2.

El domingo por la tarde, los Winninger (Lukas y «familia») estaban invitados a tomar café a casa de Judith. Por motivos de organización, lamentablemente la merienda tuvo que trasladarse a la sala de recepción de visitas de la clínica psiquiátrica, también llamada cafetería. Sibylle y Viktor, los niños, no vinieron. Es probable que quisieran ahorrarles la visión de la loca tía Judith y sus compañeros de infortunio.

Lukas y Antonia estaban sentados uno al lado del otro, muy atildados, como una parejita de gemelos idénticos a la espera de las puntuaciones de los jueces de patinaje sobre hielo. Contaron divertidísimas historias de la provincia, dieron a la paciente cordiales saludos y los mejores deseos de mejoría de parte de todas las personas a las que ella había visto por lo menos una vez en su vida y, con mucho tacto, le hicieron preguntas que rondaban el delicado tema de la «psicosis».

Cuando la charla se acercaba a su fin, Judith logró alcanzar mínimamente su equilibrio interior, con seguridad inducido por los medicamentos, y le preguntó a Lukas en un marcado tono casual:

—¿Has sabido algo de Hannes?

—Sí —respondió inesperadamente Antonia, hasta ella misma parecía sorprendida con su confesión.

De pronto, Judith supo por qué esta vez Antonia había venido también a la ciudad y por qué Lukas no parecía el mismo que le había prometido estar a su lado siempre que ella lo necesitara.

—Es que no queríamos decírtelo por teléfono, Judy —se disculpó Lukas.

Judith: —¡Ah, qué considerados! ¡Mejor en el psiquiátrico!

Antonia: —Él vino a verme hace una semana.

Judith: —¿A ti?

Antonia: —Sí, yo también me quedé atónita, pero de repente estaba a la puerta.

Judith: —Siempre igual.

Antonia: —¡No, siempre igual no! —hizo una pausa forzada y continuó hablando en voz baja—: Judith, nosotras dos, tú y yo, no nos conocemos mucho.

Judith: —Así es —replicó Judith esforzándose por parecer neutral, y se contuvo para no lanzarle a Lukas la mirada de reojo que se merecía desde hacía rato.

Antonia: —Puede que sea la perspectiva de alguien ajeno…

Judith: —Ya sé a qué te refieres. ¡Anda, dilo, suéltalo ya!

Antonia: —¡Judith, no debes tenerle miedo a ese hombre nunca más, nunca, nunca más!

Judith: —¿Ése es el recado que te pidió que me dieras?

E hizo como si a duras penas lograra reprimir un bostezo.

Antonia: —No, Judith, ésa es la esencia de nuestra conversación. Es mi plena convicción. Esas cosas se saben, se ven, se sienten. Te lo digo como…

Judith: —Como alguien ajeno.

—¡Judy! —ahora le tocaba hablar a Lukas. Le tomó la mano izquierda con admirable parsimonia y delicadeza como si hubiese estado ensayando la escena frente al espejo. De hecho fue un poco decepcionante que Antonia no dejara traslucir destellos de celos—. Judy, queremos ayudarte a desmontar tu imagen del enemigo. Hay que acabar con eso de una vez. Te desmoraliza. Te entristece. Te agota. Es más, te enferma.

—Y se basa en un error, en una visión totalmente equivocada de la situación —remató Antonia.

Por fin parecían gemelos idénticos también en su retórica.

Hermanita: —Judith, Hannes no quiere hacerte nada malo.

Hermanito: —De verdad que no, al contrario.

Hermanita: —Él haría lo que sea para que te mejores.

—¡Un momento! —protestó Judith. Por fin su voz recobraba la fuerza—. ¿Y de dónde ha sacado él que estoy mal?

Lukas: —Judy, hace tiempo que es imposible no verlo. Todos lo sabemos. Lo sufre Ali, Hedi, tu familia. Lo sufren todos tus amigos, todas las personas a las que les importas.

—Pero yo a Hannes no quiero importarle. ¡Porque-él-definitivamente-no-es-mi-novio! —bien, ahora ya lo sabía hasta la enfermera de los dientes torcidos—. Y nunca lo será, por muchos suplicantes e intercesores que me envíe incluso a la cama del hospital —y quitándole la mano a Lukas, añadió—: Qué pena que ahora tú también seas uno de sus agentes de relaciones públicas. Pensaba que al menos TÚ estabas de mi lado.

Judith rozó a Antonia con una mirada fugaz.

Lukas: —Yo ESTOY de tu lado, Judy. Porque aquí hay un solo lado. No hay lado contrario. Trata de comprenderlo de una vez, por favor. ¡Sólo así saldrás de este lío!

—Vale, vale, vale. ¿Se ha acabado la sesión de terapia? —preguntó Judith, y forzó una sonrisa.

La enfermera parecía haber estado esperando aquella señal.

—Con esto se ha acabado —dijo tocándose la muñeca a falta de reloj de pulsera.

—Judy —dijo Lukas—, si quieres, vuelvo mañana y lo hablamos tranquilos.

Él le cogió la mano otra vez, lo cual era bueno, a pesar o a causa de Antonia.

—Gracias, de verdad que no es necesario, creo que lo he entendido —replicó Judith lo más amable que pudo—. ¡Pero me alegro de que hayáis venido!

Sin inyecciones y pastillas no habría sido capaz de articular esa frase.

—Llámame cuando te apetezca —dijo Lukas—. Siempre estoy para ti.

Antonia asintió con la cabeza, para dar el visto bueno a sus palabras. Luego hubo cuatro besos en las mejillas de Judith, dos cálidos y dos fríos.