—¿Qué quieres decir? ¿Quién quema la iglesia? ¿Los imps? —dijo Rafe, agarrando al niño por la chaqueta.
Kate, Rafe y Beetles estaban en mitad de la calle mientras los juerguistas continuaban bailando y dando vueltas a su alrededor.
—¡No son los imps! —gritó Beetles con los ojos desorbitados—. ¡Son seres humanos! ¡La ciudad está invadida por las multitudes! ¡Atacan todo lo que tenga que ver con la magia!
—¡Pero la iglesia está oculta! —exclamó Kate—. ¡Es invisible!
—Ya no —respondió el niño, negando con la cabeza.
—¿Qué le ha pasado a Scruggs? —preguntó Rafe.
—Estaba contigo, ¿no? —inquirió Kate—. ¿No ha ido a la mansión de los imps?
—¡Pero no ha entrado! —aclaró Rafe—. Después de darme el conjuro de alteración se ha quedado en la calle.
—Sí, bueno, pues cuando volvía a la iglesia se ha topado con una multitud que perseguía a dos brujas. Scruggs ha logrado detener a toda aquella gente, pero alguien le ha tirado un ladrillo o una piedra y le ha dado de lleno en la cabeza. Scruggs ha muerto.
—¿Scruggs ha muerto? —repitió Kate, atónita.
—Eso es. Las dos brujas lo han traído a la iglesia y nos han contado lo que ha pasado. Yo estaba allí cuando lo han traído. Scruggs ha dicho: «Tengo sed» y ha caído muerto. Al cabo de un instante, pam, la iglesia estaba allí, a la vista de todo el mundo. La gente que estaba en la calle se ha puesto a señalarla dando gritos. Menos de una hora después ha venido la multitud, con antorchas y rifles…
—¿Y sabían… sabían que había niños dentro? —dijo Rafe.
—Claro que lo sabían —dijo Beetles—. La señorita Burke se lo ha dicho, pero no les ha importado. ¡Han prendido fuego a la iglesia!
Rafe se metió entre la multitud y desapareció por la calle a oscuras. Beetles salió detrás de él, y Kate tuvo que esforzarse para no quedarse atrás. El abrigo largo le dificultaba la marcha, y las botas que le habían dado los gnomos no paraban de resbalar sobre la nieve y el hielo. Pronto quedó claro que Beetles decía la verdad: calle tras calle, pasaban junto a bandas de hombres, a veces grupos de tres o cuatro, a veces una docena, que cruzaban la ciudad con antorchas y quemaban todo lo que olía a magia. Kate se preguntaba cómo podía ser que Rafe y ella no hubiesen visto ni oído antes a la multitud, aunque tal vez lo habían hecho, pues de lejos los gritos y las antorchas eran fáciles de confundir con las celebraciones. A Kate le parecía que la locura se había apoderado de la ciudad, y se preguntó si la gente podía intuir el cambio que se avecinaba y si sabía que era su última ocasión de descargar su ira antes de que el mundo mágico desapareciese.
—¡¿Qué hora es?! —le gritó a Beetles mientras los dos corrían por las calles.
—¡Más de las once! ¡Tenemos menos de una hora hasta la Separación!
—¿Dónde están todos los demás? ¿Dónde se encuentran Jake y Abigail?
—No lo sé. La multitud rodeaba toda la iglesia, y la señorita Burke me ha dicho que fuese a buscar a Rafe. Ha pensado que tal vez te había llevado allí. ¿Qué estabais haciendo?
Kate no respondió. Ya veía las llamas contra el cielo nocturno y oía los gritos. Cuando doblaron la última esquina Kate se paró en seco y observó el panorama. La iglesia estaba completamente devorada por las llamas y la nieve se fundía en un radio de doce metros. Una muchedumbre se había congregado en la calle. Muchas personas agitaban antorchas y parecían gritar de entusiasmo ante el fuego. No vio a Rafe.
—¡Por aquí!
