4.

De vuelta en Viena, respaldada por Lukas y acompañada por Bianca, se juró declarar la guerra a Hannes Bergtaler. ¿Cómo deshacerse de la sombra de él? «Engañándolo» (Lukas). Sólo tenía que esperar con paciencia, hasta que volviera a aparecer. Para demostrar sus renovadas fuerzas, para provocar a Hannes y, en el mejor de los casos, para hacerlo salir de su escondite, incluso se puso un par de veces su feo anillo de ámbar.

—¿Es un talismán? —le preguntó Bianca.

Ella: —No, más bien un arma.

Bianca: —Yo para eso me compraba un puño de acero, jefa.

Pasaron dos semanas más sin sorpresas ni indicios de Hannes. Por su desasosiego, Judith creyó intuir que no tardaría en llegar el momento. Esta vez quería adelantarse a él.

—Llamémoslo al despacho sin más —le sugirió Bianca.

Judith: —¿Lo harías tú?

Bianca: —Pues claro, a mí también me interesa un montón saber qué ha sido de él. Es que no creo que se haya suicidado por usted. Los hombres sólo dicen eso para darse importancia.

Judith: —¿Y qué haces si responde él?

Bianca: —Le digo: Perdón, he marcado mal. No me reconocería nunca. Sé disimular superbien mi voz. Puedo hablar como Bart Simpson.

Beatrix Ferstl, la compañera de trabajo de Hannes, cogió el teléfono.

Bianca: —Con el señor Bergtaler, por favor… —su voz se parecía más a la de Mickey Mouse que a la de Bart Simpson—. Ya, ¿y cuándo vuelve?… ¿De baja por enfermedad?… Todavía está vivo —le susurró a Judith. Y luego continuó con la voz del ratón Simpson—: ¿En el hospital?… ¿Y qué tiene?… Ya… Ya, ¡madre mía!… Ya… No, la hija de un conocido suyo… No, no es necesario. Llamaré cuando salga… mmm… ¿cuándo sale?… ¿Y en qué hospital?… Joseph. Ya… ¿Con «f» o con «ph»?… Ya… Ya… Gracias, adiós.

—¿Y? —preguntó Judith.

Bianca: —Bueno, está en el Hospital Joseph, con una enfermedad desconocida. Tiene que quedarse por lo menos dos semanas y no puede recibir visitas. De todas formas no queríamos ir a visitarlo, ¿verdad?

Judith: —No, no queremos.

Bianca: —¿Por qué está tan hecha polvo, jefa? Si él está en el hospital, no nos molesta. Tal vez se enamore de una enfermera, y usted se libre de él para siempre.

Judith: —Una enfermedad desconocida… eso no suena bien.

Bianca: —Seguro que tiene la gripe aviar. O la enfermedad de las vacas locas. ¿O piensa que es sida, jefa? No lo creo. No es un drogadicto. Y tampoco es gay, ¿verdad? Como mucho, bi. Pero por si acaso debería usted hacerse la prueba del sida. Yo también me la he hecho. Le sacan un poco de sangre. No duele para nada. No tiene que mirar. Bueno, yo sí miro…

—Gracias, Bianca, ya puedes irte. La verdad es que me has ayudado mucho —dijo Judith—. Me alegro de que estés aquí.