Capítulo VI
COMIENZOS DE LA TÉCNICA CIENTÍFICA

NO hay una separación definida entre la técnica científica y las artes y oficios tradicionales. La característica esencial de la técnica científica en la utilización de las fuerzas naturales por medios que no están al alcance de la mayoría, carente de la instrucción necesaria. Esto presupone un conjunto de deseos: los hombres necesitan alimento, descendencia, vestimenta, albergue, diversión y gloria. El hombre sin instrucción sólo puede alcanzar de un modo parcial estas cosas; el hombre equipado científicamente puede lograrlas con más amplitud. Comparemos el rey Ciro con un multimillonario moderno americano. Ciro fue quizá superior al magnate moderno en dos cosas: sus ropas eran más espléndidas, y sus mujeres, más numerosas. Al mismo tiempo, es probable que los vestidos de sus mujeres no fuesen tan lujosos como los de la mujer de un moderno magnate. Es inherente a la superioridad del moderno magnate el no estar obligado a vestir con ropa deslumbradora para que se sepa que es grande; los periódicos se encargan de esto. Supongo que ni una centésima parte de la gente que hoy conoce a una «estrella» de Hollywood sabía de la vida y milagros de Ciro en su época. Esta creciente posibilidad de gloria es debida a la técnica científica. En todos los demás objetos del deseo humano, que acabamos de enumerar, es evidente que la técnica moderna ha aumentado inmensamente el número de los que pueden gozar cierta cantidad de satisfacción. El número de personas que ahora poseen automóviles excede en mucho al número de personas que tenían lo bastante para comer hace ciento cincuenta años. Con la sanidad y la higiene, las naciones científicas han exterminado el tifus y multitud de otras plagas, que aún subsisten en el Oriente y antiguamente devastaban la Europa occidental. A juzgar por la conducta que se practica, uno de los deseos más ardientes de la raza humana, o, en todo caso, de sus partes más vigorosas, ha sido, hasta hace poco, el aumentar sus individuos. Comparemos la población europea en el año 1700 con la del presente día. La población de Inglaterra en 1700 era de unos cinco millones, y es ahora de unos cuarenta millones. La población de otros países europeos, con excepción de Francia, ha aumentado probablemente en la misma proporción. La población de la descendencia europea, en la actualidad, es de unos 725 millones. En el ínterin, otras razas se han multiplicado mucho menos. Bien es verdad que en esta cuestión se está verificando ahora un cambio en el mundo. Las razas más científicas no son las que más se desarrollan, y el aumento rápido está confinado a los países en que el gobierno es científico, mientras la población no es científica. Esto es debido, sin embargo, a causas recientes que consideraremos más adelante.

Los comienzos más remotos de la técnica científica pertenecen a los tiempos prehistóricos. Nada se sabe, por ejemplo, de cómo se originase el empleo del fuego, aunque la dificultad de procurarse fuego en tiempos antiguos hállese atestiguada por el cuidado con que se conservaban los fuegos sagrados en Roma y otras comunidades civilizadas primitivas. La agricultura es también prehistórica en su origen, aunque quizá no preceda en un período muy largo al amanecer de la historia. El hacer adquirir costumbres domésticas a los animales es cosa que principalmente acontece en el período prehistórico, aunque no exclusivamente en él; según opiniones autorizadas el caballo irrumpió en Asia occidental en los días de los sumerios, y dio la victoria militar a aquellos que lo utilizaron con preferencia al burro. En comarcas de clima seco, el comienzo de la escritura coincide prácticamente con el comienzo de la historia, ya que los escritos primitivos se conservan mucho más tiempo en Egipto y Babilonia que lo harían en una región menos calurosa. El avance subsiguiente en la técnica científica fue el trabajo de los metales, que cae enteramente dentro del período histórico. Es, sin duda alguna, por lo reciente de su invención por lo que el empleo del hierro es prohibido en ciertos pasajes de la Biblia para la construcción de los altares. Los caminos, desde los tiempos remotos hasta la caída de Napoleón, han sido principalmente construidos por razones militares. Eran esenciales para la coherencia de los grandes imperios; se hicieron importantes por primera vez, en este aspecto, en la época de los persas y fueron desarrollados en un grado máximo por los romanos. La Edad Media añadió la pólvora y la brújula, y muy al final, la invención de la imprenta.