Beetles corría a toda velocidad hacia un callejón situado enfrente de la iglesia. Ella lo siguió, y allí, apiñados entre los edificios, estaban Abigail y otros veinte niños pequeños. Su cara estaba manchada de hollín. Tenían los ojos muy abiertos y la miraban con pánico. Abigail se arrojó rápidamente en brazos de Kate.
—¿Te encuentras bien? —Kate la abrazó con fuerza—. ¿Estáis bien todos?
Abigail asintió y se secó los ojos. En sus sucias mejillas se veía un reguero de lágrimas y ceniza.
—La señorita Burke nos ha hecho salir por la puerta lateral. La iglesia entera estaba en llamas, pero ella ha vuelto a entrar; ha dicho que tenía que sacar a otros. ¡Todavía está ahí dentro!
—¿Y Jake? —inquirió Beetles—. ¿Has visto salir a Jake?
La niña negó con la cabeza.
—No le pasará nada —le dijo Kate—. Saldrá.
Mientras hablaban, otro grupo de niños llegó corriendo al callejón. Estaban aterrorizados y cubiertos de hollín. Dijeron que se habían quedado atrapados dentro de la iglesia, pero que Rafe había echado la puerta abajo y los había ayudado a salir. Kate vio que Beetles miraba a su alrededor con gestos frenéticos, a punto de llorar.
—¿Dónde está Jake? ¿Alguno de vosotros lo ha visto salir?
Todos los niños negaron con la cabeza.
—Yo lo he visto en la iglesia —dijo una niña—. Creía que venía con nosotros. No sé dónde está.
Sin decir nada más, Beetles salió corriendo hacia la iglesia.
Kate miró a Abigail.
—¿Hay algún sitio seguro al que podáis ir?
—El teatro de Bowery —respondió Abigail—. Cerca del barrio mágico. El director es amigo de la señorita Burke.
—Id allí entonces —dijo Kate—. Tú estás a cargo. Puedes hacerlo.
Al mirar a Abigail, que sacó la mandíbula y cuadró los hombros, Kate se acordó de Emma una vez más. La niña se volvió para situarse de cara a los demás niños.
—¡Muy bien! ¡Que todo el mundo busque a alguien para darle la mano! Nos vamos al centro.
Los niños se movieron en busca de sus camaradas.
—¿Y tú? —le preguntó Abigail a Kate.
—Voy a por Beetles.
Se volvió y echó a correr hacia el fuego.
La iglesia se hallaba en la esquina de la Primera Avenida con una estrecha travesía, y toda la multitud estaba amontonada a lo largo de la avenida. Hombres y chicos sostenían antorchas, cuchillos y garrotes. Todos se reían, gritaban de entusiasmo y arrojaban piedras y botellas para romper las ventanas que quedaban. Sus caras se veían rojas y diabólicas al resplandor del fuego. Kate se entretuvo unos instantes detrás de la muchedumbre.
La muchacha se preguntó cómo podían actuar así y de dónde venía tanto odio. Los que vivían allí eran niños, ¡y no habían hecho nada malo!
Kate sintió que la rabia crecía en su interior. Le dieron ganas de arremeter contra todas aquellas personas, de hacerles daño, y se le pasó por la cabeza que así debía de sentirse Rafe en todo momento.
Se obligó a concentrarse y rodeó corriendo a la multitud hasta llegar a la travesía situada detrás del edificio. Había un muro que separaba la iglesia de las casas de la manzana, y Kate corrió a lo largo de él. El tremendo calor del incendio le quemaba la cara. Beetles se arrojaba contra una puerta en llamas una y otra vez. Kate tiró de él.
—¡Para! ¡Es demasiado peligroso!
