méndez, Osvaldo Maquieira Goñi, Agustín N. Matienzo, D. Nogués Acuña, Emilio Navas, Américo Nunziata, Eduardo Newbery, Delia M. G. de Nazar, Horacio E. Nazar, Ernesto Nazar, Susana D. de Nágueres, María E. Ochoa de Balvastro, Niza Ochoa Aráoz, Nizah Orayen, Gabriel O’Farrell, Francisco Pérez Leirós, Moisés Polak, Ángel Parra, Luis M. Pardo, Aldo Pellegrino, Julio F. Piñeiro, Manuel Peña Rodríguez, Luis Pan, Ramón Palazuelo (h.), Mario Piñeiro, M. Pérez del Cerro, Delia D. de Povina, René J. Pergolari, Pedro A. Perissé, Avelino Quirno Lavalle, Ricardo Quirno Lavalle, Silvio Ruggieri, Osvaldo Rocha, Julio A. Ramos, Sigfrido Radaelli, Dora Rajman, Estanislao Raver, M. I. Fernández Raver, Domingo Romano (h.), María A. Rollino, Cecilia Rees Grierson, Amalia Rees de Blanchard, G. Ruiz Moreno, Adolfo Rubinstein, Arturo Ravina, José E. Rozas, Daniel O. Rocha, Miguel Roig, Celia Repetto Britos, Rita G. de Rey Pastor, J. Rey Pastor, María E. Llavallol de Roca, Ambrosio Romero Carranza, María S. de Rodríguez, José M. Sáenz Valiente, J. Álvaro Sol, Hugo Stramer, Juan A. Solari, Santiago Sanguinetti, Juan Sanguinetti, Noemí Saslavsky, Mario Sciocco, Juan J. Britos Sayús, Luis de Salamanca, Narcisa G. P. de Sayús, Antonio C. San Martín, Carlos A. de Schleiner, Carlos G. de Schleiner, Horacio Sáenz, Luis Santamaría, Mercedes G. H. de Sánchez, Dalila Saslavsky, Nelly V. Saglio, Marta L. de Schuchard, Néstor Suárez, María J. Balmaceda de Smith, Juan Pablo Sablet, Rosa E. de Sehmann, Jorge Thenon, Ricardo Tobar García, Blanca Di Tella, Bruno Treves, Carlos M. Vico, Pedro Verde Tello, Carmen Valdés, Jesús de Vega, Julián S. Viaña, Eduardo Viglia, José Valls, Manuel A. Vetrone de la Torre, Nelly Velarde de Valls, Marcos Vodovoz, Marta Vicuña, Ricardo Vila Moret, Francisco Vila Moret, Marta Moret de Vila, María I. Moreno Villanueva, Mario Waismann, Pupe Waismann, Carlota Wilmart, Margarita Wilmart, Mercedes B. de Wernicke, María Luisa de Wernicke, José Wernicke, Enrique Wernicke, Guillermo de Zabaleta, Mariano de Zavalla, Pedro A. Zavalla, Ricardo Zavaleta, Elisa Perla Berg, Cora Ratto de Sadosky, Ricardo M. Ortiz y María Hortensia Palissa Mujica de Lacau.

Graciano F. Álvarez, Marcelino Álvarez, Concepción P. de Álvarez, María R. Sánchez de Álvarez, Lucrecia P. de Álvarez, Adolfo Álvarez, Margarita Argúas, María M. de Carranza de Alemán, Eduardo Alemán, Matilde Alemán, María Isabel Alemán, Margarita Aguirre, Carmen A. de Atucha, María Teresa P. de Álzaga, Emilio Anchorena, Antonio M. de Apellániz, Enrique Amorim, Margarita Abella Caprile, José Aslan, María Luisa O. de Alvear, Carmen de Alvear, Eugenio de Alvear, Marta L. de Acevedo, Ángel Acuña, Eduardo Araujo, Ricardo Aráoz, Rosa C. de Acosta, Rodolfo Alcorta, Amancio Alcorta, Alberto Álvarez de Toledo, Blanca B. de Álvarez de Toledo, Edda P. V. de Anchorena, Teodolina de Alvear, Luis Álvarez de Toledo, José A. Antelo, Federico Álvarez de Toledo, David Arias, Olaf Altgelt, Mariano Castex, José M. Cantilo, Juan José Castro, Raquel Aguirre de Castro, Antuca L. A. de Centurión, Aurelia C. de Míguens Carranza, Benito J. Carrasco, C. A. de la Cruz, María Teresa Caro, Elisa del Campillo, Miguel Casares, Ana V. de Casares, Adela A. de Cuevas de Vera, Julio C. Caballero, María L. de la T. de Caballero, Ricardo Chilibroste, Clara O. de Castex, Carlos Caro, Inés O. B. de Caro, Adolfo Bioy, Adolfo Bioy Casares, Marta C. de Bioy, María Teresa M. de Britos, María Esther Sayús de Britos, Alfredo Britos, Leónidas Barletta, Eduardo Benegas, José P. Barreiro, Alberto Benegas Lynch, Jorge Luis Borges, Julio Baqué, Jaime Butler, Horacio Butler, Lucía Capdepont de Butler, Mario H. Bortagaray, Felisa A. de Bioy, Laura 0. de Bunge, Marta M. de Bengolea, Juana Castro de Barreto, Jorge Bullrich, Enrique Bullrich, Eduardo Bullrich, Jovita B. de Barreto, Antonio Barreto, Eduardo Braun Menéndez, María Cristina E. de Bengolea, Fabián Jacobo Bengolea, Inés Berón, Silvina 0. de Bioy Casares, Raúl Bordabehere, María E. Fernández Beyró, Magdalena Bullrich, Horacio Bullrich, Josefina Boneo, Ana Quirno de Castro, Pedro Chiaranti, María Elena B. de Lascano de Chenaut, Juan Carlos Cruz, Pablo Cárdenas, Adolfo Casablanca, Luisa Cantilo, Héctor Cantilo, Manuel A. Castagnino, Olga Cosettini, Juan José Díaz Arana, Ofelia Britos de Dobranich, René Dreyfus, Horacio Damianovich, Dolores V. Delacre, Max Dickmann, Enrique Dickmann, Marcelo Dupont, Carlos A. Dupont, Roberto Dupont, Horacio del Campo, Estefanía de la Torre Campos, Ernestina de la Torre Campos, Pío Díaz Valdés, Jorge Demarchi, Carlos Dumas, Juan Danuzzo Iturraspe, C. Bengolea de Danuzzo Iturraspe, Alberto Duhau, Jaime Delacre, María C. B. de Elía, José Luis Espósito, Elena D. de Espósito, Luis Fiore, Eva Franco, Rodolfo Fitte, Teresa P. de French, Ricardo French, Beatriz Ferrari, Ernesto M. Ferrari, Donald Fortin O’Farrell, Olga Bossi de Fernández, María Teresa M. Gainza, Alfredo González Garaño, Gilberto Gallo Morando, María Teresa A. de González Garaño, César Gondra, Enrique Gallegos Serna, Juan C. García González (h.), Carlos Grandín, Carlos Gallegos Moyano, José A. González, Julio Güemes, Alberto Ginastera, Enrique García Mérou, Horacio Gutiérrez, Santiago P. Giorgi, María Elena Chaves Grondona, Roberto F. Giusti, Eusebio Gómez, María Casilda Goñi, Silvia Guerrico, Martín Guerrico, Federico José Guerrico, Juan A. Guerrico, Enrique González, José García González, Roberto Guyer, Enrique de Gandía, Mariano A. Guerrero, Juan Carlos Guerrero, Leopoldo Hurtado, Eduardo Helguera, Ana M. de Helguera, María Hedwan, Gregorio Halperín, Renata D. Halperín, Nicolás Halperín, Gerardo Iturbe, Emilio Jáureguy (h.), María Jaurés, Julia L. de Jáureguy, Josefina A. de Jacourt, Raúl Karman, César Karman, Adolfo Lanús, Lucio V. López, Tina Genoud de Lagos, Ernesto Lagos, Clelia Noceti de Lagos, Brígida F. de López Buchardo, Celia V. de Llavallol, Lauret O. de Llavallol, Juan F. de Larrachea (h.), Pedro J. Lasalle, Susana Larguía, Iris de León, Margarita Byrne de Lynch, Miguel A. Laphizondo, Jaime Llavallol, Arturo Llavallol, Jorge Lavalle Cobo, Josefa López, Salvador Leiva, Alfonso de Laferrère, Alejandro Lastra, Enrique Mosca, Carlos Mosca, Emilio Mihura, Raúl A. Monsegur, Raúl C. Monsegur, Elvira de la T. de Monsegur, Carlos Monsegur, Anunciada Mastelli, Ana Rosa S. de Martínez Guerrero, José Marcó del Pont, Celia M. de Moine Carranza, Juan Carlos Malagarriga, Lidia C. Martignoni, Elisa A. de Mac Grane, Jorge E. Mac Grane, Carlos Morea, Ada A. de Mujica Lainez, Manuel Mujica Lainez, Roberto Mujica Lainez, Nelly Mac Kinlay, Matilde I. Moyano Gacitúa, Evar Méndez, María Groussac de Macías, Delia S. W. de Macías, Marcelo Menache, Jorge Manrique, Guillermo Malbrán, Camilo J. Muniagurria, Luciano Molinas (h.), Mario Mosset Iturraspe, Luis V. Migone, Manuel V. Ordóñez, María Rosa Oliver, Ricardo H. Pueyrredón, Pedro Palacios, Oscar Puiggrós, Francisco Pociello Argerich, Maris T. 0. de Pearson, Manuel Pinto, Francisco Pita, Pedro Payrot, Arturo Piacentini, Juan C. Palacios, Luis Piazzini, José N. Pinto, Horacio H. Pueyrredón, Edmundo Pinto, Ramón L. Pérez, Carmen F. de Pérez, Alberto Prando, Julio Noé, Martín Noel, Juan A. Nicholson, María T. J. de Nazar, Francisco Nazar, Alcira Olivé de Mollerach, Ambrosio Mollerach, Ricardo Molinas, Carlos Malbrán, Esther Mendes Gonçalves, Joaquín Muñiz, Isabel B. U. de Marcó, Horacio Marcó, José M. Olaeta, Pedro Miguel Obligado, Luis Pandra, J. Carlos Pini, María Pérez, Elena Pérez, Enrique Quintana, Ismael Rodríguez, Honorio Roigt, Manuel T. Rodríguez, Manuel Río, Antonio Robertacco, María C. C. de Romero Carranza, Luis Reissig, Amalia L. Radaelli, A. Romero Carranza, Alberto Rodríguez Larreta, M. D. A. de Rodríguez Larreta, Mercedes A. de Rocha, Alfredo Roland, José A. Rocha, Carlos Roland, Juan Carlos Rébora, Carlos Robertson Lavalle, Alberto Rosemberg, Emiro Seghizzi, Donald Smith Balmaceda, Donald J. Smith, Marisa Serrano Vernengo, Eduardo Sánchez Chopitea, Juan A. Sánchez Chopitea, Cristina V. de Sánchez, María Carmen Sánchez, Rosa de la Torre de Sánchez, Ignacia L. de Schuchard, Oscar Speciale, Mercedes A. de Suárez, Lola A. de Suárez, Celsa Suárez, Julia E. Martínez de Hoz de Salamanca, Antonio Santamarina (h.), Carmen Sayús Panelo, Sara Sayús, Marta Repetto de Sauberán, María A. Sayús, Ángel Sánchez Elía (h.), Ramón J. Santamarina, Josefina Gainza Paz de Sánchez Elía, Magdalena B. de Sánchez Elía, Josefina A. de Santamarina, María Panelo de Sayús, Alicia Sayús Panelo, Lucía Sayús de Panelo, María C. Sayús de Panelo, Jacobo Saslavsky, Luis Saslavsky, Juan Pablo Sablet, Horacio R. Thedy, Luis M. de la Torre, C. M. Torres Lacroze, Rodolfo M. Taboada, Pedro E. Torne, Eugenio Turina, Florinda F. de Trotoli, Elvira R. de la Torre, Esther Dora Terzano, Susana de la Torre, Alberto Tarasido, Jorge Urquiza Anchorena, Odette B. de Ugalde Portela, Wenceslao Urdapilleta, Francisco Villanueva, Pía B. de Videla, Eleazar Videla, Francisco J. Verstraetenr, Juan S. Valmaggia, María E. K. de Woodgate, Rosario G. de Wilson, Federico Zorraquín (h.), Alejandro Pavlovsky, Juan B. Mignaquy, Mariano de Apellániz, Gabriel Capdepont, Juan Carlos Alurralde, Abel E. Correa, Ricardo Mignaquy, Jorge Eduardo Coll, Eulogio Goñi, Miguel Laphizondo, Mario D. Bidart Malbrán, Carlos M. Huergo, Alberto Schindler, Eduardo Goñi Durañona, Manuel Dolz, Rodolfo Bullrich, Ricardo Detchessarry, Aristóbulo H. Durañona, Raúl Rodríguez de la Torre, Teófila Méndez G. de R. de la Torre y Antonio Fernández Beiró. <<

[44] Jóvenes oficiales de caballería. Entre otros, Alcides López Aufranc, Pascual Pistarini, Adolfo Cándido López, Gustavo Martínez Zuviría y Tomás Sánchez de Bustamante. <<

[45] Junta Coordinadora Democrática. Integraban la delegación que visitó la Casa Radical los señores José María Cantilo, Bernardo Houssay, Eustaquio Méndez Delfino, Eduardo Benegas, Manuel V. Ordóñez, Arnaldo Massone y Germán López, este último en su carácter de presidente de la FUBA. <<

[46] Regreso de los exiliados en Montevideo. En el primer grupo, que llegó el 25 de agosto, arribaron José Aguirre Cámara, Julio Noble, Julio González Iramain, Silvano Santander, Agustín Rodríguez Araya, Rodolfo Ghioldi, Héctor P. Agosti, Rodolfo Aráoz Alfaro, Gregorio Topolewski y Emilio Troise; en el segundo grupo, que llegó el 1º de setiembre, regresaron Alfredo L. Palacios, Nicolás Repetto, Luciano Molinas y Santiago Nudelman, entre otros. <<

[47] Uno de los discursos más agresivos e insolentes. Se reproduce a continuación la crónica de La Prensa, del 29 de agosto de 1945:

«Una elocuente y significativa demostración de simpatía y adhesión a la labor que ha venido desarrollando en nuestro país el embajador de la Unión, el señor Spruille Braden, constituyó el almuerzo que se sirvió ayer en su honor, en los salones del Plaza Hotel, ofrecido por los institutos argentino-americanos de cultura.

La demanda de tarjetas para asistir a la reunión excedió con mucho las previsiones de los organizadores, al punto de que una considerable cantidad de personas se hizo presente con el solo propósito de escuchar los discursos, ante la imposibilidad de encontrar asiento en torno a las mesas. Concurrieron en total más de 800 personas, entre las cuales se contaban representantes calificados de todos los círculos culturales, diplomáticos y sociales, y que colmaban la capacidad del salón principal, el estrado y los vestíbulos. Muchas señoras siguieron el desarrollo del acto desde la galería superior que circunda el comedor.

Ornamentaba el centro del salón una gran panoplia con banderas argentinas y de la Unión, rodeada por las insignias nacionales de los países americanos. Además, por iniciativa de la señora Martina Britos de Repetto, se distribuyeron en las mesas ejemplares de una edición corriente de la Despedida del pueblo de los Estados Unidos, de Jorge Washington, adornados y señalados en su interior con cintas con los colores argentinos y norteamericanos.