Para quien está acostumbrado a la técnica complicada de la vida moderna puede no significar mucho todo esto; pero es ello, en realidad, lo que marca la diferencia entre el hombre primitivo y el mayor grado de civilización intelectual y artística. Estamos acostumbrados, en nuestros días, a protestar contra el imperio del maquinismo, y anhelamos ardientemente el retorno a días más sencillos. Pero esto no es nada nuevo. Lao-Tsé, que precedió a Confucio y vivió (si es que vivió) en el siglo VI antes de Jesucristo, es tan elocuente como Ruskin sobre el tema de la destrucción de la antigua belleza por las invenciones mecánicas modernas. Los caminos, los puentes y las embarcaciones lo llenaban de terror porque no eran cosas naturales. Hablaba de la música como los modernos intransigentes hablan del cinematógrafo. Encontraba el bullicio de la vida moderna fatal para la vida contemplativa. Cuando no pudo soportarla por más tiempo, abandonó China y desapareció entre los bárbaros del Oeste. Creía que los hombres debían vivir conforme a la naturaleza —opinión que asoma continuamente en el transcurso de las edades, aunque siempre con diferente matiz—. Rousseau también creía en el retorno a la naturaleza; pero ya no ponía reparos a los caminos, puentes y embarcaciones. Eran las cortes y los placeres adulterados de los ricos los que suscitaban su ira. El tipo de hombre que a Rousseau le pareciera una criatura sencilla de la naturaleza, hubiérale parecido a Lao-Tsé increíblemente diferente de lo que él denominaba «los hombres puros de la antigüedad». Lao-Tsé ponía reparos a la doma de caballos y a las artes de la alfarería y de la carpintería; a Rousseau, el carpintero le parecería el verdadero epítome del trabajo honesto. «El retorno a la naturaleza» significa, en la práctica, el retorno a aquellas condiciones a las que estaba acostumbrado el escritor en cuestión, durante su juventud. El retorno a la naturaleza, si se lo tomase en serio, supondría la muerte por inanición de un 90 por 100 de la población de las comarcas civilizadas. El industrialismo, tal como existe en el presente momento, tiene indudablemente grandes inconvenientes; pero éstos no pueden ser aliviados por un retorno al pasado, como no lo fueron las dificultades que sufrió China en época de Lao-Tsé, o Francia en tiempos de Rousseau.

La ciencia como conocimiento avanzó muy rápidamente durante todo el siglo XVII y el XVIII; pero sólo hacia finales del XVIII comenzó a influir en la técnica de la producción. Hubo menos cambio en los métodos de trabajo desde el antiguo Egipto hasta 1750 que desde 1750 hasta nuestros días. Ciertos avances fundamentales habían sido adquiridos lentamente: el lenguaje, el fuego, la escritura, la agricultura, la domesticación de los animales, el trabajo de los metales, la pólvora, la imprenta y el arte de gobernar un gran imperio desde un centro, aunque esto último no pudo alcanzar su presente perfección hasta que se inventó el telégrafo y la locomotora de vapor. Cada uno de estos progresos, por venir despacio, encajaba sin gran dificultad en el marco de la vida tradicional, y los hombres no se daban cuenta en ningún momento de la existencia de una revolución en sus hábitos diarios. Casi todas las cosas de que un hombre adulto podía hablar le habían sido familiares desde niño, y a su padre y abuelo antes que a él. Esto ejercía, sin duda, ciertos efectos buenos, que se han perdido con los rápidos progresos técnicos de los tiempos modernos. El poeta podía hablar de la vida contemporánea con palabras que se habían enriquecido a través del largo uso y se habían llenado de color a través de las emociones almacenadas de las épocas pasadas. Hoy día se ve obligado o a ignorar la vida contemporánea o a llenar sus poemas con palabras inadecuadas y malsonantes. Es posible, en poesía, escribir una epístola; pero es difícil hablar del teléfono; es posible oír los cantos de Lydia, pero no la radio; es posible cabalgar como el viento, sobre rápido corcel; pero es difícil, en cualquiera de los metros conocidos, ir mucho más de prisa que el viento en un automóvil. El poeta desea tener alas para volar hacia su amor, pero le resultará ridículo pensar así cuando recuerde que puede tomar un aeroplano en Croydon.

Los efectos estéticos de la ciencia han sido, de esta suerte, muy desacertados, y no, en mi opinión, debido a ninguna cualidad esencial de la ciencia, sino por el rápido cambio del medio en que el hombre moderno vive. En otros aspectos, sin embargo, los efectos de la ciencia han sido mucho más afortunados.

