4.

Luego consiguió la proeza de dormir tres noches seguidas de un tirón. Además, ansiaba compañía. Había que celebrar ambas cosas. Como en épocas ancestrales, organizó la noche del sábado en grupo desde la bañera. Gerd se alegró muchísimo y aceptó de inmediato, aunque él y Romy ya tenían entradas para un concierto de soul en el club Porgy & Bess.

Judith: —¿Romy?

Gerd: —Sí, Romy. Llevamos trece días.

Judith: —¡Si llegáis a quince, tienes que traerla sin falta!

Ilse, Roland, Lara, Valentin: todos tenían planes para el sábado, pero ni por asomo ninguno tan bueno como ir a comer estofado de venado a casa de la por lo visto restablecida y entusiasta Judith. Ésos sí que eran amigos, gente a la que ella le caía francamente bien, siempre dispuestos a celebrar su reincorporación a la maravillosa banalidad de la rutina de los fines de semana. Al día siguiente, también aceptó la invitación Nina, la hija de la casa de música König. (Puede que Gerd ya estuviese de nuevo sin pareja).

Y luego, en su euforia, a Judith le asaltó una idea absurda, de la que apenas unos días antes jamás se habría creído capaz. Pero la carta lo había cambiado todo. El mero hecho de que no le pareciera impensable dejar entrar a Hannes en su piso la estimulaba. Era una demostración de audacia, le devolvía una buena dosis de autoestima, algo en lo que le urgía ponerse al día.

«Mi mayor anhelo, el deseo de mi vida, es que podamos llegar a ser amigos», había escrito él con su inimitable estilo patético. Pues bien, había pasado la ocasión, habían ocurrido demasiadas cosas desagradables para eso. Pero ¿por qué no tener ese pequeño gesto de conciliación? ¿Por qué no demostrar a sus amigos más íntimos que de nuevo era capaz de superarse a sí misma?

En pocos días, su sombra se había reducido a un nivel razonable, ya no la acosaba, no le infundía miedo, no la controlaba, no la llevaba por caminos equivocados, al borde del abismo. ¿Estaba definitivamente curada de su tonta enfermedad, debilidad, crisis o como se llamara lo que le «fallaba» en la cabeza? Ardía en deseos de aportar la prueba.

Y para eso necesitaba algo: lo necesitaba a él.

«Hola, Hannes, he invitado a unos amigos a cenar a casa el sábado. Gerd con su nueva novia, Lara y Valentin, Ilse, Roland y Nina, una compañera de negocios. Si te apetece, puedes pasarte». No, cambió la tercera frase de su mensaje: «Si aún no tienes plan, puedes venir». Luego añadió: «Hay estofado de venado. Empieza sobre las ocho». (Los amigos estaban invitados para las siete). Y también: «Un cordial saludo, Judith».

No tres minutos, sino tres horas después, llegó una respuesta breve y sobria que daba gusto: «Hola Judith, muy amable. Será un placer ir. Hasta el sábado sobre las ocho. Un saludo, Hannes».