La concurrencia

En la cabecera de la mesa, y en los sitios destacados, acompañaron al obsequiado, entre otras personas, las señoras Rosa Martínez de Cantilo y Elvira Santamarina de Lezica Alvear, que se ubicaron a ambos lados del señor Braden; la esposa de éste, señora María Húmeres Solar; la señora Martina Britos de Repetto; los ex ministros del Poder Ejecutivo, doctores Carlos Saavedra Lamas, Manuel Alvarado, Tomás Le Breton y Jorge E. Coll, y señor José María Cantilo; el doctor Alberto Gainza Paz; los embajadores: de Brasil, señor Juan Bautista Lusardo; de Uruguay, señor Eugenio Martínez Thedy; de Cuba, señor Ramiro Hernández Portela; de Paraguay, doctor Francisco L. Pecci; el consejero de la embajada británica, sir Andrew Napier Noble, los ministros plenipotenciarios de Dinamarca, doctor Fin Lund, y de Grecia, señor Vassili Lappas; encargados de negocios de Perú, señor José J. Rada; de Honduras, señor Arturo Mejía Nieto; de Yugoslavia, doctor Víctor Kjuder; de Letonia, doctor Peters Z. Olins, y de Lituania, doctor Zazimiaras Grauzinis; los rectores de las universidades nacionales de Buenos Aires, doctor Horacio C. Rivarola; del Litoral, doctor Josué Gollán (h.); de La Plata, doctor Alfredo D. Calcagno; de Córdoba, ingeniero Rodolfo Martínez; de Tucumán, doctor Prudencio Santillán, y de Cuyo, doctor Salvador Doncel; el senador cubano, señor Eduardo Chibás, que se encuentra de paso en nuestro país; los presidentes de los institutos Argentino-Venezolano, doctor Aquiles Ygobone; Norteamericano, profesor Ernesto Nelson; Boliviano, doctor Ludovico Ivanissevich; Brasileño, doctor Octavio Amadeo; Centroamericano, doctor Vicente S. Facio; Colombiano, señor Alberto Candiotti; Paraguayo, doctor Eduardo Crespo; Peruano, doctor Roberto Levillier; el vicepresidente del Instituto Argentino-Uruguayo, señor Alejo B. González Garaño, y representantes de otras entidades similares, algunos de los cuales han sido nombrados ya por otros cargos que ejercen; el presidente de la Academia Nacional de la Historia, doctor Ricardo Levene; el presidente del Círculo de la Prensa, señor Miguel A. Fulle; miembros de las misiones diplomáticas extranjeras, y muchas damas y caballeros vinculados a distintos círculos locales.

Llega el señor Braden

Poco después de las 13.20, llegó el señor Braden, acompañado por los agregados militar y naval a la embajada de la Unión, general Arthur R. Harris y capitán de navío Walter W. Webb. Al advertir su presencia, el público, de pie, le hizo objeto de una cerrada ovación que se prolongó durante varios minutos, mientras el señor Braden atravesaba el amplio salón hasta ubicarse en la cabecera de la mesa. El ambiente de cálida adhesión al huésped de honor se mantuvo en el transcurso de toda la reunión.

Discurso del señor Braden

En medio de los aplausos y vítores de la concurrencia se puso de pie el obsequiado para contestar, en castellano, el discurso del doctor Levillier.

Acalladas las aclamaciones del público, el señor Braden comenzó así su exposición, a la que hemos hecho acotaciones, lo mismo que al discurso del señor Levillier, para que los lectores tengan exacta medida de la impresión que produjo el orador:

«Mi admirado y querido amigo, el doctor Roberto Levillier, en el elocuente discurso que acaba de pronunciar en nombre de los institutos argentino-americanos de cultura, me ha dedicado unas palabras que encierran el más alto elogio a que un hombre puede aspirar y que, desde luego, no pretendo merecer; las acepto y agradezco, sin embargo, como testimonio que son de la buena amistad que él y los aquí reunidos demuestran con su presencia, profesarme; y a la que, por mi parte, correspondo con creces (aplausos); y, por sobre todo, porque esas palabras definen concretamente, si no mi personalidad, sí, al menos, el programa ideal al cual he tratado siempre de ajustar mi conducta pública y privada (muy bien). Quienes me conocen bien saben hasta qué punto desprecio y odio la mentira (muy bien, aplausos) grande o pequeña; el cinismo (¡bravo!, aplausos); la doblez; la maniobra taimada y subrepticia; la vacilación cobarde (¡bravo!), y, por último, el abandono con fines egoístas de lo que es esencial e inmutable por lo superficial y transitorio (aplausos).

En la primera parte de su discurso, el doctor Levillier nos ha descripto a grandes trazos el curso de la guerra, cuya fase más cruenta acaba de terminar en estos días. Con claro sentido histórico ha analizado algunos de los aspectos culminantes de lo que él llama «la trayectoria de Munich a Nagasaki», y, con ellos, la personalidad de dos de los tres grandes forjadores de la victoria de las armas de la democracia (aplausos). Historiador yo, a mi vez, o, mejor dicho, observador atento de la historia viva que aún no figura en los libros de texto (aplausos), me propongo contar a ustedes una anécdota relativamente reciente y que, en su aparente trivialidad encierra más de una profunda y provechosa lección. No citaré, por innecesario, nombres de personas o lugares (risas). Si exceptuamos uno o dos detalles de mero valor episódico, lo que en ella se narra podría igualmente haber acaecido en cualquiera de los países sometidos al yugo de la arbitrariedad (¡bravo!, muy bien).

Hace algún tiempo, cuando el éxito parecía acompañar de modo fulminante a los ejércitos nazis, el canciller de uno de los gobiernos satélites del «eje», se creyó en el caso de hacer méritos ante sus jefes extranjeros y, de pasada, hacer leña de un árbol que él y los suyos creían ya caído (risas). A tal objeto organizó una «espontánea» manifestación (grandes expresiones del público) —el calificativo era suyo, por supuesto— (risas) en contra de una de las Naciones Unidas. Seleccionó de entre sus huestes dos o tres centenares de «nacionalistas» (risas). También es suya la definición ya probada con anterioridad en análogas aventuras (risas) y les dio orden expresa de exigir, con gritos, con insultos y con piedras (risas), la inmediata reintegración a la soberanía patria de cierto territorio (risas). Para completar la comedia (¡muy bien!, risas), el ministro envió, anticipadamente, unos cuantos agentes de policía al lugar del suceso, ostensiblemente con la misión de proteger la persona del embajador amenazado (grandes risas, aplausos, ¡muy bien!) y el lugar de su residencia.

Inútil es decir que la policía limitó su actuación a observar complacientemente los desmanes de los que se hacían pasar por patrióticos defensores de la soberanía nacional (¡muy bien!, ¡bravo!). Arreciaron las pedradas (risas). A poco, no quedaba un vidrio sano en todo el frente de la embajada (risas). El embajador, que estaba perfectamente enterado del origen de la agresión y que, como la vida es corta, no quería esperar el resultado de una investigación oficial, decidió presentar su protesta ante quien correspondía (grandes aplausos y risas). Llamó, pues, al canciller por teléfono, le expuso lo que estaba sucediendo y solicitó urgentemente su intervención, a fin de que se pusiera término cuanto antes a tan insólito y soez incidente: pero no pudo conseguir del canciller otra cosa que la desganada promesa del envío de unos cuantos agentes más de policía (risas), y como ya sabía cuál era y cuál había de seguir siendo la conducta de esos agentes del gobierno, el embajador se apresuró a responder: «No es preciso que me envíe más policías, señor ministro: lo que hace falta es que me envíe menos nacionalistas» (grandes risas y prolongada ovación).

Espero, convendrán ustedes conmigo, que el hecho que acabo de relatar, presenta, en su reducido marco, las características típicas de lo que, sirviéndonos de una frase conocida, podríamos definir como los modos y modas del mal vivir de los regímenes fascistas (¡muy bien!, aplausos). Uno por uno en él aparecen casi todos los elementos de que el fascismo se ha servido en sus torpes ardides desde los días de la llamada «marcha sobre Roma»: la subversión y el desorden organizados por el propio gobierno, sirviéndose para ello de sicarios a sueldo, encubiertos bajo un disfraz honorable (¡muy bien!, ¡bravo!, ovación), la utilización de los medios coercitivos del Estado, no para reprimir, sino para amparar la subversión (muy bien); la fanfarronería del cobarde (aplausos), que ataca al que cree caído y se humilla ante el poderoso (gran ovación); el empleo calculado, al modo soreliano, de los métodos de violencia; la maniobra artera, embozada en un falso respeto a las normas establecidas, que lanza el ataque encubriendo su origen (¡muy bien!): el desacato a la ley de hospitalidad (prolongada ovación de pie) que impide atacar traicioneramente a quien se aloja bajo el propio techo (¡muy bien!); la práctica de la llamada táctica confusionista que invocando una aspiración perfectamente respetable persigue una finalidad que nada tiene que ver con la satisfacción de ese justificable deseo; el uso de la intimidación y la amenaza precisamente contra una persona que ese gobierno estaba en la obligación de proteger y respetar (¡muy bien!) (ovación), y por último… Pero, ¿para qué seguir? (risas). Creo que lo dicho basta para comprender por qué he relatado este suceso y por qué lo propongo como término de comparación. Podemos servirnos de él, por ejemplo, para investigar cuál era la verdadera naturaleza de ciertos grupos que, hace pocos días, al grito de: «Abajo la democracia» y otros parecidos (aplausos), atacaron brutalmente a mano armada, con aquiescencia de la policía, a grupos inermes de ciudadanos que pacíficamente celebraban, en la capital de una de las Naciones Unidas, la victoria aliada sobre el Japón (larga ovación, de pie).

No seríamos leales a nuestra patria y a los principios que profesamos defender, si una vez descubiertas ciertas actividades no las denunciásemos abiertamente (¡bravo!) y no nos aprestáramos a eliminarlas de raíz (¡muy bien!); la guerra que acaba de terminar no ha sido librada para perseguir solamente al mayor criminal, sino también a sus secuaces, cómplices y encubridores (grandes aplausos). Empleando las palabras del informe secreto de Hager al emperador de Austria durante el Congreso de Viena, «no perdonemos en la persona de Murat los crímenes que hemos castigado en la de Bonaparte» (muy bien). De otro modo habríamos de dar por moralmente perdida la guerra que con tanto esfuerzo hemos ganado (¡bravo!, aplausos).

Vuelvo a dar las gracias al Dr. Levillier por sus cordiales palabras y a todos los aquí presentes por esta extraordinaria, conmovedora e inolvidable demostración de amistad. El pueblo argentino sabe que puede contar con la mía (gran ovación, el público, de pie, hace objeto de una gran demostración al orador), sabe que ya la tiene; quiero que sepa también que seguirá teniéndola en todo momento; que nadie imagine, pues, que mi traslado a Washington significará el abandono de la tarea que estoy desempeñando (ovación). La voz de la libertad se hace oír en esta tierra (¡bien!), y no creo que nadie consiga ahogarla (¡no!, ¡no!, ovación clamorosa). La oiré yo, desde Washington, con la misma claridad con que la oigo aquí en Buenos Aires (aplausos). Sé que es la voz de un pueblo consciente que, en uso de sus más altos y legítimos derechos, reclama para sí una vida nueva basada en la confianza y respeto mutuos (ovación). Si durante mi permanencia entre vosotros he reflejado fielmente el sentir del pueblo de los Estados Unidos —que no es otro que el de su gobierno—, espero poder interpretar con igual fidelidad, cuando me encuentre en Washington, el sentir del pueblo de la República Argentina (¡Braden!, ¡Braden!, gran ovación).» Hasta aquí. La Prensa.

El New York Times interpretó así el discurso de Braden: «Entre escenas de enorme excitación y entusiasmo, Spruille Braden pronunció la denuncia más acerba contra el actual gobierno argentino que haya sido oída de persona con cargo oficial dentro o fuera de la Argentina. Ese discurso fue pronunciado en el almuerzo dado en su honor por los institutos culturales argentino-norteamericanos y asistieron a él 1.800 personas. Más de un millar fueron rechazados por falta de lugar. Braden no mencionó directamente al gobierno argentino pero sus referencias fueron tan claras y habló en tono tan sarcástico y despectivo, que nadie tuvo la menor duda de cuál era el verdadero objetivo de sus palabras. En el calor del entusiasmo que provocaban sus palabras, las mujeres se pusieron de pie y actuaron como lo hacen en los partidos de fútbol los que dirigen las aclamaciones. Braden ridiculizó al gobierno argentino. Su actitud asume una importancia especial en estos momentos, puesto que no es solamente embajador en la Argentina sino virtualmente secretario asistente de Estado. Ninguno de sus oyentes duda de que su filípica contra el gobierno militar reflejaba el criterio oficial del gobierno norteamericano. (New York Times, del 29 de agosto de 1945.) <<

[48] Escupir en la puerta de la casa de Perón. Las autoras del —jurídicamente— discutido esputo eran las señoras Moreno de Zuberbuhler, Quirno Costa de Pampín y Achával de Santamarina. <<

[49] Los nuevos ministros. Antonio J. Benítez para Justicia e Instrucción Pública; Ceferino Alonso Irigoyen para Hacienda; César Ameghino para Relaciones Exteriores y Culto. <<

[50] La disolución del GOU. Ver Así se gestó la dictadura, por Gontrán de Güemes (?) (Ed. Rex, Bs. As., 1956), que refiere los hechos con tendencia marcadamente antiperonista pero ajustándose, en general, a la verdad. También De la vergüenza de ser argentinos, por Logia Falucho (folleto s/pie de imprenta, 1945), panfleto sobre el GOU y su significación. <<

[51] Una entrevista con Ricardo Balbín. Referencia al autor del doctor Arturo Sampay. Esta y otras entrevistas similares fueron notorias en su momento: La Vanguardia dedicó varios venenosos sueltos a este entendimiento. <<

[52] ¿Era sincero Perón? En conversaciones con el autor (enero de 1969) el ex presidente Perón brindó una explicación de su declaración del 23 de abril de 1945. «A principios de 1945, cuando ya se tuvieron los equipos de ejecución más o menos formados en el Consejo Nacional de Posguerra, nosotros empezamos a cogobernar: ya algunos de los decretos o decretos-leyes que sancionaba el gobierno los elaborábamos nosotros en ese organismo. Ya estábamos, pues, entrando en materia. Entonces yo convoqué a los coroneles que habían hecho la revolución —los que quedaban, porque el grupo había raleado— y les dije:

—Bueno, señores, aquí ya no queda nada más por hacer; aquí está toda la obra de la revolución preparada. Lo que ahora necesitamos es llamar a elecciones, llegar a un gobierno legal, realizar las reformas que están ya preparadas, a través de un régimen constitucional.

Porque los gobiernos de facto no consolidan nada; son como los que escriben en el aire. Lo que consolida las reformas es la acción gubernativa a través de la Constitución y la ley. Pero resultó que los oficiales no estuvieron de acuerdo… No querían elecciones. Pensaban que el país no estaba preparado, que la revolución no estaba suficientemente consolidada; en realidad, lo que no querían era entregar el gobierno… ¡Hasta hubo uno que llegó a proponerme hacer otro golpe de Estado y ponerme a mí de presidente! Pero yo, como dictador, no quería. Supongo que algunos querían seguir manejando la cosa, como lo habían hecho hasta entonces; pero yo no me prestaba a eso. No nos pudimos poner de acuerdo. Yo tuve la sensación de que no iba a haber elecciones porque ellos no las querían y entonces renuncié. ¿Para qué iba a andar de candidato manoseado si ellos no iban a dar elecciones? Yo tenía la convicción de que, para tener derecho a hacer lo que queríamos hacer, debía haber un verdadero plebiscito que nos otorgara un mandato. Para mí no había nada más claro. Pero, naturalmente, todo eso ocurriría si había elecciones…» <<

[53] Las expresiones de las entidades económicas. Ver Comportamiento y crisis de la clase empresaria, por Dardo Cúneo (Ed. Pleamar, Bs. As., 1967), donde se estudia la evolución de la actitud de los sectores empresariales frente a Perón. <<

[54] Perón necesitaba de esa evidencia del apoyo popular. Testimonio del ex presidente Perón al autor (enero de 1969): «Una revolución necesita un realizador y cien mil o doscientos mil “predicadores”. Había convertido el Departamento Nacional del Trabajo, un organismo oscuro e intrascendente, que de organismo sólo tenía el nombre, en Secretaría de Trabajo y Previsión; y desde allí quería yo empezar a preparar la revolución y todo eso lo tenía minuciosamente preparado y planificado. En este puesto yo realizaba, porque tenía oportunidad de hacerlo desde que estaba dentro del gobierno —era ministro de Guerra y secretario de Trabajo— y fue allí donde convoqué a muchos políticos con quienes había hablado antes de que ocurriera la revolución del 43. “Señores, les dije, aquí se está preparando la revolución.” Trabajamos día y noche durante seis meses; fue entonces cuando se presentó el asunto de San Juan, que nos favoreció un poco porque nos hicimos conocer. Y fue allí donde formamos nuestro cuerpo de predicadores. Los lanzamos por toda la República para que predicaran lo que nosotros pensábamos: una concepción de la revolución de tipo humano.

