El primer rayo deslumbrante de esperanza en la natural opacidad de su existencia de paciente fue Bianca.
—Irradias vida, chica —elogió Judith con el tono de una bisabuela en su lecho de muerte.
—La verdad que usted no, jefa —repuso Bianca—. Parece hecha polvo. Me parece que debería tomar aire fresco superurgente. Y luego ir a la peluquería.
A pesar de todo, Judith no envidiaba en absoluto a su aprendiza, porque mamá se ocupaba de la tienda durante su ausencia.
—¿Lo tienes muy difícil con ella? —preguntó Judith.
—Qué va, para nada —dijo Bianca—. Si su madre es muy parecida a usted en muchas cosas.
—Otro cumplido como ése y puedes irte de aquí ahora mismo.
Más tarde salió el tema de Hannes.
—Es que al Basti y a mí nos ha llamado la atención una cosa —dijo Bianca.
—No, Bianca —replicó Judith—, no quiero seguir con eso. Dejad ya de vigilarlo, por favor, es muy injusto.
Judith le contó que había sido Hannes quien la había encontrado y la había llevado a la clínica, y que al fin y al cabo, de todos sus amigos, él era el que estaba velando su cama de enferma cuando ella despertó.
—Sí, lo sé por su madre —dijo Bianca—. No vea cómo lo adora, creo que hasta está un poco enamorada, jo, ¿y por qué no?, por la diferencia de edad es raro, pero da igual, porque Madonna, por ejemplo, o Demi Moore…
—Sea como sea, ya no le tengo miedo, y en mi estado, eso es lo más importante.
—¿Me deja contarle de todos modos lo que le llamó la atención a Basti? —preguntó Bianca—. Estoy muy orgullosa de él, algún día llegará a ser un auténtico detective, y a lo mejor luego será el protagonista de una saga de películas.
Después vino la minuciosa disquisición de Bianca sobre los cubos iluminados:
—Cada vez que alguien entra por la noche, cuando ya está oscuro, en el edificio donde vive su Hannes, o sea su ex, se iluminan cinco cubos uno encima del otro (son las luces de las escaleras, dice el Basti). Entonces hay que esperar un poco. Y luego se ilumina un cubo en alguna otra parte. Si hay que esperar mucho, el cubo se ilumina muy arriba, digamos, en el quinto piso. Si hay que esperar poco, se ilumina, digamos, en la planta baja, o a lo sumo en el primer piso, dice el Basti. Porque todos los que viven allí tienen una ventana que da a la calle. Algunos cubos brillan mucho, entonces es la luz que enciende alguien cuando entra por la puerta, que está muy cerca de la ventana. Y algunos cubos brillan poco, entonces la ventana está lejos de la entrada. Pero todos se iluminan. Y luego por lo general se iluminan también otros cubos que están al lado, entonces quizá sea en la cocina, el salón o el dormitorio donde alguien ha encendido la luz. Pero siempre tiene que iluminarse algún cubo cuando alguien vuelve a casa, dice el Basti. A no ser que esté iluminado de antes, entonces ya había otra persona en el piso. Es lógico, ¿verdad?
Judith: —Es lógico.
Bianca: —Hannes, o sea, nuestro objeto, tiene su cubo en el cuarto piso, son los cubos siete y ocho, Basti lo ha calculado superexacto. ¡Y ahora preste atención, jefa! Siempre que el señor Hannes entra en el edificio por la noche, como ocurre con todos los demás, se iluminan los cinco cubos uno encima del otro. Eso quiere decir que ha encendido la luz del pasillo, hasta ahí todo normal. Y luego el Basti mira los cubos siete y ocho en el cuarto piso. Espera diez segundos, treinta segundos, un minuto, dos minutos: nada. Cinco minutos: todavía nada. Diez minutos: todavía nada. Quince minutos…
—Todavía nada —murmuró Judith.
Bianca: —¡Eso es! Basti dice que se puede morir esperando, nunca se iluminan los cubos siete y ocho en el cuarto piso. Eso es lo que ha observado. Muy interesante, ¿verdad? Pues eso sólo significa que el señor Hannes no enciende ninguna luz al entrar en su piso, ni tampoco después, no la enciende nunca. Casi siempre está superoscuro. Fascinante, ¿no cree?
Judith: —Pues sí.
Bianca: —Porque las luces de la escalera sí que las enciende. O sea que no tiene fobia a la luz, es que es sólo en su piso, siempre lo tiene oscuro. ¿Comprende, jefa?
—No —respondió Judith, guardándose para sus adentros que tampoco quería entender, y que de haberlo querido, seguro que la solución habría sido trivial, por ejemplo, que en casa de Hannes las bombillas estaban rotas.
—Me quito el sombrero —dijo Judith—, Basti lo ha hecho muy bien. Y ahora acabemos con esto y dejemos en paz al señor Hannes, ¿vale?
—Vale —dijo Bianca—. La verdad que es una lástima, seguro que hay más misterios. Pero si usted ya no le tiene miedo y él ya no la molesta, desde luego no tiene ningún sentido.