NO es fácil que la ciencia, una vez arraigada de un modo firme en la organización social, se detenga ante ciertos aspectos biológicos de la vida humana que hasta ahora han buscado su orientación en la religión y el instinto. Podemos admitir que, tanto la cantidad como la calidad de la población, será cuidadosamente igualada por el Estado, pero que las relaciones sexuales, aparte de los niños, serán consideradas como un asunto privado, mientras no lleguen a inmiscuirse en el trabajo. Respecto a la cantidad, las estadísticas oficiales determinarán, tan cuidadosamente como se pueda, si la población del mundo, en el momento que se considere, está por encima o por debajo de la cifra que asegure el máximo bienestar material por individuo. También se tendrán en cuenta todos los cambios de técnica que puedan ser previstos. No cabe duda de que la regla general será tender a una población estacionaria; pero si algún invento importante, tal como la alimentación artificial, abaratase extraordinariamente la producción de lo indispensable, se consideraría prudente un aumento de población por algún tiempo. Presumo, sin embargo, que en tiempos normales el Gobierno mundial decretará una población estacionaria.
Si acertamos al suponer que la sociedad científica tendrá grados sociales diferentes, según la clase de trabajo a realizar, podemos admitir también que tendrá empleos para seres humanos que no sean de inteligencia muy refinada. Es probable que haya cierta clase de trabajo realizado especialmente por los negros, y que los trabajadores negros, en general, serán educados para el músculo más que para el desarrollo del cerebro. Los gobernantes y los expertos, por el contrario, serán criados principalmente atendiendo al desarrollo de sus facultades intelectuales y a la fortaleza de su carácter. Suponiendo que ambos géneros de educación se lleven a cabo científicamente, se presentará una divergencia creciente entre los dos tipos, haciendo de ellos, al final, dos especies casi diferentes.
La reproducción científica, llevada a cabo en una forma realmente científica, encontraría actualmente insuperables obstáculos, tanto por el lado de la religión como por el del sentimiento. El efectuarla científicamente exigiría, como entre los animales domésticos, el empleo de una pequeña proporción de machos con fines de propagación de la especie. Sin duda, se pensará que la religión y el sentimiento habrán de oponer siempre un veto inconmovible a semejante sistema. Me gustaría pensar así. Pero creo que el sentimiento es extraordinariamente plástico y que la religión individualista, a la que estamos acostumbrados, es probable que sea reemplazada cada vez más por una religión de devoción al Estado. Entre los comunistas rusos, esto ha sucedido ya. En todo caso, lo que exige no es más difícil que el dominio de los impulsos naturales que supone el celibato del clero católico. Dondequiera que sean posibles hechos notables, que al mismo tiempo sean de índole tal que satisfagan el idealismo moral de los hombres, el amor del poder será capaz de absorber la vida instintiva de los afectos, especialmente si se permite un desahogo a los impulsos sexuales puramente físicos. La religión tradicional, que ha sido violentamente desalojada de Rusia, sufrirá un grave quebranto en todas partes si el experimento ruso sale adelante. De todos modos, su punto de vista es difícil de conciliar con el del industrialismo y la técnica científica. La religión tradicional estaba basada en un sentimiento de impotencia del hombre ante las fuerzas naturales, mientras que la técnica científica fomenta un sentimiento de impotencia de las fuerzas naturales frente a la inteligencia del hombre. Combinado con este sentimiento de poder es muy natural un cierto grado de austeridad respecto a los placeres más fáciles. Ya se ve ello en muchos de aquellos que están creando la sociedad mecánica del futuro. En América, esta austeridad ha tomado la forma de piedad protestante; en Rusia, de devoción al comunismo.