—¡Aún está ahí dentro! —exclamó Beetles entre sollozos, forcejeando para liberarse—. ¡Jake aún está ahí dentro! ¡Suéltame! Tengo que…
La puerta explotó hacia fuera. Salieron nubes de humo negro, y unas figuras se abrieron paso hasta la calle tropezando. Eran una docena de niños, diecisiete, dieciocho, agachados y tosiendo con fuerza, con la cara ennegrecida por el humo. Kate se los llevó, asegurándose de que todos ellos se encontraban bien. Jake no se hallaba entre los niños. Kate se volvió y vio que Beetles se protegía los ojos y se acercaba despacio a la puerta. Atrapó al niño cuando se disponía a saltar.
—¡Suéltame! Tengo que…
Justo entonces surgió otra figura del humo. Kate vio que era Rafe y que llevaba a un niño en brazos.
Beetles se dejó caer contra Kate.
—¿Es…? —dijo—. ¿Está…?
Porque era Jake quien estaba entre los brazos de Rafe. El niño tenía la cara manchada por el humo y los ojos cerrados. Kate notó que el corazón se le encogía en el pecho. «No —pensó—. No, por favor».
Entonces el niño tosió con fuerza y parpadeó. Tenía los ojos enrojecidos y llorosos. Vio a Kate y a Beetles.
—Hola.
—Hola —le respondió Beetles, llorando y sonriendo al mismo tiempo.
Kate extendió el brazo y tocó el pelo del niño.
—¿Qué hacías ahí dentro? ¿Pensabas en abrir una tienda?
Jake sonrió y dijo con voz débil:
—Sí, la Tienda Quemando la Iglesia.
Rafe puso al niño de pie, y Beetles abrazó a su amigo.
—Ya están todos los críos. —Rafe tenía la cara ennegrecida por el humo y la voz áspera—. ¿Dónde están los que ya han salido?
—Abigail se los acaba de llevar al centro de la ciudad —respondió Kate—, al teatro de Bowery. Ha dicho que el director es amigo de la señorita Burke.
Rafe miró a Beetles.
—¿Has oído eso? ¿Puedes llevar allí a estos otros niños?
—¡Claro! —dijo Beetles, recuperando toda su confianza—. ¡Eh, escuchadme! ¡Todos los Salvajes, seguidme!
Y, con el brazo de Jake sobre su hombro, se llevó a los niños.
Kate y Rafe llevaban un momento solos cuando se oyó un estruendo dentro de la iglesia, y a continuación un fuerte sonido metálico que resultó audible incluso por encima del rugido de las llamas.
—Una de las campanas se ha caído de la torre —dijo Rafe.
Se dispuso a entrar en la iglesia otra vez, pero Kate lo agarró del brazo.
—¿Qué haces? ¡Todos los críos están fuera!
—Voy a buscar a la señorita Burke.
El muchacho se liberó dando un tirón y luego desapareció entre el humo.
Sin vacilar, Kate se metió de cabeza detrás de él. Lo cierto es que, aunque hubiese reflexionado sobre sus responsabilidades hacia Michael y Emma y hacia sus padres, y sobre el hecho de que a pesar de todo Rafe aún podía convertirse en su enemigo, habría actuado igual. Del mismo modo que el doctor Pym, Gabriel y el rey Robbie McLaur, Rafe se había puesto en peligro para protegerla y de paso proteger a su familia. Ahora era él quien necesitaba su ayuda.
Agachó la cabeza y se protegió la cara con un brazo. El calor le chamuscó la piel y el humo le quemó los ojos, pero llegó a la nave central, donde los techos eran tan altos que el humo se acumulaba en las alturas. Se quitó el abrigo y lo dejó caer al suelo. El aire le quemaba la garganta y los pulmones, y se preguntó cuánto tardaría en derrumbarse la iglesia entera.
La agarraron del brazo y tiraron de ella.
—¿Qué haces? —quiso saber Rafe.
—¡No pienso dejarte solo aquí dentro!
Rafe parecía furioso, pero entonces parte del techo se desmoronó encima de la puerta que Kate había cruzado. Su salida estaba bloqueada.
—¡No hay tiempo para discutir! —gritó Kate—. ¡Tenemos que encontrar a la señorita Burke y salir de aquí!
