Era extraña la expresión del rostro de Fraser cuando salió de la habitación. Y el silencio que siguió no fue menos extraño. Tenía mucho de cosa terminada. Y parecía que lo que había terminado se concentraba allí donde la mirada de John reposaba en la nada. Parecía que ese final y esa nada se unían y creaban una mezcla. Y proseguía el silencio. Vanning tenía la pistola apuntada hacia el rostro de John; la pistola, que era un peso en su mano; la pistola, que parecía ir aumentando de peso a cada segundo que transcurría en aquel tétrico silencio.
Y proseguía el silencio. Finalmente, John comentó:
—No lo entiendo. Lo he intentado, pero no logro entender esto.
—Bebería un poco de agua —anunció Vanning.
—Tengo limonada en la nevera —dijo Martha.
Se dirigió a la cocinilla. Se afanó con la jarra y los vasos. Por unos instantes, Vanning se olvidó completamente de John y, aunque sus ojos dibujaban una línea recta entre John y él, vio a Martha en la cocinilla, la vio andando por la calle. La vio en un pequeño restaurante, la vio en el metro y caminando por el parque. Y estaba sola, todo el tiempo sola. En aquel rincón que ella llamaba hogar, estaba sola. Noche tras noche, estaba sola. La vio sentada en una silla en la misma habitación, ella sola, y luego se vio a sí mismo avanzando por el arroyo en la negrura de los bosques junto a Denver, y se vio a sí mismo abriéndose paso por el bosque, y oyó su propia habla silenciosa, y se dijo que tenía miedo de la cartera.
De alguna manera, un vaso de limonada llegó a su mano. Bebió, y no tenía ningún sabor. Un gran árbol, más oscuro que la oscuridad del bosque, mucho más oscuro que el firmamento, se alzaba frente a él. Se movía deprisa y, a fin de esquivar el tronco del árbol, tuvo que echarse rápidamente a un lado. Pudo ver un pedazo de luna cuando el árbol dejó de estar ante él. No veía el resto de la luna porque algunas nubes la ocultaban. Hubo un destello de blanco, luego negro, luego otra vez blanco, y las nubes y el pedazo de luna se fundieron y adquirieron una tonalidad carnosa, y la imagen se solidificó como el rostro de John. John estaba bebiéndose un vaso de limonada.
Martha estaba hablando:
—Tengo algo de whisky escocés por aquí, si a alguien le apetece.
—A mí, no —rechazó John—. Tengo que ir acostumbrándome a la idea de que, para mí, se han acabado los licores.
Martha anduvo de un lado a otro sin ningún motivo preciso. Se detuvo ante la puerta cerrada que separaba su pequeño apartamento del resto de la casa. Suave y lentamente, pasó las palmas de sus manos sobre la blanca puerta, muy blanca de tan limpia, y dijo:
—Ya lleva mucho tiempo fuera.
—No habría debido salir él solo —observó Vanning.
John sacudió la cabeza.
—No habría debido salir, sencillamente.
—Una esposa y tres hijos… —dijo Vanning, recordando de pronto su primer encuentro con Fraser.
John frunció el entrecejo.
—¿Cómo lo sabes?
Vanning no respondió, porque en un solo y confuso instante había olvidado cuál era la pregunta y, además, estaba demasiado ocupado sorteando otro árbol. Este era un árbol gigantesco, con ramas que se abrían a los lados y se aferraban frenéticamente al cielo vacío como los tentáculos de un pulpo desinflado, y unos pasos más adelante había una escarpadura y Vanning cayó en ella, se levantó y salió, pasó junto a la enorme roca y el sonido del cuero rozando piedra resonó claramente en su palpitante cerebro. El cuero era la cartera, de modo que aquel árbol en particular y aquella roca concreta carecían de importancia, porque entonces aún conservaba la cartera.
Martha de nuevo andaba arriba y abajo.
—Tengo un teléfono —anunció—. Quizá podríamos hacer una llamada…
—Mejor que no —objetó Vanning—. Fraser ya habría llamado si hubiera hecho falta. Supongo que no quería desperdiciar la ocasión de atraparlos. Asustados por la llegada de la policía, hubieran huido. Vale más que no nos precipitemos. Fraser sabe lo que está haciendo.
—¿Qué pretende conseguir ahora? —preguntó John—. Sam y Pete ya no cuentan para nada.
—Todo cuenta —respondió Vanning—. El caso pertenece a Fraser, y quiere obtener todas las respuestas esta misma noche.
—¿Todas las respuestas?
—Todas.