Cuando pasaron esos seis meses, yo llegué a los «capos» de esos grupos de predicación y les dije:

«—Bueno, señores, vamos a ver si esto es cierto. Porque hace meses que estamos trabajando, y si esto no ha entrado… Yo necesito que en Diagonal y Florida, en la estatua del viejito Sáenz Peña, me hagan ustedes una concentración. Si reúnen cien mil, yo estoy satisfecho…

Hicieron la concentración, los muchachos. Y reunieron trescientos cincuenta mil… No fue la CGT: fueron los predicadores… Teníamos de todo, distintas clases de predicadores, porque nosotros usábamos un sistema que es eficaz: hablar a cada uno con sus propios elementos. En el ambiente sindical predicaban los dirigentes sindicales; en el ambiente político, los dirigentes políticos, y en el ambiente económico, los dirigentes económicos… Así teníamos todos los estamentos —diremos así— llenos con la prédica…

Cuando se consiguió eso, yo dije:

—Bueno, la revolución, desde el punto de vista humano, ya está preparada.» <<

[55] Todo el episodio olía de lejos a Trabajo y Previsión. El ex presidente Perón niega toda participación en esos hechos. Declaración al autor (enero de 1969): «Yo no estuve en nada de eso. Tampoco fue teledirigido. Lo del teatro Casino fue espontáneo totalmente. Otras cosas pasaron también frente a algunos bancos americanos, pero nosotros no teníamos nada que ver con eso… ¡Teníamos tanto que hacer, que como para meternos en eso andábamos!» <<

[56] Panfletos. De la colección del doctor Horacio J. Guido, quien la facilitó generosamente al autor. <<

[57] La existencia de un acta secreta. El ex presidente Perón, en conversación con el autor (enero de 1969), negó la existencia del acta. «Hubo muchos alcahueteos, digamos —manifestó—, pero nada concreto en ese sentido. Además, Farrell era conservador y no hubiera estado en una gestión de acercamiento con los radicales…» El ex presidente Farrell, en conversación con el autor, tampoco recordó el acta del 30 de julio, aunque señaló que el intenso ritmo de acontecimientos de esos días podría confundirlo. <<

[58] Una capacidad de trabajo más admirable. Testimonio del ex presidente Perón al autor (enero de 1969): «Después de la concentración en Diagonal y Florida, yo les dije a mis colaboradores de la Secretaría de Trabajo y Previsión que ellos debían seguir con su tarea, mientras yo me dedicaría a crear el instrumento para preparar técnicamente la revolución. Fue cuando se creó el Consejo Nacional de Posguerra, que tenía dos misiones: una, estudiar cómo teníamos que hacer para que el país no tuviera que pagar la Segunda Guerra Mundial, así como había tenido que pagar la primera guerra… La segunda era preparar técnicamente la revolución y para eso creamos un cuerpo “de concepción” con dirigentes políticos, empresarios, obreros, etcétera. Lo mejor que había. Inicialmente éramos como doscientos y luego quedamos reducidos a unos cincuenta, que es cuando realmente fue efectivo el trabajo. Entonces empezamos a crear una ideología. ¿Bajo qué ideología haríamos la revolución? Fue entonces cuando yo escribí un trabajo, un programa, que después se publicó con el nombre de La Comunidad Organizada y yo leí, años más tarde, y convenientemente retocado “para filósofos”, ante el Congreso de Filosofía reunido en Mendoza, siendo ya presidente. Ese trabajo fue la ideología, lo invariable: sobre esa base había que crear la doctrina, es decir, las formas de ejecución de la ideología.

Así nos lanzamos a planificar los objetivos de la revolución a largo plazo, con la ayuda de la estadística, que nos permitía comprender en qué estado se encontraba el país.» <<

[59] El compromiso de Quijano. El 20 de mayo de 1946, en una comida que se realizó en un comité de la UCR Junta Renovadora, el coronel Perón —ya presidente electo— se refirió a sus primeros contactos con Quijano. Dijo Perón en esa oportunidad: «Hace un año y ocho meses se trataba de dar orientación política a la revolución. Buscamos darle la orientación del viejo partido radical que se había mantenido puro en los últimos quince años. Así procuramos formar una fuerza en ese sentido dentro del gabinete, pero debíamos librar una verdadera batalla dentro del mismo e hicimos luego el acercamiento con hombres del radicalismo. Comencé a hablar con políticos de nuestro país y, después de eso, tras muchas conversaciones con los más capacitados, me tocó elegir al que debía ocupar el Ministerio del Interior. Fue el doctor Quijano, con quien conversé por tercera vez en mi despacho del Ministerio de Guerra. Confieso que no había encontrado político más identificado con el pensamiento revolucionario. Lo propuse y el resto ya lo saben ustedes. Desde ese momento la orientación nueva tomó cuerpo definitivamente.»

La referencia es interesante porque señala con precisión el momento en que el gobierno de facto habría comenzado sus contactos políticos: setiembre de 1944, un año y ocho meses antes de las palabras de Perón. <<

[60] Recién doce años más tarde. La Vanguardia y algunos diarios clandestinos dieron versiones más o menos deformadas del discurso, semanas después. Su texto completo puede leerse en El sindicalismo, por Luis B. Cerrutti Costa (Ed. Trafac, Bs. As., 1957). <<

[61] Los nuevos interventores federales en San Luis, San Juan y Corrientes. Abelardo Álvarez Prado, Emilio Cipolletti y Ernesto Bavio, respectivamente. <<

[62] Algunas adhesiones. Ramón Carrillo y Ricardo Guardo, del ambiente universitario; Miguel Miranda, Orlando Maroglio, Raúl Lagomarsino, de los círculos industriales. <<

[63] Interesante autocrítica en el discurso de Perón. Como lo señalan acertadamente Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti en su libro Los reformistas (Ed. Jorge Álvarez, Bs. As., 1968). <<

[64] Más brutales y evidentes. Ver Crónicas proletarias, por José Peter (Ed. Esfera, Bs. As., 1968). <<

[65] No hubo receptividad para esta orden. En Córdoba, el general Osvaldo Martín, jefe de la IV División, se negó a difundirla en la guarnición a su cargo. <<

[66] Nunca se había lanzado en los hechos contra la oligarquía. Sobre sus relaciones personales con los círculos de clase alta, y su pensamiento histórico, dijo el ex presidente Perón al autor (enero de 1969): «Es curioso, yo tengo muchos amigos en el Jockey Club, porque yo hacía mucha esgrima allí… Y no he estado nunca contra ellos; vea usted que nosotros no hicimos un gobierno hostil a ellos. Claro, el pueblo tomó algunas actitudes contra ellos, pero, ¡vamos!, ellos hacía un siglo que tomaban actitudes contra el pueblo… y nadie les había dicho nada… El asunto de la reforma agraria, por ejemplo. Nadie abandona su tierra sin defenderla; la primera reforma agraria que se hizo en Esparta costó un ojo de la cara… el del legislador que sacó tierras a los ricos para darlas a los pobres. Yo pensé, entonces, que había que hacer una reforma agraria, sí, pero incruenta, evitando el exceso y el abuso. Además, es un problema muy complejo; por empezar, en ese momento no había un mapa agrológico del país, es decir, no sabíamos que calidad tenía la tierra que debíamos entregar paulatinamente. Usted comprende que no se puede entregar la tierra a la marchanta… Hay que fijar una unidad económica también y establecer que sea indivisible, lo que importa una modificación del Código Civil. Todo eso teníamos que hacerlo poco a poco, sin improvisación.

Por eso, en la concentración de fuerzas que se nucleó en 1945 había muchos conservadores: Morrogh Bernard, Visca, Uberto Vignart, Ramón Cárcano, Joaquín de Anchorena y muchos de la juventud conservadora. Había una necesidad de hacer una revolución y ellos también estaban en esa idea. En cuanto nosotros despertamos esa necesidad, ganó adhesiones en todos los sectores. Por otra parte, mi origen es conservador: mi padre era estanciero en la provincia de Buenos Aires… y si no hubiera sido conservador no hubiera sido estanciero allí. Mi primer amigo que tuve allí fue un domador que se llamaba Sixto Magallanes, domador de la estancia de mi padre —cuando yo era muy chico, porque yo estuve muy poco en Lobos, en seguida fui a la Patagonia—, y este paisano andaba siempre de boina colorada, que era como la divisa conservadora…

Lo cual, por supuesto, no afecta el gran respeto y consideración que siempre he tenido por la figura histórica de Yrigoyen. Para mí fue un gran hombre. Vea: hay dos líneas históricas en el país, con referencia a los hombres de gobierno: la línea hispánica y la línea anglosajona. Eso se ve desde el primer gobierno patrio en adelante. Todos los que presidieron el país en nombre de la línea anglosajona, son masones, desde Posadas, primer Director Supremo, Alvear, etcétera. Sólo hay tres que no fueron masones: Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen y Juan Perón. Los demás han sido todos masones… Es decir que la línea hispánica, que es la línea nacional —porque la otra es la línea colonial— está representada también por Yrigoyen, que es un hombre de mi línea… Cuando yo hube de defender a España en 1947, no la defendí por Franco, ¡a mí me importa tres rábanos Franco! Defendí la línea hispánica y yo he sido siempre congruente con esa línea. Yrigoyen fue el que declaró el 12 de octubre, Día de la Raza… A lo largo de la historia que he leído y estudiado, llegué a esa conclusión; y cuando se llega a esa conclusión, uno se da cuenta de que hay cosas que no pueden violentarse. A mí me hubiera sido mucho más fácil en ese momento, en 1947, decir «que se arregle España como pueda…» Me acuerdo de que Bramuglia, mi canciller, estaba en una posición diferente… ¡claro! él era republicano, como que era socialista, y me dijo: «Para qué nos vamos a exponer, este asunto no conviene»; y yo le dije: «No, ministro, nuestro gobierno es un gobierno nacional; y las fuerzas que hoy están contra España en las Naciones Unidas representan toda la línea antinacional. De manera que habrá que sucumbir, si es necesario, pero en esta posición. Y como yo soy el responsable de esta actitud, decido que sea así».

Yo estuve en la revolución del 30, contra Yrigoyen; era oficial de la Escuela de Guerra y ¡claro! era una revolución militar y había que obedecer. Pero Yrigoyen era un gran hombre: un hombre independiente, un paisano de convicciones firmes, honesto, de esos que a uno le dan la mano y es como si firmaran contrato… En la revolución del 30, como militar, había que estar… Además, la precedió una campaña que engañó a todo el mundo… lo mismo que pasó en el 55… Es la misma revolución, con la misma saña; al pobre Yrigoyen lo mataron y a todo el que tenga la desgracia de caer en esta lucha le pasará lo mismo, le harán la misma leyenda que a Yrigoyen o a mí…

Y ya que hemos hablado de Rosas, recuerdo que durante mi gobierno hubo una iniciativa para repatriar los restos de Rosas. Yo la hubiera auspiciado con toda decisión; si hubiera sabido que yo iba a caer en el 55, lo hago… Nosotros estábamos en un trabajo de revisión histórica, pero yo pensaba que había que prepararlo bien antes de repatriar esos restos. Preparar bien todo, explicarlo todo y recién después traerlo, pero apoteóticamente, no vergonzosamente como se lo quería traer. Esto era lo que yo sostenía. Ahora, si hubiera sabido que en el 55 caía el gobierno, hubiera llevado a cabo ese acto mucho antes… Me parecía que todavía no estaba maduro, que había que preparar todo eso.» <<

[67] El caso de la CHADE es típico. En conversación con el autor (enero de 1969) el ex presidente Perón explicó su actitud ante la investigación Rodríguez Conde, de la siguiente manera: «Siempre he sido contrario a arrojar lodo sobre los argentinos, porque en el fondo la Argentina está formada por los argentinos… Esa investigación llegaba a esta conclusión: el señor Brossens, que era el gerente general o presidente de la compañía, había hecho sus declaraciones, que eran muy simples. Ellos habían ofrecido la prolongación de los servicios de la compañía y en el Concejo Deliberante habían dicho que no, que iban a hacer caducar la concesión si no se les pagaba algo así como once millones de pesos de entonces… Entonces la compañía dijo que sí, que pagaban, y pagaron los once millones de pesos a los que iban a tratar el asunto, o sea a los concejales. Se armó un gran escándalo, se exiliaron algunos de los implicados y creo que uno se suicidó. Bien: se llegaba a probar, a través de la investigación, que todo eso había sido una coima infame. Entonces, ¿qué se iba a hacer con eso? ¿Matarlos? Ya estaban sancionados moralmente con todo el barullo que se hizo y lo que se supo. ¿Para qué seguir con eso? ¡Hubiéramos tenido que devolver los once millones a la compañía! Claro, se había demostrado que era una coima y a la compañía se la podía castigar. Brossens me dijo una cosa muy lógica; me dijo: “Es como si uno fuera por la calle, le ponen un revólver en el pecho y le dicen que entregue la cartera. Yo saco la cartera y se la doy… ¿y usted me quiere meter preso a mí?” ¡Tenía toda la razón del mundo!

¿Qué ganaba el país con infamar más la función pública, que ya estaba bastante infamada? También yo recibí el Libro Negro del Empréstito Patriótico y del Instituto Movilizador, de tiempos de Justo… Vinieron algunos y me dijeron: «Esto vamos a publicarlo en los diarios». Pero yo les dije que no. Si el Estado no se va a beneficiar, ¿por qué vamos a perjudicar a personas que no vale la pena perjudicar? ¿Por qué vamos a ponernos en evidencia ante todo el mundo con unos sinvergüenzas?

El señor Brossens, a quien se refiere Perón como «gerente general o presidente de la compañía», es el ingeniero René T. Brossens, director delegado de SOFINA y vicepresidente y director general de la CHADE y su sucesora CADE, entre 1936 y 1956; es la misma persona a que alude Perón en carta a Eva Duarte, el 14 de octubre de 1945, desde Martín García, diciendo: «El amigo Brosen (sic) puede serte útil en estos momentos, porque ellos son hombres de muchos recursos» (en nota al capítulo siguiente se reproduce esta carta in extenso).

En conversación con el autor, el ingeniero Brossens —actualmente retirado de la actividad empresarial— dijo: «Conocí a Perón por intermedio del consejero de la Embajada de Bélgica en Buenos Aires a mediados de 1943, poco después de haberse iniciado la investigación Rodríguez Conde. Me pareció un hombre inteligente y preparado y no tengo inconveniente en decir que simpaticé inmediatamente con él. Le expliqué nuestra posición frente a la investigación iniciada por el gobierno de facto y conversamos varias veces sobre el asunto; incluso en una oportunidad lo hicimos con el intendente de Buenos Aires y el secretario de Obras Públicas de la Municipalidad en su presencia, en una larga discusión sobre el problema de los aumentos de tarifas que CADE reclamaba. Así se creó una vinculación con Perón a la que no podría calificar de amistad; pero hubo cierta frecuentación que seguiría durante todo su gobierno posterior.

Cuando la comisión Rodríguez Conde concluyó su gestión y presentó su informe, ocurrió afortunadamente, lo que yo había previsto: la pasión política de la clique nacionalista que llevó adelante el asunto había envenenado la objetividad del informe y lo que se sugería al gobierno en relación con el futuro de la empresa era tan desmesurado y arbitrario que me costó poco demostrar a Perón su irrazonabilidad. Perón debe haber resuelto entonces «enterrar» el informe Rodríguez Conde y así ocurrió. Por supuesto, no medió ningún tipo de retribución ni nada semejante; Perón resolvió dejarlo de lado porque sus proposiciones, si se hubieran adoptado, hubieran sido desastrosas para la empresa, pero sobre todo, para el país. No hay que olvidar que los equipos de provisión eléctrica de Buenos Aires debían renovarse parcialmente de manera urgente y los nuevos grupos generadores sólo podían fabricarse en Estados Unidos, donde SOFINA —cuyo presidente, Heineman, vivió en Nueva York durante la guerra— tenía influencia. Una medida arbitraria contra CADE podía aparejar la imposibilidad de renovar esos equipos… Perón entendió la situación perfectamente.

