Emitido el 11 de octubre de 2005
He leído que los españoles nos hemos jugado el último año 27 000 millones de euros en juegos de azar. Sí, sí, 27 000 millones… ¿No se lo creen? ¿Qué se apuestan?
Lo que no especifica la noticia es si hemos sido todos los españoles o uno solo que lo echó todo en una máquina. El típico tío que dice: «La máquina está caliente, yo la peto». Y cuando se quiere dar cuenta, ya ha echado 7000 millones en monedas.
La afición por el juego nos viene de pequeñitos, con los Juegos Reunidos Geyper, que traía millones de juegos en una caja así de pequeña. Tenía Blackjack, dados, cartas, ruleta… Y hasta una pistola de pistones para jugar a la ruleta rusa. Yo he visto niños perder su casa de Pin y Pon en una mala tarde… Sííí, amigos, aquéllos eran buenos tiempos…
Yo creo que los españoles jugamos por envidia. La Lotería, por ejemplo: no juegas por si te toca a ti, juegas por si le toca a toda la oficina menos a ti. Tú estás ahí, en tu oficina, y pasas de jugar. Pero estás muy pendiente de si tus compañeros compran para comprar tú también. Ese tío sentao en su mesa: «A mí no me gusta jugar, pero… dame, dame». Al final, con la tontería, se gasta un pastón. Y encima no le toca nada. Jódete.
Antes, la vida del jugador era más sencilla. Sólo estaba la Quiniela, la Lotería Nacional y la ONCE. Ahora, que si el Cuponazo, el Telecupón, la Primitiva, la Bonoloto, el Euromillón, el Combo… Hay tantas loterías que tienes que hacer un sorteo para ver a cuál juegas.
Aunque, lo más fuerte de todo, es que ya te venden la Lotería de Navidad en verano. Que a mí me agobia. Estás en pleno mes de agosto y ves al calvo de la Lotería soplando. Joder, qué mal rollo. ¿No podías soplar en un chiringuito de playa como todo el mundo? Tío, si estás parao en verano, búscate un curro. Mira Don Limpio, cómo se ha colocado.
¿Y las quinielas? Aquí, en España, hemos tenido la quiniela de fútbol, la quiniela hípica… Sólo nos ha faltado la quiniela taurina. Si ganaba el torero, un uno; si ganaba el toro, un dos. Y Rocío: «Destructores, que sois unos destructores».
Luego están las máquinas tragaperras, que con el nombre ya lo dicen todo. Yo no puedo jugar a las tragaperras porque soy muy obediente. Una vez me dijo la máquina: «Avance». Y me rompí las gafas contra la pantalla. Que conste que a mí me gustaría jugar, ¿eh? Pero es que no entiendo nada: lucecitas, musiquitas, avances, sandías que suben y bajan, melones que suben y bajan… Parece un capítulo de «Los vigilantes de la playa».
Y ¿qué me dicen del bingo? Ése de juguete que todos teníamos en casa, que era muy cómodo porque los cartones ya venían tachados de años de uso. El bombo de la manivela duraba tan poco que, al final, teníamos que sacar las bolas del tambor de la lavadora. Lo mejor fue un día que mi abuela cantó: «El cero». Y dijo mi abuelo: «Anda, ya he encontrado mi ojo de cristal».
De todas formas, qué español es esto de echarlo todo a suertes: hasta la mili. Antes, los destinos de la mili se sorteaban como en el Telecupón: «Unidades de Marina. Melilla». Y tú… «¡Vaya!».