—Salvo una —objetó—. Hay una respuesta que no conseguirá, a menos que pierdas la cordura de pronto. Te digo que si sigues así vas a salirte con la tuya. Y si le haces caso, ¿qué sacarás? ¿Una medalla al mérito? Suma dos y dos y convéncete tú mismo. Un policía es un policía, y Fraser no va a hacerle ningún favor a nadie. Y si piensas que no le tiene echado el ojo a esa pasta…
—Corta ya —le interrumpió Vanning—. Estás muy equivocado.
—Ah, ¿sí? Tú eres nuevo en esto. Quizá te convendría escuchar a un veterano. No digo que Fraser vaya con malas mañas. Lo que afirmo es que ha pensado más de una vez en el dinero de la recompensa, y, créeme, la recompensa tiene que ser sustanciosa. Quizá no sea un mal tipo, y quizá le guste echar una mano a la gente de vez en cuando, pero puedes apostar tu dulce vida a que Fraser es lo primero.
—Y por eso se ha ido —dijo Vanning con sarcasmo—. Por eso me ha puesto una pistola en la mano.
—¿Es que no ves lo que pretende?
—Veo que tengo una pistola en la mano. Veo que Fraser ha intentado jugar limpio conmigo.
—Y yo veo que Fraser te ha tomado por bobo —le contradijo John—. Sí, seguro: te ha puesto una pistola en la mano. Seguro, se ha ido y te ha dejado a cargo de la clase. Tú eres el chico bueno, la fidelidad en persona, leal hasta el fin. Y cuando Fraser vuelva, si es que vuelve, seguirás siendo el chico bueno y le devolverás la pistola como un chico bueno. Y entonces Fraser te detendrá y tú irás a la cárcel. Como un chico bueno.
—¿Qué pasa, John? ¿Estás tratando de meterme ideas en la cabeza?
—Estoy tratando de aclarar algunos puntos —respondió John—. Si captas el mensaje, bien. Pero no lo captarás. Porque te gusta la idea de ser el paniaguado de Fraser. Es más fácil así. Pero cuando veas los barrotes ante tu cara, recordarás lo que te he dicho. Y te odiarás a ti mismo por desaprovechar la hermosa oportunidad que te fue servida en bandeja de plata.
—Ahórrate la propaganda —contestó Vanning—. Hoy no comprendo nada.
John miró a Martha y le dijo:
—Quizá tú puedas vendérselo.
—Es capaz de pensar por sí mismo —observó Martha.
John se volvió de nuevo hacia Vanning. La expresión de John era solemne, y su voz tenía un tono de tristeza cuando habló:
—Estoy viéndolo como si ya hubiera ocurrido. Al final te entró miedo y les dijiste dónde podían encontrar el dinero. Así que hablaron con Denver, y Denver se hizo con la pasta y la devolvió a Seattle. Y todo el mundo quedó muy satisfecho, y todo el mundo se moría de risa. Pero había una cuestión por resolver. Ya comprendes: aún así tenían que llevarte a juicio. Era muy lamentable, una auténtica vergüenza, pero, aunque habías devuelto el dinero, tuvieron que meterte en la cárcel porque, después de todo, estabas implicado en el robo, habías puesto tus manos en la pasta y la habías escondido. Era una lástima, pero, aunque el dinero volvía a estar en la caja fuerte, hasta el último centavo, no les quedaba más remedio que condenarte a unos añitos. Y cuando digo unos añitos te estoy concediendo el beneficio de la duda, de una inmensa duda.
—Suena muy bien —comentó Vanning—. Pero no significa nada, porque no sé dónde está el dinero.
John dejó escapar un profundo suspiro. Se volvió hacia Martha y le dijo:
—Con la mano en el corazón, estoy empezando a creer que lo dice en serio. —Luego su cabeza dio un giro brusco y mecánico y sus ojos se clavaron en Vanning—. Si no sabes dónde está esa pasta, si verdadera y honradamente no lo sabes, entonces te pido que me hagas un pequeño favor. Dime una cosa. Tienes la pistola en la mano. Tienes la puerta ante ti. Dime: ¿qué estás haciendo aquí?
Vanning combinó una sonrisa y un encogimiento de hombros.
—Estoy intentando portarme como un buen chico.
