A finales de noviembre tuvo su temida cita de revisión con Jessica Reimann. Mamá la acompañó, pero eso no iba a empeorar más las cosas. Judith había metido en el bolso artículos de tocador, cosméticos, un par de camisones y camisetas. Contaba con que la dejarían en la clínica en el acto. En todo caso, no le apetecía pintar su situación mejor de lo que era, aun cuando Reimann se habría merecido un aspecto distinto del que ella le ofrecería en pocos instantes.
—Hola, ¿cómo está usted? —preguntó la doctora.
—Mentalmente enferma, gracias —respondió Judith.
Reimann se echó a reír, pero esta vez la diversión sólo era aparente. Le preguntó a Judith de qué tenía miedo que temblaba así.
Judith: —De momento de usted.
Reimann: —Sé muy bien cómo se siente, querida. ¡Usted sí que se abandona!
Judith: —Lo sé, pero no puedo evitarlo. Lo mejor será que vuelva a ingresarme en la clínica.
Reimann: —No, no, eso no nos va a hacer adelantar ahora. ¡Propongo que nos pongamos a trabajar de una buena vez!
Una vez que le tomaron el pulso, la auscultaron y le iluminaron por debajo de los párpados, Judith tuvo que describir sus estados de somnolencia y semiinconsciencia de las últimas semanas, y para colmo de manera cíclica, por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche: una empresa harto agotadora, porque en realidad para ello necesitaba las palabras que le faltaban desde hacía tiempo. Como recompensa, Reimann interrumpió de golpe dos de los medicamentos y redujo a la mitad la dosis de los otros, incluyendo su pastilla blanca predilecta.
—Echo en falta en usted el espíritu combativo —dijo la psiquiatra alarmada, y le estrechó la mano con fuerza—. Debe usted rebelarse. Su salud es pura disciplina mental. Tiene que pensar y trabajar en usted misma, no reprimir. Tiene que llegar al meollo de su problema.
Judith: —Yo ya no tengo ningún problema, yo SOY el problema.
No debería haber dicho eso, ahora Reimann estaba ofendida.
—Si hasta los pacientes como usted se dan por vencidos, valdría más que cerráramos. ¿Cómo vamos a ayudar a los que de verdad están gravemente enfermos?
—¿O sea que usted no cree que yo esté gravemente enferma? —preguntó Judith.
—Sólo veo que parece querer enfermarse a toda costa y por lo tanto lleva camino de hacerlo —replicó Reimann—. ¡Y A MÍ me enferma tener que ver eso!