Creo, en vista de esto, que apenas habrá límite para las divergencias que con respecto al sentimiento tradicional pueda la ciencia introducir en la cuestión de la reproducción. Si se toma en serio en el porvenir la regulación simultánea de la cantidad y de la calidad, podemos esperar que en cada generación serán seleccionados un 25 por 100 de las mujeres y un 5 por 100 de los hombres para ser los progenitores de la siguiente generación, mientras el resto de los individuos serán esterilizados; lo cual no se interferirá en modo alguno con los placeres sexuales, y sólo hará que estos placeres resulten desprovistos de importancia social. Las mujeres que sean seleccionadas para la maternidad tendrán ocho o nueve niños cada una, pero no habrán de realizar otro trabajo que el de dar el pecho a los bebés durante un número conveniente de meses. No se pondrá obstáculos a sus relaciones con hombres estériles o a las relaciones de hombres y mujeres estériles entre sí; pero la reproducción será considerada como un asunto de la competencia del Estado, y no se abandonará a la libre elección de las personas que en ella intervienen. Quizá se considere la fecundación artificial como más segura y menos desconcertante, ya que evitará la necesidad de ningún contacto personal entre el padre y la madre del futuro niño. Los sentimientos de afecto personal pueden aún estar ligados con un trato sexual que no ha de ser fructífero, mientras la fecundación artificial será considerada desde otro punto de vista y más bien bajo el aspecto de una operación quirúrgica, de suerte que no será vista por más tiempo como indigna de ser realizada. Las cualidades que serán exigidas a los padres variarán mucho, según el estado social en que deba esperarse sea clasificado el futuro niño. En la clase de los gobernantes se exigirá a los padres un grado considerable de inteligencia; será indispensable, también, una salud perfecta. Mientras se consienta que la gestación persista durante el período natural, las madres tendrán que ser seleccionadas también, atendiendo a su capacidad para dar a luz con facilidad, y deberán, por tanto, tener pelvis anchas. Es probable, sin embargo, que con el tiempo el período de la gestación sea abreviado, y en los últimos meses del desarrollo del feto tenga lugar en una incubadora. Esto librará a las madres de la necesidad de amamantar a sus hijos, y facilitará así la tarea de la maternidad. El cuidado de los niños que se destinen a la clase directora no se abandonará sino raras veces a las madres. Estas serán elegidas por sus cualidades eugenésicas, las cuales no han de ser necesariamente las cualidades exigibles a un ama. Por otro lado, los primeros meses del embarazo podrán ser más molestos que en la actualidad, ya que el feto se verá sometido a varias clases de tratamiento científico, planeado para beneficiar no sólo sus características, sino también las de sus descendientes posibles.
Los padres no tendrán nada que ver con sus propios hijos. Habrá, por lo general, un solo padre para cada cinco madres, y es muy probable que antes no haya visto nunca a las madres de sus hijos. El sentimiento de la paternidad desaparecerá así por completo. Probablemente, con el tiempo, lo mismo ocurrirá, aunque en menor grado, con respecto a las madres. Si el nacimiento fuese provocado prematuramente y el niño fuese separado de su madre al nacer, no tendría mucha probabilidad de desarrollarse el sentimiento maternal.
Entre los trabajadores es probable que se guardará un cuidado menos escrupuloso, ya que es más fácil educar el músculo que el cerebro, y no es improbable que a las mujeres de la clase trabajadora les sea permitido criar sus propios hijos a la manera antigua. No habrá entre los trabajadores la misma necesidad que entre los gobernantes de devoción fanática hacia el Estado, y no habrá, por eso, por parte del Gobierno, el mismo celo contra los afectos privados. Entre los gobernantes se puede suponer que todos los sentimientos privados serán vistos sospechosamente. Un hombre y una mujer que muestren una devoción ardiente el uno por el otro serán considerados como los consideran en la actualidad los moralistas, cuando no están casados. Habrá niñeras profesionales para los niños, y maestros profesionales en las escuelas infantiles; pero se considerará que faltan a su deber si sienten algún afecto especial por niños determinados. Los niños que muestren un afecto especial por algún adulto serán separados de él. Ideas de esta especie han sido ya propagadas; se encuentran, por ejemplo, en el libro del doctor John B. Watson sobre la educación.[16.1] La tendencia del manipulador científico es considerar todos los afectos privados como infortunios. Los freudianos nos han enseñado que son origen de complejos. Los administradores comprueban que se interponen en el camino de la devoción integral al negocio. La Iglesia sancionaba ciertas clases de amor, mientras condenaba otras; pero el ascético moderno es más aventajado, y condena toda clase de amor como locura y causa de despilfarro de tiempo. ¿Qué debemos esperar de la disposición de ánimo de la gente en un mundo semejante? Los trabajadores manuales deberán sentirse muy felices. Cabe presumir que los gobernantes lograrán hacer de los trabajadores manuales unos seres frívolos y tontos; el trabajo no será muy duro, y habrá un sinfín de diversiones de género trivial. Gracias a la práctica de la esterilización, los tratos amorosos no acarrearán consecuencias temibles, ya que tendrán lugar entre hombres y mujeres previamente esterilizados. De este modo, se proporcionará una vida de placeres fáciles y frívolos a los trabajadores manuales, combinándola, como es natural, con una reverencia supersticiosa para los gobernantes, inculcada desde la niñez y prolongada por la propaganda a que los adultos se verán sometidos.