En cuanto al apoyo económico que CADE habría dado a Perón en su campaña electoral, debo decir que la CADE, como tal, no dio dinero. Si los accionistas extranjeros de la compañía fueron solicitados en este sentido, teniendo en cuenta que Perón había salvado a la CADE de una expropiación injusta u otras medidas arbitrarias, eso no lo sé. Pero puedo afirmar que tampoco hubo aportes de dinero de su parte, materializados en el país.» <<

[68] Del equipo más íntimo de Perón. El abogado español José Figuerola, de quien dijo el ex presidente Perón al autor (enero de 1969): «Es uno de los mejores estadígrafos que tiene el país. Lo mejor que he encontrado. Un hombre que vale mucho. Figuerola compiló todas las estadísticas y se dio cuenta de que eran todas mentiras…» <<

[69] La policía dijo que 65.000. El autor trató de encontrar los informes que la policía pasa diariamente a los altos funcionarios del gobierno y que suelen detallar con gran objetividad las novedades en el orden político, sindical, estudiantil, etcétera, correspondientes a 1945. Desgraciadamente, pese a la buena voluntad del jefe de la Policía Federal, general Fonseca, esos informes no pudieron ser localizados por haberse destruido. <<

[70] Llovieron sobre la manifestación. Testimonio del ex general Raúl Tanco: «Unas semanas antes de la Marcha de la Constitución y la Libertad, Raúl Bustos Fierro y César Guillot redactaron una presentación o documento dando las razones jurídicas por las que la Corte Suprema de Justicia no podía hacerse cargo del gobierno. Lo hacían para oponerse a la consigna de la oposición, que reclamaba “el gobierno a la Corte”. Pero los autores del documento no consiguieron que ninguno de los diarios lo publicara, ni aun pagándolo como “solicitada”. Raúl Apold, que era cronista de El Mundo en el Ministerio, me contó eso, conjeturando que a lo mejor nosotros podíamos “meterlo” en su diario, si hablábamos con el secretario de redacción. Una noche fuimos, casi al cierre de la edición, y hablamos con el secretario, un señor Alemán; él accedió a publicar el documento, medio de contrabando… Fue un baldazo de agua fría esa publicación. Pocos días después se realizaba la Marcha de la Constitución y la Libertad y nosotros hicimos imprimir como doscientos mil ejemplares de la presentación de Bustos Fierro y Guillot y los tiramos sobre la manifestación desde distintas casas y balcones de la avenida Callao. Descuento que no hizo mucha gracia a sus organizadores esta inesperada lluvia de panfletos…

El día de la Marcha estábamos con Perón en el Ministerio, en Viamonte y Callao. Se había dado orden de cerrar los visillos y ventanas, para evitar incidentes. Perón no parecía dar importancia a la manifestación. Cuando ésta empezó, nos dijo:

—Bueno… yo me voy a dormir… Ustedes miren, calculen y después me informan…

Yo me quedé admirando la sangre fría de este hombre que ni siquiera sentía curiosidad por ver la manifestación opositora. Y efectivamente, un par de horas más tarde, cuando la Marcha estaba terminando, fuimos a comentarla y él estaba roncando tranquilamente en el dormitorio que tenía instalado al lado de su despacho…» <<

[71] Caras conocidas encabezan la manifestación. De la confrontación de distintos diarios se ha elaborado la siguiente lista, que incluye a las personalidades que figuraron a la cabeza de la columna: Gabriel Oddone, Nicolás Repetto, Laureano Landaburu, Alfredo Palacios, Rodolfo Ghioldi, Juan José Díaz Arana, José María Cantilo, Alejandro Lastra, Juan Carlos Rébora, Justiniano Allende Posse, Luciano Molinas, Manuel V. Ordóñez, Eustaquio Méndez Delfino, Américo Ghioldi, Ernesto Sanmartino, Enrique Dickmann, José Urbano de Aguirre, Tomás Le Breton, Juan Antonio Solari, Juan S. Valmaggia, Leopoldo Melo, Carlos Saavedra Lamas, José de Apellániz, Pedro Groppo, Julio V. González, Julio Noble, Rodolfo Martínez, Enrique Butty, Arnaldo Massone, Luis Reissig, Santos Gollán, Eduardo Benegas, Germán López, Pedro Chiaranti, Horacio Rivarola, Gregorio Aráoz Alfaro, Antonio Santamarina, Joaquín de Anchorena, Mariano Castex, José P. Tamborini, Enrique M. Mosca, Pablo Calatayud, Ernesto Giúdice, Ricardo Levene. También algunos militares retirados, como Adolfo Espíndola, Francisco Suárez, Carlos Márquez, Juan Tonazzi y Enrique Fliess.

Estas 49 personas tenían la siguiente filiación política: radicales, 4, tres unionistas y un intransigente (Tamborini, Mosca, Sanmartino y Oddone); socialistas, 6 (Ghioldi A., Repetto, Palacios, Dickmann. Solari y González); comunistas, 3 (Ghioldi R., Chiaranti y Giúdice); demoprogresistas, 3 (Molinas, Díaz Arana, Noble); conservadores o vinculados a los gobiernos de la Concordancia, 20, distinguiéndose éstos en: ex legisladores nacionales conservadores, 2 (Landaburu y Santamarina); ex altos funcionarios de los gobiernos nacionales entre 1931/43, 8 (Lastra, Rébora, Allende Posse, Méndez Delfino, Aguirre, Apellániz, Butty y Rivarola); ex ministros de los gobiernos nacionales entre 1931/43, 7 (Cantilo, Saavedra Lamas, Melo, Groppo, Calatayud, Márquez y Tonazzi) y 4 más (Aráoz Alfaro, Castex, Anchorena y Martínez) que sin agravio pueden incluirse entre la nómina conservadora. La abrumadora preponderancia numérica de las personalidades de filiación conservadora se completa señalando a Ordóñez (La Prensa) y Valmaggia (La Nación); Le Breton (ex antipersonalista); Benegas y Massone (empresarios) y Levene (académico). <<

[72] Una discreta ola de renuncias. Por esos días el doctor Ramón J. Cárcano renunció a su cargo de director de Previsión Social y su hijo Miguel Ángel a la embajada en Gran Bretaña; el doctor Raúl Migone al consulado general en Canadá; los doctores Ernesto Hueyo, José de Apellániz, Ernesto Bosch y José Evaristo Uriburu a sus cargos de directores del Banco Central. <<

[73] Nunca la Marina había adoptado actividades políticas propias. Ver Una gran lección, por Guillermo D. Plater (Ed. Almafuerte, La Plata, 1956), donde se relata el proceso revolucionario de 1943 visto desde el ángulo de un sector de la Marina. <<

[74] Distintas facultades de la Universidad de Buenos Aires. Crónicas de la ocupación policial, en Students Politics in Argentina, por Richard J. Walter (Nueva York, 1968); «Forma y sentido de la resistencia universitaria en octubre de 1945», por Augusto T. Durelli, en Ciencia y técnica, diciembre de 1945; «La Universidad argentina bajo la dictadura de Perón», trabajo colectivo en Revista de América, tomo XI (Bogotá, setiembre de 1947). <<

[75] Los sacralizaron. El proceso de conversión en mito de las jornadas que culminaron el 17 de octubre puede seguirse a través de las siguientes obras, entre otras: Diecisiete de octubre, jornada heroica (publicación oficial, sin pie de imprenta, 1948); Cuentos del 17 de octubre, por Adolfo Diez Gómez (Biblioteca Infantil General Perón, Bs. As., 1948); Antología poética de la Revolución Justicialista, por Antonio Monti (Ed. Librería Perlado, Bs. As., 1954), que incluye, entre otras composiciones, la Marcha triunfal de los descamisados, de Ramón Rafael Ezeyza Monasterio; Hechos e Ideas, publicación de cuestiones políticas, económicas y sociales, director Enrique Eduardo García, año VI, tomo XI, agosto de 1947; Fue el 17 de octubre, romance por Rafael García Ibáñez (Biblioteca Peronista, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, edición de la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, 1948); Obras y hechos del peronismo, revista mensual, Nº 1, agosto de 1947; Interpretación histórica del 17 de octubre, por Santiago Ganduglia (Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, 1955); La mujer en la gesta heroica del 17 de octubre, por María Granata (Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, 1953); El hombre del destino, por Aparicio Luna (José María Torres Clavero), Ed. Justicia Social, Bs. As., 1946; Voici l’Argentine, 17 de octubre, Jour de la Résurrection Nationale, París, 1960. <<

[76] Otras fuentes de disgusto. Ver Acontecimientos militares en Campo de Mayo entre los días 6 y 19 de octubre de 1945, folleto sin autor, fecha ni pie de imprenta (16 págs.), apareció a fines de 1945; detalla ordenadamente los hechos con tendencia antiperonista. También La Vanguardia del 16-10-1945, donde se reseña el proceso, equivocando a veces el orden cronológico; id. La Prensa del 13-10-1945. <<

[77] El general Ávalos. Lamentablemente, éste se ha negado a formular declaraciones al autor, alegando que sus testimonios vertidos a una revista de Buenos Aires fueron tergiversados. <<

[78] El teniente coronel Francisco Rocco… aspiraba públicamente a ese cargo. Referencia al autor del general (R) Oscar Uriondo. <<

[79] En sus años de pobreza. Referencia al autor del doctor Arturo Jauretche. <<

[80] Oficialidad de Campo de Mayo. Eran jefes de las unidades de la guarnición los tenientes coroneles Antonio Carosella (Grupo de Artillería Montada), José M. Ruiz Monteverde (Regimiento 8º Caballería), Gerardo Gemetro (Regimiento 10º de Caballería), Florencio Piccione (Escuela de Caballería), Julio Gómez (Escuela de Suboficiales), Héctor Puente Pistarini (Escuela de Artillería), Francisco Rocco (Escuela de Comunicaciones) y Ramón Narvaja (Escuela de Infantería). <<

[81] Que los conducía al Ministerio de Guerra. Las entrevistas Ávalos-Perón en Acontecimientos…; lo demás, referencia del coronel (R) Domingo A. Mercante al autor. <<

[82] A las 11 se abrió la conferencia. Ver Acontecimientos… y referencias al autor del ex general Raúl Tanco. <<

[83] Estaba dispuesto a pedir el retiro. Referencia al autor del ex general Raúl Tanco. <<

[84] Campo de Mayo debía avanzar sobre Buenos Aires. Sostuvieron esta posición los tenientes coroneles Francisco Rocco y Juan C. Cuaranta, el mayor Pablo Alderete, el comandante de Gendarmería José A. de la Rosa y el capitán Enrique Schetini [referencia al autor del general (R) Juan C. Cuaranta]. <<

[85] Dos de ellos fueron al acantonamiento. El coronel Franklin Lucero (ver El precio de la lealtad, por Franklin Lucero, Bs. As., 1959) y el teniente coronel Raúl Tanco (referencia del ex general Tanco al autor). <<

[86] Aconsejaba reprimir. Ver El precio de la lealtad, por Franklin Lucero, Bs. As., 1959. <<

[87] Conjurados para asesinarlo en cuanto entrara. Testimonio del general (R) Rosendo Fraga a la revista Primera Plana, del 23-9-1965. <<

[88] Empezó la reunión. Ver Acontecimientos… y referencias al autor del general (R) Juan C. Cuaranta. <<

[89] Conferenciar con los generales. Estuvieron presentes Farrell, Ávalos, Carlos von der Becke, Juan Pistarini y Diego I. Mason. <<

[90] Indicaron a dos de ellos. El coronel Indalecio Sosa y el teniente coronel Juan C. Cuaranta. <<

[91] Todos eran partidarios de pelear. Estaban en esa posición los generales Ramón Albariños, jefe de la 2ª División con sede en La Plata, y Humberto Sosa Molina, jefe de la 3ª División, con sede en Paraná, que se comunicó telefónicamente con Perón para reiterarle su lealtad; los coroneles Oscar R. Silva, jefe del Colegio Militar, y Filomeno Velasco y Juan Molina, jefe y subjefe, respectivamente, de la Policía de la Capital; el comodoro Bartolomé de la Colina, secretario de Aeronáutica, que había hecho concentrar a la aviación en el aeródromo de Morón; y por supuesto, los colaboradores cercanos a Perón en el Ministerio de Guerra, tenientes coroneles Tanco, Uriondo y Herrera, además del coronel Lucero. El teniente coronel Mercante se encontraba en ese momento en la base aérea El Palomar. <<

[92] Donde lo esperaba su compañera. Detalles de la renuncia, por referencias del ex general Raúl Tanco. También en Diecisiete de octubre, la revolución de los descamisados, por Eduardo Colom (Ed. La Época, Bs. As., 1946), donde se refieren correctamente los hechos, aunque con tendencia a dramatizarlos con intención pro peronista. <<

[93] Presidente de la Universidad. El doctor Alfredo E. Calcagno. <<

[94] Juez federal. El doctor Horacio Fox. <<

[95] Sus cornentarios finales. Ver Diecisiete de octubre, la revolución de los descamisados, por Eduardo Colom. <<

[96] Nuevo secretario de Aeronáutica. El comodoro Edmundo Sustaita, amigo de Perón el día anterior había ofrecido bombardear Campo de Mayo con sus aviones [referencia al autor del coronel (R) Mercante]. <<

[97] Lo encontraron en su casa. Ver La naturaleza del peronismo, por Carlos Fayt y otros (Ed. Viracocha, Bs. Aires, 1967). Los dirigentes que promovieron la reunión fueron Luis Gay, Alcides Montiel y Ramón W. Tejada. A la casa de Perón también concurrió Cipriano Reyes; quien los llevó fue el mayor Fernando Estrada, funcionario de la Secretaría de Trabajo y Previsión. <<

[98] A través de la red oficial de broadcastings. Referencia al autor del coronel (R) Mercante. <<

[99] A todos los trabajadores argentinos. Fue un borrador del decreto que se sancionaría en diciembre de 1945 bajo el número 33.302, creando el Instituto Nacional de las Remuneraciones, que no llegó a funcionar, e instituyendo el salario vital y móvil, que tampoco tuvo vigencia, así como el sueldo anual complementario (aguinaldo) que, éste sí, tuvo inmediata aplicación. Mercante alcanzó en esta oportunidad a hacer firmar este decreto a Quijano y Pistarini, pero no al presidente Farrell. <<

[100] Subdirector de la Escuela Superior de Guerra. El general Virginio Zucal. <<

[101] Debió imponerse a gritos. Ver testimonio del general (R) Rosendo Fraga en Primera Plana, del 28-9-1965. <<

[102] Matar a Perón. Lo postuló el mayor Desiderio Fernández Suárez, que once años más tarde fue jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y en tal función ordenó algunos de los fusilamientos con que se clausuró la intentona revolucionaria peronista del 8 de junio de ese año. (Ver Operación masacre, por Rodolfo Walsh, Ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1969.) <<

[103] Los enviados. Los generales Enrique Quiroga, Orlando Peluffo y Alberto Guglielmone y los almirantes Leonardo Mac Lean, Francisco Clarizza y Horacio Smith. Pasados los acontecimientos, Peluffo fue a juicio militar «por arrogarse una representación del Ejército que nadie le había conferido». <<

[104] Respetable magistrado judicial. El doctor Roberto Repetto. En 1945 tenía 64 años, habiendo ingresado a la carrera judicial 35 años antes. Renunció a su cargo después del triunfo electoral de Perón, en abril de 1946, por lo que fue excluido del fallo condenatorio que recayó sobre sus colegas del alto Tribunal en el juicio político que se les siguió en 1947. Falleció en 1950. <<

[105] Llamado por Ávalos. Referencia al autor del general (R) Juan C. Cuaranta. También en Clarín, en la columna «¿Qué dice la calle?», del 13-10-1945, se registró esta versión, al igual que en la sección «Trastienda política», del diario La Época, del 29-10-1945. <<

[106] Un amigo del dirigente intransigente. El general (R) Juan C. Cuaranta. <<

[107] Una eventual fórmula. Además de las reuniones mantenidas por Ávalos y Sabattini en la casa del entonces teniente coronel Cuaranta, se reunieron varias veces en la casa del industrial Alberto Rusconi (referencia de la señora Clotilde Sabattini al autor). <<

[108] Caviar, pavita y botellas de champagne. Ver La traición de la oligarquía, por Armando Cascella (Ed. Mundo Peronista, Buenos Aires, 1953). <<

[109] Instalado allí su vivac. De la confrontación de los distintos diarios se ha elaborado la siguiente lista de las personalidades que en distintos momentos estuvieron presentes en la Plaza San Martín el 12 de octubre de 1945: Alfredo Palacios, Bernardo Houssay, Pedro Ledesma, Carlos del Campillo, Leopoldo Silva, Carlos Saavedra Lamas, Pedro Groppo, Adolfo Bioy, Carlos Alberto Acevedo, Rodolfo Corominas Segura, José Heriberto Martínez, Américo Ghioldi, Jorge Eduardo Coll, Diógenes Taboada, José María Cantilo, Ernesto Sanmartino, Silvio Ruggieri, Justiniano Allende Posse, José María Bustillo, Roberto Ortiz, José María Paz Anchorena, José María Sáenz Valiente, Eugenio Blanco, Carlos Sánchez Viamonte, Horacio Rivarola, Rodolfo Martínez, Josué Santos Gollán. De esta lista pueden señalarse seis ex ministros de los gobiernos de la Concordancia (Saavedra Lamas, Groppo, Acevedo, Coll, Taboada y Cantilo); seis ex altos funcionarios de los mismos gobiernos (Ledesma, Silva, Allende Posse, Bustillo, Paz Anchorena y Rivarola), y dos ex senadores por partidos concordancistas (Corominas Segura y Martínez). <<

[110] Una esquela en este sentido. «Coronel Juan Perón. Bs. As., 11 de octubre de 1945. A S. E. Sr. Ministro de Guerra. Comunico a V. E. que a fin de esperar mi retiro he solicitado licencia. Desde la fecha me encuentro en la Ea. del Dr. Subiza en San Nicolás (casa del Dr. Subiza, San Nicolás) UT 79 S. Nicolás [firmado] Juan Perón.» Publicado en Diecisiete de Octubre, la Revolución de los Descamisados, por Eduardo Colom (Ed. La Época, Bs. As., 1946). <<

[111] ¡Ganar la partida! Referencia al autor del coronel (R) Mercante. <<

[112] Almirante Domecq García. Ver Apuntes de tres revoluciones, por Bartolomé Galíndez (Bs. As., 1956). <<

[113] ¡Yo no soy Perón! Texto del discurso del almirante Vernengo Lima, pronunciado el 12 de octubre de 1945 desde los balcones del Círculo Militar, según La Razón del mismo día:

«Señores, yo soy el almirante Vernengo Lima. Es la primera vez en mi vida que tengo el honor de improvisar delante de una cantidad de gente que tiene su corazón en el mismo lugar donde yo tengo el mío. Yo comprendo las inquietudes de todos ustedes, pero puedo apreciar mejor la situación, porque estoy bien informado de cosas que ustedes, por la posición en que están, acaso ignoran.

