7.

—Una cosa está clara, señora Judith, el señor Hannes le ha mentido —dijo Basti.

Para la reunión posterior fueron a la fonda Raab, popular punto de encuentro de bomberos, con autoservicio en los grifos de cerveza, sobre los cuales habían estimado conveniente poner un letrero que decía «Entrenamiento avanzado de bomberos». El problema era que ahora todo dependía de las palabras de Basti, y había que sacárselas con sacacorchos de una en una. Le había abierto una mujer de unos sesenta o setenta años, que no era inválida ni tenía hijos pequeños, al menos allí no había ninguno.

—¿Qué aspecto tenía?

Basti: —Bastante normal. Pero al principio no quería dejarme entrar.

—¿Por qué no?

Basti: —Porque ha dicho que su yerno no estaba en casa.

—¿Yerno?

Basti: —Sí, así es.

—¿Le has preguntado cómo se llamaba?

Basti: —No. Pero es nuestro señor Hannes.

—¿Cómo lo sabes?

Basti: —Porque ha dicho: mi yerno Hannes no está en casa.

—¡Impresionante! ¿Y qué más ha dicho?

Basti: —No mucho más.

—¡Venga, Basti, haz un esfuerzo! ¿Qué ha pasado luego?

Basti: —Al final me ha dejado entrar. Y lo he mirado todo.

—¿Y?

Basti: —En cuanto a la protección contra incendios, todo estaba bien, sólo el acceso a la pasarela del techo…

—¿Y el resto?

Basti: —También. Es un piso bastante bonito. Todo ordenado. Limpio. Bien cuidado. Normal, vamos.

Judith y Bianca se miraron y se encogieron de hombros.

Basti: —El señor Hannes lleva doce años viviendo allí. Y el piso de al lado, o sea, su verdadero piso, el número 22, que siempre está a oscuras, también es de él, allí vivía antes.

—¿Cómo lo sabes?

Basti: —Porque me lo ha dicho ella.

—¿Y qué más ha dicho? ¿Qué pasa con su hija?

Basti: —De eso no ha dicho nada. Pero se llama Bella.

—¿Cómo lo sabes?

Basti: —Porque lo pone en la carta que está en la pizarra del vestíbulo: Para Bella, mi ángel en la tierra, o algo por el estilo. Y abajo: Con amor eterno, Hannes, creo, amor o fidelidad, una de dos.

—¡Qué fuerte! —dijo Bianca.

Judith: —¡Qué contenta se pondrá mamá cuando se entere!

Basti: —Y al lado había fotos. Y por encima también. Toda la pizarra estaba llena de fotos de esa tal Bella.

—¿Cómo es?

Basti: —Muy joven y bastante guapa, pero muy delgada, más bien rubia y, no sé cómo decirlo, pues como eran antes las mujeres.

—Nada sexy, vamos —tradujo Bianca.

Basti: —Y en un par de fotos no sólo estaba esa mujer, sino también Hannes. Nuestro señor Hannes, sólo que veinte o, como mínimo, diez años más joven.

—Increíble —dijo Judith—. ¿Y qué ha sido de esa tal Bella?

Basti: —Eso no me lo ha dicho.

Bianca: —¿Por qué no se lo has preguntado?

Basti: —Porque, a ver, ¿qué le importa eso a un bombero?

Bianca: —Quizá haya muerto.

Basti: —No lo creo.

—¿Por qué?

Basti: —Porque yo más bien creo que estaba allí, en la habitación de la puerta cerrada, donde la vieja no me ha dejado entrar, aunque le he dicho que también había que inspeccionarla, por la protección contra incendios, pero ella se ha negado.

—Qué fuerte —dijo Bianca.

Basti: —Y además es justo la habitación que desde la calle está en el cubo número seis. El que está siempre iluminado, incluso de noche.