El chico la cogió de la mano.
—¡Pase lo que pase, no sueltes mi mano!
Empezó a cruzar la iglesia, arrastrando a Kate tras sí. En la base de la torre estaban las dos enormes campanas hechas añicos. Cuando Kate y Rafe trepaban por los pedazos rotos, la bota de Kate resbaló y su mano perdió el contacto con la de Rafe. Al instante, el humo le chamuscó los pulmones y el calor se hizo insoportable. Kate empezó a gritar, pero Rafe le cogió la mano apresuradamente y la muchacha sintió que una envoltura de aire fresco descendía sobre ellos.
—¡Puedo protegerte! —gritó él—. ¡Pero tienes que cogerme de la mano! ¡Vamos!
Kate asintió y enfilaron la desvencijada escalera de caracol.
Al caer, la campana había arrancado trozos enormes de la escalera, y lo que quedaba estaba consumido por el fuego. Aun así, Kate y Rafe subieron apresuradamente, evitando los tablones cuyo desplome parecía más probable y saltando de la mano para salvar los puntos en los que no había escalones. Kate pensaba que no solo debían volver a bajar por esos mismos peldaños que estaban siendo devorados por las llamas, sino que dos campanas más colgaban aún sobre sus cabezas. ¿Cuánto tardarían en venirse abajo?
De pronto, el chico y ella trepaban por la trampilla con dificultad y salían a la plataforma abierta del campanario.
Kate esperaba encontrar a Henrietta Burke muerta o atrapada bajo alguna viga desplomada, pero no fue así. La mujer estaba de pie en el borde del campanario, mirando tranquilamente hacia la calle. Las llamas perfilaban la silueta de su erguida figura. El frío aire nocturno permitía respirar en el campanario, y Rafe soltó la mano de Kate y corrió hacia la mujer. Kate vio que esta se volvía para mirar al chico, que le exigía y rogaba. Henrietta Burke negó con la cabeza y dijo algo que Kate no pudo oír.
Kate se preguntó qué estaba haciendo aquella mujer. Estaban perdiendo el tiempo.
Sobre su cabeza, las campanas chocaban entre sí con estrépito mientras el calor que subía desde la torre las impulsaba de un lado a otro.
Rafe volvió con Kate. El chico se estaba enjugando unas lágrimas y no quiso mirarla a los ojos.
—Quiere hablar contigo.
—¿Qué?
—Quiere hablar contigo. ¡Date prisa! ¡Este lugar se va a desmoronar en cualquier momento!
Sin saber muy bien lo que sucedía, Kate cruzó el campanario. Le pareció que la torre entera había empezado a tambalearse. Henrietta Burke iba envuelta con su chal y miraba fijamente la multitud de la calle. Kate vio las antorchas que se movían en la oscuridad como luciérnagas.
—Rafe me dice que todos los niños han salido.
—Sí.
—¿Y los habéis enviado al teatro de Bowery? Eso está bien. Mi amigo sabe lo que debe hacer. Tiempo atrás hice los preparativos por si pasaba algo así. Hay un lugar en el norte del estado en el que los niños recibirán educación sin correr peligro. ¡Y pensar que estábamos tan cerca de alcanzar la seguridad para siempre! Pero de nada sirve lamentarse. La vida se vive hacia delante, y eso vale incluso para los viajeros del tiempo como tú.
—Señorita Burke…
—No, escúchame. —Entonces se volvió y miró a Kate—. La gente me cree una mujer dura, pero la verdad es mucho más profunda. Renuncié a mi propio hijo tiempo atrás. Pensé que estaría más seguro entre quienes nada sabían de magia, criándose como uno de ellos. Me equivoqué. Su naturaleza se reveló por sí sola, y cuando me necesitó no estuve allí. Desde entonces pago esa deuda. Rafe es el hijo que yo debería haber criado, pero ya no puedo protegerlo.
Kate sintió el horrible peso de las palabras de Henrietta Burke. La mujer se acercó.
