En la tienda, Bianca la recibió con las siguientes palabras:
—Pues no está usted muy bien maquillada que digamos, jefa. Tiene unas superbolsas debajo de los ojos.
Judith se echó en los brazos de su aprendiza y lloró.
—No se lo tome tan a pecho —dijo Bianca—, ya lo solucionaremos. En mi bolso tengo cinco sombras de ojos diferentes.
Judith le contó la aventura amorosa y su escalada violenta.
—Tampoco es para tanto —opinó Bianca—. Yo creo que a los hombres hasta les gusta que una sea un poco más dura con ellos.
Judith: —Yo no fui un poco más dura con él, casi le arranco el brazo de un mordisco.
Bianca rió.
—Tranquila, jefa. Llámelo y dígale: «Te prometo que la próxima vez que follemos, llevaré el bozal».
Ahora Judith se sentía bastante mejor.
Su verdadero problema superaría a Bianca, pero Judith necesitaba ponerlo en palabras para sí misma.
—Ese Hannes no se me quita de la cabeza. Voy de mal en peor. Creo que tengo auténticas alucinaciones. A veces estoy completamente segura de que él lo controla todo y sigue cada uno de mis pasos. Y a veces ya está tan dentro de mí que dudo que pueda ser él, quiero decir, él como persona. Me pregunto si no soy yo misma, que me lo imagino todo. ¿Entiendes?
Bianca vaciló un instante, la miró de arriba abajo y luego dijo:
—Usted, desequilibrada, creo que no está. Pero hay gente muy rara, que descuartiza cadáveres y luego, de una en una, a las partes…
—Vale, Bianca, gracias por dejarme desahogarme.
Judith se fue al despacho.
Bianca la siguió después de un rato. Tenía las mejillas rojas y hablaba en tono exaltado.
—¡Ya lo tengo, jefa! Para saber si está dentro o fuera —dijo, llevándose el dedo índice a la sien—, tenemos que seguirle la pista. Tenemos que ponernos al acecho, vigilarlo y esperar a que cometa un error. Y yo tengo una superidea: ya sé quién lo hará. La verdad es que era lo lógico… ¡el Basti!
Él ya había esperado varias veces a Bianca en la puerta. Esta vez, ella le hizo señas de que entrara.
—Jefa, permítame presentarle al Basti, mi novio —dijo en tono solemne, e hizo uno de sus famosos giros de pupilas.
Él tenía unos veinte años, era casi el doble de alto que ella, tieso como un mástil, y más o menos igual de comunicativo, tenía el pelo rojo y era cierto que trabajaba en el cuerpo de bomberos.
—Mucho gusto —dijo Judith.
—Igualmente —murmuró Basti, furioso, y se pasó la lengua por el piercing del labio superior.
—Basti está haciendo un curso de detective —explicó Bianca—. Después piensa especializarse en ladrones de móviles. A él le han robado ya tres veces el móvil —él la miró como si estuviera esperando la traducción de un intérprete—. Por eso he pensado que no le vendría mal un poco de práctica.
Para Judith la siguiente situación fue muy desagradable, ella parecía resultarle indiferente a Basti. Sin embargo, Bianca no estaba dispuesta a desistir de su plan por nada del mundo. Su novio se vio obligado a localizar a un tal Hannes Bergtaler, del cual por desgracia no había fotos, sino sólo una detallada descripción de su persona, a vigilar sus movimientos y tomar nota de lo que le llamara la atención. A modo de recompensa, Bianca le prometió acompañarlo a menudo después del trabajo y quedarse luego al menos media hora en el asiento del acompañante de su coche, tal vez incluso en algún aparcamiento solitario, expresamente buscado.