LOS mayores triunfos de la ciencia aplicada han sido realizados en la física y la química. Cuando la gente piensa en la técnica científica, piensa primeramente en las máquinas. Parece probable que en un futuro próximo la ciencia conseguirá iguales triunfos en las ramas biológicas y fisiológicas, y adquirirá últimamente poder suficiente para cambiar las mentes de los hombres, del mismo modo que tiene poder para conocer nuestro medio ambiente inanimado. En este capítulo, sin embargo, no me ocuparé de las aplicaciones biológicas de la ciencia, sino del tema más familiar y trillado de sus aplicaciones en el reino de la maquinaria.
La mayoría de las máquinas, en el sentido más limitado de la palabra, no presuponen nada que merezca ser llamado ciencia. Las máquinas fueron, en su origen, un medio de conseguir que la materia prima inanimada pasase a través de una serie de movimientos regulares que hasta entonces habían sido ejecutados por los cuerpos y especialmente por los dedos, de los seres humanos. Este es el caso manifiesto en los hilados y tejidos. No implicó tampoco mucha ciencia la invención del ferrocarril o los primeros pasos de la navegación de vapor. Los hombres utilizaron en estos casos fuerzas que no estaban recónditas en modo alguno, y que, aunque asombraron, no debieron haber sorprendido tanto. El asunto varía cuando se pasa a la electricidad. Un electricista práctico tiene que desarrollar un nuevo tipo de sentido común del que está del todo desprovisto un hombre ignorante de la electricidad. Este nuevo tipo de sentido común consiste solamente en el conocimiento descubierto por medio de la ciencia. Un hombre cuyos días hayan transcurrido en una existencia rural sencilla conoce lo que un toro salvaje es capaz de hacer; pero, por muy viejo y sagaz que sea, no sabrá lo que es capaz de hacer una corriente eléctrica.
Uno de los fines de la técnica industrial ha sido siempre el sustituir la potencia de los músculos humanos por otras formas de potencia. Los animales dependen exclusivamente de sus propios músculos para lograr la satisfacción de sus necesidades, y es de suponer que el hombre primitivo compartía esta sujeción. Gradualmente, a medida que los hombres adquirían más conocimiento, se capacitaron para dominar fuentes de energía que les permitían hacer lo necesario sin fatigar sus propios músculos. Algún genio, en fecha remota olvidada, inventó la rueda, y otro genio indujo al buey y al caballo a dar vueltas a la rueda. Debe haber sido una tarea mucho más difícil domesticar al buey y al caballo que domar la electricidad; pero la dificultad fue entonces de paciencia, y no de inteligencia. La electricidad, como un geniecillo de Las mil y una noches, es un servidor siempre dispuesto para cualquiera que conozca la fórmula apropiada. El descubrimiento de la fórmula es difícil, pero lo restante es fácil. En el caso del caballo no se necesitaba ser muy listo para comprender que sus músculos podían rendir un trabajo superior al que los músculos humanos habían rendido hasta entonces. Pero debió de transcurrir mucho tiempo antes de que el buey y el caballo se sometiesen a la voluntad de los hombres que los adiestraban. Hay quienes afirman que fueron domesticados por ser objetos de adoración, y que la utilización práctica de estos animales tuvo lugar posteriormente, después que los sacerdotes los hubieron dominado completamente. Esta teoría puede tener un fondo de verdad, ya que casi todos los grandes avances han partido en un principio de motivos desinteresados. Los descubrimientos científicos han sido hechos por sí y no para su utilización, y una raza de hombres sin amor desinteresado al saber nunca hubiera realizado nuestra actual técnica científica. Tomemos como ejemplo la teoría de las ondas electromagnéticas, de la que depende el empleo de la telegrafía sin hilos. El conocimiento científico en esta materia comienza con Faraday, que fue el primero que investigó experimentalmente la conexión de los fenómenos eléctricos con el medio en que se producen. Faraday no era matemático; pero sus resultados fueron reducidos a forma matemática por Clerk-Maxwell, quien descubrió, por medios de índole puramente teórica, que la luz consiste en ondas electromagnéticas. El siguiente avance fue debido a Hertz, que fue el primero que logró producir artificialmente las ondas electromagnéticas. Lo que faltaba por hacer era sencillamente el invento de un aparato con el cual se lograse producir dichas ondas con un fin comercial. Este paso, como todo el mundo sabe, fue dado por Marconi. Faraday, Maxwell y Hertz, por lo que hasta ahora se ha podido colegir, no pensaron ni por un momento en la posibilidad de una aplicación práctica de sus investigaciones. En realidad, hasta que las investigaciones estuvieron casi ultimadas fue imposible prever los usos prácticos que iban a derivarse de ellas.
Aun en los casos en que la finalidad fue práctica desde un principio, la solución de un problema ha sido a menudo el resultado de la solución de otro, con el que no tenía conexión aparente. Tomemos, por ejemplo, el problema del vuelo. Este ha ejercido en toda época una atracción notable sobre la imaginación de los hombres. Leonardo de Vinci le dedicó mucho más tiempo del que dedicó a la pintura. Pero los hombres erraron el camino hasta nuestros días, por la idea de que debían encontrar un mecanismo análogo al de las alas de los pájaros. Fue únicamente el descubrimiento del motor de explosión y su desarrollo en los automóviles lo que condujo a la solución del problema del vuelo; y en los primeros tiempos del motor de explosión no se le ocurrió a nadie que fuese capaz de esta aplicación.