Yo he estado recién con el señor presidente de la República. (Protestas del público: «No es nuestro Presidente.»)

Nuestro país tiene en este momento una gran tabla de salvación, que es la Suprema Corte, pero nuestro país también tiene instituciones armadas a las cuales yo tengo el orgullo de pertenecer y que ustedes tienen la obligación de respetar, porque son de ustedes. Antes de recurrir a la última tabla de salvación en este naufragio, es necesario que las instituciones armadas, honestamente, democráticamente, con la mayor imparcialidad que les puedo garantizar, y aseguro que la tenemos, lleven al país a tener un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.» (Gritan: «No debemos creer eso».)

Contesta: «En el almirante Vernengo Lima usted no tiene derecho a dudar».

«El año 30 el pueblo de la República, encabezado por un general, fue llevado a una posición y, desde entonces, fue una falsificación la democracia. El Ejército ha salido para poner remedio a ese mal. Hoy es indispensable que el Ejército lleve al país al verdadero juego de sus instituciones democráticas. El Ejército y la Marina estamos hoy con todo corazón dentro de esa idea.» (Dicen: «Eso lo han dicho muchas veces.»)

Contesta: «Yo no soy Perón».

«Señores, ahora que ya les he dado la idea fundamental, les voy a comunicar que todo el gabinete ha renunciado. Tengo la palabra del general Farrell y del Ejército y la Marina, que está dentro de la misma línea de pensar que ustedes, de hacer responsables a los culpables de todos estos inconvenientes y, especialmente, al coronel Perón.

Estoy autorizado a decirles que el gabinete será constituido por los mejores hombres del país, civiles, honrados, de experiencia y de sano juicio. Quiero decir a ustedes que tengo el honor de expresar que voy a ser ministro de Marina. Yo, que soy el almirante más antiguo de la Armada, con estos galones que he honrado toda mi vida, les digo a ustedes que garantizo lo que he dicho, con mi nombre, y con mis galones de oficial de marina.» <<

[114] Gravemente lesionado. El teniente coronel Molinuevo. Según versión de Crítica, cuando una ambulancia intentó abrirse paso para trasladar a Molinuevo, el «selecto público» apedreó el vehículo y le impidió llegar hasta el lugar donde estaba el herido, por lo que debió entrar por el acceso posterior del Círculo Militar. Señalemos que Crítica se caracterizó en esos días por su agresiva actitud antiperonista. Julio Irazusta ha señalado con precisión la importancia de este bárbaro episodio en Perón y la crisis argentina (Bs. As., 1956), al decir: «No habiendo intervenido (los opositores) en la solución sino con opiniones, ambicionaban suplantar a los hombres de armas que la habían dado y los amenazaron con gritos de Nuremberg, símbolo de la justicia impuesta a la parte derrotada en la guerra mundial por parte de la vencedora y que por lo menos en ésta, procedía de una victoria inequívoca. El apaleamiento a las puertas del Círculo Militar de un jefe antiperonista volvió peronistas por el más elemental instinto de propia conservación a todos los oficiales que habían derrocado al coronel.» <<

[115] Junta de Coordinación Democrática entrevistó a Ávalos. Concurrieron Manuel V. Ordóñez, Santos Gollán, Arnaldo Massone, Tiburcio Benegas, Bernardo Houssay, Emilio Carreira, Alejandro Lastra, Luis Reissig, Pedro Chiaranti y Germán López. <<

[116] Una versión taquigráfica de la conversación. Se reproduce en Así se gestó la dictadura, por Gontrán de Güemes (Buenos Aires, 1964). <<

[117] Energúmeno. Referencia al autor del editor Germán López, quien también ha brindado otros detalles de la entrevista con Ávalos. <<

[118] Un muerto. El médico Eugenio Luis Ottolenghi. <<

[119] Juan Fentanes. Vinculado a grupos socialcristianos, Fentanes fue director de la revista Criterio. En ese momento era funcionario de la Presidencia de la Nación. <<

[120] Juan Álvarez. Tenía 67 años en 1945 y había ingresado a la carrera judicial 43 años atrás; falleció en 1954. Álvarez fue una interesante figura que en su juventud escribió una excelente Historia de las guerras civiles argentinas que rompió todos los métodos historiográficos usados hasta entonces. Durante su actuación como procurador general de la Nación tuvo oportunidad de traducir su sentido nacional en dictámenes resonantes. Pero carecía en absoluto de sentido político. «Con la Argentina que surgió de la ley Sáenz Peña, Álvarez nunca quiso reconciliarse. Más aún: nunca llegó a comprenderla… creía que en medio de la culpable indiferencia de gobiernos obstinados en no ver el peligro, la Argentina había vivido desde 1916 al borde de la guerra civil y de la insurrección proletaria. Los disturbios, pacientemente planteados desde los antípodas, se sucedían con amenazante frecuencia. Y el estallido final se producirá en cualquier instante y un alud de sangre y barbarie cubrirá la nación entera… Sus aspiraciones seguían siendo las de 1907, de 1914, exasperadas por un curso de hechos que minuciosarnente las olvidaba… (Tulio Halperin Donghi, “Juan Álvarez, historiador”, en Sur Nº 232, enero y febrero de 1955). <<

[121] En la mañona del sábado. La entrevista de Sabattini con Ávalos fue referida al autor por Jorge Farías Gómez, quien obtuvo el testimonio, en esos días, de Raúl Barón Biza (dueño de la casa donde se alojaba el dirigente cordobés), Santiago del Castillo y Tulio Montes. <<

[122] Y tomara el poder. Referencia del doctor Arturo Jauretche, quien brindó al autor el siguiente testimonio: «Cuando Sabattini llegó a Buenos Aires, se vivía un verdadero caos; cada uno obraba individualmente, como podía y cuando podía.

Sabattini se alojaba en la casa de Barón Biza, cerca de la Recoleta. Yo fui a verlo temprano. Lo encontré inclinado más bien a la idea de «el gobierno a la Corte». Le hablé con vehemencia.

—Ávalos está dispuesto a entregarle el poder a usted —le dije—. ¿Por qué no lo toma? Usted, doctor Sabattini, tiene que tomar el poder. Poner los ministros y mandar adelante el proceso. A Perón, la gente lo quiere, hay que convencerse. Pero si el propio Ejército lo ha defenestrado, hay que hacerle un funeral de primera… Mande que hable por radio el hombre más respetado del radicalismo, por ejemplo don Elpidio. Que diga que el Ejército ha resuelto que ningún militar puede ser candidato. Que se vaya con todos los honores porque si no la reacción popular puede ser muy peligrosa. Y en seguida, no desaprovechar la oportunidad. Hay que tomar la oportunidad por la trenza, porque es calva…

Sabattini pareció impresionado. Seguimos conversando y en un momento dado tuve la impresión de que había logrado convencerlo. En eso entra una chinita y anuncia a los doctores Jacinto Oddone y Henoch Aguiar. Ambos eran miembros de la Mesa Directiva del Comité Nacional de la UCR y amigos, los dos, de Sabattini. Él se excusó y pasó a una salita a atenderlos. Yo me quedé, porque tuve el pálpito de que Oddone y Aguiar venían a traer un planteo exactamente contrario al mío.

Efectivamente, después de un rato largo, tal vez una hora, salió Sabattini. Había cambiado completamente.

—Los amigos del Comité Nacional creen que conviene insistir en el planteo de que el gobierno entregue el poder a la Corte… —me dijo.

Fue la última vez en mi vida que lo vi a Sabattini. Me despedí así:

—Sepa, doctor, que la historia ha pasado al lado suyo y usted la ha dejado escapar. Nunca más tendrá esta oportunidad. Usted ha terminado políticamente. Adiós.» <<

[123] Eduardo Colom se puso a sus órdenes. Referencia al autor de la señora Clotilde Sabattini. <<

[124] Con mucha claridad. Referencia del doctor J. Hortensio Quijano al padre del autor, formulada el 13 de octubre de 1945 en el City Hotel y que el autor escuchó y anotó en un «Diario» político que llevaba por entonces. Quijano agregó en esa oportunidad que él «había salvado al país de dos situaciones brutales» (sic) y que antes de abandonar el gobierno había arrancado de Farrell dos promesas: no entregar el poder a la Corte ni formar un gobierno de coalición. También dijo que «en poco más de dos meses de gestión ministerial había logrado lo que nadie consiguió en dos años, es decir, convocar a elecciones y hacer renunciar a Perón» (sic). Fue testigo de esta conversación Ismael Bruno Quijano, sobrino del ministro renunciante, entonces compañero de estudios del autor. <<

[125] Cualquier eventualidad. Testimonio del capitán (R) Héctor Russo a la revista Primera Plana el 19-10-1965. <<

[126] La reacción patronal. Ver Del anarquismo al peronismo, por Alberto Belloni (Ed. A. Peña y Lillo, Bs. As., 1960). <<

[127] La Corte electoral. El organismo creado en virtud de lo dispuesto por el Estatuto de los Partidos Políticos estaba integrado por los doctores Francisco Diego Balardi, Estanislao Berrotarán y José M. Astigueta. Se constituyó al día siguiente de la renuncia de Perón y de inmediato designó las «juntas de promotores» para los tres partidos que subsistían como reconocidos. Pese a que Enrique Mosca había denunciado semanas antes que en el caso del radicalismo estas «juntas de promotores» estarían integradas por «colaboracionistas» para entregar la UCR al oficialismo (Ver Unión, Democracia, Libertad, por Enrique M. Mosca, Ed. Juan Perorti, Bs. As., 1946, con los discursos pronunciados por el dirigente radical en 1945/46), lo cierto era que las personas nombradas por la Corte Electoral para hacerse cargo de la reorganización de sus respectivos partidos constituían un grupo altamente representativo y casi unánimemente opuestos al gobierno. Para la UCR fueron nombrados Elpidio González, Adolfo Güemes, Amadeo Sabattini, José P. Tamborini, Enrique Mosca, Eduardo Laurencena, Miguel Campero, Gabriel Oddone, Obdulio Siri, José Benjamín Ábalos, Julio Correa, Ernesto Boatti, Martín Noel, Miguel Tanco y Belisario Moreno Hueyo (de éstos sólo Tanco ingresaría al peronismo). Para el Partido Demócrata fueron nombrados Raúl Díaz, Juan F. Cafferata, Laureano Landaburu, Rodolfo Corominas Segura, Vicente Solano Lima, Pedro J. Frías, Eduardo Paz, Carlos Serrey, Eduardo Deheza, Néstor Patrón Costas, Herminio Arrieta, Adolfo Vicchi, Juan F. Morrogh Bernard, Urbano de Iriondo y Ángel Sánchez Elía (de éstos sólo Morrogh Bernard ingresaría al peronismo). Para el Partido Socialista fueron nombrados Alfredo Palacios, Nicolás Repetto, Arturo Orgaz, Julio V. González, Enrique Dickmann, Juan A. Solari, Américo Ghioldi, Ceferino Garzón Maceda, Andrés Justo, Manuel Palacín, Pedro Verde Tello, José Pfleger, José Pena, Silvio Ruggieri y Carlos Sánchez Viamonte (de éstos ninguno ingresó al peronismo). Las juntas no alcanzaron siquiera a constituirse pues casi todos sus integrantes manifestaron públicamente su negativa a integrarlas. El viernes 12 de octubre el gobierno anunció que estudiaba la aplicabilidad del Estatuto, y los flamantes miembros de la Corte Electoral presentaron, en consecuencia, su renuncia, que les fue aceptada el lunes 15, juntamente con el anuncio de la derogación del Estatuto de los Partidos Políticos. <<

[128] El último preso político. Victorio Codovilla, exiliado en Chile desde el principio del gobierno militar, regresó al país a fines de setiembre, en virtud del levantamiento del estado de sitio. Cuando se dirigía a Buenos Aires volvió a reimplantarse el estado de sitio y fue detenido en la Penitenciaría Nacional, lo que no le impidió estar perfectamente informado de las alternativas de esos días y enviar directivas a su partido. <<

[129] Enemigo personal de Perón. Como otros jefes del GOU y revolucionarios de la primera hora, entre ellos los generales Peluffo, Perlinger y Gilbert y el coronel González, todos los cuales fueron colocándose en posición antagónica a Perón. (Ver El peronismo, sus causas, por Rodolfo Puiggrós, Ed. Jorge Álvarez, Bs. As., 1969). <<

[130] Arturo Frondizi le explicó. Testimonio brindado al autor por el doctor Arturo Frondizi:

«En seguida de la renuncia de Perón llegó Sabattini a Buenos Aires y se instaló en lo de Barón Biza. En la Casa Radical, virtualmente copada por los comunistas, se discutía permanentemente la actitud que debía adoptar el partido. Los intransigentes eran agraviados y hasta agredidos: yo me salvé porque muchos de los que allí estaban copando la casa habían sido defendidos por mí cuando fueron presos políticos. Me pareció indispensable montar guardia al lado de Sabattini y allí me quedé no sé cuánto tiempo, insistiéndole para que aceptara el ofrecimiento del general Ávalos.

—Haga algo, doctor —le decía yo—. ¡Dé un paso al frente! ¡Cualquier cosa! Por ejemplo ir a la Casa Rosada a hablar con Ávalos…

Le dije que el doctor Álvarez andaba formando un gabinete con conservadores y que eso el país no lo aguantaría.

—En el Ejército hay malestar. Se han dicho cosas terribles contra las Fuerzas Armadas en la Casa Radical, y entre la gente que asistía a los debates públicos había muchos oficiales vestidos de civil, escuchando todo eso… El Ejército no va a permitir que se vuelva a lo de antes, al 43… ¡Usted tiene que evitarlo!

Hay que señalar que en ese momento el prestigio de Sabattini era inmenso en todo el país. Era un caudillo extraordinario y veía con mucha claridad el proceso. Pero se le había escapado algún aspecto fundamental.

—Vea, Frondizi —me contestó en esa oportunidad—. A Perón yo lo he sacado del ala y voy a volver a sacarlo cuantas veces sea necesario. Algunos amigos nuestros están impacientes por ocupar funciones de gobierno pero es conveniente esperar. A nosotros nos conviene un ministro conservador. Deje que ocurra eso y el camino de Buenos Aires a Villa María va a ser chico para la fila de coches de los que van a venir a vernos…

Y agregó:

—Y no se preocupe por Perón. Está terminado.