Es un hecho curioso que las dudas respecto al último valor metafísico del conocimiento científico no tienen relación alguna con su utilidad respecto a la técnica de la producción. El método científico está íntimamente ligado con la virtud social de la imparcialidad. Piaget, en su libro Juicio y razonamiento en el niño, sostiene que la facultad de razonar es un producto del sentido social. Todo niño, dice, comienza con un sueño de omnipotencia, en que todos los hechos están sometidos a sus deseos. Gradualmente, al contacto con los otros seres, se ve forzado a admitir que sus deseos pueden ser opuestos a los de los otros, y que sus deseos no son invariablemente árbitros de verdad. El razonamiento, según Piaget, desarrolla una especie de método para llegar a una verdad social con la que todo hombre puede estar conforme. Esta condición es de gran valor, a mi juicio, y realza un gran mérito del método científico, a saber: que tiende a evitar esas disputas enconadas que se suscitan cuando la emoción privada es considerada como prueba de la verdad. Piaget ignora otro aspecto del método científico, a saber: que proporciona poder sobre el medio ambiente, así como poder de adaptación a ese medio. Puede ser, por ejemplo, una ventaja el poder predecir el tiempo, y si un hombre acierta en este particular, mientras todos sus compañeros se equivocan, la ventaja, no obstante, sigue siendo de él, aunque una definición puramente social de la verdad nos impulsaría a considerarle equivocado. Es el éxito, en esta prueba práctica del poder sobre el medio ambiente o de adaptación a él, el que ha dado a la ciencia su prestigio. Los emperadores de la China protegían frecuentemente a los jesuitas de las persecuciones, porque éstos acertaban las fechas de los eclipses, mientras los astrónomos chinos se equivocaban. Toda la vida moderna está fundada en este éxito práctico de la ciencia; por lo menos, en lo que se refiere al mundo inanimado. Hasta ahora ha tenido menos éxito en las aplicaciones directas al hombre, y aún tropieza con la oposición derivada de las creencias tradicionales; pero no puede dudarse de que, si nuestra civilización sobrevive, los hombres serán pronto mirados desde un punto de vista científico. Esto ejercerá un gran efecto en la educación y en la ley penal, y quizá también en la vida familiar. Tales desarrollos, sin embargo, pertenecen al porvenir.

La novedad esencial de la técnica científica es la utilización de las fuerzas naturales por caminos que no son evidentes para la observación no educada y que han sido, por el contrario, descubiertos por una investigación deliberada. El empleo del vapor, que fue uno de los primeros pasos en la técnica moderna, está en la línea límite, ya que todo el mundo puede observar la fuerza del vapor en una cacerola, como la tradición supone que la observó James Watt. El uso de la electricidad es mucho más científico. El empleo de la potencia de agua en un molino de modelo antiguo es precientífico, porque todo el mecanismo entra por los ojos para un observador no entrenado. Pero el moderno empleo de la energía del agua por medio de turbina es científico, ya que el proceso correspondiente constituye una sorpresa para la persona sin conocimiento científico. Desde luego, la línea de separación entre la técnica científica y la tradicional no es muy definida, y nadie puede decir exactamente en dónde concluye la una y comienza la otra. Los agricultores primitivos utilizaban los cuerpos humanos como abono y conceptuaban como mágico su beneficioso efecto. Este período era determinadamente precientífico. El empleo de los abonos naturales, que le sucedió y ha permanecido en uso hasta nuestros días, es científico si está regulado por un cuidadoso estudio de la química orgánica, y no es científico si procede al capricho. La utilización de los nitratos artificiales, que ha necesitado un proceso químico, que sólo se encontró después de largas pesquisas por hábiles químicos, es, sin vacilación y muy definidamente, científica.

La característica esencial de la técnica científica es que procede del experimento y no de la tradición. El hábito experimental de la inteligencia es difícil de conservar para la mayoría de la gente; en realidad, la ciencia de una generación se transforma en tradición para la siguiente; y existen aún extensos campos, especialmente el de la religión, en los que apenas ha penetrado el espíritu, experimental. Esto no obstante, es éste el espíritu característico de los tiempos modernos, como contraste con todas las edades primitivas; y es por causa de este espíritu por lo que el poder del hombre, en relación con su medio ambiente, se ha hecho, durante los últimos ciento cincuenta años, inconmensurablemente mayor que lo fue en la civilización del pasado.