6.

Durante cinco días, debido a sus supuestos problemas psíquicos, Judith tuvo que hacer como si nada hubiera pasado. Ésa fue, junto con la recuperación de matemáticas en séptimo curso, la tarea más difícil de su vida, y su consecución, quizá, la mayor de sus hazañas.

El veinte de diciembre, Hannes se dedicó todo el día a hacer citas y gestiones navideñas. Mamá estaba obligada a quedarse en la tienda de lámparas a partir del mediodía, porque Bianca tenía que ir urgente al ginecólogo, cosa que no se le puede prohibir a una aprendiza por más que se quiera, y menos faltando cuatro días para Navidad.

En realidad, Bianca y el bombero Basti, vestido de uniforme, recogieron a Judith sobre la una de la tarde, en medio de una fuerte nevada, para visitar juntos el edificio número 14 de la Nisslgasse.

—Mire, jefa —dijo Bianca, desde el asiento del acompañante del coche aparcado—, en la cuarta fila empezando por abajo hay dos cubos iluminados, el quinto con una luz suave y el sexto con una luz fuerte. Tal como siempre lo hemos visto.

Bianca se quedó en el coche vigilando la entrada para avisar por el móvil si aparecía Hannes. Basti abrió el portal en pocos segundos. Subió por el ascensor hasta el cuarto piso y llamó a la puerta número 21. Judith estaba en la escalera, unos escalones más abajo, a la escucha de lo que pasaba. Tres veces sonó el timbre, una vez murmuró él:

—No hay nadie.

Por lo visto, luego alguien abrió la puerta. Basti gruñó algo de «protección contra incendios, control, vías de evacuación, rutina, no dura mucho». Tras una pausa interminable, la puerta se cerró. Judith esperó unos instantes para asegurarse de que Basti estaba en el piso. Después bajó las escaleras a saltitos y fue corriendo a reunirse con Bianca en el coche.

—¿Quiere? —preguntó la aprendiza, y le ofreció a Judith un lápiz de labios que olía a fresas silvestres—. Va superbien para los nervios.

Basti volvió unos cinco minutos después. Tenía la boca más abierta de lo habitual.