El planteo de Sabattini era correcto, en líneas generales. Lo que no previó fue el movimiento popular que trajo a Perón de vuelta.» <<

[131] Mayor estolidez. La resolución de la Mesa Directiva de la UCR decía así: «Que los cambios habidos recientemente en el gobierno de facto no han modificado en forma alguna su esencia. La anarquía a que ha sido llevado no puede encontrar remedio en el simple cambio de hombres que hasta ayer han actuado en absoluta solidaridad de ideas y propósitos. Que la UCR mantiene con firmeza su posición frente a todo gobierno que no sea la expresión legítima de la soberanía y por lo tanto la ratifica en los actuales momentos, con la prohibición expresa a sus afiliados de colaborar, directa o indirectamente, con gobiernos que no hayan surgido o surgieren de su propio seno. Que ha compartido y comparte la acción valiente del pueblo en su reclamo por la inmediata normalización institucional y contempla con simpatía el esfuerzo patriótico de sectores de las Fuerzas Armadas movidos por idénticos anhelos. Que producida la acefalía del gobierno, la entrega del poder al Presidente de la Corte Suprema de Justicia reclamada por la opinión unánime de la República es la solución que resuelve la grave crisis política que agita y perturba la vida de la Nación. Buenos Aires, 15 de octubre de 1945» (firmado) Gabriel Oddone y demás integrantes de la Mesa Directiva. (Ver «Resoluciones fundamentales de interés público y partidario adoptadas por la Mesa Directiva del Comité Nacional desde el… de julio hasta el 14 de diciembre de 1945». Buenos Aires, 1945, folleto). <<

[132] Tuvo alguna oposición en el cuerpo. Para acelerar la designación de Braden, un grupo de ciudadanos argentinos envió un telegrama al senador Tom Connally, presidente de la comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, haciéndole saber que «la opinión pública democrática argentina coincide con la posición de Mr. Braden respecto al problema de la libertad en América» y «consideraría como una actitud amistosa para nuestro pueblo y nuestra democracia su confirmación». Firmaban la comunicación, entre otros, Eduardo Araujo, Francisco de Aparicio, Alejandro Ceballos, Héctor González Iramain, Mariana Sáenz Valiente de Grondona, Adela Grondona, Bernardo Houssay, Alicia Moreau de Justo, Andrés Justo, Susana Larguía, Ana Rosa Schlieper de Martínez Guerrero, Raúl Monsegur, Victoria Ocampo, Arturo Orzábal Quintana, María Rosa Oliver, Eugenia Silveyra de Oyuela, Cora Ratto de Sadowsky, Juan Antonio Solari. <<

[133] El pintoresco diputado bromo-sódico. Enrique Badesich fue un personaje, mezcla de loquito y vivillo, que hizo las delicias del país en los años 20. Andaba por Córdoba vestido con un traje de papel y botones de vidrio, pronunciaba parrafadas oratorias desopilantes y había pasado por todos los oficios de la picaresca argentina, entre ellos el de autor de libros, uno de los cuales se titulaba Los ósculos del crepúsculo. En 1922, un grupo de muchachos de Córdoba fundó el Partido Bromo-Sódico Independiente lanzando la candidatura de Badesich a diputado provincial. Lo increíble es que tanto barullo hicieron los muchachos con su «candidato»… que lograron hacerlo elegir legislador. Por supuesto, al llegar su diploma a la comisión de poderes de la Legislatura cordobesa fue rechazado por considerarse que el electo no reunía las condiciones requeridas para ocupar su banca. La broma llegó entonces a su culminación: los promotores de la candidatura de Badesich lo trajeron a Buenos Aires para que hiciera aquí una campaña de protestas contra «el abuso institucional» y reclamara a Yrigoyen la intervención a Córdoba… Todo el país se dobló de risa con la campaña del «diputado bromo-sódico» hasta que los diarios y la gente empezaron a cansarse del pintoresco personaje y éste volvió al anonimato. No es improbable que el recurso de hábeas corpus a favor de Perón interpuesto por Badesich haya sido promovido por algunos imaginativos opositores, para ridiculizar al presunto beneficiado y bloquear iniciativas similares. (Ver «El diputado bromo-sódico», por Héctor J. Iñigo Carrera, en revista Todo es Historia, Nº 25). <<

[134] El acta correspondiente. El documento no obra en la biblioteca o archivo de la Confederación General del Trabajo, donde lo hizo buscar el autor. Cipriano Reyes, en conversación con el autor, sostuvo que no fue la CGT la que se reunió el 16 de octubre, sino algunos de los principales sindicatos. <<

[135] A base de testimonios. El más importante, el de Alberto Belloni en su citado libro. Ángel Perelman reproduce lo dicho por Belloni y es poco lo que se ha agregado posteriormente a esta confusa sesión de la CGT, no faltando aportes tendientes a crear más confusión, como el de Emilio Morales en «El 17 de octubre de 1945» (en revista El Obrero, Nº 1, noviembre de 1965), que es una antología de errores y trasposiciones de hechos, nombres y episodios. <<

[136] De las cartas que escribió en esos días. Perón escribió cinco cartas, que se sepa, estando en Martín García; de ellas sólo se conocía el texto de una. Líneas abajo se brinda el texto inédito de dos más; sólo quedarían, pues, otras dos para completar este epistolario. Las cinco cartas de Perón fueron:

1º) El 13 de octubre, día de su llegada, a Eva Duarte. La despachó por correo certificado. Es probable que esta misiva no haya sido muy explícita, ya que Perón sospechaba que podrían interceptar su correspondencia. Esta carta no ha sido localizada ni hay referencias de que su destinataria la haya recibido.

2º) El mismo 13, a Mercante. La envió por intermedio de Mazza. Esta carta, inédita hasta ahora, ha sido generosamente facilitada al autor por el doctor Domingo A. Mercante, lo que hace posible su publicación por primera vez. Su texto dice así:

«Isla de Martín García, 13 de octubre de 1945

Sr. Tcnel. D. Domingo Mercante

Bs. As.

Mi querido Mercante:

Ya estoy instalado aquí, incomunicado a pesar de la palabra de honor que me dieron en su presencia. El Independencia me condujo y cuando llegue aquí supe lo que vale la palabra de honor de los hombres.

Sin embargo yo tengo lo que ellos no tienen: un amigo fiel y una mujer que me quiere y que yo adoro. Mando más que ellos porque actúo en muchos corazones humildes.

Desde que me «encanaron» no hago sino pensar en lo que puede producirse si los obreros se proponen parar, en contra de lo que les pedí. No le pido que venga porque no lo dejarán que me vea: tal es la prohibición según me han comunicado acá.

Le he escrito al General Farrell pidiéndole que me acelere al plazo mínimo el retiro del Ejército que solicité y le ruego que usted me haga la gauchada de ocuparse de ello a fin de terminar de una vez con eso. Si el General Farrell se ocupa puede salir inmediatamente. Yo le saqué en el día el del Tcnel. Ducó.

Hoy le escribo a Evita pidiéndole una radio para no estar tan aislado, se puede mandar por el barco llevándola al puerto. El Coronel Job le puede informar cómo se hace.

Escríbame con las novedades de esa pues aquí llegan sólo lo de los diarios y un poco tarde.

Le encargo que arreglen con Subiza para plantear mi caso en forma legal, pues yo no he cometido delito alguno ni militar ni civil. Si estoy a disposición del P. E. tengo el mismo derecho de los demás para acogerme a la ley. Sería interesante que me informara cuál es mi situación pues aún no sé de qué se trata.

Aquí no se está mal del todo en lo material. El clima parece bueno y el jefe de esto es un hermano de Ladvocat que parece buena persona; sólo he conversado brevemente y me ha resultado lo más correcto y camarada de cuanto he tratado hasta ahora; aquí hay un mayor Copello que es un excelente camarada y que esta tarde he charlado con él, ambos han sido del Ejército.

Me ha hecho gracia que algunos creyeran que yo me «iba a escapar». Son unos angelitos pues si lo hubiera querido hacer tenía diez Embajadas con amigos que me hubieran acogido con los brazos abiertos. Ellos olvidan que yo soy un «soldado de verdad» y que si no hubiera querido entregarme hubiera sido otro el procedimiento que habría seguido. Con todo estoy contento de no haber hecho matar un solo hombre por mí y de haber evitado toda violencia. Ahora he perdido toda posibilidad de seguir evitándolo y tengo mis grandes temores que se produzca allí algo grave. De cualquier modo mi conciencia no cargará con culpa alguna, mientras pude actuar lo evité, hoy anulado no puedo hacer nada.

Lo que me revienta es que no puedo dormir. Mis nervios han hecho crisis luego de estos dos años de tan intensas sensaciones y comienzan hoy a desquitarse de todo lo que los tuve tensos. Sin embargo estoy tranquilizándome poco a poco.

Le encargo mucho a Evita porque la pobrecita tiene sus nervios rotos y me preocupa su salud. En cuanto me den el retiro me caso y me voy al diablo.

Salude a todos los amigos y en especial al «peronismo». Dígales que estoy pasando lo único que me faltaba para completar mi personalidad: hasta ahora no había tenido la oportunidad de «ser víctima» y con todo se aprende en esta vida, aunque sea a costa de sacrificios tan penosos como éste.

La ingratitud es flor lozana de nuestros tiempos. Se la vence con los valores eternos y esos Dios no los reparte sino en una ínfima proporción de los vicios. La virtud crece con el sufrimiento y el dolor es su maestro, esperemos de Dios la recompensa, que los hombres son pérfidos y traidoramente injustos.

Querido amigo: usted es de los exelsos (sic) por eso vivirá amargado pero con una conciencia feliz. La conciencia es la madre del alma, por eso nos adormece con una canción de cuna cuando está pura y limpia.

Con mi abrazo fraterno y amigo le lleguen todos mis sentimientos y todos mis amistosos recuerdos. Un gran abrazo (firmado) Perón.»

3º) El 14 de octubre, a Ávalos. La envió por intermedio de Mazza y fue publicada en el libro 17 de Octubre, la Revolución de los Descamisados, por Eduardo Colom (Ed. La Época, Bs. As., 1946). Su texto dice así: «Isla de Martín García, 14 de octubre de 1945. A S. E. el Sr. Ministro de Guerra - Comunico al señor Ministro que el día 12 de Octubre a la noche he sido detenido por la policía federal, entregado a las fuerzas de la Marina de Guerra y confinado en la isla de Martín García.

Como todavía soy un oficial superior del Ejército en actividad y desconozco el delito de que se me acusa como asimismo las causas por las cuales he sido privado de libertad y sustraído de la jurisdicción que por ley me corresponde, solicito quiera servirse ordenar se realicen las diligencias del caso para esclarecer los hechos y de acuerdo a la ley disponer en consecuencia mi procesamiento o proceder a resolver mi retorno a jurisdicción y libertad, si corresponde - Juan Perón, Coronel.»

4º) El mismo día 14, a Farrell. La envió por intermedio de Mazza. Esta carta ha sido conservada por su destinatario, quien se ha negado reiteradamente a hacerla pública. Era una corta misiva pidiendo al Presidente que activara el trámite de su retiro y lo hiciera trasladar a Buenos Aires, invocando razones de salud. El ex presidente Farrell manifestó al autor que esa carta se encuentra entre sus papeles pero que no piensa hacerla pública, por tratarse de una carta privada.

5º) El mismo día 14, a Eva Duarte. Fue enviada por el mismo medio que las cuatro anteriores. Esta carta, inédita hasta ahora, ha sido cedida por su actual poseedor, un militar en actividad que la rescató del dormitorio de Perón, en la Residencia Presidencial de la Avenida Alvear, durante la revolución de 1955. Su gentileza permite su publicación, por primera vez. Dice su texto:

«Martín García, 14 de octubre 1945 - Sta. Evita Duarte

Bs. As.

Mi tesoro adorado:

Sólo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño. Desde el día que te dejé allí con el dolor más grande que puedas imaginar no he podido tranquilizar mi triste corazón. Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos. Esta inmensa soledad está llena de tu recuerdo.

Hoy he escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro. En cuanto salgo nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos.

Por correo te escribo y te mando una carta para entregar a Mercante. Ésta te la mando con un muchacho porque es probable que me intercepten la correspondencia.

De casa me trasladaron a Martín García y aquí estoy no sé por qué y sin que me hayan dicho nada. ¿Qué me decís de Farrell y de Ávalos? Dos sinvergüenzas con el amigo. Así es la vida.

En cuanto llegué lo primero que hice fue escribirte. No sé si habrás recibido mi carta que mandé certificado.

Te encargo le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo y nos vamos al Chubut los dos.

Pensaba también que conviene si iniciaron algunos trámites legales, le consultaras al Doctor Gache Pirán, Juez Federal muy amigo mío, sobre la forma cómo puede hacerse todo. Decile a Mercante que sin pérdida de tiempo se entreviste con Gache Pirán y hagan las cosas con él. Creo que se podrá proceder por el juzgado federal del mismo Gache Pirán.

El amigo Brosen puede serte útil en estos momentos porque ellos son hombres de muchos recursos.

Debes estar tranquila y cuidar tu salud mientras yo esté lejos para cuando vuelva. Yo estaría tranquilo si supiese que vos no estás en ningún peligro y te encuentras bien.

Mientras escribía esta carta me avisan que hoy viene Mazza a verme lo que me produce una gran alegría pues con ello tendré un contacto indirecto contigo.

Estate muy tranquila. Mazza te contará cómo está todo. Trataré de ir a Buenos Aires por cualquier medio, de modo que puedes esperar tranquila y cuidarte mucho la salud. Si sale el retiro nos casamos al día siguiente y si no sale yo arreglaré las cosas de otro modo pero liquidaremos esta situación de desamparo que tú tienes ahora.

Viejita de mi alma, tengo tus retratitos en mi pieza y los miro todo el día, con lágrimas en los ojos. Que no te vaya a pasar nada porque entonces habrá terminado mi vida. Cuidate mucho y no te preocupes por mí, pero quereme mucho que hoy lo necesito más que nunca.

Tesoro mío, tené calma y aprende a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón.

Empezaré a escribir un libro sobre esto y lo publicaré cuanto antes, veremos entonces quién tiene razón.

El mal de este tiempo y especialmente de este país son los brutos y tú sabes que es peor un bruto que un malo.

Bueno mi alma querría seguirte escribiendo todo el día pero hoy Mazza te contará más que yo. Falta media hora para que llegue el vapor.

Mis últimas palabras de esta carta quiero que sean para recomendarte calma y tranquilidad. Muchos pero muchos besos y recuerdos para mi chinita querida (firmado) Perón.»

