La tarde del quince de diciembre, sin el control de Hannes —que estaba trabajando en el extranjero—, Bianca la llevó lejos, a la pastelería Aida, en la Thaliastraße. Basti, que resplandecía particularmente pelirrojo bajo la intensa luz de las bombillas, ya las esperaba y hacía girar nervioso la minúscula bolita plateada del labio.
—Se ha confirmado su sospecha —dijo Bianca, que en pocas semanas se había convertido en candidata al papel de una nueva comisaria de la serie Tatort.
Él asintió con la cabeza, y lo hizo con la boca ostensiblemente abierta, un indicio seguro de que le había cedido la palabra a su novia, sin resistencia y tal vez para siempre.
—¿Recuerda usted lo que le conté en la clínica sobre los cubos luminosos, jefa? —preguntó Bianca. Sin esperar una respuesta, continuó—: Pues cuando ya está oscuro y el señor Hannes llega a casa, siempre se iluminan los cinco cubos uno encima del otro, eso quiere decir que ha encendido las luces del pasillo, tal como hacen todos los demás cuando vuelven a casa. Pero nunca se iluminan los dos cubos, el siete y el ocho, del cuarto piso, porque él no enciende la luz cuando llega a su piso. ¿Se acuerda?
Judith: —Sí, es sospechoso.
Bianca: —¡Y ahora preste atención!
Judith: —Sí.
Bianca: —Ya sabemos por qué no enciende la luz.
Judith: —¿Por qué?
Bianca: —¿No lo adivina?
Judith: —No quiero adivinar nada, Bianca, ¡por favor!
—Dilo de una vez —refunfuñó Basti.
Bianca: —No enciende la luz porque no entra en su piso, es que no vive en su piso ni de coña.
—¿Por qué no?
—Es un poco largo de contar.
—¡Bianca, me sacas de quicio!
Bianca: —Como el Basti miraba los cubos siete y ocho, y no se iluminaban ni de lejos, notó que el cubo de al lado, el seis, siempre estaba iluminado, ¿no, Basti?
Él asintió con la cabeza.
Bianca: —Y el cubo cinco, o sea, otro más a la izquierda, también estaba iluminado, pero no tanto, porque casi siempre se iluminaba con el seis, porque probablemente la lámpara estaba en el seis.
Judith: —Ya, ¿y?
Bianca: —Siempre que el señor Hannes entraba en la casa…
Judith: —Sí, las luces del pasillo, ya lo sabemos. ¡Haz el favor de ir al grano!
—¡No sea tan impaciente que me quita toda la diversión! —se quejó la aprendiza.
—Anda, dilo ya —gruñó Basti.
Bianca: —Pues un día al Basti le llamó la atención que de pronto el cubo cinco se iluminó más que antes, justo después de que el señor Hannes volviera a casa. Al principio, desde luego, creyó que era una supercasualidad. Pero cada vez que…
Judith: —Que Hannes volvía a casa…
Bianca: —Eso es, jefa. De pronto el cubo cinco se iluminaba más. Y fijo que era porque alguien había encendido la luz en el cubo cinco. Y ese alguien sólo podía ser una persona.
—El señor Hannes —refunfuñó Basti.
Bianca: —Emocionante, ¿no? Y eso sólo puede querer decir que el señor Hannes no vive en su piso. Y si es que vive en algún sitio, vive en la casa de al lado.
—Nisslgasse 14 —murmuró Basti.
Bianca: —Y si vive solo, no ahorra nada de energía, todo lo contrario, porque deja todo el día encendida la luz del cubo seis.
Judith: —Así que quizá no vive…
Bianca: —¡Solo! Guay, jefa, igualito pensamos el Basti y yo.
—Y quizá…
Bianca: —Así es, jefa.
—La viuda inválida de los plátanos —refunfuñó Basti, e hizo girar la bolita plateada.