—Espero que no hayas olvidado nuestro acuerdo. Yo te ayudo a volver a casa y, a cambio, te exijo el precio en el momento que yo elija. Ese momento es ahora.
—¡Pero tenemos que irnos! El fuego…
—Niña —dijo la mujer de pelo cano—, yo no voy a ninguna parte.
La mujer se abrió el chal, y Kate vio la esquirla de cristal que le asomaba por el costado como una daga. La sangre que goteaba del cristal le empapaba el vestido.
—Rafe quiere que huya. Aún cree que la magia puede arreglarlo todo. Sin embargo, toda magia tiene un precio, y el precio por curarme sería demasiado alto, así que me quedo.
Kate abrió la boca, pero no pudo decir nada. El horror de la situación y la serena decisión de la mujer la habían dejado sin habla. Henrietta Burke siguió:
—Sé quién es Rafe. Scruggs creía que yo ignoraba la función que lo aguarda, pero siempre lo he sabido. Aun así, puede elegir.
La mujer agarró a Kate por el hombro. Sus ojos grises la miraron con fijeza e intensidad.
—Ámalo.
—¿Q… qué?
—Es por eso por lo que estás aquí. Es por eso por lo que viniste. Ya lo has cambiado. Tú no lo ves, pero yo sí. Eres la única esperanza que tiene. Debes amarlo.
Kate se quedó mirando a la mujer. La torre oscilaba, las campanas chocaban entre sí, los gritos ascendían desde la calle y las llamas lamían el tejado. La muchacha negó con la cabeza.
—Usted no lo entiende… Usted no entiende quién…
—Sé exactamente quién es y quién está destinado a ser, pero aún puedes salvarlo. Ámalo, niña. Ámalo como él te ama a ti.
—Por favor… No me pida eso.
—Debo hacerlo. Es la única esperanza que nos queda.
Entonces la mujer se inclinó hacia delante y le habló a Kate al oído:
—Y esta es mi mitad del trato: no necesitas a una bruja, ni a un brujo, ni a nadie que te ayude a acceder al poder que está en tu interior. Nunca lo has necesitado. Deja de luchar y permite que salga.
Al instante, Kate supo que la mujer estaba en lo cierto. El poder estaba en su interior. Incluso en ese preciso momento podía sentir cómo ella misma luchaba contra él. Llevaba meses haciéndolo, desde que llevó a la condesa al pasado y algo en ella cambió para siempre.
El poder del Atlas era el suyo. No podía seguir negándolo.
—Ahora vete. —Y la mujer, sin dejar de mirar a Kate a los ojos, exclamó—: ¡Llévatela!
Kate notó que Rafe la cogía del brazo y la arrastraba hacia la trampilla. Justo cuando se preparaban para descender, se oyó un estruendo y tembló el suelo. Al mirar atrás, Kate y Rafe vieron que la esquina del campanario se derrumbaba. De pronto, la mujer había desaparecido.
El descenso por la torre del campanario fue aún más peligroso de lo que Kate había imaginado. Otros peldaños se habían venido abajo, y la chica notaba que la envoltura de aire fresco creada por Rafe iba debilitándose. Le parecía estar soñando, como si nada de lo que la rodeaba fuese real. Su mente no podía asimilar que aquella mujer severa hubiese desaparecido, y mucho menos las palabras que había pronunciado.
En el último tramo de escaleras, Kate oyó el sonido que había estado temiendo y se vio arrastrada de nuevo al presente. Tanto Rafe como ella alzaron la vista y vieron la oscura y enorme boca de la campana cayendo hacia ellos y rompiendo entre astillas los escalones de madera. En ese mismo momento, el escalón en el que se hallaban se vino abajo. Mientras caían, Rafe lanzó hacia la puerta a Kate, que aterrizó de lado y chocó contra la pared. La muchacha tuvo una visión perfecta de Rafe en el centro de la torre, yaciendo inmóvil en el suelo.
Kate gritó su nombre mientras caía la campana.