Las cartas transcriptas están escritas de puño y letra, con la característica grafía de Perón, en papel de block común, tamaño chico, del tipo que suele venderse en las cantinas y proveedurías militares. Su estado de conservación es perfecto. <<

[137] Dos médicos civiles. Los doctores Nicolás Romano y José Tobías, que viajaron acompañados de un oficial de marina y un oficial de la Policía Federal. El 27-1-1946 Romano publicó en los diarios un relato de su actuación en el episodio. <<

[138] Así lo recuerda Leopoldo Marechal. En Palabras con Leopoldo Marechal, por Alfredo Andrés (Ed. Carlos Pérez, Bs. As., 1968). <<

[139] Ángel Perelman cuenta así su experiencia. Ver Cómo hicimos el 17 de octubre, por Ángel Perelman (Ed. Coyoacán, Bs. As., 1961). <<

[140] Civiles y militares que venían eufóricos y excitados. A lo largo de la jornada se anotó en el Hospital Militar la presencia de las siguientes personas: J. Hortensio Quijano, Armando Antille, Filomeno Velasco, Raúl Tanco, Juan I. Pistarini, Bartolomé de la Colina, Domingo A. Mercante, Antonio Benítez, Miguel Ángel Mazza, Bartolomé Descalzo, Eduardo Colom y Franklin Lucero. <<

[141] Marinería al efecto. En la revista Che, Año 1, Nº 3, un dirigente estudiantil cuyo nombre no se registra afirma que fue llamado por Vernengo Lima, quien le pidió que los elementos de la FUBA agredieran la concentración popular, a lo que aquél se habría negado. Consta, en cambio, que oficiales de marina estaban esperando órdenes de Vernengo Lima para disolver la multitud. <<

[142] Así lo vio Raúl Scalabrini Ortiz. En Los ferrocarriles deben ser del pueblo argentino (Tierra sin nada, tierra de profetas), Bs. As., 1946. <<

[143] Impresionó a Ernesto Sabato. En revista Che, Año 1, Nº 3. <<

[144] Un significativo testimonio. En El poder detrás del trono (Ed. Coyoacán, Bs. As., 1962). <<

[145] Un escarnio para el país. El gabinete propuesto presentaba la siguiente integración: Dr. Juan Álvarez (Interior); Dr. Jorge Figueroa Alcorta (Justicia e Instrucción Pública); Dr. Isidoro Ruiz Moreno (Relaciones Exteriores y Culto); Dr. Alberto Hueyo (Hacienda); Dr. Tomás Amadeo (Agricultura); Ing. Antonio Vaquer (Obras Públicas). La edad promedio de los ministros era de 64 años. Los antecedentes de algunos de los propuestos ministros establecían indubitablemente su significación. De Figueroa Alcorta se dijo en su momento que estuvo vinculado al proceso que había envuelto en 1942 a un grupo de cadetes militares. Hueyo había sido ministro de Hacienda de Justo y en esa función fue el autor de la rebaja de sueldos a los empleados públicos, cuando los capitalistas locales se negaron a tomar un empréstito; fue director de la CHADE cuando esta empresa implementó venalmente la prórroga de su concesión y por ese motivo la Comisión Investigadora presidida por el coronel Rodríguez Conde dictaminó que Hueyo había incurrido presuntivamente en el delito de cohecho. Amadeo fue uno de los más íntimos amigos de Braden y en su carácter de presidente del Museo Social Argentino le dedicó un banquete en el que pronunció uno de los discursos más rendidos que recibió el embajador norteamericano durante su estadía en Buenos Aires. Vaquer desempeñó, en la presidencia de Ortiz, un alto cargo en la Coordinación de Transportes, el organismo más odiado de la Década Infame, montado como consecuencia del pacto Roca-Runciman para salvar las líneas de tranvías inglesas en perjuicio de la industria criolla de los colectivos. Es de señalar que Álvarez había ofrecido el Ministerio de Obras Públicas al ingeniero Atanasio Iturbe, presidente de varias compañías ferroviarias británicas; debió Iturbe explicarle que el cargo que se le ofrecía era incompatible con su actividad profesional, al servicio de intereses extranjeros. <<

[146] ¿Realmente hay mucha gente? Referencia al autor del ex general Raúl Tanco. <<

[147] Saludó su primera palabra. Curiosamente, no existe un texto fidedigno del discurso que pronunció Perón el 17 de octubre de 1945. Las distintas versiones de los diarios —incompletas en su mayoría— difieren notablemente, al igual que las brindadas posteriormente en libros o artículos periodísticos. El autor se ha manejado, para el caso, con el texto que presenta Eduardo Colom en 17 de Octubre, la Revolución de los Descamisados (Ed. La Época, Bs. As., 1946), compulsado con otras versiones dignas de fe. Por otra parte, no existe —que el autor sepa— una grabación completa de ese discurso; en Radio Nacional estaba archivado un disco con su registro, que fue secuestrado después de la revolución de 1955 junto con otros materiales de la época peronista y presumiblemente destruido —según se le manifestó en la emisora oficial—. Tampoco se ha registrado la imagen de Perón en ese momento: en el Archivo General de la Nación (Sección Gráfica) existe una película de un minuto de duración, aproximadamente, que el autor ha tenido oportunidad de ver, pero sus tomas se dirigen a las manifestaciones populares de esa jornada sin alcanzar el momento culminante del discurso. La empresa Sucesos Argentinos —decana de las dedicadas a filmar noticiarios— tampoco cuenta en su archivo con una película del discurso.

El hecho de que no se conserve un testimonio exacto y completo del momento más importante de la vida política de Perón —el gobernante más filmado, fotografiado y grabado del país— es bastante paradójico. O reviste acaso un sugestivo simbolismo, como si ese instante, por no pertenecer tanto a Perón como al pueblo, debiera quedar registrado en la memoria colectiva y desde allí proyectarse a la leyenda, el mito y hasta el folclore… <<

[148] El jefe de la flota de mar. El almirante Abelardo Pantín. Según Guillermo D. Platter (Ver Una gran lección, Ed. Almafuerte, La Plata, 1956). Pantín aceptó el ministerio «a condición que no se tomaran represalias contra Vernengo Lima». El mismo Pantín hizo gestiones ante Vernengo Lima para que depusiera su actitud y el 22 de octubre fue a Puerto Belgrano para tranquilizar a la oficialidad naval y asegurar que el gobierno daría elecciones libres, sin candidaturas oficiales. Después de un debate, los marinos aceptaron los dichos de Pantín. <<

[149] Fue a buscar a Eva a su departamento. La literatura peronista posterior se empeñó en describir a Eva Perón en una actitud aguerrida y militante durante las jornadas de octubre, aunque nunca se formularon precisiones sobre ese supuesto activismo. Incluso Juan José Sebreli ha recogido esa revalorización en su libro Eva Perón, ¿aventurera o militante? (Ed. Siglo Veinte, Bs. As., 1966) en el que, dicho sea de paso, incurre en equivocaciones tan gruesas como fijar el día de la renuncia de Perón el «miércoles 1º de octubre» o localizar su casamiento en Junín.

Lo cierto es que ella no jugó ningún papel relevante en esos días, circunstancia que por cierto no disminuye en nada su extraordinaria personalidad. Y no pudo jugar ningún papel por la sencilla razón de que Eva Perón era, por entonces, apenas Eva Duarte. No tenía más preocupaciones políticas que las derivadas de la actividad de su amante; no conocía sino a los amigos más íntimos de Perón, no tenía mayor contacto con dirigentes sindicales y su irregular situación le vedaba el acceso a los círculos militares. Por otra parte, la imagen que la oposición hacía de ella (La Vanguardia del 28-9-1945 decía: «… una primera actriz que ha logrado últimamente gran popularidad, no precisamente por su condición de actriz. No diremos su nombre: evita darte satisfacciones inconducentes…») no favorecía su lanzamiento a una acción pública. Perón, por otra parte, no ignoraba la disminuyente posición que ella soportaba y en la carta del 14 de octubre que se ha transcrito antes aludía a la misma cuando mencionaba su «situación de desamparo».

Después de la detención de Perón, ella abandonó el departamento de la calle Posadas y buscó refugio en casas amigas. Se sabe que estuvo en lo de su antigua jefa de compañía teatral, Pierina Dealessi (Ver Prehistoria de Eva Perón, por José Capsitski, en revista Todo es Historia, Nº 14) y en el departamento de su hermano Juan, escondida o simplemente buscando aliento en esos tristes momentos, con su compañero detenido y sus amigos presos o dispersos. También se sabe que instó al Dr. Bramuglia a presentar un recurso de hábeas corpus que éste se negó a interponer. El profesor Vicente Sierra ha referido al autor que la propia Eva Perón le contó que, después de la detención de Perón, ella tomó un taxímetro para salir de Buenos Aires y dirigirse después a San Nicolás, a la casa del doctor Román Subiza. Cuando pasaban la calle Las Heras, el chofer del taxímetro se detuvo frente a un grupo de estudiantes y les avisó que la pasajera que llevaba era Eva Duarte: los estudiantes, entonces, la golpearon al punto que más tarde, al intentar repetir esa salida de la Capital, pudo pasar sin que la policía la reconociera, debido a los hematomas y golpes en el rostro. Este episodio —repetimos— fue relatado por Eva Perón al historiador Vicente Sierra hacia 1948, agregando que no le gustaba contarlo y que era una de las pocas personas a quien hacía esa confidencia.

El autor no ha podido confirmar el relato pero lo cierto es que el 17 de octubre Eva Duarte presentaba alguna lastimadura o arañazos, producto —según se dijo— de una violenta discusión con un chofer de taxímetro (ver testimonio de Miguel Ángel Mazza en Primera Plana del 12-10-1965) lo que confirmaría lo sustancial de esta versión.

En síntesis, el papel de Eva Perón en las jornadas que precedieron al 17 de Octubre fue mínimo: el de una mujer enamorada desprovista de medios para defender a su hombre. Es posible que, tal como lo refiere Ángel Perelman en la cita transcrita anteriormente, haya visitado locales sindicales en la mañana del 17; durante el transcurso de la jornada decisiva intentó visitar a Perón en el Hospital Militar, pero no pudo llegar. Mantuvo contacto telefónico con él y regresó después a su departamento de la calle Posadas, donde escuchó el discurso de Perón en los balcones de la Casa de Gobierno, y allí esperó que él la buscara para irse a San Nicolás. <<

[150] El 17 de octubre de 1945 había terminado. En conversaciones con el autor (enero de 1969) el ex presidente Perón recordó esas jornadas de la siguiente manera: «Después de mi renuncia, yo agarré mis papeles, como hago siempre, y me fui al Tigre, a una isla Ostende de un amigo alemán que me la prestó y me fui a vivir allí. A los dos o tres días cayó Mittelbach, el jefe de policía, y me dice:

—Vea, el general Farrell dice que usted está conspirando o preparando una revolución…

Le dije:

—Dígale al general que esté tranquilo; hay gente que ha querido hacerme esa revolución para mí y yo no he querido; no voy a ser tan tonto que quiera hacerla por mi cuenta…

Ellos no me creyeron. Y cometieron el error de meterme preso. Me llevaron a Martín García. Yo me fui con mi cartera y mis papeles y seguí trabajando en Martín García lo mismo que antes… Pero a todo esto, de los coroneles y oficiales que habían estado conmigo, ninguno estaba de acuerdo con lo que estaba pasando. Era un sector del Ejército el que me movía el piso pero no todo el Ejército…

Ávalos, por ejemplo. No tenía gran importancia porque se manejaba con cuatro o cinco muchachos y ellos eran los que plantearon el asunto éste; estaba Rocco y otros… querían ser designados en cargos, cosa en cierta medida despreciable para el momento que se estaba viviendo. Pero Ávalos, no; Ávalos era una buena persona, un buen muchacho…

Bueno: me meten en Martín García y entonces todos los sectores de las fuerzas juveniles, los gremios, etc. empezaron a movilizarse y organizaron una marcha sobre Buenos Aires, que fue el 17 de octubre. Claro… llegaron a la Plaza de Mayo y empezaron a romper la reja de la Casa de Gobierno, rompieron la ventana del Ministerio de Marina y empezaron a entrar por allí… El asunto se puso bastante grave, porque la fuerza militar es fuerte pero es frágil, porque no se apoya en nada que sustente. Cuando se vieron así, me mandaron a buscar y me trajeron a la Casa de Gobierno. Yo estaba en el Hospital Militar, porque andaba medio mal de una pleuresía que había tenido y el clima me había hecho mal… pero fui más que todo para hacer tiempo allí.

Pregunta: ¿Usted tenía idea que se podía producir algo parecido a lo que ocurrió?

J. P.: Sí, sí, es claro, porque yo conocía lo que me informaban los muchachos… Ahí estaban Mercante, Evita, una cantidad de gente que tenían muchos contactos y que trabajaban muy bien, eran gente inteligente, capaz, y junto con ellos muchos dirigentes, que fueron los que armaron el movimiento. Fue algo muy bien organizado…

Pregunta: ¿Usted se entrevistó con Ávalos en el Hospital Militar?

J. P.: No. A Ávalos lo vi en la Casa de Gobierno. Al menos, no recuerdo haberlo visto a Ávalos en el Hospital Militar. El que vino a verme fue el general Pistarini, de parte de Farrell. Yo le dije: «Mire, yo hago lo que ustedes quieran… No soy una manzana de la discordia… Ustedes han hecho un disparate y ahí tienen las consecuencias…»

Entonces me llevaron a la Casa de Gobierno. Cuando llegué allí me encontré con Farrell, los ministros, los generales, etc. Me dijo Farrell: «Bueno, Perón, ¿qué pasa?» Yo le contesté:

—Mi general, lo que hay que hacer es llamar a elecciones de una vez. ¿Qué están esperando? Convocar a elecciones y que las fuerzas políticas se lancen a la lucha…

—Eso está listo —me contestó— y no va a haber problemas.

—Bueno, entonces me voy a mi casa…

—¡No, déjese de joder! —me dijo y me agarró de la mano—. Esta gente está exacerbada, nos van a quemar la Casa de Gobierno… Venga, hable.

Entonces fui al balcón y hablé lo que pude improvisar en aquel momento. Imagínese, ni sabía lo que iba a decir… ¡tuve que pedir que cantaran el Himno para poder armar un poco las ideas! Y así salió aquel discurso.

Después me fui a San Nicolás, a lo de Subiza y más tarde a la quinta de San Vicente, que tenía desde hacía muchos años, para trabajar en la organización de la campaña.» <<

[151] Un periodista. Raúl Apold, quien refirió la anécdota al autor. <<

[152] Patricios apellidos. Livingston, Díaz Sáenz Valiente, Pueyrredón. <<

[153] «Para desencadenar la guerra civil.» Discurso ante la Conferencia Nacional del Partido Comunista, diciembre de 1945, recogido en Batir al nazi-peronismo para abrir una era de libertad y progreso, por Victorio Codovilla (Ed. Anteo, Bs. As., 1945). <<

[154] Benito Marianetti. En su libro Argentina, realidad y perspectiva (Ed. Platina, Bs. As., 1964), en su segunda parte, «El Peronismo» y «La Unión Democrática y las izquierdas». <<

[155] Juan José Real. En «El 17 de octubre y el Partido Comunista», en revista Qué Hacer, Año 1, Nº 4. <<

[156] Una íntima coherencia. Tanto la declaración de la Mesa Directiva de la UCR como la declaración de Cisneros, en Unión Cívica Radical / resoluciones fundamentales… etc. (Bs. As., 1945). <<

[157] Un matiz antisemita. La DAIA denunció que el 17 y 18 de octubre se cometieron atentados contra las sinagogas de la calle Paso en la Capital Federal, de Villa Lynch en la provincia de Buenos Aires y una de la ciudad de Córdoba. También se atentó contra el Instituto Argentino-Israelita de esta última ciudad. Muchas inscripciones de «Haga patria, mate un judío» aparecieron en esos días. <<

[158] Lo ha señalado agudamente Dardo Cúneo. En El desencuentro argentino (Ed. Pleamar, Bs. As.). <<

[159] Por los amigos de Perón. Después de las jornadas de octubre el gobierno se integró en la siguiente forma: vicepresidente de la Nación: general Juan I. Pistarini; ministro del Interior, coronel (R) Bartolomé Descalzo; Relaciones Exteriores, doctor Juan I. Cooke; Justicia e Instrucción Pública, doctor José M. Astigueta; Hacienda, coronel Amaro Ávalos; Agricultura, ingeniero Pedro S. Marotta; Guerra, general Humberto Sosa Molina; Marina, almirante Abelardo Pantín; secretario de Aeronáutica, comodoro Edmundo Sustaita (en noviembre se lo remplazó por el brigadier Bartolomé de la Colina); secretario de Trabajo y Previsión, coronel Domingo A. Mercante. Las intervenciones federales estaban desempeñadas por: general Ramón Albariños (Buenos Aires); doctor Juan M. Varela (Catamarca), sustituido en noviembre por el doctor Emilio E. Escobar; doctor Hugo Oderigo (Córdoba); doctor Ernesto F. Bavio (Corrientes); doctor Eduardo Franchelli López (Entre Ríos), en reemplazo del general Humberto Sosa Molina; doctor César Méndez Chavarría (Jujuy); doctor Rafael Ocampo Giménez (La Rioja); general Aristóbulo Vargas Belmonte (Mendoza); doctor Arturo S. Fassio (Salta), sustituido en noviembre por el coronel Ángel Escalada; Emilio Cipoletti (San Juan); Abelardo Álvarez Prado (San Luis); Oscar A. Aldrey (Santa Fe); Alberto Sáa (Santiago del Estero); almirante Enrique B. Garda (Tucumán). <<

[160] El nuevo ministro del Interior. El coronel (R) Bartolomé Descalzo, presidente del Instituto Sanmartiniano. Poco después de asumir su cargo, declaró que «el Ministerio (del Interior) no puede ser un comité. A mí me han encargado dirigir la política interna del país sin que haya candidato oficial alguno. No he venido aquí a prestigiar a ninguna persona». <<