John respondió algo, pero Vanning no se enteró, porque Vanning estaba moviéndose colina abajo por la espesura, hacia donde ya no había árboles y la luna rociaba de perlas el terciopelo azabache de las rocas cubiertas de musgo, y una de las rocas se hizo transparente, y por debajo de su cristalina sustancia apareció una escena, una escena que mostraba a Fraser bajando por una escalera. Todo se volvió de dentro afuera, y el cráneo de Fraser se hizo transparente: el interior del cerebro de Fraser albergaba el plan de salir por la parte de atrás, recorrer el callejón y deslizarse subrepticiamente hasta la calle Barrow. Su idea era que los dos hombres esperaban al otro lado de la calle parapetados en un árbol, detrás o dentro de un coche o metidos en algún portal. El comprender esto desencadenó un relámpago que contenía todos los colores, y que destelló una y otra vez, para luego elevarse y situarse en un punto de observación desde el que se veía a Fraser muy abajo. A Fraser caminando solo por la calle a oscuras.
—Me desagrada mucho pensar en Fraser. Él sólo ahí afuera… —comentó Vanning.
John sonrió como un viejo zorro.
—Lo sabía. Llegó el momento.
Vanning le hizo un gesto a Martha para que se le acercara y le dijo:
—Toma la pistola.
Ella no se movió.
—Temo que no te entiendo.
—Voy a salir —explicó Vanning.
—Para no volver —añadió John—. Se irá mientras las cosas aún están a su favor. No es tan tonto, después de todo. —Luego, al dirigirse a Vanning, su voz cambió de tono—. Ya que estás en ello, podrías darme una oportunidad a mí también. No te molestaré más. Lo único que quiero ahora es desaparecer.
—No insistas —respondió Vanning—. Tú te quedas.
De nuevo le hizo un gesto a Martha, sus ojos clavados en John, pero Martha permaneció donde estaba.
La voz de Vanning se convirtió casi en un susurro:
—Quiero que cojas la pistola, Martha. Quiero que apuntes a John. Yo saldré a la calle. Decide tú misma. Puedes pensar lo que quieras. Si crees en la palabra de John, me largo y no me verás nunca más.
Ella respiraba pesadamente.
—¿Y si creo en tu palabra?
—Voy a ver qué puedo hacer por Fraser.
John alzó la vista al techo mientras cruzaba las piernas y se sujetaba una rodilla con ambas manos.
—¡Esto se lleva la palma! —exclamó—. Es lo mejor que he oído nunca.
Vanning se mordió el labio.
—Lo siento, Martha. Me disgusta horrores dejarte en esta situación, y hay mil probabilidades contra una de que John esté en lo cierto. Quiero decir, viendo las cosas superficialmente. Ya sé que esto te inquieta…
—No es esto lo que me inquieta. —Había indignación femenina en la voz de Martha—. No me gusta que salgas desarmado. Lo único que tienes son tus manos. ¿Qué pretendes hacer? ¿Demostrarme que eres muy valiente?
—Seguro —contestó Vanning—. Y también dar saltos mortales. Ven, toma la pistola.
Martha se movió hacia la pistola, y John se golpeó la palma del puño y comentó:
—Cierro la tienda. Estoy quedándome atrasado. ¿Pues no le ha vendido todo el cargamento?
La pistola que sostenía Martha apuntó al pecho de John, y Vanning contempló la escena un par de segundos antes de dirigirse hacia la puerta.
—Mantenla así —le recomendó—. No hará nada. No harás nada, ¿verdad, John? Mira lo nerviosa que es. Si estornudas, apretará el gatillo.
—¿Es eso lo único que hay que hacer? —preguntó Martha—. ¿Apretar el gatillo?
—Eso es todo —respondió Vanning. Tenía la mano en el tirador de la puerta—. Bueno, adiós.
John miró a Vanning y asintió lentamente, enfáticamente.
—Adiós es la palabra.
La puerta se abrió y se cerró con un golpe mientras Vanning corría por el rellano hacia las escaleras. La luz de la luna en el bosque negro iluminó otra roca sobre la cual Vanning se había recostado unos instantes para recobrar el aliento, pero su mano no tocaba la roca porque la cartera estaba allí, entre su mano y la roca. Así que aquella roca en particular tampoco importaba. Más allá de la roca, moviéndose hacia Vanning, avanzaba una procesión de arbolillos, tan rectos que parecía que alguien hubiera intentado crear una huerta en medio del bosque. Su bien ordenada disposición contrastaba con el resto del bosque como unos disciplinados soldados en medio de una muchedumbre alborotada. La claridad de la luna parecía seleccionarlos especialmente para honrarlos. Mientras Vanning seguía avanzando, pasaron ante él en correcta formación. Y entonces, cuando Vanning llegaba al rellano del segundo piso, sonó un disparo.