Uno de los problemas más difíciles de la técnica moderna es de las materias primas. La industria utiliza, en proporción constantemente creciente, sustancias que han sido almacenadas a través de las edades geológicas en la corteza terrestre, y que no son reemplazadas hasta ahora por otras sustancias similares. Uno de los ejemplos más sobresalientes es el del petróleo. La cantidad de petróleo en el mundo es limitada, y su consumo crece sin cesar. No tardará mucho en llegar el momento en que la cantidad mundial esté prácticamente agotada; a no ser que las guerras que estallen por su posesión sean lo suficientemente destructivas para reducir el nivel de la civilización a un punto en que el petróleo no sea necesario por más tiempo. Debemos suponer que si nuestra civilización no sufre un cataclismo, se descubrirá algún sustituto del petróleo, cuando éste resulte cada vez más caro por su escasez. Pero como enseña este ejemplo, la técnica industrial nunca puede hacerse estática y tradicional, como en tiempos antiguos lo fue la agricultura. Será perpetuamente necesario inventar nuevos procesos y encontrar nuevas fuentes de energía, a causa de la extraordinaria rapidez con que consumimos nuestro capital terrestre. Existen, en realidad, algunos manantiales de energía prácticamente inagotables, especialmente el viento y el agua; la última, sin embargo, aun cuando se aprovechase íntegramente, sería muy poco adecuada para las necesidades del mundo. La utilización del viento, debido a su irregularidad, requeriría grandes acumuladores más libres de escapes que ninguno de los hasta ahora fabricados.
La dependencia de los productos naturales que hemos heredado de una edad más sencilla, es probable que vaya a menos con el progreso de la química. Es probable que en un futuro muy próximo el caucho sintético reemplace al caucho natural, como la seda artificial está ya reemplazando a la seda natural. Las maderas artificiales pueden ya fabricarse, aunque todavía no son una realidad comercial. Pero el agotamiento de los bosques del mundo, que es inminente debido al aumento de periódicos, hará pronto necesario el empleo de materiales que no sean la pulpa de madera para la producción de papel, a no ser que la costumbre de escuchar las noticias por la radio conduzca a los hombres a abandonar la palabra escrita como vehículo de sus sensaciones diarias.
Una de las posibilidades científicas del futuro, que puede tener una gran importancia, es el dominio del clima por medios artificiales. Hay personas que aseveran que si se construyese una escollera de unas veinte millas de largo en un punto adecuado de la costa oriental del Canadá, se transformaría completamente el clima del Canadá en la parte del sudeste y de Nueva Inglaterra, ya que dicha escollera sería causa de que la corriente fría que ahora corre a lo largo de esas costas se hundiese en el fondo del mar, quedando la superficie en condiciones de ser invadida por el agua caliente procedente del Sur. No defiendo la verdad de esta idea; pero la indico para ilustrar posibilidades que pueden ser realizadas en el futuro. Tomemos otro ejemplo: la mayor parte de la superficie terrestre entre las latitudes 30° y 40° se ha ido gradualmente secando y sostiene al presente, en muchas regiones, una población mucho menor que hace dos mil años. En California del Sur, los riegos han transformado el desierto en una de las regiones más fértiles del globo. No se conocen medios para regar el Sáhara y el desierto de Gobi; pero quizá el problema de hacer fértiles estas regiones estará algún día dentro de los recursos de la ciencia.
La técnica moderna ha dado al hombre un sentido de poder que está modificando rápidamente toda su mentalidad. Hasta tiempos recientes, el medio ambiente físico era algo que tenía que ser aceptado para sacar de él el mayor partido posible. Si las lluvias eran insuficientes para sostener la vida, la única alternativa era la muerte o la emigración. Los que eran fuertes adoptaban este último partido, y los que eran débiles, el primero. Para el hombre moderno su medio ambiente es simplemente una primera materia, una oportunidad para manipular. Puede ser que Dios haya hecho el mundo; pero esto no es una razón para que nosotros no tomemos posesión de él. Esta actitud, más que ningún argumento intelectual, resulta ser enemiga de la tradición religiosa. La tradición religiosa sostenía la idea de la dependencia del hombre respecto de Dios. Esta idea, aunque se la reconozca nominalmente, no ocupa el mismo lugar predominante en la imaginación del industrial científico moderno que tenía en el primitivo labrador o pescador, para quienes las inundaciones o las tempestades significaban la muerte. A la mente típica moderna nada le interesa por sí, sino por lo que puede hacerse con el objeto considerado. Las características importantes de las cosas, desde este punto de vista, no son sus cualidades intrínsecas, sino sus usos. Todo es un instrumento. Si se pregunta lo que es un instrumento, la respuesta será que es un instrumento para la fabricación de instrumentos, que a su vez harán instrumentos aún más poderosos, y así sucesivamente hasta el infinito. Dicho psicológicamente, significa esto que el amor del poder ha desplazado a todos los demás impulsos que completaban la vida humana. El amor, el placer y la belleza tienen menos importancia para el industrial moderno que para los príncipes magnates de tiempos pasados. La manipulación y la explotación son las pasiones dominantes del industrial científico típico. El hombre corriente puede no compartir esta rigurosa concentración; pero por esa misma razón fracasa para conseguir arraigo en las fuentes del poder y deja el gobierno práctico del mundo a los fanáticos del mecanismo. El poder de producir cambios en el mundo, que es inherente a los directores de grandes negocios en los tiempos actuales, excede con mucho al poder que poseyeron nunca individuos de otras épocas. No podrán ordenar cortes de cabezas como Nerón o Gengis Khan; pero pueden decretar quién debe morir o quién debe hacerse rico; pueden alterar el curso de los ríos y disponer la caída de los Gobiernos, Toda la historia demuestra que el gran poder embriaga. Afortunadamente, los modernos poseedores del poder no se han percatado bien de lo mucho que podían hacer si se decidiesen. Pero cuando este conocimiento comience a iluminarles, cabe esperar una nueva era de la tiranía humana.