[161] Un general en actividad. El general Felipe Urdapilleta. <<

[162] Dirigentes intransigentes de todo el país. Días antes se habían unificado en diversos distritos algunos núcleos que en años anteriores sostuvieron posiciones antialvearistas. A la reunión de Rosario concurrieron, entre otros, Amadeo Sabattini, Roque Coulin, Francisco Ratto, Julio Correa, Arturo Frondizi, Atilio Cattáneo, Oscar López Serrot, Héctor Bergalli, Héctor Dasso, Crisólogo Larralde, Moisés Lebensohn, Emir Mercader, Alberto M. Candioti, Oscar Alende, César Coronel, Juan O. Gauna, César Barros Hurtado, Raúl Rabanaque Caballero, Aristóbulo Aráoz de Lamadrid, Roque Raúl Aragón, Celestino Gelsi, Eudoro Vargas Gómez, Justo P. Villar, Arturo Illia, Ataúlfo Pérez Aznar, Mario Bernasconi, Francisco Rabanal y Cándido Quirós. Adhirieron a la declaración posteriormente, Ricardo Rojas, Adolfo Güemes, Elpidio González, Ernesto Giuffra, Jacinto Fernández, Jorge Farías Gómez, Miguel Campero, Federico Monjardín, José Benjamín Ábalos y otros. La declaración intransigente de Rosario reclamaba la unidad radical dentro de los principios radicales, condenaba el colaboracionismo con el oficialismo y postulaba la inmediata reorganización de la UCR de acuerdo con su carta orgánica, con voto directo, representación de minorías, régimen de asambleas de afiliados y exigencia de dos tercios para las reelecciones. Expresaba también que el Movimiento de Intransigencia y Renovación procuraba la reconstrucción de la UCR para afrontar la restauración de la normalidad a fin de asegurar el imperio de medidas de justicia social y económica. El documento, redactado por Frondizi, puede leerse íntegramente en la revista Raíz (Nº 2, octubre de 1946). <<

[163] Argentinos residentes en Nueva York. Entre ellos Alberto Casella, Alfredo Sordelli, Raúl Migone, Gregorio Bermann, Adolfo Dorfman, Marcelo Aberastury, Isidro J. Ódena, Sergio Bagú. <<

[164] Representantes del sector intransigente. Sentaron su posición disconforme en representación de la intransigencia radical, Héctor Ratto y Roque Coulin. Este último, prestigioso dirigente santafesino y motor del movimiento, falleció repentinamente al día siguiente. La resolución de la Mesa Directiva determinaba, en su artículo 1º, «realizar la unión de las fuerzas democráticas argentinas con los partidos políticos Socialista, Demócrata Progresista y Comunista… al solo efecto de proseguir la lucha contra el actual gobierno de facto, impedir el continuismo de la dictadura y restablecer en el país la plena normalidad constitucional». El texto íntegro de la resolución y sus fundamentos en «Resoluciones fundamentales…» <<

[165] Junta interpartidaria. Estaba integrada por Carlos Cisneros y David Michel Torino (UCR); Silvio Ruggieri y Juan Antonio Solari (PS); Juan José Díaz Arana y Santiago Giorgi (PDP); Gerónimo Arnedo Álvarez y Rodolfo Ghioldi (PC). <<

[166] Jefe de Policía. El coronel Filomeno Velasco, después gobernador de Corrientes durante la primera presidencia de Perón. <<

[167] Oradores. Néstor Grancelli Chá, por la juventud; José Peter, por el PC; Enrique M. Mosca, por la UCR; Gerónimo Arnedo Álvarez, por el PC; Alicia Moreau de Justo, por el PS; Alberto Gerchunoff, por los intelectuales; Alfredo Palacios, de nuevo por el PS; J. J. Díaz Arana, por el PDP y, finalmente, Tamborini. Es de señalar que en su discurso Tamborini hizo un alegato por la industrialización, afirmando que la Argentina ya no podía ser más un país de economía agropecuaria. <<

[168] El decano, peronista. El doctor Ramón Carrillo, que posteriormente fue secretario de Salud Pública durante el gobierno peronista. <<

[169]que se haya reunido nunca en el país. De Historia viva de la legislación del trabajo, por Hugo L. Sylvester (Ed. Asociación Obrera Minera Argentina, Bs. As., 1968), que estudia documentalmente este movimiento de resistencia. <<

[170]con sus personales. Ídem. <<

[171] Convención Nacional de la UCR. La presidió Mario M. Guido. <<

[172] Ni ellos estaban dispuestos a aceptar. En los primeros días de diciembre se habían entrevistado Tamborini y Sabattini. El primero, virtual candidato a presidente de la Unión Democrática, ofreció al dirigente cordobés integrar la fórmula como candidato a vicepresidente, ofrecimiento que Sabattini declinó. En realidad, la oferta formulada por Tamborini era un gesto puramente formal, destinado a comprometer la lealtad del jefe de la intransigencia con la Unión Democrática. (Declaración al autor de Guillermo D’Andrea Mohr, secretario privado de Tamborini en ese momento.) <<

[173] Comité Nacional de la UCR. Lo presidió Eduardo Laurencena. <<

[174] Pertenecido al antipersonalismo. Tamborini, siendo diputado, protagonizó ásperas incidencias con el sector yrigoyenista, al que calificó de «genuflexo», nombre que tuvo tanta vigencia política como el de «contubernistas» con que se les retrucó cuando la fórmula Melo-Gallo recogió el apoyo de las fuerzas antirradicales en 1928; fue también ministro del Interior del presidente Alvear. Mosca dirigió el antipersonalismo de Santa Fe, su provincia. Guido marcó, al ser elegido presidente de la Cámara de Diputados en 1924, la división formal entre yrigoyenistas y antipersonalistas, al ser apoyado por los sectores antirradicales en una prefiguración del «Frente Único» de 1928 y se reincorporó a la UCR en 1931. Laurencena era gobernador de Entre Ríos al producirse la revolución de 1930 y estaba enfrentado a Yrigoyen; su gobierno fue uno de los dos que la dictadura de Uriburu no intervino; se reincorporó a la UCR en 1935, a instancias de Alvear, cuando las fracciones de origen radical se unificaron en Entre Ríos alrededor de la candidatura de Tibiletti. <<

[175] Presidente del Jockey Club de La Plata. Uberto Vignart, que siendo diputado conservador, en 1937, se jactó en pleno Congreso de ser «el diputado más fraudulento del país». <<

[176] Intentó defenderse. En el libro Verdad y Justicia, por Ramón A. Albariños (Buenos Aires, 1947). Al producirse el episodio, Albariños publicó un comunicado afirmando que el propósito de la querella iniciada contra él era «promover escándalo en torno a un acto administrativo regular y legítimo, siguiendo un plan sistematizado de difamación en contra de las autoridades nacionales y provinciales». La querella —iniciada por el doctor Enrique Broquen en representación de la organización Patria Libre— se fundaba en la publicación efectuada por el periódico Renovación, de la Federación Universitaria de La Plata, y planteaba una cruel disyuntiva: si la donación del Jockey Club era para Albariños personalmente, ¿por qué causa se hacía? Si era para la provincia, ¿por qué se depositaba en la cuenta corriente de Albariños y por qué no se establecía la causa de la donación? <<

[177] Comandante electoral de Buenos Aires. El vicealmirante José Zuloaga. <<

[178] De su personal confianza. Arturo Sáinz Kelly, pariente de Farrell, que había sido ya designado interventor federal en la provincia de Buenos Aires con posterioridad al 17 de octubre, debiendo renunciar por desinteligencias con el entonces ministro Descalzo. <<

[179] A varios diarios argentinos. El Pampero, Ahora, el diario católico El Pueblo —al cual no se lo había anteriormente incluido en la lista negra por consideración a la jerarquía eclesiástica, aclaró el encargado de negocios de Estados Unidos—, Deutsche La Plata Zeitung, Cabildo, Momento Argentino y otros de menor importancia. También establecía el apoyo prestado por los servicios nazis a Manuel Fresco, ex gobernador conservador de Buenos Aires, para montar un diario que defendiera la política neutralista de Castillo. <<

[180] El secretario de Trabajo y Previsión. El capitán Héctor Russo, designado después de la renuncia de Mercante. Es de señalar que el mismo día que apareció el pronunciamiento de la Corte Suprema, un fiscal de la Cámara Comercial de la Capital Federal dictaminó la inconstitucionalidad de los tribunales de trabajo creados por el gobierno de facto. <<

[181] Estos delirios. La carta de Roberto Levillier a Spruille Braden se publicó en Noticias Gráficas del 2 de agosto de 1949, al igual que su contestación. <<

[182] A mediados de enero, Ricardo Rojas. Sus declaraciones se publicaron en Noticias Gráficas del 18 de enero de 1946. <<

[183] Para el pueblo argentino. Fundaba Laurencena su aserto en que el gobierno norteamericano, al publicar el Libro Azul, había advertido al pueblo argentino sobre la calaña de sus gobernantes actuales y los que aspiraban a serlo en el futuro; y que lo inamistoso hubiera sido ocultar esas verdades, poseyéndolas. Era curiosa la dualidad del criterio utilizado por Laurencena, que muchos opositores repitieron: cuando el Episcopado Argentino, en uso de un derecho pastoral indiscutible, emitió en noviembre de 1945 un documento recordando a los católicos sus deberes cívicos (como se verá más adelante), todos los sectores liberales clamaron contra la supuesta injerencia de la Iglesia en la política. El Departamento de Estado, en cambio, podía descargar un documento como el Libro Azul, a días de las elecciones, sin que eso fuera injerencia… Al contrario, era un «acto amistoso y lleno de consideración» hacia nuestro país… <<

[184] Sucesivos capítulos del Libro Azul. La publicación del Departamento de Estado estaba contenida en un volumen de 131 páginas con tapas de color azul, titulado «Consultas entre las repúblicas americanas respecto a la situación argentina». Señalaba, al comienzo, que el 3 de octubre de 1945 el Departamento de Estado dio comienzo a consultas con las repúblicas americanas sobre la situación argentina; todos los países convinieron en participar en ellas y entretanto el gobierno de Estados Unidos hizo una prolija evaluación de las informaciones que habían llegado a su poder, en relación con la Argentina, de la documentación encontrada en los países del Eje después de su derrota. Las informaciones recabadas permitían afirmar los siguientes puntos: 1º) Miembros del gobierno militar argentino colaboraron con agentes del Eje en tareas de espionaje y en la concreción de propósitos perjudiciales al esfuerzo de las naciones aliadas; 2º) Dirigentes nazis, actuando a través de diversos grupos y organizaciones, colaboraron con grupos totalitarios argentinos, con el propósito de crear un Estado nazifascista; 3º) Miembros del gobierno militar surgido en junio de 1945 han conspirado para socavar a gobiernos vecinos con el propósito de deteriorar su ayuda a las naciones aliadas; 4º) Los sucesivos gobiernos argentinos han dado protección al Eje en asuntos económicos, con el propósito de salvaguardar la potencialidad industrial y comercial del Eje en la Argentina; 5º) Los sucesivos gobiernos argentinos conspiraron con el enemigo para adquirir armas alemanas. Además —continúa la parte preliminar del Libro Azul— los gobiernos argentinos, de Castillo en adelante, observaron una política positiva de ayuda al Eje; han violado sus promesas de colaboración con las repúblicas americanas; han intentado minar el sistema interamericano; han intentado, en colaboración con grupos nazis, crear un Estado totalitario en el hemisferio americano, «objeto que ha sido cumplido en parte»; han recurrido al engaño y la duplicidad en sus relaciones con el resto de América.

Luego el documento desarrollaba cada uno de esos temas, transcribiendo documentos originados en la embajada alemana en Buenos Aires y otros informes. En diversos capítulos acusaba a los dirigentes del gobierno de Castillo y su sucesor de facto, de ser cómplices del nazismo. Acusaba a Ramírez, Farrell, Perón y dirigentes del GOU, de realizar reuniones con Paz Estenssoro y Belmonte Pabón, en Bolivia, para derrocar el régimen constitucional del país vecino. Se señalaba que no se controlaron las firmas y fondos de las empresas de propiedad alemana y se analizaba la política interna del gobierno de facto.

Una larga lista de nombres, señalados por la publicación oficial con distintos grados de responsabilidad, aparecía a lo largo del nutrido texto, entre ellos los de casi todos los militares dirigentes del GOU o con responsabilidad gubernativa en el gobierno de facto, como Oscar Ibarra García, Alberto Uriburu, León Scasso, Carlos Ibarguren, Basilio Pertiné, Manuel Fresco, Homero Guglielmini, Gregorio Aráoz Alfaro, Ramón G. Loyarte, Guillermo Zorraquín, Horacio Pueyrredón, Floro Lavalle, José Mella Alfageme, Alejandro von der Becke, etcétera. También eran acusados los diarios Cabildo, Choque, Clarinada, Crisol, Cruz del Sur, La Fronda, Momento Argentino, El Pampero, El Pueblo y otros como subvencionados en su momento por la embajada alemana; y Democracia, La Época y Tribuna como subvencionados por el gobierno de facto. Se refería, en capítulos especiales, a los empresarios alemanes Ludwig Freude y Richard Staudt.

Los últimos capítulos del Libro Azul se destinaban a un minucioso análisis del régimen argentino, el trato a los opositores, las restricciones a la prensa, la actuación de la Secretaría de Trabajo y Previsión en relación con los sindicatos. Entre otras cosas decía el documento del Departamento de Estado: «El ejemplo más espectacular de los métodos de fuerza (empleados por la Secretaría de Trabajo y Previsión) se produjo el 17 de octubre de 1945 cuando la Confederación General del Trabajo, con ayuda de la policía, impuso en toda la Nación la huelga general de apoyo a Perón. Los trabajadores se hallaron aterrorizados y se cerraron los negocios por la intimidación a mano armada. Las fábricas fueron asaltadas mientras la policía protegía a los manifestantes. Los testimonios sobre este asunto son abrumadores.» A continuación se formulaban análisis de tono similar sobre la situación universitaria y educacional en la Argentina, las restricciones a la prensa opositora y los planes de reequipamiento militar encargados por el gobierno de facto.

El Libro Azul terminaba con un breve párrafo destacando que «el gobierno de Estados Unidos espera recibir de los gobiernos de las demás repúblicas americanas sus opiniones basadas en estas premisas».

En días posteriores, los diarios publicaron numerosas «solicitadas» de personas aludidas por el Libro Azul, entre ellas Luis A. Polledo, Arturo Rawson, Mario Amadeo, Urbano de Iriondo, Alberto Uriburu, H. H. Pueyrredón, H. A. Pueyrredón, Alejandro von der Becke, Basilio Pertiné, Antonio M. Delfino, A. M. Delfino y Cía. S. A., Francisco Filippi, Servando Santillana, Enrique Ruiz Guiñazú, Oscar Ibarra García, Ramón A. y Norberto G. Loyarte (en defensa de su padre, fallecido dos años antes), Compañía General de Construcciones (en defensa de sus presidentes Ludovico Freude y Rodolfo Rosauer), Justo Bergadá Mugica, Ricardo W. Staudt, etcétera. <<

[185] En una publicación oficial. Fue el libro titulado La República Argentina ante el Libro Azul (Ed. Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Bs. As., marzo de 1946). <<

[186] El comandante electoral. El general de Ejército Carlos von der Becke, al que estaban subordinados los siguientes jefes: general de división Diego I. Mason (Capital Federal); vicealmirante José S. Zuloaga (Buenos Aires); general de brigada Raúl A. González (Corrientes); general de brigada Ambrosio Vago (Córdoba); general de brigada Estanislao López (Tucumán); general de brigada Víctor Majó (Mendoza); comodoro Roberto E. Bonel (San Luis); general de brigada Ernesto Florit (Santiago del Estero); general de brigada Pedro Abadíe Acuña (Salta); general de brigada Carlos Kelso (San Juan); general de brigada Pablo Dávila (Santa Fe); coronel Julio B. Montoya (Catamarca); coronel Emilio T. Olsen (La Rioja); coronel Guillermo C. Genta (Jujuy). Ver Las Fuerzas Armadas restituyen la soberanía popular (Ed. Presidencia de la Nación, mayo de 1946). <<

[187] Vituperar a la Unión Democrática. Ver, entre otros, Tres revoluciones (Ed. Perrot, Bs. As., 1959), con la versión taquigráfica de mesas redondas realizadas en la Facultad de Derecho de Buenos Aires; y la versión taquigráfica de otras reuniones similares realizadas en el mismo instituto, dirigidas por Carlos S. Eayt, en La naturaleza del peronismo (Ed. Viracocha, Buenos Aires, 1967). <<