La psicología de los gobernantes será materia más difícil de establecer. Se esperará de ellos que desplieguen una devoción ardorosa y rígida al ideal del Estado científico, y que sacrifiquen a este ideal todos los sentimientos más blandos, como el amor a la mujer y a los hijos. Las amistades entre compañeros de trabajo, ya sean del mismo sexo o de diferente sexo, tenderán a ser apasionadas, y con frecuencia rebasarán los límites fijados por los moralistas públicos. En tal caso, las autoridades separarán a los amigos, a no ser que al obrar así interrumpan alguna investigación importante o empresa administrativa. Cuando por alguna razón pública no sean los amigos separados, serán amonestados. Por medio de micrófonos gubernamentales, los censores escucharán sus conversaciones, y si éstas en alguna ocasión aparecen impregnadas de sentimentalismo, se adoptarán medidas disciplinarias. Todos los sentimientos más hondos serán desarraigados, con la sola excepción de la devoción a la ciencia y al Estado.
Los gobernantes tendrán también sus diversiones en las horas de asueto. No vislumbro qué arte o literatura podrá florecer en un mundo semejante, ni creo que las emociones que ellos anhelen encontrarán la aprobación gubernamental. Pero entre los jóvenes de las clases directoras serán recomendados los juegos atléticos, y los deportes peligrosos serán considerados como valioso entrenamiento de aquellos hábitos de la mente y del cuerpo con que mantendrán la autoridad sobre los trabajadores manuales. El amor, entre los previamente esterilizados, no estará sometido a restricciones, ni por la ley ni por la opinión pública; pero será casual y temporal, sin llevar consigo ninguno de los sentimientos arraigados ni afecto serio. Las personas que sufran de aburrimiento insoportable serán estimuladas a subir al monte Everest, o a volar sobre el Polo Sur. Pero la necesidad de tales distracciones será considerada como un signo de mala salud física o mental.
En este mundo, aunque haya placeres, no habrá alegría. El resultado será un tipo de hombre que mostrará las características usuales de los ascetas vigorosos. Serán ásperos e inflexibles, propendiendo a la crueldad en sus ideales y en su disposición de espíritu para considerar que el infligir un castigo es necesario al bien público. No creo que el castigo se imponga mucho como compensación del pecado, ya que no habrá más pecado que la insubordinación y el fracaso en sacar adelante los propósitos del Estado. Es más probable que los impulsos sádicos, que el ascetismo generará, tengan su válvula de escape en el experimento científico. El progreso en el conocimiento se aducirá para justificar muchas torturas de los individuos por cirujanos, bioquímicos y psicólogos experimentales. A medida que transcurra el tiempo, la cantidad de nuevos conocimientos requeridos para justificar una cantidad dada de tormentos disminuirá, y el número de gobernantes atraídos al género de investigaciones que necesitan experimentos crueles aumentará. Así como la adoración al Sol de los aztecas exigía anualmente la muerte dolorosa de miles de seres humanos, del mismo modo la nueva religión científica exigirá un holocausto de víctimas sagradas. Gradualmente, el mundo se hará más tenebroso y terrible. Extrañas perversiones del instinto aparecerán, primero en los rincones oscuros, y poco a poco dominarán a los hombres situados en puestos elevados. Los placeres sádicos no encontrarán la condenación moral que se aplicará a alegrías más suaves, ya que, como las persecuciones de la Inquisición, estarán en armonía con el ascetismo dominante. Al final, el sistema acabará derrumbándose en una orgía de sangre o en el nuevo descubrimiento de la alegría.
Ése es, al menos, el único rayo de esperanza que ilumina la oscuridad de estas visiones de Casandra. Pero quizás al dejar paso a este rayo de esperanza hemos consentido en entregarnos a un optimismo estúpido. Quizá por medio de inyecciones y drogas, la población pueda ser inducida a soportar lo que sus maestros científicos puedan decidir para su bien. Pueden ser descubiertas nuevas formas de borrachera que no lleven consigo el subsiguiente dolor de cabeza, y puede que se inventen nuevas formas de envenenamiento tan deliciosas que por ellas los hombres se presten voluntarios a pasar sus horas sobrias en la miseria. Todas éstas son posibilidades de un mundo gobernado por el conocimiento, sin el amor, y por el poder, sin el deleite. El hombre embriagado con el poder está desprovisto de sabiduría, y mientras gobierne al mundo, el mundo será un lugar desprovisto de belleza y de alegría.